Clark Biggs parecía entumecido e incómodo sentado en una silla de madera apoyada contra la pared del salón. Sus manos descansaban inertes en el regazo. Tenía los ojos clavados en una estantería situada al otro lado de la estancia. Maggie siguió su mirada hasta un marco que contenía una foto de Clark y Mary tomada en el patio trasero. Jugaban con las hojas caídas. Mary arrojaba a lo alto hojas de roble de colores; su sonrisa era amplia, sus rizos rubios flotaban en el aire. En la fotografía, Maggie podía atisbar la satisfacción y el orgullo que se ocultaban tras la mirada solemne de Clark. Ese día, la felicidad había sido barrida dejando su corazón vacío.
—¿Señor Biggs? —preguntó otra vez con suavidad.
Él salió de su estado de trance.
—Lo siento, ¿qué?
—Le he preguntado si había visto un Rav4 plateado aparcado en el vecindario, o si alguien que conozca tiene un vehículo como ése.
—Oh. —Puso las manos sobre las rodillas y estudió el estampado descolorido de la alfombra que tenía a sus pies—. No, creo que no.
—Yo tampoco —añadió Donna Biggs—. Lo lamento.
Estaba sentada junto a Maggie en el sofá de Clark. Cada poco, echaba miradas furtivas a su ex marido, como si pugnara contra el deseo de consolarlo. Los ojos de Donna estaban enrojecidos y húmedos.
—La mala noticia es que hay cientos de automóviles como ése en Duluth y en el área de Superior —les explicó Maggie—. Hay una larga lista. Sin embargo, estamos comprobando si los propietarios tienen antecedentes penales para intentar estrechar el cerco de sospechosos. Asimismo, vamos a volver a los vecindarios donde actuó el voyeur para interrogar de nuevo a todos aquéllos que pudieron haber visto algo, ahora que ya tenemos un modelo concreto de automóvil. También cruzaremos las fichas de los propietarios de ese tipo de vehículo con la lista de personas y organizaciones que nos han dado, para averiguar si alguno de ellos conocía a Mary.
—Nadie que la conociera pudo hacer algo semejante —dijo Donna.
Clark asintió con la cabeza.
—Sí, sin duda tiene que ser un extraño. Si se tratara de alguien que la conociera, la reacción de Mary hubiera sido diferente.
—Lo entiendo, pero tenemos que estudiar todas las posibilidades —señaló Maggie—. Recuerde que podría tratarse de alguien que tuviera un contacto muy superficial o indirecto con Mary. A menudo, los voyeurs y acosadores desarrollan elaboradas fantasías con respecto a sus víctimas, basándose simplemente en su apariencia física o en un encuentro insignificante. Para una chica, puede que tan sólo se trate de saludar a un dependiente de una tienda. Para una mente inadaptada, esa simple conversación puede desencadenar una obsesión.
—Mary era una niña —protestó Donna—. ¿Cómo podría alguien haber pensado de ella una cosa semejante?
Maggie suspiró.
—Mary también era una chica muy guapa.
—Era vulnerable —dijo Clark—. ¿Cómo pudiste dejarla sola, Donna? ¿Cómo? Dímelo.
Las mejillas de Donna perdieron su color y palidecieron.
—¿Qué querías que hiciera, Clark? Quiero decir, por el amor de Dios, ¿qué podía hacer?
—Llamar a emergencias y quedarte sentada esperando con Mary. Eso es lo que tenías que hacer. Eras responsable de ella.
—¿Y dejar que ese chico se desangrara en la calle?
—Deberías haber encerrado a Mary en el coche.
—¡No había tiempo! ¡No tuve tiempo para pensar!
Maggie colocó una mano sobre la rodilla de Donna.
—Señora y señor Biggs, sé que los dos están alterados, y lo comprendo. Con independencia de lo que piensen, ustedes no son los culpables. Señora Biggs, usted le salvó la vida a ese chico y no podía saber de ningún modo que algo así podría sucederle a Mary. Señor Biggs, sé que está desolado, pero lo mejor que podemos hacer en estos momentos es encontrar al hombre que aterrorizó a su hija y asegurarnos de que no volverá a hacer nada igual a ninguna otra chica. ¿De acuerdo?
Clark Biggs se levantó de su silla y empezó a caminar por la estancia. Algunos de los bloques de plástico de Mary estaban esparcidos por la alfombra del salón. Se agachó, recogió uno y lo apretó en uno de sus carnosos puños. Cerró los ojos. Tenía un aspecto desaliñado, el pelo sucio y el rostro cubierto por una barba de varios días.
—¿Señor Biggs?
—De acuerdo. Lo siento.
—No pasa nada —dijo Maggie.
—¿Por qué tuvo que ser en el agua? —preguntó Clark.
—Oh, Clark, por favor, no —intervino Donna.
—¿Tanto le cabreó a Dios que la salváramos aquella vez? ¿Creía Él que no había sufrido bastante? ¿Cómo pudo Él volverla a meter en el agua? Que alguien me diga cómo consintió Dios que muriera en el agua.
Maggie esperaba ver aparecer las lágrimas en los carnosos pómulos de Clark, pero su rostro curtido por el sol estaba seco y sus ojos, vacíos. Desde el sofá, Donna hizo ademán de levantarse para acercarse a su ex marido, pero se contuvo. Maggie era consciente de que el amor que existía entre ambos no había muerto, pero también que cada uno estaba a un lado del puente, y no había por dónde cruzarlo.
—¿Encontraron algo en el bosque? —preguntó Donna en voz baja—. Usted dijo que peinarían el bosque en busca de pistas.
—Ojalá pudiera decirle que esta vez tuvimos más suerte —replicó Maggie—. Hallamos restos de basura a un lado de la carretera, pero nada que estuviera directamente relacionado con el voyeur o su automóvil. En cuanto lo identifiquemos, es posible que algo de lo que encontramos nos ayude a situarlo en la escena del crimen.
Clark dejó que el bloque de Mary le cayera de la mano.
—Cuando encuentre a ese hombre, ¿le acusará de asesinato? ¿Pagará por lo que le hizo a Mary?
Maggie titubeó.
—Eso no depende de mí. No es algo que pueda decidir yo. La fiscal del condado será quien tome esa decisión, basándose en las pruebas que reunamos. Pero le aseguro que haré cuanto esté en mi mano para que este caso llegue a los tribunales. Quiero que se le haga justicia a Mary.
Donna negó tristemente con la cabeza.
—Si no logra reunir pruebas, entonces sólo se tratará de mi palabra, ¿no es cierto? Trabajo en un despacho de abogados, señora Bey. Sé que eso es un problema.
—¿Por qué es eso un problema? —preguntó Clark—. Si Donna dice que le vio, es que le vio.
—Pero es que no le vi —dijo Donna—. Vi un coche y a un hombre que no puedo identificar. Sé cómo trabajan los abogados defensores. Dirán que pudo haber sido cualquiera. O que me lo inventé.
—¿Inventártelo? —preguntó Clark—. ¿Qué demonios significa eso?
—Fui la única persona que vio el Rav en la carretera, Clark. Dirán que me sentí culpable por haber dejado sola a Mary, y que intenté protegerme a mí misma culpando a otro. Dirán que tenía conocimiento de la existencia de un voyeur, y que lo usé a modo de excusa.
—Sandeces —repuso Clark.
—Es demasiado pronto para pensar en todo eso —intervino Maggie—. Una vez hayamos identificado al hombre, lo más probable es que encontremos más pruebas en su domicilio y en su vehículo. Si hay algo que lo relacione con Mary, entonces su testimonio, Donna, ejercerá una gran influencia en el jurado, y no importará en absoluto todo el humo que la defensa intente levantar.
Maggie pretendía sonar convincente, pero sabía que Donna tenía razón. También Stride tenía razón. Lo máximo que podían hacerle sería condenarlo por intromisión en la vida privada. Dos años por el delito de acechar a un menor. Y dos años era un pésimo canje por perder a una hija.
—Lo primero que tenemos que hacer es encontrarlo —añadió—. Ese hombre acosó a Mary. En algún lugar, de alguna manera, sus vidas se cruzaron.
—Usted ha dicho que pudo ser algo tan simple como que Mary saludara a alguien en la calle —dijo Donna—. Si eso es verdad, ¿cómo van a estrechar el cerco?
—Bueno, esperemos de que no se tratara de algo tan simple —le explicó Maggie—. Mary no era la primera chica a la que acosaba, pero tenía algo especial para él. Algo en ella le cautivó hasta el punto de querer verla una vez más. La cuestión es: ¿qué? No había nada en su aspecto físico que la diferenciara de las otras chicas. Si las pusiéramos en fila, no encontraríamos nada en Mary que nos llamara la atención.
—Era disminuida psíquica —dijo Donna.
Maggie asintió.
—Sí, pero a simple vista nadie lo hubiera dicho. Creo que hubo alguna suerte de interacción entre ese tipo y Mary, por nimia que fuera. Volveré a hablar con la gente de su escuela, pero si resulta que el contacto no se estableció allí, eso querrá decir que se produjo estando ustedes con Mary, porque casi nunca estaba sola, ¿no es cierto?
Sabía que al pronunciar esas palabras había clavado sin querer otro dardo en la conciencia culpable de Donna. Solamente había dejado sola a su hija una vez, y ahora Mary estaba muerta. Donna se enjugó las lágrimas.
—Sí, tiene razón —respondió—. Siempre estábamos con ella.
—Señor Biggs, usted me dijo que creía que el voyeur estuvo tras la ventana del dormitorio de Mary la semana anterior a que denunciara el incidente. Eso también sucedió un sábado por la noche, ¿correcto?
Clark asintió.
—¿Cree que ésa fue la primera vez?
—Ésa fue la primera vez que Mary le vio —insistió—. De eso estoy seguro.
—Trato de establecer la cronología de los hechos —explicó Maggie—. Me gustaría saber cuándo fue la primera vez que ese hombre vio a Mary. Así que quisiera que se esforzaran ustedes en pensar en los días previos a ese sábado. Quiero que recuerden si algo fuera de lo común sucedió durante ese intervalo de tiempo.
—Lo comprobaré en la agenda que tengo en el trabajo —respondió Donna—. Mary estuvo conmigo hasta el viernes por la noche.
—Ese sábado no sucedió nada extraordinario —contestó Clark—. Mary y yo estuvimos todo el día en casa. Había pedido un columpio y me lo entregaron esa mañana. Después de montarlo, no pude sacar a Mary de allí en todo el día. Pasamos la tarde allí fuera, y luego preparé unas hamburguesas en la barbacoa para cenar.
—¿Se detuvo alguien cerca de la casa mientras estaban fuera? ¿Reparó en algo fuera de lo habitual? ¿Alguien que merodeara por el vecindario?
Clark negó con la cabeza.
—Siempre tengo los ojos bien abiertos para ese tipo de cosas.
—Mary estuvo enferma un par de días esa semana —añadió Donna—. No fue a la escuela ni el miércoles ni el jueves. Tuve que llevarla al médico.
—¿Vio a alguien nuevo mientras estaban allí?
—Sí, había un enfermero en el laboratorio que nunca habíamos visto antes. A Mary le cayó bien.
Maggie anotó el nombre de la clínica de Superior donde el médico de Mary pasaba consulta.
—Está bien —dijo—. Es exactamente la clase de información que necesito. Si recuerdan algo más, cualquier tipo de contacto casual que Mary tuviera con un extraño, por favor, háganmelo saber de inmediato.
Donna y Clark Biggs asintieron.
—Dígame, señora Bei, ¿cree que… bueno, que ese hombre es violento? —preguntó Donna—. ¿Pretendía lastimar a Mary?
Maggie sabía lo que estaba pensando. Quizás, en cierta manera, fuera mejor así. Morir ahogada era un destino mejor que ser secuestrada por un pervertido. En realidad, Dios había sido misericordioso.
—La verdad, no lo sé —respondió Maggie—. Aún no ha demostrado tener ninguna inclinación por la violencia, aunque eso no significa que no acabe traspasando esa frontera. Puede que lo haga.
—No importa cuáles fueran sus intenciones —gruñó Clark—. Él la mató. Ese pervertido mató a mi pequeña.