LA HISTORIA DEL CUSTODIO
1
LAS MANOS de Esteban Rodríguez forman una lanza al presionar unos dedos contra otros.
—Para entender la historia de los custodios, lo primero que hay que entender es al sumo sacerdote Asim. Era un hombre muy culto, en diversas ciencias y líneas de fe. Instruía a su círculo más cercano, primero en Egipto y más tarde en Noruega, en religión, mitología y magia. Les enseñaba a interpretar las estrellas, a ver el futuro y a hablar con los muertos. Enseñaba a codificar los mensajes y a escribir en letras secretas, a dibujar mapas, a interpretar los sueños y a encontrar los patrones geométricos sagrados en la naturaleza. Asim era un auténtico místico.
Esteban reclina la cabeza y cierra los ojos. Luego vuelve a incorporarse y me mira tan bruscamente a los ojos que doy un respingo.
—Asim era un ecléctico: tenía actitudes muy diversas que para nosotros en Occidente fácilmente pueden parecer irreconciliables. Puesto que era sumo sacerdote, adoraba a los dioses egipcios, pero Amón Ra debía de ser un dios tolerante, porque Asim adoraba también a Abraham y a Moisés, a Jesús y a Mahoma. Era astrólogo y practicaba la brujería y la magia oculta. Al mismo tiempo había leído mucho y hablaba varios idiomas, además de dominar muchas de las ciencias de su tiempo. Era un hombre culto y sabio que había consagrado su vida a una única tarea: proteger una cámara mortuoria que contenía una momia sagrada y los tesoros y escritos que el muerto se había llevado a la tumba. La momia tenía dos mil quinientos años en tiempos de Asim, esto es, era ya más vieja de lo que sería el cuerpo de Jesús si existiera hoy en día. Así que cuando los vikingos atacaron el templo y vaciaron la cámara mortuoria, profanaron su fe y le robaron la misión de su vida. Asim habría sacrificado su vida por la momia, pero cuando entendió que las fuerzas enemigas eran demasiado poderosas, escogió irse con ellas. Al acompañar al ejército enemigo, podía proteger el objeto sagrado y, con el tiempo, conseguir que todo regresara a Egipto, al lugar de descanso eterno de la momia en la cámara mortuoria.
—Un proyecto ambicioso.
—Un hombre ambicioso.
—¿Cómo encontró Olav la cámara mortuoria si era tan sagrada?
—Un sacerdote desleal que había sido expulsado del culto de Amón Ra dibujó en tiempos de Cleopatra un mapa que no sólo contenía la ubicación de la cámara mortuoria junto al Nilo, sino que indicaba también la entrada al templo y las dos cámaras mortuorias externas que camuflaban la interior. Probablemente intentó ganarse a los romanos, pero es plausible que ellos no confiaran en el traidor. Lo que sabemos es que el mapa acabó en Roma, por medio del esposo de Cleopatra, Marco Antonio. Más tarde, probablemente por mera casualidad, formó parte del envío de regalos al rey Athelstan de Inglaterra, que a su vez se lo dejó a su hijo adoptivo Håkon el Bueno, antes de que el mapa acabara en manos de Olav Haraldsson.
Esteban se restriega la base de la nariz, como si tuviera migraña. Su mirada me suelta y se deja llevar; es como si se transformara imperceptiblemente en otra persona; me recuerda a una de las almas perdidas de la clínica para los nervios, a uno de aquellos que se han extraviado en las profundidades de la locura.
—Estando con el duque Ricardo de Ruán, Asim escribió una carta en la que pedía auxilio al califa de Egipto. Desde el mismo lugar envió la primera traducción al copto del manuscrito en papiro de la cámara mortuoria. Algunos años más tarde, ya desde Noruega, envió al califa otra carta pidiendo auxilio y un mapa, ocultos en una vasija de cerámica. Pero el servicio de correos en aquellos tiempos no era gran cosa. Las peticiones de auxilio, el mapa y la traducción del antiguo manuscrito fueron confiscados uno detrás de otro por el servicio de inteligencia del Papa, que vigilaba todo correo sospechoso.
Esteban saca otro puro de una caja de madera fina y se lo enciende con movimientos ceremoniales. Antes de continuar, permanece un rato con los ojos entreabiertos y disfrutando del cigarro.
—Mientras el rey Olav Haraldsson iba cristianizando Noruega con violencia y amenazas, Asim permaneció en Selja aguardando a que aparecieran sus compatriotas. En algún momento debió de entender que nadie iba a acudir en su auxilio a la tierra de hielo. Entonces trazó un plan, no sólo para proteger la momia, sino también para que regresara a Egipto.
—¿Qué tipo de plan?
—Fundó una hermandad, una orden de custodios. Los primeros custodios fueron los monjes guerreros que Asim conocía del monasterio de Selja y algunos hombres del entorno del rey. La orden estaba compuesta por una mezcla de monjes, poetas skald, maestros en runas y vikingos que aún llevaban dentro la fe de asa. Y, en esta mezcolanza, Asim introdujo la mitología copta y egipcia. Asim pensaba que la momia resucitaría como un dios en forma de hombre. Los cristianos esperaban la resurrección de Jesús y, más tarde, del rey santo Olav. En aquel auténtico caos de confesiones religiosas, magia de números, astrología y geometría sagrada, la mitología egipcia de Asim se concilio con el cristianismo y la fe de Ast de los noruegos. De todo esto surgió la unión de los símbolos ankh, ty y cruz. La combinación de los tres signos sagrados sería la marca de la hermandad de custodios, pero también había de generar una protección mágica transversal a las tres religiones. Asim enseñó a los custodios religión, astrología y ciencias esotéricas, y estos se sometieron lealmente a su maestro y juraron consagrar sus vidas a la misión.
Esteban saborea su puro antes de expulsar el humo hacia donde yo me encuentro. Lo desvío con la mano.
—Al mismo tiempo, Asim tuvo que recurrir a la magia. En la mitología y la tradición egipcia, era de suma importancia honrar a los dioses construyendo monumentos en su honor. Como bien sabes, el mundo está lleno de santuarios que forman patrones mágicos que se nos escapan por completo. Asim consultó a las estrellas y creó un horóscopo donde consiguió que la geometría sagrada de la tierra se correspondiera con una constelación que eligió. Al colocar cinco cámaras mortuorias formando un pentagrama que se correspondía con la constelación de Géminis, protegió las cámaras mortuorias con una fuerza supraterrenal. Y, como sabes, las posiciones se dedujeron de los limitados mapas que tenía a su disposición: la cueva de Sunniva, Nidaros, Hamar, Tønsberg y Bjørgvin. Los sucesores de Asim, los fundadores de la nación recientemente cristianizada, tardaron bastante más de un siglo en completar el grandioso plan del maestro. Cuando las construcciones del pacto estuvieron acabadas, cada una de ellas ocultaba una cámara mortuoria: se trata de la catedral de Nidaros, la catedral de Hamar, la Casa de Tunsberg y el monasterio de Lyse.
—¿Y las iglesias de madera? ¿Cómo encajan en este esquema?
—Ese es otro capítulo. Ya llegaré a eso.
Esteban se acerca a un escritorio y saca un desgastado papel en el que se ha escrito un texto perforando el papel con alfileres.
—El relato del propio Asim. Esto es una traducción un poco defectuosa.
Me tiembla el corazón cuando me tiende la copia en papel:
LA HISTORIA DE ASIM
Saludado seas, Amón Ra, dios poderoso y señor de la verdad; saludado seas Osiris, rey de la eternidad; saludado seas, Jesús, salvador piadoso e hijo de Dios; saludado seas, Mahoma, alabado profeta de Alá. Yo soy Asim, sumo sacerdote del templo de los Humildes siervos de su divinidad, el dios sol Amón Ra, y custodio del pacto divino, cercano a los muros de Tebas y las tumbas de los reyes. Escribo estas palabras cautivo en el país de los sufrimientos. En verdad os digo: he encallado en el fin del mundo, en un reino de hielo y frío eterno, de nieve, piedras y montañas que arañan el cielo. En fiordos profundos y oscuros bosques, hombres brutales y salvajes viven como los más horrorosos demonios del reino de los muertos. Espero que sea del agrado de los dioses que pueda comunicar que he encontrado una nueva cámara mortuoria para EL DIVINO.
Aquí, dioses de los dioses, está mi relato:
Los salvajes llegaron al amanecer, cuando el aliento de Amón Ra teñía de rojo el cielo. De pie y descalzo sobre una losa de los peñascos, miré fijamente las extrañas naves que bajaban con la corriente, embarcaciones estilizadas, con enormes velas y aterradoras cabezas de dragón en los extremos. El río estaba repleto de barcos hasta el mismo cabo del Norte. Y nuevas naves aparecían constantemente tras la punta.
Me había levantado mucho antes que los demás. Ya me había lavado y limpiado el sudor de la noche con el agua de la vasija de barro en el rincón más fresco del dormitorio y había comido fruta recién cosechada. Una vez refrescado, había salido del templo a la mañana. Me detuve sobre la losa de los peñascos al descubrir las naves. Miré interrogante al cielo. ¿Por qué no me habían advertido las estrellas? ¿Por qué no me habían preparado los dioses? ¿Qué dioses extraños custodiaban y apoyaban a los salvajes? Era imposible que fueran más poderosos que los míos. ¿Por qué mis dioses habían cerrado los ojos y me habían dado la espalda?
Los salvajes eran tan silenciosos como las cobras. Los animales más astutos y peligrosos son los más silenciosos. Nunca oyes a un cocodrilo antes de que te haya hincado los dientes, o a la serpiente antes de que te paralice su veneno. Con inquietud seguí las naves con la mirada. Eran muy veloces, mucho más que los barcos del río. ¿Cómo habían conseguido franquear los fuertes y los puestos de aduanas? Debían de ser invencibles. Tenía la esperanza de que se dirigieran más al sur, a Karnak, a Waset o al Valle de los Reyes, o tal vez aún más lejos, a Swenet o Abu Simbel; pero la esperanza se volatilizó cuando las naves más cercanas recogieron las velas y dirigieron el rumbo hacia tierra. Largas filas de remos asomaron por los costados de las naves y se movieron rítmicamente en el agua. Ni un sonido ni un berrido ni un grito de guerra. Sólo esto: silencio. Las demoníacas cabezas de dragón me miraban fijamente. Volví corriendo al templo y envié al sacerdote Fenuku a dar aviso a los guardianes del templo y los hombres del pueblo. Luego me apresuré a volver a la losa. Abajo, en la orilla del río, los salvajes estaban subiendo a tierra. Poderoso Anubis, eran tantos, venían por millares, y eran gigantes; hombres enormes, altos y musculosos con largas cabelleras y barbas poco cuidadas. Cada uno de ellos llevaba espada, hacha, lanza y un escudo decorado.
Saltaron de sus naves en formaciones que hicieron temblar la tierra y empezaron a ascender hacia el templo. Los lideraba un joven alto, fuerte y musculoso. No me moví. Alcé la cabeza con orgullo y recogí los brazos. Mis dioses vendrían en mi ayuda. Los eternos regentes de Egipto salvarían a EL DIVINO. El joven se paró a pocos metros de mí. Tenía la cara ancha, pálida y con un saludable sonrojo, y el pelo castaño claro y ondulado. Sus ojos azules relumbraban como zafiros bajo el sol incipiente. Finalmente comprendí quién debía de ser. En los apuntes del diplomático Ibn Fadlan sobre un viaje por el río Volga, hace casi un siglo, había leído sobre los intrépidos y bárbaros ar-rus. En su tratado de geografía, al-Yakubi mencionaba a unos salvajes que se abrieron paso hasta la ciudad de Sevilla por el enorme río Córdoba. Al-Magnus. Adoradores del fuego.
¡Retroceded! Les atroné y elevé mis brazos hacia el cielo. ¡Daos la vuelta! Los dioses más poderosos custodian este templo.
En el Libro de los Muertos se habla de la hora de la furia. Y la hora de la furia llegó en ese mismo momento. El joven me miraba fijamente. Cuando dio un paso al frente para atacarme con el hacha, me preparé para reunirme con mis antepasados. Mis propios dioses me traicionaron. En el momento de la furia, los dioses susurraron en mi oído que la muerte no era ninguna hazaña, que la muerte no era más que la huida de mi sagrada misión. Muerto no podría servir a EL DIVINO. Tenía que someterme. El deber de mi vida era proteger a EL DIVINO y sus tesoros. Y por eso, poderoso Amón Ra, caí de rodillas en el camino y alcé la mirada para encontrarme con la del joven. Y fue por eso, gran Osiris, que posé la frente y las palmas de las manos en el suelo en señal de rendición. Fue por humilde sacrificio, león sagrado Sekhmet, que me sometí a los incivilizados salvajes del fin del mundo. Y nunca, sagrados dioses, por miedo.
El joven me permitió vivir. Dos de sus hombres me arrastraron hasta la mayor de las naves y me ataron al mástil.
Los bárbaros eran despiadados. En la plataforma del templo se habían congregado muchos sacerdotes, una tropa de guardianes del templo armados y un gran grupo de artesanos con palas, picos y hachas. Algunos de ellos se adentraron valerosamente en el templo para proteger la entrada secreta de la cámara mortuoria que estaba detrás del altar. Otros sacaron sus armas y marcharon hacia las naves en el río. Desamparado y atado firmemente al mástil, vi cómo los salvajes masacraban a todo el que se les resistía. Uno a uno, nuestros valientes hombres fueron machacados por las espadas y las hachas de los bárbaros. Contra este enjambre de hombres sin dios, no servía ninguna de las tácticas que habíamos ensayado en el patio del templo; las formaciones que habíamos desarrollado para nuestra protección, los pasos y los movimientos de brazos que habíamos perfeccionado para conseguir la máxima fuerza con la espada, todo resultaba inútil contra aquellos salvajes que avanzaban implacables sin conceder la menor oportunidad a su enemigo. La batalla no duró mucho. La sangre de mis hombres se mezclaba con la arena y el polvo y millones de moscas se congregaron sobre los charcos de sangre y las heridas abiertas de los cadáveres. El sol abrasaba. La furia de Amón Ra no tenía límites.
Cuando los salvajes aparecieron con el arca de EL DIVINO, lloré. Ni siquiera mis indignos ojos habían visto nunca el ataúd de ciprés de la última cámara. Les rogué llorando que se detuvieran, pero ni me escucharon ni me entendieron. Cuatro de los bárbaros metieron el ataúd en la nave, lo cubrieron con muchas capas de arpillera, paja y cáñamo, y lo envolvieron con la tela que usaban para reparar la vela. Finalmente lo amarraron con cuerdas e introdujeron el arca acolchada en el almacén, bajo la cubierta. La profanación me llenaba los ojos de lágrimas y el alma de tristeza. Los bárbaros dejaron atrás las vasijas con los órganos momificados de EL DIVINO, pero se llevaron todo el oro y las joyas con las que pudieron cargar, y todas aquellas magníficas obras, la estatua de Anubis, los cofres y las estatuillas de oro, los amuletos, los escarabajos, las figuras mágicas, dos de los modelos de barcos y a algunos de los ushebtis que han de servir a EL DIVINO en el más allá. Para mi espanto, descubrí también el cofre sellado con LOS ESCRITOS SAGRADOS. No dejaron nada en paz.
Cautivo en la gran nave del joven de los ojos azules, permanecí atado al mástil hasta que el Nilo desembocó en mar abierto. Desde la sombra de la torre de Alejandría navegamos hacia el Oeste, en dirección a la cuna del sol.
Qué tiempo tan espantoso, sagrado Osiris, ¡apestan! Como sucias bestias, como cochinos con los intestinos enfermos y tejones gangrenados, embrutecen el aire con el olor de sus cuerpos: los rancios olores del sudor, los eructos pestilentes, los gases intestinales fermentados, los pies encerrados y los órganos sexuales no aseados; de sus ropas emana el hedor de los restos de orín y excrementos viejos, del sudor, de la sangre y de los intestinos putrefactos de sus víctimas. Tal y como ha dicho ibn Fadlan, son sucios y su olor les resulta indiferente, pero tienen también cualidades humanas: son orgullosos y se preocupan por su honor y están apegados a su clan y a sus posesiones. Llevan doscientos años navegando por los ríos y los mares, saqueando y luchando. Entiendo perfectamente por qué la gente de la costa les tiene miedo. Son rápidos y despiadados. Mucho antes de que sus contrincantes alcancen a reunir un ejército, ellos ya han subido a tierra y se han vuelto a ir; con su botín, las mujeres y los esclavos. Sus veloces naves de guerra son tan chatas que pueden navegar hasta la misma orilla del río. Su coraje en la batalla no tiene límites. Son leones sedientos de sangre. Son astutos y agudos. En la batalla no tienen miedo y son crueles y brutales. Luchan con salvajismo contra cualquier enemigo. Incluso heridos de muerte o con miembros cercenados, continúan luchando. Los hombres valientes que mueren en la batalla son conducidos por las valkirias a un paraíso que llaman Valhalla, donde los caídos se convierten en einherjer y pueden luchar, comer y beber eternamente. El momento final se llama Ragnarok.
De los esclavos que me traían comida aprendí muchas palabras; otras las fui captando al escuchar las conversaciones de los hombres. Tengo facilidad para los idiomas. A los ocho años dominaba las lenguas de seis de los países que rodean Egipto. Al cumplir veinte, hablaba doce lenguas. Algunos nacen con bellas voces para el canto, yo nací con el talento para aprender idiomas.
Durante días y semanas navegamos hacia el Oeste y luego hacia el Norte. El aire se fue enfriando y no tardaron en permitirme andar libremente por la nave.
Los salvajes fueron atacando pueblos a lo largo de la costa. Arrasaban, quemaban y mataban. Al finalizar provisionalmente el viaje, arribamos a una ciudad en las profundidades del paisaje, junto a un río que se curvaba como una serpiente en la arena, exactamente como el Nilo. Allí nadie desenvainó sus armas: estaban entre amigos. La ciudad se llamaba Ruán y su anfitrión era un regente al que llamaban príncipe. Desde el palacio del príncipe envié al califa una carta y una copia de LOS TEXTOS SAGRADOS. Más tarde cruzamos el mar hasta una isla que quedaba al Oeste y allí nos quedamos un tiempo.
Era ya otoño cuando dirigimos el rumbo hacia el fin del mundo y el terrible frío del reino de los muertos. Desde el reino del Sol y las fértiles riveras del Nilo, me arrastraron a la estéril costa de piedra del país de la nieve. Abandonamos al benefactor Amón Ra, dejamos atrás el cálido aliento de Osiris y nos sometimos a los dioses de los bárbaros. ¡Oh, dioses de los antepasados, concededme fuerza! Cuando era niño y las pesadillas de la noche me mostraban las puertas del reino de los muertos, siempre me imaginaba un paisaje tan frío, estéril y salvaje como este, más allá de la niebla y la bruma de la muerte. Durante días navegamos por la costa de la tierra que llamaban Norðrvegr. Las montañas se elevaban hacia el cielo y desaparecían entre las nubes. Islas desgarradas y agudos escollos se extendían como un borde hacia el gran mar.
Una tarde, la nave dirigió el rumbo hacia una isla en el extremo del abismo del mar. De pie, con las manos sobre la borda, yo contemplaba la montaña redonda de la pequeña isla. Sentí un olor que aprendí a distinguir como el de la tierra y los humedales, el bosque y las montañas, el brezo y el musgo. Inspiré los inusuales aromas; me recordaban levemente a los de mi perdida patria cuando el Nilo se retiraba tras las inundaciones.
En tierra amarramos las naves a dos troncos que estaban reforzados con grandes piedras. Se construyó una pequeña capilla de madera bajo la escarpada montaña. Mientras el rey y los obispos entraron para rezarle a su dios, yo y un vikingo llamado Bård escalamos la montaña. En lo alto de la pared de peñascos, inaccesible y oculta, encontramos la entrada a una gran gruta.
Gracias, poderoso Amón Ra, por habernos guiado hasta aquí.
Nunca abandoné el monasterio que construimos en la isla del país de la media luna erguida.
En una misiva a Egipto describí el largo viaje hacia el Norte. Conté dónde iba a ocultar a EL DIVINO. Escribí el texto sobre la piel de un animal, lo sellé, lo enrollé y lo introduje en una botella que escondí dentro de una figura de cerámica que representaba a Anubis, el soberano del mundo subterráneo y el dios del embalsamamiento. Entregué a dos leales monjes guerreros algo de oro de la cámara mortuoria de EL DIVINO y los envié al puerto comercial más cercano, donde tendrían que buscar la manera de continuar hacia el sur el largo camino hasta a Egipto, con la figura de Anubis y el mensaje. No sé si tuvieron éxito. No creo que alcanzaran su meta. Nunca volví a saber de ellos.
Llevaban consigo el poema que habían de mostrar mis compatriotas cuando vinieran a buscar a EL DIVINO y que los CUSTODIOS reconocerían. Sólo los dignos de Egipto reconocerían y usarían las palabras del Libro de los Muertos. A aquellos hombres que trajeran consigo la Clave, los CUSTODIOS les mostrarían la cámara mortuoria de EL DIVINO.
~ La clave ~
Los cortesanos de la casa real
acompañan al rey de Osiris
Tut Ankh Amón hacia el Oeste.
Gritan: ¡Oh, rey! ¡Ven en paz!
¡Oh, Dios! ¡Protector del país!
En aquel momento puse a los hombres a trabajar en el acondicionamiento de la cámara mortuoria en la gruta de la montaña. La montaña era aquí mucho más dura que en Egipto, pero, afortunadamente, la cueva formaba una cámara natural. El trabajo llevó muchos años. Al igual que en Egipto, hice construir una cámara interior y, en el centro, dominaba el zócalo de piedra para el sarcófago de EL DIVINO. En una cámara lateral, coloqué todos los tesoros que Olav había dejado a mi cuidado. A lo largo de la pared del fondo de la cámara, preparé un zócalo para mi propio ataúd, por si el mundo subterráneo me alcanzaba antes de que llegase el auxilio. Con ayuda de cinco de los hombres más diestros, decoré las paredes con pinturas y viejos jeroglíficos, cartuchos y runas. Erigimos una pared interior con un pórtico con forma de arco, que será sellado el día que el último cuerpo sea llevado a su lugar de descanso definitivo en los santuarios del pentagrama. Después, el pórtico y el muro serán ocultados por toneladas de piedras, de modo que la pila de rocas parezca el fondo de la cueva.
El sol recorría fríamente el cielo. En la isla del monasterio percibíamos poco las batallas de Olav. Los inviernos eran duros y el frío cortaba el cuerpo como afilados cuchillos. Nunca me acostumbré al implacable frío del país de la nieve. En mis ratos libres, copié los textos sagrados y los traduje al copto. Los días se iban entre la enseñanza, el trazado de mapas, la contemplación y los rituales. Allá fuera, en la barbarie, el rey Olav luchaba para convertir a sus compatriotas a su nuevo dios. Finalmente entendí quién era Olav. Lo cierto es que era un hombre santo. El rey Olav era el Jesús resucitado. Cristo había retornado después de mil años en la figura de Olav para introducir el reino de Dios en la tierra.
Cuando me informaron de la muerte del rey Olav en Stiklestad, envié a diez monjes a buscar al muerto. El cuerpo del rey fue sustituido por el de alguien que se le parecía. El cadáver del rey fue trasladado en barco por la costa desde Nidaros hasta Selja. Aquí enseñé a los monjes cómo embalsaman y tratan a sus muertos los egipcios. Rodeado de monjes momifiqué el cuerpo de Olav y les pedí que hicieran lo mismo conmigo cuando abandone esta vida, para que también yo pueda encontrarme con mis dioses. Construimos un nuevo zócalo en la cámara mortuoria para que el rey pudiera descansar junto a EL DIVINO. Resucitarán juntos cuando hayan pasado mil años.
Una vez que Olav quedó descansando en su sepulcro, reuní a treinta y tres de los guerreros, monjes, obispos y poetas skald más piadosos que había en torno al rey Olav y les exhorté a formar una guardia secreta de CUSTODIOS, una orden sagrada. Tendrían que proteger con sus vidas a EL DIVINO, sus escritos, sus tesoros y el secreto de su último sepulcro. Cada uno de los CUSTODIOS se comprometió a iniciar a un sucesor digno en un proceso sin fin. Les invité a comunicarse entre ellos por mensajes cifrados, de modo que nadie no iniciado pudiera leerlos. En un mapa mágico del sur de Noruega, dibujé el símbolo sagrado mientras les explicaba que la forma del pentagrama agradaba a los dioses. Todo se subordina a la armonía del pentagrama y queda protegido por la fuerza divina. Y les dije a los CUSTODIOS: «A lo largo del próximo siglo se han de erigir cuatro magníficos santuarios. Bajo cada uno de ellos se construirá en secreto una cámara mortuoria. Los hombres a los que se destinarán los sepulcros descansarán aquí en la isla hasta que esté listo su propio sepulcro. Las cinco cámaras mortuorias formarán una poderosa asociación gracias a la figura sagrada del pentagrama. La cámara mortuoria más importante ya está lista en la isla. Aquí descansará el rey Olav junto a EL DIVINO. En Trondheim construirán una catedral sobre la cámara mortuoria del obispo Grimkjel; en Hamar construirán otra sobre la cámara mortuoria del obispo Bernhard; en Tønsberg construirán una fortaleza sobre la cámara mortuoria del obispo Sigurd; y en Bjørgvin se fundará un monasterio sobre la cámara del obispo Rudolf».
Estas palabras están dedicadas a Ti, gran Amón Ra, y a Ti, YAHVÉ, y a Ti, Alá.
2
ABRUMADO por haber tenido la oportunidad de leer la versión de Asim de los sucesos que tuvieron lugar hace mil años, le devuelvo el texto a Esteban.
—Mi hermana lo tradujo como pudo en los ochenta —dice.
—¿Sabe copto?
—Beatriz sabe muchas cosas raras.
—Aún tengo muchas preguntas.
—No me extraña.
—Una cosa que no entiendo es la lealtad que le mostró Asim al rey Olav. No huyó ni le dio la espalda al rey que le secuestró y vació la cámara mortuoria. Al contrario, da la impresión de que Asim empezó a rendir culto al rey…
Esteban pliega las manos sobre la mesa.
—A Asim le pasó algo. Tal vez en la navegación hacia Noruega, quizás en Ruán, puede que en el monasterio. El rey Olav debe haber apelado a los anhelos religiosos que había en él. El hecho es que Asim empezó a considerar al rey como un profeta, como alguien que estaba en contacto con los dioses. Recuerda que Asim era un mago que veía relaciones en los números. Habían pasado mil años desde que vivió Jesús. Con el tiempo se le metió en la cabeza que Olav no era sólo un profeta, sino que era Jesucristo resucitado y de eso a su siguiente profecía no había mucho trecho: tanto la momia de EL DIVINO como la de Olav resucitarían al cabo de mil años en una poderosa unión religiosa.
—¿Y realmente lo creía?
—¿Desde cuándo las religiones son racionales? Las religiones tratan sobre los sueños y los anhelos. El hombre busca en la fe en Dios el sentido que le falta a la existencia, y la secta de Asim deseaba conciliar todas las religiones en una sola fe. Todo es uno, predicaba Asim, sólo que interpretamos las mismas verdades de modos diferentes. A Asim le resultó completamente natural momificar a Olav y colocarlo junto a la momia milenaria. De ese modo se mantenía de buenas con los dioses.
—Asim no era un prisionero. ¿No podría haber retornado a Egipto con la momia?
Esteban mira a un lado y a otro antes de contestar.
—En teoría, probablemente habría podido huir de Selja, pero ¿cómo? Viajar desde Noruega a Egipto, y encima con un tesoro, era muy arriesgado. Por tierra toparía con bandas de forajidos, milicias locales, barreras aduaneras, príncipes locos y terratenientes sanguinarios, además de un número nada despreciable de brujas y trolls. Tendría que atravesar inmensas zonas de tierra, cruzar ríos y atravesar enormes cadenas montañosas.
—Pero por mar…
—… Habría necesitado una flota vikinga formidable para que le protegiera de los piratas, los saqueadores, los aduaneros y las armadas de las potencias enemigas. —Una especie de sonrisa se extiende por la cara de Esteban—. Pero aún más importante debió de ser la profecía que Asim encontró en las estrellas; su augurio de que EL DIVINO y el rey Olav resucitarían en Egipto al cabo de mil años.
Aunque no creo en la astrología ni en las profecías, el vaticinio de Asim me produce una sensación desagradable; como ver el reflejo de algo que no existe en absoluto.
—Y ya han pasado los mil años —digo en voz baja.
3
ESTEBAN tiene que ir a hacer unas llamadas telefónicas que no pueden esperar. En su ausencia escucho los sonidos del parque y cavilo sobre el misterio de Asim. Un abejorro del tamaño de un coche de juguete cruza las baldosas de la terraza y un ave histérica pasa volando. Cuando Esteban vuelve, continuamos hablando de los custodios. Esteban sabe más de lo que pone en la historia de Asim: probablemente su biblioteca esté repleta de las cartas y escritos de sus antepasados.
—La hermandad de custodios fue seleccionada cuidadosamente —dice—. Basándose en los antiguos ideales noruegos, el secretismo, la lealtad y el honor vinculaban a la hermandad de custodios. Pero Asim era sabio: sólo unos pocos de ellos tenían conocimiento total del secreto. Al igual que en unos servicios secretos o en una banda de criminales, cada uno sabía sólo lo que tenía que saber. Sólo unos pocos sabían de la cámara mortuoria de Selja; se les llamaba «El Círculo Interno de los Siete».
—¿Y los códigos?
—Los códigos son pistas para los demás miembros de la hermandad y para la siguiente generación de custodios. Cada vez que movían a la momia, u otras partes del tesoro, de una iglesia o una cámara mortuoria, los custodios dejaban un mensaje indicando adonde se lo habían llevado. Dejaban registro cifrado de quién se había hecho cargo de la responsabilidad, un código que no podrían descifrar más que los otros custodios.
—¿Todos los códigos eran comunicación interna entre los custodios?
—Se podría expresar así. Pongamos que un custodio muriera inesperadamente. Supondría una catástrofe que no hubiera dejado un mensaje para los demás eslabones de la cadena. «El Círculo Interno de los Siete» tenía en todo momento la información completa, pero los demás custodios eran comandantes locales que no tenían la menor idea de la estructura interna de la hermandad. Tenían instrucciones de comunicar sus conocimientos al siguiente custodio que reclutaran y a los custodios de las parroquias vecinas. De ese modo, siempre había alguien que tenía la información imprescindible. Así que cuando se movía el tesoro de una iglesia dada, el custodio escribía un mensaje cifrado que mostraba cómo seguir. Hoy en día, el custodio habría enviado un SMS o un correo electrónico cifrado. En aquel tiempo tallaban ese tipo de mensajes en runas.
—¿Cómo encontraban los custodios los códigos de sus predecesores?
—Del mismo modo que los encontraste tú: buscaban. Pero, a diferencia de ti, los custodios sabían perfectamente lo que buscaban y dónde debían buscarlo. Eso formaba parte del banco de conocimientos común de la hermandad. Los códigos, los mensajes, las instrucciones y las pistas se colocaban en lugares en los que se había enseñado a los custodios a buscar. Los custodios dejaban sus pistas, en textos rúnicos cifrados y con formulaciones crípticas, tanto para los custodios coetáneos, como para la siguiente generación. Los custodios de Urnes, por ejemplo, sabrían que el tesoro fue trasladado de su iglesia a la de Flesberg en torno a 1180, pero no sabrían que luego fue dividido, y que una parte se mandaría fuera del país y otra se trasladaría a Garmo, en Lom. Pero pongamos que el gran maestre de la hermandad supiera en 1250 que la guerra y las enfermedades habían acabado con casi todos los custodios y que ordenara a un custodio de Urnes que llevara el tesoro a un lugar seguro. El custodio de Urnes no sabría dónde estaba el tesoro, pero el custodio que lo reclutó le habría explicado que la pista estaba en una tabla rúnica en una columna de la iglesia. El código de la tabla rúnica le indicaría que tenía que buscar en Flesberg y la palabra «sonora» sería una pista para que buscara en la campana de la iglesia. Allí buscaría las runas secretas que él, a diferencia de la mayoría de la gente, conseguiría descifrar. ¿Recuerdas el texto de la campana? «La campana suena Urnes cincuenta años Flesberg cincuenta años Lom cincuenta años». Para un custodio el texto se explicaba a sí mismo. Luego volveré a eso de los cincuenta años, pero el caso es que con su conocimiento sobre los códigos, el custodio se dirigiría entonces a Lom, donde encontraría el mensaje de que «Los textos sagrados y la divinidad dormida están a buen recaudo con el amigo del pacto, en la tierra donde se pone el sol», esto es, con el custodio Snorre en Islandia, y también que la siguiente pista se encontraba «donde sale el sol». Puesto que los custodios sabían que las iglesias de madera formaban una cruz, el nuevo custodio entendería que «Lars», Lorenzo, se encontraba en la iglesia de Ringebu y que su Biblia contendría el siguiente código.
—Una especie de juego de pistas a través de los siglos…
—Un juego de pistas para los iniciados. Los custodios se encargaban ellos mismos de reclutar a su sucesor. Al nuevo custodio se le explicaba dónde se ocultaban los códigos y cómo descifrarlos. De ese modo los códigos eran ilegibles para la mayoría de la gente, pero un custodio no sería sólo capaz de encontrarlos, sino también de descifrarlos y leerlos. Así, las nuevas generaciones de custodios podrían seguir la pista del tesoro de iglesia en iglesia, de escondite en escondite.
—¿Qué habrían hecho los custodios si los sacerdotes egipcios de Asim hubieran aparecido?
—Los custodios sabían que los signos de Asim tendrían una clave, un poema, un rezo del Libro Egipcio de los Muertos, extraído del texto de la pared de la cámara mortuoria de Tut Ankh Amón:
Los cortesanos de la casa real
acompañan al rey de Osiris
Tut Ankh Amón hacia el Oeste.
Gritan: ¡Oh, rey! ¡Ven en paz!
¡Oh, Dios! ¡Protector del país!
—El texto del código de Snorre…
—La clave nunca se empleó, porque los egipcios no llegaron nunca. En cambio, el Vaticano sí.
—Demasiado tarde.
—Justo. El Vaticano guardó los manuscritos y los mapas confiscados sin prestarles demasiada atención. Pasarían cien años antes de que alguien en el Vaticano tuviera tiempo de estudiar el texto. En 1129, el cardenal obispo Benedictus Secundus envió al caballero Clemens de’Fieschi a Noruega a buscarlo. En 1152, el enviado del Papa, Nicholas Breakspear, quien poco después llegó a su vez a ser Papa, estuvo a punto de encontrar la cámara mortuoria de Hamar, donde fundó un obispado. En 1180, el papa Alejandro III envió a un nuevo grupo. Diez años más tarde, los sanjuanistas de la Orden de Malta se establecieron en Noruega cuando el rey Sverre Sigurdsson les dio el monasterio de Værne. En 1230 el papa Gregorio IX hizo un nuevo intento.
—¿Cómo se dieron cuenta los custodios de que el Vaticano estaba sobre la pista de la cueva de Selja?
—Les advirtieron. El Vaticano no podía mantener en secreto que una tropa armada se dirigía al Norte a través de Europa, precedida de exploradores y espías. Cuando recibieron el aviso, los custodios consideraron que era más seguro cambiar de escondite, al menos provisionalmente.
—¿Aunque la cámara mortuoria de Selja fuera sagrada?
—Asim dejó muchas instrucciones que se siguieron en diferentes circunstancias. Los custodios sabían qué hacer. Basándose en vaticinios astrológicos, Asim había decidido que la momia, en caso de verse amenazada, tendría que iniciar un viaje sagrado en relación con el número mágico cincuenta.
—¿Qué tiene de mágico el cincuenta?
—En la Biblia, el cincuenta representa el número del jubileo. El Jubileo, o el año del júbilo, era un momento señalado en el que había que perdonar pecados, liberar a esclavos y prisioneros, y perdonar deudas. Los custodios seguían fielmente las instrucciones de Asim. Así que cuando se enteraron de que los hombres del Vaticano estaban en camino, ampliaron la iglesia de Urnes (que ya estaba en construcción) con una cámara mortuoria bajo el suelo. Urnes fue erigida exactamente cien años después de la muerte de Olav. Cincuenta años más tarde trasladaron el tesoro a la iglesia de Flesberg, y así sucesivamente.
—¿Y el Vaticano no se enteró de nada?
—Esto de las iglesias no lo averiguaron nunca, y tampoco lo de la cámara en la gruta. Cuando Clemens de’Fieschi siguió el mapa algo impreciso de Asim, acabó en la cueva de Dollstein. Lo cierto es que la siguiente expedición papal comprobó la cueva de Sunniva en Selja, pero la cámara interna estaba tan bien escondida que nunca la descubrieron. Todo siguió el plan minuciosamente trazado de Asim hasta el año 1239. Pero en ese momento a los custodios les entró el pánico. El rey del clan de los Birkebeiner, Håkon Håkonsson, empezó a acercarse demasiado y decidieron no correr ningún riesgo y enviar lo más importante fuera del país.
—¿Lo más importante?
—La momia. Y el cofre de oro con las seis vasijas que contenían los manuscritos originales en papiro.
—A Islandia…
—Dos años antes, el príncipe Skule había reclutado a Snorre Sturlason como custodio. Snorre se hizo cargo del ataúd y de los manuscritos sagrados y se los llevó a su casa en Islandia, junto con los pergaminos de los custodios noruegos.
—¿Así que el códice que se encontró el clérigo Magnus en Reykholt eran los textos que Snorre les iba a dejar a los custodios que lo sucedieran?
—Más exactamente a Thordur kakali. El códice de pergamino consistía en las instrucciones manuscritas del propio Snorre, además de los pergaminos que le habían dado los custodios de Noruega. La colección de pergaminos resumía, con ayuda de códigos y mapas, la ubicación de los escondites en Noruega e Islandia.
—¿Has dicho que el rey Håkon Håkonsson estaba sobre la pista del tesoro?
—Cuando alguien le contó el secreto al rey Håkon, este envió a Gissur Thorvaldsson, con el que estaba confabulado, para que le sacara la verdad a Snorre. Snorre calló y murió.
—Entonces el custodio pasó a ser Thordur kakali.
—El propio Snorre había reclutado a Thordur kakali como su sucesor. Håkon convocó a Thordur a Noruega para interrogarlo. El rey buscaba frenéticamente el tesoro. Casó a su hija Cristina con el hermano del rey de Castilla y envió diplomáticos al sultán de Túnez; todo para seguir las pistas que esperaba que le condujeran al tesoro.
—Grutas… Iglesias… Códigos… Es todo bastante confuso.
—Para ti. Para nosotros. Hoy en día. Pero tienes que recordar que tú has desovillado hilos sueltos. No has descubierto las cosas en el orden cronológico correcto; al contrario, has descubierto pedazos del pasado que estaban en total desorden. La copia manuscrita que encontraste en Thingvellir, por ejemplo, la colocó allí Snorre doscientos años después de que la escribiera Asim. Las iglesias fueron construidas mucho después de la habilitación de la cueva de Selja.
—¿Sabes por qué Snorre dividió el tesoro en dos?
—Probablemente por razones de seguridad. Construyó una cámara funeraria bajo su propia granja, en Reykholt, y allí colocó el manuscrito en papiro y el ataúd con la momia. La traducción de Asim del manuscrito en papiro la escondió en la cueva de Thingvellir.
—Pero ¿el resto del tesoro seguía oculto en las iglesias?
—A esas alturas había una confusión total entre los custodios. El tesoro estaba disperso a los cuatro vientos, pero sí acabaron el trabajo con las cuatro iglesias. Al igual que los santuarios del pentagrama, las iglesias formaban patrones sagrados. Un ankh egipcio, el símbolo rúnico ty y la cruz.
Durante un período, la cueva de Selja estuvo vacía, pero en torno a 1250 los restos del tesoro fueron trasladados de vuelta a Selja. La pista final, con el truco de las dos tallas de san Lorenzo en Ringebu y Borgund, fue la última aportación noruega a la operación de camuflaje. Al mismo tiempo, la momia y los escritos, que eran la parte más importante del tesoro, estaban fuera del control de los noruegos.
—No es del todo fácil seguir el hilo. —Fue precisamente la complejidad de la operación de camuflaje lo que permitió que el tesoro no cayera nunca en manos del Vaticano.
—Y luego, cuando la peste atacó Noruega, la momia fue trasladada de Islandia a Groenlandia.
—Justo. Y, después de cien años en Groenlandia, el Vaticano volvió a estar sobre la pista. En 1447, una expedición papal llegó a la isla, aunque arribaron demasiado al sur, de manera que cuando los custodios fueron alertados tuvieron tiempo de huir en dos naves junto con cincuenta hombres y mujeres. El resto de la colonia groenlandesa fue masacrada.
—¿Y los custodios se marcharon a Vinland?
—Durante los siguientes cincuenta años, la colonia de custodios nórdicos estableció cinco asentamientos en Vinland. No dejaron de avanzar hacia el sur y fueron dejando tras de sí piedras rúnicas, casas y torres de piedra.
—¿Por qué no volvieron a Noruega e Islandia?
—Porque habían decidido llevar la momia de vuelta a Egipto. Desde la época de los vikingos conocían los vientos comerciales que podían llevarlos hacia el este, desde lo que hoy en día conocemos como Florida y el Caribe, vía las Azores, hasta Europa y el Mediterráneo. Por eso fueron avanzando hacia el sur, a la busca de los vientos que pudieran llevarlos a casa. Cuando llegaron al Caribe, entraron en contacto con marineros nativos e indios que les hablaron de los marineros blancos que había más al sur. Los custodios, cuyas naves, viejas y frágiles, difícilmente lograrían resistir las tormentas y mal tiempo, tenían la esperanza de poder cruzar el Atlántico con los descubridores europeos. Y fue aquí, en Santo Domingo, donde conocieron a Bartolomé Colón y desde donde mandaron señales de vida, cifradas, al arzobispo de Nidaros. Esa es la carta que, según los rumores, encontraste en Washington.
Yo no respondo y Esteban continúa:
—El propio arzobispo Erik Valkendorf era un custodio de una orden que a esas alturas estaba ya algo aguada, y que tenía bastantes dudas sobre lo que realmente estaba custodiando. Pero Valkendorf constató que esto ocurría exactamente quinientos años antes de que la momia, según la profecía de Asim, fuera a volver a casa para resucitar. Otra vez la magia de los números.
—Como el «Sello de los custodios» que me enseñasteis en Roma, la combinación de símbolos que se transformaba en 666. ¿Qué era eso?
Esteban se ríe un poco.
—Mis amigos del club de caballeros tienen la costumbre de exagerar. Con los números puedes hacer exactamente lo que quieras. Yo creo que Bartolomé simplemente se entretuvo copiando los tres símbolos en órdenes distintos. Además, si les das otro valor numérico a los símbolos, te salen respuestas muy diferentes. Si realmente hay alguna Biblia de Satán, no tiene nada que ver con esto.
—¿Qué pasó con los custodios después de que conocieran a los descubridores? ¿Nunca volvieron a Europa?
—Algunos volvieron y otros se quedaron y se involucraron en la caza del tesoro que tenía lugar en Centroamérica. Las increíbles existencias de oro y de otras cosas valiosas que encontraron financiaron la construcción del Palacio Miércoles y asentaron las bases de la riqueza de mi familia.
—¿Y la momia?
—Una triste historia. Desapareció en algún momento del siglo XVII. Lo cierto es que se descompuso. A esas alturas ya nadie les era leal a Asim y a los antepasados. Tenían una buena vida aquí en el palacio.
—¿La momia se descompuso?
—Quedan algunos fragmentos de huesos y restos de polvo en una vasija. Eso es todo.
La decepción me inunda los ojos de lágrimas.
—Probablemente todos aquellos cambios climáticos fueron demasiado para ella. Desde el seco calor de Egipto al aire frío y húmedo de Noruega. El mar, la sal, los traslados. Simplemente no lo aguantó.
—¿Y los escritos en papiro?
—Aún conservamos algunos. Un par de ellos se entregaron al Vaticano como regalo y el resto los tenemos aquí en nuestra biblioteca. Pero no son demasiado especiales. Fragmentos de copias de la Biblia de los siglos V y VI, relatos de la vida de la gente en Egipto, cantos laudatorios. Cosas así.
Mantiene la respiración.
—Bjørn. La copia de Asim de Thingvellir… Te lo vuelvo a preguntar. —Me mira—. ¿Me darías el manuscrito islandés?
Callo.
—Este es su sitio. Debería estar aquí en el palacio, junto con todo lo demás.
—Ni siquiera lo tengo yo.
—¿Quién lo tiene?
—El manuscrito es un artefacto histórico —digo eludiendo la cuestión—. Sería punible entregártelo.
—Ese manuscrito… —empieza a decirme, y luego se interrumpe—. ¿No podrías confiar en mí? ¿No quieres contribuir a finalizar el proyecto de Asim?
—El proyecto de Asim consistía en proteger la momia. Y ya no existe.
—Tal vez no físicamente.
—Los custodios fallaron. Fallaron en su misión.
Se queda callado.
—Ya sabes —dice al cabo de un rato—, que podrías haber sido uno de nosotros. ¡Un custodio! ¡Tienes buenas cualidades! Era gente como tú la que Asim y el rey Olav reunieron a su alrededor. Tenaces, sin miedo e interesados en las grandes misiones.
—¿Aún existe? ¿Es eso lo que me estás intentando decir? ¿Todavía existe la orden de custodios?
Su mirada está vuelta hacia dentro, hacia todo lo que fue una vez.
—Ahora sólo custodiamos los recuerdos y las sombras del pasado.