HASSAN
1
ENORME y masivo, Hassan entra en la habitación. Hassan el destructor de piedras.
—Si no quieres colaborar —dice Esteban—, voy a tenerle que pedir a Hassan que te convenza. Pero no nos pongamos extremistas. Te estoy contando la verdad con la esperanza de persuadirte de la importancia que esto tiene para mí, de lo seriamente que trabajo y de que no me voy a dejar detener por nada, ¡por nada!
No consigo responder. Esteban corta con una navaja las cuerdas que me atan a la silla.
—Y si te respondo, ¿nos dejarás ir al Conservador y a mí?
—Por supuesto.
Pero ambos sabemos que no se puede permitir que el secreto se desvele.
Inspira aire entre los labios. De un cajón de un escritorio saca algo que reconozco.
—Tengo curiosidad, Bjørn. Enséñame cómo encontraste los rollos de Thingvellir —me dice colocando el códice de Snorre sobre la mesa junto a mí—, a partir de este pergamino.
La visión del manuscrito perdido del clérigo Magnus me enternece. Veo ante mí a mi amigo, junto a la mesa de la casa parroquial, y puedo oír su voz.
—Sé que crees que se lo robamos al clérigo Magnus, y que lo matamos. Pero, para decir la verdad, primero intentó vendérnoslo. Que luego se arrepintiera no es culpa nuestra. Nosotros no queríamos matarlo. Su corazón no soportó la tensión. Así de sencillo.
Esteban mira de soslayo a Hassan. El gigante iraquí mira fijamente hacia delante, sin decir una palabra, como si no existiéramos ni Esteban ni yo, y sus pensamientos se encontraran en las profundidades de un universo autista.
«Así de sencillo…».
Las manos me tiemblan tanto que me resulta difícil coger el pergamino, pero abro el libro y les muestro cómo el poema de la última página nos condujo al manuscrito original de La Saga, de la Santa Cruz, que a su vez contenía las instrucciones para llegar a la cueva. Esteban se ríe para sus adentros. Luego mira a Hassan, a quien se le cierran los ojos.
—Es tarde. Hassan acaba de llegar. Pero, creo que tú y él podéis tener una conversación seria por la mañana.
Me estremezco de pensar en una conversación seria con Hassan.
—No es muy refinado, pero es efectivo. Puedes pensártelo, antes de que se ponga a trabajar. Harías bien en colaborar desde el principio, antes de que le de tiempo a romperte varios dedos o a abrirte la rotura de la pierna, que parece haberse cerrado bien. Es mejor que no lo irrites. Lo de romper cosas está entre las técnicas más moderadas de Hassan. En Irak le sacó los dos ojos a un hombre que se negaba a hablar. Lo hizo con sus propios dedos. Lo menciono porque es probable que dudes a la hora de proporcionarme la respuesta que quiero. Por tu propio bien, Bjørn, sería mejor que colaboraras.
2
KIERKEGAARD dijo una vez que la angustia es el día de mañana. Comprendo lo que quería decir.
No consigo dormir. Me quedo mirando fijamente la oscuridad con la espalda apoyada sobre la pared de piedra. Aunque sé que tengo otra pared a pocos metros de distancia, para mí es como si estuviera mirando el universo infinito. Nada palia el miedo a lo que espera al amanecer. El miedo me ha enredado en su regazo. Todo gira en torno a una sola cosa: Hassan.
Evidentemente contaré lo que sé. No soy tonto. No voy a sacrificar los dedos ni los ojos ni la vida por los rollos de Thingvellir. Pero aun así tengo dos problemas. Me van a matar a pesar de todo y no tengo la menor idea de dónde están los rollos de pergamino. Apostaría a que la safehouse de la SIS se encuentra en algún lugar de la zona de Londres. Pero, quién sabe, tal vez esté en el idílico pueblo de Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch, en Gales.
¿Qué me harán cuando les explique que no lo sé? ¿Me romperán unos cuantos dedos para estar seguros? Indudablemente me pedirán que llame a la SIS. ¿Qué responderán el profesor Llyleworth o Diane cuando les llame sin previo aviso y les pregunte dónde se encuentran los rollos? En el mejor de los casos comprenderán que les llamo bajo coacción. En el peor, se negarán a contestar. En todo caso, tanto los rollos como los investigadores se encontrarán en un sitio completamente distinto cuando las tropas de Hassan llamen a la puerta con su cañón. Y me cabe poca duda de que yo seguiré aquí en la celda, mientras ellos comprueban si les he engañado.
Siempre he sido un miedoso en lo que se refiere al dolor. Los dentistas, las infecciones de garganta, las ampollas, las uñas rotas. Yo soy quien más sufre.
La idea del dolor que me va a infligir Hassan me provoca náuseas. Me entran ganas de llorar.
Me tiembla la respiración. El Conservador ronca calladamente.