Capítulo 5

Bueno, por fin estamos reunidos —dijo Broichan. Se hallaban los cinco en su habitación, con el guardaespaldas de Aniel, Breth, al otro lado de la puerta, y el resto de los miembros de la casa más allá, en silencio. Fuera, la luna brillaba en una noche de verano de suaves brisas y pájaros rumorosos; a la Brillante todavía le quedaba un día o dos para alcanzar su plenitud, pero ya estaban prácticamente en el solsticio. Esa noche la atmósfera del sanctasanctórum del druida estaba cargada de conspiración. Habían esperado mucho tiempo para celebrar una reunión como esa.

—Sí, en efecto. —Aniel estaba sentado a la mesa de roble y tenía ante él un pergamino, una pluma de ganso y un tintero—. Y lo mejor será que aprovechemos esta oportunidad al máximo, porque no hay duda de que a mí, por lo pronto, me vigilan mis adversarios, y sé que lo mismo puede aplicarse a Broichan. Si el más mínimo indicio de nuestra reunión llegara a oídos equivocados, podría peligrar toda la empresa y malgastarse años de esfuerzo. Sigo pensando que hubiera sido mejor haberlo hecho abiertamente mucho antes, quizá en la corte, con el apoyo público del rey Drust.

—Sabemos que eres de esta opinión, Aniel. —Fola estaba de pie delante del fuego y su figura delgada y erguida se recortaba en el fondo de llamas. La mirada fulminante de sus ojos oscuros era la misma que utilizaba con frecuencia con sus alumnas más recalcitrantes y que tenía un efecto devastador—. Si creyeras en tus palabras, no perderías el tiempo volviendo sobre cómo podrían haber sido las cosas, sino que te concentrarías en el presente y en el futuro. Ni Broichan ni tú poseéis el monopolio del riesgo, os lo aseguro. Al fin y al cabo soy la maestra de las hijas de los poderosos. Ahora, cuéntame. No he tenido oportunidad de conocer al muchacho todavía, dado lo tardío de mi llegada. Dame tu veredicto, si es que has llegado a uno. ¿La expresión petulante de Broichan está justificada?

—Fola la Directa —se rio Talorgen—. Por lo que a mí respecta, me gusta lo que he visto del joven Bridei. Ya habla como un adulto, con fluidez y prudencia. Sabe muchas cosas y no tiene miedo de entablar un debate, pero conoce sus limitaciones. Y es extraordinariamente diestro con el arco.

Aniel esbozó una fría sonrisa.

—Sabe cuándo tiene que ganar y cuándo perder —dijo—. Con el tiempo, creo que tendría la capacidad de ganarse los corazones de los hombres. Todavía es joven; la madurez de su actitud es engañosa. Las lecciones de los próximos años deben ser más duras. Las decisiones de su edad adulta supondrán una difícil prueba para él; debe desarrollar su fortaleza para adoptarlas sin flaquear.

Fuera, un pájaro que cazaba emitió un agudo y resonante reclamo mientras pasaba volando por encima del bosque. El fuego chisporroteó y Fola se apartó para dejar que su calor alcanzara a los hombres, pues incluso en aquella noche de verano, la atmósfera en la habitación de Broichan era gélida.

—¿Uist? —Fola arqueó las cejas a modo de pregunta.

El anciano druida se hallaba de pie junto a la ventana, mirando por la estrecha rendija como si sólo pudiera sobrevivir si alguna parte de él seguía libre del confinamiento de las moradas humanas, de la piedra y los techos de paja y juncos. Al volverse hacia ellos, lo hizo con una mirada distraída y extraviada.

—Es un duro viaje para un buen chico —dijo en voz baja—. Un camino con muchas vueltas y recodos, con cuchillos en la espalda, con falsas amistades y aliados desleales. La sencilla honestidad, la nobleza de intenciones, el ingenio y la compasión le permitirán avanzar cierta distancia. El muchacho conoce los poderes antiguos, los ama y los respeta. Los hombres lo honrarán por ello. Se congregarán para seguirlo. Eso debería complacerte; nos proporciona el resultado que habíamos planeado durante todos estos años. Pero Bridei pagará un precio. Veo que le espera una elección que destrozaría al hombre más fuerte de todo Fortriu. Recuérdalo, pues cuando llegue el momento va a necesitar hasta el último amigo que haya tenido nunca. —Uist se volvió nuevamente hacia la ventana; una lluvia de pequeñas partículas se soltaron de su ropa y cayeron al suelo bien barrido de la habitación.

—Mi hijo adoptivo será lo bastante fuerte como para tomar cualquier decisión. —La voz de Broichan sonó profunda y segura. Uist no replicó.

Al cabo de unos instantes, el jefe Talorgen habló una vez más.

—El Solsticio de Verano será una prueba. Quizá los dioses nos muestren si el chico es digno del futuro que tenemos pensado para él. Cuando llegue el momento, habrá muchos pretendientes al trono. Si estamos seguros de que Bridei es el hombre indicado, debemos planear lo que vendrá después. Ha recibido una educación sólida, eso es evidente en todas sus palabras. Pero ahora el muchacho necesita más oportunidades.

—Su educación está en mis manos. —El tono de Broichan no admitía desafío—. Lo acordamos cuando tomamos la decisión de seguir por este camino. Es a mí a quien corresponde determinar qué oportunidades se le presentan a Bridei y cuándo.

—Talorgen tiene razón en lo que dice —comentó Aniel con la mirada fija en Broichan—. Has mantenido al muchacho oculto aquí tiempo suficiente, y empieza a parecer como si se tratara de una búsqueda personal tuya. Somos un concilio de cinco miembros. Ninguno de nosotros debería perder eso de vista. Compartimos la responsabilidad en esto; compartimos las consecuencias de nuestro plan, ya sean buenas o malas, y, como equipo que somos, contamos con nuestro propio sistema de equilibrio de poderes. El chico debe aprender a pensar por sí mismo. Donal me ha contado que Bridei nunca ha bajado a los poblados, ni ha recorrido el lago, ni ha ido a las casas de otros muchachos de su misma edad y condición. Todo eso le va a hacer falta si tiene que ser un líder para el pueblo. Aquí no estás educando a un druida, amigo mío, sino a un rey.

La palabra quedó flotando en medio del silencio, llena de esperanza y de peligro.

—Además —intervino Fola en tono de suficiencia—, en algún momento será necesario que se le vea en la corte. Si no es ahora, tendrá que ser en los próximos años, sin duda. No hay que esperar mucho para que Drust lo conozca. Ganarse el favor del rey ahora sólo puede aumentar las posibilidades de Bridei más adelante. Hay otros jóvenes con más fuertes lazos de sangre real, Carnach del Recodo del Espino, por lo pronto. No iremos a ninguna parte con un candidato desconocido, por muy apto que sea.

—Vamos —dijo Broichan—, sentémonos y compartamos esta aguamiel. Y dadme vuestra opinión sincera. —Era al consejero del rey a quien observaba, a Aniel, el de los ojos cautos y la expresión comedida—. ¿Cuánto tiempo tenemos? ¿Otros cinco años? ¿Siete?

Aniel se aclaró la garganta.

—Debemos esperar que así sea, como mínimo —dijo—, o este chico, aunque tenga posibilidades, será demasiado joven. La salud del rey es aceptable, ni más ni menos; es propenso a los resfriados invernales y le resulta difícil contener la respiración. Aun así, excluyendo cualquier adversidad, puede que viva otros siete años. O más, si los dioses nos sonríen.

—Todos debemos rogar para que así sea —dijo Fola. Volvió su astuta mirada a Broichan, quien se la sostuvo con sus ojos oscuros e inescrutables—. Drust te necesita en la corte, amigo mío —continuó diciendo la mujer—. Echa de menos tu sabio criterio, tu impecable consejo.

—Tiene a otros para que lo guíen —repuso Broichan resueltamente—. Aniel, entre ellos; ¿quién mejor cualificado que él? Drust puede arreglárselas sin mí.

—Si te tuviera a su lado tendríamos más posibilidades de mantener las facciones bajo control y de realizar un verdadero avance por el frente occidental —observó Aniel—. Él confía en ti; siempre lo ha hecho, pues sabe que tu poder es divino. A mí simplemente me tolera.

—Entonces tienes que esforzarte para cambiar su actitud —esta vez había un dejo de brusquedad en el tono de Broichan, y Aniel apretó la boca—. Juré dedicar quince años de mi vida a esta tarea y emplearé quince años para llevarla a término, o más, si debo hacerlo. Las preocupaciones de Drust son una cosa. Esta noche hablamos del futuro de Fortriu, de la supervivencia misma de nuestro pueblo.

—Excelente retórica —comentó Talorgen—, pero de nada servirá si los escotos se preparan para atacarnos dentro de dos, cuatro o cinco años. ¿Cuánto tiempo podemos esperar a nuestro nuevo rey mientras el viejo se debilita lentamente y nuestros enemigos se acercan? Tu presencia en la corte le infundiría nuevos ánimos a Drust. Tu influencia podría hacer que Circinn se convenciera o se viera acosada y se sentara a la mesa del consejo. Eso supondría un freno visible para aquellos que buscan discretamente desestabilizar el reinado y aprovechar las oportunidades que se les presenten. El chico podría venir a Caer Pridne contigo. Entiendo que hacen falta protectores; ya lo arreglaremos.

—Los protectores no impidieron que el veneno llegara a mis labios la última vez que me aventuré a ir a la corte de Drust el Toro. Los protectores no evitaron que unos asesinos entraran en mis bosques. Ahora mismo tengo preparadas unas disposiciones más efectivas, pero estos son asuntos trascendentales y el momento es peligroso. El chico es joven; joven e inocente. No sabe nada de las intenciones que tenemos para él; le he ocultado la verdadera identidad de su madre. Se aplicará con más eficacia en aprender si no tiene que llevar sobre sus hombros la pesada carga de nuestras expectativas. No es apropiado exponerlo a los peligros de la corte, creedme.

En aquellos momentos todos lo estaban mirando.

—Lo que yo creo —dijo Aniel en un tono harto significativo— es lo que hasta ahora era increíble: que Broichan, el perfecto indiferente, se las ha arreglado para tomarle cariño a su hijo adoptivo y sencillamente desea retenerlo en casa un poco más de tiempo. Estos pensamientos tan blandos pueden resultar peligrosos, mi querido druida; podrían interponerse en nuestro propósito común, te lo aseguro.

—Vamos, vamos. —Uist habló sin darse la vuelta—. No podemos permitirnos el lujo de pelearnos entre nosotros. Fola, sugiere tú un compromiso. Aceptémoslo todos y luego dejemos que los dioses decidan por nosotros de una vez por todas.

Fola entrelazó sus suaves y pequeñas manos frente a ella sobre la mesa.

—Muy bien —dijo—. Se quedará aquí unos cuantos años más, puesto que tienes razón, el muchacho todavía es muy joven. Pero de ahora en adelante permitirás las visitas. Quizá los hijos del mismo Talorgen podrían venir a pasar un verano. Eso no entrañaría peligro, sin duda. Dejarás salir un poco a Bridei con la protección adecuada. Hay que dejar que un niño vea las fiestas de la aldea, que disfrute de un poco de buena música y de buena compañía. ¡Sólo el Cuervo Negro sabe qué clase de vida familiar le has podido dar al chico en esta casa en la que no ha podido tener más compañía que la de unos adustos criados! La madre de Bridei estaría horrorizada. Ya debió de resultarle bastante duro separarse de él, tomar la decisión. Anfreda siempre comprendió la importancia de la fe, el poder de las viejas costumbres para unir a los priteni y conservar la fuerza de nuestro pueblo. Ella nos dio al hijo más adecuado para llevar a cabo la gran tarea que ha de venir: el más sensato, el más fuerte, aquel en el que su propia sangre corría con más pureza. Pero es una madre; debió de sufrir terriblemente al separarse de él. Supongo que pensó que crecería en compañía de otros niños, de lo contrario nunca hubiese dejado que nos lo lleváramos.

Broichan no dijo nada.

—Dentro de uno o dos años lo mandarás a pasar una temporada con Talorgen en el Pozo del Cuervo —prosiguió la mujer sabia—. Para entonces ya será un jovencito y le hará falta pasar un tiempo en la casa de un adalid. Dreseida es pariente de su madre; seguro que se alegra. Para entonces le habrás hablado de su linaje y de su destino. A partir de ahí, Talorgen puede presentarlo en la corte junto con sus propios hijos. De ese modo es menos probable que el chico atraiga la atención de las personas equivocadas. Todavía pasará algún tiempo aquí, por supuesto. No puedes prescindir de las enseñanzas de Erip y Wid. No sé cómo convenciste a esos dos granujas para que salieran de su exilio voluntario, pero no podías haber hecho nada mejor.

Broichan miraba fijamente el fuego como si no la hubiese oído.

—Estás preocupado —dijo Talorgen—. Ármalo con conocimientos y habilidades. Y proporciónale también una buena guardia. Donal es el mejor; viajará con el chico, claro está. Yo proporcionaré a otros, con discreción. Su presencia en Caer Pridne será simplemente como amigo de mi hijo. Creo que podremos evitar llamar demasiado la atención.

—Si supiéramos a qué enemigos temer y a cuáles sólo vigilar, todo esto podría lograrse con mucha más facilidad. Cuando llegue el momento habrá varios candidatos con posibilidades de reinar. Cada uno de ellos tendrá sus partidarios. Todos serán vulnerables.

—Esto es el futuro lejano —dijo Fola—. Queda mucho tiempo para planear las cosas. Bueno, ¿estamos todos de acuerdo?

—Esperemos al solsticio. —Si Broichan había tenido un momento de incertidumbre, ya había pasado; su tono fue autoritario—. Si los dioses hablan, si nos confirman lo que creemos que es cierto, entonces todo se desarrollará como propones.

—¿Y si no? —Aniel arqueó las cejas a modo de interrogación.

—Si no, lo devolveré con su padre a Gwynedd —contestó Broichan como si tal cosa—. Y ahora retirémonos; volveremos a hablar mañana. Tengo entendido que Talorgen se ha comprometido para un paseo a caballo a primera hora de la mañana. Mi hijo adoptivo lo mantiene ocupado. Buenas noches, amigos míos, que la Brillante guarde vuestros sueños.

Los hombres se despidieron con cortesía uno detrás de otro. Fola, sin embargo, permaneció sentada a la mesa de roble y, al ver la mirada que había en sus ojos, Broichan cerró la puerta en cuanto los demás hubieron salido y volvió para tomar asiento frente a la mujer sabia.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Te he molestado de algún modo?

La expresión de Fola sugería que se aproximaba un interrogatorio.

—¿Molestado? No, viejo amigo. Pero has sumado otra sorpresa a la que ya tuve de camino aquí por la Cañada. Esta noche se ha hecho referencia al aislamiento de Bridei, a la falta de compañía que tiene en una casa de hombres y mujeres adultos.

—¿Y?

—No es cierto, ¿verdad? —dijo la mujer sabia mientras se servía de la jarra de aguamiel y llenaba otra copa para el druida—. En la fortaleza del enigmático y poderoso Broichan, antiguo mago y consejero real, no hay sólo un niño. Hay dos.

En la frente de Broichan apareció una arruga apenas perceptible. No dijo nada.

—¿Cómo llegó aquí? —le preguntó Fola con más delicadeza—. He oído una historia sobre la luna y el Solsticio de Invierno.

—¿Quién te lo ha contado? —su tono era glacial.

—Eso no importa. Me debes una respuesta. La educación de Bridei no es únicamente privilegio tuyo, amigo mío, por muy fuerte que sea tu necesidad de controlarlo todo. Es nuestro; es una tarea encomendada por los dioses a nosotros cinco. Los miembros de nuestro concilio no se mienten los unos a los otros.

—Yo no hago eso.

—Tú ocultas la verdad. Es lo mismo. Este asunto podría afectar al futuro del chico. Deberías haberlo dicho antes. Tengo entendido que lleva seis años aquí. Las actitudes de un niño pueden quedar determinadas en un período mucho más corto que ese. ¿Por qué la acogiste? El sentimentalismo nunca ha formado parte de tu carácter; la compasión no es tu cualidad más destacada.

El druida se permitió esbozar una fría sonrisa.

—Tú siempre tan sincera en tus opiniones, Fola.

—No veo necesidad de ocultarlas o suavizarlas contigo. Eres lo bastante fuerte como para escuchar la verdad.

—Dime cómo te enteraste de lo de la otra criatura, de la niña. No se encuentra aquí en estos momentos. No puedes haberla visto.

—¡No me digas que estás intentando negociar! ¿Pretendes un intercambio de información? —las cejas de Fola se alzaron con fingido horror.

—¿Cómo iba a atreverme a hacer nada semejante cuando Fola la Temible me clava la mirada con terrible desaprobación? Simplemente era una petición. Los miembros de mi casa están obligados a guardar el secreto sobre esto, al igual que sobre otras muchas cosas. Debo saber quién rompió esa promesa. En Pitnochie no hay lugar para la desobediencia.

—¿Se aplica también la misma norma para los niños? —preguntó la mujer sabia como sin darle importancia.

—Todo el mundo tiene que obedecer. No hay que quebrantar la disciplina… —Broichan hizo una pausa—. ¿Qué me estás diciendo? ¿Que te encontraste con la niña? ¿Que Tuala habló contigo?

—La misma, con seis años y enfrentándose a la añoranza de su hogar con todas sus considerables fuerzas —dijo la mujer sabia, y cruzó los brazos sobre la mesa frente a ella—. Pasé justo por el lugar donde al parecer la mandaste para que no la viera nadie. Ella no tiene ningún deseo de romper ninguna promesa, Broichan. Guardó silencio denodadamente; me costó bastante trabajo sacarle la historia.

—Será castigada —dijo el druida con ecuanimidad—. Su sitio en mi casa es, como mucho, endeble; puede que sea pequeña, pero comprende que la desobediencia implica un castigo.

—¿Cuál es? —el tono de Fola no reveló en absoluto sus pensamientos.

—Esta casa no puede albergarla si no sigue las reglas.

—Y la mandarás… ¿adónde?

Broichan puso mala cara.

—Ya viste lo que es, seguro. La historia es cierta: la dejaron en mi umbral el día del Solsticio de Invierno, bajo la luna llena. Bridei se despertó y la metió en casa convencido de que la Brillante le confiaba la criatura a él, a nosotros, que la diosa la había dejado a nuestro cuidado. El chico se ganó a los miembros de la casa con un simple truco de magia doméstica. Cuando regresé de Caer Pridne la pequeña ya era el alma de la casa y no pude echarla.

—Un problema —señaló Fola en voz baja—. Vamos, bébete la aguamiel y no seas tan estirado con todo este asunto. Comprendo tus sentimientos y tus dificultades. No en balde he sido maestra de jovencitas todos estos años. Es evidente que la niña le tiene un profundo cariño a Bridei; sin duda él siente lo mismo por ella, basándose en su convicción de que los espíritus lo han elegido como su protector. El hecho de que lo privaras de la compañía de otros niños ha fortalecido el vínculo entre ellos, no hay duda. Se consideran hermano y hermana; se necesitan, puesto que ambos se han visto privados de una familia.

—Como su padre adoptivo —la voz de Broichan sonó tensa— he hecho cuanto he podido para guiar y apoyar al chico. Tiene los más excelentes profesores y una casa en la que se satisfacen todas sus necesidades diarias.

—Qué triste —observó Fola— que al parecer pienses que eso basta. ¿Por qué hiciste marchar a Tuala? Parece una niña tranquila y educada, que difícilmente te avergonzaría, ni siquiera en compañía de cuatro temibles desconocidos.

—Vamos, venga, esto es un poco falso. Ella es lo que es. Ahí radica el dilema. Debo respetar a los dioses; no tengo intención de desobedecer a la Brillante, si es que la teoría de Bridei es correcta. Le he enseñado a respetar cualquier forma de vida y a considerar a todos los seres como partes entretejidas del mismo todo. De modo que Tuala se quedó. Un asunto sencillo si Bridei fuera mi verdadero hijo y estuviera destinado para un futuro como mago o guerrero. Pero no es mi hijo. Es el hijo de una princesa de los priteni y su destino es guiar a nuestro pueblo como debería hacerlo un verdadero rey. Es el candidato que hemos elegido. ¿Cuál crees que fue el precio que tuvo que pagar Anfreda al prometernos un hijo suyo para este propósito aún antes de abandonar Fortriu para vivir en tierras lejanas? Cada paso del camino de Bridei ha sido planeado; cada curva del recorrido debe ser controlada. Si su futuro no es gobernado por nuestro concilio de los cinco, todo fracasará y nuestra triste patria nunca volverá a reunirse en la verdadera práctica de la antigua fe. Estoy de acuerdo, la pequeña parece inofensiva. Pero es el único elemento impredecible en esta empresa, el único y pequeño factor cuyo control escapa a nuestro poder. Conoces la naturaleza caprichosa de los Seres Buenos. Mal podemos permitirnos que uno de ellos se introduzca en nuestros planes, como un hilo combado y retorcido que serpentea por un tapiz grande y perfecto.

—No obstante —terció Fola en tono cansino—, no puedes mandarla a ningún sitio. ¿Quién la acogería? ¿Cómo ibas a desterrarla sin traicionar la confianza de la Brillante? ¿Cómo podrías expulsarla sin perder para siempre el amor y el respeto de tu hijo adoptivo? No me extraña que frunzas el ceño.

—Presiento el peligro en la pequeña. Es muy poquita cosa, pero tiene algo: una fuerza más allá de lo evidente. Me teme y desconfía de mí, su conducta lo deja bastante claro. Me da la impresión de que, al igual que una cosa salvaje medio domesticada, se limita a aguardar el momento oportuno para volverse a morder la mano que le da de comer. Una criatura así podría minar nuestros planes. Si ejerce una influencia excesiva sobre Bridei, puede tener la capacidad de desviarlo de su camino.

—Quizá es que está aburrida —dijo Fola.

—¿Aburrida? —la voz del druida denotó absoluto asombro—. Imposible. Aquí nadie tiene tiempo de holgazanear. Fola lo miró.

—Querido —dijo—, siento cierta lástima por Bridei, y más aún por Tuala, pues tus palabras sobre criaturas que muerden me dice que no comprendes lo que es ser niño. ¿Acaso nunca fuiste joven? ¿Te has olvidado de lo que se siente cuando te excluyen, de lo que es estar solo, que te nieguen lo que a otros les dan por derecho? ¿O es que apareciste ya crecido y capaz de enfrentarte de manera competente con cualquier destino que te encontraras en tu camino?

Broichan no respondió.

—No me gustan las negociaciones ni los tratos. —La mujer sabia se bebió la aguamiel que le quedaba—. De todos modos, creo que podría ofrecerte uno que contribuirá en gran medida a resolver tu dilema, así como a disipar mis inquietudes sobre la educación de estos niños.

—Cuéntame.

Fola se puso de pie.

—Todavía no. Primero quiero conocer al muchacho y ver si mi intuición sobre él es correcta. Y esperaré hasta que haya pasado el ritual del solsticio. Eso nos dará las respuestas de los dioses. Entonces volveré a hablar contigo.

—¿Tienes pensado discutirlo con nuestros compañeros mientras tanto? ¿Buscar sus sabias opiniones sobre el tema de mis deficiencias como padre adoptivo?

Fola esperó unos instantes antes de responder.

—He puesto el dedo en la llaga; perdóname, nunca imaginé que la tuvieras, viejo amigo. De momento dejemos que esto quede entre nosotros dos. En cuanto a las deficiencias, no juzgaré este tema hasta que no haya hablado con Bridei.

La mañana resultó gratificante. Había cabalgado hasta el Rasguño del Águila con Donal, Talorgen y el segundo guardaespaldas de Aniel, que se llamaba Garth, y al regreso habían echado una carrera en la que Bridei y Llamarada se habían desenvuelto de un modo muy respetable. El ganador fue Talorgen, con su fornida yegua de patas fuertes. Luego Erip y Wid le habían dado una clase sobre el uso de los símbolos de clan, durante la cual habían entrado el consejero Aniel y el druida montaraz, que se habían acomodado para escuchar. Ninguno de los dos fue capaz de guardar silencio; hubo teorías y contradicciones en abundancia. Fue una de las mejores clases que había tenido nunca Bridei.

Después de eso se disculpó y subió hasta los robles para sentarse un rato a solas. Parecía lo más correcto, aunque Tuala no estuviera y no fuera a volver hasta después del solsticio. Si se sentaba tranquilamente en el lugar favorito de la pequeña, razonó Bridei, tal vez ella sentiría cercana su presencia aunque estuviera en la Cresta de los Robles, tan lejos Cañada abajo. La magia de los lugares era así. La Diosa Madre mantenía unida toda la tierra; su cuerpo era la tierra, sosteniendo y vinculando la vida que la habitaba. Si se quedaba allí sentado entre las raíces de roble, igual que si fuera la propia Tuala, y pensaba en la manera en que el árbol se extendía hacia abajo, hacia el centro de la tierra, quizá sus pensamientos podrían trasladarse de una parte de la Diosa Madre a otra, desde Pitnochie a un pequeño lugar seguro del bosque donde Tuala también estaba sentada pensando y soñando. «No pasa nada —le dijo—. Pronto volverás a casa». Con los ojos cerrados, podía ver su carita preocupada, sus grandes y extraños ojos.

—Al parecer no dejo de encontrarme a jovencitos bajo los árboles —dijo una enérgica voz—. No sabría decir lo que significa. Bridei, ¿verdad? Anoche llegué demasiado tarde para saludarte.

El chico se puso en pie de un salto, se sacudió la tierra de la ropa y saludó con un educado gesto de la cabeza a la anciana que tenía ante él.

—Lo siento —dijo—. No te vi llegar. Sí, soy Bridei.

—Y yo soy Fola; te ahorraré el bochorno de tener que preguntármelo. Normalmente se me encuentra en Banmerren, donde dirijo un establecimiento en el que las jóvenes aprenden las costumbres de la diosa en todos sus aspectos. Tengo un mensaje para ti. —Sacó un trozo de cinta bastante gastado, que una vez había sido azul, y se lo puso en la mano.

—¡Oh! —Lo reconoció al instante; había vuelto a atar esa trenza más veces de las que podía contar—. ¿Pasaste por la Cresta de los Robles de camino hacia aquí?

—Mis asuntos me llevaron a esa parte de la Cañada, sí.

—¿Tuala está bien?

—Pues claro. ¿Por qué no iba a estarlo?

Eso tenía varias respuestas posibles: «Porque es pequeña, porque no quería marcharse, porque le tiene miedo a Broichan. Porque no puede dormir sin su historia».

—Es un largo camino —dijo Bridei.

Fola sonrió.

—Te ha educado un hombre con un gran talento para no responder a las preguntas —comentó—. Tu hermana parecía encontrarse bien de salud. Por lo visto te echaba de menos, aunque ella no lo dijo con tantas palabras. Creo que se pondrá muy contenta al regresar a Pitnochie.

Bridei asintió con la cabeza y se metió la cinta en el bolsillo.

—En realidad no es mi hermana —dijo.

—¿Ah, no?

—No exactamente. Ambos somos hijos adoptivos de Broichan.

Fola sonrió.

—Dudo mucho que Broichan lo vea de este modo —observó.

Bridei no dijo nada. Probablemente se tratara de otra prueba, una más difícil, pues con aquella anciana de nariz afilada y ojos brillantes no había modo de saber cuáles eran las respuestas adecuadas. Una cosa sí era segura, no iba a tolerar ni una sola crítica sobre su padre adoptivo, aun cuando Broichan hubiera hecho marchar a Tuala.

—Tal vez no —dijo con prudencia—. Pero lo somos de todos modos. Mi padre me mandó aquí para que me educaran. A Tuala la envió la mismísima Brillante.

—¿Para que la educaran?

—Por alguna razón —contestó Bridei—. Y yo intento que aprenda. Ya sabe contar hasta cincuenta, conoce un poco el ritual y muchas historias. Pero no hay mucho tiempo para todo eso.

—Hablaré con Broichan —dijo Fola resueltamente—. Esta situación es ridícula. Debe compartir tus lecciones. Habrá muchas cosas que no comprenderá, pero se empapará de todo lo que pueda.

Su seguridad era admirable. El chico dudaba mucho que la mujer pudiera convencer al druida para que accediera, pero no se lo dijo.

—A Tuala le gustaría.

—Lo sé. Ahora dime una cosa, Bridei. Conozco la historia sobre cómo la encontraste. Sé que tú comprendes su origen, qué es y de dónde vino. No estoy segura de que entiendas lo difícil que puede ser para ella más adelante. Piensa en ello. Piensa en cómo serán las cosas cuando Tuala y tú seáis mayores. Considera el mundo en el que los dos tendréis que vivir. ¿Qué hará ella? ¿Cómo puede ser su vida?

Él no estaba seguro de lo que la mujer sabia quería decir.

—Aquí en Pitnochie todo el mundo la quiere. —Esa parte no era del todo cierta. No se podía asociar la palabra amor con el propio Broichan—. Aquí es feliz. Pertenece a este lugar.

—Tú no vivirás aquí para siempre, Bridei. Un día serás un hombre y seguirás tu propia vocación, harás tus propios viajes. Me da la impresión de que eres el centro del mundo de esa chiquilla. ¿Qué hará ella sin ti? La gente no se fía de los Seres Buenos. Tuala no siempre encontrará amabilidad en el más ancho mundo de los humanos.

—¿A qué te refieres? —preguntó el chico, desconcertado—. ¿Me estás diciendo tú también que tendría que haberla dejado en la nieve? No voy a escucharlo… —De repente estaba enojado.

—Yo no te estoy diciendo nada —repuso Fola en voz baja—. Tómate mis preguntas como lo que son. En ellas no hay lecciones ni juicios. Lo único que quiero es una respuesta meditada.

Bridei se obligó a respirar siguiendo un ritmo determinado hasta que se le pasó el enfado. Se obligó a mirar a la mujer sabia directamente a los ojos, oscuros y penetrantes.

—Tuala es fuerte —dijo—. Seguirá el camino que ella elija. Su vida puede ser cualquier cosa que ella quiera que sea.

—¿Y tú?

—¿Yo? Yo la ayudaré y la protegeré, me aseguraré de que no esté sola. Como un hermano, pero sin serlo.

—Entiendo. ¿Y qué me dices de tu vida? ¿Y si tu camino te lleva lejos y no puedes cumplir con esta responsabilidad para con una hermana pequeña que no lo es?

Bridei frunció el ceño.

—Mi padre adoptivo todavía no me ha dicho lo que tiene pensado para mí. Podría ser que tuviera que irme un tiempo, claro, Talorgen dijo que podía quedarme en el Pozo del Cuervo, pero para entonces Tuala será mayor. Y cuando crezcamos podremos tener nuestra propia casa. Tendrá que estar cerca del bosque; ella necesita tener los árboles cerca.

—La mayor parte del tiempo uno tiende a olvidarse de lo joven que eres, Bridei —dijo Fola, en cuyos labios se dibujó una sonrisa irónica—. Broichan te ha educado para que hables y también para que escuches como un erudito. Sólo de vez en cuando veo al niño que hay debajo y reconozco que todavía eres eso: un niño. Dime, ¿qué es lo que quieres tú? ¿Cuál es el futuro que desearías para ti?

La única manera de responder a eso era diciendo la verdad.

—Volver a unir los reinos de los priteni —dijo sencillamente Bridei—. Volver a hacer que Circinn forme parte de Fortriu. Recuperar la práctica adecuada de la antigua fe, de modo que todos nosotros honremos a los antepasados como deberíamos. Para expulsar a los escotos y traer la paz. Eso es lo que quiero hacer.

—¿Alguna otra cosa?

Tardó un momento en darse cuenta de que la mujer estaba bromeando. Notó que se sonrojaba.

—Supongo que parece un ideal demasiado elevado; ¿cómo podría aspirar a empezarlo siquiera? Es una tarea para un gran líder. Entiendo por qué te has reído de mí. Pero tú preguntaste y yo te di una respuesta sincera. Estas aspiraciones deberían estar en la cabeza y el corazón de todos los hombres y mujeres de Fortriu. Todos deberíamos esforzarnos por alcanzarlas.

Fola movió la cabeza en señal de asentimiento.

—No me estaba riendo de ti, hijo —repuso—. Aplaudo tu coraje y tus ideales, y ruego para que vivas para conseguirlos. Ahora tengo otra pregunta que hacerte.

Había resultado una conversación difícil. A Bridei le costaba imaginar lo que podría venir a continuación.

—Dime —dijo Fola—, ¿y si Broichan te mandara de vuelta a casa, a Gwynedd?

Bridei fue presa de un repentino horror. ¿Acaso la mujer sabia sabía algo que su padre adoptivo no le había contado?

—Al final no sabes qué decir, después de afrontar expertamente el resto de mi interrogatorio. Me pregunto por qué.

—¿Te lo ha dicho él? —espetó Bridei a pesar de que no era esa su intención—. ¿Va a enviarme de vuelta a Gwynedd?

Ella lo contempló, solemne como un búho.

—¿No quieres ver a tu familia?

Contuvo la primera respuesta, «Mi familia está aquí, mi familia son Broichan, Donal y Tuala».

—Claro —le contestó educadamente.

—No te creo —replicó Fola—. Todas tus palabras están plagadas de cautela, excepto cuando en la conversación se menciona algo que te importa de verdad. Entonces tus facciones cambian, tus ojos se iluminan y dejas de hablar como un anciano prudente o un confuso druida y me muestras un atisbo de ti mismo. Lo que a ti te importa es Fortriu y la Cañada, la Brillante y, por supuesto, la pequeña que la diosa dejó a tu cuidado. Has olvidado Gwynedd. ¿Cuánto tiempo llevas en Pitnochie, siete, ocho años? Dudo que puedas acordarte siquiera del aspecto que tienen tus padres.

Bridei inclinó la cabeza.

—Debe de haber sido una vida solitaria —añadió ella en voz baja.

—Estuvo bien.

—Ya. Pero procuraste que no fuera igual para Tuala. ¿Verdad?

—Broichan es un buen padre adoptivo. El mejor.

—Y tú eres un hijo fiel. Hijo adoptivo. Muy bien, Bridei, te has desenvuelto de forma admirable; Broichan te ha entrenado de forma experta para esta clase de combate. A tu hermanita también se le da bastante bien, a pesar de no ser mucho mayor que un ratón de campo. Sabes que el ritual del solsticio es una especie de prueba, ¿verdad? —de pronto volvió hacia él su intensa mirada.

—Sí —contestó Bridei—. No estoy seguro de qué exactamente. Tendré que hacerlo lo mejor que pueda y espero que los dioses me muestren el camino.

—No tengo ni la más mínima duda de que es lo que harán —dijo la mujer sabia.

Tuala sabía algunas cosas sobre el solsticio. Bridei le había enseñado a observar el sol a medida que se iba aproximando el día del Solsticio de Verano, a comprobar su posición en un punto, por ejemplo, en un árbol o en una piedra, hasta la mañana en que su salida retrocedía para darle un arco más estrecho a su recorrido. Se velaba la salida del sol durante tres días seguidos y cada día tenía su práctica ritual particular. En casa, en Pitnochie, Broichan estaría llevando a cabo las solemnes ceremonias y Bridei lo estaría ayudando. Allí en la Cresta de los Robles apenas se observaba el momento de cambio del año. No lejos de la cabaña había un manantial hasta el que se dirigieron andando, una vez terminado el trabajo de la mañana, las dos mujeres mayores, la joven y la propia Tuala, mientras que el gatito, Bruma, seguía sus pasos por entre la maleza, tan pronto agazapándose como avanzando a todo correr, su rabo como un susurro de color gris entre las onduladas frondas de los helechos. El agua brotaba por entre las piedras y caía a una pequeña poza redonda sobre la cual los saúcos extendían unas ramas largas y delgadas. Cada una de las mujeres anudaba allí un retazo de tela de color —Tuala hubiera hecho lo mismo, pero había vuelto a perder su cinta y no tenía ninguna otra cosa que pudiera usar— y Brenna y la niña hicieron juntas un dibujo con piedras blancas junto al borde del agua. Dedicaron una sencilla oración a la diosa, y hasta eso hicieron con expresión avinagrada y mirada adusta la madre y la tía de Brenna. Tuala nunca había visto unas personas tan tristes, tan enojadas. Había muchas cosas por las que sonreír, incluso sintiéndote solo: la salida del sol, el dibujo que los helechos trazaban en torno a las rocas cubiertas de musgo, el magnífico olor a húmedo del pequeño claro, el susurro de la voz de la diosa…

—¿Puedo quedarme aquí un poco más? —le preguntó a Brenna—. Sólo un poco. Desde aquí veo la casa; volveré directamente, lo prometo.

Las mujeres mayores ya se estaban encaminando de nuevo hacia la casa por el sendero. Brenna dudó.

—Lo prometo —volvió a decir Tuala, intentando parecer la niña más obediente del mundo.

—De acuerdo —asintió la muchacha. Su rostro se veía más alegre ahora que se acercaba el día en que Cinioch vendría a buscarlas para llevarlas a casa; ya no tenía los ojos enrojecidos y esbozó una lánguida sonrisa—. Has sido una buena chica, Tuala. Ten cuidado; no te mojes la ropa.

—Sí, Brenna.

En realidad, Tuala ya había estado allí varias veces, con la única compañía de Bruma. Desde la mañana en que había descubierto sin querer que, en realidad, lo de la hidromancia era increíblemente fácil y que apenas necesitaba practicar, la charca la había llamado con fuerza y había pasado tanto tiempo allí agachada contemplando sus aguas sombrías como lo había hecho en la cuna de las viejas raíces del roble. La primera vez estaba mirando en el agua por si veía algún pez y, antes de haber tenido oportunidad de comprobar si había alguno, había aparecido la imagen en la superficie, una imagen de árboles, cielo y senderos del bosque que no era un reflejo, pues lo que veía era la colina que se alzaba sobre Pitnochie, y allí, en medio de la pequeña charca, estaban Bridei y su poni Llamarada, cabalgando hacia el Rasguño del Águila. Lo único que tenía que hacer para que la imagen no se desvaneciera era permanecer quieta y respirar rítmicamente. No era en absoluto difícil.

Cuando empezó a visitar el lugar con más frecuencia y a mirar en la poza a horas diferentes en días distintos, Tuala vio algunas imágenes que la preocuparon. Había cosas que no podían ser «ahora», cosas que debían de ser de «hacía tiempo» o que «todavía estaban por venir». Era una lástima que Bridei no estuviera allí; tenía muchas preguntas para las que necesitaba respuestas. ¿Por qué había gente que era tan cruel con los demás? ¿Por qué se peleaban, discutían y se enfadaban cuando eso no resolvía nada? ¿Quiénes eran los guerreros pelirrojos que no dejaba de ver en el agua, con la mirada calmada y fría puesta en la muerte? ¿El joven que había allí, el que tenía unos rizos castaños y una luz en el rostro como una llama de valentía, era realmente una versión adulta del propio Bridei? Y de ser así, ¿por qué nunca se veía a ella misma? ¿Era normal que cuando practicaba la hidromancia sintiera una extraña comezón, como si por todo el pequeño claro donde el manantial brotaba de la tierra hubiera unos observadores silenciosos e invisibles?

Aquel día volvían a estar allí. Tuala podía notarlo: un círculo de miradas fijas en ella, un corro de seres centrados en ella. No podía ver nada aparte de un leve resplandor en la atmósfera, una ligera alteración en la forma en que estaban las cosas. Sus ojos le decían que allí no había nadie. Sin embargo, sabía que no estaba sola. Cuando se arrodilló junto a la charca, bajo el saúco cargado de pequeños retazos de lana, tiras de cuero, trocitos de cinta descoloridos, las ofrendas de los caminantes estación tras estación, pudo notar cómo se arrodillaban a su lado, frente a ella, detrás de ella, siguiendo cada uno de sus movimientos, respirando a su mismo ritmo, como si ellos y ella fueran un solo y mismo ser.

—¿Quiénes sois? —susurró casi con enojo—. ¿Por qué no os dejáis ver?

Pero no hubo respuesta aparte de un débil sonido parecido al de la brisa entre las hojas, y luego el silencio.

En la imagen del agua era mediodía, mediodía en Pitnochie, pues se veía la casa de Broichan entre los robles engañosos y luego las aguas del lago de la Serpiente que destellaban bajo el sol, protegidas por unas colinas oscuras cubiertas de árboles. Vio a Fidich que subía renqueando por una cuesta bajo los pinos hacia una cima pelada donde se estaba reuniendo la gente. Tuala conocía aquel lugar. Lo llamaban la Colina del Árbol del Alba, pues en ella se alzaba un venerable y añoso roble solitario en cuya frondosa copa se reflejaba la luz del sol naciente. Allí, Broichan y Bridei habrían velado la última noche y las dos anteriores, señalando el lugar por donde el Guardián de las Llamas perforaba el horizonte.

Se estaba formando un círculo sobre las losas que había en la cima; los miembros de la casa de Pitnochie ya se habían congregado allí. Vio a Broichan, alto y solemne con sus vestiduras negras y con una daga ritual en las manos hecha de cuerno y plata. Llevaba puesta una corona de hojas de roble sobre su cabello trenzado. La expresión de su rostro hizo que Tuala se estremeciera.

Había personas a las que conocía y otras a las que no. Estaban Mara, Donal y Ferat, y la mayoría de los hombres de armas. Había otros guerreros a los que no había visto nunca y que tenían el rostro tatuado con símbolos de clan y recuentos de batallas. Había un druida de blancas vestiduras que llevaba un haz de ramas en la mano. También vio a esa anciana, a Fola; ella llevaba un cuenco de bronce lleno de agua que en aquellos momentos colocó en el cuadrante oeste del círculo.

Tuala se movió un poco y se inclinó para acercarse más a la superficie de la poza. Bruma se hallaba agazapado a su lado, con la cola erizada, las patas cuidadosamente metidas bajo el pecho de la niña y los ojos sesgados fijos en la quietud del agua. Quizá tuviera su propia visión felina.

Las imágenes se desarrollaron como un baile solemne: Broichan caminaba al tiempo que trazaba el espacio sagrado con la punta de su daga; en cada cuadrante su voz decía las palabras rituales de reconocimiento y saludo. El círculo se roció con agua y el humo de las ramas que ardían flotaba sobre él, una limpieza elemental. Entonces Tuala vio que la mujer sabia daba un paso al frente desde el norte, el lugar de la tierra. Fola ya no parecía menuda e inofensiva, sino fuerte y poderosa, la personificación de la Diosa Madre. Alzó los brazos y profirió un desafío: «¿Quién eres? ¿Por qué vienes aquí? ¡Cuéntanoslo!». Tuala no oía nada; ningún sonido rompía la calma del pequeño claro. Pero conocía las palabras; Bridei le había transmitido sus conocimientos de forma concienzuda.

Tres hombres avanzaron desde el círculo. Uno era el druida vestido de blanco, un anciano con unos ojos pálidos y penetrantes y una alborotada mata de cabello níveo en el que había enredadas semillas, ramitas y hojas. Entre sus dedos nudosos sostenía una pluma tan blanca como su ropa.

—La luz del sol ilumina la mente —dijo— y aclara el camino. Guardián de las Llamas, que nuestros ojos sólo vean la verdad.

El hombre que habló a continuación era un guerrero, alto, de porte erguido, sus rasgos estaban marcados con los tatuajes azules propios de su oficio. Tenía una mirada perspicaz y su presencia denotaba aplomo. Sostuvo ante él una flecha con las plumas ribeteadas de la gran águila.

—La luz del Solsticio de Verano es la luz de la valentía —el tono resonante de su voz hizo estremecer el aire frío de la cima de la colina—. Guardián de las Llamas, tú nos proporcionas la fuerza para ser hombres. Tu resplandeciente gloria inspira nuestros actos valerosos. Gracias a ti somos verdaderos hijos de Fortriu.

El tercer hombre llevaba un hueso; Tuala no reconoció a qué pertenecía, pero era pálido y largo, parecía de una pierna. El hombre tenía el cabello gris y llevaba unas vestiduras del mismo color; su tez era arrugada y tenía la frente llena de surcos, como si tuviera muchas preocupaciones. Habló con suave dignidad:

—Guardián de las Llamas, con tu calor has alimentado a los priteni desde tiempos inmemoriales, desde una estación anterior a cuando los abuelos de nuestros abuelos recorrieron la Cañada. En tu vida está la nuestra. En tu sabiduría está la nuestra. Rendimos homenaje a tu esplendor.

Después hubo un prolongado silencio. Tuala entendió que en esos momentos todos los hombres y mujeres que se hallaban allí presentes decían la palabra de inspiración secreta en lo profundo de su espíritu, y ella misma lo notó, sintió que su poder le recorría todo el cuerpo como un murmullo. Los observadores ocultos permanecían allí, un círculo de presencias invisibles por todo el manantial. Con el rabillo del ojo Tuala creyó ver manos pálidas, rostros ensombrecidos, atuendos hechos con hojas de sauce de un verde grisáceo y suaves plumas, alas plateadas y largos mechones de cabello de unos inverosímiles tonos de azul. Los ojos de aquellos seres eran un reflejo de los suyos: límpidos e incoloros, pálidos como el hielo. No iba a volver la cabeza para mirar; debía retener la imagen del agua. Porque en aquellos momentos veía a Bridei, que avanzaba desde la base del Árbol del Alba y sostenía una vela encendida frente a él. A Tuala le latió más fuerte el corazón. Se le veía tan serio, tan preocupado, como si pensara que los dioses se molestarían si daba un paso equivocado o cometía un error al pronunciar las palabras. Y tenía aspecto de estar cansado; tenía unas manchas oscuras bajo los ojos. Eso debía de ser por la vigilia de la pasada noche. Broichan siempre hacía permanecer despierto a su hijo adoptivo la víspera del día del Solsticio de Verano. Bridei se mordía el labio a causa del nerviosismo. ¡Qué tonto! ¡Pues claro que no se iba a equivocar! Por supuesto que los dioses no se enfadarían. Estaba en la mano de la Diosa Madre; el Guardián de las Llamas ardía en su interior. La Brillante lo había elegido. Era Bridei, el que siempre lo hacía todo bien.

El muchacho volvió a avanzar, entró en el círculo y empezó a recorrer un camino en espiral desde su extremo hacia el interior mientras la vela ardía constante e intensamente en sus manos. Llevaba la cabellera rizada, castaña como la corteza del roble, peinada pulcramente hacia atrás; en sus ojos se reflejaba el cielo azul del verano, cálido y brillante, y sus pasos eran perfectamente firmes. Llevaba un pequeño retazo de cinta descolorida atado a la muñeca. Tuala se encontró sonriendo; había ansiado tanto estar allí, tomar parte en aquello. Y ahora, en cierto modo, estaba allí; él la llevaba consigo. Esperó que Broichan no se enfadara por lo de la cinta.

Bridei siguió el acaracolado sendero hasta el punto central del círculo, donde entonces se hallaba su padre adoptivo con la mujer sabia a su lado. El chico alzó las manos y sostuvo la vela en alto.

—¡Esta es la llama de la esperanza y la promesa de justicia y paz por toda la tierra! —proclamó. No había ni un atisbo de nerviosismo en su tono. A juzgar por el sonido de su voz daba la impresión de que lo tuviera a su lado, cosa que hizo que Tuala se estremeciera, aunque sólo la oía con los oídos de la vidente, a quien le habla el silencio—. ¡Invoco el poder del Guardián de las Llamas y apelo a la fuerza de nuestra madre profunda, la tierra, y a la que trae las mareas, la Brillante! El sol ha triunfado; hoy alcanza su cenit. Su vida nos ha despertado y ha hecho fértil la tierra por la que caminamos. Ahora inicia su larga retirada. Ahora nos llenamos de su luz para iluminar nuestro viaje de hoy en adelante. Que cada uno de nosotros sea como una lámpara ardiendo; que cada uno de nosotros avance henchido con el resplandor de la verdad.

A continuación tenía que haber hablado Broichan, pero antes de que pudiera abrir la boca se oyó un batir de alas y un movimiento en el cielo y aparecieron dos águilas por el este. Formaban una pareja perfecta planeando con las corrientes de aire por encima de la Gran Cañada, tan pronto parecían flotar como batían sus fuertes alas en lentos y poderosos golpes que las llevaban hacia el lugar donde el chico permanecía erguido y orgulloso con la llama de la esperanza en sus manos jóvenes. Broichan no dijo ni una palabra; mientras los pájaros volaban en círculos sobre el peñasco con su danza de antigua simetría, su trama de pluma, hueso y aliento, Tuala vio con profundo asombro que al druida le corrían lágrimas por las mejillas. Tres veces pasaron los alados antes de posarse, los dos en el mismo instante, en las ramas más altas del Árbol del Alba. Plegaron sus grandes alas y se asentaron, como una vigilante presencia. El sol rozó el cabello rizado de Bridei y lo iluminó hasta que su color castaño alcanzó el rojo intenso de las hayas en otoño; los rayos del mediodía bañaban la cima de la colina con la calidez de una bendición.

Entonces, sin mediar palabra, Broichan tomó la vela de manos de su hijo adoptivo y con ella encendió una pequeña hoguera hecha con las ramas que el anciano druida había traído con él. Tuala sabía que en aquel haz irregular estarían representados todos los árboles del bosque: el roble y el fresno, el pino y el saúco, el acebo y el serbal; todos ellos daban un poco de sí mismos para fortalecer la magia encendida aquel día. La corona de roble que Broichan había llevado se fue pasando alrededor del círculo y por unos instantes coronó la cabeza de todos los presentes. Aquel era el momento para que cada uno de ellos, en silencio, renovara una promesa personal a los dioses.

Al final la corona volvió a manos del druida. Broichan la sostuvo en alto un momento y a continuación la arrojó a las llamas. Tuala tragó saliva; ya sabía que era eso lo que venía a continuación, pero aun así la impresionó, pues le parecía tan brutal como la muerte de los sueños.

Pero no lo era. Entonces todos se cogieron de las manos para recitar la antigua plegaria de paz. Las llamas se llevaban sus sueños hacia las alturas, por encima de la Gran Cañada, más arriba que el más alto de los árboles, más arriba que el vuelo de las águilas, más allá de las nubes, hasta los reinos de la Brillante y, de un fuego a otro, hasta el sol que da la vida y cuya supremacía se celebraba en aquella reunión.

Entonces se bendijeron y se compartieron el pan y la aguamiel; primero Fola y Broichan se ofrecieron los alimentos rituales el uno al otro y luego Bridei dividió la hogaza y sirvió del líquido ambarino a todos los presentes. Donal le dio unas palmaditas en el hombro, con lo que le hizo bambolear la jarra de la aguamiel. Erip y Wid sonreían como si hubieran ganado un premio. Al mirar detenidamente el agua de la reflectante charca, Tuala observó que en los rasgos impasibles de Broichan ya no había ni rastro de lágrimas. Quizá se lo había imaginado. Quizá aquello no «era», sino que «podía ser». La hidromancia era un asunto engañoso. De todos modos, vio el orgullo en la mirada del druida cuando este observaba el avance de su hijo adoptivo en torno al círculo y creyó ver la misma mirada en muchos de los rostros allí presentes, incluido el de la mujer sabia.

—¡Tuala!

Brenna la estaba llamando. La niña cerró el paso al sonido de su voz y se encorvó aún más sobre el agua. A su lado, Bruma estaba como petrificado, mirando intensamente. En torno a la poza, las presencias invisibles seguían percibiéndose en el mismo margen de visión.

Terminó la fiesta y el círculo se deshizo. La gente recogió sus pertenencias y emprendió la larga caminata colina abajo rumbo a casa. En lo alto del roble solitario, la pareja de águilas no se había movido desde que se había posado allí. Pero entonces, cuando Bridei cruzó el borde de la cima y tomó el sendero que descendía, las dos aves se alzaron en el aire una vez más y, volando de un lado a otro, cruzando y pasando con delicada precisión, le hicieron sombra al chico mientras caminaba. Los árboles crecían más espesos en aquella ladera, se amontonaban en los barrancos, alfombraban las cuestas, se abrían camino por el sendero y por sus márgenes con exuberantes brotes veraniegos de un follaje verde brillante y oscura pinocha, y bajo ellos crecían helechos, doradillas y acebos de hojas crespas y con espinas. No obstante, las águilas son unas aves con muy buena vista, príncipes entre cazadores. Mientras la imagen cambiaba una y otra vez ante ella, Tuala tuvo la impresión de que aquellas criaturas fabulosas formaban una escolta, una guardia para Bridei, proclamando su viaje como si fuera un viejo mago de una historia o un nuevo rey asumiendo el poder. Siguieron volando sobre él mientras el muchacho bajaba por entre los elevados bosques de abedules y penetraba en la intensa oscuridad de los pinos; hicieron notar su presencia bailando sobre él mientras avanzaba bajo los venerables robles y entre los encorvados saúcos que bordeaban el arroyo y el lago. Lo sobrevolaron en círculo una vez más por encima de la casa del druida cuando el chico salió del bosque junto al muro de piedra seca donde los guerreros de Broichan montaban guardia. Entonces, profiriendo un grito que provocó un cosquilleo en la espina dorsal de Tuala, las águilas se alejaron volando hacia el oeste y desaparecieron de la imagen del agua. Vio que Bridei se volvía hacia su padre adoptivo y le decía algo con una sonrisa, pero no pudo oír las palabras.

—¡Tuala!

Era hora de irse. No quería disgustar a Brenna, que ya tenía bastantes preocupaciones. Se puso de pie y alargó la mano para recoger al gatito. Alrededor de la charca hubo murmullo y agitación, y un sonido parecido a un silbido, sólo que tal vez había palabras en él: «… nuestrosss… una de los nuestrosss…». Entonces, de repente, habían desaparecido.

Aquella noche, mientras yacía despierta en tanto que Brenna dormía profundamente junto a ella, Tuala susurró una historia. Bruma sabía escuchar; su pequeña y cálida presencia en la penumbra de la noche estival hacía que la soledad fuera más fácil de soportar.

—¿Sabes que los priteni tienen dos reyes distintos, Bruma? Cada uno de ellos tiene un símbolo real diferente, grabado en las piedras de sus enormes y magníficas casas para que todo el mundo sepa quién es cada uno. Está Drust el Toro y Drust el Verraco —los dedos de Tuala acariciaron el suave pelaje del gato; acurrucado entre las finas mantas, el ronroneo de Bruma era tan fuerte que hacía vibrar todo el cuerpo de la niña—. Pero no voy a hablarte de ellos. Voy a hablarte de un rey distinto. Es una historia de esas que «podrían ser», como las imágenes de la charca. Este rey se llamaba Bridei y su símbolo era el águila…

Era una buena historia, llena de aventuras, valentía y esperanza. Era una historia sobre el destino, y a la niña se le antojaba sumamente fiel al estilo de los cuentos más antiguos y queridos. Lo único que tenía de malo la historia era que, por mucho que Tuala lo intentara, no encontraba su sitio en ella.