Capítulo 1

En un aireado pasadizo bajo la fortaleza de Dunadd, en Dalriada, dos hombres se reunieron en la oscuridad. El lugar se hallaba bien alejado de los ojos y oídos de los escotos de la corte y, por consiguiente, era adecuado para un intercambio secreto. La información que se iba a transmitir era peligrosa; si cayera en manos equivocadas podría ser mortal. El futuro de unos reinos dependía de ella.

—¿Qué tienes para mí? —En tales intercambios había unas pautas; el hombre más joven, un individuo moreno y enjuto de expresión insondable, las siguió con la facilidad que proporciona la larga experiencia.

—Un nombre —dijo el otro, un hombre alto, vestido con la túnica color rojizo de los criados domésticos del rey Gabhran—. Bridei tiene que actuar con rapidez e inteligencia si no quiere verse rodeado por el norte y por el sur.

—Ahórrame el análisis —terció el hombre moreno—. ¿Qué nombre es ese?

—¿Qué obtengo a cambio?

El hombre moreno crispó los labios.

—Tendrás la información que quieres.

Durante el silencio que siguió, el hombre alto miró a ambos lados del oscuro corredor. Todo estaba en calma; la luz de la luna penetraba oblicuamente por la distante entrada y les permitía a cada uno estudiar los rasgos del otro en la penumbra. Con tan poca luz puede resultar difícil saber si una persona miente o dice la verdad; cuesta saber hasta qué punto puedes fiarte de ella. Aquellos dos hombres eran expertos en tales valoraciones, pues la existencia de un espía es por esencia un riesgo calculado.

—Uno de los jefes de clan de los caitt —susurró el hombre alto—. Alpin del Brezal. Está al mando de un numeroso ejército privado. La alianza podría sellarse antes de la próxima primavera, a menos que tu gente haga algo para impedirlo.

El hombre moreno movió la cabeza en señal de asentimiento.

—¿Cuál de los otros jefes del norte le prestaría apoyo? ¿Umbrig?

—En mi opinión, no. Pero son parientes. Umbrig tiene ahijado en su casa a un hijo natural de Alpin. En cuanto a los demás, no sabría decirte. El jefe de clan del Brezal tiene tanto aliados como enemigos entre los suyos.

—Entiendo.

—Sería aconsejable que tu rey abordara a Alpin con prontitud —comentó el hombre alto—. Lo mejor sería que hablaras en privado con Bridei.

La expresión del hombre moreno no cambió.

—No estoy precisamente en condiciones de hacerlo —repuso con ecuanimidad—. No soy más que un portador de información. No soy el confidente del rey.

—Eso no es lo que yo he oído.

—Pues deben de haberte informado mal —replicó el hombre moreno.

—Bueno, ahora dime qué tienes tú.

La mirada del hombre moreno se había vuelto más fría.

—Gabhran tendría que cuidar sus fronteras orientales —dijo—. Si este asunto de los caitt no se lo impide, Bridei podría estar listo para llevar a cabo su gran ofensiva contra los escotos la próxima primavera. Se ha programado un consejo para la Recogida, y hay grandes esperanzas de que, finalmente, Drust el Verraco forme en las filas de Bridei.

El hombre alto emitió un gruñido de aprobación. El intercambio de información era justo. Lo que hicieran con ella era asunto de cada uno.

Se separaron sin despedirse. El hombre moreno tenía un largo camino por delante; el hombre alto estaba más cerca de casa, regresó por el pasadizo y salió a cubierto de los árboles pensando en la cena y en una cálida noche en la cama de cierta mujer acomodada.

Un niño que había salido de pesca lo encontró al cabo de unos días. La inmersión en el arroyo había hinchado y deformado su cuerpo magullado por las rocas bajo las que yacía parcialmente atascado. Se podía determinar que no había muerto ahogado, sino que lo habían estrangulado de forma experta con algo fuerte y fino, como la cuerda de un arpa.

En cuanto al hombre moreno, para entonces ya se hallaba lejos de Dunadd; cruzó de nuevo la frontera para salir del territorio escoto y penetró en las tierras del rey Bridei de los priteni. Había escondido la bolsa de plata que le habían entregado sus señores de Dalriada. Al llegar a la fortaleza de Bridei en la Colina Blanca recibiría otro pago. En su escondrijo secreto llevaba entonces una riqueza considerable, unos recursos que seguramente nunca utilizaría, puesto que no tenía esposa, hijos ni hermanos con los que gastarlos; al menos, ninguno que estuviera dispuesto a reconocer, ni siquiera ante sí mismo.

Viajó con la velocidad y eficiencia de alguien que no permite que nada lo distraiga de su objetivo. Era una pena que hubiera sido necesaria la eliminación de su contacto, pero no le había sorprendido. Pedar no era estúpido, y Faolan sabía que, con el tiempo, hubiera empezado a descubrir la verdad sobre su estrecha relación con Bridei. Había dejado vivir a su informante hasta que el peligro de quedar al descubierto ya no compensó el valor de lo que Pedar podía proporcionarle. Era necesario que sus señores de Dalriada creyeran que Faolan era absolutamente leal a su causa. Sólo le quedaba esperar que Pedar hubiera acatado los delicados códigos de toda información secreta y no hubiera compartido sus sospechas con nadie. En todo caso, Faolan tendría que mantenerse alejado de Dunadd una temporada, sólo para asegurarse. Tal vez Bridei lo enviara a servir con los guerreros de Carnach, que se preparaban para la gran guerra que se avecinaba. Quizá lo destinaran al Pozo del Cuervo, donde había otro ejército aprestándose para la ofensiva final hacia el oeste, en Dalriada. Un pequeño y honrado enfrentamiento no le vendría mal. Ya llevaba demasiado tiempo bailando en los márgenes de las cortes de los reyes y se estaba hartando de las máscaras. Bien; a buen paso y con un tiempo benigno estaría de vuelta en la Colina Blanca antes de la próxima luna llena. Mientras subía por el sendero que bordeaba el lago, rumbo al nordeste, bajo el cielo despejado de un frío día de primavera, Faolan cavilaba que quizá simplemente recuperara su antiguo papel como guardia personal. En los cinco años que habían pasado desde que Bridei fue elegido para ocupar el trono en circunstancias un tanto inusuales, nadie se había podido acercar lo suficiente para ponerle la mano encima a él o a su esposa. Faolan se había encargado de que así fuera. Cada vez que se marchaba, organizaba un infalible sistema de suplentes que cubrieran el período de su ausencia. De todas formas, nada era tan efectivo como su presencia junto a Bridei. Para su sorpresa, se dio cuenta de que aquello era casi como volver a casa.

Ana era rehén en la corte de Fortriu desde que tenía diez años y medio. Después de ocho años, reconocía que lo que en otro tiempo le había parecido una especie de prisión, si bien una en la que la cautiva comía en la mesa del rey y dormía en sábanas de lino fino y mantas de lana suave, se había convertido en algo más parecido a un hogar.

Cuando Bridei construyó su nueva fortaleza en la Colina Blanca y trasladó allí la corte de Fortriu, Ana se mudó con los demás. Tuala, la esposa de Bridei, era una de sus mejores amigas. Eso le suponía un problema a Bridei, pensaba Ana mientras guiaba la diminuta y vacilante figura del hijo del rey, Derelei, por el resguardado jardín que había dentro de los muros de la fortaleza. El único propósito de tomar rehenes era influenciar a sus parientes. Ella estaba allí a modo de garantía contra una posible revuelta por parte de su primo, que era monarca de las Islas Luminosas y rey vasallo de Bridei. A lo largo de aquellos ocho años no había habido señales de malestar en sus islas natales, por lo que parecía que su cautividad había tenido el efecto deseado. Por otro lado, los suyos no habían demostrado demasiado interés por su bienestar; su familia parecía haberse olvidado de ella. En los últimos tiempos era en la Colina Blanca donde se sentía como en casa y no imaginaba que Bridei le hiciera ningún daño si de repente sus parientes se ponían en su contra.

—¡Vaya! —exclamó Ana cuando al pequeño Derelei le fallaron las rodillas y cayó bruscamente sobre su bien acolchado trasero. Por un momento puso cara de sorpresa, luego pareció considerar si lo más indicado sería ponerse a llorar y, finalmente, extendió los brazos hacia ella, dirigiéndole un sonido que significaba: «¡Aúpame!».

—Ven aquí. —Ana levantó al niño y se lo apoyó en la cadera; era pequeño para su edad y poseía cierto aire enigmático, como el de su madre; tenía la piel blanca como la leche y unos ojos grandes y solemnes. Su cabello era castaño como el de Bridei y ya se le rizaba apretadamente.

¿Quién lo hubiera pensado en la época de Banmerren, cuando las dos eran estudiantes? Tuala estaba casada y era madre, y Ana seguía en Fortriu, soltera. Llevar la sangre real de Fortriu, con frecuencia resultaba más una maldición que un privilegio, sobre todo si se era mujer. En los territorios de los priteni, la descendencia real venía dada a través de la línea materna: los reyes no se elegían de entre los hijos de los reyes, sino de entre los hijos de las mujeres como Ana, descendientes en línea directa de las mujeres reales. Ello la convertía en una pieza importante en el gran juego de la estrategia política. El hombre que se casara con ella podría ser padre de reyes. Como monarca de Fortriu, sería Bridei quien finalmente decidiera si Ana se iba y adónde. Ella sabía que, habiendo muerto sus padres hacía tiempo y con sus familiares lejos, en las Islas Luminosas, la decisión estaba en manos de Bridei, aunque este tal vez lo consultara con su primo, por pura cortesía. Cuando era pequeña y tenía la cabeza llena de historias, había albergado la esperanza de encontrar el amor. Ahora sabía lo estúpida que había sido al esperarlo.

Para algunas personas, sin embargo, el amor podía serlo todo. Sólo había que mirar a Bridei y Tuala. Su matrimonio había parecido imposible. El poderoso Broichan, druida real y padre adoptivo de Bridei, no había visto la relación con buenos ojos. Ana miró a Derelei, que había aferrado un mechón de su largo cabello y ejercitaba sus dientes nuevos con él. Él le devolvió la mirada con unos ojos solemnes como los de un búho. No había duda de que era hijo de su madre; la herencia del Otro Mundo era evidente en su rostro diminuto, en las manos delicadas, en aquella inusual circunspección. Bridei había hecho lo inconcebible: había contraído matrimonio por amor y, como resultado de ello, ahora Fortriu tenía por reina a una mujer de los Seres Buenos. Ana sonrió para sus adentros. Tuala era una reina magnífica; fuerte, valiente y sensata. La gente la había aceptado a pesar de todas sus diferencias y su esposo la amaba con una devoción que se hacía evidente cada vez que la miraba. No obstante, Bridei era rey y hacía su trabajo en un reino de hombres poderosos y peligrosos. Llegado el momento, Ana no sería más que otra pieza útil del juego, reservada para el momento en que pudiera utilizarse de manera más ventajosa.

—¡Mamá! —dijo Derelei con énfasis al tiempo que le soltaba el pelo a Ana y volvía la cabeza hacia el arco de entrada situado en el otro extremo del jardín. Era un día soleado de primavera; la luz rozaba la enredadera que subía por la pared de piedra y creaba un dibujo con sombras de un tenue color verde. Allí no había nadie; no se oía nada aparte de las distantes voces de los hombres de armas que hacían su trabajo y del gorjeo, más cercano, de los pájaros en busca del material para construir su nido. El niño miraba fijamente la entrada y se sacudía expectante en brazos de Ana. La muchacha esperó. Al cabo de un momento, Tuala apareció por el arco de entrada, seguida por otra mujer.

—¡Mamá! —proclamó la vocecilla, y el pequeño se inclinó hacia adelante en un ángulo peligroso. Ana lo dejó en brazos de Tuala.

—Sabía que venías —comentó—. Siempre parece saberlo.

—¡Mira quién ha venido, Ana! —dijo Tuala, que se acomodó en un banco de piedra con su hijito en el regazo. La otra mujer avanzó y Ana se dio cuenta entonces de quién era.

—¡Ferada! ¡Qué alegría verte! ¡Cuéntame todas tus novedades! —Ferada, hija del influyente jefe de clan del Pozo del Cuervo, había compartido parte de su educación tanto con Ana como con Tuala en la época anterior a la subida al trono de Bridei. Unas desafortunadas circunstancias, que en gran parte no se habían hecho públicas, la habían obligado a volver a casa para supervisar a los empleados de su padre y criar a sus dos hermanos menores, y había pasado mucho tiempo desde la última vez que había visitado la corte de Bridei en la Colina Blanca. A Ana le pareció que Ferada parecía más vieja; más de lo que debería. El hecho de ser dos años mayor que sus amigas no podía ser motivo suficiente para las arrugas de cansancio que enmarcaban su boca, ni para la palidez enfermiza de su cutis. Una cosa no había cambiado: su amiga lucía un vestido inmaculado, unos cabellos peinados con cuidado y una pose extremadamente erguida.

—¿Novedades? —repitió Ferada, y juntó las manos en su regazo—. Me temo que no hay nada demasiado emocionante. He aprendido a llevar las cuentas de la casa. He conseguido inculcarles un poco de sabiduría a Uric y Bedo, con la ayuda de unos eruditos que vienen a casa… Sí, Tuala, en ese sentido he seguido el ejemplo de Broichan, pues sé que vuestros antiguos profesores hicieron un trabajo excelente contigo y con Bridei. Los chicos están bien; a Bedo se le dan bien las clases y Uric ha ido mejorando poco a poco. Ahora, por supuesto, se consideran unos hombres y creen que están por encima de esa clase de pasatiempos sedentarios. Últimamente no piensan en otra cosa que no sea el manejo de los caballos y las armas. Por lo visto mi padre cree que una estancia en la corte les será instructiva.

—Siempre he pensado que esos chiquillos tenían buen corazón —dijo Tuala, al tiempo que acariciaba, con su mano pequeña y blanca, el cabello rizado de Derelei, que se había acomodado en su regazo, agarrado a un pliegue de su túnica—. ¿Significa eso que Talorgen está buscándote pretendientes, Ferada? Sabes que dentro de poco va a celebrarse una asamblea importante; muchos jefes de clan se congregarán en la Colina Blanca para debatir la estrategia para la guerra. Es una oportunidad…

—Me imagino que, a estas alturas, todos aquellos que expresaron un interés por mí cuando tenía dieciséis años estarán ya casados —dijo Ferada—. Si mi padre está buscando un pretendiente, será entre los hombres de más edad, los que no están tan desesperados por engendrar una gran prole lo más rápido posible. —Miró a Derelei y luego su mirada se cruzó con los ojos escrutadores y la expresión ligeramente divertida de su amiga—. No te ofendas, Tuala, ya sabes que no me refiero a ti y a Bridei. ¿Acaso vosotros no esperasteis dos angustiosos años desde que os prometisteis hasta que celebrasteis vuestros esponsales formalmente? El hecho es que a las mujeres como Ana y como yo se nos considera, ante todo, ganado reproductor, y con veinte años dejamos de estar en nuestro mejor momento. Y ya que hablamos del tema, me sorprende ver que sigues aquí, Ana. Aunque estoy encantada de verte, por supuesto; os he echado muchísimo de menos a las dos. Pero me había imaginado que te habrías casado hace años. La verdad es que no carecías de pretendientes interesados. Con trece años eras toda una belleza y todavía lo sigues siendo.

Ana bajó la vista a sus manos.

—Tengo entendido que Bridei ha pensado en alguien; en un jefe de clan del norte, según me dijo. Quizá el próximo verano. Me siento como si llevara toda la vida esperando. —El comentario sobre dejar de estar en su mejor momento la había molestado, pero no quería que sus amigas se dieran cuenta. Cuando se era una mujer de estirpe real, la obligación siempre debía anteponerse a cualquier otra cosa, tal como había hecho Ferada de un modo sumamente admirable al regresar a su hogar para pasar cinco años como abnegada ama de casa. Durante aquel tiempo ya había dejado pasar numerosas oportunidades; a ese ritmo acabarían siendo dos viejas desdentadas sin esposo ni hijos.

—Lo cierto es que ha habido novedades en ese aspecto. Faolan ha regresado y Bridei quiere hablar contigo más tarde, Ana. Tengo entendido que tiene que ver con ese jefe de clan, Alpin. No quise insistir para que me diera detalles; él quería hablar a solas con Faolan.

Ana se estremeció.

—¡Ese hombre! Al mirarlo siempre me pregunto de quién será la sangre con la que se habrá manchado las manos esta vez; en qué oscura esquina habrá estado acechando. No sé cómo Bridei puede confiar en él.

Tuala la miró fijamente.

—Nunca he visto que Bridei se equivocara en su criterio —comentó en voz baja—. La información errónea, el engaño y la muerte súbita son la esencia del trabajo de Faolan. Su gran valía se debe principalmente a que hace esas cosas de manera experta y sin reparos.

—Se volvió contra su propia gente —dijo Ana—. No entiendo cómo una persona puede hacer eso.

—¿Ah, no? —Ferada arqueó las cejas—. ¿Y qué me dices de ti, que vives con satisfacción en la corte de la gente que te tomó como rehén cuando eras demasiado joven para saber lo que eso significaba? ¿Tú, que te sientes como en tu propia casa entre los que te negaron la oportunidad de crecer junto a tu familia? No es muy distinto del hecho de que Faolan recabe información en Dalriada.

—¡Basta! —intervino Tuala—. Ferada, admiro tu franqueza, siempre lo he hecho. Pero ahora estás en la Colina Blanca; deberías moderar un poco tu forma de hablar, incluso entre amigas. Ana no debería juzgar al asesino del rey y tú no deberías juzgar a Ana. En la corte han cambiado muchas cosas desde que Drust el Toro la tomó como rehén. La verdad es que difícilmente se la puede llamar así; yo la veo más como a una hermana.

—De todas formas —dijo Ferada—, veo que Bridei no la ha mandado a casa.

«A casa», pensó Ana, embargada por la amargura. Las Islas Luminosas. Durante los primeros años había anhelado regresar al reino en el que los lagos retenían la pálida luz del cielo abierto y las verdes montañas descendían hacia los pastos. El lugar de su niñez estaba lleno de antiguos mojones y misteriosas torres de piedra, de inesperados acantilados y del revoloteo de las bandadas de aves marinas. Sin embargo, en aquellos momentos, ella creía que si Bridei la mandaba allí le iba a parecer como otro exilio. En cuanto a la otra opción, la que ahora surgía ante ella como real e inmediata, le inspiraba tanto recelo que la dejaba helada. Los caitt eran un pueblo de sangre priteni, igual que la gente de su isla natal. Ella pensaba en el único jefe de clan caitt que había visto desde que era pequeña: Umbrig de Risco Tormentoso, un hombre que era como un gran oso, fiero y zafio. Umbrig había aparecido inesperadamente en la elección del rey y había emitido su voto a favor de Bridei, lo cual le permitió ganar a Drust el Verraco, monarca de Circinn, el reino priteni del sur. La gente decía que los caitt eran todos como él: enormes y feroces. Ana no se atrevía ni a pensar en compartir la cama con un hombre tan salvaje.

—Hoy Derelei ha recorrido todo el sendero cogido de mis manos —dijo, cambiando de tema—. No tardará en caminar solo. Puedes estar orgullosa de él, Tuala.

—De vez en cuando he sorprendido a Broichan mirándolo, buscando habilidades extrañas, sin duda, tratando de descubrir cuánta sangre mía lleva nuestro hijo, y cuánta de Bridei.

—A mí Broichan no me engaña —dijo Ana—. Adora al chiquillo, en la medida en que un druida real puede relajarse lo suficiente como para demostrar afecto. Obsérvalo alguna vez cuando crea que no estás mirando. Derelei es como su propio nieto.

—¿Y es así? —preguntó Ferada mientras escudriñaba al pequeño, que estaba sentado tranquilamente en las rodillas de su madre, examinándose los dedos—. Me refiero a si tiene habilidades extrañas.

Ana abrió la boca para responder, pero Tuala fue más rápida.

—Me alegraría que supiera algún hechizo para aliviar el dolor de la dentición —dijo—. Todos necesitamos dormir un poco más. Ferada, por tu mirada veo que tienes más novedades. He oído rumores de que Talorgen ha conocido a una bonita viuda. ¿O son sólo habladurías?

Ana pensó que era interesante la pericia con la que Tuala evitaba hablar de cualquier habilidad especial que pudiera mostrar su hijo y, cómo no, de su propio talento en ciertas ramas de las artes mágicas. Siendo reina, parecía decidida a eludir esos temas, como si en cierto modo pudieran ser peligrosos. Ella conocía los poderes de Tuala con la hidromancia; se habían convertido en una leyenda en Banmerren, la escuela para mujeres sabias. Y circulaba una historia muy extraña de cuando Tuala se había escapado, de lo que les había ocurrido a ella y a Bridei en el bosque de Pitnochie, una historia que ninguno de los dos había contado nunca detalladamente. No obstante, había que acatar los deseos de la reina. Si ella quería ser una persona corriente, si prefería que su hijo fuera como cualquier otro niño, había que fingir, al menos en apariencia, que así era.

Ferada se movió un poco en el banco en el que estaba sentada.

—Mi padre quiere pedir permiso para disolver su matrimonio —dijo en tono grave—. No sabemos si mi madre sigue viva, ni dónde está, sólo sabemos que se fue más allá de las fronteras de Fortriu. Mi padre tiene buenos motivos para hacerlo. Tengo entendido que es el druida del rey quien toma este tipo de decisiones. Creo que Broichan lo permitirá.

—¿Y? —Ana la animó a continuar.

—Mi padre quiere volver a casarse. La viuda se llama Brethana; es bastante joven. Me gusta, al menos en la medida en que a una chica puede gustarle la segunda esposa de su padre. A los chicos les da lo mismo. A su edad, lo único que les importa en el mundo son sus propias actividades. En cuanto mi padre contraiga matrimonio ya no habrá nada que me retenga en el Pozo del Cuervo.

Se hizo una pausa, durante la cual Tuala y Ana cruzaron una elocuente mirada.

—¿Sabes una cosa? —dijo Tuala—. Estoy completamente segura de que lo que Ferada quiere contarnos a continuación no tiene nada que ver con pretendientes ni matrimonios. Veo cierta expresión en su cara.

—¡Mmmm…! —caviló Ana—, la expresión que siempre tenía antes de salir con algo escandaloso.

—No estoy segura de que deba contároslo todavía —dijo Ferada—. Tengo que hablar con Fola.

—¡Con Fola! ¿Quieres decir con eso que vas a volver a Banmerren para convertirte en una mujer sabia? —el tono de voz de Tuala expresó la incredulidad que Ana sentía; a pesar de las aptitudes de su amiga, que eran muchas, Ferada nunca había parecido destinada a un futuro al servicio de la diosa.

Las mejillas de Ferada se sonrojaron.

—Voy a ir a Banmerren. Si Fola acude a la asamblea, hablaré con ella aquí en la Colina Blanca. Y, por supuesto, no tengo intención de convertirme en sacerdotisa. Tengo una proposición que hacerle a Fola. Me preocupa el hecho de que haya tantas jóvenes de sangre noble que reciban, en el mejor de los casos, una educación a medias, pues lo más habitual es que no se les enseñe nada más aparte de las tareas domésticas. Sé que ella les proporciona plazas en Banmerren, como hizo por Ana y por mí, pero la oferta carece de estructura y profundidad; cuando una alumna empieza a encontrar interesante la educación en Banmerren es cuando se la llevan de vuelta a casa o a la corte para desfilar ante los hombres, o a la cama de algún individuo para que este le introduzca a sus herederos en el vientre. No pongas esa cara, Tuala; sé que tu experiencia ha sido un tanto distinta pero, créeme, para la mayoría de las chicas es una cuestión brutal y arbitraria. Si hubiera un lugar en el que las jóvenes pudieran quedarse un poco más de tiempo, aprender un poco más, adquirir algunos conocimientos antes de ser arrojadas al mundo de los hombres, creo que podríamos prepararlas mejor para que fueran capaces de defenderse solas y participar de verdad en las cosas. Eso es lo que quiero hacer. Poner en marcha una escuela; o, mejor dicho, ampliar la que tiene Fola, de modo que esta incluya toda una rama para las chicas que no van a convertirse en sacerdotisas pero que sí van a vivir su vida en el mundo. Tengo intención de pedirle que me deje organizarlo, que me permita encargarme de ello. Lo he hecho bastante bien con Uric y Bedo. Y aprendo rápido. ¿Qué os parece?

Tuala sonreía.

—Una idea audaz, absolutamente típica de ti, Ferada —dijo—. Me sorprendería que a Fola no le interesara. ¿Y tu padre qué dice?

—No le acaba de gustar la idea, pero su mayor preocupación es su nuevo matrimonio. Además, me lo debe. Lo he hecho bien encargándome de la casa y de los chicos; he dedicado cinco años a ello.

—Te toparás con cierta oposición, eso seguro —dijo Tuala—. No es probable que Broichan apoye una idea semejante; no cree en la educación de las mujeres, salvo en aquellas destinadas a servir a la diosa. Muchos de los hombres lo considerarán innecesario, una pérdida de tiempo. Otros lo considerarán peligroso. No todos tienen una actitud tan abierta como la de tu padre, que siempre te ha animado a que expresaras tus opiniones.

—¿Y tu matrimonio qué? —preguntó Ana—. ¿Cómo llevarías a cabo tu plan si tuvieras un esposo y una familia a la que cuidar? ¡No tendrás intención de sacrificar todo eso!

—¿Sacrificar, dices? —el tono de voz de Ferada era mordaz—. ¡Oh, Ana! ¿No puedes contemplar la posibilidad de que una mujer pueda sentirse más profundamente realizada en la vida sin un hombre?

Ana notó que el calor le subía a las mejillas.

—Yo… —empezó a decir.

—Lo siento —terció Ferada en un tono distinto—. Te he ofendido. No era mi intención. Hace mucho tiempo que no puedo hablar sin tapujos, y las ideas me bullen en la cabeza. Quiero enseñar. Quiero cambiar las cosas. Quiero estar segura de que no malgasto mi vida.

—Yo no tengo ninguna intención de malgastar la mía —le dijo Ana, incapaz de pasar por alto la insinuación.

—Entonces debes esperar que el pretendiente que Bridei tenga pensado para ti sea un dechado de virtudes masculinas —repuso Ferada—. Tuala, ¿hablarás con él acerca de mis intenciones? Me ayudaría enormemente contar con su apoyo.

—Por supuesto —contestó Tuala—. Y también tendrías que preguntárselo personalmente. Estoy segura de que lo aprobará. Él te admira.

Ferada se quedó inexplicablemente callada; en ese preciso momento el pequeño empezó a retorcerse y realizó varias respiraciones profundas que parecían presagiar una tormenta de algún tipo.

—Tendríamos que entrar —dijo Tuala, al tiempo que se ponía de pie y se colocaba al niño en la cadera de forma experta—. Empieza a tener hambre; debe de ser por todo lo que ha caminado. Eres muy buena con él, Ana.

—Me gusta —repuso esta—. Me gusta verlo crecer, observar todos los pequeños cambios.

—Todo eso está muy bien cuando se trata del hijo de otra persona —señaló Ferada—, pues puedes devolverlo cuando grita, se ensucia o sufre terrores nocturnos. Podéis consideraros afortunadas por no tener a cinco o seis críos pegados a vuestras faldas. Si nos hubieran casado cuando empezaron a hablar de pretendientes, a estas alturas tendríamos toda una prole cada una.

—A mí me encantaría tener otro hijo —dijo Tuala con una sonrisa—. Si la Brillante me bendice con una hija, puedes estar segura de que te la mandaré para que reciba educación.

—Eso si Fola no se adelanta —contestó Ferada.

La corte del rey en la Colina Blanca estaba construida en el emplazamiento de una antigua fortaleza hecha de piedra y madera curada. Todavía quedaban rastros de aquellos muros en lo profundo del monte bajo que cubría las empinadas laderas de la montaña. Bajo la sombra de unos altos pinos, un fragmento de sillar que se desmoronaba sugería aquí una muralla, allá una fuente y más allá una extensión de camino pavimentado; el riachuelo que surcaba tortuosamente la falda de la Colina Blanca fluía por pilas y charcas tanto naturales como construidas. Se consideraba un lugar inexpugnable. La empinada pendiente de la propia montaña, los sólidos y verticales muros de la fortaleza y las vistas que proporcionaban los huecos estratégicos en la cortina protectora que formaban los árboles proporcionaban a sus ocupantes una gran ventaja defensiva. Desde allí se dominaba tanto el norte, hasta el mar, como el sur, hasta las cambiantes aguas del Lago de la Serpiente y los oscuros montes de la Gran Cañada. El suministro natural de agua potable y la amplia extensión de terreno llano en la cima de la Colina Blanca, cubierto entonces por los pasillos, las viviendas, los jardines y los talleres de la residencia de Bridei y rodeado por unas sólidas murallas nuevas, permitirían que los ocupantes soportaran un asedio durante tanto tiempo como tardaran en cansarse de él los atacantes, o hasta que llegaran refuerzos.

Al este, siguiendo la costa, se hallaba el viejo fuerte defensivo de Caer Pridne, que había albergado a la corte real de Fortriu bajo el mandato del predecesor de Bridei y de muchos otros reyes antes que él. Bridei había subido al trono siendo muy joven, pero poseído por una poderosa voluntad de cambio. Con veintiún años y dos de reinado, había completado la construcción de la Colina Blanca y trasladó allí su cuartel general, rompiendo con la tradición. La primera celebración en su nueva corte fue su boda con Tuala, que entonces apenas tenía dieciséis años. Siguieron otros cambios. El más arriesgado de ellos fue su decisión de alterar la práctica de cierto ritual que señalaba el descenso del año a su época oscura. La última vez que se había intentado, el dios ofendido había infligido un castigo terrible. Pero los jefes de clan y los ancianos aceptaron la decisión de Bridei. Se sabía que tanto él como su druida, Broichan, realizaban ritos personales en lugar de las antiguas prácticas y que estos eran de naturaleza muy severa. La gente no quiso saber los detalles. Tenían mucha confianza en su nuevo y joven rey. Aquel hombre poseía algo que arrastraba consigo a los demás, una dedicación apasionada y una ardiente energía atenuadas por la cautela, la sutileza y la inteligencia. A fin de cuentas, se había criado como hijo adoptivo de Broichan, y este era un mago poderoso, el principal consejero tanto del antiguo rey como del nuevo.

En la primera época había habido rumores. Broichan no era una persona querida; mucha gente temía su poder y desconfiaba de la naturaleza esotérica de sus conocimientos. Algunos habían dicho que tener como rey al hijo adoptivo de Broichan sería lo mismo que tener al mismísimo druida sentado en el trono. ¿Acaso no era su marioneta, creada cuidadosamente, preparada para dirigir los asuntos de Fortriu según sus planes? No obstante, desde el primer día de su reinado, quedó claro que Bridei tenía su propia opinión y que su intención era tomar las decisiones por sí mismo. Formó un consejo compuesto por un inteligente equilibrio entre los hombres de más edad y experiencia y los jefes de clan más jóvenes que estaban preparados para aceptar nuevas ideas y considerar los riesgos calculados. Contrapuso los druidas a los adalides, los eruditos a los hombres de acción. En alguna ocasión incluía a mujeres en su grupo de consejeros: no solamente a la sacerdotisa superior, Fola, que dirigía el establecimiento en el que se adiestraba a las muchachas en el servicio a la Brillante, sino también a la viuda del anterior rey, Rhian de Powys y, a veces, a su propia esposa, Tuala.

En tanto que buena parte de las decisiones se tomaban en la Colina Blanca, Bridei mantenía plazas fuertes en otros lugares. Caer Pridne todavía albergaba una guarnición, caballerizas, patios de entrenamiento y un arsenal. El Pozo del Cuervo, al sudoeste, y el Recodo del Espino, al sudeste, constituían puestos de avanzada estratégicos dirigidos por influyentes jefes de clan que le eran leales. Todos sabían que el plan de Bridei era fortalecer lo suficiente Fortriu para luego avanzar contra los escotos. Todos sabían que el momento estaba cada vez más próximo. No obstante, sobre la fecha exacta sólo se podía apostar.

El día siguiente al regreso de Faolan a la Colina Blanca, Ana fue llamada a los aposentos reales. Derelei estaba fuera en el jardín con la niñera; el rey y la reina la esperaban en silencio en la cámara que se utilizaba para las reuniones informales. La seriedad de sus rostros la alarmó. Tenía una idea bastante aproximada de lo que iban a decirle, pero se había esperado que, al menos, Bridei le transmitiera la noticia como algo positivo. Ban, el perrito blanco constante compañero del rey, se levantó de su lugar bajo la silla de su dueño, en posición de alerta y, al ver a una persona amiga, volvió a acomodarse. Al avanzar por la habitación, Ana vio que había una cuarta persona presente. Faolan, el asesino de Bridei, su espía y mano derecha, estaba apoyado contra la pared junto a la estrecha ventana y su figura permanecía en la sombra. Su mirada se desvió hacia ella cuando fue a sentarse a la mesa. En su rostro, Ana no vio la manifiesta admiración que otros hombres le mostraban, sino una fría evaluación: estaba claro que el escoto calculaba su valor como mercancía comerciable.

—Supongo que ya sabes por qué te hemos llamado —dijo Bridei mientras Tuala servía aguamiel.

De repente Ana se sintió nerviosa. Asintió con un tenso movimiento de la cabeza. Aquellos eran sus amigos. Comía con ellos cada día. Jugaba con su hijo. Sin embargo, Bridei tenía tal poder sobre su futuro que, por un momento, tuvo miedo.

—Tengo entendido que Faolan posee información sobre ese jefe de los caitt, Alpin —repuso ella, tratando de que su voz sonara calmada—. ¿Ha mostrado interés en contraer matrimonio, tal vez?

Se hizo un breve silencio. No había duda de que se había equivocado.

—Nos encontramos en una situación bastante difícil —dijo Bridei— y, a resultas de ello, estamos a punto de pedirte ayuda, Ana. Lo que necesitamos que hagas es complicado. Incómodo. Significará un gran cambio para ti.

Ella no tenía ni idea de a qué se refería.

—Te hemos pedido que vengas aquí, donde estamos los cuatro solos, para poder comunicártelo en privado y darte un poco de tiempo para que lo consideres —siguió diciendo Bridei—. Esta noche se celebrará un consejo formal en el que tenemos que tomar una decisión a este respecto. Las noticias de Faolan lo han convertido en un asunto urgente. Crítico.

—Bridei —intervino Tuala—, estoy segura de que Ana preferiría que se lo explicaras todo. Es mucho lo que se le pide. Tiene que conocer todos los hechos.

Faolan carraspeó.

—Ya tienes conocimiento, claro está —dijo Bridei—, de la gran ofensiva contra los escotos que estamos planeando para un futuro próximo. Con la voluntad de los dioses, expulsaremos a nuestros viejos enemigos de las costas del territorio de los priteni de una vez por todas, y a su fe cristiana con ellos. En dicha empresa necesitamos a todos los aliados que podamos conseguir. Como ya sabrás, el rey de Circinn ha sido invitado a una asamblea que se celebrará antes de pleno verano. Tenemos grandes esperanzas de poder contar con la cooperación de Drust el Verraco esta vez, aunque dejara entrar a los misioneros de la cruz en su propio reino. También tengo intención de establecer todas las alianzas que pueda con los reinos septentrionales de los priteni.

—¿Con mis familiares de las Islas Luminosas? —tal vez, contra todas las expectativas, iban a mandarla a casa.

—He mandado un mensaje a tu primo solicitando hombres armados. El mensaje también pedía su consentimiento formal para ofrecer tu mano a una persona determinada.

—Entiendo.

—Ana —el tono de voz de Bridei era amable—, hace mucho tiempo que sabes que esto iba a ocurrir. Ya tienes diecinueve años y ya has superado con creces la edad en la que se habría esperado que contrajeras matrimonio.

—Explícaselo de una vez, Bridei —terció Tuala con desacostumbrada brusquedad.

—Tengo planeado investigar más a fondo al jefe de clan que hemos pensado para ti, Alpin del Brezal, antes de abordarlo —dijo Bridei—. De momento, Umbrig es el único jefe de clan caitt que nos ha prometido su apoyo contra los escotos. Los caitt son una gente extraña, llena de orgullo y agresividad. Probablemente Alpin sea el más poderoso, y también el más difícil de acceder, pues su territorio es remoto y se halla situado en medio de un bosque impenetrable. Los mensajes tardan en llegar.

Ana pensó con detenimiento.

—¿Los caitt no suelen mantenerse al margen de las disputas de otros pueblos? —preguntó—. De vez en cuando se desplazaban a las Islas Luminosas en sus barcos de guerra; recuerdo haberlos visto en la corte de mi primo, quien solía comprarlos con regalos.

—Son como nosotros —intervino Tuala—. Comparten la misma sangre y el mismo idioma que todos los demás priteni de Fortriu, Circinn o las Islas Luminosas. Y si Umbrig puede prometer guerreros, Alpin también estaría en condiciones de hacerlo. Eso podría cambiarlo todo.

Ana esperó. Tenía la sensación de que se le escapaba algo.

—Faolan —dijo Bridei—, cuéntale a la dama lo que has descubierto; al menos, la parte que acordamos que no había peligro en relatar.

El asesino del rey cruzó los brazos y fijó la mirada en un segundo plano. Era un hombre cuyo aspecto no tenía nada de extraordinario, un hombre enjuto, de altura media, que pasaría desapercibido en cualquier multitud. La única característica que lo distinguía era la falta de tatuajes faciales, lo cual, puesto que obviamente no era ni un druida ni un erudito, denotaba que no era de sangre priteni. Ana se preguntaba si, al ser espía, se aplicaba en quedar inmediatamente relegado al olvido.

—Oí hablar de un segundo territorio —dijo—. En la costa oeste; con un fondeadero resguardado. Si esta información es exacta, el lugar se halla inmejorablemente ubicado para acceder por mar a los territorios de Dalriada. Esta es la primera parte de la información, y significa que no es probable que seamos los únicos que intenten conseguir con incentivos el apoyo de este jefe de clan de los caitt.

Un incentivo. Nunca la habían llamado así.

—¿Y la segunda parte de la información? —le preguntó ella con frialdad.

—Como comprenderás —contestó Faolan—, no puedes tener conocimiento de todos los detalles; la información puede ser peligrosa si cae en manos equivocadas.

Ana se indignó.

—Puede que sea una rehén —replicó con el tono más regio que pudo—, pero se puede confiar en que soy totalmente leal a Bridei. No me importa tu insinuación.

Faolan le dirigió una mirada.

—La lealtad del más fuerte de los hombres puede quebrarse bajo tortura —repuso cansinamente—. Se te contará lo que necesites saber, nada más. Alpin es un jugador poderoso, mucho más de lo que éramos conscientes. He sabido que puede estar a punto de sellar una alianza con Gabhran de Dalriada. Tenemos que actuar con rapidez. No podemos permitirnos el lujo de tener ese fondeadero del oeste en manos de los escotos, ni que el ejército privado de Alpin se alinee contra nosotros en batalla. Es muy sencillo.

—Entiendo. —Ana se esforzaba en mantener la calma—. ¿Así pues, tu intención es ofrecerle una novia real? —le preguntó a Bridei—. ¿Hacer que este poderoso jugador sea todavía más poderoso dándole la oportunidad de engendrar un rey?

—Alpin es rico —dijo Bridei—. Posee tierras, hombres, ganado y plata. No podemos tentarlo con nada de lo habitual. Nuestra influencia recae en dos datos que hemos recogido con las investigaciones de Faolan. El primero es que ansía respetabilidad y prestigio. La historia pasada ha hecho que los demás jefes de clan de los caitt no tengan muy buena opinión de él; como Umbrig, por mucho que tenga acogido al hijo natural de Alpin en su casa. El segundo…

—No está casado —dijo Ana.

—Exacto. Es un viudo sin hijos legítimos. Te darás cuenta de que es una gran oportunidad.

—Bridei entiende lo difícil que esto es para ti, Ana —la voz débil y clara de Tuala tenía un tono de disculpa—. Ya sé que el hecho de que te esperaras esto desde hace mucho tiempo no hace que sea menos sobrecogedor para ti enfrentarte a la realidad. Pregunta todo lo que quieras, por favor; me imagino que te será mucho más fácil hacerlo ahora, de manera informal, que esta noche en el consejo.

Ana tragó saliva.

—¿Por qué se celebra un consejo? —preguntó—. ¿No es decisión de Bridei? —De lo que no había ninguna duda era de que lo que ella quisiera no contaba para nada.

—Mis consejeros y jefes de guerra tienen que oír las noticias de Faolan de primera mano —dijo el rey—. Es importante.

Ana tenía la sensación de que le estaban ocultando algo.

—Hay algo más, ¿verdad? —Dijo, paseando su mirada de los ojos grandes y preocupados de Tuala a los azules y sinceros de Bridei y luego a los oscuros e impenetrables de Faolan—. ¿De qué se trata?

—Del tiempo —respondió Faolan—. No tenemos tiempo. Tienes que marcharte ahora mismo. De eso se trata.

Ana se lo quedó mirando fijamente.

Bridei suspiró.

—En efecto, esto es lo que tenemos que pedirte que hagas. La información de Faolan es de naturaleza tal que este asunto se ha vuelto de una urgencia apremiante. He mandado un mensajero a Alpin para informarle de nuestra oferta. No obstante, no nos conviene esperar una respuesta por escrito, sino que te pongas en marcha hacia el Brezal enseguida. Necesitamos que te cases y tener un acuerdo firmado antes del verano. Debemos actuar antes de que Alpin se alíe con los escotos.

—¿Marcharme ahora? Pero… —Ana estaba sin habla. De pronto volvía a tener diez años, llena de emoción por ir de visita a la corte de Fortriu para que luego le dijeran que era un rehén y que no iba a volver a casa—. Pero, Bridei… Tuala… ¿cómo podéis hacerme esto? ¡Significa que me pondré en camino sin ni siquiera saber si Alpin ha accedido! Y si aparezco en su puerta y… —No pudo expresarlo con palabras. «¿Y si no me quiere?». Era algo demasiado vergonzoso.

—Ana —dijo Bridei—, ese hombre sería un completo idiota si no le agradara una esposa como tú. Créeme. Sólo hará falta que te vea. Quítate esas dudas de la cabeza. Creemos que tu presencia física en el Brezal constituirá uno de nuestros puntos de negociación más contundentes.

Sus palabras no hicieron que se sintiera mejor.

—Seguro que se podría abordar el tema de un modo más gradual —protestó—. Aunque tu ofensiva tenga lugar la próxima primavera como muy pronto, ¿no podríamos esperar a que regresara el mensajero con la respuesta de Alpin? —Quizá él incluso viajara hasta la Colina Blanca en persona para ir a buscarla. Al menos, de ese modo dispondría de un poco de tiempo para conocerlo antes de celebrar los esponsales formalmente—. Todavía me quedaría mucho tiempo para desplazarme hasta el Brezal antes del próximo invierno —dijo.

—Tiene que ser ahora —el tono de Faolan fue tajante—. Existen razones estratégicas. Razones que es mejor que no conozcas en detalle.

—Comprendo. —Ana estaba temblando; apretó los puños, preguntándose si lo que sentía era ira o miedo—. ¿Y qué significa exactamente ahora?

La mirada de Bridei rebosaba compasión.

—En cuanto puedas estar lista —contestó el rey—. Hay que organizar algunas cosas; algún miembro de la corte te acompañará y evaluará la situación en el Brezal antes de llegar a cualquier acuerdo definitivo entre Alpin y tú. Me encargaré de que tengas una escolta apropiada. Querrás tener un poco de tiempo para preparar tu ropa y efectos personales. Faolan hablará contigo después; él te hará saber lo que te hace falta. El terreno es difícil en según qué partes, de modo que el equipaje debe ser el mínimo.

Reinó el silencio. Ana bajó la vista a sus manos.

—Algún miembro de la corte —dijo finalmente—. ¿Va a ser Faolan? —Fue imposible evitar el dejo de desagrado en su voz.

—Correcto —asintió Bridei—. Está bien preparado para evaluar los riesgos cuando lleguéis al Brezal y es un experto en el tema de la seguridad personal.

Ana levantó la mirada y en el rostro del asesino del rey vio una expresión que sin duda debía de ser el reflejo de la suya propia. El hecho de que a él tampoco le agradara aquel plan le produjo cierta satisfacción.

—Pareces cansada, Ana —dijo Tuala en voz baja—. Son muchas cosas las que tienes que asimilar.

En cierto modo, la amabilidad de su amiga fue la gota que colmó el vaso. Ana era consciente de que estaba al borde de las lágrimas o de proferir alguna protesta poco meditada.

—Estoy bien —dijo de forma contundente—. ¿Qué se espera de mí en este consejo?

—Tu consentimiento formal a los esponsales. Puede que algunos miembros del consejo tengan preguntas que hacerte, o que tú se las hagas a ellos.

—Ya veo. —Y lo veía; veía un futuro en el que las cosas ocurrían a pesar de sus propios deseos; un futuro frente al cual se sentía completamente impotente. El deber: todo se reducía a eso. Esperaba que Alpin del Brezal fuera un buen hombre—. Con vuestro permiso. —Manteniendo la cabeza bien alta, consiguió abandonar la habitación con su dignidad intacta. Esperó a estar sola en su habitación antes de dejar caer la primera lágrima.

Esto no me gusta —le dijo el rey de Fortriu a su esposa poco después, cuando Faolan ya se había marchado y estaban solos los dos—. Siempre había tenido la esperanza de que, además de encontrar un pretendiente estratégicamente adecuado para Ana, seleccionaría a un hombre que supiera que la trataría bien. Detesto que haya que hacerlo a toda prisa.

—Está muy disgustada —dijo Tuala—. Hizo todo lo posible por no demostrarlo, la han enseñado bien, pero era evidente que estaba a punto de echarse a llorar. Si existe alguna manera de hacérselo más fácil, debemos hacer todo lo posible por encontrarla.

—Lo sé. —Bridei alargó la mano para rascar a Ban detrás de las orejas. El animal, con un suspiro, apoyó la cabeza en el pie del rey. Desde el día en que había aparecido misteriosamente junto al lago de las visiones de Pitnochie el trascendental invierno de la elección de un nuevo rey, casi nunca se había alejado del lado de Bridei—. Soy perfectamente consciente de que le exigimos mucho. Pero Ana ya es una mujer adulta y su deseo de tener hijos propios no es ningún secreto. Al menos esto no ocurrió cuando tenía catorce o quince años, como bien hubiera podido ser si entonces hubiera llegado la oferta adecuada.

—De todos modos —dijo Tuala—, cualquier mujer en su situación estaría pensando: «¿Y si llego al Brezal y descubro que mi prometido es un monstruo sifilítico, o un borracho, o un hombre que pega a las mujeres?». Sería mucho mejor si Alpin pudiera venir aquí primero, así podríamos ver qué clase de hombre es. Ana es nuestra amiga, Bridei.

Él abrió un poco los ojos. Su esposa, menuda y erguida, estaba sentada en una silla frente a él. Su cabello oscuro se escapaba de las arregladas trenzas y se rizaba en favorecedores mechones en torno a su rostro. Sus ojos eran como los de Derelei, grandes, claros y nítidos.

—Ya lo sé —dijo él—. Si sólo fuera eso, su amigo, le aconsejaría que rechazara nuestra petición. Le advertiría que no hiciera un viaje tan largo y peligroso para ponerse en manos de un jefe de clan con la reputación de Alpin. Pero soy el rey. Mis decisiones deben basarse en lo que es mejor para Fortriu.

—Bridei, sabes que no te culpo por esta elección —le dijo Tuala en voz baja—. Al igual que tú, comprendo que es algo necesario para un bien mayor. Ana también lo sabe. Pero está sorprendida y tiene miedo, como le ocurriría a cualquiera en estas circunstancias. ¿Es realmente imprescindible que se marche antes de que recibamos la respuesta de Alpin?

—Según Faolan, lo es. He consultado con Broichan y está de acuerdo. Llevamos años preparándonos para este ataque final contra los escotos. Todo está encajando en su sitio. En la medida de lo posible hemos dispuesto las cosas para hacer frente a cualquier eventualidad. O al menos eso creemos. Parece ser que Alpin es el factor impredecible, el elemento que podría inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Hasta ahora no nos habíamos dado cuenta de la gran influencia que podía tener. Tampoco sabíamos cuan seriamente estaba considerando una alianza con Gabhran. Ana es nuestra solución, Tuala, y aunque me duela decirlo, necesitamos hacer uso de ella enseguida. Cada día que pase en la Colina Blanca estará de más.

—Es peligroso, ¿no es cierto? ¿El viaje?

—Faolan se encargará de mantenerla a salvo. Él evaluará a Alpin y estimará el riesgo general; plantearemos unos términos que requieran un cierto período entre su llegada al Brezal y los esponsales. De este modo, Ana tendrá tiempo de conocer un poco a su prometido.

—Ella desprecia a Faolan. Es extraño; Ana es una criatura muy dulce y buena que nunca tiene una mala palabra sobre nadie, pero en este caso no ve más allá de la naturaleza de su trabajo.

Bridei hizo una mueca.

—El sentimiento parece ser mutuo; Faolan no rechazará ningún encargo, por supuesto, pero me dejó todo lo claro posible que hacer de niñera de princesas consentidas y de sus arcones nupciales por los refugios del territorio de los caitt no era una tarea que le entusiasmara. De hecho, expuso con cierta contundencia todos los motivos por los que este trabajo era más adecuado para alguna otra persona.

—¿Consentida? —Tuala sonrió—. No la conoce muy bien, ¿verdad?

—Tiene intención de hacerle demostrar de lo que es capaz a lomos de un caballo; diariamente, hasta que se marchen. Está claro que piensa que no será capaz de trotar de un extremo del patio al otro sin alegar que está agotada o que le duele el trasero.

—Esto no me gusta nada, Bridei. —El tono de voz de Tuala era sombrío—. Toda esta situación está cargada de incertidumbre. No me digas que no podías haberle confiado a Ana la verdadera razón por la que todo tiene que hacerse con tantas prisas.

—Actué siguiendo los consejos de Faolan —dijo Bridei—. En su opinión, cuanto menos sepa, menos podrá contar si las cosas se tuercen. Es en el propio interés de Ana.

—¡Mmmm! —dijo Tuala—. Claro que ella es inteligente. Los hombres tienen tendencia a pasarlo por alto cuando una mujer posee la belleza de Ana. Supongo que ya lo habrá descubierto por sí misma.

Era de noche. Ana se había vestido de forma sencilla, con una túnica y una falda de lana teñida de azul cuyos bordes de color crema estaban bordados en un azul más oscuro; se había peinado la espesa cabellera rubia en una trenza que le bajaba por la espalda. Cruzó el jardín, pasó junto a un par de guardias altos, recorrió un pasillo revestido de piedra en el que las antorchas ardían en sus soportes de hierro y llegó a la puerta de roble de la cámara asignada. Frente a la puerta había un hombre con una lanza: Breth, uno de los guardias personales de Bridei.

—Te están esperando, mi señora —dijo, y abrió la pesada puerta para que entrara.

La reunión parecía haber empezado hacía un buen rato; había jarras y tazas sobre la mesa y varias personas que estaban hablando callaron de pronto cuando ella entró. Ana alzó el mentón y enderezó la espalda en un esfuerzo por aplacar el nudo en el estómago que le provocaban los nervios.

—Bienvenida, Ana —dijo el rey al tiempo que se ponía de pie. Desde su posición junto a la silla de Bridei, Ban la obsequió con un gruñido—. Siéntate, por favor.

Ana recorrió con la mirada el círculo de rostros. Era un consejo poco numeroso y selecto, compuesto por los asesores más poderosos de Bridei. Tuala estaba sentada al lado de su esposo y dirigió una sonrisa de ánimo a Ana. Fola, la mujer sabia de nariz picuda, que había llegado aquel mismo día, la contempló con aire socarrón. A Ana siempre le había hecho pensar en un pájaro pequeño y feroz. Junto a la chimenea estaba el druida del rey, Broichan, un hombre alto con vestiduras oscuras y el cabello peinado en una multitud de trenzas diminutas con hilos de colores enroscados en ellas. Su rostro no reveló nada; nunca leías nada en él. Aniel y Tharan, los consejeros de Bridei, tenían una expresión grave; los jefes de clan Carnach y Morleo, así como Talorgen, el padre de Ferada, también se hallaban presentes. Faolan estaba de pie detrás de la silla del rey. Sus miradas se cruzaron y Ana la apartó.

—Bueno —dijo Bridei—, les he expuesto la situación a los miembros de este consejo y Faolan nos ha explicado sus viajes y la información que ha recabado en ellos. Lamento muchísimo no haberte podido dar más tiempo para que lo consideraras, Ana. Si accedes a casarte con Alpin del Brezal, el reino de Fortriu estará en deuda contigo. Me gustaría saber si, después de reflexionar, tienes alguna otra pregunta que hacernos.

Ana se aclaró la garganta. Había pasado la tarde batallando con preguntas que no podía formular, cuestiones que no tenían absolutamente nada que ver con la estrategia, sino que estaban relacionadas con sus inclinaciones personales.

—Me preguntaba si alguno de vosotros había conocido personalmente a Alpin del Brezal. Si hay alguien que pueda darme una descripción de él. —Miró a Talorgen, a Carnach; jefes guerreros que habían viajado mucho y se habían encontrado con mucha gente.

—¿Puedo responder a eso? —Era Aniel, el consejero de cabellos grises. Bridei le dijo que sí con la cabeza—. Por desgracia, debemos responder que no, mi señora. Sólo conocemos a Alpin por lo que hemos oído de él. Es temido y respetado por su gente. Su fortaleza está aislada, emplazada en una extensión de espeso bosque. Una ubicación como esa fácilmente puede suscitar el tipo de rumores que se alimentan de la desazón natural de los hombres.

—Optar por vivir en un bosque no es necesariamente algo malo —comentó Tuala—. Los territorios de los caitt están repletos de lugares agrestes, o al menos así nos lo han contado. Supongo que cada uno de los jefes cuenta con su propio manto de historias.

—Se mencionó la historia pasada —dijo Ana, a quien las palabras de Aniel no habían tranquilizado demasiado—. ¿Qué historia?

—Nada en concreto —repuso Aniel—. Algunas de las fuentes de Faolan insinuaron que a Alpin le gustaba ir a la suya, nada más. El aislamiento engendra a hombres como él; pueden resultar peligrosos en tiempos de guerra, pues sus alianzas pueden alterarse con un simple cambio del viento. De ahí nuestra imperiosa necesidad de hacernos sus amigos. Un matrimonio en verano y un heredero antes de un año será nuestra mejor manera de forjar lazos fuertes y perdurables.

—La otra opción es eliminarlo —terció Faolan sin ningún énfasis especial.

—No querrías hacerlo —replicó Ana— si necesitaras a su ejército de tu lado y no de parte del enemigo.

Faolan la miró un momento y ella se estremeció. Eran unos ojos sin vida, los ojos de un hombre que se ha olvidado de sentir.

—Precisamente —dijo Talorgen—. De hecho, es vital que evitemos que una sus fuerzas a las de la resistencia de Dalriada. No podemos permitirnos el lujo de que se alíe con Gabhran.

—Eso lo comprendo —dijo Ana—. Broichan, ¿podría saber tu opinión sobre el asunto? —Al ser el druida real, Broichan gozaba de la confianza de los dioses. Si era necesario, si la voluntad de los dioses era que accediera a ello, Ana tendría que hacerlo sin vacilar.

—Antes del regreso de Faolan consulté los augurios —dijo el druida con su voz profunda y autoritaria—. Mi interpretación reveló una amenaza proveniente del norte. Por desgracia, es muy difícil obtener información fiable sobre los caitt. La región entera es una fortaleza, inhóspita y montañosa, sometida a un clima extremo que pondría a prueba al más avezado de los viajeros. —Estudió sus dedos largos y huesudos; en ellos brillaba un anillo de plata en forma de serpiente diminuta que tenía unas piedras preciosas de color verde a modo de ojos—. Ahora las noticias que ha traído Faolan han reafirmado los recelos que suscitó mi visión. Él es escoto, por lo que puede viajar allí donde otros no pueden. Debemos actuar con rapidez.

Ana apretó las manos detrás de la espalda.

—Sé que tengo que hacerlo —dijo, manteniéndose erguida y esforzándose por no perder la dignidad—. Lo cual no significa que lo haga de buen grado. ¿Qué se supone que tengo que hacer si llego al Brezal y Alpin me rechaza? Es un largo camino para nada.

—No te rechazará —dijo Aniel, haciéndose eco de la opinión que Bridei había expresado anteriormente aquel mismo día. Los demás hombres que había en la cámara movieron la cabeza o murmuraron en señal de asentimiento; Ana sentía sus miradas en su cabello dorado, en su figura con túnica azul, en su rostro, del cual un pretendiente apasionado le había asegurado que se parecía a una rosa silvestre en flor. Notó que la humillación le sonrojaba las mejillas.

—Comprenderás —dijo Talorgen— que si contraes matrimonio con Alpin y él se convierte en nuestro aliado se elimina una posibilidad muy peligrosa que, de otro modo, podría debilitar enormemente nuestra estrategia en batalla. No te aburriré con los detalles, pero estoy seguro de que te darás cuenta de que una fuerza naval dirigida por Alpin para apoyar a Dalriada podría ser desastrosa para nuestros planes. Por otro lado, nos resultaría sumamente ventajoso que fuéramos nosotros los que obtuviéramos cierto control sobre el fondeadero. Ana lo miró. Había pensado que, al tratarse del padre de Ferada, comprendería mejor cómo se sentía. Al menos no la consideraba demasiado estúpida para darle detalles estratégicos.

—Eso lo entiendo —dijo ella—. Entiendo lo de la guerra y por qué es importante conseguir a Alpin como aliado. Lo que pasa es que parece todo muy apresurado. Apenas he tenido tiempo para prepararme…

—El viaje es largo —el tono de Faolan era neutro, indiferente—. Tendrás tiempo suficiente para pensarlo por el camino.

—¿Cuánto tardaremos? —le preguntó Ana, ceñuda.

—Tratándose de un grupo con mujeres, más de un cambio de luna, aunque el tiempo sea favorable. Menos para los guerreros, o los mensajeros.

Ana se volvió hacia Bridei y se dirigió a él formalmente.

—En tu mensaje, señor rey, ¿le decías a Alpin que iba a dirigirme hacia allí? —preguntó—. Para que lo supiera con unos cuantos días de antelación y tuviera tiempo de considerarlo antes de mi llegada.

—Esa era mi intención —respondió el rey.

Ana se quedó sin preguntas. Todo el mundo parecía estar esperando que hablara. Tenía las palabras equivocadas en la punta de la lengua, palabras enojadas, palabras heridas, palabras que no eran las de una princesa de los priteni, sino las de una chica asustada que se encuentra con que la entregan a un desconocido. Se las guardó.

—No hay duda de que mi consentimiento es una formalidad —oyó el tono tenso y brusco de su propia voz y se esforzó por moderarlo—. Empezaré los preparativos por la mañana. Espero que esto resulte una ayuda importante para la causa de Fortriu. No me haría ninguna gracia que no sirviera de nada —le tembló la voz, a pesar de todos sus esfuerzos.

Nadie dijo ni una palabra. Ana vio que Tuala tenía lágrimas en los ojos y Fola una expresión de compasión resignada.

—Buenas noches —dijo—. Ahora voy a retirarme. Que la Brillante guarde vuestros sueños. —Hasta el rey se puso de pie cuando ella se marchó.

No quiere ir —le dijo Tuala a Bridei—. Sus palabras no dejan lugar a dudas. Está asustada. ¿Quién sabe la clase de hombre que resultará ser Alpin?

Él estaba sentado junto al fuego en las dependencias de ambos con su hijito adormilado en su regazo. El consejo había concluido. La novia real se pondría en marcha en cuanto Faolan tuviera lista la escolta.

Desde que era rey, Bridei se había acostumbrado a tomar decisiones basándose en una evaluación equilibrada de los riesgos y las ventajas.

Aquella decisión había sido más difícil que la mayoría.

—Voy a mandar a Faolan por un motivo —dijo. La cabeza empezaba a martillearle con un dolor persistente. Cerró los ojos y se recostó en la silla. La presencia del cuerpo cálido y relajado del niño en sus brazos era reconfortante—. Puede que considere que esta misión es indigna de él, pero confío en él para que, antes de dejar a Ana en el Brezal, se cerciore de que estará a salvo. Posee las habilidades necesarias para formarse un juicio sobre las verdaderas intenciones de Alpin, para predecir sus movimientos con antelación.

—Pero no las necesarias para reconocer si será un buen esposo-replicó Tuala en voz baja.

—Ana comprende la situación —dijo Bridei—. Estará tan bien protegida como podamos. Si por cualquier motivo sale mal, la escolta puede traerla de vuelta a la Colina Blanca sin ningún percance. Faolan va a llevarse a diez hombres de armas. Ya sabes lo capaz que es.

—No basta con ser capaz. Esto me preocupa, Bridei. Da la impresión de que no está bien. Trae, dame a Derelei. Ya tendría que estar en su cama.

Bridei alzó al niño que dormía y lo puso en brazos de Tuala.

—Ana lo echará de menos —dijo Tuala—. Lo quiere mucho.

—Supongo que no tardará en tener su propio hijo.

Ella se llevó al niño. Cuando regresó al cabo de un rato, Bridei vio el brillo de las lágrimas en sus ojos.

—Estás llorando —dijo, alarmado. A pesar de su aspecto delicado y enigmático, Tuala poseía una fuerza interior que ya lo había impresionado cuando ella sólo tenía cinco años. No era frecuente que le dejara ver sus lágrimas—. ¿Es por Ana? Lo siento… Ven aquí… —la abrazó y apretó la mejilla contra su cabello oscuro—. Lamento amargamente esta manera de hacer las cosas, Tuala. Al mismo tiempo, sé que debo hacerlo. Si no tomo medidas para ganarme a Alpin, y de inmediato, pongo en peligro las vidas de cientos de hombres.

—¡Es que parece tan injusto! —dijo ella, apoyada en él, con los brazos alrededor de su cintura—. Que Ana y otras como ella tengan que soportar estos pactos sin amor, mientras que tú y yo… Rompimos muchas normas para estar juntos, Bridei. Dejamos que el amor fuera nuestra piedra imán. Desafiamos los dictados de Broichan y todos los protocolos habituales de la corte. Sin embargo, no le permitimos ninguna elección a Ana. Es una de mis mejores amigas, lo ha sido desde la época en la que aprendíamos de qué iba todo esto del amor.

—¿En Banmerren? —Bridei sonrió—. Creo que yo lo aprendí mucho antes. —A su mente acudió el vivido recuerdo de una Tuala diminuta, con el cabello suelto a merced de la brisa, dando vueltas en lo alto de una peligrosa cima rocosa, y la estrechó entre sus brazos—. Además, los dioses vieron con buenos ojos nuestro matrimonio. Hasta los druidas deben ceder ante su mayor autoridad. —Y al ver que ella no contestaba, añadió—: ¿Tuala? Lo siento de verdad. Le daré una serie de instrucciones estrictas a Faolan. Si algo sale mal, la traerá de vuelta a casa. Siempre ha ejecutado todas sus misiones con una eficacia intachable.

Tuala se desprendió de su abrazo, le tomó las manos y lo miró a los ojos.

—Espero que la confianza que le tienes esté justificada —dijo ella—. Es un buen amigo, lo reconozco, y se distingue en sus varios oficios. Pero no sabe absolutamente nada de mujeres.