AGRADECIMIENTOS

HAN sido muchos los expertos que, de buen grado y dispuestos a ayudarme, aunque probablemente también con una cierta preocupación reprimida, han seguido mis estragos en sus campos de investigación. Quisiera dar las gracias a todos aquellos que me han ayudado con sus buenos consejos, sus sugerencias y gran cantidad de información. Yo soy el único responsable de los errores que hayan podido aparecer y, evidentemente, de todas las elucubraciones y fantasías que surgen de la realidad histórica y de las teorías históricas y teológicas sobre las que se basa esta ficción. Tal vez sea necesario recordar que Los custodios del Testamento es una novela en la que me he tomado ciertas libertades. Tanto el contexto histórico como las teorías teológicas han sido adaptadas a la realidad ficticia del libro y ninguno de mis informantes ni de mis fuentes tienen la menor responsabilidad sobre el modo en que he utilizado los retazos de información con los que me han apoyado. Como cualquier otra novela que se sitúe en la zona gris entre los hechos y la fantasía, Los custodios del Testamento es únicamente un juego de la imaginación; un juego que empieza allí donde termina la realidad y la ciencia.

Quisiera expresar mi agradecimiento a mi editor Øyvind Pharo, de Aschehoug, y a Alexander Opsal y Eva Kuløy, de Aschehoug Agency, por haber contribuido, con sus sugerencias y su minuciosidad, a que la novela llegara a buen puerto.

Gracias también a mi amigo y colega islandés Thrainn Berthelsson, escritor y director de cine, que ha sido mi valeroso cómplice. Gracias al catedrático Gisli Sigurdsson del Instituto Árni Magnússon, por haberme abierto las puertas de su cámara acorazada de manuscritos centenarios y por haber respondido pacientemente a todas mis preguntas. Gracias al párroco Geir Waage de Reykholt por haberme mostrado los antiguos lugares en los que vivió Snorre. Gracias a los escritores Harald Sommerfeldt Boehlke, Bodvar Schjelderup y Einar Birgisson por sus aportaciones sobre la geometría sagrada. Gracias al catedrático de teología Terje Stordalen, de la Facultad de Teología de la Universidad de Oslo, y al arquitecto y experto en iglesias medievales de madera Jørgen H. Jensenius. Gracias al catedrático Michael Brett, experto en historia del Norte de África, en defensa egipcia y en la época fatimí, de The School of Oriental and African Studies, University of London. Gracias al Secretary General Luca Carboni, del archivo secreto del Vaticano y al Reference Librarian Thomas Mann de la Library of the Congress en Estados Unidos.

Muchas otras personas se merecen mi agradecimiento por sus aportaciones, mayores y menores, en forma de información, sugerencias y apoyo: gracias a May Grethe Lerum, Arnt Stefansen, Bjørn Are Davidsen, Jørn Lier Horst, Vegard Egeland, Knut Lindh, Fredrik Graesvik, Knut Andreas Skogstad, Davy Wathne, Kjell Øvre Helland, Viggo Slettevold, Øyvind Egaas y Astri Egeland. Gracias a Gunn Haaland y K. Jonas Nordby de la Universidad de Oslo, al comisario de policía Lars Smestadmoen, al arqueólogo Jan Bill del Museo Vikingo de Roskilde y a la catedrática Doris Behrens-Abouseif de la University of London. Gracias a mi editor islandés Jóhann Páll Valdimarsson, a Thora Sigridur Ingolfsdottir y a todos los demás de la editorial JPV, gracias a mi editora italiana Elisabetta Sgarbi de Bompiani y a sus colegas Beatrice Gatti y Valeria Frasca. Y gracias a los expertos de las Autoridades de Patrimonio, al Fabriquero de la iglesia de Ringebu, del Instituto Cartográfico Nacional, de la Central de Estadística y de la Universidad de Oslo.

Gracias a mi muy paciente familia y a mi mujer, se Myhrvold Egeland, que no es sólo una lectora y consejera sincera, sino que soporta miles y miles de horas de Rodríguez literaria.

Y, finalmente, guau a Teddy por su compañía.