EL PENTAGRAMA

Noruega

1

ALGUIEN ha estado en mi apartamento.

Vivo en un bloque de pisos en Grefsen, en un apartamento de dos dormitorios. Demasiado espacio para un ermitaño como yo, pero las vistas sobre Oslo son impresionantes.

Para mí un hogar es algo inviolable. Cuando cerramos la puerta detrás de nosotros, es para dejar el mundo al otro lado; los problemas laborales, los compañeros de trabajo agobiantes, las mujeres pegajosas, los asesinos sin escrúpulos.

Por eso me quedo de pie, con los pies como plomo, sobre la alfombrilla ante la puerta de la entrada. Saco con cuidado la llave de la cerradura, cierro la puerta a mis espaldas y dejo la maleta sobre la alfombra anudada a mano que compré en un bazar de Estambul.

La puerta que conduce al despacho está entornada y recuerdo haberla cerrado antes de salir para Islandia. Siempre cierro todas las puertas antes de dejar el piso, por si surgiera un incendio o se rompiera una cañería.

Contengo la respiración. ¿Siguen aquí?

Mi mirada recorre la entrada.

En algún lugar del edificio suena una puerta. Doy un respingo. «¡Contrólate, Bjørn!». Por supuesto que no están aquí, están en Islandia. No pueden estar aquí y en Islandia al mismo tiempo.

Veo ante mí la mirada muerta del clérigo Magnus y a los dos árabes de la habitación del hotel de Reikiavik.

El silencio se acrecienta. ¿Qué puedo hacer? ¿Huir? ¿Quedarme quieto? ¿Llamar a la policía? Me preguntarán si hay ladrones en mi casa. «No lo sé», les responderé. «¿Está forzada la puerta?», preguntarán. «No —responderé—, simplemente tengo una intuición en el alma». Entonces el operador del 112 suspirará y me pedirá que llame a la policía si encuentro señales de que han entrado por la fuerza, por no decir si me han robado algo.

Empujo la puerta del despacho.

Esperaba encontrar un cuarto patas arriba, pero está todo en perfecto orden, exactamente como lo dejé.

Casi.

El lado izquierdo del teclado del ordenador está corrido un centímetro o dos hacia el interior del escritorio: yo siempre lo dejo paralelo al borde de la mesa.

El salón está ordenado, pero han colocado La campana de Islandia de Laxness a la derecha y no a la izquierda del Lolita de Nabokov. En la colección de CD de Pink Floyd han puesto equivocadamente Wish You Where Here junto a Ummagumma. El crucigrama que dejé sobre la mesita de cristal del rincón de entre los dos sofás —donde el seis vertical sigue sin resolver— está boca arriba y no al revés, y el bolígrafo de los crucigramas está atravesado y no en un ángulo recto.

Han estado en el dormitorio, en la cocina y en el vestidor repleto. No sé si encontrarían lo que andaban buscando, ni siquiera sé lo que estaban buscando.

Una vez vaciada la maleta y puesta la lavadora, cojo una lata de cerveza de la nevera y me apoltrono en el sofá.

El teléfono suena antes de que me de tiempo a abrir la lata. Thrainn. Dice que han entrado por la fuerza en su casa y en el instituto. Por suerte no encontraron nada, ni siquiera han intentado abrir la cámara acorazada.

Le pido que se ponga en contacto con la policía y digo que lo mejor es que no hablemos más, por si la línea está intervenida.

Me lleva un buen rato conseguir abrir la lata de cerveza. Me muerdo las uñas, así que me cuesta meter la punta del dedo bajo la anilla de aluminio. Cada uno tiene lo suyo.

Me llevo la lata a la boca con la mano temblorosa y bebo.

No soy ningún héroe, pero soy obstinado. Y pienso: «Joder, ya he tenido bastante».

Llamo a la policía. Probablemente no se creen una sola palabra de lo que les digo, pero me pasan con el agente de guardia. Tartamudeando cuento todo lo que ha pasado en Islandia: hablo del clérigo Magnus, de los árabes y de los hallazgos arqueológicos. Les cuento que creo que alguien ha entrado en mi apartamento. Y, al escucharme a mí mismo, me los imagino señalando la casilla de «caso psiquiátrico».

Entonces el agente de policía dice algo sorprendente:

—¡Caramba!

Quizás haya oído hablar de mí. Tal vez le han impresionado mi título y todas las referencias a Snorre. Incluso la policía puede anhelar algo de aventura y dramatismo en el día a día.

—Mandamos a un hombre —dice resuelto.

2

EL HOMBRE al que mandan es rechoncha, lleva falda y un jersey ajustado que no oculta precisamente el peso de los pechos.

Al principio la tomo por vendedora ambulante, pero luego descubro que dice POLICÍA en el carnet que lleva colgado al cuello.

Se llama Ragnhild y es inspectora de policía. Tengo preparada agua hirviendo para hacer un café instantáneo y nos sentamos en el salón. Le cuento todo lo que ha pasado en Islandia y las razones por las que creo que han entrado en mi casa. Ella ni se ríe ni arquea las cejas. Cuando termino comprueba los marcos de las ventanas y las cerraduras, aunque yo le digo que son tan profesionales que no precisan forzar las puertas. Uno por uno le muestro todos los indicios: el teclado del ordenador, los libros, los CD, el crucigrama y el bolígrafo. Sonríe enigmáticamente y dice que no cabe duda de que soy un caballero muy observador.

Un poco más tarde llegan dos técnicos de la policía que deambulan por el piso con sus cepillos y unas bolsitas de plástico en las que tienen que reunir las pruebas.

La policía se queda un par de horas, pero no encuentran ninguna pista. Cuando los técnicos se van y Ragnhild se levanta para despedirse, nos encontramos exactamente en el mismo punto donde habíamos empezado.

—Como comprenderás, con esto no tenemos fundamento suficiente como para asignarte una escolta policial —dice—. Pero… cuídate. —Me tiende una tarjeta de visita con un montón de teléfonos. Con un bolígrafo escribe aún otro número de móvil—: Mi número privado. Por si… Bueno, ya sabes.

Cuando Ragnhild se va, echo los cerrojos, tanto el general como el de seguridad. Tomo un trago de la cerveza que había abierto. Ya no tiene gas y está caliente.

Suena el teléfono. Esta vez nadie dice nada, pero oigo una respiración. Cuelgan.

Alguien está comprobando si estoy en casa.

Reúno en una bolsa la ropa imprescindible y los artículos de aseo, y bajo corriendo al coche. Hay quienes se lo pensarían mucho en llamar coche al «Bola». Nunca he tenido la necesidad de engalanarme con coches elegantes. El Bola es un Citroen 2CV, un dos caballos, una lata con el motor de una máquina de coser. Llena de alma y encanto y gasolina sintética.

A bordo del Bola huyo de Oslo. Nadie me sigue. Menos mal, porque no avanzo muy rápido. Pero probablemente me tienen controlado. Saben donde estoy. Yo no los veo, pero seguro que ellos me ven a mí.

3

EL JEFE del instituto de la universidad, el catedrático Trygve Arntzen, es un idiota insoportable. Lo sé con certeza. Durante veinticinco años fue mi padrastro.

Al morir mi madre, se rompieron todos nuestros frágiles lazos de cortesía forzada y tolerancia simulada.

El catedrático se hizo cargo de mi madre cuando mi padre se despeñó desde un saliente en la montaña al que el catedrático se había empeñado en que subiera. Yo tenía doce años. Si no otra cosa, al menos aprendí que la vida corre peligro cuando se desafía la fuerza de la gravedad. Hace algunos años descubrí que mi padre había intentado quitarle la vida al catedrático, porque este estaba liado con mi madre. Pero finalmente fue mi padre la víctima del mosquetón de escalada. Como dijo el clérigo Magnus: «Shit happens».

Conozco bien las peculiaridades del catedrático, así que sé que llega pronto al trabajo. Dice que consigue hacer un montón de cosas antes de que se despierte el resto del mundo. Yo he pasado la noche en el coche, en un aparcamiento, debajo de una cámara de vigilancia.

El catedrático está en el despacho cuando llamo a la puerta. Por la expresión que adquiere su rostro al verme, cualquiera diría que alguien le ha exprimido un limón en la boca.

—¿Bjørn? Creía que estabas en Islandia.

—Exacto, estaba.

Por cumplir, le cuento los puntos álgidos del viaje, de los que ya está perfectamente enterado. Callo sobre todo lo que pueda sonar a transgresión de las formalidades, porque el catedrático Arntzen es un obsesivo-compulsivo de las reglas de cuidado, pero consigo intrigarlo lo suficiente como para que, por ahora, me permita seguir trabajando en el «proyecto». Me contempla con una mirada llena de fibra y me pide que le mantenga informado para saber cómo voy con el trabajo.

Sí, seguro.

4

CICERÓN dijo que la soledad no es una carga para quien está consagrado a sus estudios. Yo siempre estoy consagrado a mis estudios, pero eso no significa que mis anhelos sean más fáciles de llevar. Simplemente resultan más fáciles de reprimir.

He cerrado la puerta del diminuto despacho que tengo en la universidad. Estoy sentado a mi mesa, empotrada entre los archivadores repletos y las estanterías colmadas de sabiduría. Hago rodar un lápiz entre los dedos y miro alternativamente por la ventana y a la pantalla del ordenador. Me cuesta entender lo que sabía el clérigo Magnus, y lo que entendía, y por qué les tenía miedo a los supuestos investigadores. ¿Sabía que no representaban al Instituto Schimmer? ¿Con quién había hablado? ¿Qué le empujó a escanear el códice de Snorre, página a página, y luego prepararme un código de runas para conducirme hasta él?

He impreso una copia del códice en papel de alta calidad. Es evidente que en las regulares líneas de runas y letras latinas, símbolos y mapas, se ocultan nuevas pistas y mensajes. Partes del texto están cifradas, pero muchos párrafos son legibles.

¿Qué secreto llevó a Snorre a dejar escrito un texto a mano para la posteridad?

Las tres primeras páginas están escritas en runas, sobre un papel más oscuro y más antiguo que el resto. Las runas eran los signos de escritura de los germanos y se extendieron y desarrollaron por todo el Norte de Europa durante el primer milenio después de Cristo. Con el cristianismo, las runas fueron sustituidas paulatinamente por el alfabeto latino, pero, durante varios siglos, runas y letras se usaron codo con codo.

Signo por signo, palabra por palabra, voy traduciendo las runas. Sale algo intermedio entre una colección de normas, un conjuro y unas indicaciones. En noruego moderno el texto rúnico comienza así:

Guárdate, lector

de las runas secretas.

Los tormentos del Duat,

del Hel y del Infierno aguardan

a quien descifre sin permiso

los enigmas de los signos.

Apártate de este pergamino

de los dioses.

Porque así es:

en el secreto de los dioses

custodiamos el secreto sagrado.

La fuerza de las runas

oculta la profecía

en la niebla de los signos.

Tú que custodias el secreto

con tu honor y tu vida,

eres el elegido.

Tus asistentes divinos,

Osiris, Odín y el Cristo Blanco,

siguen tus pasos.

¡Te honramos, Amón!

Aún más extraño es el poema siguiente, que está escrito en runas, pero evidentemente es una traducción del egipcio:

~ La clave ~

Los cortesanos de la casa real

acompañan hacia el Oeste

a Tut Ankh Amón,

rey de Osiris. Gritan:

¡Oh, rey! ¡Ven en paz!

¡Oh, Dios! ¡Protector del país!

¿La clave? Tras el texto rúnico siguen algunas páginas que, doscientos años más tarde, el propio Snorre ha rellenado con letras latinas, mapas y dibujos. Partes del texto están cifradas, pero otras son legibles:

Reyes y duques, patriarcas y caballeros, poetas y conjurados se reúnen en el círculo sagrado de CUSTODIOS del secreto divino.

Sólo los elegidos y los iniciados han de interpretar las palabras ocultas y los signos velados.

Me imagino a Snorre en la sala de escritura de Reykholt. El scriptorium debía de estar iluminado con velas y candiles colocados a lo largo de las paredes, suspendidos del techo y situados sobre las altas mesas de trabajo inclinadas. Debió de echar a los escribientes para quedarse solo. Ante sí, firmemente fijada sobre la plancha de escribir, Snorre habría colocado el suave pergamino blanco de piel de vaquilla. La pluma debía de estar limpia y afilada. Entonces empezaría a escribir, con una letra regular que seguía las líneas débilmente marcadas. En medio de la página debió de dibujar un pentagrama. Una pentalfa… En tiempos de los vikingos pensaban que si la tallabas en la pared, te protegía contra las mares, las brujas que venían a alterarte el sueño.

Incluso en una oficina moderna con ordenador, teléfono, telefax y un contenedor magnético de clips, siento la fuerza del pentagrama. Durante cinco mil años, la estrella de las cinco puntas ha brillado en el cielo del ocultismo. Lo egipcios trazaron un círculo en torno a la estrella, que señalaba hacia el inframundo, el duat, el más allá. Los árabes lo usaban en la magia y en los rituales. Los pitagóricos pensaban que el pentagrama expresaba la perfección matemática, porque la sección áurea, el número proporcional 1-618, se oculta en las líneas del pentagrama. Para los judíos simboliza el Pentateuco, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, atribuidos a Moisés. Para los cristianos el signo representa tanto la magia negra como las cinco heridas de Jesús. Y, fíjate, si giras la punta hacia abajo, sale un símbolo satanista.

En la quinta página encuentro un mapa del sur de Noruega, desde Trondheim hasta abajo. El mapa no es especialmente preciso. En tiempos de Snorre los mapas se basaban en medidas a ojo y suposiciones. El primer mapa de los países nórdicos que se conoce, el mapa Nancy de 1427, lo trazó el danés Claudius Clavus, que vivió algunos años en Roma y se codeó con los cardenales y secretarios del Papa. Pero antes de eso, al parecer, alguien había dibujado un mapa de la Noruega oriental, y lo había copiado de un pergamino rúnico aún más antiguo.

Paso hora tras hora estudiando el texto y los dibujos. Traduzco el texto rúnico y el texto de Snorre. Me afano con los códigos, puesto que intuyo que en las palabras puede ocultarse un mensaje —unas indicaciones—, quizás en algún código que ni siquiera detecto. Estudio el mapa de Noruega y los símbolos.

Pero no le encuentro el sentido.

Después del almuerzo —dos rebanadas de pan con queso Gouda, un poco de colinabo y una taza de té—, llamo al jefe de policía de Borgarnes para comprobar si hay algo nuevo. Lo hay. Una gasolinera de Saurbær les ha mandado unas imágenes en las que aparecen los sospechosos. Están distribuyendo las fotografías entre la Interpol. La policía noruega ha recibido una copia.

—A los árabes parece que se los ha tragado la tierra, je, je, —dice. Luego se pone serio y me proporciona la información justa sobre la investigación, como para que yo me sienta informado, aunque no me haya contado nada en absoluto.

Justo después de colgar, me llama Ragnhild, la inspectora de Oslo. Acaba de recibir las fotografías de Islandia y me pide que identifique a los sospechosos. Me ha enviado una copia por correo electrónico y se queda esperando al aparato mientras abro el correo electrónico y el fichero adjunto.

La fotografía de la cámara de vigilancia es en blanco y negro, pero enfocada y clara.

Reconozco a los dos hombres que fueron a visitarme al hotel en Reykiavik. El pequeño y desagradable, y la enorme montaña que me rompió el meñique.

—Son ellos —digo.

—Los cogeremos. Con una fotografía, ya tenemos algo con lo que trabajar.

Le pido que espere un momento. Debajo de su correo hay otro, sin abrir:

De:

Enviado:

Para: bjorn.belto@khm.oio.no

Copia:

Asunto: Bjørn Beltø, ¡lee esto!

Querido Bjørn Beltø:

Tú no sabes quién soy, pero «ahora» yo ya te conozco. Siento todos los sufrimientos y la angustia que te han ocasionado mis colaboradores. Les he asignado un trabajo y no puedo controlarlos en todo.

Tu amigo el clérigo Magnus encontró en Islandia un códice con el que se han hecho mis hombres, pero tú conseguiste hallar también la copia de los manuscritos que los medios de comunicación, con su infinita falta de imaginación, han llamado los rollos de Thingvellir.

Estoy dispuesto a llegar lejos, muy lejos, para hacerme con este manuscrito, ya sea que siga en Islandia o lo tengas tú en tu poder en Noruega.

No quisiera amenazarte, pero me obligas a emplear métodos que habría preferido eludir.

Te lo ruego: pon los rollos de Thingvellir en manos de mis hombres. Tu voluntad de colaboración será ricamente recompensada. Cuando digo «ricamente» me refiero a más dinero del que puedas imaginar. Podrás pasar el resto de tu vida en un despreocupado lujo.

Si escoges oponerte a mi voluntad, tu destino queda fuera de mis manos. Mis hombres tienen instrucciones claras. No quiero lastimarte, pero nada es más importante para mí que conseguir la copia de los manuscritos de Thingvellir. Mis hombres tienen autorización para hacer lo que sea necesario. Permíteme que me ahorre los detalles.

La garganta se me llena de arena y emplaste. No he recibido muchas cartas de amenaza en mi vida, la verdad es que esta es la primera.

Con una voz llena de cortes y respingos, le leo el texto a Ragnhild, que me pide que haga dos cosas: imprimir una copia del correo y reenviárselo a ella.

Aprieto el botón de imprimir. No ocurre nada. Presiono varias veces el botón del ratón con irritación. Nada.

En el momento en que voy a reenviar el correo, la pantalla del ordenador empieza a temblar. El correo electrónico se desvanece de la pantalla, como si cada uno de los píxeles soltara a su compañero y se dejara llevar por un absurdo caos. Al final desaparece el correo íntegro.

—Ha desaparecido —digo—. No es posible.

Compruebo el buzón de entrada del Outlook. El correo sigue siendo el segundo. Lo selecciono y en ese momento desaparece toda la línea.

—¡Comprueba la papelera! —dice Ragnhild.

… Nada.

—Intenta «Recuperar elementos borrados».

… Nada.

Me dice que lo que le acabo de describir es técnicamente imposible. Un correo electrónico no puede desaparecer del terminal receptor. Para que sucediera eso tendría que ser un fichero adjunto ejecutable, cosa que debería haber detectado el programa antivirus.

—¿El adjunto era un fichero exe?

—Era un correo electrónico completamente normal.

—Entonces alguien se ha metido en tu ordenador y ha instalado un programa espía.

—¿Han estado aquí? ¿Aquí?

—Si tienen programas capaces de hacer que los correos del Outlook se desvanezcan, es que sus conocimientos informáticos son avanzados. En tal caso pueden perfectamente haberte enviado un correo (tal vez uno que haya acabado en tu papelera y se haya borrado a sí mismo) que haya instalado automáticamente un programa oculto.

—No ponía nada sobre quién había enviado el correo.

—La dirección del remitente y la fecha son fáciles de manipular y falsificar. En teoría es posible descubrir el servidor desde el que se ha mandado el mensaje, pero también hay ingeniosas soluciones para eso, como introducirse en un servidor mal protegido y enviarlo desde allí.

Ragnhild me pide que anote el contenido del correo electrónico tan literalmente como me sea posible.

Al cabo de media hora, llega con un técnico de la policía para recoger el ordenador, pero dudo que vayan a encontrar nada.

5

A ÚLTIMA hora de la tarde, salgo del despacho y cierro la puerta con llave. Estoy inquieto. He metido la copia del documento de Snorre en una bolsa de plástico transparente que llevo escondida bajo la camisa. El plástico se me pega al pecho.

Me apresuro a recorrer el largo pasillo, bajar las escaleras que conducen al sótano y salir a la luz por la parte trasera del Instituto. Siento la luz del sol como agujas incandescentes en los ojos. Me coloco los filtros solares sobre los cristales de las gafas. El aire tiene el sabor del final del verano.

Cojo el metro en la parada de la universidad de Blindern hasta el centro y doy un paseo hacia el garaje donde tengo aparcado el Bola.

Está sentado en unas escaleras junto a la entrada y simula leer el periódico, pero vigila atentamente las puertas de cristal que se abren y cierran automáticamente.

Lo más preocupante es el gran número de entradas que tiene el aparcamiento. Si se han puesto a vigilar una entrada, tienen que tener también vigilantes en las demás. ¿Cuántos serán?

Me escabullo tras la esquina y dejo al Bola en el puesto P2, solo y rodeado de enemigos.

¿Quiénes serán? ¿Se habría puesto el clérigo Magnus en contacto con coleccionistas ilegales? Hay extranjeros adinerados que pueden llegar muy lejos con tal de hacerse con determinadas joyas fuera de los canales formales de venta. Pero ¿llegar a matar? ¿Por un viejo pergamino?

O… ¿por la información que oculta el texto?

Cojo el tranvía hasta Skillebekk y me escondo en un portal de un callejón.

Terje Lønn Erichsen llega al cabo de media hora larga. En el bolso, el mismo que ha tenido desde los tiempos de estudiante, lleva una fiambrera para la comida, un termo y un ejemplar del diario Dagbladet que ha estado leyendo en el tranvía. Recorre la calle tranquilamente, con un porte algo ladeado. Terje tiene los dientes pequeños y las orejas grandes, una calva que se compensa con su larga melena rizada y una imponente barba.

Al verme se detiene y sonríe.

—¡Bjørn! ¿Problemas de faldas?

Nosotros, los irónicos, hemos desarrollado un lenguaje tribal en el que incluso las más burdas ofensas son bienintencionadas. Terje sabe perfectamente que yo, al igual que él, hace varios años que no me acerco a una mujer.

Esa noche duermo en casa de Terje. Le resulta emocionante esconder a alguien que está huyendo de misteriosos perseguidores.

No descarto que piense que me estoy imaginando cosas, pero no pasa nada. Es mejor, tanto para él como para mí.

6

DESDE que era pequeño me he sentido atraído por las brujas.

Una dudosa atracción, ciertamente. Mis pulsiones nunca han seguido el camino trazado por la razón. Al principio, cuando aún era bastante pequeño, las brujas me aterrorizaban. Tenían grandes capas, largas narices y horrendas verrugas con pelos. Cocían pestilentes brebajes en grandes cacerolas y volaban a través de la oscuridad sobre los palos de sus escobas mientras se reían malvada y estridentemente. A medida que fui creciendo y las hormonas, con bastante vacilación, fueron saliendo de su caparazón, comprendí intuitivamente que las brujas también irradiaban una sutil atracción erótica que hacía que me fallaran las rodillas.

Aunque seguían aterrorizándome.

Por eso me quedo de pie, pugnando por recuperar la respiración, ante la puerta de Adelheid af Geierstam.

—¿Bjørn Beltø? —pregunta ladeando la cabeza.

Gradualmente la petrificación del embrujo se va pasando:

—¿Adelheid?

—¡Vamos, pasa!

Adelheid af Geierstam encaja perfectamente con el aspecto que yo imagino que ha de tener una auténtica bruja wiccana. Es arrebatadora de un modo sensual y moderado. Tiene los labios estrechos y brillantes, y los ojos de color azul hielo y repletos de promesas veladas.

Vive en Lillehammer, en un desvencijado palacete cuya pintura blanca se está desconchando y a cuyo alrededor se extiende un jardín lleno de perales olvidados, arbustos de grosellas abandonados y pilas de composta que hace mucho que fueron dejados a su suerte.

Me conduce a través del porche hasta la entrada, donde cuelgo mi abrigo. Me pregunta si el viaje en tren ha ido bien. Cubierta de ondeantes vestimentas que casi ocultan sus formas, se desliza delante de mí por un pasillo que conduce a un salón donde la cabeza de un antílope asoma entre bongos, pieles de cebra tensadas, máscaras de madera y atrapasueños trenzados con plumas de avestruz y garras de león.

Adelheid me tiende una gran taza de cerámica con té de hierbas.

—Me alegra que hayas venido. ¡Ya era hora! ¡La ciencia establecida siempre ha pecado de falta de comprensión por la geometría sagrada! Eres el primer catedrático que me visita.

En vez de aclararle que sólo soy un pobre profesor adjunto que no representa mucho más que a mí mismo, le doy un sorbo al té de hierbas, que sabe a extracto de césped y arbustos moribundos.

Adelheid ha escrito cuatro controvertidos libros sobre la historia de la geometría sagrada y su influencia sobre la ubicación de los monasterios, iglesias, tumbas y castillos noruegos.

—Se pueden encontrar ejemplos de geometría sagrada por toda Noruega, pero muchos científicos consideran que nuestro saber es mera superstición. —Tiene la voz cálida. Cuando posa su mano sobre la mía, resuenan sus pulseras de cuentas de piedra y su bisutería. El inesperado contacto de la piel no me deja indiferente.

Prosigue antes de que me de tiempo a plantear una pregunta:

—A lo largo de la costa noruega, desde Rogaland hasta Nordfjord, sesenta cruces de piedra atestiguan la influencia celta sobre la cristianización de Noruega hasta el siglo XI. ¿Acaso crees que la ubicación de esas cruces de piedra, algunas de las cuales tienen varios metros de altura, es casual?

—Nunca he pensado en eso.

—Traza una línea desde el monasterio de Utstein, junto a Stavanger, hasta Tønsberg, y luego hasta la catedral de Nidaros. ¿Es una casualidad que las líneas formen una ángulo de noventa grados?

—Eh…

—¿Es una casualidad que la Orden del Císter fundara el monasterio de Lyse en 1146, el de Santa María (en la isla Hovedø ya del fiordo de Oslo) en 1147, el de Munkeby (en Trondheim) en 1180 y el de Tautra (en el fiordo de Trondheim) en 1207?

—No creo.

—¿Es una casualidad que la distancia entre el monasterio agustiniano de Utstein y Oslo sea la misma que la que separa el monasterio de Lyse de Oslo? ¿Es una casualidad que haya exactamente la misma distancia (275 kilómetros) entre el monasterio de Halsnøy (fundado por los agustinos en 1163) y la Casa de Tønsberg, que entre esta y Utstein?

—Oh.

—Todos los antiguos lugares sagrados de Noruega se subordinan a una lógica matemática que muestra que nuestros antepasados buscaron inspiración y saber en los griegos y en los egipcios. ¿O es acaso una casualidad que la ubicación en los mapas medievales de las ciudades sagradas de Bergen, Trondheim, Hamar y Tønsberg formaran un pentagrama?

Me quedo frío. Helado. Todavía no le he contado gran cosa sobre por qué he venido. Aun así, prevé una de las preguntas que he pensado plantearle.

—No quisiera asustarte ni resultar melodramático —le digo—, pero en Islandia han matado a un párroco a causa de lo que ahora te voy a enseñar.

Coloco ante ella la copia del códice de Snorre.

—¿Son los rollos de Thingvellir?

—No, este es el texto que nos condujo hasta la gruta de Thingvellir. Snorre redactó la última parte, la que está escrita con letras latinas. Probablemente las runas se escribieran un par de siglos antes. Los mapas y los símbolos mágicos se dibujaron entre 1050 y 1250.

Digerimos las palabras durante unos segundos.

Con solemnidad hojea el manuscrito y estudia los mapas y el uso de los símbolos.

—¡Ankh! ¡Pentagrama! ¡Pero si esto es fantástico!

Le hago un breve resumen del texto rúnico y explico que probablemente el texto y los mapas oculten unas instrucciones.

—Aquí —digo mientras paso las páginas—, hay un mapa del sur de Noruega. A pesar de no concordar completamente con la geografía actual, no concibo que alguien fuera capaz de dibujar un mapa tan exacto varios siglos antes de que la geografía se estableciera como ciencia.

—¿Has colocado el pentagrama sobre el mapa?

La miro a ella antes de mirar el mapa.

—El pentagrama y el mapa se copertenecen —dice—. Tienes que partir de los lugares sagrados del momento. Bjørgvin. Nidaros. Hamar. Tønsberg.

Mientras habla dibuja un puntito junto a cada uno de los lugares del mapa. Traza una línea desde Bergen a Trondheim. Otra desde Bergen a Hamar, donde Nicholas Breakspear, el posterior papa Adriano IV, fundó un obispado hacia el año 1150. Otra desde Trondheim hasta Tønsberg, la ciudad más antigua de Noruega y el centro de poder de la Edad Media.

—Nos faltan dos líneas —dice—, y tendremos un pentagrama.

—Pero en el Noroeste no hay ningún centro religioso —digo señalando la coordenada ausente, que al parecer debería estar en algún lugar junto a Stadlandet.

—No está tan claro. En esa zona hay varias grutas misteriosas. Como la gruta de Dollstein. Un colega mío, el investigador Harald Sommerfeldt Boehlke, ha estudiado la gruta y las leyendas sobre ella. La gruta se abre hacia el mar, a sesenta metros de altura en la pared de la montaña al Oeste de Sandsøy, en Møre og Romsdal. Según los mitos, el rey Arturo tenía una casa de campo en Sandsøy, y se supone que hay un tesoro escondido en la gruta. Un túnel conduce hacia una gran sala. Hay cinco salas como esa, o grutas, separadas por estrechos pasillos. Se ha medido la cueva y tiene 180 metros, pero antiguamente se creía que continuaba bajo el mar hasta Escocia. El cruzado Ragnvald Orknøyjarl, duque de las islas Orcadas (que tomó el nombre del hijo adoptivo de Olav el Santo, Ragnvald Bruseson) visitó la gruta en 1127 para encontrar un tesoro que al parecer estaba escondido en la cueva.

Adelheid traza las dos últimas líneas. Como por arte de magia surge un pentagrama del mapa de Noruega.

En secreto, alguien con conocimientos sobre la magia de los números, la geografía y la geometría, sentó las bases de lo que en el siglo XII se convirtió en la catedral de Nidaros, en Trondheim, la catedral de Hamar, la Casa de Tønsberg y un lugar sagrado en la zona de Bergen.

—Son muy pocos los que saben que una larga serie de lugares sagrados de todos los países nórdicos están situados conforme a un orden matemático hermético —dice Adelheid.

Se acerca a la estantería, saca un libro y encuentra una fotografía aérea de los montículos mortuorios de la Vieja Uppsala en Suecia.

—¿Ves cómo los montículos y las iglesias de alrededor están colocadas en función de círculos y ángulos? —me dice señalando las figuras con una uña pintada de rojo.

En otro libro me muestra un mapa de Bornholm, la isla danesa del mar Báltico:

—Si colocas un pentagrama sobre la isla, verás cómo las iglesias redondas, los castillos y los lugares sagrados de los templarios se distribuyen a lo largo de las líneas del pentagrama.

Saca aún otro libro.

—Los islandeses Einar Pálsson y Einar Birgisson documentaron que desde la colonización de Islandia en adelante, las grandes granjas, las iglesias y los lugares de importancia se ubicaban y construían conforme a principios geométricos sagrados. Imagínate un círculo que represente el horizonte y el Zodiaco. Los ejes que cortan el círculo se definían a partir del movimiento del sol, y en total todo formaba un mapa cósmico que muestra que los islandeses debían de tener conocimientos sobre la cosmología egipcia.

Le doy un sorbo al té de hierbas que está empezando a quedarse frío.

Saca más libros de la estantería:

—Puedes encontrar los mismos patrones y modelos aquí en Noruega. Las investigaciones de Bodvar Schjelderup y Harald Sommerfeldt Boehlke (ambos han descrito sus hallazgos en libros muy emocionantes) muestran lo extendida que estuvo la geometría sagrada en la historia noruega. Recuerda que los vikingos no eran sólo unos guerreros violentos y sanguinarios, sino personas con una profunda fe y mucha curiosidad. Valoraban mucho la armonía de la existencia; no hay más que fijarse en la forma de los barcos vikingos, o en las series de las runas. Cuando los vikingos querían situar en el terreno los lugares importantes, se guiaban por la geometría de las líneas y las formas sagradas.

—Pero en último término todo esto no es más que un jaleo de líneas y coordenadas —le digo señalando el mapa.

—Supongo que el texto oculta indicaciones más precisas para acceder al lugar. Quizá codificadas.

Miro fijamente el texto con la cabeza gacha. Lo he repasado tantas veces que no me puedo imaginar que aún haya códigos ocultos que yo no haya detectado. Pero evidentemente me equivoco.

7

EN EL tren de vuelta a Oslo, descubro ocho llamadas perdidas y cuatro mensajes en el contestador del móvil. Lo tengo puesto en silencio: no quiero acabar preso del teléfono móvil.

Todas las llamadas provienen del mismo número: Ragnhild.

Cuando la llamo, oigo un suspiro de alivio.

—¡Bjørn! ¿Dónde te habías metido?

—¿Ha pasado algo?

—Tengo que hablar contigo. Inmediatamente. ¿Dónde estás? ¡Pasamos a recogerte!

En la comisaría de Grønland, Ragnhild me espera con un gesto de preocupación en la frente.

—Hemos identificado a uno de los árabes —dice, y me muestra una de las fotografías de la cámara de vigilancia islandesa, mientras, con la uña del dedo índice, señala al mayor de los hombres.

—Ese fue el que me partió el dedo.

—La Interpol tiene toda una biblioteca sobre él. Su nombre completo es Hassan ibn Abi Hakim.

—Hassan…

Acerca un montón de fotografías de Hassan a mi lado del escritorio. En varias de ellas lleva puesto un uniforme militar. En otras lleva trajes de lujo que evidentemente le han tenido que hacer a medida para que se amoldasen a su enorme cuerpo.

En una fotografía en blanco y negro posa sonriendo orgulloso ante una tumba colectiva.

—Iraquí.

Ragnhild me tiende una traducción de un informe de la Interpol.

—Esto es un denominado I-24/7 de la «Interpol Criminal Data Access Management System».

** I N T E R P O L **

** Radiograma interno **

Radiograma n.°: 7562

Fecha de entrada: 2007-11-17

14:13:48

De la comisaría: Lyon

N° Remitente: S/N

Fecha envío: 171 107

Hora de envío: 14:13:48

Prioridad: URGENT

A zona: OSLO

De: «I-247-Gº 14»

A: «NORWAY»

Asunto: Our ref: 1711/07 GD/VG/OKK

INTELLIGENCE MESSAGE NR. 26/11 REGARDING Hassan ibn Abi Hakim

Nombre del sujeto: Hassan ibn Abi Hakim

Eventuales apodos: Desconocido

Fecha de nacimiento: Desconocida

Año de nacimiento: 1963

Lugar de residencia: Desconocido

Desde 1985 hasta 2003, Hassan ibn Abi Hakim fue oficial del ejército de Saddam Hussein, primero en la Guardia Republicana, y desde 1992 en la unidad especial de Saddam The Iraqi Special Republican Guard.

El sujeto estaba especializado en operaciones sucias, y dirigió una serie de ellas.

En el período entre 1986 y 1989 estuvo implicado en la campaña de Al Anfal en Irak. Se atacaron varios miles de pueblos kurdos y cientos de miles de kurdos fueron masacrados, entre otros modos, con armas químicas.

El sujeto era uno de los oficiales al mando cuando se atacó Halabja y cerca de 5000 personas murieron víctimas de lesiones químicas.

Según la CIA el sujeto fue uno de los oficiales centrales en la campaña de Al Anfal.

El MI5 calcula que acabó personalmente con la vida de entre 3000 y 4000 personas durante el período en que fue oficial de la Guardia Republicana.

Desde 2003 el sujeto se ha ganado la vida como «consejero militar autónomo», con base en Abu Dhabi. En la práctica se sospecha que actúa como mercenario o asesino a sueldo.

Según el servicio de inteligencia francesa, la Direction Générale de la Sécurité Extérieure, desde 2006 el sujeto trabaja exclusivamente para una persona no identificada de Arabia Saudí.

El servicio de inteligencia israelí, Ha-Mossad le-Modiin ule-Tafkidim Mayuhadim (Mossad), a pesar de haberse infiltrado en la organización en repetidas ocasiones, no ha conseguido confirmar la identidad de la persona que lo contrata, pero tal vez se trate del jeque Ibrahim al-Jamil ibn Zakiyi ibn Abdulaziz al-Filastini.

—Pues nada, al menos sabemos quién es —digo. Tengo la costumbre de ocultar el miedo con una capa de indiferencia fingida. La información que he recibido me aterroriza, pero no se me pasa por la cabeza capitular. Al contrario, dentro de mí crece la rebelde necesidad de derrotarlos, de derrotar lo invencible, de derrotar a un verdugo llamado Hassan. Soy lo suficientemente testarudo como para hacerlo. Un hombre sensato ya se habría rendido. Pero ¿yo? Qué va. En el fondo de mí se aloja un enjuto desgraciado completamente empecinado en encontrar respuestas, alguien que no dudaría en desmontar un reloj con tal de solucionar el enigma del tiempo. Si cabe, tengo aún más curiosidad y testarudez que miedo. Rendirse ahora sería una humillación a la memoria del clérigo Magnus.

La mirada de Ragnhild me hace pensar en la de mi madre, tal y como la recuerdo de la infancia.

—Querido Bjørn, ten cuidado —dice.

La policía me pertrecha con una alarma antiviolencia.

Durante algunos días voy a tener un guardaespaldas completamente a mi disposición, un agente de policía con un auricular en el oído, gafas de sol y la mirada atenta a los asesinos que puedan ocultarse entre los arbustos.

Además, me devuelven mi ordenador. Los programas que consiguieron instalar Hassan y sus hombres se han borrado a sí mismos de manera igualmente inexplicable, o al menos se han vuelto invisibles entre los demás programas. Lo único que han conseguido descubrir es un dialer con conexión a un servidor proxy caribeño, que a su vez se comunica con un servidor en Abu Dhabi.

8

EN LA universidad intercambio despacho con un compañero que está de vacaciones. El guardaespaldas está sentado en una silla en el pasillo, leyendo el diario VG y aburriéndose soberanamente mientras espera a las reminiscencias de la Guardia Republicana.

Por mi parte, llamo a Thrainn en Islandia.

Percibo en su voz que algo le preocupa. Cuando admite que se siente vigilado, emplea palabras que no lo dejen demasiado mal parado. Alguien lo está siguiendo; hojea sus papeles cuando sale a hacer un recado y merodea por su casa cuando está fuera. Lo dice con una risa que deja claro lo que se teme que piense yo de él.

Le hablo de Hassan, del agente de policía que me vigila sentado en el pasillo y de todo lo que ha pasado desde que volví a Noruega. Luego le pido que llame a la policía para exponerles la seriedad de la situación.

—Van por nosotros, Thrainn —le digo.

Da la impresión de que está intentando tragarse un huevo.

—Intento aferrarme a la esperanza de que sean todo imaginaciones nuestras.

—¿Están los rollos de Thingvellir a buen recaudo?

—Sí. Los hemos trasladado a…

—¡Espera! No digas nada.

—Pero…

—Puede que el teléfono esté intervenido.

Se queda callado, mucho tiempo.

Al final acordamos que lo llame a la línea de uno de sus colegas, desde otro teléfono.

En la línea segura, Thrainn me cuenta que los investigadores del Instituto Árni Magnússon se han llevado los rollos a un laboratorio con ocasión de una exposición de manuscritos en la Casa de la Cultura del centro de Reikiavik, y allí simulan estar restaurando una copia del siglo XV del Libro de Flatey: el Codex Flatöiensis.

Al mismo tiempo, con la voz vibrante de autocomplacencia, Thrainn revela que ha puesto en marcha una operación de camuflaje: cuatro estudiantes de doctorado, sometidos a exageradas medidas de confidencialidad, están trabajando en el Instituto Árni Magnússon con una copia del siglo XVIII del Heimskringla con el objetivo de que los bandidos piensen que lo que están analizando son los rollos de Thingvellir.

—¿Han descubierto ya algo tus investigadores? —pregunto.

—Da la impresión de que es una copia de la Biblia.

—¿Qué quieres decir con «da la impresión»?

—Bueno. —Se toma su tiempo—. El idioma de una de las columnas es copto. La otra columna está escrita en una forma antigua de hebreo que se suele conocer como hebreo clásico o bíblico. La traducción al copto aparece contigua al texto original en hebreo. La Biblia hebrea, el Tanaj, y el Antiguo Testamento están escritos en esta lengua, que no es sustancialmente diferente del hebreo moderno, aunque la gramática es un poco diferente y el estilo del idioma es más arcaico.

—Pero ¿realmente se trata de una copia de la Biblia?

—Los traductores están confusos. Tiene que tratarse de una versión manuscrita alternativa. Partes del texto son una copia del Pentateuco, los cinco libros de la Biblia atribuidos a Moisés, pero otras zonas resultan desconocidas. Aún no hemos avanzado mucho con la traducción, aunque hemos hecho algunas traducciones de prueba de diversos lugares del documento.

—¿Y bien?

—Para serte franco, no sé qué pensar. Quizá no sea más que una tontería, una broma. Tal vez algún monje o escribiente algo escéptico y bromista se entretuviera reescribiendo la Biblia… Y aunque resultara que el texto es una traducción aproximada del Pentateuco, no sé qué deberíamos hacer con ella.

—¿Por qué?

—Si la copia hubiera sido mil años más antigua, tendríamos en nuestras manos un acontecimiento mundial. La Septuaginta, la traducción precristiana del Antiguo Testamento, se escribió en Alejandría, Egipto, entre los siglos tercero y primero antes de Cristo. El Codex Vaticanus, uno de los manuscritos bíblicos más antiguos que se conservan en el mundo, es del siglo cuarto después de Cristo. La versión de la Biblia del Codex Sinaiticus se copió entre el año 330 y el 350. La Vulgata, la primera traducción al latín de la Biblia autorizada por la Iglesia católica romana, se escribió en torno al año 400. Los rollos de Thingvellir, Bjørn, se escribieron en tiempos de los vikingos. Y, aunque una copia de la Biblia del siglo XI ciertamente tenga interés académico, tampoco lo tiene mucho más allá de eso. Es una de esas cosas a las que alguien como tú o como yo puede dedicar varios años de investigación, pero recuerda que no es más que una copia de algo que tenía ya mil años de antigüedad en el momento en que se copió. Algo emocionante para los científicos, desde luego, pero no mucho más. —Hace una breve pausa—. Y eso hace aún más inexplicable que Snorre la ocultara en una gruta en Thingvellir.

—¿Así que la cuestión es a partir de qué texto original se hizo esta copia?

—Cosa que no sabremos nunca.

Le hablo sobre mi visita a Adelheid. Nos embarcamos en una breve conversación sobre la geometría sagrada y la argumentación nos conduce a Egipto, a la ciencia antigua y a la pseudociencia mitológica que tenían. Las líneas de conexión no contribuyen a disminuir nuestra confusión. ¿Qué tendrá Egipto que ver con la historia noruega de los vikingos o con Snorre? Cuando pienso en Egipto, me imagino a Cleopatra a la sombra de las pirámides. Pero cuando Cleopatra se introdujo seductoramente en la historia, las pirámides de Giza tenían ya 2500 años de antigüedad y Egipto era una gran potencia agonizante. Los egipcios organizaron su estado hace ya 5000 años y, durante tres milenios, gobernaron el país faraones largamente olvidados y otros poderosos regentes cuyos nombres aún resuenan en nuestros labios: Wazner, Iry-Hor, Qaa, Hotepsejemuy, Jaba, Keops, Mentuhotep, Kamose, Amenofis, Tutmosis, Hatshepsut, Ramsés, Seti, Jerjes… Eran los líderes y semidioses de su tiempo. Pero el Egipto de los faraones se desvaneció justo antes del nacimiento de Jesús. El hijo adoptivo de Julio César, Octaviano, invadió Egipto en el año 30 antes de Cristo. Cleopatra se quitó la vida y, ese mismo año, su hijo Cesarión, de diecisiete años, fue ejecutado. Desde ese momento el país fue dirigido por extranjeros. A mediados del siglo VI, árabes musulmanes invadieron Egipto y relevaron a los bizantinos y a los persas. En tiempos de los vikingos, Egipto era un califato islámico.

9

DURANTE los días siguientes, repaso el texto de Snorre en busca de las instrucciones a las que se refirió Adelheid, pero no encuentro nada.

Me retiran al guardaespaldas: la versión oficial es que se ha llevado a cabo una reconsideración de los «medios disponibles» y del «peligro potencial», pero lo más probable es que hayan querido salvar al pobre hombre de la muerte por aburrimiento.

Por las mañanas salgo a escondidas del apartamento de Terje y entro a hurtadillas en mi despacho provisional, utilizando las entradas del sótano, escaleras olvidadas y pasillos de otras plantas.

Oigo ruidos en el teléfono y recibo correo spam que estoy convencido que instala en mi ordenador programas de espionaje que desvelan todo lo que tengo almacenado en mi disco duro, e incluso lo que he desayunado. Recibo mensajes de texto de un número de teléfono inexistente que seguramente envían una señal GPS a alguno de los satélites de los criminales.

Sin demasiado éxito, intento olvidar a los que me asedian y concentrarme en el trabajo.

Terje y Adelheid me han ayudado a comprender lo que tengo que buscar, me han explicado cómo buscarlo. El resto es cuestión de paciencia e imaginación.

Gran parte del día lo consumo estudiando las combinaciones de letras y leyendo el texto en vertical, horizontal, diagonal y hacia atrás.

Y sé que la respuesta se oculta en algún lugar entre las incontables letras y signos.

10

ENCUENTRO la solución el lunes por la mañana.

Las gotas de lluvia se deslizan por el cristal de la ventana del despacho formando sinuosos hilos de agua. Siento como si el cerebro fuera de algodón húmedo.

Y en semejante estado de impotencia, lo descubro.

Una parte confusa del texto de Snorre, tanto por la tipografía como por el contenido, contiene las letras griegas alfa y omega, que están escritas en caracteres especialmente grandes y con tinta roja. Los signos griegos A y Ω introducen y finalizan un párrafo que es legible, pero carece de sentido. Alfa y omega suelen indicar principio y final. Así que si A y Ω indican el principio y el final de un mensaje, tendré que buscar dentro de la zona que delimitan en el texto.

Al leer las primeras y las últimas letras de las líneas hacia abajo, descubro de pronto dos nombres de lugares y una palabra debajo de la A, en el margen izquierdo, y sobre la Ω, en el margen derecho.

Bajo la A, la primera letra de cada línea forma la palabra Døso y después kors (cruz).

Del mismo modo, las últimas letras de cada línea sobre la forman Røykenes.

Consulto en una enciclopedia. Døso está en Os, en la región de Hordaland, treinta kilómetros hacia el sur de Bergen. El nombre tiene su origen en la palabra dys, pila de piedras, que hace referencia a las tumbas de piedra de más de 1500 años de antigüedad que hay en la zona. Mientras que Røykenes es el nombre del punto final de un sendero de monjes a algunos kilómetros de Døso.

¿Un sendero de monjes?

Intrigado, consulto un mapa local.

Dibujo un punto sobre Døso y otro sobre Røykenes y luego trazo una línea vertical.

Cruz…

¿Quiere decir Snorre que tengo que dibujar una cruz partiendo de Døso y de Røykenes?

Trazo la línea horizontal de la cruz. El extremo derecho señala hacia el bosque.

El izquierdo alcanza el monasterio de Lyse.

Durante unos segundos me quedo mirándolo fijamente.

¡La punta del pentagrama no señalaba hacia algún lugar sagrado de la ciudad de Bergen, sino al monasterio de Lyse!

El monasterio de Lyse es un monasterio cisterciense del siglo XII sobre el que versan muchos mitos. El monasterio fue desmantelado en el año 1536, pero las ruinas siguen siendo un punto de atracción para los turistas en el mismo paisaje donde los monjes cultivaron la austeridad, la paz y el afecto a la bendición del agua del manantial.

Monasterio de Lyse…

¡Por supuesto!

Alentado, sigo buscando en el laberinto de signos. Ahora que se está aclarando, el trabajo va más rápido. Algunas letras son más gruesas que las demás: así resulta más sencillo descubrir nuevas palabras ocultas dentro de las demás palabras y frases. La siguiente frase, por ejemplo:

Konge, vi vil dø for deg, Valhalls norner spinner

(Rey, moriremos por ti, las normas del Valhalla hilan).

Una vez traducida y reelaborada desde el antiguo nórdico al noruego moderno, también abarca la palabra kildevann (agua de manantial):

Konge, vI viLDø for dEg, ValhAlls Norner spiNner

Entre las letras R y S de las dos líneas verticales exteriores encuentro la palabra sinister, del revés. Sinister significa «izquierda» en latín. Luego, entre las letras S y K, encuentro las palabras Salomos segl (sello de Salomón), que hacen referencia al pentagrama, y obelisk (obelisco). Si voy hacia atrás, consigo leer øst møter nord (el Este se encuentra con el Norte). Pero lo más llamativo es que, en dos sitios distintos, encuentro el nombre, Olav den hellige, Olav el Santo.

Una vez traducido y adaptado al noruego moderno, el diagrama del texto tiene el siguiente aspecto:

Me quedo sentado dejando vagar la mirada por la infinidad de letras y palabras. Obviamente no se puede descartar que Snorre fuera un bromista, pero, en teoría, cabe también la posibilidad de que haya encontrado la referencia a la tumba perdida de Olav el Santo.

Muchos creen que Olav el Santo —el rey vikingo que cristianizó Noruega y murió en la batalla de Stiklestad en 1030— está enterrado en la catedral de Nidaros de Trondheim.

Pero no es así.

Cuando acabó la batalla de Stiklestad y Olav yacía desangrado y atravesado por la espada, el labrador Torgils y su hijo Grim vagaron por el campo de batalla buscando el cadáver del rey. Antes del combate le habían prometido a Olav que se encargarían de su cuerpo en caso de que cayera. Cuando encontraron el cadáver, lo envolvieron en lino y lo metieron en un baúl de madera, que luego introdujeron bajo el suelo de una barca de remo. Con ella se dirigieron hacia el sur, hacia Nidaros —Trondheim—; remaron un trecho río arriba y dejaron el cadáver del rey en un cobertizo. Más tarde, el labrador enterró el baúl de madera del rey Olav en un arenal junto al río Nide, un poco por encima de la ciudad. Durante los meses que siguieron, la población local empezó a hablar de sucesos misteriosos, de prodigios, milagros y presagios, y el obispo Grimkjel acudió a la zona desde Mjøsa. Un año y cinco días después de la batalla de Stiklestad, el labriego Torgils mostró el lugar donde había enterrado el cadáver. En presencia del obispo y del gobierno, se desenterró un cadáver. El rey Olav parecía dormir. Le habían crecido las uñas, el pelo y la barba, y tenía las mejillas sonrojadas. Según el poeta Snorre, del ataúd emanaba un delicioso aroma. El cuerpo se colocó en un lugar de honor de la iglesia de Klemens y, más tarde, se le fabricó un nuevo ataúd, cubierto de costosas telas, que se conoce como el Arca de Olav. Con posterioridad se fabricaron otras dos Arcas de Olav. Una de ellas estaba cubierta de oro, plata y piedras preciosas; era un ataúd de dos metros de largo y ochenta centímetros de ancho y de alto, curvado por abajo y con tapa por encima. La tapa tenía el aspecto de un tejado, con una cumbrera adornada con la cabeza de un dragón, y se cerraba con goznes y candados. Esta arca albergaba el baúl original. Finalmente se construyó una última arca que cubría los dos ataúdes más antiguos.

Nadie sabe dónde se encuentra el Arca de Olav.

Algunos piensan que el arca, o lo que queda de ella, se oculta bajo los cimientos de la catedral de Nidaros. Otros sostienen que está escondida en los muros de Steinvikholmen, a las afueras de Trondheim. Los historiadores creen que el arca fue destruida cuando, en 1537, el arzobispo Olav Engelbrektsson tuvo que abandonar el arca en el castillo de Steinvikholmen. Los invasores transportaron a Copenhague todo lo que había allí de valor para fundirlo. El tesorero del rey danés, Jochum Bech, firmó en 1540 un recibo de noventa y cinco kilos de plata, ciento setenta cristales engarzados en plata y once piedras preciosas que se cayeron cuando el arca fue destruida.

El Arca de Olav desapareció de la historia y entró a formar parte de los mitos.

Antes de salir del despacho, llamo a Ragnhild, de la policía, para informarla de que estaré fuera unos días.

—¿Adónde vas? —pregunta.

—Seguro que la línea está intervenida.

—La policía tiene que saber dónde estás, Bjørn.

—Eso mismo quiere Hassan.

—Entonces mándame un mensaje al móvil.

—Ya veremos.

—No hagas ninguna tontería.

Se lo prometo, con los dedos cruzados.

Si realmente encuentro la tumba junto al monasterio de Lyse, no tengo la menor intención de involucrar ni a las Autoridades de Patrimonio, ni a la universidad, ni a la policía. En sentido estricto estoy a punto de cometer un delito. La ley de patrimonio es bastante quisquillosa cuando se trata del pasado, pero yo no dispongo del tiempo ni la paciencia necesarios para seguir las reglas del juego burocrático.

—¿Hay algo nuevo? —pregunto.

—Hassan y algunos de sus hombres llegaron a Oslo un día después que tú, desde Islandia. Con pasaportes falsos, por supuesto. Desde el aeropuerto se dirigieron al centro en tren. Y ahí se acaban todas las pistas. No se han alojado en ningún hotel.

—Entonces, si ellos llegaron después que yo, ¿quién estuvo en mi apartamento? —Debían de tener una unidad propia en Oslo.

—¿Pueden haberse alojado en casa de alguien?

—Probablemente. Quizás en casa de algún contacto de Arabia Saudí o Irak.

—¿Lo habéis investigado?

—En Noruega viven veinte mil iraquíes, Bjørn, y cerca de cien saudíes.

Dejo el móvil en el despacho. No descarto que Hassan, al igual que la policía, tenga el equipo necesario para rastrearlo.