Esa mañana de miércoles, Serena conducía por el Point en dirección oeste. Después de bastantes días de lluvia, las nubes habían desaparecido del lago y ahora la ciudad disfrutaba del sol y el calor. En el puerto en calma que quedaba a su izquierda, descubrió la superestructura de color óxido de un buque metalífero transportando su carga por las aguas profundas hacia el puente levadizo. Lanzó una imprecación. Ya llegaba tarde a su reunión con Peter Stanhope, y sabía que tendría que esperar diez minutos a que la embarcación dejara libre el canal y pusiera rumbo al mar abierto.
Como suponía, el puente estaba alzado. El suyo era el cuarto vehículo en cola. Aparcó, bajó la ventanilla para dejar entrar la brisa húmeda y cogió un libro de bolsillo de Louise Penny. Si vives en el Point, siempre vas preparado para las demoras en el puente. Serena ya había leído unas cuantas páginas de Still Life cuando vio el gigantesco barco deslizarse bajo la estructura del puente. Las embarcaciones siempre parecían atravesar el puente a escasos centímetros de éste, y constituían un espectáculo impresionante, vasto y silencioso. Cuando el barco y el puente intercambiaron despedidas con varios toques de sirena, Serena volvió a meterse en el Mustang y, un par de minutos después, se dirigía por Canal Park hacia el centro de la ciudad.
La firma de abogados de Peter Stanhope ocupaba las dos últimas plantas del edificio Lonsdale, situado en el área comercial de la calle Superior, entre bancos, brokers, abogados y empleados gubernamentales que marcaban el ritmo de la ciudad. La fachada de ladrillo cobrizo estaba elegantemente cincelada y el perfil del tejado parecía una columna dórica. El edificio era más pequeño que los rascacielos circundantes y databa de 1894. Peter podía haber escogido un entorno más elevado y moderno en la torre de cristal del edificio del banco una manzana al este, pero le había explicado a Serena que quería que su oficina tuviera un vínculo con un pasado más glamuroso, cuando la ciudad, al igual que su padre, era rica y próspera.
Serena encontró un parquímetro y se apresuró entre el tráfico hasta la calle Superior. Vestía un traje pantalón negro de raya diplomática que resaltaba sus largas piernas, tacones de aguja y blusa de seda turquesa por fuera. Llevaba la negra melena suelta, por los hombros, y una pequeña maleta color burdeos; parecía haberse vestido como una ejecutiva de altos vuelos, lo que le producía una extraña sensación. Cuando era una policía de Las Vegas, usaba vaqueros ceñidos y camisetas sin mangas y llevaba la placa colgando del cinturón.
Cogió el ascensor hasta la última planta a las diez y diez. Le horrorizaba llegar tarde, pero se relajó cuando la recepcionista le dijo que Peter estaba reunido y que, como mínimo, llevaba un retraso de veinte minutos en su horario. Tomó asiento en un sofá, luego se levantó y se dedicó a pasear tranquilamente por la sala de espera.
El mobiliario del vestíbulo era antiguo y caro. Las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y negro del padre de Peter, edificios de la posguerra, barcos y vagones de Stanhope Industries. Serena vio también objetos modernos de interés, incluidos titulares de prensa enmarcados sobre las victorias más importantes obtenidas en litigios por la firma de abogados de Peter. Habían ganado cuarenta millones de dólares en indemnizaciones por daños y perjuicios de un fabricante de Twin Cities por un stent coronario defectuoso. A ellos les siguieron casi veinte millones de dólares por el accidente de un autobús escolar que causó la muerte de un niño. Y un largo etcétera. Peter y sus socios eran abogados vindicativos especializados en daños personales.
Serena se preguntaba, y no por primera vez, qué hacía allí. Ella era detective de homicidios. Investigadora privada. Le llevó mucho tiempo imaginarse a sí misma trabajando para un bufete de abogados, aunque el trabajo no fuera tan diferente del que había desempeñado hasta entonces. Seguiría entrevistándose con víctimas y testigos. Intentaría recabar información en el interior de las compañías para destapar lo que sus ejecutivos querían ocultar. Aún se trataba de un trabajo de investigación. Le preocupaba que el empleo no fuera tan estimulante como estar en la calle, pero la experiencia vivida el pasado invierno había menoscabado su predisposición física y mental para ponerse a sí misma en constante peligro. Al menos durante un par de años, quería dar un paso atrás y replantearse la vida.
La oportunidad de hacerlo había surgido de improviso. Dos meses antes, Peter Stanhope había leído un artículo en la prensa de Duluth sobre la experiencia de Serena como detective en Las Vegas. La telefoneó para que colaborara con él como freelance en un caso de facturaciones fraudulentas en el hospital de Twin Cities. A lo largo de las seis semanas siguientes, Serena entabló amistad con dos enfermeras y un contable, quien le entregó los documentos que permitieron a los abogados de Peter interponer la demanda de petición de pruebas y negociar un acuerdo por la vía rápida. Peter estaba tan impresionado que llamó a Serena a la semana siguiente para pedirle que se uniera a la firma como empleada fija.
La había confundido la renuencia de Stride cuando ella le habló de la oferta, porque Serena sabía que él quería que encontrase un trabajo menos peligroso. Ahora qué conocía su pasado con Peter, lo entendía todo. También su entusiasmo se había enfriado.
Un pasante acompañó a Serena hasta el despacho de Peter a las 10.45. La suite esquinera se hallaba en la parte trasera del edificio y gozaba de una amplia panorámica del lago. Al igual que el resto de la oficina, el despacho de Peter estaba decorado como si estuvieran en 1950. Hasta cierto punto, pensaba Serena, Peter intentaba mantenerse a la altura del legado de su padre. No debía de ser fácil vivir a la sombra de un magnate industrial. Serena consideraba que era curioso que, tras el fallecimiento de Randall Stanhope, lo primero que hizo Peter fue vender el negocio familiar.
Peter rodeó su escritorio y le estrechó la mano con firmeza.
—Serena, lamento haberte hecho esperar —dijo—. Esto es lo que nosotros llamamos «horario de abogado». Llegamos tarde a todas partes excepto a las comparecencias en los juzgados. Gajes del oficio.
—No importa —le tranquilizó Serena.
Peter hizo un gesto con la mano en dirección a la mesa ovalada de conferencias de madera de roble situada cerca de la ventana.
—Por favor.
Los dos tomaron asiento. Serena se fijó en una fotografía situada por encima del hombro de Peter en la que se veía a Randall Stanhope y su hijo, que en la imagen tendría unos diez años, sobre el arco del andamio levadizo del puente del canal de navegación, cerca del Point.
Peter vio que ella observaba la imagen.
—Es una de las pocas fotos que tengo de mi padre y yo juntos —le explicó—. Randall no pasaba mucho tiempo conmigo. Quien diga que aquéllos no fueron tiempos difíciles desconoce por completo lo duro que tuvo que trabajar.
—Me sorprende que te hayas convertido en abogado y no en consejero delegado de Stanhope Industries —comentó Serena.
—Las vi venir —replicó Peter—. El dinero a espuertas hacía mucho que se había esfumado del negocio del acero para no volver. Demasiada competencia extranjera. Cuando Randall murió, decidí que fuera otro quien llevara la compañía a la quiebra. Y así fue.
—¿Por eso decidiste convertirte en abogado?
Sí. Probablemente Randall se esté revolviendo en la tumba. Odiaba a los abogados. Sin embargo, para mí, los litigios son la quintaesencia de la competitividad. —Y añadió—: ¿Quieres un café?
—Cómo no.
Peter regresó al escritorio para telefonear a su secretaria.
Era la segunda vez que Serena se citaba con Peter Stanhope en persona. Peter no escondía su dinero. Su traje había sido confeccionado con un tejido gris marengo que brillaba bajo la luz. Sus zapatos parecían espejos. Llevaba una corbata de seda color ámbar con un pañuelo a juego en el bolsillo de la americana, un reloj Tiffany y gemelos de plata con sus iniciales grabadas. Con tacones, Serena era unos cinco centímetros más alta que él. Era un hombre atractivo, fornido y musculoso. Tenía un mentón recio, la nariz quemada por el sol y la cara llena de pecas. Llevaba gafas que dibujaban dos círculos de alambre alrededor de sus ojos. El pelo, que le empezaba a ralear, se lo peinaba hacia atrás. Al igual que Stride, rozaba la cincuentena.
Serena siempre había pensado que la inteligencia se reflejaba en los ojos, y los de Peter eran inteligentes. Se comportaba con elegancia y confianza, como alguien que se siente a gusto en su propia piel. Aun así, no es posible tener tanta riqueza y tanto éxito sin rezumar arrogancia. De vez en cuando, Peter se sonreía y Serena veía al gallito que asomaba de su interior. Ella sabía que los abogados eran unos expertos en ponerse máscaras y se preguntaba quién era el verdadero Peter: el profesional inteligente o el adolescente arrogante. Probablemente fuera los dos.
—¿Te has pensado lo del empleó? —Le preguntó él mientras volvía a sentarse.
—Lo he hecho, y aún estoy en ello. Espero que no te moleste.
—Por supuesto que no. Tómate todo el tiempo que necesites, pero ni un minuto más. Te quiero conmigo. Harías un gran trabajo aquí. Además, tu sueldo sería mucho mayor del que hayas ganado nunca como detective o investigadora privada.
—Eso no es muy difícil de superar —dijo ella irónicamente.
—Me comentaste que tenías que hablar conmigo. Supongo que querrás hacerme algunas preguntas.
—Así es, pero no respecto al trabajo.
—Ah.
—Me preguntaba si recuerdas a una mujer llamada Tish Verdure —inquirió Serena.
Peter se retrepó en la silla y frunció los labios.
—Tish Verdure. Estoy seguro de que había una chica en mi instituto llamada Tish.
—Así es.
—Bien, ¿y qué pasa con ella?
—Ha vuelto a la ciudad. Está escribiendo un libro sobre el asesinato de Laura Starr.
El rostro de Peter se ensombreció.
—Lo que significa que habrás oído algunas historias sobre mi época de adolescente.
—Correcto.
—Historias que hacen que te preguntes si quieres trabajar con un hombre como yo.
—Sí, así es —admitió Serena.
Peter irguió la silla y se inclinó por encima de la mesa.
—Pues bien, valoro tu franqueza, y también yo voy a intentar serte franco. Antes que nada, vamos a dejar algo claro: no voy a disculparme ni por lo que soy ni por lo que fui. En la escuela era un capullo, y muchos te dirán que aún lo soy. Y probablemente entre ésos se incluyan muchas de las mujeres con las que salí.
—Eso es más o menos lo que he oído.
Peter se encogió de hombros.
—No me sorprende, ni me importa lo que piensen. Mira, por aquel entonces, Randall estaba forrado y yo creía que eso me daría carta blanca para gobernar el mundo. Yo era un chico listo y no me amilanaba ante nada. Me acosté con todas las chicas que pude. Era un arrogante hijo de puta.
—¿Intentas ganar puntos con tu honestidad?
—En absoluto. Ya te lo he dicho: sin disculpas. Ése soy yo.
—Ya sabes que mi pareja es Jonathan Stride —dijo Serena.
—Desde luego. En el instituto no llegué a conocer bien al teniente Stride, ni tampoco ahora lo conozco muy bien. Pero por lo que recuerdo dudo mucho que tenga una buena impresión de mí.
—Ya puedes decirlo.
—Pues muy bien, pero hasta aquí puedes llegar. Yo no maté a Laura Starr.
—¿Quién lo hizo?
—La policía dijo que fue un vagabundo.
—¿Y qué creías tú?
—Todo lo que sé es que no fui yo.
—La asesinaron con tu bate de béisbol.
—Eso no prueba nada. El bate estaba tirado en el campo y cualquiera pudo cogerlo.
La secretaria de Peter llamó a la puerta y entró con una cafetera pequeña de plata y dos tazas de porcelana. Sirvió el café y se marchó sin decir una sola palabra. Serena lo probó y reconoció el sabor fuerte de Starbuck’s.
—Así que intuyo que esa escritora, Tish, me tiene en su punto de mira —comentó Peter—. Quiere inculparme del asesinato.
—Desde luego estás en su lista.
—Sabes que la publicidad negativa no me quita el sueño. Casi siempre ando bien servido de ella. Simplemente, no soporto que usen chismorrees desfasados en mi contra.
—No estoy segura de que eso pueda considerarse un chismorreo —repuso Serena—. Stride me ha dicho que se te consideraba sospechoso. Hay quien cree que Ray Wallace te desvió deliberadamente del rumbo de la investigación.
—Ray era un policía problemático. Los dos lo sabemos.
—Pocos años después, lo obligaron a dimitir como jefe de policía debido a un intento de soborno que salpicó a Stanhope Industries —señaló Serena.
—Eso fue mucho después de que yo vendiera la compañía.
—Sí, pero la amistad con Ray empezó con Randall. Tu padre.
—Todo cuanto puedo decirte es que si Ray me ayudó bajo mano, fue cosa suya. Yo era inocente.
Serena frunció el ceño. Peter era convincente, pero vender historias a un jurado formaba parte de su trabajo.
—Explícame todo lo que recuerdes de Tish Verdure —le pidió ella.
Peter dio un sorbo a su café.
—Recuerdo que Laura y ella eran uña y carne. Las dos eran rubias y guapas.
—¿Saliste con Tish? —preguntó Serena.
—Por supuesto que sí, fui por ella. Por aquel entonces iba detrás de cualquier rubia con un buen par de tetas. Y aún lo hago. Tish dijo que no. Me sentó como un jarro de agua fría.
—¿A ti?
Peter sonrió burlonamente. Serena vio de nuevo en sus ojos al gallito que había sido.
—Asombroso, ¿eh? Bueno, Tish era una chica rara. Laura era para ella mucho más que una amiga. Se queda sin padre, y luego le pegan un tiro a la madre. Una vida muy dura.
Serena levantó una mano.
—Espera un momento, ¿dispararon a la madre de Tish?
—En efecto.
—¿Qué sucedió? —preguntó.
Peter frunció los labios.
—Trabajaba de cajera en un banco del centro. Hubo un robo y la cosa se puso fea. La madre fue una de las rehenes que no salió con vida.
—¿Cuándo ocurrió eso?
—Oh, no lo recuerdo. Mucho antes del instituto. Probablemente, Tish ni siquiera era una adolescente cuando sucedió. Me enteré de lo ocurrido porque los chicos siempre hablaban de ello. Todos se preguntaban por qué Tish era tan reservada al respecto, y el rumor sobre su madre se extendió como un reguero de pólvora. Como ya te he dicho, era una chica rara.
—Pero, aun así, le pediste para salir.
—Era un esclavo de mi libido —contestó Peter—. Hay cosas que no cambian nunca.
—¿Detrás de quién fuiste primero? ¿De Tish o de Laura?
—En realidad, de Tish.
—Y cuando ella te dijo que no, ¿fuiste tras su mejor amiga?
—Algo así.
Serena negó con la cabeza.
—Tienes razón, Peter. Por aquel entonces eras un auténtico capullo.
—Nunca he dicho que no lo fuera.
—¿Te molestó que Tish te rechazara?
—No mucho.
—No imagino a muchas chicas rechazándote.
—Pues por eso no me molestó —respondió Peter con una sonrisilla.
—He oído que Tish y Laura tuvieron una buena trifulca esa primavera. ¿Puede ser que discutieran por ti?
—¿Por mí? No se me ocurre por qué.
—A no ser que fuera porque por aquel entonces salías con Laura, ¿es así?
Peter observó a Serena. Tomó otro sorbo de café.
—Así es.
—Y puede que a Tish no le gustara que Laura saliera contigo.
—En ese caso, jamás oí nada al respecto.
—¿Cómo conociste a Laura?
—Íbamos juntos a la clase de geometría de la señorita Mathisen durante el penúltimo curso. Al igual que Tish.
—Tish nos ha contado que Laura rompió contigo después de un par de citas porque querías acostarte con ella y Laura no aceptó.
—¿Eso ha dicho? Pues bien, se equivoca, aunque de eso ya hace mucho.
—¿Hay algún motivo por el que Laura quisiera mantener vuestra relación en secreto?
—Ni idea, pero también tú has sido adolescente. ¿No es ésa la clase de cosas que hacen las adolescentes?
—A veces.
Serena quería hacerle más preguntas sobre la noche que asesinaron a Laura, pero sabía que ya no podía seguir presionando a Peter. El resto estaba en manos de Jonny. Él era el policía, no ella. Ya no.
—Te agradezco que hayas aceptado contestar a todas estas preguntas —le dijo—. Supongo que en el fondo sigo siendo una detective.
—Por eso quiero contratarte.
—Lo sé. Te daré una respuesta cuanto antes.
—Puede que me ponga en contacto contigo mucho antes —dijo Peter.
—Ah.
—Tengo otro trabajo de freelance para ti.
—¿De qué se trata? —preguntó Serena.
—Bueno, si Tish insiste en la idea de escribir ese libro, puede que eso me cause problemas con los medios de comunicación. Sacarán a relucir una vez más todas esas viejas patrañas. Voy a necesitar tu ayuda.
—¿Qué puedo hacer?
—Puedes encontrar a la persona que mató a Laura —le dijo Peter—. O al menos, puedes demostrar que no fui yo.