Faolan se estaba ocupando del fuego, aumentándolo contra la humedad de la atmósfera que esperaba que no se convirtiera en lluvia. Esa noche volverían a dormir bajo la luna; en Dalriada había pocos lugares en los que estuviera dispuesto a buscar refugio bajo el techo de otra persona. La presencia escota seguía siendo abundante en aquel territorio recién recuperado por Bridei y eran bastantes los habitantes influyentes que conocían el rostro de Faolan. Desde que Alpin del Brezal lo había desenmascarado como espía, un hombre que utilizaba su linaje como instrumento de acceso a las cortes escotas y su estrecho vínculo con Bridei como moneda de cambio con la que entrar en Fortriu, no parecía seguro salir al descubierto, por decirlo así. No hasta que debiera hacerlo. Se había disculpado con Eile, sorprendiéndose a sí mismo. La granja de Kerrykeel donde habían pasado la mayor parte del invierno les había proporcionado un alojamiento confortable, cálido, seguro y privado; ninguno de ellos había tenido que dormir en el suelo, pues la habitación donde los habían acomodado contaba con tres camastros. No parecía adecuado que la niña y ella tuvieran que dormir en el suelo, teniendo los helechos como única protección contra el viento. No es que Eile se quejara, nunca oyó de ella ni una sola palabra de crítica. De algún modo, eso lo empeoraba.
—¿Faolan? —preguntó entonces.
—¿Sí?
—¿Sabes que dijiste que esa gente habla un idioma distinto? ¿En ese lugar al que vamos, la Colina Blanca?
—Sí… —El fuego estaba prendiendo y Faolan sopló las envolventes llamas.
—Van a pensar que soy idiota —dijo Eile.
—No, no lo harán. Es la corte de un rey. Están acostumbrados a las idas y venidas de toda clase de gente. Hay algunas personas que hablan un poco el escoto.
Ella permaneció sentada en silencio y sus manos interrumpieron la tarea de escamar el pescado que Faolan había atrapado antes. Saraid estaba agachada cerca de ella, sosteniendo su muñeca para que lo viera.
—Te las arreglarás, Eile.
—Tendría que haberte pedido que me enseñaras el idioma durante el invierno, cuando estábamos en esa granja. ¿Me enseñarás algunas palabras mientras viajamos, las suficientes para no quedar en ridículo? Vamos a tardar un poco en llegar, ¿no es cierto?
Faolan no contestó. El hecho era que, retrasado por una mujer y una niña, tardarían mucho más de lo que a él le hubiese gustado. Ese hombre, Colm, ardía de un fervor misionero que hacía repicar campanas de advertencia. Tenían que llegar pronto a la Colina Blanca y avisar a Bridei de que estuviera preparado para recibir visitas. A juicio de Faolan, ese clérigo cristiano no iba a quedarse tranquilamente en Dunadd esperando la invitación del rey. Él quería su isla, y la quería enseguida. Creía que ese dios suyo había decretado de alguna manera que Ioua fuera el santuario de sus siervos. Faolan se sorprendería si ese individuo no estaba en lo alto de la Cañada llamando a la puerta de Bridei antes del Solsticio de Verano.
—Faolan —le dijo Eile en un tono de voz distinto—, puedes dejarme atrás, ya lo sabes. Si de verdad necesitas ir con rapidez, indícanos el camino y te seguiremos a nuestro propio ritmo —se apartó un mechón de pelo de la frente, donde dejó una brillante mancha de escamas—. Estaremos bien.
Las cosas habían cambiado entre ellos durante aquel invierno de compañía forzosa. Ella había empezado a mostrar una cautelosa confianza, en tanto que él se estaba acostumbrando a la presencia de las dos y estaba desarrollando unas habilidades que hasta entonces no poseía, como saber engatusar a Saraid para distraerla del cansancio y disipar sus leves miedos.
—Trae, deja que lo haga yo. —Faolan hizo ademán de coger el cuchillo y el pescado.
—¡Puedo hacerlo sin problemas! —El cuchillo descendió de golpe, brutalmente eficiente.
A veces él seguía haciendo las cosas mal, por supuesto; Eile detestaba que la creyeran una incompetente.
—Eso ya lo sé. El camino por la Cañada es largo. Son muchos días de viaje. Los senderos son difíciles incluso en verano. Y hay que pensar en Saraid. Estoy seguro de que tú eres completamente autosuficiente. Por otro lado, creo haber demostrado que soy útil atrapando peces y conejos, de manera que no hace falta que tengas que hacer eso aparte de vigilarla. Además, si nos dividimos, ¿quién va a enseñarte el idioma priteni?
Ella lo miró con recelo.
—Eso es una broma, ¿no?
—¿Está listo el pescado? Empiezo a tener hambre y parece que el fuego se ha decidido a arder. Trae, dámelo. Ella se lo pasó.
—Sé cuidar de mí misma —dijo entre dientes.
—Tal vez. Y tal vez yo tenga prisa. Eso no importa. No quiero que Saraid y tú quedéis a merced de cualquier trotamundos sin escrúpulos que pudierais encontrar por el camino.
—¿Quién iba a interesarse por mí? —Eile se cruzó de brazos y hundió los hombros—. Sólo algún bicho raro como Dalach. Estaríamos perfectamente a salvo sin ti.
Faolan la miró, captando la cremosa palidez de su piel, el brillo de su pelo rojo, la figura que ahora estaba cambiando gracias a tener más comida y menos preocupaciones.
—¡No me mires así! —exclamó Eile fulminándolo con la mirada.
—¿Así cómo? ¿Como si fueras una mujer?
Eile se ruborizó.
—No soy una mujer. Soy porquería de la cuneta. Hubo un breve silencio.
—«Poquedía de laneta» —repitió Saraid, probando las palabras.
Faolan equilibró el pescado ensartado sobre el fuego.
—¿Quién te dijo eso? —le preguntó al cabo de unos instantes.
—Alguien. Es verdad. Después de lo de Dalach no soy mejor que cualquier fulana que se vende por una moneda o un pastel de centeno. No soy nada. Soy invisible. Ella y yo, podemos pasar desapercibidas en cualquier parte. No hace falta que te preocupes por nosotras.
—¿Sabes? —repuso Faolan, que se sentó sobre sus talones—, para ser una chica con tanto sentido común, tienes unos cuantos puntos flacos. Hete aquí, sola en el mundo con una hija pequeña a la que quieres muchísimo y a la que proteges con ferocidad, y desechas mi oferta de protección como si no tuviera ningún valor. Este viaje está lleno de peligros. Quizá debería mencionar que mi puesto oficial en la corte es como guardaespaldas personal del rey, de manera que soy algo así como un experto en estos asuntos. De momento has aceptado mi ayuda. ¿Qué es lo que cambia las cosas ahora?
Eile clavó la mirada en el suelo y sus largos cabellos cayeron hacia adelante enmarcándole el rostro.
—No es eso —dijo—. Lo valoro mucho, de verdad. Es lo que soñé que haría padre: regresar y cuidar de nosotras. No obstante, es distinto. No puedo permitirme el lujo de acostumbrarme a ello porque sé que no puede ser para siempre. Además, él lo hubiera hecho porque quería. Tú lo estás haciendo porque crees que tienes que hacerlo. Sé que necesitas llegar a la Colina Blanca enseguida. Ahora que estamos al otro lado de las aguas, Saraid y yo te estamos retrasando. Preferiría hacerlo sola que empezar a sentirme como una carga.
Faolan las miró a las dos por encima del fuego: Eile sentada con las piernas cruzadas, vestida con la ropa prestada, un vestido viejo de Líobhan, el pelo teñido de carmesí por la luz del fuego y sus ojos verdes prohibiéndole que sintiera lástima por ella; Saraid con la muñeca informe entre los brazos.
—No eres una carga —repuso—. Quiero que me prometas una cosa, Eile.
Los ojos de la muchacha adoptaron la expresión recelosa de una criatura que intuyera el peligro.
—¿Qué cosa? —preguntó.
—Quiero que me prometas que a partir de ahora no te llamarás porquería de la cuneta, ni fulana, ni nada semejante. Si tu hija lo oye con frecuencia, empezará a creérselo, no sólo de la madre a quien quiere y en quien confía, sino de sí misma. No quiero volver a oírlo de nuevo.
Las facciones de Eile se tensaron.
—De modo que ahora me estás diciendo cómo tengo que educar a mi hija, ¿verdad? ¿Qué te da derecho a hacer eso?
Faolan tomó aire lentamente y lo soltó, recordándose lo joven que era la muchacha.
—Si quisiera ser cruel —dijo al tiempo que le daba la vuelta al pescado sobre las llamas—, te respondería que un pago sustancial en plata me da derecho a decirte lo que quiera.
—¿Qué soy entonces? —su réplica fue rápida como una bofetada—. ¿Tu esclava o tu amiga?
—No le haría una sugerencia semejante a nadie que no fuera un amigo —contestó Faolan—. Para Saraid, tú eres la mejor persona del mundo, buena, valiente, hermosa. Supongo que todos pensamos lo mismo de nuestras madres cuando somos pequeños. La niña no tiene muchas cosas, Eile. Deja que conserve eso.
Faolan se esperaba otra reprobación, otro desafío, pero Eile guardó silencio. Al levantar la vista de lo que estaba cocinando vio, para su asombro, que la muchacha lloraba. Saraid se acercó poco a poco, se apoyó en su madre y su boca se curvó en una expresión mustia de aflicción.
—Nunca me sentiré bien —susurró Eile—. A veces olvido pensar en ello, como en la granja, cuando en ocasiones me parecía que pertenecíamos a ese lugar, y cuando estábamos en el barco. Me gustó. Me hizo sentir como una persona nueva. Luego todo vuelve de nuevo. Él me mancilló. Me ensució. Nunca podré quitarme eso.
—Dalach está muerto —dijo Faolan—. Esos tiempos han terminado. Hay cosas que nunca se olvidan por mucho que te esfuerces en ello, pero puedes dejarlas atrás. Puedes decir sí, fue malo, tanto que casi consiguió que me rindiera. Pero no me rendí. Soy fuerte. Estoy vivo. Y entonces puedes seguir adelante y hacer algo de provecho con el resto de tu vida. No es fácil, pero es posible para alguien como tú.
—¿Es lo que tú hiciste? —se restregó las mejillas con las manos—. ¿Después de que tu hermano muriera?
Faolan lo consideró.
—No exactamente. Yo intenté borrarlo de la mente, encerrarlo. Durante diez años pensé que lo había conseguido. Viví una vida, realicé ciertas tareas, afiné ciertas habilidades. Gané un buen dinero. En todo ese tiempo nunca conté la historia del Paso del Violinista. Hasta el pasado otoño. Hasta que conocí a tu padre.
—¿Se la contaste a él?
—No, a él no. Se la conté… a otra persona. Alguien que me retó a que afrontara el pasado. De modo que ya ves, llevo poco tiempo siguiendo mi consejo. Puede que a tu juicio sea un vejestorio pero, en este asunto de volver a empezar no te llevo mucha ventaja.
—Falan, Lamento tiene hambre —dijo la niña.
—Ya casi está listo, Saraid. —Que Eile no le preguntara por Ana. No ahora cuando estaban allí sentados junto a una fogata en la oscuridad; no ahora que los más dulces y más amargos recuerdos despertaban en su interior—. Deord sí me dio un consejo —dijo—. Él me desafió a vivir bien la vida. Me dijo que no desperdiciara la oportunidad que su coraje me había proporcionado. Todavía no estoy seguro de lo que quiso decir con eso. Yo había pensado que el hecho de sobrevivir ya era bastante en sí mismo. Había pensado que no podía conseguir nada mejor. —Levantó el pescado del fuego, lo dejó sobre una losa y lo repartió—. Ten cuidado que quema, Saraid —le advirtió.
Mientras se comían la improvisada cena, le enseñó a Eile las palabras para decir «pez», «gracias» y «cuchillo» en el idioma de los priteni. Saraid también quería aprender y les enseñó a decir «muñeca», «comer» y «buenas noches». Cuando la niña se hubo dormido, tumbada en la buena manta de lana del Paso del Violinista, tapada con la capa de Faolan, Eile y él permanecieron sentados junto al fuego mientras la luna se alzaba en la aterciopelada oscuridad y las estrellas surgían en la alta bóveda del cielo nocturno. Hacía un frío glacial; más allá del círculo de la luz del fuego había cosas que se movían susurrantes por la maleza.
—Aquí todo es grande —comentó Eile, que se arrebujó más en la capa—. Las montañas son altas, los árboles enormes, hay unos lagos que tardarías un día entero en cruzar. Tengo la sensación de que voy a toparme con gigantes.
Faolan pensó si debía mencionar a los Seres Buenos y decidió no hacerlo.
—La gente de la Colina Blanca es muy normal —le dijo—. No hay nada que temer.
—¡Yo no he dicho que tuviera miedo!
—Me he equivocado.
—De todos modos, reyes y reinas… No estoy acostumbrada a este tipo de personas importantes. Ya lo pasé bastante mal con tu hermana Áine. Parecía incapaz de abrir la boca sin decir la palabra equivocada.
Él no respondió.
—¿Faolan?
—¿Mmm?
—¿Qué se supone que tengo que hacer cuando lleguemos allí? ¿Ser una sirvienta? ¿Fregar los suelos, poner la mesa?
Él era renuente a confesar que lo cierto era que no lo tenía pensado.
—No será así —le dijo—. Como guardaespaldas del rey, supongo que se me podría calificar de sirviente. Hago un trabajo y me paga por ello. No obstante, también soy… —no iba a decir, «soy su amigo». Hacerlo sería reconocer algo que durante mucho tiempo había considerado una imposibilidad—. Bridei confía en mí —dijo—. Tenemos una estrecha relación.
—No has respondido a mi pregunta.
—Depende de lo que tú quieras para ti misma y para Saraid. Educación, capacitación para realizar alguna clase de trabajo, quizá. Un lugar en el que establecerte. Tengo en mente un par de posibilidades. —Había pensado que quizá Drustan y Ana acogerían a Eile y a la niña. Al fin y al cabo, era la hija de Deord, que había sido el único amigo de Drustan durante los siete años de su encarcelamiento. Seguro que querrían ayudar, si todavía se encontraban en la corte. Una parte de él esperaba profundamente que no estuvieran. De todos modos, eso resolvería este problema—. Tengo unos amigos que creo que te acogerían en su casa. También hay una escuela para chicas no demasiado lejos de la Colina Blanca. Podrías ir allí, si quisieras. La tercera posibilidad es que Tuala, la reina, te encuentre un puesto en la corte.
—¿Y tú? ¿Dónde estarás tú?
Faolan se abstuvo de decirle que eso era irrelevante. Pero la bolsa de plata que había entregado lo había hecho relevante, tanto si le gustaba como si no.
—En ocasiones estoy en la corte. Las más de las veces estoy fuera. Mis obligaciones me exigen viajar.
—¿Protegiendo a este rey, quieres decir?
—Soy uno de sus tres guardias personales, pero también hago otras cosas.
—¿Qué cosas? —Eile lo miró fijamente. La luz del fuego parpadeó en sus ojos verdes.
—Cosas. No hablo de ellas.
—Ajá. Supongo que estas obligaciones adicionales no incluirán ser un bardo. Es lo que me dijo Líobhan que fuiste una vez. Cuesta un poco de creer.
Faolan notó que la boca se le torcía en una sonrisa.
—No vas a oírme cantar en la Colina Blanca. Últimamente concentro mis talentos en otros asuntos.
—¡Ya! Me imagino que no ganaste todo ese dinero siendo músico, a menos que fueras realmente bueno. —Entonces, tras un silencio, añadió—: ¿Recuerdas que una vez dijiste que fuiste desafortunado en el amor? ¿Quién era la mujer? ¿Cómo era?
—Es agua pasada. No hablo de ella.
—¿Fue ella la persona a la que le contaste tu historia? ¿La que te hizo volver al Paso del Violinista?
—No es asunto tuyo, Eile. Será mejor que durmamos un poco; si no empieza a llover, nos pondremos en marcha temprano.
—Te cambia la voz cuando hablas de ello —comentó Eile en voz baja al tiempo que iba a echarse al lado de Saraid—. Como si todavía te doliera. ¿Era hermosa?
Faolan se acomodó en su lado del fuego. Eile era demasiado perspicaz. Sus preguntas eran como pequeños cuchillos. Lo mejor sería darle algunas respuestas, aunque sólo fuera para que dejara de insistir.
—Como la princesa de una canción —respondió—. De hecho, es una princesa de verdad, prima del rey de las Islas Luminosas. Fue rehén en la corte de Fortriu durante unos años. Sus días allí no fueron tan malos como pueda parecer. Se encontraba allí para asegurar la lealtad de su primo para con el rey Bridei, de quien es vasallo. A Ana se la trataba más como a una invitada de honor que como a una prisionera. El verano pasado la escolté en un viaje para casarse con un jefe de clan de los caitt. Todo se complicó mucho. Ahora está prometida a otra persona, a un hombre muy conveniente al que ama. Y, por lo que a ti respecta, aquí se acaba la historia.
—No parece que sea así —dijo Eile con dulzura—. Sigues enfadado y herido, te lo noto en la voz. Todavía la amas. ¿Tú y ella… alguna vez…?
—Esta no es la clase de pregunta que le hace una joven a un hombre que casi es lo bastante mayor como para ser su padre.
—Sólo lo pregunto porque… bueno, yo…
El tono de voz de la muchacha tenía algo reticente, delicado, que le hizo preguntar:
—¿Qué pasa, Eile? ¿Qué ocurre?
—Es que no comprendo cómo… —las palabras parecían escaparse de sus labios a toda prisa—. Es sólo que… bueno, lo que hacen los hombres y las mujeres es tan repugnante, brutal e hiriente que no comprendo cómo puede ir unido a… a eso a lo que llamáis amor. Seguro que el hecho de acostaros juntos destruye esos tiernos sentimientos. No puede ser de otra forma. Sin embargo, padre y madre… ellos siempre eran cariñosos el uno con el otro, incluso después de la Sima, cuando él estaba tan cambiado… Quizá intento rehacer el pasado de la manera en que me gustaría que hubiese sido. Lo siento, no tenía que habértelo preguntado. No estuvo bien. Olvídalo.
¡Dioses! ¿Cómo podía responder a eso? ¿Qué sabía él de estas cuestiones con su propia historia retorcida que lo seguía como una sombra funesta?
La confusión y la vergüenza le impidieron hablar durante unos instantes. Luego posó la mirada en los rasgos tensos y heridos de la muchacha y encontró las palabras:
—Lo que hubo entre Dalach y tú no fue lo normal, aunque hay muchos hombres como él que obtendrán su satisfacción donde y cuando les plazca, sin tener en cuenta los sentimientos de una mujer. Por eso no quiero que viajes sola. Eres una presa para los hombres sin escrúpulos. Sin embargo, no siempre es así; hay otras personas como tu madre y tu padre, Eile. Personas como mi hermana y su esposo. Algún día un joven te cortejará y lo descubrirás por ti misma. Puede ser… una cosa tierna, algo con lo que la gente disfruta. —No le parecía nada bien ofrecerle consejo sobre un tema como aquel, pero no había nadie más.
—No te creo —dijo ella—. ¿Cómo es posible que una mujer disfrute con eso? Supongo que si le tuvieras cariño al hombre podrías soportarlo, pero nada más. Es repulsivo. Te hace sentir sucia.
—Te estoy diciendo la verdad, Eile.
—Tú eres un hombre. ¿Qué sabrás tú?
Su tono fue sombrío. Hizo que Faolan se sintiera viejo y cansado.
—Buenas noches, Eile —masculló, acomodándose lo mejor que pudo en el suelo duro. No esperaba poder dormir, pero al cabo de un buen rato le llegó el sueño, y con él una maraña de inquietantes pesadillas.
Con el buen tiempo la Colina Blanca empezó a llenarse de visitantes. Bridei había convocado una gran reunión para agradecer y recompensar a los jefes de clan que habían participado en la victoria del pasado otoño. Era necesario un reconocimiento formal para mantener el equilibrio y la unidad en el reino de Fortriu. Debían componerse canciones, ofrecer regalos, todos ellos cuidadosamente seleccionados de acuerdo con la posición social, las contribuciones y la personalidad del destinatario. Los dos consejeros de Bridei andaban atareados. Aniel se ocupaba de los regalos en tanto que Tharan y su esposa, Dorica, se cercioraban de que los preparativos prácticos para la afluencia de invitados prevista fueran perfectos.
Mientras tanto, Bridei consideró qué hacer si Carnach no acudía. Tener contra él a este importante jefe de guerra y pariente cercano no solamente resultaría penoso, sino también peligroso. Abriría posibilidades para el futuro que eran impensables. Carnach era una persona popular, próspera e influyente. Llevaba la sangre de la línea real. De ocurrir algo que destituyera a Bridei del trono de Fortriu, nadie tenía dudas en cuanto a quién sería su sucesor.
Los jefes de clan de todos los rincones de Fortriu empezaron a llegar con sus esposas y en ocasiones con sus hijos. Morleo y Wredech, Uerb y Fokel, todos estaban allí cuando los brotes de las hayas empezaban a abrirse.
Una tarde llegó un mensajero a caballo desde Caer Pridne. Al verlo venir, Garth fue a buscar al rey, que estaba encerrado con Aniel y Tharan.
—Gracias a los dioses —dijo Tharan—. Noticias de Carnach, por fin.
Pero cuando aquel hombre entregó su mensaje, fue para anunciar la inminente llegada no del jefe de clan del Recodo del Espino, sino de otro jefe aún más poderoso: Keother de las Islas Luminosas, el rey vasallo de Bridei y primo de Ana. Keother había desembarcado en tierras de Caer Pridne aquella mañana y cabalgaría hacia la Colina Blanca en uno o dos días, cuando las mujeres que lo acompañaban se hubiesen recuperado de los rigores de la travesía.
—¿Mujeres? —inquirió Aniel, y la mirada de sus ojos grises se avivó—. ¿A qué mujeres se refiere?
—Había varias, mi señor. No me dijeron todos sus nombres, algunas de ellas son sirvientas. Una de ellas es una tal lady Breda, prima de Keother.
—Entiendo. —Bridei consideró las implicaciones de aquella noticia y por supuesto el hecho de que el pariente de Ana no sabía que la muchacha había pasado todo el invierno en Pitnochie con Drustan cuando todavía no habían celebrado los esponsales—. Gracias por traernos la noticia sin demora. Tendrás comida y bebida en las cocinas y una cama para pasar la noche en las dependencias de los hombres.
Cuando hubieron despachado al mensajero, los tres hombres intercambiaron unas miradas que decían más de lo que podían expresar con palabras.
—¿Por qué iba Keother a traer a esta joven? —murmuró Aniel—. Supongo que es la hermana de Ana. Es como si nos pidiera que la hiciéramos rehén, sobre todo después de no habernos proporcionado ni un solo guerrero para nuestra empresa contra los escotos.
—Keother no es tonto —dijo Tharan—. Algo se trae entre manos. ¿Qué es lo que lo mueve? ¿Intenta aplacarte, Bridei?
—Nos resultará más fácil formarnos un juicio al respecto cuando nos encontremos cara a cara con él —afirmó el rey—. Tendremos que recibirle con la formalidad apropiada y asignarle los mejores aposentos. Tuala tendrá que trasladar a Talorgen y Brethana. Y luego está la cuestión de Ana.
—Mmm… —comentó Aniel—, me pregunto si la joven habrá venido sencillamente con la esperanza de asistir a la boda de su hermana. Será mejor que enviemos un mensajero a Pitnochie.
—Sí, en efecto —dijo Bridei—. Con la llegada de Keother a las puertas, lo que hace falta es una boda, sin duda. Me figuro que Drustan y Ana no pondrán objeciones. La situación actual no puede continuar de forma indefinida o le habremos dado a su primo motivos de queja absolutamente razonables. El hecho de que los esponsales formales se hayan retrasado en tanto que Drustan y Ana viven como marido y mujer en todos los demás aspectos es… poco convencional. Con la visita inesperada o sin ella, deben contraer matrimonio antes de que emprendan su viaje de vuelta al Brezal.
—Nos hará falta un druida —terció Tharan—. ¿Crees que Broichan regresará a tiempo, Bridei? —lo preguntó en un tono delicado, pues era un asunto espinoso. En la corte abundaban las teorías sobre dónde había ido el druida real y por qué. Algunas de ellas eran estúpidas y otras rayaban en lo difamatorio. Cuanto más se prolongaba la ausencia de Broichan, más imaginativas se volvían las habladurías.
—Tenemos que llamar a otro druida. Hay un hombre en Abertornie, un mago solitario llamado Amnost. Debería estar dispuesto a viajar si le proporcionamos una escolta. —Bridei no mencionó a Broichan. No obstante, la ausencia de su padre adoptivo dominaba sus pensamientos. Tuala seguía confiando en que regresaría cuando fuera el momento adecuado. A Bridei le parecía que no había mejor momento que aquel, y que si su padre adoptivo no regresaba ahora, quizá el rumor de que había perecido en el bosque, un rumor que Bridei rogaba diariamente para que fuera infundado, resultara, de hecho, cierto. Había sido un invierno muy riguroso.
—Muy bien —dijo Aniel—. Un mensaje escrito a lady Ana, creo. Dime qué quieres que ponga, Bridei, y lo escribiré y despacharé hoy mismo con un hombre de confianza. Un mensaje de palabra a Loura en Abertornie, pidiéndole que traiga consigo a Amnost cuando ella y sus hijos vengan a la corte. —El reconocimiento que se le debía a Ged de Abertornie, que había caído en la última gran batalla por Dalriada, iba a otorgarse a su esposa e hijo. Aún había tiempo de hacerles llegar un mensaje antes de que se pusieran en camino.
—Advertiré a Tuala que espere a más visitantes todavía —dijo Bridei.
No era un buen momento. Aun cuando había estado ocupado con las preparaciones para la reunión, el rey era muy consciente de lo agotada que estaba su esposa y de que la ausencia de Broichan le había supuesto una carga adicional en la última etapa de su embarazo: ocuparse de las habilidades en ciernes de Derelei. Bridei tenía un dolor de estómago constante y mortificador que sabía que era fruto de la preocupación por Tuala. Temía los rigores del parto, las lenguas venenosas de los visitantes que acudían a la corte, el peso que Tuala acarreaba como señora de la casa real en un momento tan importante como aquel. La mirada que tenían sus ojos le preocupaba más de lo que le diría nunca. Veía que ella se sentía cansada, inquieta, quizá culpable. Esto último sin fundamento, pero eso no cambiaba las cosas. Broichan era un hombre adulto. La decisión de marcharse había sido sólo suya. Ello no evitaba que Tuala creyera que era culpa suya por haber abordado al druida con la poco grata visión de su parentesco.
«Que Tuala esté bien —les pidió Bridei a los dioses mientras se encaminaba a sus dependencias privadas con su guardia Dovran a un brazo de distancia por detrás—. Que supere todo esto sin problemas. Que el bebé nazca sano y salvo. No pido nada más». En el fondo sabía que el poder del dios oscuro se cernía sobre él; su desobediencia pasada y el castigo que en cualquier momento podría exigírsele como compensación. «Ahora no —pensó—, y si tiene que ocurrir, que recaiga sobre mí, no sobre ellos. No sobre mis seres queridos».
Se había esperado encontrar a Tuala descansando, pero estaba en la pequeña antesala con dos mujeres mayores que ella: Dorica, la esposa de Tharan, y Rhian, viuda del anterior monarca, Drust el Toro. Dorica se puso de pie cuando entró el rey. Rhian inclinó la cabeza.
—Bridei —dijo Tuala con una sonrisa lánguida—. Estábamos haciendo planes, moviendo un poco a la gente para asegurar que todo esté en su sitio para semejante afluencia de invitados. Tengo la sensación de que no podré ayudar mucho más.
—¿Qué estás diciendo? ¿Han empezado los dolores? —se alarmó.
—Todavía no, pero creo que lo harán en menos de un día. Elda ha predicho que será mañana por la noche. Espero que Fola llegue a tiempo.
—Ahora, mi señora —dijo Dorica—, olvídate de suministros y alcobas y de entretener a la gente y concéntrate un poco en ti misma. Lo tenemos todo controlado y vendrá más ayuda de la aldea. No tienes por qué preocuparte.
—Desde luego que no —la reina Rhian se levantó, una figura llenita y digna—. He hecho esto más veces de las que te puedes imaginar, Tuala.
—Tengo que deciros que el rey de las Islas Luminosas está en camino —anunció Bridei—, y con él la hermana menor de Ana. Se encuentran en Caer Pridne. Da la impresión de que va a haber una boda. —Al ver el valiente intento que hizo Tuala por sonreír fue a sentarse a su lado y le tomó la mano. Dorica y Rhian se despidieron y abandonaron las dependencias reales. Dovran cerró la puerta. Él seguiría de servicio fuera.
—Lo siento, Bridei —dijo Tuala, acariciándole la mejilla a su esposo—. Quiero ser de más ayuda. Este es un momento muy difícil para ti. Pero ¡estoy tan cansada! Y también estoy preocupada por Derelei. Gracias a los dioses que Bedo y Uric han accedido a hacer de niñeras, si puede llamarse así. Les debemos mucho a esos muchachos. Los pequeños están tan exhaustos al final del día que caen rendidos en la cama en cuanto terminan de cenar. Derelei afortunadamente está demasiado cansado como para que se le ocurra intentar más actividades peligrosas, aparte de correr, trepar y lanzarse cuesta abajo montado en vehículos improvisados. Aun así, el tiempo está mejorando y los hijos de Talorgen querrán regresar a actividades más masculinas como cazar y practicar sus habilidades de combate, supongo.
—Con tanta gente por aquí, hará falta vigilar a Derelei con mucho cuidado —dijo Bridei—. No expresaré el deseo de que vuelva Broichan, aunque sé que es la persona que necesitamos. Cuando llegue Fola, deberíamos hablar con ella de nuestras preocupaciones.
Tuala asintió con gravedad.
—No quiero ni pensar en mandar fuera a nuestro hijo —dijo—. Es demasiado pequeño. Sin embargo, supondrá un peligro para todos nosotros hasta que sea lo bastante mayor para comprender la necesidad de dominar su don. Si es capaz de convertir a su amigo en perro por la posesión temporal de una pelota, ¿qué estragos podría causar en un salón lleno de la gente más poderosa de Fortriu si resulta que algo lo disgusta?
—Y, peor aún —añadió Bridei—, piensa en cómo podrían utilizarlo personas sin escrúpulos si fueran testigos del poder en bruto que tiene nuestro hijo.
—He intentado enseñarle a dominarlo. —Tuala parecía abatida—. Mi falta de capacitación formal lo hace difícil, así como la necesidad de mantener en relativo secreto lo que hacemos. Apenas empiezo a aprender la extensión de mis propias habilidades. No es de extrañar que no pueda enseñar de la forma adecuada a Derelei a manejar las suyas.
—Con Fola y Ferada en la corte —dijo Bridei—, tendrás consejo experto y ayuda práctica. Deja los preparativos domésticos en manos de Dorica; entre la reina Rhian y ella pueden arreglárselas bien. No hace falta que tú hagas nada, excepto descansar, estar bien y prepararte para el nacimiento del bebé. ¿Mañana has dicho? ¿Crees que la predicción es precisa?
—Parece ser que Elda nunca se ha equivocado —respondió Tuala—. En cierto sentido lo lamento. Me habría gustado participar activamente en los preparativos de la boda de Ana.
Bridei sonrió.
—Si esta visita de Keother significa que Ana y Drustan celebran sus esponsales y se marchan de la Colina Blanca antes de que regrese Faolan, tanto mejor. Me comprometí a intentar que se hubieran ido antes de su regreso.
—Pobre Faolan. Sería muy triste que llegara a la Colina Blanca justo a tiempo de ver cómo su amada contrae matrimonio con otro hombre. No era la misma persona cuando regresó del norte. Nunca me había imaginado que lo vería tan acobardado.
—No espero que regrese tan pronto —comentó Bridei—. Sus misiones eran varias y complejas, su regreso a estas tierras dependerá de la clemencia del tiempo y de la posibilidad de emprender la travesía. En cuanto a su devoción por Ana, vi cómo lo había cambiado y creo que lo que le esperaba en su tierra natal puede haber causado aún más cambios. Allí había un oscuro secreto, algo de lo que sólo Drustan y Ana tienen conocimiento.
—¿Es posible que él tampoco vuelva? —dijo Tuala en un hilo de voz; apoyó la cabeza en el hombro de Bridei, cogida de su brazo, y a él le recordó la manera en que lo abrazaba cuando eran niños y compartían las historias a la hora de acostarse.
—¿Tampoco, dices? —preguntó Bridei—. Creía que tenías la inquebrantable convicción de que algún día Broichan subiría paseando por la ladera, con la capa agitándose con la brisa, dispuesto a retomar las herramientas de su oficio como si nunca se hubiese marchado.
—Y la tengo —respondió ella sencillamente—. Lo que no sé es cuánto tiempo hará falta. A veces lo veo en las visiones. Siempre está en el bosque y siempre solo, aunque me parece oír voces que le hablan. Veo en su mirada un anhelo de regresar con su familia y un reconocimiento de que no puede hacerlo hasta que los dioses no le den permiso. En cuanto a Faolan, él no ha aparecido en mis visiones, pero creo que lo necesitamos de vuelta con la misma urgencia que a Broichan. Son momentos de riesgo. Nadie se ocupa de la protección del rey tan bien como lo hace Faolan.
—Tengo a Garth y a Dovran y a muy buena gente que vela por mí —le dijo él.
—De todas formas hay peligros. Bridei, ¿qué me dices de esta chica, la hermana de Ana? ¿Qué piensas hacer? Tendrá unos dieciséis o diecisiete años, ¿verdad?
—Tendré que retenerla aquí. Lo lamento, me doy cuenta de que esto te resulta desagradable, pero no veo otra alternativa. El comportamiento de su primo ha sido tal que sería un idiota si no la tomara como rehén. De hecho, creo que es posible que Keother haya previsto tal exigencia y se haya adelantado trayendo a la chica antes de que la reclamemos. ¿Por qué otro motivo vendrían si no?
—Quizá para ver cómo está Ana —repuso Tuala, Bridei percibió la desaprobación de su tono y eso le hirió—. Supongo que habrán recibido tu mensaje informándole de su compromiso con Drustan y han viajado hasta aquí para darse por enterados. Ana no los ve desde hace años. ¿Cómo podemos ser testigos del reencuentro y luego darles la noticia de que la hermana de Ana va a reemplazarla como rehén? Es como darle una bofetada a tu amigo íntimo, Bridei. Entiendo la necesidad de las salvaguardas. Sé por qué son necesarios los rehenes. No obstante, este es un regalo de boda un tanto cruel.
Bridei guardó silencio unos instantes y entonces le preguntó:
—¿Eso es lo que piensas? ¿Crees que soy cruel?
—No, querido. Lo que es cruel es la decisión. Si hay alguna otra manera, deberías encontrarla. Al menos espera hasta que conozcamos a Keother y a la chica y nos formemos un juicio sobre sus razones para hacer este largo viaje. Se lo debes a Ana. Al fin y al cabo tu primera elección de un esposo para ella resultó ser totalmente errónea. Es una suerte tanto para ella como para ti, como rey de Fortriu, que no se casara con Alpin y que en cambio regresara a casa con su hermano.
—Está bien; retrasaré mi decisión hasta que hable con Keother. En cuanto a Ana y Drustan, se hará llegar un mensaje a Pitnochie hoy mismo. Ana no es estúpida, Tuala. Sabrá lo que se avecina.
—De todos modos —repuso ella—, retrasemos la decisión hasta que no haya alternativa. ¿Quién sabe qué viajeros se abrirán camino por la Cañada esta primavera? Mi espejo me ha mostrado muchas imágenes: una luz brillante, una vela hinchada, una niña pequeña con una muñeca hecha de trapos. Todos procedentes del oeste. También vi a la gran serpiente que sacaba la cabeza del lago para verlos pasar, maravillada. Nuestra hijita —apoyó una mano en su vientre henchido— verá extrañas cosas antes de que termine el verano.
Bienvenido, Keother. —Bridei estaba en las escaleras frente a la entrada principal de la Colina Blanca cuando el rey de las Islas Luminosas entró a caballo en el patio acompañado de su séquito. Keother era un hombre alto de gruesos cabellos rubios y espalda imponente. Había traído a un gran número de asistentes; Bridei se preguntó cuántas embarcaciones habrían sido necesarias para trasladar a aquel grupo desde las islas hasta la costa de Fortriu.
Desplazó la mirada hacia las mujeres. No había duda de quién era la hermana de Ana. Breda poseía sus mismos rasgos perfectos y rizados cabellos rubios, aunque su semblante era ligeramente distinto. Ella lo miró con unos ojos fríos y lo honró con una inclinación de la cabeza leve y formal.
—Lady Breda —dijo Bridei—, bienvenida. Sin duda estarás cansada del viaje. Entra, por favor. Lamento que mi esposa no pueda recibirte ahora. La llegada de nuestro segundo hijo es inminente.
La gente estiraba el cuello para ver mejor en tanto que el grupo de las Islas Luminosas desmontaba y se dirigían majestuosamente al interior, rodeados por sus propios guardias y los dignatarios de la casa de Bridei. Todo el mundo sabía el riesgo que corría aquel rey vasallo al presentarse en compañía de su joven prima en la corte del monarca de Fortriu. La relación entre el rey señor y el rey de las islas hacía tiempo que era incómoda, aunque la temporada que Ana pasó como rehén había mantenido a raya a Keother durante los primeros años del reinado de Bridei. Ahora Ana iba a contraer matrimonio, y con un jefe de los caitt, una tribu que, a pesar de llevar la misma sangre y hablar el mismo idioma tanto de las gentes de Fortriu como de las Islas Luminosas, siempre había tenido su propia ley. Con la ausencia de Ana, daba la impresión de que Keother fuera a caer en una trampa.
Los viajeros habían llegado justo a tiempo para la cena y, como ya estaba previsto, el ágape era magnífico: pasteles de carne de añojo y puerros, pescado hervido, budines de frutos secos y especias. Sentaron a Keother a la derecha de Bridei y a Breda a su izquierda.
—¿Todo bien, mi señor? —Garth, de pie junto a la silla de Bridei, se inclinó para dirigirse a él en voz baja.
—Sí —respondió Bridei—. Asegúrate de que alguien traiga noticias de inmediato.
—La doncella de Dorica tiene instrucciones de mantenernos informados. Aún es pronto.
—Perdonadme —el rey de Fortriu se dirigió a sus invitados—. Estoy un poco distraído. Estamos esperando la llegada de un nuevo miembro de la familia antes de mañana. Lady Breda, te complacerá saber que he mandado recado de vuestra visita a tu hermana. Espero que Ana y su prometido llegarán en pocos días.
Breda le dirigió una leve y fría sonrisa. Su belleza tenía algo inquietante; parecía casi demasiado perfecta. O quizá fuera simplemente la sensación de familiaridad y desconocimiento a la vez: se parecía mucho a su hermana.
—¡Ay, Ana! —exclamó ella—. Hace tanto tiempo que no la veo que apenas la recuerdo.
—Ella habla de ti con cariño —le dijo Bridei—. Estoy seguro de que estará encantada de volver a verte. Y a su primo, por supuesto —le hizo un educado gesto con la cabeza a Keother—. Se alegrará de presentaros a ambos a Drustan. Os gustará. Es un hombre excelente. —Dejaría que fuera Ana quien explicara a su familia las cualidades sumamente inusuales de su prometido.
—Un jefe de clan de los caitt —observó el rey de las Islas Luminosas, levantando la mirada del pescado que tenía en el plato—. Tengo entendido que no se trata del hombre que elegiste para mi prima en un principio.
—Es su hermano. Es una larga historia que os contaremos a su debido tiempo. Cuando la primavera esté más avanzada, Drustan y Ana regresarán a las tierras que él posee en el norte, que son extensas. Probablemente celebrarán sus esponsales aquí en la Colina Blanca en un futuro próximo. Mi esposa y yo estamos encantados de teneros con nosotros en tan feliz ocasión.
—Apuesto a que sí —masculló alguien desde una de las mesas más bajas, cosa que hizo que Garth agarrara su lanza y mirara con el ceño fruncido en la dirección aproximada del comentario. Era imposible saber quién había hablado.
—Ya habrá tiempo suficiente para discutir estos temas cuando todos hayáis descansado del viaje —intervino Aniel con soltura desde su asiento a la derecha de Keother—. Esperamos que os podáis quedar un tiempo.
Breda lo miró con las cejas enarcadas.
—Imagino que tal vez pase aquí una temporada —dijo—. Más tiempo que mi primo, supongo.
Keother le lanzó una mirada de advertencia y la muchacha guardó silencio. Siguió una pausa incómoda.
—¿Te gusta cazar? —le preguntó Tharan al invitado real—. Aquí podemos ofrecerte oportunidades que no se te brindarán en casa, me figuro, puesto que en tus islas no hay zonas boscosas. Más entrada la estación habrá presas magníficas cañada abajo. Estoy seguro de que Talorgen estará encantado de salir a cabalgar contigo.
—También se puede pescar —ofreció Morleo, el jefe de clan de negra barba—. En algunos de nuestros lagos más apartados hay truchas de gran tamaño y de una astucia fuera de lo normal que proporcionan una excelente diversión.
—Gracias —dijo Keother. Sus ojos de un azul claro tenían una expresión calculadora. Bridei se dio cuenta de que el hombre estaba sopesando a todos los interlocutores y todos los comentarios—. Estaré más que gustoso de participar, y mis hombres también, pero a mi prima no le gustan este tipo de entretenimientos. A Breda tenéis que buscarle unas ocupaciones más delicadas.
—Por regla general, nos acompañan varias mujeres más en la mesa del rey —explicó Aniel—. Esta noche están atendiendo a la reina en el parto. Si os gusta la música, mi señora, o las artes femeninas como tejer, encontraréis muchas amigas con las que poder disfrutar de ellas en la Colina Blanca.
La reina Rhian, algo más alejada de los invitados, se inclinó hacia adelante para mirar a Breda y sonrió.
—Lady Breda, tu hermana es algo así como una erudita. Me han dicho que lo hizo muy bien durante su estancia en Banmerren. Y comparte mi interés por las labores finas. Los bordados de Ana son exquisitos.
Bridei recordó a Ana cuando había regresado de su viaje al norte: delgada, bronceada, con su cabello largo y suelto cortado muy corto y su actitud de sensible dama de la corte transformada en la de una viajera resuelta y sensata. En compañía de Faolan y Drustan, la rehén real había sido testigo de un asesinato, había luchado contra los lobos, había salvado la vida de un hombre arriesgando la suya propia.
—Encontrarás a tu hermana muy cambiada —dijo.
—Por supuesto —terció Tharan— también podemos ofrecer una educación superior a la que normalmente tienen acceso las chicas. En Banmerren se proporciona enseñanza, no sólo a futuras sacerdotisas de la Brillante, sino también a jóvenes de alta cuna. Ferada, hija de nuestro jefe de clan Talorgen, ha fundado recientemente una nueva rama de este establecimiento tan respetado. No te aburrirás, lady Breda. De hecho, tanto Ferada como la mujer sabia superior se hallan presentes en la Colina Blanca. Han llegado hoy mismo. Ahora están con la reina, igual que mi esposa. Dorica se encargará de presentarte a todo el mundo mañana.
—Gracias. —El tono de voz de Breda fue poco entusiasta. Fuera lo que fuera lo que necesitaba para distraerse, pensó Bridei, estaba claro que no se había mencionado todavía. Quizá no estaba siendo justo con ella. La chica era muy joven y había realizado un largo viaje. Tal vez simplemente estuviera cansada.
Uno de los requisitos de la realeza era que uno debía ser capaz de mantener una conversación con unos visitantes poderosos evaluando cada matiz del tono de su voz, observando cada cambio en la mirada, cada movimiento de las manos, aun cuando estuviera pensando en otros asuntos. Lo único que deseaba Bridei era quedarse delante de la puerta de Tuala, que lo informaran inmediatamente de la evolución del parto, poder tranquilizarla con su voz, aun cuando los misterios del alumbramiento implicaran que no se le permitiera entrar en la habitación de su esposa. La condición de rey no afectaba a un acontecimiento que era competencia exclusiva de las mujeres. Bridei estaba preocupado. Tuala no lo había tenido fácil con Derelei, pues era de complexión menuda y, aunque el bebé había sido pequeño, el parto había sido largo. Elda había dicho que en ocasiones era más rápido con el segundo. Esperaba que así fuera.
En cuanto pudiera escaparse de la cena y dejar a sus visitantes reales a cargo de sus consejeros, iría a rezar. Dirigiría una petición formal a los dioses, no el clamor desesperado que parecía manar de su corazón en ocasiones como esta, sino un ruego cortés y razonado para que el Cuervo Negro no tocara a la reina y a su nuevo bebé. Moderada, digna, regia. Aquella noche no se dejaría llevar por las emociones. No podía permitírselo. Además, no había nadie en la Colina Blanca a quien estuviera dispuesto a revelar tal debilidad. Broichan había desaparecido. Faolan no estaba. Faolan, quien había sido testigo de más de un sombrío momento de duda de Bridei. Ante la propia Tuala, si es que le permitían verla antes de que naciera el bebé, debía presentarse sin rastro alguno de inquietud en su semblante; su voz no debía dejar traslucir ni un ápice de su terror. De todos modos, Tuala sabría lo que estaba pensando. Ella lo conocía mejor que nadie.
—Esperaba ver a nuestro pariente Carnach aquí en la Colina Blanca —estaba diciendo Keother—. Nos hemos visto en varias ocasiones y su actitud franca me causó muy buena impresión. ¿Se espera su presencia en tu reunión, mi señor rey? —no consiguió ocultar del todo el hecho de que sabía que la pregunta era delicada.
—Espero de verdad que los compromisos que Carnach tiene en el sur no le impidan asistir —repuso Bridei, expresando su respuesta con cuidado—. Tengo intención de manifestar mi reconocimiento a todos los jefes de clan que contribuyeron a nuestra victoria el pasado otoño. Carnach tuvo un papel importante en ella. Es mi jefe de guerra. Si puede venir, vendrá.
—Tras una estación de conflicto —dijo Aniel—, nuestros jefes de clan tienen obligaciones urgentes en sus propios territorios.
—De todos modos —el rey de las Islas Luminosas recorrió el salón con su mirada de un azul pálido—, veo que ya han llegado muchos.
—En efecto —repuso Tharan en tono despreocupado—, pero todavía tenemos muchos días por delante. Ahora que la estación es más clemente, el viaje les resultará más fácil a los que habitan en lugares más distantes. Umbrig, por ejemplo. Quizá no sepas que nuestro aliado caitt permanece en Dalriada como custodio del capturado rey de los escotos y jefe de clan de la región sudoeste. Es una larga distancia, pero esperamos verle aquí. Y a Carnach también, por supuesto.
La llegada al mundo de Derelei había sido larga y difícil. Su hermana tenía más prisa. Con un círculo de manos expertas preparadas para ayudarla a salir del cuerpo de su madre, Anfreda llegó tan deprisa que a la comadrona, Sudha, estuvo a punto de caérsele. La niña no se quejó; en realidad, estaba tan callada que Sudha le metió un dedo en la boca y luego la puso boca abajo para asegurarse de que respiraba.
—Está pálida como un fantasma —dijo la comadrona entre dientes, volviendo la cabeza para que Tuala no lo oyera—. Rápido, pásame una manta.
Fola, que conocía a la reina de Fortriu desde hacía mucho tiempo, permaneció impertérrita.
—No hay por qué alarmarse, Sudha —le dijo, alargando los brazos para envolver al bebé en un trozo de magnífica tela de lana—. Tuala, tienes una hija sana. Tómala un rato en brazos, luego se la llevaré a Bridei para que la conozca mientras Sudha se ocupa de la placenta. —La mujer sabia depositó a la diminuta niña en brazos de su madre con una mirada astuta en los ojos. El rostro de Anfreda era un círculo de perfecto marfil entre los pliegues de la ajustada manta. Tenía los ojos abiertos; eran grandes, de un color tan claro que no podía decirse que fueran azules. La boca era un terso pimpollo de rosa y la cabecita estaba cubierta de una pelusa oscura. Anfreda no tenía ninguna de las características que comparten la mayoría de recién nacidos: arrugas, manchas en la piel, deformidades pasajeras del cráneo tras las estrecheces para salir del cuerpo de la madre. Aquella niña era minúscula, pálida, perfecta. Con tan sólo echarle un vistazo, hasta las personas menos perspicaces se darían cuenta de que era una descendiente de los Seres Buenos.
Tuala sonrió, derramó unas lágrimas, besó a su hija y se la cedió a la mujer sabia.
—Llévasela a Bridei —dijo—. Sé que está ahí afuera, preocupándose.
Fola se llevó aquel precioso hatillo a la antesala, que parecía estar llena de hombres, aunque de hecho sólo eran tres los presentes. Los compañeros de Bridei en su ansiosa espera eran su guardaespaldas Garth, el jefe de clan Talorgen y Aniel, que estaba disimulando un bostezo cuando Fola entró en la habitación. Había sido un día muy largo para todos ellos.
—Tu hija, mi señor rey —dijo la mujer sabia, que depositó al bebé en brazos de Bridei—. Tuala se encuentra bien; cansada, por supuesto, pero contenta. No hubo complicaciones. —Fola echó un vistazo por la estancia mientras el rey acunaba a su hija, murmurándole—. ¿Quién era ese? —preguntó, mirando a Talorgen—. ¿Había alguien más aquí?
—No, mi señora. —Garth estaba de pie en la puerta, desempeñando aquella noche un doble papel como guardia y compañero del rey—. No es que no hubiera más gente deseosa de compartir la espera con el rey, pero Bridei dijo que le bastaba con nosotros tres.
—¡Qué raro! —comentó Fola—. Estoy segura de que vi a alguien. Con el rabillo del ojo… Bueno, quizá se me empieza a notar la edad. —No les diría que la figura que había visto a medias iba vestida con prendas hechas de hojas y coronada con hiedra entretejida.
—Eso no te ocurrirá nunca, Fola —dijo Aniel—. Tú siempre vas un paso o dos por delante de nosotros. ¡Felicidades, Bridei! Así pues, es la niña que esperaba Tuala.
—Tengo entendido que le pondréis el nombre de tu madre, ¿verdad? —Talorgen se inclinó para verla más de cerca.
—Sí, Anfreda. —Bridei sostenía a la pequeña como si fuera una cesta de huevos y él un niño pequeño que hacía todo lo posible por no romperlos. Estaba radiante.
—Aunque está claro que es a la familia de la madre a quien se parece —dijo Fola con sequedad—. Si alguna vez pensé que Derelei tenía un aspecto sobrenatural, lo retiro. Comparado con este retazo de chiquilla, tu hijo parece un guerrero de Fortriu en miniatura. Apuesto a que la pequeña Anfreda es la viva imagen de Tuala recién nacida.
Bridei, que hacía mucho tiempo, siendo niño, había encontrado a Tuala en el umbral de casa de Broichan cuando era aproximadamente del mismo tamaño que este bebé, asintió con la cabeza.
—¡Es tan pequeña! Había olvidado lo pequeños que son. ¿Cuándo podré ver a Tuala?
—Pronto —respondió la mujer sabia—. Deja que vuelva a llevarme a la niña; se está más caliente dentro. Todavía hay que ocuparse de ciertos asuntos, pero no llevarán mucho tiempo. Supongo que estaréis deseando acostaros. A estas horas sólo están en pie las martas y los búhos.
—Te sorprenderías —dijo Aniel, que alzó la mano para ocultar otro bostezo—. La mitad de los miembros de la casa aún están despiertos, esperando noticias. Cumpliré con esta obligación y luego seguiré tu consejo, Fola. Estoy seguro de que Tharan esperará que madrugue para ayudarle a entretener a nuestros invitados. Lo mejor será que intente estar al menos medio despierto. Bridei, transmite mis saludos más cordiales a Tuala. Es una noticia alegre.
Cuando salió, Talorgen se marchó detrás de él. Anduvieron una corta distancia por el pasillo y salieron a una esquina apartada del jardín donde una antorcha seguía iluminando el camino para cualquiera que fuera tan tonto como para estar deambulando por el exterior en mitad de la noche. Al cabo de un momento Fola salió para reunirse con ellos, llevando una capa con capucha sobre sus vestiduras grises.
—Bridei está con su esposa y su hija —anunció al tiempo que con la mirada recorría los senderos pavimentados, los ordenados plantíos de lavanda y romero—. Hay muchas manos diestras para hacer lo que hay que hacer. Antes de que divulguéis esta noticia, tengo una sugerencia.
—Creo que ya sé lo que vas a decir —afirmó Talorgen. Los tres se conocían bien; todos habían formado parte del consejo secreto de Broichan, el consejo que había funcionado desde que Bridei era un niño para asegurar que algún día ocupara el trono de Fortriu—. Informaremos a los miembros de la casa de que la reina ha dado a luz a una hija sin complicaciones. Les daremos a conocer el nombre: Anfreda, un antiguo y magnífico nombre priteni que demuestra el amor de Bridei por su madre y recuerda a la gente su impecable línea de sangre. Les aconsejaremos que, como madre e hija han pasado unos momentos difíciles, en el futuro inmediato ninguna de las dos recibirá visitas aparte de los asistentes personales y los amigos de la reina. No estamos diciendo que esta prohibición siga en pie hasta que ciertos invitados se hayan marchado de la Colina Blanca; mantenerla tanto tiempo causaría más recelo que si les mostráramos a esta pequeña tan sumamente excepcional. No obstante, la mantendremos fuera de la vista hasta que nos hagamos una idea más aproximada de por qué ha venido Keother.
—No solamente se trata de Keother y la chica —dijo Aniel—, sino de otras personas también. Tenemos aquí a mucha gente que no conoce bien a Tuala, personas que tal vez estuvieran dispuestas a utilizar cualquier instrumento del que pudieran echar mano para asestarle un golpe a Bridei. Me pregunto si la madre y el bebé no estarían mejor en Banmerren durante un tiempo, ¿no, Fola? Todavía no, por supuesto, cuando puedan viajar sin peligro.
—Bridei no lo consentiría. —Fola estaba mirando por el jardín como si en él acecharan unas presencias invisibles—. Ya viste la mirada que tenían sus ojos; devoción absoluta a primera vista. Es su familia lo que mantiene fuerte a nuestro rey. Hablaré con él y con Tuala, pero no esta noche. Dejemos que por ahora disfruten en paz su nuevo regalo de la Brillante. Mañana sugeriré algunas salvaguardas.
—Aprovéchate de Ferada mientras esté en la corte. —Talorgen hizo una mueca—. Se quedará un tiempo; tengo entendido que sus compañeras profesoras están manteniendo el ritmo de enseñanza en Banmerren de manera competente. Puedes confiar en mi hija si hay que deshacerse de cualquier visita ingrata.
Fola sonrió.
—Lo sé muy bien, Talorgen. No olvides que las dos trabajamos en estrecha colaboración. ¡Ah, a propósito! ¿Es cierto que se espera que el picapedrero real regrese pronto a la corte?
Aniel pareció sorprendido.
—¿Garvan? Supongo que sí. Tenemos trabajo para él durante el verano. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada. —Fola estaba mirando de nuevo en dirección a los rincones del jardín.
Talorgen siguió su mirada.
—¿Qué ocurre? —le preguntó el jefe de clan.
—Nada. Me sigue pareciendo que veo a alguien, pero no pueden ser más que sombras. Es tarde. Mirad, la Brillante asoma por entre las nubes en reconocimiento de su magnífica nueva hija. Las plegarias parecen lo más indicado. Espero que la diosa me perdone si las mías son un tanto breves. Comunicádselo a la gente, pero tened cuidado. Broichan estaría de acuerdo, estoy segura.
—¡Ah, Broichan! —exclamó Aniel en voz baja—. ¡Ojalá nuestro amigo druida estuviera de vuelta en la Colina Blanca mañana mismo, lleno de sabios consejos! Quizá me haya aterrorizado de vez en cuando, e irritado con frecuencia, pero reconozco lo mucho que necesitamos su asesoramiento.
—No subestimes a Bridei y a Tuala —dijo la mujer sabia—. Puede que sean jóvenes, pero son una pareja fuerte y los dioses siempre les han sonreído. En cuanto al bebé, alegraos de que sea una chica. Mis hermanas de Banmerren estarán encantadas de ofrecerle un hogar y una profesión cuando sea un poco mayor. Su actitud ha experimentado algunos cambios desde la época en la que tuvimos a Tuala como alumna.
—Quizá tengas razón —terció Talorgen—. Quizá no haya verdaderos motivos para preocuparse. Los habitantes de la casa real han apoyado a Tuala durante mucho tiempo a pesar de su diferencia; la muchacha ha demostrado ser más que capaz como reina. En cuanto a nuestros visitantes, van a estar aquí durante un cambio de luna, o tal vez dos o tres, un breve período. ¿Cuán mal pueden ir las cosas en una sola estación?
Como es habitual en estos momentos cruciales de la existencia humana —nacimiento, muerte, esponsales—, ni Tuala ni Bridei durmieron mucho la noche de la llegada de su hija, aunque ambos estaban exhaustos. Después de tranquilizarse al ver que su esposa se encontraba bien y estaba de buen humor, Bridei dejó que Garth se lo llevara de allí, pues la afluencia de mujeres en las dependencias reales implicaba que de momento debía buscar su descanso en otra parte. El rey de Fortriu se alojó en los aposentos de su druida principal, con su guardia en la antesala, y antes de echarse en la estrecha cama de Broichan, Bridei se arrodilló frente al austero santuario del druida, dos velas y una piedra blanca en un estante, le dio las gracias a la diosa desde lo más profundo del corazón y le prometió obediencia de nuevo.
Tuala yacía en su cama con el diminuto hatillo que era Anfreda arropada a su lado. Se había negado a dejar que Sudha pusiera a la niña en la cuna. La comadrona y una sirvienta dormían en unos camastros dispuestos por la estancia. Dorica y las demás asistentes se habían ido a la cama hacía rato. Las velas ardían y se había agregado carbón al fuego para que ardiera lentamente hasta el amanecer. Derelei, arropado en su propia cama en una habitación anexa, con una niñera que lo vigilaba, se había pasado el rato durmiendo. Al levantarse se encontraría con una sorpresa. Tuala lo había preparado lo mejor que había podido, explicándole por qué se expandía su contorno y hablándole del nacimiento de los cachorros y los potrillos, así como de los bebés humanos, pero no estaba segura de hasta qué punto su hijo lo había entendido. Además, por más cuidadosos que fueran los preparativos, nada podía preparar a un niño para el momento en el que ya no es el único tesoro de sus padres, sino uno de dos.
Fola se había retirado a descansar a las dependencias de las mujeres; no hacía muchas concesiones a su edad, pero esa noche, cuando todo terminó, parecía cansada. Ferada se había lavado las manos, había hecho unos comentarios sobre lo sucio que era todo aquello y lo mucho que se alegraba de haber decidido renunciar a la alegría de tener esposo e hijos, le había dado un rápido abrazo a su amiga y se había marchado a las dependencias que compartía con su familia.
—Y ahora —susurró Tuala en la penumbra de la habitación Iluminada por las velas— ya podéis decirme por qué estáis aquí, por qué habéis elegido esta noche para regresar.
Las imprecisas presencias a las que se dirigía tomaron una forma más perceptible: una mujer con una nube de cabello plateado ataviada con unas vestiduras humeantes y cambiantes; un hombre con la piel de color castaño que llevaba una corona de hiedra entretejida. No eran exactamente como ella los recordaba. Los Seres Buenos no envejecían tal como lo hacían los humanos. Sin embargo, aquellos dos habían alterado sus manifestaciones externas para reflejar el paso de varios años desde la última vez que se le habían aparecido a Tuala. No los había visto desde la noche en que la habían conducido al bosque situado por encima de Pitnochie y la habían animado a saltar desde el Rasguño del Águila para volar hacia otro mundo o morir en las rocas de abajo. Ellos nunca acudían cuando ella los necesitaba y ahora, inesperadamente, habían vuelto.
—Decídmelo —murmuró, consciente de las mujeres que dormían en el otro extremo de la habitación y de su hijo que lo hacía en la de al lado—. Y no me pidáis que os deje coger a Anfreda. Ya sabéis que no soy tan tonta.
Telaraña se sentó en el extremo de la cama y sus prendas se movieron en torno a ella como telas de araña agitadas por la brisa.
—¿Crees que nos la llevaríamos y te dejaríamos un bebé hecho de nabo en su lugar? —dijo con una voz que era como el tintineo de inquietantes cascabeles—. No le haríamos daño a la niña, Tuala. Es de los nuestros.
—¿Responderéis a mis preguntas?
—No podemos hacerlo hasta que nos las plantees. —El hombre de los Seres Buenos, a quien Tuala siempre había llamado Madreselva, tomó asiento frente al hogar con las piernas cruzadas. La luz del fuego le hacía brillar las mejillas como castañas lustrosas.
—¿Broichan es mi padre? —Tan sólo era la primera de las muchas preguntas que le daban vueltas en la cabeza a Tuala. Como conocía la naturaleza caprichosa de unos visitantes como aquellos y reconocía su propia debilidad aquella noche en concreto, intentaba plantear primero las más importantes.
—Si necesitas respuesta a eso —Telaraña se echó hacia atrás el cabello reluciente—, es que eres menos inteligente o menos resuelta de lo que deberías.
—Interpreto que eso es un sí. —Tuala se movió un poco en la cama; le dolía todo el cuerpo. La pócima para dormir que había preparado Sudha estaba intacta junto a su lecho. No iba a entorpecer sus sentidos ni por un instante con aquellos dos allí. Apretó el brazo en torno a Anfreda, y el bebé soltó lo que pareció un suspiro—. Entonces os preguntaré, ¿dónde está mi padre? ¿Quién lo tiene y cuándo volverá?
Sus visitantes volvieron entonces sus grandes ojos desapasionados hacia ella.
—Está en el bosque —respondió Madreselva—. Volverá cuando esté preparado.
—¿Preparado para qué?
—Preparado para el reto que le espera. El oficio de Broichan lo ha hecho más fuerte de lo que es habitual en los humanos. Su carne humana lo hace más débil de lo que debería ser un gran mago.
—Ha estado enfermo —replicó Tuala—. Pero estaba mejorando, recuperando fuerzas. No veo cómo puede contribuir a eso un invierno en el bosque. Ya no es joven, y ahí afuera hace frío.
—Un druida está acostumbrado a las penurias y privaciones —dijo Madreselva—. Fortalecen su mente y su cuerpo. Sin esta estación de penitencia, de aprendizaje y reconocimiento, tu padre sería incapaz de afrontar su mayor reto.
—Decidme, ¿qué es lo que debe hacer Broichan? —preguntó Tuala.
Ellos la miraron con una vaga sonrisa en los labios, que tenían una forma agradable, aunque no del todo humana.
—¿Qué es lo que debe hacer un druida? —preguntó Telaraña a su vez—. ¿Cuál es su propósito?
—Amar a los dioses —respondió Tuala—. Obedecer. Ser su voz para aquellos que no pueden abrir los oídos del espíritu. En el caso del druida real, es más que eso. Debe servir a Fortriu con toda su fe y energía. Debe amar y honrar tanto a los dioses como al rey. No es necesario que me preguntéis esto. Lo sé desde que tenía cinco años. Decidme cuál es este gran reto que traerá a Broichan de vuelta a la corte por fin. Necesitamos que vuelva pronto. Está mi hijo…
La sonrisa de Madreselva se ensanchó. La mirada de sus ojos oscuros pareció adquirir cierta calidez, aunque quizá sólo fuera el reflejo de la luz de las velas en sus abismos.
—Nosotros enseñaremos a tu hijo. —El tono de su voz fue suave, casi tierno; hizo que a Tuala se le pusiera la carne de gallina—. Derelei no necesita un druida. Puede aprender sin Broichan. Es muy pequeño, pero muy inteligente.
—Si consideráis que utilizar peligrosos trucos de transformación en otros niños es inteligente, entonces quizá me equivoqué al creer que os preocupabais por el rey y por Fortriu —dijo Tuala—. Quiero que dejéis tranquilo a mi hijo. Él necesita a Broichan, no a vosotros.
—Pero no eres reacia a enseñarle —comentó Telaraña tímidamente—. ¿En qué sentido tu facilidad con la hidromancia, la transformación y la adivinación es tan distinta de la nuestra, Tuala? Tú posees los mismos talentos sin límites que tu hijo. Tú no lo instruyes a la manera de Broichan: estructurada, cauta, plagada de normas y restricciones. Tú compartes con Derelei tu dicha en la libertad que permite este arte; tú cruzas bailando con él las puertas que esto te abre. Y ahora —la mujer de cabellos plateados alargó un dedo hacia el oscuro y velloso pelo de Anfreda y Tuala protegió a la niña con mano rápida— tienes también a esta. Son dos para enseñar, dos para vigilar. ¿Cuánto puede hacer una mujer, tanto si es reina de Fortriu como si no? Broichan está ocupado, tú estás cansada y deseas ayudar a tu marido en esta estación de desafío. Nosotros podemos mantener ocupado y contento a Derelei. Podemos cerciorarnos de que siga desarrollando sus poderes. Sólo queremos ayudarte, Tuala. Ayudar a nuestra hermana…
—¿Hermana? Quizá mi siguiente pregunta debería ser, ¿quién es mi madre? Hubo un tiempo en que esta cuestión dominó mis pensamientos, y ahora apenas parece tener importancia.
—Es una de los nuestros —contestó Madreselva—. Da igual quién sea. Una hija de la Brillante: una hija elegida.
Tuala asintió con la cabeza.
—Elegida para ocupar el lugar de la diosa en una especie de ritual, sí, lo he visto en el cuenco de hidromancia. Así pues, la unión entre mi madre y Broichan fue planeada por la mismísima diosa. ¿Por qué?
—Para que nacieras tú, y tus hijos después de ti. Tú tienes que desempeñar tu papel en el gran esquema de las cosas, Tuala. Ya recorres ese camino. El peso de la corona aplastaría a Bridei si no te tuviera a su lado.
—¿Qué es lo que veis para mis hijos? ¿No se les puede dejar que elijan libremente su propio camino?
—¿Estás diciendo que tu elección no fue tomada libremente, Tuala?
—No puedo responder a eso —repuso ella—. No puedo decir hasta qué punto fue mi propia decisión y cuánto estuvo determinado por la diosa. He intentado seguir los caminos que creo que tienen pensados para mí. Sin embargo, me asusta que Derelei y Anfreda, pequeños como son, tengan ya un gran plan desarrollándose para ellos. Necesitan tiempo para crecer, para jugar y no tener miedo. Necesitan tiempo para ser niños.
Telaraña movió una mano de dedos largos por el aire que pareció dejar una nube de estrellas diminutas a su paso.
—Un niño con las habilidades que posee tu hijo —dijo— nunca puede ser completamente igual que los demás. Siempre temerás lo que pueda hacer y lo que otros puedan hacerle a él. Eso es lo que, tal vez, te obligue a utilizar por fin tus propios poderes en su totalidad. La protección que has colocado sobre tu hija esta noche, para evitar que la tocáramos, es la más fuerte de todas las que me he encontrado hasta ahora. La mantienes en su lugar, y otra sobre tu hijo, y sin embargo estás aquí en la cama hablando con nosotros como si ello no menguara en nada tus poderes. Sabemos que tienes el don de poseer unas habilidades asombrosas, el legado de tu madre. Sabemos la fortaleza y autodisciplina que has heredado de tu padre. En una o dos ocasiones, como esta noche, has utilizado un poco de dicho potencial. Eso hace que nos preguntemos por qué no empleas lo que tienes para favorecer la causa de tu esposo: para hacer salir a los enemigos de su escondite, para destruir a los atacantes, para asustar a los oponentes hasta que se sometan. Sería muy fácil.
—La nueva fe avanza poco a poco y se acerca cada vez más a Fortriu —dijo Madreselva, que en aquellos momentos se hallaba tumbado en el suelo junto al fuego con la cabeza apoyada en una mano—. En tierras cercanas ha debilitado a la diosa; ha expulsado a sus mujeres sabias y ha hecho huir a sus druidas. No hace falta mucho para hacer que los humanos echen a correr. Por miedo, por hambre o por ignorancia, darán la espalda a todo lo que es antiguo y bueno. Tu esposo no tardará en enfrentarse a una gran prueba como rey, una profunda prueba de su obediencia. Necesitará a Broichan, pues se acerca alguien para enfrentarse a él que iguala al druida en fortaleza y fe. Bridei te necesitará, Tuala.
—Aquí estaré —respondió ella, un tanto perpleja—. Prometí estar a su lado y ayudarlo a ser fuerte, y no tengo intención de incumplir dicha promesa. Bueno, estoy cansada; debo intentar dormir.
—Nos has malinterpretado. —El contorno de Telaraña empezaba a desvanecerse, una clara señal de que estaba a punto de marcharse. Tuala se preguntó si pasarían otros seis años hasta que volviera a verlos. Había muchas preguntas que no había formulado. Pero estaba cansada… Telaraña tenía razón; mantener el hechizo de protección sobre los dos niños era un trabajo duro. No lo retiraría hasta que no tuviera la certeza de que sus visitantes se habían marchado. En Fortriu abundaban las historias sobre niños que eran sustituidos al nacer por pequeñas figuras hechas de palos, carbones u hortalizas que se dejaban arropadas en la cama para que los padres las encontraran a la mañana siguiente.
—Tendrás que utilizar todas las habilidades que posees —le dijo Madreselva—. La amenaza es poderosa. Sólo se puede contrarrestar con absoluta obediencia y desinteresada valentía.
—¿Desinteresada valentía? —Tuala lo miró fijamente—. De todas las cualidades que podía esperar que me recomendarais, esta era una de las menos probables. Dudo que vuestra especie tenga mucha idea de lo que significa ese concepto. —Ambos empezaron a desvanecerse con rapidez—. Consideraré lo que me habéis dicho —se apresuró a añadir—. Haré todo lo que pueda. Pero dejad en paz a mis hijos, al menos de momento.
No hubo respuesta; los Seres Buenos se habían ido apagando hasta que sólo fueron unos tenues perfiles que desaparecieron con un parpadeo cuando una repentina bocanada de aire bajó por la chimenea e hizo resplandecer momentáneamente el carbón.
—¿Eso fue un sí o un no? —le susurró Tuala a su hija—. Esos dos siempre dicen muchas tonterías. Antes me inclinaba más a creerlas. El problema es que hay que escuchar, pues a menudo hay consejos sensatos ocultos en sus palabras. El problema más inmediato es tu hermano. Después ya me preocuparé de pruebas de obediencia y valentía desinteresada. Ojalá los niños de dos años fueran un poco más sesudos, Anfreda…