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Stride consultó su buzón de voz en el camino de vuelta al ayuntamiento y encontró un mensaje urgente de la nueva fiscal del condado de St. Louis. Aparcó en su plaza habitual detrás del edificio, pero en lugar de dirigirse directamente a su oficina del ayuntamiento, fue hasta el juzgado y subió a la quinta planta en ascensor. Las puertas de vidrio del despacho de la fiscal del condado estaban a la derecha.

Pidió a la telefonista que le comunicara a Pat Burns que estaba allí fuera.

Pat era nueva en el cargo. El anterior fiscal del condado, Dan Erickson, había dimitido debido a un escándalo acaecido el pasado invierno. Stride y Dan habían sido enemigos durante años, y estaba contento de que se hubiera marchado. La junta del condado había tardado bastantes meses en encontrar un sustituto y, finalmente, habían recurrido a Pat Burns, socia administradora de la oficina en Duluth de una firma corporativa de abogados con sede en Twin Cities. Era una experta en delitos de guante blanco y había pasado muchos años en la oficina del procurador general del Estado en Chicago antes de trasladarse a Minnesota. Era una mujer dura e inteligente.

Stride se preguntaba por qué una abogada que obtenía unos buenos ingresos como socia administradora en una firma corporativa de abogados renunciaría a ganar cientos de miles de dólares anuales para procesar a violadores y pornógrafos infantiles, aunque sabía que la respuesta se resumía en una palabra. Política. Como todo aquél cuyo culo se aposentaba en la butaca de fiscal del condado, también ella tenía los ojos puestos en un cargo más importante. Aquello no molestaba a Stride, pero significaba que cualquier decisión procesal se analizaba a través de la lupa de las recaudaciones de fondos y la obtención de votos.

Esperó veinte minutos antes de que se abriera la puerta del despacho de Pat. Estaba leyendo la carpeta de un expediente con hojas de tamaño oficio y levantó la vista hacia él por encima de sus gafas de media luna.

—Hola, teniente, pase.

Ya había estado allí antes una vez, una visita de cortesía dos semanas atrás. En esa ocasión, el despacho aún tenía la misma apariencia que cuando Dan Erickson era fiscal del condado. Desde entonces, el toque masculino había sido suprimido. El mobiliario macizo de Dan había desaparecido. Pat prefería el cristal y el arce danés. La pintura era nueva e iluminaba la estancia con un tono melocotón. La vieja moqueta había sido arrancada y sustituida por una de lana frisé. Toda la habitación olía a reformas, como una casa nueva.

—Muy bonito —dijo.

—Gracias. Aún conservo una botella de ginebra Bombay de Dan si le apetece. Yo prefiero el Chardonnay.

—No quiero nada, gracias.

—¿Le importa que me dé el capricho?

—En absoluto.

—Ejercí en Londres durante dos años después de licenciarme en Derecho. Allí adquirí la costumbre europea de beber vino con las comidas, y aún no he podido quitármela.

Depositó la carpeta del expediente en su escritorio y se quitó las gafas de lectura. Abrió la portezuela de una nevera de acero inoxidable, sacó una botella abierta y vertió el vino blanco en un pequeño vaso campaniforme. Tomó un sorbo y luego le hizo un ademán con la mano en dirección a un sofá de microfibra color arena pegado a la pared. Encima del sofá, en un estante de madera, había una escultura moderna de acero con un bloque de hormigón a modo de base.

Él llevaba vaqueros, una americana deportiva y botas negras, y se sentía vestido de forma inapropiada. Pat lucía un traje pantalón a medida de color crema con una chaqueta escotada y un top blanco. Un collar de piezas cuadradas entrelazadas pendía por encima de la tenue línea del escote. Su cabello castaño lo llevaba corto y bien peinado, como una ola marina rompiendo desde la frente. Era alta y delgada, y Stride sabía por su biografía que había cumplido los cuarenta en enero.

Pat tomó asiento en la otra punta del sofá y cruzó las piernas. Mantuvo el vaso de vino equilibrado en la rodilla e inclinó la cabeza hacia el expediente de su mesa.

—La viuda del golfista muerto por un rayo el mes pasado ha puesto una demanda al condado —le dijo.

—¿Cómo puede haber sido culpa nuestra? —preguntó Stride.

—No lo es, pero cada día surgen nuevas teorías con lo de la responsabilidad legal.

—Los golfistas son pararrayos ambulantes —dijo Stride—. Cada verano se fríe un par.

—Exactamente. Se hallaba en un campo de golf del condado y el abogado de su esposa afirma que carecemos de los procedimientos adecuados in situ para proporcionar protección ante una amenaza inevitable y predecible.

—¿Qué tal una señal de advertencia con una foto de Ben Franklin? —preguntó Stride.

—No les dé ideas —replicó Pat con una sonrisa. Y añadió—: Bueno, hablemos de temas policiales. ¿Ha hecho algún progreso Maggie con el caso del voyeur?

—Pues no. No se ha dejado ver desde el incidente con la chica discapacitada de Gary, hace un par de semanas. Tenemos apostado un coche sin identificación cerca de su vivienda todas las noches por si vuelve.

—¿Y es eso posible?

—El padre cree que ya la había espiado antes. Puede que tenga un interés especial en esa chica.

—Manténgame informada del caso —le dijo Pat—. A las familias no les preocupa que los traficantes de droga se maten entre ellos, pero se sienten desprotegidos cuando un pervertido se dedica a mirar a sus hijas por la ventana.

—Entendido.

—Me gustaría tener con usted una reunión mensual de evaluación —añadió Pat— para poder revisar los casos pendientes. ¿De acuerdo?

—Por supuesto. Me pondré de acuerdo con su ayudante.

—No trato de invadir su terreno, pero quisiera estar al tanto de lo que se cuece. No me gustaría verme sorprendida por los titulares ni que la prensa me vapulee.

—Lo entiendo —dijo Stride—. Si ocurriera algo, tanto K-2 como yo nos pondremos directamente en contacto con usted para mantenerla informada.

K-2 era el apodo departamental del inspector jefe Kyle Kinnick.

—Se lo agradeceré —contestó Pat y añadió—: Peter Stanhope me ha telefoneado esta mañana.

—¡Ah!

—Le preocupa esa periodista, Tish Verdure, y el libro que está escribiendo sobre un asesinato sin resolver de la década de los setenta. El periódico de hoy habla de ello en un artículo.

—Así es —dijo Stride.

—Ése es el tipo de asunto que necesito conocer de antemano, teniente. —Aunque no le hablaba con brusquedad, su tono de voz era frío y directo—. Sobre todo si está involucrado alguien como Peter Stanhope. No me gusta encontrarme en desventaja cuando el mayor contribuyente de nuestra campaña me telefonea para hablar de una investigación de asesinato y no sé nada al respecto.

Stride asintió.

—Tiene razón. Le pido disculpas. Debería haberla llamado la primera vez que vi a Tish y tuve conocimiento de su proyecto. Ingenuamente, no creí que…

Pat lo interrumpió con un ademán.

—No importa. No quiero ni explicaciones ni excusas. Ya está hecho. Sólo quiero que haya quedado claro para el futuro, ¿de acuerdo?

—Completamente.

—Ahora hábleme de ese caso. Tengo entendido que conocía a la víctima.

—Era la hermana de mi esposa.

—Oh, ya veo. Lo siento. Cuénteme qué sucedió.

Stride le hizo un resumen de los hechos y volvió a recrear la investigación para ella. Asimismo, le explicó cuanto sabía del libro de Tish y de las pruebas de ADN que se habían llevado a cabo en las últimas semanas.

Pat dio un sorbo a su vaso de vino y escuchó atentamente el relato.

—Peter me preguntó si teníamos intención de reabrir la investigación de ese caso.

—No creo que tengamos pruebas suficientes para ello —contestó Stride—. Hasta el momento, no ha cambiado en absoluto la hipótesis original: que Laura fue asesinada por un vagabundo. Tish no ha mencionado nada que refute o desacredite esa hipótesis.

—Pero usted ha mandado hacer pruebas de evidencias físicas.

Stride asintió.

—Es verdad. Si hubiéramos hecho una comparativa de ADN y hubiéramos averiguado quién acosaba a Laura, o de quién era el semen que se encontró cerca de su cadáver, ciertamente eso hubiera cambiado las cosas. Tendríamos más preguntas que hacer y, en potencia, a alguien con información nueva.

—Además de lo que me ha contado, también ha desaparecido una evidencia física clave —comentó Pat—. A saber, el arma del asesino. Tampoco sabemos cómo encontrar a ese vagabundo después de treinta años, ni si aún está vivo. No sé cómo podría encargarme de armar un caso contra alguien en esas circunstancias.

—De acuerdo —dijo Stride—. Tenemos muchos sospechosos y muchas dudas razonables.

—Lo que significa que debemos ser extremadamente cautelosos en cuanto a permitir que las especulaciones se filtren a los medios de comunicación. No quiero que se juzgue a nadie en la prensa cuando no tenemos intención de presentar cargos contra ese alguien en el juzgado.

—Se refiere a Peter Stanhope —dijo Stride.

—Me refiero a cualquiera. —Pat hizo una pausa—. Mire, teniente, soy una persona práctica. Ambos sabemos que el dinero es poderoso caballero. Si yo pudiera probar que Peter Stanhope es culpable de algo, ¿le arrojaría ese libro a la cara? Por supuesto. ¿Quiero que usted evite que se extiendan los rumores sobre él si no podemos probar que es culpable de algo? Por supuesto. Diría lo mismo respecto de cualquier sospechoso, pero sí, tengo que ser sumamente cuidadosa cuando se trata de alguien que es un amigo y simpatizante. La vida es así.

—Soy plenamente consciente de ello.

—Desconozco por completo cómo era Peter Stanhope de adolescente o de joven. Todo cuanto puedo decirle es que mi firma de abogados se dedica a otro campo distinto al suyo en cuanto a litigios, y que mis socios hablan maravillas de su profesionalidad.

—Comprendido.

—Así que establezcamos algunas reglas básicas. Primero, será cauteloso en extremo con lo que le cuente a Tish Verdure. No la conocemos. Es periodista y un peligro en potencia. Lo último que necesitamos es que convierta esto en el caso Martha Moxley[4], ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Stride no mencionó que acababa de tener un encuentro con Tish y que había compartido con ella cierta información que probablemente no debería haberle contado. Como la existencia de semen cerca del cuerpo de Laura.

Pat levantó dos dedos.

—Segundo, los dos sabemos que este caso podría explotarnos en las manos con independencia de lo que hagamos. Si Tish logra captar el interés de algún medio de comunicación neoyorquino vamos a tener que enfrentarnos a cientos de preguntas. Y eso acabaría emitiéndose en 20/20 o en Caso abierto. Y en la prensa nacional.

—¿Y qué sugiere? —preguntó Stride.

—Sugiero que se asegure de estudiar el caso al dedillo. ¿De acuerdo? Que lo revise punto por punto. Asegúrese de que es capaz de responder a cualquier pregunta que pueda surgir. Repase la investigación de cabo a rabo, pero sea discreto.

Stride titubeó.

—¿Qué sucede? —quiso saber Pat.

—Sospecho que la investigación original pudo haber sido manipulada.

Pat asintió.

—Lo dice por Ray Wallace.

—Sí.

—Ray pertenece al pasado, pero me han llegado rumores. Se convirtió en todo un problema.

—Ray era un buen policía, pero cruzó la línea —explicó Stride—. Puede que se precipitara al proporcionar una teoría respecto al asesinato para exonerar a Peter Stanhope. Y puede que hiciera desaparecer el arma del crimen y la carta original del acosador.

—Si Ray la jodió, deberíamos saberlo antes de que Tish o alguien más se nos adelante.

—Por supuesto.

—Y una última cosa —añadió Pat.

—¿Sí?

—En cualquier momento puedo acabar con esto de raíz. Si lo único que hacemos es mordernos la cola y resulta obvio que nunca vamos a encontrar las pruebas suficientes para procesar a nadie, me veré obligada a cerrar el caso. Lo siento, sé que esa chica significaba mucho para usted y para su difunta esposa. Pero si no encontramos nada nuevo, entonces Tish y usted tendrán que hacerse a la idea de que el caso permanecerá sin resolver.