A medianoche, Stride tomó el camino de entrada de su chalé. No tenía garaje, tan sólo una parcela de tierra enlodada donde aparcar. En invierno, tendían unos cables eléctricos desde la casa para enchufarlos en los automóviles y mantener los motores calientes durante las gélidas horas nocturnas. Metió como pudo el Expedition en el hueco que había cerca de la valla junto al Mustang de Serena y se apeó del auto. Una lluvia ligera le siguió mientras avanzaba por el césped y subía los escalones del porche delantero.
Dentro de la vivienda, las luces estaban apagadas, pero cuando abrió la puerta vio que en la chimenea del otro lado del salón ardía un fuego. La leña se había convertido en cenizas y brasas. Una balada de Patty Loveless sonaba en el estéreo. Stride oyó a Patty cantar sobre una mujer moribunda que subía a las estrellas. Había escuchado esa canción cientos de veces cuando Cindy agonizaba e, incluso ahora, hacía que se le rompiera el corazón.
Serena estaba sentada en el suelo en la postura de loto, con los ojos cerrados y expresión tranquila. Había empezado a hacer yoga como parte de su método de recuperación de las quemaduras que había sufrido durante un incendio que había tenido lugar meses atrás. La intensidad mental de los ejercicios también le ayudaba a controlar los recuerdos de los abusos a los que había sido sometida durante la infancia. Parecía funcionar. Estaba más en paz consigo misma que nunca desde que se habían conocido.
Físicamente, Serena era muy diferente a Cindy. Era alta y corpulenta. El cabello oscuro le llegaba hasta los hombros pero era más espeso y ondulado que el de Cindy. Tenía la frente amplia y los ojos de color verde esmeralda. Su piel era brillante, pero él aún podía ver las cicatrices que las laceraciones habían dejado en sus piernas. Se estaba recuperando de los estragos causados por el incendio; ya podía correr sin que le fallaran las piernas o los pulmones, pero se había visto obligada a aceptar que su cuerpo había quedado tocado. Que ya no era perfecto. Que no sería joven para siempre. Era el pacto con el diablo que todos hacían con su edad, pero Serena lo había pospuesto durante más tiempo que la mayoría. Había ocultado su cuerpo tras el incendio, incluso a Stride, pero ahora volvía a usar pantalón corto sin que le importara que la gente la viera. También había ganado unos kilos en primavera, al no poder hacer ejercicio con la misma intensidad que en el pasado. Seguía una dieta para perderlos, aunque a Stride le traían sin cuidado. Él pensaba que tenía un aspecto voluptuoso.
Abrió los ojos cuando él tomó asiento en la butaca de cuero que había junto a ella. Con cuidado, desdobló las piernas y las extendió. Además de los pantalones cortos, llevaba puesto un sujetador negro que le cubría sus voluminosos pechos. Se había recogido el pelo en una cola de caballo.
—Es tarde —le dijo.
—Sí, perdona, perdí la noción del tiempo.
—¿Has estado con ella?
No detectó ningún deje de celos en su voz, pero aun así quiso tranquilizarla.
—No, hace horas que dejé a Tish en el paseo. He revisado los documentos policiales y apartado los del asesinato de Laura para repasar de nuevo el archivo. Cuando me di cuenta ya era casi medianoche.
—Te tiene preocupado, ¿no es cierto? —preguntó Serena.
—Supongo que sí.
—¿Qué piensas de ella?
Stride restregó las yemas de los dedos contra las tachuelas de metal de la butaca de cuero rojo.
—Me oculta algo. No sé el qué, pero no me gusta nada. —Y añadió—: Y me he dado cuenta de que no te cae bien.
Serena negó con la cabeza.
—Te equivocas.
—Venga ya. Vi cómo se te ponía el vello de punta.
—Pues no es así. Soy yo la que no le caigo bien a ella. Hay una gran diferencia.
—¿Y cómo lo sabes?
—Las mujeres sabemos ese tipo de cosas, Jonny.
Stride no estaba dispuesto a discutir.
—¿Encontraste algo en el archivo policial? —preguntó Serena.
—No, pero Tish tiene algo nuevo.
Le habló de la carta que le había dado y de la posibilidad de encontrar ADN en el sello o en la solapa del sobre.
Serena digirió la información y luego lo estudió con una mirada meditabunda.
—Me sorprende que nunca me contaras nada ni de Laura ni de su muerte. Llevamos juntos bastante tiempo, Jonny. ¿Hay algún motivo por el que no quisieras compartirlo conmigo?
No supo qué contestar, porque no estaba seguro de por qué se había guardado esa historia para él. Esa semana de julio le había cambiado tanto, y en tantos aspectos, que nunca volvió a ser el mismo. Durante esa semana tomó conciencia de que iba a pasar el resto de su vida con Cindy. Esa semana, la misma que conoció a Ray Wallace, había decidido que una manera de luchar contra la muerte era convertirse en policía. También había descubierto lo doloroso que era cometer errores y que algunas equivocaciones jamás podían rectificarse. Cuando pensaba en lo que era ahora, podía dibujar una fina línea recta que conducía directamente a ese verano. Aun así, nunca había sido capaz de hablar de ello. Apenas hablaba de las pasiones que lo impulsaban. Era consciente de que durante los dos años que había invertido persuadiendo a Serena para que compartiera sus secretos del pasado, él casi nunca había dedicado tiempo a compartir los suyos.
Serena vio por su silencio que no estaba preparado para contarle nada. No le presionó. En su lugar, su rostro se suavizó con una sonrisa burlona.
—Adivina qué he hecho esta tarde —dijo. Él ladeó la cabeza con una pregunta muda—. He ido a la biblioteca y he encontrado una copia de tu anuario del instituto de 1977 —le informó.
—Oh, no —repuso él.
Serena se inclinó hacia él y murmuró:
—Bonito peinado.
—Por aquel entonces llevaba el pelo largo.
—Tú y Shawn Cassidy.
—Eran los setenta, por el amor de Dios. La década en que el gusto desapareció.
—No, no, me gusta. Menudo rompecorazones estabas hecho. Tan serio… ¡Y qué ojos! ¿Qué decía Cindy de ellos? ¿Ojos de pirata? Es como si te estuviera viendo, Jonny. Provocativo, meditabundo, un atormentado detective en potencia.
Serena se tapó la boca y se echó a reír.
—Pasas demasiado tiempo con Maggie —le dijo.
—También vi una foto de Cindy. Nunca había visto una fotografía de cuando era joven. Era increíble.
—Sí, lo era.
—Tenía un rostro muy interesante.
—Se lo comenté una vez y por poco me hace una cara nueva.
—No, en serio, con esos ojazos, esa nariz respingona y el pelo azabache, era digna de ser mirada. Entiendo que te enamorases de ella. Quiero decir que Laura era la típica adolescente guapa, pero Cindy era única. —Dejó que el silencio se alargara y luego añadió—: Háblame de Laura. ¿Cómo era?
—En realidad no llegué a conocerla bien —admitió Stride—. No paraba mucho en casa cuando yo iba por allí. Siempre creí que era una de esas chicas a quienes les resultaba molesto ser guapas. No le gustaba que los chicos la mirasen.
—¿Cindy y ella estaban unidas?
—No. En realidad no mucho. No eran enemigas como otras hermanas, pero cada una tenía su vida. Cuando asesinaron a Laura, Cindy lamentó sinceramente que hubieran estado tan distanciadas. Creía que se había perdido lo que significaba tener una hermana.
—También vi a Tish en el anuario —le dijo Serena—. No mintió sobre su relación con Laura. Las he visto juntas en tres fotos distintas, colgadas una de la otra como si fueran inseparables.
—Un tanto para Tish —comentó Stride.
—Aunque tú nunca las viste juntas, ¿no es verdad? Ni siquiera conocías a Tish. ¿Por qué?
—Tish dice que Laura y ella tuvieron una discusión y que se trasladó a St. Paul después de graduarse. Eso fue entre mayo y junio, cuando Cindy y yo empezamos a salir.
—¿Te explicó Tish el motivo de la pelea?
—Asegura que no lo recuerda y que fue por algo sin importancia. Creo que miente en ambos casos.
—Así pues, ¿por qué fue?
—No lo sé, pero ¿por qué acostumbran las chicas a discutir entre ellas? —preguntó Stride.
—Por los chicos.
—Eso suponía.
—¿Se te ocurre de quién podría tratarse?
—Tish dice que Laura quedó unas cuantas veces con Peter Stanhope. Prácticamente lo ha acusado de ser quien acosaba a Laura.
Serena frunció el ceño.
—Peter.
—Lo siento, pero está metido hasta el cuello en este caso —dijo Stride.
—¿Por qué no me lo contaste? Sabía que estabas disgustado cuando empecé a trabajar para la firma de abogados de Peter, pero no me di cuenta de que hubiera tantas cosas entre vosotros.
—Hace treinta años de eso. Apenas he hablado con él desde entonces. La gente cambia.
Eso era mentira. Stride creía que en realidad nadie cambiaba. No le entusiasmaba la idea de que Serena aceptara un empleo en la firma de abogados de Peter Stanhope, pero al mismo tiempo quería que dejara las calles. Que estuviera a salvo. El incendio en el que casi perdió la vida aquel invierno no había sido un accidente. Su carrera la había puesto en el punto de mira de un acosador, y Stride se encontró a sí mismo batallando con su ansiedad cuando ella volvió a las calles. Serena era una ex policía de homicidios de Las Vegas, una de las ciudades más duras que él pudiera imaginar. Su formación la había convertido en alguien extremadamente independiente. Aun así, ahora comprendía las emociones que Cindy debía de experimentar cada vez que él salía de casa, y el miedo que revolotearía por su mente cuando contestaba al teléfono. Para la esposa de un policía, la llamada definitiva podía producirse en cualquier momento.
—¿Puedo contarle a Peter lo de Tish y su libro? —preguntó Serena.
Stride se encogió de hombros.
—Si Tish sigue hurgando, tarde o temprano llegará a oídos de Peter. Puedes decírselo. De momento, no estoy implicado.
—¿De verdad crees que Peter pudo haber matado a Laura?
—No lo sé. Es posible, pero por entonces nadie quiso investigar el asunto.
—¿Por culpa del padre de Peter?
—Sí.
—¿Quién llevaba el caso?
Stride se rascó la cicatriz del hombro, donde una bala había profanado su carne. La herida le punzaba a modo de recordatorio.
—Ray Wallace.
Serena dejó escapar una lenta bocanada de aire.
—¿Crees que Ray hizo la vista gorda con Peter?
—Puede.
—Deberías explicarme exactamente lo que sucedió aquella noche —dijo Serena—. ¿No crees?
—Sí.
Stride formó una pirámide con los dedos, se quedó mirando el fuego de la chimenea y no dijo nada más.
—Si quieres puedo leer el informe policial —dijo Serena—. O hablar con Maggie. Aunque preferiría oírlo de ti.
Stride se pasó una mano por el pelo ondulado, como solía hacer cuando estaba tenso. Pensaba en la larga melena que llevaba por aquel entonces. Y en los dedos de Cindy acariciándole el cabello mientras estaban en el agua.
—Durante mucho tiempo Cindy y yo nos sentimos culpables —le explicó a Serena.
—¿Por qué?
—Por haber dejado sola a Laura aquella noche.
—No sabíais lo que iba a pasar.
—No, pero estaba oscuro y llovía, y los chicos habían bebido y dejamos que Laura se internara sola en el bosque. Fue una estupidez. Deberíamos habernos quedado con ella.
Serena esperó.
—Algunos de nosotros habíamos jugado a béisbol aquella noche —continuó Stride—. Yo estaba allí. Y también Peter Stanhope. Se suponía que Cindy tenía que encontrarse conmigo después; íbamos a ir un rato al lago. Ni siquiera sabía que Laura estaría con ella, pero Cindy y su hermana se pasaron por el campo mientras nosotros jugábamos y luego se marcharon solas. Yo estaba cabreado. No quería a Laura merodeando por allí.
—¿Por qué no?
—Se suponía que ésa era la noche. «La» noche. Cindy y yo habíamos planeado hacer el amor por primera vez.
—Oh —dijo Serena alargando la interjección—. Ahora lo entiendo.
—Así que en esos momentos yo no pensaba exactamente con el cerebro.
—Estoy segura.
—Lo cierto es que Cindy y yo hablarnos de ello más tarde; los dos sabíamos que algo iba mal, pero en aquel momento no le dimos importancia.
—¿Qué quieres decir con que algo iba mal?
Stride frunció el ceño.
—Esa noche había alguien en los bosques.