(Del relato del hermano Suibne).
Llegamos a la nueva fortaleza del rey Bridei por la tarde. Estábamos cansados, pues hay una buena caminata desde la ribera del lago hasta la colina cubierta de árboles que ahora alberga la corte de Fortriu. Los dramáticos acontecimientos que acompañaron el avance de Colm por la Gran Cañada habían renovado nuestra fe en la gracia de Dios y nuestras esperanzas en la misión, pero nuestros cuerpos estaban agotados. Pensé que al menos allí tendríamos muchas probabilidades de dormir en una cama y no en una pocilga.
A las puertas de la Colina Blanca nos llegó un grito dándonos el alto:
—¡Decid vuestro nombre y vuestro propósito!
Lo traduje. Colm nos anunció como hombres de Dios; les dijo su nombre en voz baja, pero es tal el poder natural de la voz de nuestro líder que la palabra resonó como el repique de una gran campana:
—Colmcille.
—¡Dejad las armas! ¡Daos la vuelta, poneos de rodillas con las manos en alto y no os mováis hasta que yo os lo diga!
Aquellos guerreros no estaban acostumbrados a tratar con clérigos, eso estaba claro. Quizá tendríamos que habernos vestido como druidas. No me imagino al poderoso mago Broichan sometiéndose de buen grado a un trato tan brusco.
Expliqué las órdenes a mis hermanos y nos arrodillamos, todos menos Colm.
—¿No me has oído, amigo? ¡De rodillas o te atravieso el pecho con una flecha!
—Son gentes guerreras —susurró Lomán cuando murmuré la traducción.
Colm empezó a caminar tranquilamente hacia las puertas. Lo apuntaron con una flecha desde arriba y yo me vi obligado a desobedecer la orden de darnos la vuelta para así poder mirar. No había peligro. Nadie me estaba mirando a mí.
—¡Abrid en nombre de Dios! —exclamó Colm en nuestro idioma—. ¡Venimos en son de paz, con la luz de la fe que nos guía! ¡Abrid, os digo!
Las grandes puertas que abarcaban la entrada principal de aquella fortaleza no se abrieron milagrosamente. Esos detalles son los que se añaden después a las historias de acontecimientos memorables como la visita de un gran líder cristiano a un poderoso rey pagano. La que se abrió fue la puertecilla lateral, la que servía para que la gente entrara y saliera sin necesidad de exponer todo el lugar abriendo de par en par el portón principal. Por ella salió un hombre guiando un asno. Colm nos hizo señas y, bajo un coro de gritos de indignación por parte del guardia apostado en lo alto, nos levantamos y entramos. No miré arriba. Dios era misericordioso; no era aquel el día en que recibiría una flecha en el corazón.
Tras cierta confusión inicial, nos saludó muy cordialmente uno de los consejeros principales de Bridei, un hombre llamado Tharan, a quien recordaba de mi visita a la corte de Drust el Toro. Recordé que al principio había sido hostil a Bridei; él hubiera preferido ver a Carnach del Recodo del Espino en el trono de Fortriu a la muerte del anciano rey. Quizá había cambiado de opinión por motivos estratégicos. Al fin y al cabo seguía allí.
Tharan nos buscó alojamiento. Había camas con sábanas y almohadas. Se disculpó en nombre del rey. En la Colina Blanca reinaba la confusión. El hijo de Bridei, un niño muy pequeño, llevaba desaparecido desde el día anterior, así como su niñera escota. La mayor parte de los hombres estaban fuera buscándolos. La reina se hallaba indispuesta, abrumada por el miedo por su hijo.
Colm le dijo al consejero de Bridei que rezaría por el niño. Tharan no pareció muy impresionado por la oferta. Aunque la hospitalidad había mejorado desde mi última visita a la corte de Fortriu, supuse que la actitud de los criados del rey no sería más cordial que antes.
Le di las gracias a Tharan en nombre de Colm. Soy el único de nuestro grupo que habla el idioma priteni con fluidez y recae en mí la tarea de traducir y de actuar de intermediario. Le recordé que conocía al rey Bridei personalmente. Le pedí que organizara una audiencia para Colm cuando al monarca le resultara conveniente y le dije que preferíamos que Broichan estuviera presente. Colm así lo había solicitado. Nunca había sido de los que buscan el camino más fácil y prefería afrontar las dificultades como si arrostrara una temible ola, de lleno. Su huida de nuestra tierra natal había constituido la única excepción a esta regla. Y eso, a su modo, no fue una decisión fácil ni mucho menos.
Tharan dijo que trasladaría nuestras peticiones al rey. Nos informó de cuáles eran las zonas de la corte que podíamos visitar a nuestro antojo. El lugar se extiende por toda la cima de la colina, una construcción impresionante rodeada de altos muros, imponentemente fortificada. Las vistas son maravillosas, por encima de las laderas cubiertas de pinos hasta el mar y, al otro lado, a las colinas de la Gran Cañada. Dentro de la formidable barrera de piedra hay muchas estancias y todo tipo de servicios, así como extensos jardines, tanto grandes como pequeños. No tan sólo nos asignaron un dormitorio, sino también una habitación contigua apropiada para nuestras plegarias, aunque, por supuesto, nadie lo especificó. Recuerdo perfectamente a Broichan paralizado por el terror al verme celebrar un rito cristiano en Caer Pridne durante los días de las últimas elecciones. Tharan nos mostró una pequeña zona ajardinada contigua a nuestro dormitorio donde podíamos sentarnos a disfrutar del sol. Dijo que nos traerían un refrigerio y agua para lavarnos. Allí cerca había un excusado que podíamos utilizar. La cena se anunciaría en su momento. Se serviría en el gran salón.
—Llevamos una vida frugal —dijo Colm cuando terminé de traducir—. Nuestros días giran en torno a la oración. —Me miró, indicando que debía transmitir su comentario a Tharan.
—Gracias —le dije al consejero del rey—. Es muy generoso por vuestra parte. Exceptuando las reuniones oficiales con el rey Bridei y su asesor espiritual, lo más probable es que seamos muy reservados.
Una sonrisa suavizó fugazmente los altaneros rasgos de Tharan.
—Olvidas, hermano Suibne —dijo—, que a ti, al menos, ya te conocemos. No creo que seas capaz de visitar una corte sin desear meter el dedo en cualquier empanada que se te ponga delante.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Colm.
—Que espera que al menos podamos acudir a la cena —le expliqué—. De ese modo el rey Bridei recordará nuestra presencia y la necesidad de ofrecernos audiencia. Sugiere que entre los platos de esta noche podría haber empanada. —En ocasiones se me suelta un poco la lengua. Es una consecuencia inevitable del trabajo de traductor. Cuando haces malabarismos con los idiomas, llega un punto en el que puedes emborracharte de palabras.
Suibne, monje de Derry.
Tras pasar la noche en el bosque buscando infructuosamente a Derelei, Bedo fue incapaz de ocultarle a su madrastra que el brazo le molestaba. Brethana le ordenó que a la mañana siguiente se quedara en casa mientras los demás salían, su hermano entre ellos. Por una vez Bedo obedeció sin rechistar, aunque la restricción lo irritaba. El físico había dejado muy claro lo que sucedería si forzaba el miembro que se estaba curando. Al pensar en Derelei muriendo de frío o sufriendo cualquier otro daño lo invadía la necesidad de ayudar, de hacer algo. El sentido común le decía que había muchos hombres buscando, hombres capaces; le decía que su pequeña contribución era tan insignificante que no justificaba arriesgar su futuro como un guerrero jefe de clan. Al quedarse se ganó una sonrisa y unas palabras de elogio por parte de su madrastra.
Entonces tuvo por delante otro día tedioso, un día que parecía interminable y vacío, una sensación que compartía todo el mundo desde que se inició la búsqueda. Nunca había sido muy estudioso, aunque se había esforzado mucho por aprender cuando Ferada los educaba a él y a Uric. No le había quedado más remedio: su hermana era muy estricta y exigente. Cuando su madre se marchó, Ferada había asumido la tarea de supervisora y profesora con toda su formidable determinación. Como resultado de ello, Uric y él eran competentes en aquellas ramas del saber que todo joven de sangre noble requería. Aun así, había sido un alivio cuando su padre se había casado con Brethana y Ferada se había trasladado a Banmerren para empezar con su experimento en la educación de mujeres jóvenes. Lo cierto era que a Bedo nunca le había gustado llenarse la cabeza con la historia, la geografía, la astrología y los idiomas. Él era más feliz realizando un salto complicado con su caballo o practicando la lucha con su hermano. Le iba a resultar difícil pasar el tiempo hasta que se le curara el brazo.
Aquel día era un poco distinto. Aquel día sí tenía una tarea que realizar. El alfiler que Uric había encontrado estaba en la bolsa de Bedo, bien escondido. Como su hermano había vuelto a salir con las partidas de búsqueda, le tocaba a él averiguar si su teoría era correcta, y tenía que hacerlo sin levantar las sospechas de su presa.
Las chicas parecían andar siempre en grupo. Resultaba muy difícil separar a una de ellas sin que las otras se dieran cuenta y acudieran tras su amiga. Claro que aquel día casi todos los hombres estaban ausentes de la corte, pues la zona de búsqueda se había ampliado y eso los había llevado lejos de las laderas boscosas de la Colina Blanca, hacia las tierras llanas que había más allá, hacia el norte en dirección a la costa y hacia el sur en dirección al lago oscuro y profundo, hacia el terreno elevado del sudoeste que al final se convertía en la Gran Cañada. La corte estaba tranquila. La llegada de los cristianos suscitó cierto dramatismo que Tharan manejó con su acostumbrada competencia, llevándoselos a un lugar recluido. Otra cosa de la que tendría que ocuparse el rey.
La ausencia de tanta gente dificultó la búsqueda de Bedo. Lo hacía más visible. La mañana había resultado inútil, pues las chicas sólo habían salido una vez y no se habían separado ni un momento. Por la tarde pasearon un rato por el jardín y cruzaron unas palabras desganadas con Dovran. Más tarde encontró una ocupación temporal con Garvan el picapedrero y su ayudante. Garvan estaba retocando algunos de los pequeños labrados decorativos que había a lo largo del muro del jardín y que en su mayor parte representaban animales pequeños: un gato, un tejón, una ardilla, un búho. Con un brazo en cabestrillo Bedo no podía hacer mucho, pero había algunas veces en las que resultaba útil contar con otra mano que sujetara los puntales para que no se movieran o que te alcanzara un determinado cincel. Además, a Garvan parecía gustarle su compañía.
Breda y sus doncellas pasaron en dos ocasiones y Bedo las observó sin que resultara demasiado evidente. Iban todas juntas como una bandada de gansos, Breda al frente, un poco adelantada, y las otras detrás. Le sería imposible poder hablar con una de ellas a solas. Ninguna era como Cella, que había destacado por su inteligencia e independencia, siendo una chica callada como era. Todavía le costaba aceptar que estuviera muerta; Cella, con su suave cabello castaño y su sonrisa tímida. No estaba bien que se hubiera ido de esta forma, y que esa princesa sin corazón siguiera andando por ahí como si el mundo le debiera la más humilde de las lealtades. Aquellas chicas parecían todas muy dispuestas a ofrecérsela, y se aferraban a ella como abrojos en el pelaje de un perro.
Fue transcurriendo el día y empezaba a oscurecer. Garvan recogió sus herramientas, le dio las gracias a Bedo y al ayudante y se marchó. ¡Maldición! Uric no tardaría en regresar y él tendría que decirle que no había logrado absolutamente nada. Tenía que haber alguna manera de hacerlo. Fue al excusado y se sentó un rato a pensar, con el alfiler enjoyado como un peso muerto en su bolsa. Pensó en las chicas, en que siempre necesitaban tener a sus amigas con ellas allá adonde fueran. Era probable que hasta fueran juntas al retrete. ¿Lo hacían? ¿Y cuando se lavaban? Breda seguro que era de esa clase de chicas, como su hermana Ferada, que no podían sentarse a cenar sin lavarse la cara y las manos, arreglarse el pelo y cambiarse de ropa, aun cuando la que llevaran estuviera perfectamente limpia. Con esa bandada de doncellas seguro que no tenía ni que mover un dedo. Ellas le llevarían el agua caliente y luego sacarían el aguamanil de la habitación. Apostaría a que los sirvientes comunes y corrientes de la Colina Blanca no habían pisado ni una sola vez los aposentos privados de lady Breda.
Se acercaba la hora de la cena, aunque el rey sin duda la retrasaría hasta que regresara la partida de búsqueda. El hecho de que todavía no hubieran dado señales de vida presagiaba malas noticias; si hubiesen encontrado a Derelei o a Eile hubieran mandado un mensaje rápidamente. A Bedo se le ocurrió un plan. Debía encontrar un sitio desde el que pudiera observar la entrada a las dependencias de Breda sin que lo vieran. ¡Dioses! ¡Y pensar que no hacía mucho prácticamente suspiraba por tener la oportunidad de hablar con ella! Se avergonzaba al recordarlo.
La mayoría de los guardias no estaban. Eso facilitó a Bedo la tarea de ocultarse sin llamar la atención. Se apostó detrás de una columna al pie de unas escaleras. No era el más sutil de los escondites, pero desde allí tenía una buena vista de lo que necesitaba. Era una prueba, pensó. Una prueba de guerrero: guardar silencio, permanecer alerta, estar preparado para atacar en cualquier momento. «Atacar» en sentido figurado, por supuesto. «Lo hago por ti —le dijo al fantasma de Cella—. Espero que sepas lo mucho que me importabas». Se apoyó en la pared, entrecerró los ojos y esperó.
Elda decidió que cenaría con los niños. No podía dejar sola a Saraid, ni aunque estuviera con Gilder y Galen y la criada habitual. La niña apenas se había movido en todo el día. Los gemelos, que eran bulliciosos incluso en sus momentos más tranquilos, no habían dejado de andar de puntillas a su alrededor, incómodos por el encorvado silencio de la pequeña.
No era que Saraid hubiera perdido el habla. Al aceptar el desayuno que ella le ofreció en una bandeja había susurrado «Gracias», lo cual era testimonio del rigor de Eile al enseñarle buenos modales. Durante el día le había murmurado a Lamento en algunas ocasiones, cancioncillas y versos. Por la tarde Elda los sacó a los tres al jardín, pensando que a Saraid no le vendría mal estirar las piernas y respirar un poco de aire fresco. Los gemelos estaban más que dispuestos a hacer un poco de ejercicio y corrían por los senderos con la pelota. Elda se sentó en un banco para descansar la espalda. No faltaba mucho para la llegada de su bebé. ¡Por todos los dioses, esperaba que fuera una niña!
Saraid se encaramó al banco a su lado. La pequeña se sentó cerca de ella, pegada a su costado, estrechando la muñeca con fuerza contra el pecho. Elda notó que temblaba como si estuviera muerta de frío. La rodeó con el brazo. Más abajo, en el jardín, Gilder y Galen intentaban cruzar el estanque saltando por encima de las piedras, como una vez habían visto hacer a Dovran. Elda no les quitaba el ojo de encima, pues no tenía ganas de tener que ocuparse de la ropa mojada.
—¿Estás bien, Saraid?
—Mmm.
—¿Seguro?
—Mmm.
—¿Te acuerdas de anoche, cuando Faolan te encontró en el bosque?
—Falan encuentra a Lamento.
Era más de lo que había dicho en todo el día.
—Así es, cariño. Faolan encontró a Lamento debajo de un arbusto. Llevaba puesto su precioso vestido azul, el que le hizo Eile.
Elda sintió que el cuerpecito de la niña se ponía rígido y, al bajar la mirada, vio que Saraid tensaba los labios. Conocía los indicios. Era una niña que guardaba un secreto, algo que no se atrevía a contar.
—Saraid, ¿sabes dónde fue Eile? ¿Y Derelei? ¿Quieres contármelo?
La pequeña apretó los labios. Dijo que no con un movimiento de la cabeza apenas perceptible.
—Podríamos ayudar a tu mamá, Saraid, si nos dices lo que sabes. Si mamá está herida, o perdida, o… —La mera idea resultaba insoportable, la posibilidad de que Eile, precisamente Eile, pudiera ser una traidora, una espía—. O si Derelei se fue a algún sitio y tiene frío, está cansado y quiere volver a casa… Deberías decírmelo, Saraid. Podrías ayudar a Derelei a regresar a casa. —Personalmente, a medida que iba pasando el tiempo, Elda cada vez tenía menos esperanzas de que eso ocurriera. Comparado con sus robustos hijos, el hijo del rey era como una violeta solitaria creciendo junto a un par de rosales espinosos. Un soplo de viento podría llevárselo. ¿Cómo iba a sobrevivir un niño como él a una sola noche solo en el bosque?—. ¿Saraid?
Pero los labios de la niña permanecieron firmemente cerrados. Se quedaron allí sentadas un rato más. Dovran se acercó para saludarlas y volvió a alejarse para continuar patrullando. Tenía aspecto de estar exhausto. Entonces los gemelos empezaron a pelearse por la pelota, que era un frecuente motivo de disputa, y llegó el momento de volver a entrar.
De camino a sus aposentos, Elda pasó por la alcoba que Eile compartía con Saraid, pues la pequeña iba a necesitar el camisón, ropa interior limpia, su peine y espejo, y quizá hubiera otros enseres que pudieran resultarle reconfortantes.
—No toquéis las cosas de Eile —les advirtió a los gemelos—. Sentaos en la cama los dos y esperad hasta que Saraid y yo tengamos lo que necesitamos. —Abrió el arcón y echó un vistazo a su escaso contenido con la esperanza de que a Eile no le importara.
—Otro vestido —dijo Saraid. Ella tenía una pequeña caja propia que estaba sobre la mesita que había junto a la cama. La abrió y sacó un minúsculo vestido de color rosa y un trozo de cinta de seda. Los gemelos se acercaron a toda prisa por encima de la cama, estirando el cuello para verlo.
—Sí, claro, coge también las cosas de Lamento —le dijo Elda a Saraid—. Esta noche volverás a dormir en nuestra habitación. ¿Quieres tu vestido gris…? —se le apagó la voz mientras, al fondo, los gemelos comentaban los pros y los contras del guardarropa de Lamento. Elda se puso de pie. Recorrió la habitación con la mirada. El rumor se había extendido rápidamente, divulgado por esas chicas que acompañaban a la prima del rey Keother. Habían visto salir a Eile. De hecho, la habían visto sacando al hijo del rey por la puerta y llevándoselo por el camino que iba al Lago de la Serpiente. Costaba creerlo. Tendrían que ir muy deprisa para eludir la búsqueda. Probablemente tuvieran que ir en barca, surcando las gélidas aguas del Lago. Sin embargo, allí, bien colgada de una percha, estaba la capa de Eile. Y allí, cuidadosamente juntas en una esquina, estaban las botas de Eile.
A Elda le entró un frío repentino.
—Saraid —preguntó—, ¿dónde está tu capa de abrigo? —preguntó.
La niña bajó deslizándose de la cama y se acercó para señalar una esquina del arcón. Allí estaba, doblada con primor, una prenda de lana marrón que Elda ya había visto en muchas ocasiones.
—Claro. ¿Y tus botas?
Saraid bajó la mirada a los borceguíes de suave cabritilla que llevaba en los pies y que estaban manchados tras haber pisado el suelo del bosque.
—No, estas no, cariño, las botas grandes, las que te pones para salir afuera.
Saraid fue hasta la cama, miró debajo, alargó el brazo y sacó un par de botitas resistentes de buen cuero.
—¿Vamos fuera? —preguntó. De pronto su voz se volvió débil y temblorosa.
—No, Saraid, ahora no. Ya casi es hora de cenar. Sólo necesitaba saber dónde encontrarlas. Bueno, ya tenemos tu camisón, el peine y un vestido limpio para mañana. Recoge las cosas de Lamento e iremos a dejarlas a nuestro dormitorio. Supongo que papá no tardará en volver a casa, chicos. Y Faolan también —miró a Saraid.
—Falan en casa —dijo la pequeña con un suspiro.
Gracias a los dioses, pensó Elda, que Garth estaría de vuelta para la cena, tanto si las noticias eran buenas o malas. Había resultado difícil considerar la posibilidad de que Eile no fuera quien ellos pensaban. Quizá no fuera debido a que Eile los había engañado hábilmente a todos, sino porque sencillamente no era cierto. Tal vez tendría que ir a ver al rey ahora mismo y decirle lo que había descubierto. Miró a los tres niños: Saraid estaba pálida y retraída, y Gilder y Galen, sucios tras sus aventuras en el jardín, empezaban a mostrarse quisquillosos porque tenían hambre. No estaban en condiciones de ir a ninguna parte que no fuera a darse un baño y después a cenar enseguida. Fuera en el pasillo, Elda miró si había alguien a quien pudiera llamar, alguien que pudiera llevarle el mensaje al rey, pero no vio a nadie. Con un suspiro, se dirigió a sus dependencias; tendría que esperar.
Al final salió una chica sola que llevaba un aguamanil grande en las manos. Era bajita, morena, de aspecto tímido. Bedo se esforzó por recordar su nombre, que le salió justo a tiempo.
—Cria —dijo saliéndole al paso, haciendo que la muchacha se estremeciera del susto—. Tengo que hacerte una pregunta. —Oh… no, no puedo… Tengo que ir a buscar agua…
—No te entretendré mucho. ¿Ves esto? —tenía el alfiler preparado, lo mostró entonces en su mano y vio que la chica abría desmesuradamente los ojos—. ¿Sabes a quién pertenece?
Cria lo miró con recelo.
—Es importante —dijo Bedo.
—¿Dónde lo encontraste?
—Eso no importa. Se lo devolveré a su dueña cuando sepa quién es.
Cria bajó la mirada y estrechó el aguamanil contra el pecho.
—Es de lady Breda —farfulló—. Puedo dárselo yo…
—No, no hace falta, me gustaría devolvérselo en persona. ¿Estás segura?
La chica le dirigió una mirada, súbitamente molesta.
—Sí, por supuesto que estoy segura. ¿Ves el emblema, la bestia marina? Es un símbolo de la familia real en las islas. Breda es la única mujer aquí en la Colina Blanca que puede llevarlo, ahora que su hermana no está.
—Tengo otra pregunta.
—Debo irme. Se enfada si llegamos tarde.
—¿Breda lo llevaba puesto el día de la cacería? ¿El día que murió Cella? La muchacha tensó los rasgos. Entrecerró los ojos.
—¿Por qué lo preguntas?
—¿Acaso te da miedo responder? —replicó Bedo—. Estás asustada, ¿verdad? Lo llevas escrito en la cara. No voy a hacerte ningún daño. Necesito que me ayudes.
Se hizo el silencio.
—Esto es por cómo murió Cella, ¿verdad? —el tono de voz de Cria había cambiado. Su susurro fue furtivo, casi de complicidad.
—Murió una chica inocente. Me rompí el brazo. Sólo quiero averiguar qué ocurrió.
—Fue un accidente. Un trágico accidente. Y ahora ya ha pasado.
—En tal caso, no hay peligro en que respondas a mi pregunta.
—Tengo que marcharme, de verdad —volvió la vista atrás con nerviosismo, en dirección a la puerta de Breda—. Sí, sí que lo llevaba puesto. Pero no digas que he sido yo quien te lo ha dicho.
—¿Por qué no? —fingió desconcierto—. Quiero decir, si todo fue un accidente…
—Escucha. —Cria lo agarró de la manga y se lo llevó escaleras arriba con ella—. Sigue andando. Tengo que ir al pozo que está junto a la cocina. No es solamente esto, es siempre igual. Si no decimos lo que nos manda y no guardamos silencio cuando nos lo ordena, nos castiga. Si me viera hablando contigo, me daría una paliza después. No vale la pena pensar en lo ocurrido aquel día. Cella ya no está. Ni todas las preguntas del mundo la traerán de vuelta. Y ninguna de nosotras tiene ninguna prisa por ser la siguiente.
Caminaban por el sendero que conducía al pozo. A Bedo se le había acelerado el pulso.
—¿Por qué iba a castigarte por hablar conmigo? ¿Y a qué te refieres con eso de ser la siguiente? ¿No querrás decir la siguiente en morir?
—¡Chsss! No tendría que haberte dicho nada. Déjame en paz, ya tienes lo que querías y casi es hora de cenar. Tendré que correr.
—¡Cuéntamelo! ¿Qué tiene de malo hablar conmigo?
—Se pone celosa. Esa fue la ofensa de Cella, hablar contigo.
—¿Cómo dices? Pero si Breda ni siquiera se fijó en mí, yo no le interesaba en lo más mínimo. No puede ser verdad.
Cria le dirigió una triste sonrisa.
—Está hecha un lío. No existe ninguna lógica en lo que hace, ni en a quién le toma simpatía o quién le desagrada. Por algún motivo te ha identificado como interesante y eso significa que nadie más te toca, te mira o intercambia una palabra contigo. Puede cambiar en un instante. Mira, por ejemplo, esa chica, Eile. Al principio, a Breda le caía bien, pero cuando vio que Dovran se había fijado en ella la cosa cambió.
Bedo tomó aire, tembloroso, y lo soltó.
—Cria —dijo, intentando mantener un tono de voz calmado y controlado, tal como habría hecho su padre en esta situación—. Eile ha desaparecido, como ya sabes. Ha desaparecido con el hijo del rey. ¿Podría estar relacionado de algún modo con este otro asunto?
La muchacha parecía abatida, como una pálida palomilla atrapada.
—No lo sé —respondió—. Lo único que sé es que, si ofendes a lady Breda, lo pagas. A todas nos preguntaron por Eile y el niño. Dijimos lo que ella nos había dicho.
—¿Quieres decir que mentisteis? ¿Mentisteis cuando hay un niño de dos años que lleva toda la noche perdido en el bosque?
—¿Tú nunca has mentido porque te aterrorizara lo que podía ocurrirte si decías la verdad? —susurró Cria.
—Tendría más miedo ahora, miedo de lo que podría ocurrir si sigo mintiendo —repuso Bedo, que percibió el frío dejo de reprensión de su voz—. La muerte de un niño podría pesar sobre tu conciencia y la de las otras chicas. Quizá también la muerte de Eile, dependiendo de lo que le haya ocurrido.
—Eile es una espía —dijo Cria al tiempo que colocaba el aguamanil al borde del pozo y agarraba la manivela que hacía girar el mecanismo elevador—. Lo dice todo el mundo. Ha sido un secuestro. ¿Por qué iba a importarnos esa muchacha cuando se ha metido con astucia en casa de Bridei y le ha robado a su hijo?
—Hablas como si eso fuera una certeza —de repente Bedo se sintió mucho más viejo que aquella misma mañana.
—Los vieron. Y Eile es escota. Eso nadie puede discutirlo, nunca trató de ocultarlo.
—¡Ah, sí, claro! —dijo Bedo—. Los vieron. Salieron por la puerta a plena vista de todos. No obstante, ni uno solo de los guardias se fijó en ellos.
Cria se sonrojó e hizo girar la manivela para subir el pozal.
—Fue Breda quien los vio, no nosotras —replicó en tono defensivo.
—Cria, sé que tienes que regresar enseguida con el agua. Si más adelante hablo de esto —dijo tocando el alfiler—, y de lo de ayer y lo que Breda vio o no vio, y de lo que os pidió o no pidió que dijerais, ¿me respaldarás? ¿Contarás la verdad?
—No puedo —dijo entre dientes.
—Así pues, dejarás que un niño muera ahí afuera, solo, porque tienes miedo de una paliza, ¿no?
—Me siento fatal por lo del niño, pero no creo que pueda hacerlo. —Cria retiró el cuello de su túnica para mostrar el borde de un gran verdugón que tenía en el hombro—. Utiliza una correa con nudos —explicó con voz monótona y resignada—. Duele mucho.
Bedo había creído que, en aquel asunto, ya nada iba a impresionarle, pero estaba equivocado.
—Deberías contárselo al rey Keother —le dijo—. Hay que pararle los pies.
—A ella le gusta el poder. Aquí lo tiene; no podemos volver a casa. Cuanto más control tiene, más astutos son sus juegos. No quiero acabar como Cella —el cubo llegó a lo alto del pozo; Cria lo apoyó en el borde con la intención de llenar el aguamanil.
—Deja que te ayude.
—¿Con un solo brazo?
—Al menos puedo sostenerte la jarra mientras la llenas.
—¿Bedo? —su voz se había reducido a un susurro cómplice.
—¿Qué?
—Si se lo contaras todo, absolutamente todo al rey Keother y al rey Bridei, ¿podrías conseguir hacerla parar? Eres muy joven… ¿Te harían caso?
Quizá la había juzgado mal. Su miedo no era un pueril acceso de melancolía, era real.
—Haré todo lo posible para que me escuchen —respondió con gravedad—. Y le pediré a Keother que os proteja a ti y a las otras chicas. Lo haré tanto si me ayudas como si no. Espero de verdad que cambies de opinión. Cella se merece todo tu esfuerzo. Se merece la verdad.
El aguamanil estaba lleno. Cria lo cogió, volvió la mirada atrás y se marchó con un correteo en dirección a las dependencias de Breda. Y allí se quedó él, con el corazón palpitante y la sangre bulléndole en las venas, sin saber qué hacer primero. ¿Debía contárselo enseguida a Bridei o esperar a que su hermano regresara, cumpliendo el acuerdo que tenían de hacerlo juntos? Uric había dicho que Faolan les apoyaría. Lo más probable era que Faolan regresara pronto, junto con Uric y los demás. Bedo no podía exigir ni mucho menos que hicieran salir a la princesa de las Islas Luminosas a la fuerza para que respondiera a sus preguntas. Puede que fuera el hijo del jefe de guerra de Bridei, pero tan sólo tenía quince años, no había demostrado su valía ni en el campo de batalla ni en el de la diplomacia. Ahora mismo su caso dependía de la palabra de otras personas, de conjeturas y suposiciones. Lamentaba que su padre ya no se encontrara en la corte. El sentido común le decía que esperara a que volviera Uric y que aprovechara el poco tiempo que le quedaba para planear exactamente qué decir y cómo decirlo. Y para rogar que, con aquel breve retraso, no se sumara a la lista de los que habían incrementado el tiempo que Derelei pasaría solo ahí fuera ni aumentara las posibilidades de que el niño pereciera antes de que lo encontraran.
¡Dioses, era inconcebible! Bedo recordó la sonrisa de deleite de Derelei cuando lo habían montado por primera vez en la carreta que habían traído del Pozo del Cuervo, la manera en que su pálido semblante se había iluminado cuando les habían enseñado, a él y a los gemelos, a deslizarse por un montículo sentados en una fuente de madera. Recordó a Derelei subido en sus hombros, fingiendo que Bedo era un caballo, en tanto que Galen se sentaba encima de Uric y ellos corrían por el patio relinchando mientras Gilder los perseguía. Derelei era muy pequeño. Fuera cual fuera este nuevo juego, utilizar a un niño de dos años como una pieza más era la cosa más cruel del mundo.
La jornada había sido infructuosa y descorazonadora. Los perros no habían encontrado nada. Las partidas de búsqueda habían registrado una vasta extensión de territorio en todas direcciones partiendo de la Colina Blanca, pero no habían encontrado ni rastro del niño ni de la joven, ni los habían visto en ninguna cabaña, granja, ni pequeña aldea. A mediodía un mensajero había ido al encuentro de Faolan y le había contado que el día anterior habían visto a Eile y a Derelei saliendo de la Colina Blanca tranquilamente por la puerta. El mensajero había cometido el error de informar a Faolan de que el rey y sus consejeros pensaban que aquel hecho reforzaba la teoría del secuestro y a Faolan le había faltado muy poco para golpear a aquel hombre. Todos tenían los nervios a flor de piel, andaban faltos de sueño y sabían que cuanto más tiempo pasaba sin que encontraran nada, cualquier cosa, más cerca estaban de tener que admitir que el hijo del rey probablemente estuviera muerto.
Y Eile. La gente solía mencionarla como una idea de último momento, como si sólo fuera de interés porque Derelei había desaparecido estando con ella. Era otro motivo para estar enojado, otro motivo para arremeter contra los demás. Faolan contuvo su mal genio, pero le costó mucho.
Algunos de los hombres se quedaron fuera; descansarían unas cuantas horas en un campamento provisional y con las primeras luces del día empezarían a registrar otra zona. La mayoría regresaron a la Colina Blanca al caer la noche, entre ellos los guardaespaldas del rey. Incluso Garth reconoció que tendría que dormir un poco si quería poder continuar por la mañana.
Faolan confeccionó una lista de turnos que permitía que otros hombres capaces, el guardaespaldas de Aniel, Eldrist, y el de Tharan, Imbeg, sustituyeran a los guardias personales de Bridei para que así estos pudieran prolongar un poco más su descanso. Dovran llevaba de servicio dos días enteros y una noche. Sería una locura dejar que continuara.
Faolan organizó todo esto mientras Garth iba a ver al rey con la noticia de otra jornada de búsqueda infructuosa. Después se dirigió a las dependencias de Elda, donde esta estaba bañando a los gemelos en una tina grande y poco profunda frente a la chimenea en tanto que Saraid lo observaba todo con aire de gravedad desde el camastro que compartirían los niños. La habitación era agradablemente cálida. Elda, arremangada y con el rostro colorado, estaba acuclillada incómodamente junto a la tina, frotándole la espalda a uno de los gemelos.
—¡Faolan! —exclamó al levantar la mirada, un tanto ceñuda—. ¿Dónde está Garth? ¿Ha vuelto?
—Está informando al rey. Me temo que no hay noticias. —No estaba mirando a Elda ni a los niños—. Sólo pasé a ver cómo le va a mi chica.
—Está…
No fue necesario que Elda terminara la frase. Saraid dejó bruscamente a Lamento sobre el cobertor, cruzó la estancia como una exhalación, esquivando la tina y a la mujer arrodillada, y se lanzó directa a sus brazos, donde se aferró con tanta fuerza como una cría de marta a su madre.
—Ha estado muy callada —le dijo Elda—. Muy callada. Me alegraría verla derramar algunas lágrimas; desahogarse un poco de lo que sea. No me ha contado nada, y mira que lo he intentado.
Faolan le murmuró a la niña mientras le acariciaba el pelo y sintió la fuerza de su abrazo, lo tenso que estaba su cuerpecito.
—Ya está, Ardilla, ya está. Mi chiquilla buena, mi pequeña. Estoy aquí, mo cridhe. —Sintió el retumbante latido de su propio corazón; oyó en su cabeza unas palabras que no podía pronunciar, allí no, no en aquel momento: «hija mía»—. Si quieres —le dijo a Elda—, me quedaré con ella mientras tú cenas. Es mucho trabajo para ti sola, estar todo el día con los tres.
—Me sirve de práctica —repuso Elda, que ayudó a uno de los gemelos a salir de la tina y empezó a frotar al otro—. Tendré tres antes de que la luna crezca y mengüe de nuevo. Faolan…
La puerta se abrió y entró Garth con aspecto agotado. Su aparición fue recibida por gritos de deleite por parte de los gemelos.
—Ven aquí, Gilder, estás mojando el suelo. —El guardia grandote agarró al gemelo que tenía más cerca y empezó a secarlo enérgicamente. En medio del barullo general, Faolan no entendió lo que Elda intentaba decirle, algo sobre unas capas y unas botas. Al cabo de un rato Gilder y Galen se calmaron. Faolan se sentó en la cama con Saraid en las rodillas y le pidió a Elda que volviera a explicárselo.
—Todo el mundo habla de que vieron a Eile sacar a Derelei por la puerta; todo el mundo piensa que ello significa que la pusieron aquí para secuestrarlo, Faolan. No me refiero a los chismes tontos de siempre, a los rumores que se extinguen tan pronto como surgen. Hasta Aniel y Tharan han manifestado sus dudas y se preguntan si no habrán malinterpretado la situación.
—Recibí el mensaje. —Seguía enfureciéndolo—. Registramos el camino del lago sin éxito. Una embarcación zarpó ayer, pero nadie vio a una mujer y a un niño en ella. No es más que un rumor pernicioso. Espero que no estés dando crédito…
Saraid profirió un leve sonido y Faolan se dio cuenta de lo mucho que la estaba apretando.
—No pasa nada, Ardilla. Estaba enfadado, pero no contigo. ¿Qué ha hecho hoy Lamento?
—Pasear —respondió con una vocecilla compungida—. Coger ropa. Esperar.
—Faolan —dijo Elda—, cuando fui a la alcoba de Eile a buscar las cosas de Saraid, me fijé en que su ropa de abrigo seguía allí, su capa y sus botas. Sólo tiene un par. Si su intención era llevarse a Derelei de la Colina Blanca, se las habría puesto, sin duda. Además, tal como yo he oído la historia, Breda dijo que vio que Eile llevaba la ropa de abrigo cuando salió por la puerta. No tiene sentido.
—Breda… —masculló Faolan, que mentalmente intentó recomponer un rompecabezas de varias maneras distintas, cada una de las cuales encajaba menos que la anterior—. ¿Me estás diciendo que fue Breda quien salió con esta historia de que Eile se marchó de la Colina Blanca? ¿Quién más los vio?
—No lo sé, Faolan. Tal vez nadie más. Sin embargo, las doncellas de Breda hablaban de ello como si fuera un hecho, y toda la casa se enteró.
Se le tensó el cuerpo, quiso apretar los puños, pero tenía a Saraid en brazos y se obligó a calmarse.
—Hay que interrogar a Breda otra vez —dijo—. Ahora. Quizá nos hayamos equivocado, quizá hayamos estado siguiendo un rastro que no existe. Quizá Eile nunca salió de la Colina Blanca. ¡Por todos los dioses!
—Faolan —terció Garth, que le estaba poniendo una camisa a un escurridizo gemelo en tanto que su esposa secaba al otro—, Bridei se ha ido directo a una reunión con Keother y los consejeros y después será hora de cenar. Ya sabes la carga que ha de soportar el rey ahora mismo, con Tuala ausente, así como su hijo. Y la cosa se ha complicado más todavía. Los cristianos están aquí y exigen una audiencia, preferiblemente con la presencia de Broichan. Fola está con Anfreda, no puede abandonar esta responsabilidad para ocupar el puesto del druida.
—La vida de Eile podría depender de esto. Tiene que ser ahora.
—Le ha pedido al hermano Colm, del que tanto hemos oído hablar, que asista a la reunión. Supongo que es para disculparse en persona y para pedirles que acepten un retraso de su audiencia oficial. Probablemente les diga que Broichan no está aquí. Al menos deberías esperar a que termine con esto. No puedes irrumpir en un consejo de esta índole. Sobre todo si tu intención es lanzar algún tipo de acusación contra la pariente de Keother. Bridei ya lo tiene demasiado difícil.
—¿Falan? —susurró Saraid—. ¿Cantas una canción?
—Después, Ardilla. Primero tienes que cenar. —Se inclinó para darle un beso en la mejilla. Tenía un nudo en el estómago. Se habían equivocado, estaban equivocados, lo presentía.
—No voy a ir a cenar al salón —le dijo Elda—. Comeré con estos tres y luego volveré a traerlos aquí. Si te das prisa, Faolan, quizá Saraid siga despierta cuando hayas cenado y puedes venir a cantarle una canción. No sabía que tuvieras talento para la música —esbozó una sonrisa—. Garth, esta noche debes dormir. Si el rey te pide que montes guardia, le dices que te estás durmiendo de pie.
Garth dio un gran bostezo.
—Al paso que voy seré el primero en irme a la cama. Faolan, tenemos que comer algo después de un día como este. Iré contigo. Te aconsejo que aguardes el momento oportuno, y recuerda que ahora mismo el rey tiene que hacer malabarismos con más bolas de lo que sería razonable para cualquiera. No querrá ofender a Keother.
—Si esa chica ha mentido y ha puesto en peligro a Eile, la… —«La mataré». Recordó, justo a tiempo, que había niños en la habitación—. Ardilla —dijo—, tengo que ir a lavarme; huelo a caballo. —La niña le olfateó la manga y arrugó la nariz—. Saraid… —vaciló, pues no estaba seguro de si debía intentar preguntárselo de nuevo. Ahora parecía dispuesta a hablar, más calmada que anoche, pero la mirada que tenían sus ojos lo preocupaba—. Saraid, ¿recuerdas adónde fue Eile? ¿Puedes decirme qué pasó ayer, antes de que os encontrara a Lamento y a ti en el bosque?
La pequeña lo miró, solemne como una lechuza, y a continuación meneó la cabeza con mucha parsimonia.
—Ayudarías a mamá si me lo contaras. Nos ayudarías a encontrarla, y a Derelei. ¿Cómo llegaste allí? ¿Por la puerta grande o por otro sitio?
La mirada de la pequeña no vaciló. Tenía los labios muy apretados. En aquel momento Faolan vio a Eile en ella, con tanta intensidad que el corazón le dio un vuelco. Faolan suspiró.
—Está bien, Ardilla —dijo—. Ve a cenar con los gemelos. Volveré tan pronto como pueda. Si estás cansada, no intentes quedarte despierta esperándome. Vendré a verte por la mañana, antes de volver a salir.
—¿Canción de Lamento? ¿Casa de la colina?
Aquel día estaba muy dispuesta a hablar de otras cosas. ¿Qué era lo que le hacía guardar silencio sobre la cuestión que él más necesitaba saber? ¿Algún tipo de amenaza? La niña sólo tenía tres años.
—Te cantaré la canción de Lamento —le dijo Faolan—. La de la casa en la colina es la que cuenta mamá —se le hizo un nudo en la garganta—. Cuando vuelva a casa te la contará ella.
—¿Prometido?
No pudo mirarla.
—Prometido —susurró, la dejó en el camastro y se marchó de allí como un cobarde.
Mantengo el equilibrio en el filo de un cuchillo —le dijo Bridei a Fola—. Cada día que proporciono alojamiento a estos cristianos, cada vez que escucho sus argumentos, cada concesión que les hago ofende más profundamente a los antiguos dioses de Fortriu. Cada paso que doy en esa dirección pone más en peligro a Tuala. Sabes lo que hice cuando puse fin al ritual del Pozo de las Sombras. Coloqué a toda mi familia en un camino de peligro constante.
—¿Sin embargo? —Fola estaba de pie junto a la chimenea, serena, ataviada con sus vestiduras grises. Observó a Bridei, que caminaba de un lado a otro con Anfreda en brazos.
—Sin embargo, sé que, en términos prácticos, se avecina un cambio. Uno de los motivos por el que Keother se encuentra aquí es para hablar en nombre de los elementos cristianos de su propio reino. Y quiere arreglar las cosas conmigo después de su lamentable falta de apoyo contra los escotos. A pesar de su bravuconería, no puede permitirse hacer lo contrario. Su territorio está aislado, sería idiota si se distanciara aún más. Por lo que concierne a los asuntos de fe, la presencia de estos clérigos emisarios en la corte lo afianzará en su posición. Como rey de Fortriu, al menos debo escucharlo. Si Faolan se equivoca en cuanto a Carnach, podría tener a un poderoso nuevo enemigo a las puertas. Necesito a otro que esté totalmente de mi lado.
—Así pues, no puedes aplacar a los dioses echando a los cristianos, pero ahora no puedes escucharlos.
—¿Cómo puedo concentrarme en cualquier cosa mientras Derelei anda perdido? Y Tuala; tengo miedo por ella, Fola. Es la primera vez que hace esto. Los dioses podrían arrebatármelos a los dos fácilmente. ¿Qué es lo que he hecho?
La mujer sabia lo contempló con ecuanimidad.
—Si sigues de esta guisa —comentó ella—, el bebé se pasará toda la noche inquieto y agitado. Si te empeñas en tenerla en brazos, utiliza las habilidades que te enseñó Broichan para calmarte. No puedes entrar en la reunión con los ojos desorbitados y aspecto nervioso. Siéntate. Ahora imaginemos que volvemos al pasado: revivimos la noche del sacrificio del Umbral, el único que tú presenciaste. Piensa en el momento en el que decidiste que, si te convirtieras en rey, pondrías fin a ese ritual concreto y cargarías con la cólera del dios Innominado. Sabías que contraerías matrimonio y que probablemente tendrías hijos. Eras consciente del riesgo. Si pudieras volver a vivir aquel momento, ¿cambiarías tu decisión?
No era necesario considerarlo. Bridei meneó la cabeza en señal de negación. Las imágenes oscuras de aquella noche, los sombríos ecos del Pozo de las Sombras y de una chica ahogándose, una muchacha vestida de blanco cuyos largos cabellos flotaban en el agua negra, nunca se alejaban de sus pensamientos. Oía la salmodia de Broichan, con una voz llena de un poder terrible, un poder de otro mundo. Veía los rostros pálidos de los hombres, sentía sus propias manos ayudando a asegurar la muerte de una inocente.
—Sólo deseo —dijo— que los dioses me castiguen a mí y sólo a mí. No a Tuala, ni a Derelei. Ellos no tienen la culpa.
—La Brillante quiere a Tuala —comentó Fola—. Y Derelei, tan pequeño y tan prodigiosamente dotado, sin duda tiene señalado un camino especial en la vida. No creo que los dioses vayan a dejar que eso se desperdicie. No debes perder la esperanza, Bridei. Tu esposa es una mujer fuerte. Parecía confiar en su capacidad para lograr su cometido. Tú también deberías confiar.
—Ya lo hago —respondió, sin estar muy seguro de creérselo—. No obstante, temo la oscura venganza del dios. Temo las decisiones que se me plantean. Como rey, hay un camino que quiero seguir, un camino de compromiso y conciliación. Mi amor por los dioses es certero y firme. No decaerá ni en todas las noches y días que camine por este mundo. Tengo intención de hacer que las viejas costumbres se mantengan fuertes en Fortriu. Sin embargo, también debo gobernar pensando en un cambio político, Fola. Hay fuerzas que intervienen a nuestro alrededor: un nuevo rey en Circinn, una paz precaria en Dalriada, la misteriosa y cambiante influencia de los caitt. No olvido a los jefes de clan de los Uí Néill, llenos de ambición y que se encuentran a tan sólo un día de navegación de nuestras costas orientales. No puedo elegir un camino fuerte y sensato para Fortriu cuando constantemente me coarta el miedo por mis seres queridos, el terror a la oscuridad que reside en mi interior y en el de cualquier hombre que habita las tierras de los priteni. El dios Innominado forma parte de todos nosotros. No podemos escapar de él. Esta noche lo único que quiero es quedarme aquí en esta habitación, con mi hija en brazos, y esperar que Tuala y Derelei entren por la puerta sanos y salvos. No quiero hablar con Keother ni con esos misioneros cristianos. Ni siquiera me apetece ver a Tharan y Aniel, aun cuando siempre me han mostrado su apoyo incondicional. Esta noche no soy muy buen rey.
—¿Y yo? —preguntó Fola con ironía.
Bridei le sonrió.
—Nunca podré agradecerte lo suficiente que estés aquí vigilando a mi hija —le dijo—. Espero que sepas que en nuestra casa siempre serás bienvenida. Iba a decir que eres como una madre para nosotros, pero sé que desecharías la idea. De todos modos, no es del todo cierto. Eres una maestra a la que respetamos y una querida amiga. Tu sabiduría y honestidad nos ayudan a seguir por buen camino.
Fola respondió con voz queda:
—No estoy segura de merecer semejantes elogios, pero me reconforta. Yo a mi vez te diré que es en momentos como este, cuando te sientes destrozado e impotente, cuando descubres lo que significa ser rey. Eres rey hasta la médula Bridei, posees fortaleza de ánimo, eres sensato y valiente. Y humano. Eso es una parte de lo que te hace tan apropiado para el puesto. Bueno, ya es hora de que te vayas. Si te tranquiliza, cuando la niña ya esté bien metida en la cama, iré a buscar el cuenco de hidromancia de Tuala y veré qué es lo que los dioses pueden decirme. Por supuesto, ya sabes que podrían mostrarnos visiones equívocas, o ninguna en absoluto.
—Lo sé. —Puso a la adormilada Anfreda en brazos de la mujer sabia—. Gracias. Te lo agradecería.
—Lo haré enseguida. A ella le toca comer dentro de poco, luego dejaré que Tresna se vaya a cenar. Tal vez pueda decirte algo antes de que te vayas a dormir —el tono de su voz rebosaba compasión; conocía a Bridei desde que era un niño de doce años.
—No voy a dormir. Esta noche no. No cuando los dos están en peligro. Y Eile también. Voy a pasar la noche en vela, para rezar.
—¿Solo?
—Mis hombres están agotados. Tú debes quedarte aquí; Broichan no está. Sí, solo.
—Bridei, ¿tú crees esta historia sobre Eile, que parece más plausible a medida que pasa el tiempo? ¿Crees que haría una cosa tan terrible por devoción a una causa o por desesperación?
Él dijo que no con la cabeza.
—Sé que las circunstancias llevan a las personas a actuaciones extremas, pero hay un aspecto de esta historia al que no doy crédito: que Eile se marchara dejando a su hija por propia voluntad. El vínculo que las une es fuerte como el hierro. La verdad no está en este rumor del secuestro, sino en otra parte. Además, mi confianza en el buen criterio de Faolan es inquebrantable. Sé que Tuala estaría de acuerdo conmigo.
—Al igual que yo. Una o dos veces en mi vida me he encontrado con una persona que sea buena hasta la médula; son personas que brillan como lámparas en un cúmulo de dudas e incertidumbre. Eile es una de esas personas. Con el tiempo me imagino que también su hija lo será. Tu Faolan es un hombre afortunado.
—Eso si la encuentra —repuso Bridei con gravedad.
La reunión fue embarazosa. Keother, cansado después del día de búsqueda, estuvo más callado de lo habitual. Saludó a Colm con deferencia y respondió a las preguntas del clérigo sobre la situación de los asentamientos monásticos de las Islas Luminosas, un tema que Bridei había tenido la esperanza de que no se airearía hasta la audiencia formal. Colm era un hombre imponente, de unos cuarenta años tal vez, alto, con un aire ascético y la inconfundible impronta de sus orígenes Uí Néill: ojos vivos, nariz prominente y mandíbula firme. La alta tonsura frontal ponía de relieve la frente abombada y fuerte del escoto. Su autoridad innata resultaba evidente en cada uno de sus gestos. Su voz era a la vez severa y cautivadora, una poderosa herramienta de influencia.
Bridei dominaba muy bien el idioma escoto y lo hablaba con bastante fluidez gracias a las enseñanzas que recibió de Wid cuando era pequeño. Rara vez ponía de manifiesto esta habilidad y nunca en situaciones como aquella. Si Faolan no hubiera estado reorganizando la guardia nocturna, se habría valido de su brazo derecho como protector y traductor. Resultó que los únicos guardaespaldas que se hallaban presentes eran los hombres de armas de Keother, y fue el hermano Suibne quien tradujo la conversación al escoto y viceversa. Bridei lo conocía de hacía tiempo. Era un hombre astuto, inteligente y discreto que poseía un sentido del humor mordaz. A pesar de todas sus diferencias, Bridei le tenía simpatía. Sin embargo, nunca podías fiarte de un cristiano, no del todo. Bridei escuchó atentamente tanto la versión original como la traducción, consciente de que el más mínimo matiz podía causar un serio malentendido. Eso también era algo que había aprendido de Wid.
Aniel, bien preparado, propuso un día y una hora para la audiencia formal y sugirió que todas las partes le dieran una idea de antemano de los asuntos que deseaban discutir en ella. Hizo hincapié en que si bien el retraso podría resultarles inconveniente a los hermanos, todos los servicios de la Colina Blanca estarían disponibles para ellos en el ínterin.
—Bien entendido que, por supuesto —terció Bridei—, no se realizarán plegarias públicas ni enseñanzas religiosas dentro de estos muros. Hemos tolerado vuestro avance por Fortriu, de lo cual tuvimos noticia a través de varios mensajeros. Un viaje que, según nos han contado, ha comportado encuentros dramáticos y hechos increíbles. Ha sido un camino muy largo, una experiencia agotadora. Tengo la impresión de que lo más sensato sería concederos un tiempo para recuperaros antes de repetirlo. Comed, bebed y descansad. Tomaos tiempo para vosotros.
El hermano Suibne alteró levemente estas palabras al transmitírselas al hermano Colm. Sin saber por qué, la oportunidad para recuperarse dejó de ser un asunto de buenas camas y excelente comida y se convirtió más bien en tiempo para la oración y reflexión sobre aquella época de cambios. Quizá fuera sensato traducirlo mal. Colm accedió al retraso con evidente renuencia.
—Además —intervino Aniel—, si este asunto del hijo del rey se desarrolla de algún modo inesperado, Bridei podría tener la necesidad de aplazar aún más la audiencia, o de cancelarla.
Colm enarcó las cejas cuando Suibne se lo tradujo.
—El hecho es —comentó Tharan— que no sabemos si nos estamos enfrentando a un percance o a un secuestro. Si vuestros propios compatriotas tienen algo que ver y nos vemos obligados a ejercer presión para que nos devuelvan al niño, quizá os encontréis disfrutando de la hospitalidad de la Colina Blanca durante más tiempo del que teníais pensado. El rey Bridei me ha autorizado a que os lo comunique.
Suibne tradujo la respuesta de Colm:
—No aprobamos el secuestro de niños. Apreciamos vuestra franqueza y rezaremos para que el pequeño regrese sano y salvo. Si el rey Bridei lo desea, el hermano Colm dice que velará a su lado esta noche y ofrecerá sus plegarias por el niño. ¿Cómo se llama?
—Derelei —a Bridei le costó decirlo—. Dale las gracias al hermano Colm de mi parte. Sé que su intención es buena. No es necesario que pierda el sueño por esto.
Pasaron a hablar de otros asuntos. Estaba claro que Colm quería que en la audiencia formal se les garantizara la seguridad de los eremitas cristianos de las Islas Luminosas no solamente por parte de Keother, sino también por parte de Bridei como señor de Keother. Después estaba la cuestión de los escotos que Colm había visto entre los criados de la Colina Blanca. Quería saber la suerte que habían corrido los prisioneros del pasado otoño, los habitantes de Dalriada que se habían llevado allí bajo custodia de los priteni. ¿Cuántos de ellos eran esclavos? ¿Qué les depararía el futuro? ¿Cuál sería el sino, a más largo plazo, de Gabhran, el rey depuesto de los escotos de Dalriada que se hallaba entonces encerrado en su antigua fortaleza de Dunadd?
La lista era minuciosa. Bridei recordó que aquel hombre, como Uí Néill, era pariente de Gabhran. Aunque fuera a través de una neblina de agotamiento y preocupación, se le hizo muy patente que cuando tuviera lugar la audiencia formal esta abarcaría muchos más temas distintos de la religión. Empezó a reconsiderar su idea sobre el motivo exacto por el que Colmcille había realizado su arduo viaje hasta el mismísimo corazón de Fortriu.
—Y por último —dijo el hermano Suibne—, habrá un tema que ya conocéis, el tema central de nuestra misión. Tiene que ver con la isla de Ioua, situada en vuestro territorio oriental. Hemos visitado el lugar. Es hermoso, remoto y agreste, con pocos habitantes. Tenemos la esperanza de que reconsideres lo que dijiste en el momento de la victoria sobre las fuerzas de Gabhran el pasado otoño. Tenemos la esperanza de que quizá, después de todo, nos concedas refugio en ese lugar. —Fue una interpretación más poética y humilde del alegato final de su superior.
—Eres un traductor inteligente, hermano Suibne —comentó Bridei.
—Y tú un oyente astuto, mi señor rey —repuso el monje con una sonrisa—. Siento mucho lo de tu hijo. ¿Cómo lo sobrelleva tu esposa? La recuerdo de Caer Pridne. Una criatura menuda y enigmática, pero fuerte. Supongo que sigue igual.
—Tuala. Sí. No puedo hablar de ello aquí, pero gracias por preocuparte.
Estaban sentados en una estancia que no se encontraba muy lejos del gran salón, para poder continuar hablando hasta que la comida estuviera a punto de ser servida. Durante el transcurso de las últimas palabras, Bridei había percibido que fuera reinaba un alboroto muy superior al que habría cabido esperar: gritos, correteos, un vocerío. Pensó que tal vez una de esas voces fuera la de Faolan.
—Tharan —dijo con calma—, será mejor que salgas y averigües a qué viene todo este jaleo. Llévate a uno de los guardias. —Se volvió de nuevo hacia sus invitados y añadió—: Cenaremos dentro de poco. Lamento que el druida de mi corte, Broichan, no pueda estar con nosotros esta noche. En estos momentos no se encuentra en la Colina Blanca. Espero que pueda reunirse con nosotros para las discusiones oficiales. Es otro motivo por el que nos vendrá bien un retraso.
—¿Esperas? —Colm enarcó las cejas—. ¿No puedes ordenarle que vuelva? Tengo entendido que Broichan ostenta un gran poder en Fortriu y una fuerte influencia aquí en tu corte. Creo que debería estar presente.
—Tomo mis propias decisiones —dijo Bridei en voz baja, utilizando una de las técnicas de su padre adoptivo para dejar de lado su enojo—. Broichan es uno de mis consejeros. En lo que concierne al bienestar de mi pueblo, las decisiones finales son mías. ¿Acaso el alto rey de tu tierra natal controla tus movimientos, hermano Colm?
La traducción provocó una fría sonrisa.
—¿Qué puedo decir? —fue lo que tradujo Suibne como respuesta—. Él está en Tara, y yo estoy aquí en la pagana Fortriu.
En aquel preciso momento Bridei decidió que o Suibne era demasiado listo para su propio bien, o Colmcille no era distinto del resto: un ser humano de verdad a pesar de todos esos milagros.
—Entonces, bienvenidos a Fortriu —dijo—. Y ahora vamos a cenar.
La puerta se abrió y Tharan regresó con las facciones muy bien dispuestas en una expresión de calma.
—Mi señor rey —dijo—, entre las personas que están en el salón esperando la cena está teniendo lugar algo parecido a una… ardiente discusión. Tiene que ver con lady Breda y ciertas acusaciones, y también…
Keother se había puesto de pie.
—Yo me ocuparé de ello —dijo—. Si me perdonáis…
—… con la desaparición de Eile y de la búsqueda —siguió diciendo Tharan—. Este asunto requiera vuestra intervención personal, mi señor rey.
Bridei oyó gritar a Faolan.
—Está bien, vamos a ver qué pasa —asintió, deseando poder conseguir el mismo autocontrol que Tharan—. Hermano Colm, hermano Suibne, será mejor que os quedéis aquí mientras nos ocupamos de esto. Lamento las molestias —con un movimiento de la cabeza le indicó al otro guardia que se quedara con los cristianos. El vocerío se hacía más intenso. Bridei oyó a Breda, cuya voz aumentaba rápidamente de volumen. Y a uno de los hijos de Talorgen. El rey de Fortriu dejó de lado el protocolo, salió por la puerta a grandes zancadas y recorrió el pasillo hacia el gran salón.
Era imposible saber qué estaba ocurriendo exactamente. El salón estaba lleno de gente y se había servido cerveza mientras esperaban la cena. La mayoría de ellos estaban sentados, pero Faolan estaba de pie, señalando a Breda con un dedo acusador. Estaba furioso; tenía el rostro colorado y cara de pocos amigos. Fuera lo que fuera, debía de tratarse de un asunto grave cuando era capaz de privar al autodisciplinado espía de Bridei de su bien conocida ecuanimidad en público. En la mesa del rey, Breda también estaba de pie con las manos en la cadera, la cabeza erguida y su elegante atuendo en marcado contraste con la estridencia de su voz.
—¿Qué me estás diciendo? —fulminaba a Faolan con la mirada—. ¿Me estás llamando mentirosa? ¿A mí?
Por todo el salón se oían murmullos y las miradas se habían posado en aquella batalla con ávido interés. Como entretenimiento parecía superar con creces lo que conseguiría un bardo con un arpa.
—Sentaos —ordenó Bridei a medio camino entre su brazo derecho y la princesa—. Vosotros también —añadió al ver que tanto Bedo como Uric estaban al frente del salón, junto a la tarima donde se encontraba la mesa elevada—. Si hay que resolver una disputa, deberíamos hacerlo a puerta cerrada y no aquí en el salón como si fuerais una banda de borrachos pendencieros.
—Mi señor… —empezó a decir Faolan. El dejo que Bridei percibió en la voz de su amigo le provocó un escalofrío. Se trataba de algo muy serio.
—¡No voy a permitir que esto quede así! —espetó Breda—. ¡No puedes esperar que lo haga después de todas las cosas horribles que me ha dicho! —Los ojos azules se volvieron hacia Keother, situado a un paso por detrás de Bridei—. Primo, este hombre… este escoto, intenta acusarme de no sé qué fechoría. Quiero que lo eches del salón. No voy a tolerarlo —echó la cabeza hacia atrás y los rizos primorosos de sus sienes se agitaron.
—Toma asiento, prima. —Keother fue a sentarse a su lado. Hubo algo en el tono de su voz que hizo que Breda obedeciera. La muchacha tenía una mirada cargada de veneno, aunque resultaba imposible saber si era toda para Faolan o había también para el propio Keother.
—Mi señor… —Faolan intentó hablar de nuevo y en esta ocasión se le quebró la voz.
—Vamos a llevar el asunto a una sala de consejo —anunció Bridei—. ¿Quién es parte en la disputa? ¿Lady Breda? ¿Uric? ¿Bedo?
—No, mi señor —el desacostumbrado rubor de las mejillas de Faolan había desaparecido; ahora estaban blancas—. El asunto tiene que ver con Eile y con estos rumores que se han divulgado. Tengo que resolverlo enseguida. Es posible que hayamos estado buscando en el lugar equivocado basándonos en información errónea. Esto hay que aclararlo ahora, rápida y públicamente. No toleraré que Eile sea objeto de falsas habladurías.
—Entiendo. —Bridei fue a ocupar su sitio en la mesa real y tomó asiento. Cesó el barullo. Keother se sentó entre el rey y Breda; Aniel y Tharan ocuparon sus lugares al otro lado de Bridei. Faolan no se movió; Uric y Bedo tampoco.
Con el rabillo del ojo Bridei vio que los dos cristianos entraban en el salón seguidos por el guardia, que tenía aspecto de estar irritado. Era imposible ordenarles que se marcharan.
—Siéntalos en el extremo de la mesa, uno a cada lado de la reina Rhian —le murmuró a Aniel—. No quiero que Suibne traduzca demasiado. —Se volvió hacia Faolan—. Muy bien —dijo—, ahora escucharé el motivo de esta disputa. Que sea breve y conciso. Si tiene que ver con mi hijo y con Eile, tenemos que exponer los hechos rápidamente para poder actuar de forma apropiada. ¿Quién hablará primero?
—Los hijos de Talorgen —anunció Faolan, que ya tenía más dominio de sí mismo, con voz desapasionada y mirada adusta—. Aquí hay dos historias, mi señor, y una introduce a la otra.
—Acercaos, Bedo, Uric. ¿De qué se trata?
—Tiene relación con la cacería, mi señor rey… —Los dos chicos explicaron bien su versión, con una lógica calmada, aun cuando a Bridei le resultó evidente que estaban muy nerviosos. Aunque él también acusaba el nerviosismo de la impaciencia, la madurez y autocontrol de los muchachos lo admiró. Talorgen estaría muy contento si pudiera verlos ahora. Bedo relató que, justo antes de que Cella fuera golpeada se había oído un grito y que entonces el caballo se empinó y descendió con un revuelo de cascos mortal. Uric describió la misma sucesión de hechos: el grito, el movimiento de la yegua, y añadió un detalle más. Algo había brillado bajo la luz del sol, algo que lady Breda llevaba en la mano. Entonces la yegua se había desbocado llevándose a lady Breda con ella.
—Es una estupidez… —empezó a decir Breda.
—Por favor, lady Breda, guarda silencio —dijo Bridei—. Ya tendrás oportunidad de hablar.
—Pero…
—Cállate —masculló Keother con furia. Al mirar de reojo, Bridei quedó alarmado por la expresión que el otro hombre tenía en la mirada. En sus ojos vio horror, vergüenza y algo que sugería que todo aquello no le resultaba tan sorprendente como cabría suponer.
—No veo qué relación tiene con el otro asunto, con la búsqueda y con Eile y mi hijo —le dijo a Faolan.
—Ya se hará patente, mi señor —contestó Bedo—. Mi hermano y yo tenemos ciertas sospechas en cuanto a qué fue lo que asustó al caballo de lady Breda. Podría haber sido un grito. Un grito y un fuerte aguijonazo seguramente habrían asustado a la más plácida de las criaturas. Uric creyó ver un resplandor que descendía justo antes de… del accidente. Ha estado buscando dicho objeto en el lugar de la cacería. Lo encontró uno o dos días atrás. —Un silencio absoluto reinaba en la estancia.
Uric mostró un alfiler enjoyado.
—Ese día la yegua no sufrió heridas graves, pero volvió con muchos rasguños y abrasiones tras su precipitada huida —dijo—. Si uno de ellos era una herida deliberada infligida por este ornamento de plata, los mozos de cuadra no hubieran reparado particularmente en ella. Encontré el alfiler, o mejor dicho, tu perro lo encontró, en una parte del campo por la que sólo habían pasado Breda y los dos hombres que la habían rescatado aquella jornada. Este ornamento lleva la insignia real de las Islas Luminosas. Pertenece a lady Breda.
—¡Tonterías! —la joven dama ya volvía a estar de pie, con las manos apretadas—. ¡Sí, tal vez sea mío, pero lo que dices es una idiotez! ¿Por qué iba a hacer eso? De todos modos, ese día no lo llevaba puesto. Pregúntaselo a mis sirvientas. Llevaba otro broche distinto, el de oro con cadenitas. ¡Te lo estás inventando!
Keother bajó la mirada hacia la mesa en cuyos asientos se apiñaban todas las doncellas de Breda.
—¿Quién puede respaldar la versión de los acontecimientos de mi prima? —preguntó—. ¿Recordáis qué alfiler llevaba ese día? No hay duda de que la versión del joven es un tanto endeble, pero les debemos una respuesta a sus preguntas. Una chica murió.
Las jóvenes miraron las copas de cerveza, las manos, el suelo.
—Necesitamos una respuesta —dijo Bridei—. Faolan ha señalado que podría haber vidas en peligro. ¿Este silencio significa que sí o que no?
Una chica rubia se puso de pie a medias.
—Lady Breda llevaba puesto el que ha dicho. El de oro con cadenas.
—Es verdad —murmuró otra de las muchachas.
Se levantó una tercera, lentamente. Era una joven menuda. Estaba blanca como la leche.
—No, no es verdad —dijo con voz temblorosa—. Breda llevaba el alfiler de plata. Lo sé porque fui yo quien la peinó aquella mañana. Lo juro. Amna me ayudó.
Al cabo de un instante una cuarta chica se levantó para apoyar a la tercera.
—Cria tiene razón —a ella también le temblaba la voz—. Llevaba ese alfiler. El de la bestia marina. Es su favorito.
—¡Yo no hice nada! —saltó Breda de repente, golpeando la mesa con los puños y haciendo que traquetearan los cubiertos—. ¡Fue ese maldito caballo! ¡Yo no tengo la culpa si me dais un animal que se asusta y se desboca a la más mínima! Si Cella hubiera controlado al dichoso esmerejón…
—¡Cierra la boca! —gritó Keother. Su prima se calló, pero Bridei tuvo la sensación de que no sería por mucho tiempo.
—La teoría que propones es que, por alguna razón, lady Breda provocó deliberadamente que la yegua se asustara, y que se desbocara —dijo Bridei con ecuanimidad, consciente de que no podrían seguir hablando de aquello en público, no si existía alguna posibilidad de que fuera cierto. Les correspondía resolverlo a Keother y a él a puerta cerrada—. No se me ocurre qué motivo podría tener para llevar a cabo una acción tan irresponsable. Una acción que puso en riesgo su propia vida, mató a una joven y te hirió a ti, Bedo. Esta es una acusación muy grave. Lo que sugieres sería un acto propio de un demente.
—Nos han contado —explicó Uric— que lady Breda sufre arrebatos de celos extremos. Que, en este caso, la amistad entre mi hermano y Cella la enojó. Lo siento, mi señor —inclinó la cabeza en dirección a Keother—, pero tenemos a una o tal vez dos jóvenes que pueden atestiguarlo. Prefieren no hablar aquí, delante de toda la corte.
—¿Cómo? —Breda les lanzó una mirada fulminante a sus sirvientas con su hermoso rostro invadido por la furia—. ¿Cuál de vosotras ha estado contando cuentos? ¿Cómo os atrevéis? ¡Os juro por todos los dioses que desearéis no haber abierto nunca vuestras malditas bocazas…! —se calló de repente, cuando de pronto se dio cuenta de que todos los miembros de la corte de Fortriu estaban allí sentados mirando, horrorizados, en su dirección—. Mi señor, esto es… indecoroso. Desagradable. Estos chicos están confusos. No ha mucho que hicieron todo lo posible para impresionarme, y estas acusaciones no son más que el resultado de su resentimiento. Además, Cella ya no está. ¿Qué sentido tiene sacarlo a relucir?
Keother dijo algo entre dientes. Quizá fuera una plegaria de agradecimiento porque el padre de Cella ya se hubiera marchado de la Colina Blanca y no hubiera tenido que oír aquellas palabras.
—Faolan —dijo Bridei—, ¿qué relación tiene este asunto con nuestra crisis actual? Sé rápido, te lo ruego.
—Según me han dicho, mi señor rey, fue lady Breda quien dijo haber visto a Eile y a tu hijo salir ayer de la Colina Blanca, ataviados con la ropa de abrigo como si fueran a hacer un viaje.
—Es correcto —afirmó Aniel.
—La narración de la cacería debería, como poco, suscitar ciertas dudas sobre la veracidad de las afirmaciones de lady Breda —dijo Faolan—. Soy guardaespaldas, no noble. Si digo estas cosas en público, es únicamente porque hay vidas en peligro y el tiempo apremia. Lady Breda, si Eile planeaba llevarse a Derelei como rehén, ¿por qué salió de la Colina Blanca sin su capa de abrigo y sin las botas?
Breda se lo quedó mirando al tiempo que la gente allí congregada volvía a guardar silencio.
—Es que ella no… quiero decir, sí que salió, pero las llevaba puestas, claro que sí, y el niño también. Los vi. Ya lo dije.
Garth se puso de pie y fue a situarse junto a Faolan.
—No es cierto, mi señor rey. Mi esposa puede dar fe de ello. La ropa de abrigo de Eile sigue en su habitación.
—Eile nunca abandonaría a Saraid —dijo Faolan—. Cualquiera que se invente una mentira sobre un rapto necesitará una historia que la corrobore. No me creo la versión de lady Breda. Eile no puede haberse marchado sin más. No lo hubiera hecho. Y si eso era una mentira, quizá ella y Derelei sigan en algún lugar dentro de la Colina Blanca.
Bridei notó que perdía el color de la cara.
—Breda —dijo—, ¿podría ser que te hubieras equivocado?
—¡No, por supuesto que no! Vi algo, lo vi. A menos que fuera otra persona y no ella. Quiero decir alguna otra mujer de las de aquí y otro niño. Con la capucha puesta y de espaldas… quizá no fuera ella. Puede que me haya confundido…
—Necesito una respuesta. —Bridei no pudo disimular el dejo de su voz. Derelei, ¡oh, dioses! Derelei había estado en la Colina Blanca todo el tiempo, en alguna parte, y en silencio…—. ¿Lo que nos contaste sobre cómo pasaste el día era verdad o no? ¿Viste a mi hijo o no?
—Pues claro que era verdad. Pregúntaselo a mis doncellas —les clavó una mirada feroz—. Ellas no mentirían, ¿verdad?
La joven más menuda, Cria, volvió a levantarse. En esta ocasión mantuvo el porte erguido.
—¿Puedo hablar, mi señor rey?
—Por favor.
—Quizá sea mejor que sigamos en privado —murmuró Keother al oído de Bridei, pero ya era demasiado tarde.
—No estoy orgullosa de esto —dijo Cria—. Lady Breda nos pidió que mintiéramos y así lo hicimos. Existían razones para hacerlo, razones que no voy a mencionar aquí. Todas nosotras vimos a Eile y a los niños ayer.
Un grito ahogado se extendió por el salón y Bridei apretó los puños hasta que los nudillos se le quedaron blancos.
—Continúa —le dijo.
—Eile vino a nuestros aposentos con Breda. Fueron a buscar unos dulces. Amna le dio a la pequeña una cinta y ella se la puso a la muñeca. Era una de esas de color lavanda, como las que Amna lleva en el pelo. Luego lady Breda, Eile y los dos pequeños se fueron juntos. Lady Breda nos dijo que no podíamos ir con ellas.
—Dijo algo sobre un lugar secreto —terció Amna en voz baja—. Iba a enseñárselo a Saraid.
—¿Cuándo regresó lady Breda? —el tono de Faolan sirvió de recordatorio del porqué mucha gente le temía.
—No regresó hasta mucho después —respondió Cria—. Al volver nos dijo lo que teníamos que contar. Entonces, hoy, nos explicó lo de la salida de Eile llevándose a Derelei y eso fue lo que tuvimos que decir. Lo siento muchísimo, mi señor —estaba llorando.
Keother se había levantado.
—¿Y qué decís ahora las demás? —preguntó—. ¿Todas vosotras visteis, en efecto, al hijo del rey Bridei y a su asistenta y no habéis dicho ni una palabra, a pesar de saber que la vida del niño puede correr peligro?
—Mi señor —intervino Bedo—, existen razones por las que estas jóvenes no hablaron antes, razones que sería mejor exponer en privado.
Keother le hizo caso omiso.
—¡Hablad! —les ordenó—. ¿Quién dice la verdad, Cria o mi prima?
—¡Esto es indignante! —Breda había subido aún más la voz y casi era un chillido. La esposa de Tharan, Dorica, se puso en pie tranquilamente y fue a situarse junto a la silla de la joven. Le puso la mano en el hombro, aunque no estaba claro si era para tranquilizarla o para retenerla, y la princesa de las Islas Luminosas se zafó con cierta violencia.
—Cria dice la verdad —afirmó la doncella rubia—. Todas dijimos lo que Breda nos indicó. Lo siento, lo siento mucho.
—Tiene razón —dijo la cuarta chica—. A lady Breda no le gustaba Cella, no después de… —miró a Bedo—. Y no le gustaba Eile. Decía que no estaba bien que se le diera tanta confianza a una escota, que no tendrían que dejarla a cargo de los hijos del rey.
—¡Eso es mentira! ¡Le tenía simpatía a esa escota!
—Breda —terció Keother—, no digas ni una palabra más. Ni una, ¿entendido? Mi señor rey…
De repente Faolan estaba en la plataforma, enfrentándose a Breda desde el otro extremo de la mesa, infringiendo todas las normas de protocolo de la corte.
—¿Dónde está? —le preguntó, y Breda retrocedió—. ¿Y dónde está Derelei? ¿Qué has hecho?
Antes de que Bridei pudiera decir nada, Garth tomó a Faolan por el brazo y se lo llevó mientras le hablaba con calma.
—Vamos, volveremos a buscar. Yo te ayudaré.
—¡Juro por todo lo sagrado —le espetó Faolan a Breda mientras su compañero guardaespaldas lo alejaba de la tarima, sosteniéndolo y arrastrándolo a la vez— que si les has hecho daño a alguno de los dos te lo voy a hacer pagar!
Breda soltó un leve grito de miedo.
—Te recuerdo —le dijo Bridei a su brazo derecho en tono severo— que estás en presencia del rey y de sus invitados. Refrena tu ira. —Era la primera vez que había tenido que reprender a uno de sus guardias personales en público. La expresión de Faolan lo hizo sentirse muy mal, pues su sentimiento era idéntico, un fuerte impulso de salir corriendo a buscar, y un violento enojo por el hecho de que, con su mera estupidez, aquella joven imprevisible les hubiera impedido llegar a sus seres queridos enseguida. Se recordó que era el rey y se dio la vuelta para dirigirse a los miembros de la casa allí congregados—. Muchos de vosotros habéis estado buscándolos durante mucho tiempo con pocas horas de sueño. Estáis agotados y la cena ya se ha retrasado. Tharan y Dorica presidirán la comida. Por favor, comed y descansad. El rey Keother y yo nos retiraremos para discutir este importante asunto en privado. Os pido que recordéis que mi hijo sigue perdido, al igual que Eile. Os pido que no divulguéis rumores que pueden resultar falsos. Nosotros, los de Fortriu, somos fuertes. Brindaos dicha fortaleza unos a otros. Garth se ha ofrecido a ayudar a Faolan. Todo el que esté dispuesto a prestarles ayuda será bienvenido. Todo el que prefiera comer y luego dormir, que lo haga con la conciencia tranquila. A menos que los encontremos esta noche, o que recabemos más información que nos sea útil, la búsqueda principal continuará mañana al otro lado de los muros tal como estaba previsto.
Keother se encontraba de pie frente a Breda, que entonces sollozaba, y la sujetaba con fuerza del brazo. Algo más alejado, sentado a la mesa, el hermano Colm miraba con el ceño levemente fruncido.
—Mi señor, debería estar presente en vuestra discusión —dijo Faolan—. Necesito saber…
—Ve, empieza a buscar —le dijo Bridei a su amigo en voz baja. «Sal por esa puerta, busca por arriba y por abajo hasta que ocurra un milagro y los encuentres a los dos sanos y salvos en algún rincón olvidado. Vamos, vete»—. Si obtenemos información que pueda serte de ayuda, te la haremos llegar de inmediato. Ve, Faolan.
Un pequeño grupo de hombres se congregó en torno a Garth y Faolan: los dos hijos de Talorgen, un Dovran de aspecto exhausto, Garvan, el picapedrero real, y su ayudante, y Wid, apoyado en su báculo. Nadie más. Quizá el resto sencillamente estaban agotados. Se oyó a Garth diciéndoles a los miembros del grupo que comieran algo deprisa y que después cogieran antorchas y se reunieran con él en el patio inferior.
Bridei se retiró a la sala del consejo donde había tenido lugar su anterior reunión con Keother a su lado, que conducía a la llorosa Breda. Aniel fue detrás, seguido por un guardia.
—¡Dioses, Bridei! —masculló Keother—. Si esto es lo que parece, no sé que decirte. Tendría que estar ahí fuera con tus hombres, buscando.
—Esta noche sólo te pido una cosa —repuso Bridei—. Que mantengas vigilada a tu prima. Si las mentiras de lady Breda son causa de que mi hijo haya sufrido algún daño, no será únicamente Faolan quien querrá vengarse. Si Derelei está herido, o si está muerto, tus familiares lo pagarán con sangre. No te quepa la menor duda. Si le hacéis daño a mi hijo, sabréis lo que significa ofender al rey de Fortriu.
El instinto le resultaba muy útil a Tuala. La criatura cuya forma había adoptado avanzaba con rapidez y cautela, sus patas almohadilladas pisaban con suavidad el suelo del bosque y el viaje era una danza de luz y sombra, de ocultación y velocidad, de exposición calculada. Su olfato le mostraba el camino y una vista aguda la ayudaba a evitar problemas. En el margen del gran bosque que cubría las laderas del Lago de la Serpiente, un perro salvaje le dio caza. Ella trepó para ponerse a salvo, las zarpas y los músculos tensos la llevaron a lo alto del tronco de un roble joven antes de que tuviera tiempo para pensar. Agazapada entre las ramas, con todo el pelaje erizado y no sin dificultad, puso toda su voluntad en recuperar el entendimiento humano y se maravilló de la rapidez con la que el instinto le había servido en su forma prestada. Debía andar con más cautela, debía recordar que era muy pequeña, y vulnerable ante los depredadores hambrientos. Cuando el sol ya estaba bajo en el cielo, captó un nuevo rastro, uno dulce que le resultaba familiar, aunque sus sentidos de animal lo encontraron confuso. Aquí y allá había marcas en el suelo, y Tuala creyó que eran las huellas de unos piececillos calzados en cuero blando.
La parte de ella que seguía siendo Tuala, la parte que ejercitaba con todas sus fuerzas para no perder el control, estaba desesperada por volver a cambiar, por ser humana, por llamar a su hijo y correr tras él. El día transcurría con rapidez y allí en el bosque ya reinaba la oscuridad. Ansiaba encontrarlo, cogerlo en brazos y estrecharlo con fuerza, llorar de alivio por verlo al fin a salvo. La otra parte, la parte animal e instintiva, resistía, olfateaba el extraño rastro, todavía cauta. Se quedó allí agachada, vacilando, con el pensamiento dividido, y mientras lo hacía se oyó un susurro entre los arbustos por detrás de ella. En un solo movimiento saltó y se dio la vuelta, con la cola erizada, en tanto que el presuntuoso zorro se lanzaba por el pequeño claro hacia ella.
Tuala gruñó y atacó con las garras extendidas. El zorro se retiró dando un gañido, con sangre en el hocico. Y ella huyó, se adentró en la espesura, al abrigo de los árboles, para esconderse un rato bajo un macizo de helechos y recordarse que había cambiado de forma para conseguir velocidad y seguridad. Si quería encontrar a Derelei ilesa, debía seguir su instinto a cada paso del camino. No podía confundirse ni descuidarse.
Anocheció y la oscuridad se adueñó aún más del bosque. La visión de Tuala cambió a la par que la luz y descubrió que aun así podía seguir las huellas que esperaba fueran de su hijo. Quizá estuviera dormido, acurrucado entre los helechos en alguna parte; tal vez pasara por delante sin saber que estaba allí. No, el rastro la guiaría.
Fue necesario cruzar por el agua, una cosa que con esta nueva forma no le gustaba; la parte humana de su conciencia intentaba no pensar demasiado en Derelei y en que el niño no entendía los conceptos de «profundo» y «poco profundo». Su parte animal tuvo que tomar en cuenta la necesidad de parar a lamerse todo el cuerpo hasta que estuvo seco. Lo hizo aguzando el oído, atenta por si percibía alguna señal de peligro, pero lo único que oyó fueron los gritos de los pájaros y un ligero correteo en la maleza. Se sintió embargada por el impulso de cazar, pero se contuvo. Si aquello duraba mucho más, tendría que cazar y comer. Pero todavía no. No a menos que debiera hacerlo.
El rastro se intensificó. Antes de que cerrara la noche, Tuala salió por entre los saúcos de la ribera de un riachuelo más ancho y allí estaba Derelei, sentado en una losa. Permaneció inmóvil un momento, observándolo mientras el amor y el alivio la inundaban. Había insectos que picaban por todas partes y el niño intentaba ahuyentar infructuosamente a aquellos compañeros poco gratos con sus manitas. Tuala casi oyó los pensamientos de su hijo; vio el conflicto en su rostro. Agotado hasta la médula, su cuerpo le decía que era hora de dormir, hora de que lo abrazaran, le cantaran canciones y le dieran un último beso antes de arroparlo en la cama. Hambriento y sediento, se estaba preguntando dónde estaría su cena. Tuala lo vio bostezar, vio que se levantaba con la intención de seguir caminando por la orilla. Le temblaba la boca. Su mirada era estoica. Y no estaba solo; en cuanto se movió, otros dos habían surgido de ninguna parte y se habían situado a su lado: una chica diminuta y extraña, de tez blanca como la nieve y vestida con una prenda que parecía hecha de humo de leña; un niño robusto de piel parda y torzales de hiedra a modo de cabellos.
Tuala soltó el aliento que estaba conteniendo. Cuando salió sigilosamente de debajo de los árboles en su forma animal, la chica y el chico fantásticos se volvieron a la vez, la miraron y vio que sus rostros no eran los de unos niños, sino los de unas criaturas mucho mayores que ella había conocido en el pasado. «Telaraña —pensó Tuala—. Madreselva. Fueron ellos los que lo trajeron hasta aquí…».
Se oyó un tintineo de risas, como un repiqueteo de campanillas; la chica pálida se echó hacia atrás unos mechones de cabello plateado, pero no dijo nada. El muchacho alzó unos dedos como ramitas y recibió a Tuala con una especie de saludo. A ella le parecía oír sus pensamientos: «Sólo somos compañeros de viaje. Es tu hijo quien encabeza la marcha». Al cabo de un momento el chico y la chica se habían desvanecido completamente.
Tuala avanzó, hizo crujir las hojas con las patas y su hijo se volvió al oír el leve sonido. La expresión decaída de su boca cambió, dando paso a una sonrisa radiante.
—¡Mamá! —exclamó.
Tuala efectuó el cambio a forma humana y lo tomó en brazos.
—Chico listo —murmuró, con las lágrimas que afloraban a sus ojos. Lo había conseguido; Derelei estaba a salvo—. ¡Debería haber sabido que te darías cuenta enseguida! He venido para ayudarte, cariño. ¿Te ayudo a buscar a Broichan? Es lo que estás haciendo, ¿verdad?
—Botan —dijo Derelei, con los brazos en torno al cuello de Tuala, y volvió a bostezar.
—Antes que nada hay que dormir. Vamos a buscar un sitio cálido en el que acurrucarnos.
Había un hueco debajo de un roble. Los helechos formaban una cama y la capa de Tuala los tapó a ambos. Derelei tenía hambre y estaba sediento. También se había mojado y ensuciado. Tuala le cambió las prendas interiores utilizando la muda que se había metido en el cinturón en la Colina Blanca. Entonces la reina de Fortriu se desabrochó el canesú y dejó que su hijo bebiera la leche que debería haber sido para Anfreda, y él la tomó como el niño agotado que era. Mientras se entregaba al sueño bajo un cielo cubierto de pálidas estrellas, Tuala le dio las gracias a la Brillante por devolvérselo sano y salvo. Consideró qué papel podrían haber tenido en todo esto los dos enigmáticos compañeros de su niñez, y si ahora empezarían a aparecer más a menudo con la intención de participar en el crecimiento de Derelei. Quizá fuera él quien los había llamado. Reflexionó sobre el hecho de que un niño con unos poderes tan asombrosos como los suyos era, al mismo tiempo, exactamente igual de frágil y vulnerable que cualquier otro niño de dos años. ¿En qué se convertiría si conseguía crecer sin problemas y hacerse un hombre?