DESIDÉRIA

1

ANTE nosotros, amarrada al muelle con tal cantidad de tensas maromas que se diría que la retienen contra su voluntad, nos aguarda el Desidéria.

Es una nave estilizada. La torre está iluminada y en la primera cubierta vislumbro las caras de los oficiales que relucen pálidamente bajo la luz de los focos de la nave.

El semitráiler se detiene junto al buque, en paralelo al borde del muelle. El Lexus y el Transit aparcan al lado. Los Hummers se adentran en la sombra que arroja el almacén más cercano.

Salimos del coche. A nuestras espaldas, resuenan las sirenas que han invadido la ciudad. El puerto huele a petróleo, agua salada y exóticas especias. Un pelícano que parece haberse tragado una ballena avanza tambaleándose por un espigón.

Beatriz saca la furgoneta del semitráiler y la acerca a la escalera. Los estibadores ya están atareados cargando las mercancías en el buque. Beatriz quiere que seamos nosotros quienes llevemos las dos cajas con el ataúd y los manuscritos a bordo de la nave y las bajemos al contenedor climatizado.

El Conservador abre la puerta trasera de la furgoneta. De pronto se gira. Sigo su mirada.

2

TRES COCHES negros con los faros apagados avanzan por el muelle.

Se detienen a pocos metros de distancia.

Las puertas se abren.

De los coches negros salen ocho hombres. Reconozco a un par de ellos de haberlos visto en el Palacio Miércoles. A otro lo recuerdo de Islandia. Todos están armados.

Finalmente sale Esteban Rodríguez.

—Me sorprendes, Beatriz —dice.

Con un gesto de hastío vital, se apoya contra la puerta abierta del coche.

Beatriz se encuentra entre su hermano y el Conservador y yo.

—Me admiras —continúa Esteban.

—¡Ahórratelo! —le espeta ella.

—Nunca habría pensado que podías ser tan concienzuda. El avión que has fletado. El buque. Las dos furgonetas. Las maniobras para despistarnos. El modo en que me has engañado con tu encanto falso y tus mentiras. ¡Realmente impresionante!

—Yo siempre te he engañado, Esteban. ¡Siempre!

Suelta la puerta del coche. Paso a paso se va acercando con una sonrisa forzada.

—Siempre ha habido algo especial entre tú y yo, Beatriz.

—Sólo en tu corrompida imaginación.

—¡Beatriz, mujer!

Él le tiende la mano y ella da un paso atrás.

—Ven, hermana. Vuelve conmigo al palacio y estaré dispuesto a olvidar todo esto. Sabes que de todos modos me voy a llevar el ataúd y los escritos, y sabes que no tengo otra opción en lo que respecta a ellos… —dice señalándonos con la cabeza al Conservador y a mí—. Pero tú y yo podemos volver a casa y correr un tupido velo sobre este asunto.

Beatriz aprieta los labios.

—Intento ser razonable —continúa Esteban—. Lo entiendo. Eres una mujer y te dejas llevar por los sentimientos y el idealismo ingenuo. Te perdono todo esto, Beatriz. Vuelve conmigo al palacio.

—Desde que éramos niños siempre has creído que te admiraba, que te amaba. La verdad, Esteban, es que siempre me has repugnado.

—Beatriz…

—Sabes perfectamente por qué. Estás enfermo de la cabeza. Siempre has tenido una cabeza enferma, sólo que tú no lo sabes.

Las lágrimas corren por sus mejillas.

—Acompáñame a casa, querida Beatriz. A casa, en el palacio.

—¡Nunca!

—El palacio es tu sitio. Allí, conmigo. —El rostro y la mirada reflejan los sentimientos que lo atormentan. La voz se le endurece—. Si no vienes por propia voluntad, me obligarás a forzarte, Beatriz. ¿Acaso piensas que no he sabido lo que te traías entre manos? ¿Crees realmente que te voy a dejar marchar con el buque? No soy ningún idiota. Me entero de las cosas. Tengo aquí ocho hombres armados y todos tienen experiencia en la guerra. En los dos Hummers de allí atrás, tienes seis guardaespaldas de la SIS. Supongo que están armados con MP5. ¿Tal vez vosotros tengáis una pistola cada uno? En fin, estáis perdidos. Tus amigos estarán acabados dentro de pocos minutos, pero nadie te va a poner a ti un dedo encima, Beatriz, ya lo sabes. Nunca te haría daño.

El pelícano sobre el espigón se vuelve hacia nosotros. Luego eructa y sigue paseando.

—Sospechaba que registrarías mis cartas —dice Beatriz.

—Tú me conoces tan bien, tortolita…

—Por eso… he hecho algunos planes más. —Esteban ladea la cabeza—. Planes que tú no podías controlar, hermano, que era imposible que descubrieras.

Una ráfaga de asombro le cruza la cara.

El pelícano contempla la posibilidad de echarse a volar.

Como si alguien hubiera dado una orden invisible. Aparecen soldados vestidos de comando. Unos diez o quince que han estado escondidos a bordo del buque, otros diez en los contenedores, cuatro o cinco sobre el tejado del almacén más cercano. Entre su arsenal distingo todo tipo de armas, desde pistolas automáticas y ametralladoras, hasta rifles de precisión.

Esteban se ríe perplejo.

—Me sorprendes, Beatriz, me sorprendes.

El pelícano despliega sus largas alas y se zambulle en el agua con un golpe seco.

Esteban contempla a su hermana con una expresión insondable.

Lentamente se lleva las yemas de los dedos a los labios y le sopla un beso a Beatriz.

3

TODO OCURRE muy rápido.

Esteban va a coger algo en el bolsillo de su chaqueta y sus hombres, como por reflejo, alzan sus metralletas.

Pero los soldados de comando son más rápidos.

Se intercambian los disparos. Diez o doce estallidos en la noche.

Esteban, que estaba de pie, vacila y se derrumba. En un charco de sangre se acurruca como un feto.

Unos estertores recorren su cuerpo antes de quedarse inmóvil.

Beatriz inspira con un largo sollozo.

Los ocho guardas de Estaban han muerto. Ninguno alcanzó a disparar.

—Yo tampoco soy ninguna idiota, Esteban —dice Beatriz.

—Beatriz… —susurro.

—Chist. Ahora no.

Uno de los soldados de uniforme se coloca ante ella.

—¡Disculpe! —dice brevemente—. ¿Seguimos adelante con el plan?

—Sí, haced como hemos acordado.

—¿Acordado? —pregunto.

—Vámonos de aquí.

—Pero…

Beatriz me coge las manos.

—No necesitas saber más, Bjørn.

—Es que quiero saber. Ese ha sido siempre mi problema.

Con una risilla, asiente para sus adentros.

—¿Qué va a pasar ahora, Beatriz?

—Nos marchamos.

—Y… ¿esto?

—Los cadáveres, a excepción de Esteban, serán enterrados en un apartado cementerio a cien kilómetros de la ciudad. Esto no ha ocurrido nunca.

—¿Y Esteban?

—Esteban tiene su propio mausoleo, como puedes suponer. En el Palacio Miércoles.

—Pero la policía…

—Ya he arreglado las cosas con la policía.

—¿Cómo…?

—Esta noche el Palacio Miércoles ha sido asaltado, por unos ladrones, unos terroristas, qué sé yo. Mi valeroso hermano ha intentado detenerlos y yo me he salvado en el último momento.

Le dedica una última mirada a su hermano.

—Adiós, Esteban —dice con frialdad.

4

MIENTRAS apilan los cadáveres en los Hummers, nosotros trasladamos las dos cajas con la momia y los manuscritos a bordo de la nave. Sin más contemplaciones, los estibadores agarran la pila de maletas y bolsas de Beatriz, que están en el Ford Transit.

Todo sucede con rapidez y efectividad.

Alguien me coge del brazo y me ayuda a cruzar la escalera y subir a bordo del buque.

La tripulación suelta amarras. El Desidéria dirige la proa hacia el mar.

5

MEDIA hora más tarde salgo a cubierta y apoyo los codos contra la borda, mientras que el Desidéria se dirige hacia el Sureste. El motor resuena rítmicamente y hace vibrar el casco.

Miro por última vez hacia Santo Domingo. En la ciudad distingo la multitud de ventanas iluminadas, los anuncios luminosos y la fila de coches que arrastran tras de sí sus velos rojos.

Arrojo la última muleta por la borda y desaparece como una flecha en las profundidades.

Una puerta se abre y se cierra de un portazo.

Por un momento hay silencio.

—Aquí estás —dice Beatriz con la voz tan baja que apenas la oigo.

Se cubre los brazos con la blusa antes de reclinarse sobre mi hombro. Suena como si llorara. Coloco la mano en torno a su cintura. El buque se mece sobre las olas. Gasas de espuma me humedecen la cara. El aire del mar es fresco y salado. Después de los días que he pasado en la pestilente celda, el mar trae consigo un aroma de esperanza. Permanecemos así, de pie y acurrucados, sin decir una palabra, contemplando la ciudad que cada vez está más lejos y las luces que se tragan la noche y el océano.