Hacia el final de la XII dinastía, los egipcios se encontraban en manos de una potencia extranjera a la que conocían como los setiu, los soberanos del Bajo Egipto. Nosotros los conocemos por el nombre de hicsos. Inicialmente penetraron en Egipto a través de Rethennu, el país menos fértil del este, con el fin de alimentar a sus rebaños en la exuberante región del Delta. Una vez instalados, los siguieron sus comerciantes, deseosos de aprovechar las riquezas de Egipto. Hábiles en asuntos administrativos, poco a poco fueron quitándole toda autoridad al débil gobierno egipcio hasta que tuvieron todo el control en sus manos. Fue una invasión que se produjo casi sin derramamiento de sangre, lograda a través de sutiles medios de coerción política y económica. A sus reyes poco les importaba el país; lo saquearon para sus propios fines y, siguiendo las costumbres de sus predecesores egipcios, consiguieron someter eficazmente al pueblo. A mediados de la XVII dinastía, llevaban poco más de doscientos años firmemente arraigados en Egipto, gobernando desde su capital del norte, Het-Uart, la Casa de la Pierna.
Pero un hombre del sur de Egipto, Seqenenra Tao, príncipe de Weset, se rebeló. Sosteniendo que descendía del último rey verdadero, emprendió con sus hijos una guerra de reconquista. La ciénaga de los hipopótamos, primer volumen de la trilogía «Los señores de los Dos Reinos», es su historia.