LA GRUTA

1

EN LA penumbra intuyo el tamaño de la gruta. Dos filas de columnas de granito gris arrojan sombras sobre las paredes. De las grietas de la pared de la montaña cuelgan barbas de musgo y raíces. Una leve corriente me acaricia la piel.

La oscuridad de los siglos es desgarrada por los vacilantes haces de luz de las linternas de quienes me siguen.

La cámara de la gruta está repleta de tesoros egipcios.

Bajo las capas de polvo de piedra y telas de araña, centellean valiosas reliquias. Baúles, vasijas, cofres, oro, plata y piedras preciosas. Candelabros, cuencos, candiles, ornamentos y cetros. Piedras de alhajas finamente labradas. Diamantes, rubíes, zafiros y esmeraldas.

En una cámara lateral, hay un montón de estatuas de dioses y faraones egipcios colocadas en formación, como si aguardaran algo con paciencia. Reconozco a varios de ellos: Anubis, Thutmosis, Amenofis, Ramsés, Horus, Akhenatón, Tot. Me siento abrumado; los ojos se me llenan de lágrimas.

Alguien me da unas palmaditas en el hombro. Al apoyar la mano sobre la columna de piedra que hay junto a las escaleras, me mordisqueo el labio inferior. La superficie pulida está congelada. Estoy tan conmovido que permanezco inmóvil, apoyándome sobre las muletas y mirando fijamente al frente. Detrás de mí, Astrid entra trepando a través del agujero en el muro.

—¡Dios santo! —exclama. Al igual que yo, se queda petrificada mirando la penumbra con la boca entreabierta.

La cámara mortuoria llevaba mil años oculta tras toneladas de piedras, detrás de un muro tan grueso que se confundía con la montaña.

2

PELDAÑO a peldaño voy bajando las escaleras, colocando con cuidado las muletas ante mí. Los demás me siguen con sus linternas y sus exclamaciones.

En el centro de la cámara pentagonal hay dos grandes pedruscos, dos zócalos labrados directamente en la montaña.

Uno de ellos está vacío.

Sobre el otro descansa el arca de Olav, el ataúd de Olav el Santo.

Sin mediar palabra, me vuelvo e intercambio miradas con Astrid, a quien le tiemblan ligeramente los labios.

Me acerco respetuosamente al ataúd. Un gran número de maniobras de distracción le han proporcionado mil años de paz. Me detengo. Sostengo las muletas con una mano, mientras con la otra cepillo delicadamente parte de la gruesa capa de polvo.

Entre unos cuantos levantamos la tapa que protege el arca de plata.

Las capas de polvo le dan al revestimiento de plata del ataúd de madera un aspecto completamente negro, pero, bajo la lámina de herrumbre, la plata está adornada con oro y piedras preciosas.

La silueta es exactamente la misma que he visto siempre en los libros de historia. El arca tiene dos metros de largo y un metro de alto y de ancho. La tapa tiene la forma del tejado de una casa y los extremos de las cumbreras acaban en dos cabezas de dragón.

Me quedo inmóvil admirando el arca de Olav.

Una vez la hayan limpiado y restaurado, será mundialmente famosa. Imágenes suyas aparecerán en las pantallas de televisión de EE.UU. y Australia, Japón y Burkina Faso. Aparecerá en la primera página del Newsweek y de El País. El arca de Olav, con los restos del rey vikingo santificado, es toda una sensación arqueológica.

Cada vez llegan más compañeros, y todos ellos hablan en voz baja, como si estuvieran en una iglesia.

—¡El Arca de la Alianza! —suspira una voz.

—¡Corta el rollo! —le espeta otro—. ¡Es el arca de Olav!

Algunos prorrumpen en risas nerviosas.

Mi mirada se desliza del arca de Olav al zócalo vacío que hay al lado.

¿El zócalo de la momia? ¿Dónde está el ataúd?

Me dirijo cojeando a una de las cámaras laterales, donde dos arcas más pequeñas descansan sobre un zócalo.

En la tapa de una de las arcas, escrito en runas, se lee: «Bárðr» (el modo en que se escribía Bård en noruego antiguo); en la otra se lee: «Asim».

Asim…

Retrocedo un paso, impresionado.

Asim, el egipcio… El sumo sacerdote del culto a Amón Ra. Así que es cierto, es todo cierto. Las insinuaciones de Snorre, las teorías de Stuart, nuestras descabelladas suposiciones: todo lo que hemos intuido, sin saberlo con certeza.

Es todo cierto.

Poco después, corremos las tapas de piedra de los ataúdes. En ambas hay sendos esqueletos envueltos en vendajes putrefactos. Alguien intentó embalsamar y momificar los dos cadáveres.

Contra la pared de la cámara lateral, hay más vasijas repletas de joyas de oro, piedras preciosas y adornos.

3

LOS FOCOS inundan la cámara mortuoria con una luz blanca e intensa.

Hasta ahora no me he dado cuenta de que las paredes y el techo están decorados. Detrás de las capas de polvo intuyo inscripciones en jeroglíficos, runas y letras latinas. Veo pinturas empalidecidas de dioses egipcios, cristianos y vikingos, símbolos y figuras, en una extraña mezcla de mitología, astrología y religión.

En una cruz con forma de ankh, Jesús eleva la mirada hacia un todopoderoso Odín. La serpiente de Midgard se enrosca en torno a un globo terrestre en cuyo centro aparece un pentagrama. Amón Ra corona la entrada al mundo subterráneo, donde Satán descuella con todo su poderío. El árbol Yggdrasil arroja largas sombras sobre la pirámide de Keops. Moisés separa las espumosas aguas del mar con la espada de Mimung. Los ingeniosos decoradores entretejieron la fe de asa con el cristianismo, el judaísmo, la mitología egipcia y un toque de astrología.

Es posible leer algunas partes de los textos, que hablan sobre un dios durmiente, sobre los divinos Moisés y Olav, sobre el discurso de las estrellas y sobre un viaje al fin del mundo.

4

DURANTE más de una semana trabajo en la cámara mortuoria desde primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche.

Fotografiamos, filmamos y copiamos las decoraciones de las paredes. Medimos la cueva. La dibujamos desde diversas perspectivas. Registramos y marcamos cada artefacto, cada vasija, cada piedra.

Dichoso, me entrego en cuerpo y alma a la disciplina arqueológica, intentando olvidar que existen hombres que se llaman Hassan e Ibrahim al-Jamil ibn Zakiyi ibn Abdulaziz al-Filastini. La isla y la cueva están vigiladas durante las veinticuatro horas del día por la policía y una compañía de seguridad privada.

Investigadores, periodistas y equipos de televisión acuden de todo el mundo para visitar la cámara mortuoria y, cada tarde, les permitimos entrar por pequeños grupos. Puesto que tengo tendencia a pasar los domingos por la tarde en compañía del National Geographic Channel, estoy especialmente predispuesto a ayudar al equipo americano de este canal, que tiene pensado hacer un documental de una hora. La CNN retransmite en directo desde la entrada a la cueva. La RAI italiana planea hacer un programa que lleve por título El sepulcro en la cueva y mañana llegará el canal de televisión árabe Al-Yazira.

Una noche me llama Ragnhild, de la policía de Oslo. Ha recibido un informe de Islandia, donde uno de los hombres de Hassan ha sido detenido cuando forzaba una vez más la casa de Thrainn. El criminal había alquilado una casa junto al lago de Raudavatn, en Reikiavik, por medio de una agencia inmobiliaria árabe-saudí en París.

Han llegado tres abogados de Londres para ayudar al gabinete jurídico más prestigioso de Islandia en su defensa.

Intento llamar a Thrainn, pero no coge el teléfono.

5

TRASLADAMOS el arca de Olav en helicóptero desde Selja hasta Bergen. La camioneta que la lleva desde el aeropuerto de Flesland hasta el taller de la Universidad de Bergen va acompañada de una escolta policial.

Tardamos dos días en desmontar el arca.

Bajo el arca exterior, descubrimos el arca de plata que Magnus Olavsson, el hijo de Olav, le fabricó a su padre. Está adornada con numerosas piedras preciosas, y partes de la tapa y de las paredes están revestidas de oro. Algunas zonas tienen relieves de motivos religiosos. Las paredes y la tapa están ornamentadas con joyas y cristales de roca tallados.

Trabajosamente vamos soltando las presillas, las bisagras y los ganchos que sujetan la tapa con forma de tejado del arca de plata. Entre cuatro hombres levantamos delicadamente la tapa. Las cuatro paredes del arca de plata están amarradas las unas a las otras con bisagras.

En el interior se encuentra el ataúd de madera original.

La madera está cubierta de paños que se han podrido, pero el propio ataúd parece resistente y sólido. La tapa está clavada a la caja con sesenta y seis clavos de cobre.

Vamos extrayendo los clavos uno a uno, hasta que conseguimos mover y levantar la tapa.

El cuerpo de Olav el Santo está momificado.

La momia está parcialmente cubierta con un paño bordado. Yace con los brazos en cruz sobre el pecho. El rey sostiene un cetro de oro con las manos: uno de los extremos tiene la forma del ankh y el otro, la del signo rúnico ty. Algo por encima de la mitad, lo cruza una vara.

Ankh, ty y cruz en uno.

Permanecemos varios minutos en silencio contemplando el cuerpo del rey santo. En el exterior se ha levantado el aire y los árboles tiemblan con las ráfagas de viento.