EL SEXTO LIBRO DE MOISÉS
1
NOS HEMOS trasladado a la terraza. Beatriz se ha traído vino, una vela y una espiral contra los mosquitos que me molesta más a mí que a ellos. El Conservador ha entrado para coger tres copas.
—¿Por qué está tan enfadado? —le pregunto señalando con la cabeza la puerta de cristal de la terraza que acaba de atravesar el Conservador.
—Durante la segunda guerra mundial, él y sus padres buscaron refugio en una iglesia, en Varsovia, pero el cura los rechazó. No quería dar asilo a los judíos. Un monaguillo salió corriendo a la calle y alertó a unos soldados. A su padre lo mataron en las escaleras de la iglesia y a su madre la mandaron a un campo de concentración donde murió. Sólo el Conservador consiguió escapar. Tenía diez años.
El Conservador sale con las tres copas.
—Qué callados estáis —dice abriendo la primera botella de vino dispuesto a servirnos.
—Ya hablas tú por todos los demás, charlatán —dice Beatriz encendiendo la vela.
—Es que yo me comprometo con las cosas —dice el Conservador, y nosotros alzamos las copas.
El Conservador se recuesta en una de las sillas de la terraza y se entrega al rojizo brillo del vino.
—¿Soportarías aún otra dosis de instrucción? —pregunta jovialmente.
Me río por lo bajo.
—¿Me queda otra opción?
—No —dice Beatriz.
2
EL CONSERVADOR posa su copa sobre la mesa.
—La Biblia… Caemos tan fácilmente en pensar en la Biblia como una totalidad divina e inmutable… Pero la Biblia es el resultado de una labor editorial altamente humana y de objetivos bien definidos; una labor influenciada por las creencias personales de quienes redactaron la Biblia y por su programa político y teológico. Ni siquiera hay una sola Biblia en torno a la que se reúnan todos los creyentes. Los judíos, los cristianos, los ortodoxos, los católicos, los protestantes… Cada uno tiene su particular versión de la Biblia. Para abreviar una larga historia podemos decir que los rollos de Thingvellir constituyen una copia completa en hebreo, además de una traducción al copto, de la colección de textos de la Antigüedad. Llámalo un borrador, si gustas, un texto en bruto, un esbozo. Más adelante diversos autores han corregido, elaborado y adecuado aquellos escritos de modo que se conciliaran en una historia conexa.
—Y esa historia —dice Beatriz—, constituye el Pentateuco, los primeros libros del Antiguo Testamento.
Me recorre un escalofrío.
—Los rollos de Thingvellir —continúa el Conservador—, son los textos originales sobre los que se basa el Pentateuco.
—Estos textos originales no sólo desvelan cómo surgió el Pentateuco, capítulo por capítulo y página por página —dice Beatriz—, sino también todo lo que se dejó fuera.
—Caramba —digo; debería haber dicho algo más acertado, pero es lo único que se me ocurre.
—Hay más —dice Beatriz—. Los textos originales incluyen un libro más.
—¿Uno más? ¿Qué quieres decir?
Beatriz asiente.
El Conservador le da un sorbo al vino.
—El manuscrito contiene un sexto libro de Moisés.
3
ME LLEVA unos minutos aclarar mis ideas. ¿Un libro sobre Moisés desconocido? La afirmación suena descabellada, pero, al considerarla, me parece que todo encaja. Todo este secretismo, el jeque y Hassan, el Vaticano, la SIS… Todos esos asuntos inexplicables adquieren de pronto un sentido.
—Sé que resulta difícil de comprender —dice el Conservador.
En algún lugar de la ciudad suenan unos disparos, a no ser que se trate de un tubo de escape defectuoso.
—Todo lo que hemos podido leer —dice Beatriz—, son extractos incompletos del texto original, parcialmente estropeado, que se conserva aquí en el palacio. Por eso los rollos de Thingvellir son tan inconcebiblemente importantes, porque en ellos se halla el texto, en su versión original, palabra por palabra.
—Según los extractos deteriorados que tenemos nosotros —dice el Conservador—, el sexto libro de Moisés describe la infancia y la juventud de Moisés. Proporciona nuevas reglas para la vida que influirían sobre el judaísmo, el cristianismo y el islam. Dios revela más sobre sí mismo, sobre quién es, sobre las razones por las que creó la Tierra y lo que espera de las personas. Insinúa que existen otros dioses, pero que el creador de la Tierra y de las personas es Él.
—Dios presenta visiones que los gnósticos y los cátaros defendieron más tarde —dice Beatriz—. El sexto libro de Moisés va bastante lejos a la hora de debilitar a la Iglesia y la posición de los sacerdotes. Dios condena a todo aquel que lo malinterpreta por cuenta propia. La verdadera fe vive en cada uno de nosotros. «El templo más sagrado —dice—, lo encontrarás en tu propio corazón». Dios advierte a Moisés contra los sacerdotes falsos que utilizarán la Iglesia para reforzar su propio poder.
—El sexto libro de Moisés dedica cuatro capítulos a Satanás y tres a ángeles y arcángeles conocidos y no conocidos. Dios denomina a Satanás su hijo caído y habla de él con amor paternal. Lo que nosotros entendemos por el «mal» es, ante todo, ausencia de divinidad.
Le doy un sorbo al vino y me concentro en no perder el hilo.
—El sexto libro de Moisés cambiará la interpretación del resto de los libros de Moisés —dice el Conservador—. Por motivos que desconocemos, alguien ha eliminado el sexto libro. En caso de que el libro se canonizara, obligaría a las tres grandes religiones del mundo a adecuarse a este nuevo texto.
—¿De qué modo?
—Eso no lo sabremos hasta que podamos leer el texto completo. Si sacáramos conclusiones de las traducciones que ya hemos hecho, no serían más que especulaciones. Aquí tienes un ejemplo… —El Conservador se saca del bolsillo de la camisa una hoja con un texto breve y prosigue—… de por qué dependemos tanto de los rollos de Thingvellir.
Cuando reza al Señor, tu Dios, Él es… (ilegible)… y encontrarás… (ilegible)… es uno, tal como Él es… (ilegible)… ha creado. Vas a… (ilegible)… ya lo has encontrado y es… (ilegible)…
—La parte legible del texto ha sido traducida del papiro original estropeado que se conserva aquí en el Palacio Miércoles —explica el Conservador—. Pero para llenar las lagunas, los espacios vacíos, donde se ha desintegrado el papiro, necesitamos la copia de Asim. El texto prácticamente carece de sentido estando incompleto.
4
MOISÉS y los israelitas se pasaron cuarenta años en el calor del desierto. Tienen toda mi simpatía. Mi propia travesía del desierto aún me corroe, y todavía no ha tocado a su fin.
El Conservador vuelve a entrar para coger un ejemplar encuadernado y desgastado del Antiguo Testamento. Con sus largos dedos pasa las finísimas páginas.
—Lo primero que tenemos que hacer para leer, comprender e interpretar correctamente el Pentateuco —dice—, es reconocer que Moisés nunca lo escribió.
Lee:
Y murió allí Moisés siervo de Dios, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Yahvé. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y nadie hasta hoy conoce su sepulcro. Tenía Moisés ciento veinte años cuando murió. (Deuteronomio 34:5-7).
—¿Pretenden que nos creamos que Moisés escribió esto? —pregunta el Conservador—. ¿Cómo podría describir su propia muerte y su entierro?
Pasa unas cuantas páginas:
Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra. (Números 12:3).
El Conservador se ríe un poco:
—¿Crees que el hombre más manso de la tierra hablaría así de sí mismo?
—Esto no demuestra nada —objeto—. Aunque Moisés no escribiera todo lo que dice sobre él el Antiguo Testamento, eso no significa que no escribiera nada.
—Muchos piensan que es así —dice Beatriz—. Que hubo un corrector que adornó el texto de Moisés, pero la mayoría de los teólogos y los sacerdotes de nuestro tiempo están de acuerdo en que Moisés no escribió los primeros cinco libros del Antiguo Testamento.
—Al leer estos libros —dice el Conservador—, acabas aturdido por todas las reiteraciones, los distintos nombres con que se hace referencia a Dios y a las personas, y por las versiones contradictorias que se dan de los mismos acontecimientos.
—En el Génesis aparecen dos relatos distintos de la creación —dice Beatriz.
—¿Dos?
—Dos historias emparentadas, trenzadas hasta formar una sola —dice el Conservador, y vuelve a leer en voz alta:
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. (Génesis 1:1-2).
—Así es como empieza el relato de la creación tal y como lo conocemos. Pero, inmerso en el mismo texto, escrito por otra persona y entretejido con la primera versión, aparece un relato de la creación alternativo. La fusión se ha hecho con tanta elegancia que el lector ni siquiera se da cuenta de que el relato vuelve a comenzar.
—¿Dónde?
El Conservador pasa unas páginas y dice:
—¡Míralo tú mismo! Génesis, capítulo dos. Aquí comienza un nuevo relato sobre la creación. No hace falta ser teólogo ni lingüista para darse cuenta de que estas palabras introducen un relato independiente. Lee:
Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, al tiempo que Yahvé Dios hizo la tierra y los cielos, no había aún arbusto en el campo, ni germinaban hierbas en la tierra, porque Yahvé Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, sino que surgía de la tierra un manantial, el cual regaba toda la faz de la tierra. Entonces Yahvé Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue así el hombre un ser animado. (Génesis 2:4-7).
—¿Te das cuenta de que esto es la introducción autónoma de un relato sobre la creación que tiene sus propios pilares? —pregunta Beatriz.
—En la primera versión —dice el Conservador—, Dios crea el cielo y la tierra, la luz y la oscuridad, el mar y la tierra, las plantas, las aves, los peces, los animales marinos y terrestres y, finalmente, al ser humano, al hombre y a la mujer. En ese orden.
—Pero en el siguiente capítulo —continúa Beatriz—, el orden es otro: aquí Dios crea primero la tierra, el cielo y el agua, luego al hombre, después las plantas, los animales y las aves y, finalmente, a la mujer, a Eva.
—¿Cómo podrían ser correctas ambas versiones? —pregunta el Conservador.
—Y podríamos continuar de este modo —dice Beatriz—. Lee las historias sobre Noé. ¡No concuerdan las unas con las otras! En un sitio, la Biblia cuenta que Moisés va al Tabernáculo antes de construirlo. Los libros de Moisés están llenos de contradicciones.
—Inexactitudes —dice el Conservador—. Errores.
Por mi parte, tengo que ir al servicio.
5
CUANDO regreso, el Conservador ha abierto aún otra botella de vino. Una polilla embiste una y otra vez contra uno de los faroles de la terraza, con impaciencia y tenacidad. La luna brilla a través de la hojarasca y una ráfaga de viento proveniente del mar pasa por encima del parque.
Me siento y le doy un trago al vino. Tanto Beatriz como el Conservador me contemplan como si intentaran averiguar si ya he tenido suficiente.
—La teología está llena de «secretos» que están a la luz del día —dice el Conservador, e inspira profundamente antes de proseguir—: Los teólogos, los rabinos y los curas siempre han conocido estas debilidades del Pentateuco. Durante mucho tiempo se rehuyó el problema diciendo que, tras el texto, se ocultaba una verdad más grande. Ya en el siglo XVIII, había teólogos críticos que defendían abiertamente que era imposible que Moisés hubiera escrito esos libros. Los teólogos conocen el problema desde hace siglos. Si metes la cabeza en una facultad de teología de cualquier lugar del mundo, verás que esto forma parte de su interpretación fundamental de la Biblia. Moisés nunca escribió el Pentateuco.
Beatriz le da un sorbito al vino mientras me mira.
—Todo esto nos lleva a la hipótesis de la fuente —dice el Conservador.
—La teoría JEPD —añade Beatriz.
—¿Qué significa?
—La teoría JEPD es la hipótesis de que los libros de Moisés proceden al menos de cuatro fuentes principales distintas: la J viene de la tradición Yahvista (jahvist), la E de la Elohísta, la P de la Presbiterial y la D de la Deuteronómica —explica Beatriz.
Aplasto un mosquito que se ha posado sobre mi antebrazo.
—Los libros de Moisés se empezaron a escribir en torno al 900 a. C., y se corrigieron diversos escritos para formar los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, el Pentateuco, en torno al año 400 a. C. —dice Beatriz.
—Los autores del Pentateuco cuentan la misma historia básica, pero vista desde diferentes perspectivas. —El Conservador entrelaza los dedos formando un tenso nudo—. Viraron el material en función de diversas consideraciones políticas y religiosas e intentaron corregirse los unos a los otros, así como la versión precedente.
—Irónicamente, todas estas versiones distintas y contradictorias han sido fusionadas —dice Beatriz.
Un poco más allá de donde nos encontramos, en el ala para el servicio del palacio, se apaga la luz de una ventana.
—Basándose en sus conocimientos de teología, política y lingüística, los teólogos han separado todos los versos y capítulos del Pentateuco y han intentado volverlos a montar en sus respectivos contextos —dice el Conservador—. En este proceso, los teólogos han llegado a la conclusión de que el Pentateuco proviene en realidad de un número mayor de fuentes que las mencionadas por la hipótesis JEPD.
—Pero entonces, ¿quién escribió el Pentateuco? —pregunto.
6
ME SUENA el móvil.
Primero no contesto: no soy uno de esos esclavos del teléfono y, además, siento curiosidad por Moisés. Luego caigo en la cuenta de que sólo he facilitado mi número de teléfono a quienes realmente pueden tener necesidad de encontrarme.
Es el profesor Llyleworth. Está alterado. La SIS ha llevado a cabo unas pesquisas y ha descubierto que hace poco más de una hora un tal Jamaal-al-aziz, (Hassan), se ha montado en Miami en un avión de la American Airlines con dirección a Santo Domingo.
—¿Y cómo sabe que estoy aquí? —pregunto con voz temblorosa.
—El aparato de investigación del jeque no tiene límites.
—¿Y qué hago?
—Quédate donde estás. Es lo más seguro.
—¿Lo más seguro? ¿Con Hassan dirigiéndose hacia aquí?
—Ya he hablado con Esteban Rodríguez. En estos momentos se están incrementando las medidas de seguridad del Palacio Miércoles.
Les hablo a Beatriz y al Conservador de Hassan y se muestran de acuerdo con el profesor en que probablemente sea más peligroso huir que quedarme donde estoy.
—Hagas lo que hagas te va a encontrar —dice Beatriz—. Al menos aquí estás seguro.
Miro fijamente el enorme parque oscuro.
—Ahí fuera hay tantos sistemas de seguridad —dice el Conservador—, que un intruso sería descubierto mucho antes de que alcanzara a saltar la valla.
7
—VOLVIENDO al Pentateuco —digo, vaciando la copa de vino de un trago—. ¿Quién lo escribió?
Beatriz me llena la copa.
—Los teólogos operan con al menos cuatro fuentes, pero en realidad son muchas más —dice.
—La Yahvista, que usa sistemáticamente el nombre de Yahvé cuando se refiere a Dios, es la más destacada entre los teólogos y maestros del Antiguo Testamento —dice el Conservador—. Vivió en torno al año 900 a. C. y es responsable de la estructura básica del Pentateuco y de su genial trazado. Les proporcionó una nueva forma épica y un sentido teológico a los mitos e historias de la Antigüedad. La perspectiva, el modo de narrar, el vocabulario, el estilo literario y la visión religiosa de la Yahvista muestran que era judío; de hecho, todos sus héroes son de Judea. Probablemente era un escribiente de la corte de Jerusalén, tal vez de la corte del rey Salomón.
—La Elohísta, que denomina a Dios Elohim, y no Yahvé, redactó cien años más tarde la respuesta de los israelitas a la fuente yahvista —continúa Beatriz—. Todos los héroes de la fuente elohísta son israelitas, y no judíos. Sustituyó la perspectiva judea por una perspectiva israelita.
—La fuente Presbiterial —dice el Conservador—, fue escrita por un grupo de sacerdotes de Judea en el tiempo posterior a la construcción del Segundo Templo, 500 años antes de Cristo, y antes de que Jerusalén cayera en manos de los babilonios. También los sacerdotes tenían su propio programa teológico y político.
—El Deuteronomio, el quinto libro del Pentateuco, fue escrito en el siglo VI a. C. —dice Beatriz—. Muchos piensan que el Deuteronomio lo escribió el mismo Jeremías que redactó el libro de Jeremías del Antiguo Testamento.
Dentro del palacio suena una puerta. El Conservador calla. Esteban Rodríguez aparece en la puerta de la terraza.
—Aquí estáis —dice con el aliento entrecortado, y me mira—: ¿Lo has oído?
—El profesor Llyleworth acaba de llamar.
—Hemos reforzado las medidas de seguridad del palacio.
Hemos traído más guardias de seguridad e intensificado la vigilancia del parque.
—Gracias. Siento sinceramente causaros tantos problemas. Si es mejor que me vaya…
—¡No pienses en eso! —Su mirada se desliza desde Beatriz a la botella de vino—. Bueno, no quiero interrumpir. Tengo que llamar al jefe de policía.
Beatriz se inclina hacia mí y me acaricia la mano.
—Todo va a salir bien —susurra.
Cuando el Conservador oye que Esteban ha cerrado la puerta que da al pasillo, continúa:
—Paradójicamente, todas las versiones contradictorias se fusionaron en una sola. Sería como si cortaras en trocitos una airada polémica de los periódicos para después unir las diversas posiciones del debate en un solo artículo conexo que, aparentemente, argumenta a favor de una misma posición. Al convertirse en un solo texto adquirió mucha autoridad y consiguió vincular religiosa, política y socialmente el reino del sur con el reino del Norte: Judea e Israel.
—¿Cómo acabó todo esto en manos de Asim?
—Los diferentes textos que conformaron el Pentateuco, llegaron a manos del culto de Amón Ra cuatrocientos años antes de nuestro cálculo del tiempo. Estaban enrollados, envueltos en telas, metidos en vasijas selladas y colocados en un cofre de oro. En Aegyptiaca, el historiador Manetón, basándose en los archivos egipcios conservados en el templo de Heliópolis, narra una ceremonia religiosa en la que el cofre de oro con los manuscritos en papiro fue trasladado a la cámara mortuoria y colocado a los pies de la momia.
—Y allí permaneció el cofre hasta 1013 —dice Beatriz.
Me reclino, miro el cielo estrellado y bebo un trago de vino mientras pienso para mis adentros que a veces pasan estas cosas.