EL CRESCENDO

1

—¡HE ENCONTRADO algo fantástico, Bjørn!

Como sacerdote que era, el clérigo Magnus salvaba a la gente de la perdición. En tanto que yo, arqueólogo, salvo el pasado del olvido.

Acompáñame unos días atrás en el tiempo, sólo un par de días, permíteme que rebobine hasta el sábado por la mañana:

En pie, el clérigo Magnus sonreía expectante bajo la luz del sol cuando entré con el coche en el aparcamiento de Reykholt, el viejo reino de Snorre en Islandia. Cuando cierro los ojos, puedo verlo ante mí a través del reflejo de la luna delantera, emocionado y completamente vivo. Paré el coche y el clérigo Magnus me abrió la puerta. Nos abrazamos torpemente, como suelen hacerlo los hombres, con cierta aprensión por mostrar el cariño que nos teníamos.

—¡Gracias por venir, Bjørn! ¡Gracias! ¡No te arrepentirás!

—¿Cuándo tienes pensado contarme lo que has encontrado?

—¡Pronto, Bjørn, pronto!

Nos conocimos hace unos tres años, en un simposio interdisciplinario sobre Snorre Sturlason, el patriarca y cronista de las sagas. El clérigo Magnus pronunció una conferencia sobre los paralelismos entre el Snorre medieval y el Sócrates de la Antigüedad, ambos gestores de la sabiduría y comunicadores de enseñanzas. Mi conferencia versó sobre la tensa relación entre Snorre y el rey del clan de los birkebeiner. Håkon Håkonsson.

Y así nos hicimos amigos.

Hace una semana me llamó para invitarme a Islandia, pero yo andaba mal de tiempo. Le expliqué que estaba muy ocupado con las excavaciones de la granja real de Harald Hårfagre —Harald Cabellera Hermosa—, en Karmøy, pero no quiso escucharme. Tenía que ir, había encontrado algo, algo histórico. Si no le hubiera conocido tan bien, lo habría tomado por un chalado. Pero el clérigo Magnus era un prudente sacerdote de campo, que rara vez se dejaba sacar de sus casillas.

—Bueno, ¿qué has encontrado?

Con la maleta en la mano, seguí a Magnus a unos pasos de distancia mientras subía por el sendero que llevaba a la Casa de Snorre, el centro de investigación vinculado a la iglesia y al museo. Sus andares eran oscilantes, como si tuviera las piernas demasiado cortas. Quedaban dos coches en el aparcamiento: el BMW de tracción en las cuatro ruedas del clérigo Magnus y mi coche alquilado.

—¡Un códice! ¡Una colección de pergaminos…!

—¿De qué tratan?

—¡… Escritos sobre la más suave de las pieles de cordero! Una colección manuscrita de misteriosos textos y poemas, mapas e indicaciones, símbolos y códigos.

—¿Sobre qué tratan? ¿De qué época son? ¿Quién ha escrito el texto?

—¡Paciencia, amigo mío, paciencia!

El clérigo Magnus siempre hablaba despacio, al compás del metrónomo del alma, como solía decir él.

—¿Por qué has querido que viniera precisamente yo?

—Pero Bjørn, es evidente.

No sé si se refería a que yo era su amigo o si apuntaba hacia un acontecimiento ocurrido hacía algunos años. Yo era el inspector noruego de las excavaciones arqueológicas donde descubrimos el cofre de los secretos sagrados, un cofre de oro que contenía un manuscrito que me proporcionó cierta fama en los círculos académicos.

El clérigo Magnus abrió la puerta del apartamento para investigadores que me iban a prestar. Dejé la maleta en la entrada, luego lo agarré por la manga de la camisa y lo arrastré hasta el salón, donde lo obligué a sentarse en una silla.

—¡Se acabó! ¡Cuéntamelo ya!

Si no fuera por la perilla y la trama de arrugas, su cara podría haber sido la de un niño. Solemne y ceremoniosamente, como si se enfrentara a un sermón, carraspeó:

—Permite a tu amigo hacer una exposición cronológica.

—¡Anda, vamos, empieza de una vez!

—Todo empezó hace un par de semanas. Tuvimos una defunción en el distrito. Un hombre mayor e inválido. La verdad es que no fue una sorpresa. Tras el entierro, se me pidió que ayudara (a la familia con la que el anciano había vivido con el apoyo de la parroquia), a revisar la considerable colección de documentos que había dejado. La obsesión del viejo era la genealogía. La investigación de las líneas familiares. En la colección había todo tipo de cosas: desde informes científicos modernos hasta manuscritos y líneas familiares islandesas. Los campesinos con los que vivía son miembros activos de la parroquia y amigos míos. Ellos eran sus herederos y me pidieron ayuda cuando la compañía islandesa deCODE, que usa la investigación genética para el desarrollo biofarmacéutico de medicamentos, se ofreció a comprar la colección.

—¿Y para qué la quería deCODE?

—Islandia tiene el banco de genes más singular del mundo. La línea genética de gran parte de la población puede rastrearse hasta los tiempos de la colonización de Islandia. Supongo que deCODE esperaba que la colección del viejo pudiera arrojar nueva luz sobre líneas familiares desconocidas. Mi amigo el granjero quería la opinión de un especialista para que la compañía no se llevara algo que debiera ser entregado al archivo de manuscritos de Reikiavik.

—¿Qué encontraste?

—La colección era única. ¡En serio! Libros antiquísimos, cartas, pergaminos, manuscritos. Algunos de ellos apenas se mantenían íntegros. Mapas, transferencias de propiedad. Entre los pergaminos encontré unas notas de 1453 acerca del clan de sturlung, la rama familiar de Snorre.

Intenté intercalar una pregunta, pero me detuvo con un movimiento de manos.

—Cuando iba a guardar uno de los pergaminos, descubrí que la cubierta de piel estaba algo abultada. Así que… —carraspeó atenazado por la culpa y confesó—: rompí la carcomida costura para ver lo que había dentro.

—¿Qué hiciste qué?

—¡Escucha, hombre! Dentro de la cubierta encontré un texto más antiguo.

—¿Rompiste la cubierta?

—La colección de pergaminos que había dentro de la cubierta estaba encuadernada como un libro. Un códice.

—Romper un objeto de anticuario es vandalismo. Y tú lo sabes.

—Hice algo terrible, Bjørn.

—Desde luego, tendrías que haber conseguido que el conservador de algún museo te abriera la cubierta.

—Escucha, hay más.

—¿Más? Que rompieras la cubierta ya es lo bastante grave.

—Algo en el texto. —Se le puso la mirada como ausente, soñadora—. Algo en el sonido de las palabras, algo de la letra, algo en todas aquellas figuras geométricas…

—¿Qué hiciste?

—¡Sabes que soy un sacerdote honrado y decente!

—Magnus, ¿qué hiciste?

Me miró avergonzado.

—Me metí los pergaminos debajo de la chaqueta y me los traje a casa. —Su mirada se arrastró por el suelo—. Los robé, Bjørn.

2

MÁS TARDE, aquel mismo día, mientras un viento desapacible llegaba desde las montañas, el clérigo Magnus me enseñó el códice. Estábamos sentados en uno de los salones de la residencia del párroco, a tiro de piedra de la Casa de Snorre.

Un gesto de dolor martirizaba su rostro.

—¿Qué te atormenta? —pregunté.

Agitó la cabeza apesadumbrado.

—¿Te avergüenzas de haber robado los pergaminos?

—Hay más. Yo… No, ahora no. Quizás en otra ocasión.

De un cajón cerrado con llave de su escritorio sacó una caja envuelta en papel de estraza y periódicos. Apartó varias capas de papel y me tendió el manuscrito. La colección de pergaminos estaba llamativamente bien conservada. Deslicé los dedos sobre la piel amarillenta.

—¿Y esto qué es? —susurré.

Abrí el códice con delicadeza. Las cinco primeras páginas estaban escritas en runas; luego llegué a una zona de una piel más pálida que estaba escrita en latín. Había tres signos marcados en la piel:

Un ankh egipcio, el signo rúnico ty, y una cruz cristiana.

En la página siguiente aparecían dos mapas: uno del sur de Noruega y otro de Islandia occidental.

Y un pentagrama.

—Geometría sagrada —dijo el clérigo Magnus.

Lo que faltaba.

—Para serte completamente sincero —dije con paciencia—, nunca he entendido si la geometría sagrada es mitología o ciencia.

—O algo a medio camino… —puntualizó él.

—Tú eres el sacerdote.

En la universidad tuvimos un lector invitado que consiguió convencernos, incluso a los más escépticos como yo, de que nuestros antepasados estaban influidos por las ideas griegas y egipcias sobre la matemática, la astronomía, la geografía y la geodesia —la disciplina sobre la que se basa la cartografía—. Por medio de mapas y fotografías de satélites, nos mostró que los objetos y lugares sagrados de la Edad Media estaban ubicados conforme a modelos geográficos, geométricos y matemáticos.

Pero aun así…

El clérigo Magnus pasó las hojas hasta los caracteres latinos y señaló la letra.

—¡Mira esto! Esta letra se llama «minúscula carolingia». Es el fundamento de la letra de nuestro tiempo. Un hito en la caligrafía.

Le dirigí una mirada que sé que puede resultar enervante, sobre todo cuando se ve ampliada por los gruesos cristales de mis gafas. El clérigo Magnus puso el dedo sobre dos diminutos signos al final de la página y me tendió la lupa.

—¿Ves las dos eses?

—¿Sí?

—Quizá ya lo entiendas…

Pero yo no entendía nada en absoluto.

—S. S. En combinación con la minúscula carolingia… Bjørn, ¿no lo entiendes? S. S. ¡Snorre Sturlason! ¡Fue Snorre quien escribió las letras latinas!

Miré asombrado el texto. En el exterior, el viento acariciaba las esquinas de las casas con un sonido quejumbroso.

—El texto lo escribió a mano Snorre Sturlason en persona —continuó el clérigo Magnus.

—¿Estás seguro?

—¿No es increíble, Bjørn?

Si el clérigo Magnus tenía razón, el códice era un hito histórico, un pedazo de la historia de la humanidad. Snorre apenas escribió nada; él solía dictar. Rodeado de un grupo de escribientes, Snorre dictó su Opus sobre los reyes vikingos y los mitos de los dioses. Los investigadores aún están discutiendo si fue el propio Snorre o alguno de sus escribientes quien escribió un añadido al margen en un máldagi islandés, un acuerdo.

—Que el propio Snorre escribiera parte del texto y no lo dejara en manos de su escribiente de confianza significa que el contenido tenía que ser enormemente delicado —dijo el clérigo Magnus.

—Pero ¿por qué mezcló Snorre sus propios textos y pergaminos con un manuscrito aún más antiguo escrito en runas?

—Si yo lo supiera…

Pasamos las hojas con cuidado.

—¿Sobre qué trata el texto?

—Indicaciones. Reglas. Profecías…

Volvió una página y encontró un texto escrito en islandés antiguo:

El sumo sacerdote Asim dijo que llegarán los tiempos cuando los custodios devuelvan a EL DIVINO a su lugar de descanso, bajo el cielo sagrado, en el aire sagrado, en el peñasco sagrado; y pasarán mil años; y la mitad del tiempo transcurrirá en la niebla de la corrupción y la depravación; y de la legión de custodios sólo quedarán tres; y los tres son leales, son limpios de corazón y su número es tres.

—¿Qué significa? —pregunté.

—Ni idea. Pero las palabras al menos son legibles.

—¿Qué quieres decir?

—¡Grandes partes del texto son completamente incomprensibles!

—¿Una lengua desconocida?

—Partes del texto están cifradas. —Lo miré atónito—. ¿Puedes creerlo, Bjørn?

—¿Cifradas?

—Es completamente inconcebible. Algunos poemas y párrafos están cifrados.

Entendió que yo precisaba algo de tiempo para asimilar tal afirmación.

—¿Por qué estás tan sorprendido? ¡Hace milenios que se cifran textos!

—Pero… ¿textos de Snorre?

—Si quería escribir algo secreto, ¡no le quedaba más remedio que ocultar el significado!

Avanzó hasta la última página del pergamino y señaló un poema de bella caligrafía rodeado de un hermoso marco. Intenté leerlo, pero incluso para un profesor adjunto más o menos espabilado como yo, que además domina la lengua nórdica antigua, el texto parecía un auténtico galimatías.

—Treinta y tres palabras distribuidas en seis líneas —dijo—. Un texto incomprensible. Así que he estado buscando los significados del número treinta y tres.

—¿Y qué has encontrado?

—Es la edad que tenía Jesús al morir. Pero también es un número central en la numerología mágica. El treinta y tres es un número sagrado para los masones.

—No había masones en tiempos de Snorre.

—¡Exacto! Por eso creo que es una mera casualidad que el mensaje tenga treinta y tres palabras. —Rompió a reír y siguió pasando las hojas. Señaló con el dedo un texto de dieciocho líneas y exclamó—: ¡Otro guirigay!

—¿Sabes descifrar textos?

—Desde luego que no. ¿Y tú? —Negué con la cabeza—. Pero conozco a alguien que sí sabe.

3

NO ESTOY del todo seguro de si Terje Lønn Erichsen es más amigo o más colega. Al igual que yo, es una ameba social. Es profesor adjunto e investigador en el Instituto de Estudios Lingüísticos y Nórdicos de la Universidad de Oslo. Por lo general trabaja con un proyecto de investigación sobre la división de la antigua lengua nórdica en noruego, sueco, danés e islandés. Me aventuraría a decir que Terje es un genio para los idiomas. Una de sus aficiones es descifrar códigos. A los dieciséis años descifró por su cuenta, y sin consultar a Thomas Phelippes, los códigos de las cartas entre la reina escocesa María Estuardo y sus colaboradores fuera de la cárcel.

Cuando llamé a Terje y le expliqué para qué necesitaba su ayuda, no me costó percibir cuánto se entusiasmó. Palabra por palabra, línea por línea, le dicté el texto de Snorre. El clérigo Magnus me contemplaba con una sonrisa de medio lado, como si le resultara completamente increíble que alguien pudiera descifrar los códigos medievales de Snorre. Ni siquiera uno de mis peculiares amigos.

4

EL DORMIR sin soñar puede recordar a la muerte, si no se tiene en cuenta el detalle de que uno se despierta. Hay mañanas en que me despierto con el alma soleada, arrullado por el Romeo y Julieta de Prokófiev que suena cada vez que me llaman al móvil.

—¡Buenas noticias! —me gritó Terje al teléfono.

—¿Mmm…? —farfullé, intentando ahuyentar el sueño de la voz.

—¡He descifrado el código!

—No me digas que te has pasado toda la noche trabajando en eso.

—¡No te puedes imaginar la gracia que tiene!

—¿Tiene gracia?

Aprisioné el móvil entre la oreja y el hombro y entreabrí la ventana. El viento del Atlántico Norte hizo bajar al menos doscientos grados la temperatura de la habitación.

—El código de las runas era un simple C-3. César 3.

—¿César 3?

Caesar shift cipher. El nombre del sencillo código que empleaba Julio César para despistar a los curiosos cuando enviaba mensajes importantes a sus generales. César sustituía cada signo por un signo que quedaba determinado un número de posiciones más adelante en el abecedario. C-3 significa que cada signo se sustituye por el signo que queda tres puestos más allá. Así la A se convierte en una D, la B en una E y así sucesivamente.

—¿Quiere eso decir que tienes una traducción?

—¿Acaso no me llamaste para eso? Empecemos por el primer poema. Carraspeó antes de empezar a leer:

Busca la respuesta en la saga de la cruz

porque el número es mágico

y el número es palabra de Dios

y el número has de encontrarlo

en el árbol de la vida y en las tribus perdidas

y el número de los sacramentos te indicará el camino.

—Caramba —murmuré.

—¿No es magnífico?

—Bueno. Sí.

—¿No lo entiendes?

—No del todo.

—A ver, «la saga de la cruz»…

—La saga de la Santa Cruz. La última saga que escribió Snorre antes de morir.

—«Porque el número es mágico y el número es palabra de Dios». Verás. La «palabra de Dios» pueden ser los Diez Mandamientos. El «árbol de la vida» es una referencia a la cábala y al misticismo judío y hace referencia a la aparición de Dios en el mundo en diez estadios. Y «las tribus perdidas»… Bueno, ¿a qué puede referirse sino a las diez tribus perdidas de Israel?

—Diez —dije—. ¡El número diez se repite!

—¡Bingo!

—¿«Y el número de los sacramentos»?

—Que son siete. Los siete sacramentos. ¿Lo entiendes ahora?

—Ni una palabra.

—Debe de ser muy temprano para ti. ¿Qué hora es en Islandia? El texto señala hacia dos números: ¡diez y siete!

—Eso lo he cogido. Pero ¿y qué?

—¡Bjørn, estás atontado! Para encontrar el mensaje tenéis que buscar en La saga de la Santa Cruz apoyándoos en combinaciones de diez y siete.

—¿Combinaciones de diez y siete?

La última saga de Snorre Sturlason es la menos conocida y la más infravalorada. La saga está escrita como un cuento, una fábula, y muchos investigadores dudan de que fuera Snorre quien la dictó. La historia trata sobre el mítico rey vikingo Bård que, en una expedición a Jorsalaland, el nombre que los vikingos daban a Jerusalén, roba la cruz de Jesús. Una vez de vuelta en Noruega, planta la cruz, que no tarda en convertirse en todo un bosque de cruces. Más adelante cuenta cómo se abaten sobre Noruega cruzados, templarios, sanjuanistas de la orden de palma y soldados del Papa. Probablemente Snorre escribió La saga de la Santa Cruz en 1239, justo después de visitar Noruega por segunda y última vez. Había huido de la lucha por el poder entre Skule jarl, el duque Skule, y el rey del clan de los birkebeiner: Håkon Håkonsson. Así se vivía y se moría en aquellos tiempos. Combinaciones de diez y de siete…

—¿Y el otro texto? —pregunté.

—Igualmente incomprensible. Lo he descodificado, pero no he tenido tiempo de analizarlo e interpretarlo. El texto está escrito para lectores con referencias que a nosotros nos faltan. Leyó su traducción provisional:

Honorable CUSTODIO

que lees estas palabras secretas:

sólo tú sabrás que

el pentagrama sagrado de Asim

y las runas secretas de la cruz de la iglesia

te conducirán

a las cámaras mortuorias sagradas

y a la más sagrada de todas,

que es la primera tumba.

Honorable CUSTODIO

que descifras los enigmas de los signos:

sólo tú encontrarás la piedra rúnica

en el último sepulcro del pentagrama

donde descansa el obispo Rudolf.

Honorable CUSTODIO

que conoces la historia oculta:

sólo tú sabrás que la piedra rúnica

conduce a las runas secretas

de la tabla rúnica,

la armonía y el retablo.

5

—¡SOY UNA persona horrible!

El clérigo Magnus estaba adormilado ante la ventana de la cocina, tomándose su café de la mañana cuando llegué corriendo con las traducciones de Terje en la mano. Tenía un aspecto terrible. Como tantos otros de nosotros, el clérigo Magnus tendía a padecer pesadumbre y autocompasión. Por propia experiencia sé que no hay nada que sea urgente, cuando uno tiene el ánimo melancólico. Me serví un poco de café recién hecho, lleno de posos, y me senté a la mesa de la cocina.

—Escucha —dije introduciéndome un terrón de azúcar entre los labios—, eso que tú llamas el «robo» de los pergaminos es poco más que un préstamo temporal, al servicio de la ciencia.

Su suspiro implicó el Día del Juicio.

—Magnus, mañana iré personalmente al Instituto de Manuscritos e informaré sobre el hallazgo. Lo comprenderán. Y entonces dejarás de llevar el peso de este pecado sobre los hombros.

—¿Crees que el don del perdón conoce límites?

—Compañero…

—No me conoces tan bien como crees. ¡Hay más! Yo…

—¡Vamos, hombre! ¡Tan malo no puede ser!

—Tenemos que entregar el códice al instituto de manuscritos.

—Por supuesto, cuando hayamos acabado, yo hablaré con ellos. Así el instituto y nuestro Señor correrán un tupido velo sobre lo que has hecho.

—Bjørn… Voy a recibir visita. Mañana…

—¿Visita?

—Me he ido un poco de la lengua.

—¿Quién viene?

—Investigadores. Del Instituto Schimmer. Quieren ver más detenidamente los pergaminos.

—¿Has informado al Instituto Schimmer?

(Yo tuve algo que ver con ellos durante el difícil período asociado al hallazgo del cofre de los secretos sagrados en un prado del monasterio de Værne en Østfold). El Instituto Schimmer, que se encuentra en un desierto de piedra en Oriente Próximo, es el centro de investigación teológica más puntero del mundo.

—No tengo fuerzas para explicártelo. Ahora no. Van a mandar a unos expertos.

—Pues vamos a tener que darnos prisa. ¡No puedes dejar que se hagan con el códice!

—Sólo quieren verlo.

—Eso dicen ellos. Te van a ofrecer una fortuna.

Estuvo a punto de decir algo, pero luego negó con la cabeza.

—Tengo una noticia que te va a animar.

Le mostré la hoja con la traducción del texto que había descifrado Terje a lo largo de la noche. Luego le mostré la referencia a La saga de la Santa Cruz.

—¡Maldita sea! —exclamó. Se bebió el último trago de café y escupió los grumos—. ¡Vamos! ¡Tenemos mucho que hacer!

La traducción de Terje del texto codificado había animado tanto al clérigo Magnus que tuve que corretear detrás de él desde su casa hasta la Casa de Snorre. Abrió una entrada lateral, atravesamos la iglesia y bajamos al museo que había en el sótano.

En una vitrina de cristal, junto a la pared, estaba el texto original de La Saga de la Santa Cruz. El clérigo Magnus abrió la vitrina y sacó el manuscrito.

—Snorre escribió la saga justo después de enfrentarse al rey Håkon y verse obligado a volver a Islandia huyendo del clan de los birkebeiner noruegos —dijo.

—El texto es polémico.

—Todo lo que escribió Snorre es polémico. Los sucesos que narraba habían ocurrido varios siglos antes. Tal vez hayamos leído mal sus historias. ¿Es posible que Snorre hubiera tenido la necesidad de contar algo, sin contarlo del todo?

El clérigo Magnus llevó el libro a una mesa alargada y ambos nos inclinamos sobre el manuscrito. Señaló tres símbolos: ankh, ty y cruz.

—Los mismos símbolos que aparecen en el códice —dijo—. ¿Y ves estos textos en el margen? Por lo general desaparecen cuando se copia un manuscrito. Los copistas suelen considerarlos garabatos y borrones.

6

EL CLÉRIGO Magnus y yo nos pasamos todo aquel día y parte de la noche hojeando La saga de la Santa Cruz. Fuimos probando metódicamente, letra por letra, signo por signo. Si hay algo de lo que estén provistos los académicos, es de paciencia. A intervalos regulares llamaba a Terje para pedirle consejo. De vez en cuando el clérigo Magnus soltaba exclamaciones de entusiasmo ante una inicial bellamente trazada o una aliteración certera.

—¡Mira esto! —gritó—. Este texto al margen se refiere a Thordur kakali.

—¿Quién?

—El sobrino de Snorre. Reunió a los patriarcas islandeses y se volvió tan poderoso que el rey Hákon tuvo que convocarlo a Noruega, donde se mató bebiendo.

En otro texto al margen leímos una referencia «a una gruta secreta». El resto de la frase había desaparecido: la piel había sido raspada y estaba casi transparente.

¿La gruta sagrada?

7

ERAN CERCA de las nueve de la noche cuando por fin desciframos el código.

Como de costumbre, Terje tenía razón. Los números diez y siete eran las claves del código. Si se empezaba por las iniciales, luego se seleccionaba una letra de cada diez y esta a su vez se sustituía por la letra que está siete puestos por delante en el alfabeto latino según el método de César, aparecía el siguiente mensaje:

El número de la bestia

muestra el camino

a lo largo de la pared de peñascos

desde Lögberg hacia Skjaldbreiður.