LA ISLA DE LOS MONJES
Noruega
1
LOS BANCOS de niebla procedentes de mar abierto se deslizan sobre el desgarrado paisaje. En algún lugar en lo alto brilla el sol, pero resulta difícil de creer. A través de la niebla vislumbro la torre cuadrada de la iglesia, que asoma obstinada entre las ruinas del monasterio.
Firmemente agarrado a las muletas, me encuentro frente a los barracones provisionales que se han instalado entre el monasterio y el muelle. Han pasado ya unas semanas desde que me bajé cojeando del avión de Italia y la pierna ya se me está curando. La suspensión ha sido revocada, porque la comisión de investigación —con serias dudas y bajo presión política— ha resuelto que la infracción que cometí al excavar la cámara mortuoria del monasterio de Lyse sin permiso no me va a costar el puesto de trabajo.
Durante estas dos semanas hemos estado trabajando noche y día con toda discreción para dejar listos los preparativos de la excavación. Los habitantes del pueblo de Selje y los obreros locales que han montado los barracones creen que hemos venido a restaurar las ruinas de la iglesia de Albanus.
Arqueólogos, historiadores y geólogos noruegos, suecos, daneses, ingleses, franceses, italianos y alemanes deambulan apresurados entre las tiendas de campaña y los barracones. El Ministerio de Cultura y la SIS comparten los gastos. Somos casi un centenar de profesionales implicados.
No les he visto el pelo ni a Hassan ni a los hombres del jeque, pero eso no significa que no nos estén vigilando. Se dice que el simple batir de las alas de una mariposa puede desatar un huracán. En completa conformidad con el encantador postulado de la teoría del caos, encontramos la solución gracias al detalle sobre las dos estatuas que aparecía en el fragmento Skálholt. El que quemó Luigi antes de morir.
Øyvind encontró al gemelo Dídimo de san Lorenzo Tomás después de estudiar un puñado de archivos, registros y luminosos libros de láminas. La talla en madera lleva 725 años esperando pacientemente bajo las siluetas de los chapiteles y las cabezas de dragón de la iglesia de madera de Borgund, en Lærdal. En 1280, los parroquianos de Ringebu obsequiaron a la parroquia de Borgund con la talla que llevaba el nombre de Dídimo.
El frente de la talla estaba encajado a la parte trasera de la misma por medio de hendiduras y afianzado con ocho tacos de madera por debajo de la túnica y las mangas. En la cavidad del vientre encontramos un cofre cubierto de runas.
El custodio Eirik escondió el cofre en la iglesia de Urnes 100 veranos después de la muerte de Olav el Santo.
El custodio Bård trasladó el cofre a Flesberg 150 veranos después de la muerte de Olav el Santo.
El custodio Vegard trajo el cofre a Lom 200 veranos después de la muerte de Olav el Santo.
El custodio Sigurd escondió el cofre en el vientre de san Lorenzo Dídimo y trasladó la talla desde la iglesia de Ringebu a la de Borgund 250 veranos después de la muerte de Olav el Santo.
Dentro del cofre había un documento codificado que Terje y Øyvind descifraron con ayuda de la copia de la rueda rúnica:
El CUSTODIO Ragnvald escribió estas palabras secretas tal como ordenó Asim 5 veranos después de que el rey Olav avistara tierra.
Busca la cámara funeraria
en la profundidad de la cueva
donde tocaron tierra
la virgen santa y los mártires
y encontraron la salvación de Dios.
Allí descansa
el cuerpo de EL DIVINO
de eternidad en eternidad.
EL CUSTODIO Trym escribió estas palabras 25 veranos después de la muerte de Olav el Santo.
El sabio Asim descansa
junto a san Olav
a la vera de EL DIVINO
y lo custodia
para toda la eternidad.
La cueva de Sunniva.
No la gruta de Dollstein, como había creído todo el mundo. La cámara mortuoria está al fondo de la cueva de Sunniva, en la isla Selja, en el pueblo de Selje, en la punta del fiordo Nordfjord, en Sogn og Fjordane, que fue la sede del obispado de Gulating hasta el 1170.
En la profundidad de la niebla suenan los quejumbrosos chillidos de pájaros, o al menos espero que sean chillidos de pájaros. A mi alrededor hay un zumbido de actividad y los avisos electrónicos suenan por los walkie-talkies. Hay varios policías estacionados en la isla; su cercanía me proporciona cierta tranquilidad, por si Hassan estuviera al acecho detrás de alguna piedra. Tras el asesinato del párroco de Ringebu y los sucesos de Roma, la policía ha concedido máxima prioridad al asunto. La policía islandesa, noruega e italiana colabora estrechamente por medio de la Interpol, y Ragnhild dirige el grupo de investigación noruego.
El monasterio, plantado sobre una llanura a los pies de una abrupta montaña, está sumamente expuesto. En su momento, el monasterio de Selje recordaba a un castillo medieval, con muros y torres poderosas. Era un monasterio benedictino fundado en el siglo XII, pero, antes de eso, había habido allí un monasterio más pequeño, de madera. A cincuenta metros de altura, las ruinas de la iglesia de Sunniva se aferran a la pared de la montaña como un nido de águilas, y, justo encima, se abre la gruta con el santuario de Mikael.
La cueva de santa Sunniva…
Santa Sunniva, hija de un rey irlandés, a finales del siglo X, huyó, de un pretendiente que quería invadir tanto su vida como su patria. Sunniva, acompañada por un grupo de devotos —mujeres, hombres y niños—, fletó tres barcos, que, sin timón, remos, ni vela, navegaron a la deriva llevados por el viento y las corrientes marinas hasta llegar a Selja, donde los refugiados se asentaron en las grutas y cuevas que hay en la zona. Los paganos que adoraban ídolos en tierra firme, miraban a los extranjeros con desconfianza. Håkon Ladejarl —Håkon duque de Lade— envió a un grupo de hombres armados para entablar batalla con lo que creía que era un ejército enemigo. Sunniva y sus compatriotas huyeron a la cueva y rogaron a Dios que los salvara. El mito cuenta que, en lugar de detener a los agresores, Dios enterró a Sunniva bajo toneladas de piedra. En los años que siguieron, campesinos y marineros vieron luces extrañas que salían de la cueva. Cuando Olav Tryggvason y el obispo Sigurd acudieron a la isla de los milagros, encontraron el cuerpo de Sunniva en la cueva, rodeado de huesos, calaveras y esqueletos de dulce aroma. Años más tarde, Olav Haraldsson arribó precisamente en Selja, cuando retornó para cristianizar Noruega.
La cueva de Sunniva…
¿Se inventó el mito de Sunniva para ocultar que hay una cámara funeraria en el fondo de la cueva?
2
A MEDIODÍA se despeja la niebla.
En una de las barracas para directores, estudio las últimas fotografías que se han sacado en el lugar de las excavaciones. La cueva ha sufrido numerosos derrumbes y deslizamientos. Hemos sacado toneladas de piedras de detrás del altar que hay en la gruta y descubierto una pared vertical construida con piedras toscamente talladas, en medio de la cual hay un pórtico con forma de arco que se ha cerrado con piedras más pequeñas. El pórtico está sellado.
Mañana, a las once en punto, nos abriremos paso.
Oigo pasos que se acercan y dejo a un lado las fotografías. La puerta se abre. Una figura aparece a contraluz, enmarcada en un celestial haz de rayos: parece una diosa que ha descendido hasta nosotros los mortales para transmitirnos mensajes sobre la vida eterna en el paraíso. Pero no es más que Astrid, que me trae un poco de pan con tomate y pepino.
—¿Nervioso? —pregunta.
Es catedrática en la Colección Oldsak y una de las más destacadas expertas en ruinas de monasterios noruegos.
Siento un cosquilleo por dentro.
3
LA ALARMA ulula estridentemente.
De pronto me despierto y me incorporo en la cama de campaña. La extraña atmósfera de un sueño que no recuerdo sigue adherida a mi cuerpo. Busco a tientas las gafas y enciendo la luz. Son las dos y media.
Se oyen gritos y ladridos.
Me visto rápidamente, agarro las muletas y salgo cojeando a la noche. La alarma ha encendido automáticamente todas las luces exteriores, que, en la niebla de la noche, bañan el terreno en una luz lanosa. El aire está frío. Las olas rompen contra tierra.
Cojeando tan rápido como me permiten las muletas, llego a la barraca para directores, donde se han congregado varias personas que hablan de un altercado con dos de los guardas que se han contratado. Cuentan que uno de los guardas yace inconsciente en las empinadas y estrechas escaleras que conducen a la cueva.
Por fin alguien consigue desactivar la alarma.
En ese mismo momento, se enciende el motor atronador de un barco.
Durante la siguiente hora conseguimos adquirir cierta visión de conjunto, aunque seguimos sin comprender las razones de lo ocurrido.
Alguien se ha adentrado en la cueva. Los picos que han dejado indican que pensaban derribar el muro del pórtico para acceder a la cámara mortuoria que creemos que hay al otro lado.
Afortunadamente, y a causa de mi desconfianza, hemos mantenido en secreto de los guardas, los detalles sobre el sistema de alarma, por eso han caído incautamente en una trampa sencilla: un rayo infrarrojo situado en lo alto de la reja de hierro de la entrada de la cueva.
Al guardián que subió corriendo a comprobar lo que ocurría lo dejaron inconsciente.
Se recupera confusamente mientras lo llevamos en brazos hasta la barraca, donde le limpiamos y vendamos la herida que tiene en la frente. Apenas recuerda que lo atacaron, y no sabe quién.
A la mañana siguiente faltan tres compañeros:
Michael Rennes-Leigh, de la School of Archaeology de la Universidad de Oxford, Paul-Henri de Chenonceau, del Institut de Papyrologie de la Sorbona y Paolo Baigenti, de la Universidad de Roma.
No conocía mucho a ninguno de los tres: solían ir a su aire. En la tabla de tareas no hay nada que indique que se les hubiera perdido algo en la cueva, y mucho menos en plena noche, y con picos. Probablemente trabajen para el jeque.
Según la policía local, el barco en el que huyeron está amarrado en Selje y el coche alquilado ha desaparecido.
Cuando comprobamos las universidades a las que pertenecen, resulta que son todos becarios recién nombrados. Sus puestos de investigación están financiados por la misma fundación de Abu Dhabi, en los Emiratos Árabes Unidos.
4
A LAS ONCE comienzan las labores para derribar el muro.
La cueva está húmeda y fría. Expectantes, hemos formado un semicírculo en torno a los musculosos que van a agujerear la pared. En el exterior, bajo la llovizna, aguardan los periodistas y los equipos de televisión.
El muro es grueso y sólido y no parece dispuesto a colaborar, pero con el tiempo consiguen soltar una piedra, y luego otra. Con una palanca vamos apartando las piedras aledañas hasta conseguir formar un agujero del tamaño suficiente. Alguien introduce una lámpara.
Cuando era pequeño y rompía el papel de los regalos de Navidad con mis deditos pálidos, siempre albergaba la ilusión de que aquel regalo fuera aún más magnífico y sorprendente que todos los que había recibido hasta entonces.
En el momento en que atravieso a gatas la apertura y alzo la linterna para iluminar la oscuridad sin fondo, obtengo por fin mi recompensa.
Astrid me pasa las muletas. A mis espaldas el silencio es absoluto. Me yergo, me sacudo el polvo de las rodillas y me quedo en pie sobre el rellano de una escalera, con dificultades para respirar.
Nada, absolutamente nada, nos ha preparado para lo que nos aguarda.