No había manera de escapar del calor.
Incluso en el Point, donde normalmente soplaba una brisa fresca procedente del lago, el aire vespertino era sofocante. Stride aparcó en el barro cerca del chalé. El calor se desprendía de la tierra y las hojas se marchitaban en los árboles que lo circundaban. Serena no estaba en casa. No se molestó en entrar, en vez de ello trepó por la duna poco pronunciada para observar el crepúsculo caer sobre el lago. Serena y él tenían dos sillas en la arena, en la cima de la colina, donde a menudo se sentaban a beber café por las mañanas.
Una de las sillas estaba ocupada. Por Tish.
Tish no lo miró cuando Stride tomó asiento junto a ella. Sus ojos estaban clavados en la lejanía, contemplando los veleros en el agua. Tenía una bolsa de plástico en el regazo que protegía con ambas manos, como si se tratara de un niño pequeño que pudiera resbalarse y caer. No dijeron nada. El lago estaba en calma, como si fuera una porcelana azul celeste, y la línea donde el cielo y el agua se unían se difuminaba en una pegajosa calima.
—Me he equivocado de chalé —dijo ella finalmente. Stride no contestó—. He ido a la casa donde vivíais Cindy y tú. Los dueños me han explicado cómo encontrarte.
—Hace mucho que no vivo ahí.
—Lo sé —dijo Tish girándose para mirarlo a la cara—. En una ocasión, Cindy me enseñó una fotografía de vuestra casa. Nunca la olvidé. La he reconocido en cuanto la he visto. Supongo que en realidad nunca me había planteado cuánto tiempo ha pasado desde entonces. En cierta manera, pensaba que aún vivías allí. Con Cindy. Imagino que debe de parecerte un disparate.
—No, a mí también me pasa —contestó Stride—. Pero Cindy se ha ido. Y también Laura. Igual que sus padres. Es como si toda la familia no hubiera existido jamás.
—No digas eso.
—Es así.
—Comprendo cómo te sientes —dijo Tish—. También yo perdí a mi madre. Y a Laura. Aunque parezca raro, cuando Cindy murió, volví a sentirme huérfana. Como si ella fuera el último vínculo con mi pasado y mi familia. Pero no estoy tratando de comparar mi pérdida con la tuya.
Stride guardó silencio.
—Hay algo que debo decirte sobre mi libro —prosiguió Tish—. He escrito los primeros capítulos con la voz de Cindy. Cuento la historia desde su punto de vista.
El rostro de Stride se tensó por la consternación.
—¿Por qué has hecho eso?
—Ella estaba allí. Fue testigo de lo sucedido.
—No tienes derecho a entrometerte en su vida —espetó él subiendo el tono de voz—. Ni en la mía.
Tish parecía confundida.
—Lo siento. Ella forma parte de esa historia. Igual que tú.
—Eso no te da derecho a pisotear su tumba.
—No estoy haciendo nada de eso. Te lo juro.
Stride se encogió de hombros. Sintió un peso en el pecho.
—No pensé que pudiera incomodarte tanto —dijo ella.
—No se trata de eso.
—Entonces ¿de qué se trata? —preguntó Tish.
—De nada. Olvídalo. No tiene nada que ver contigo ni con el libro.
Stride habría querido añadir algo más, pero no lo hizo. Habría deseado decirle lo furioso que se sentía cuando, cada vez que la veía, su dolor volvía a recobrar vida. Quería confesar a alguien que se sentía culpable, porque había permitido a Cindy regresar sigilosamente al latido diario de su corazón, al lugar que ahora pertenecía a Serena. No obstante, se limitó a apartar de él sus emociones y cambió de tema.
—Debido a lo que ha ocurrido con tu coche, voy a apostar a un oficial frente a tu casa por la noche —le informó él.
Tish parpadeó. Él sabía que ella había percibido la repentina frialdad de su voz.
—Así que esta vez no crees que se trate de cosas de críos.
—No lo sé, pero prefiero no arriesgarme.
—De acuerdo, por supuesto, lo que tú digas.
Tish cogió la bolsa de su regazo y se la entregó en silencio. Stride echó un vistazo a su interior y vio un vestido blanco, pulcramente doblado.
—Es para ti —dijo ella—. No estoy segura de que vayas a entender lo que hice. O por qué lo hice.
Stride se mostró interesado.
—¿Qué es?
—Una muestra del ADN de Peter Stanhope en una mancha de sangre del vestido —respondió Tish.
Stride cerró la bolsa y se quedó mirando el cielo.
—¿Qué demonios has hecho?
—Lo que tenía que hacer.
—Joder, Tish, ¿te has vuelto loca?
—Escucha, Peter es culpable, y tú me dejaste bien claro que ningún tribunal puede obligarle a proporcionarnos una muestra. Así que la cogí yo misma. Y también espero haberle hecho una cicatriz.
—Acabas de confesar una agresión.
—Empezó él cuando intentó besarme, el muy bastardo. Sé lo que piensas, pero he conseguido algo que antes no teníamos. La manera de confirmar si era Peter quien acosaba a Laura.
Stride negó con la cabeza.
—No es tan sencillo. Existe una razón por la que un tribunal no le obligaría a entregar una muestra de ADN. No tenemos un alegato plausible. Aunque lleváramos a cabo el análisis y descubriéramos que Stanhope fue quien envió a Laura todas esas notas, eso no cambia nada. No es así como Pat Burns va a enfrentarlo a un jurado. Eso no va a ocurrir.
—¿Intentas decirme que no vas a analizar la muestra?
—¿Crees que sólo tengo que chasquear los dedos y las cosas se hacen en el acto? Hay otras prioridades. Una cosa es comparar el ADN de la nota de un acosador con una base de datos para intentar abrir un caso pendiente, y otra analizar el de un determinado individuo sólo porque a ti se te ha metido en la cabeza que es culpable.
—No lo infravalores, Jon. Dime que no he hecho todo esto por nada.
—Hablaré con Pat Burns. Es cuanto puedo hacer.
—No puedo creer que hagas caso omiso de esto —insistió Tish—. No puedo creer que pases por alto la única oportunidad que tenemos de averiguar lo que pasó en realidad. Ya has escuchado la versión de Finn. Peter atacó a Laura esa noche. Él estaba en el terreno de juego con el bate después de que Dada la rescatara.
—Finn carece de credibilidad. Si hay alguien cuyo ADN me interese analizar, es el de Finn.
—¿De qué estás hablando? ¿Acaso crees que Finn asesinó a Laura?
—Creo que es una posibilidad muy plausible. Está trastornado, Tish. No es tan descabellado creer que fuera capaz de cometer un asesinato.
—Le estás dando a Peter Stanhope carta blanca. ¿Es por su dinero? ¿Aprendiste todo lo que sabes de Ray Wallace? —preguntó Tish, y guardó silencio. Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Dios, lo siento. Por favor, perdóname.
—No voy a darle carta blanca a nadie —aclaró Stride.
—Lo sé. Lo siento.
—Tú eres la única que no puede ver más allá de Peter Stanhope —dijo Stride—. Hay mucha gente que oculta cosas sobre Laura. Incluida tú.
—¿Yo?
—Rikke me dijo que estabas celosa de la relación que tenían Laura y Peter.
—No seas ridículo.
—Me parece que estás obsesionada con él —aseguró Stride.
—Esto no tiene nada que ver con Peter. Nadie más se ha ocupado de defender a Laura, así que decidí encargarme de ello.
—¿Por qué?
—Era mi mejor amiga.
—Entonces, ¿por qué discutisteis esa primavera?
—No es verdad. Hicimos las paces.
—¿Cuál fue el motivo de la discusión?
—Ya te dije que no lo recuerdo. Han pasado treinta años.
—Estás mintiendo, Tish. No mientas a un policía pensando que no se da cuenta. ¿Discutisteis por Peter Stanhope? ¿Por eso estás tan obsesionada con él? Eso me hace preguntarme si tenías un motivo para matar a Laura.
—Menuda locura. No puedes creer de verdad que pasaría por todo esto si tuviera algo que ver con su muerte, ¿no es cierto?
—¿Dónde estabas esa noche? —preguntó Stride.
—Ya te lo dije. Por aquel entonces vivía en St. Paul.
—No, me refiero a qué estabas haciendo esa noche en concreto. ¿Dónde estabas? ¿Con quién?
Tish se encogió de hombros.
—No tengo ni idea.
—Qué curioso. Creía que recordarías qué estabas haciendo la noche que tu mejor amiga fue brutalmente asesinada.
—Estás haciendo una montaña de un grano de arena —dijo Tish. Se puso en pie y la silla se volcó hacia atrás en la arena—. A Laura la mató un acosador. Tienes el ADN de Peter. Ahora es cosa tuya.
—Tengo otra pregunta —le dijo Stride—. Y harías bien en responderla.
Tish se cruzó de brazos, enfadada.
—¿Qué?
—¿Cuándo te enseñó Cindy una foto de nuestra casa?
Tish se quedó con la boca abierta. Stride pensó que ella había metido la pata, que había dicho algo que jamás pretendió compartir.
—No lo sé. Puede que Cindy la incluyera en alguna felicitación navideña.
—Deja de mentirme. Has dicho que Cindy te enseñó una fotografía. No que te la enviara por correo. Ella estaba contigo. ¿Cuándo fue eso?
—Unos meses antes de su muerte —admitió Tish.
—¿Dónde?
—Me visitó en Atlanta.
Stride hizo memoria. En aquellos últimos meses horribles, Cindy había empezado a asumir la idea de que iba a morir, de que las opciones de tratamiento se habían terminado. El único período que podía recordar en que ella no estuviera con él fue un fin de semana que se marchó sola y desapareció de su vida durante tres largos días. Para hacer las paces con el pasado, dijo ella. Jamás le contó adonde había ido ni ninguna otra cosa sobre esa escapada. Por aquel entonces, él tenía miedo de que ella se suicidase para ahorrarle a él y a ella la agonía de una muerte lenta. Sin embargo, ahora sabía que había ido a ver a Tish.
A alguien a quien Cindy no había nombrado jamás en toda su vida.
¿Por qué?
—Me debes la verdad —dijo Stride.
Tish recogió la silla volcada y la aseguró en la arena. Tomó asiento de nuevo sin mirar a Stride.
—La primera vez que Cindy me escribió fue hace quince años —explicó Tish—. Poco después de que su padre muriera.
—¿Conocías a William Starr?
—Lo suficiente para despreciarlo.
Stride asintió. Recordó las largas semanas en que Cindy había permanecido sentada junto a la cabecera de su cama mientras él entablaba una batalla perdida con el cáncer. William Starr nunca había sido un hombre que cayera bien. Sentencioso. Rígido. Obsesionado con la rectitud y el castigo y constantemente aterrorizado por la idea de ir al infierno por sus propios pecados. La muerte ablanda hasta al más duro de los hombres. Stride recordó a Cindy sosteniendo la mano de su padre, oyendo su llanto, dándole la absolución como un sacerdote jamás hubiera podido hacer.
—Cindy no se hacía ilusiones respecto a su padre —dijo él.
—Tampoco Laura. Ella lo quería a pesar de todo cuanto le hizo, pero yo sabía que era un cobarde de mierda. Engañaba a su mujer, ¿lo sabías? Lo hizo muchas veces. Laura los oyó pelearse por eso.
—¿Por qué se puso Cindy en contacto contigo cuando su padre murió?
Tish titubeó.
—Supongo que la pérdida de su padre hizo que volvieran a aflorar sus antiguos sentimientos por Laura. La soledad que se experimenta cuando has perdido a tu familia. Por eso se acordó de mí. Ella sabía lo unidas que estábamos Laura y yo, y decidió reavivar su amistad conmigo.
—¿Y luego qué?
—Nos carteamos durante años. No muy a menudo, pero sí lo suficiente para intimar.
—Nunca me habló de ti —dijo Stride.
—Bueno, Laura era nuestro nexo de unión. Cindy y yo habíamos perdido a alguien a quien queríamos mucho. Ninguna de las dos lo olvidamos jamás.
—¿Y por qué la visita a Atlanta? —preguntó Stride.
La voz de Tish se suavizó.
—Cindy sabía que se estaba muriendo. Quería verme. Despedirse. Y contarme algunas cosas. Me explicó todo lo que le sucedió esa noche de 1977. Con Laura. Contigo. En el lago. Todo. Me contó cosas que jamás había explicado a nadie. Por eso escogí escribir gran parte del libro con su voz.
Stride negó con la cabeza. Se sentía como si estuviera cayendo a gran velocidad.
—¿Y por qué hizo Cindy semejante cosa?
Tish le cogió una mano.
—Porque deseaba que yo no lo olvidara. Quería que hiciera algo al respecto. Por eso estoy obsesionada. Por eso tengo que sacarlo a la luz y hacer cuanto sea necesario para averiguar la verdad. ¿No te das cuenta, Jon? Por eso estoy aquí. Me he resistido a ello desde que Cindy vino a verme, pero ya no podía resistirme más. Regresar después de todos estos años no fue idea mía. Escribir un libro sobre el asesinato de Laura tampoco. Fue idea de Cindy.