CAPÍTULO XV

LA CIUDAD DEL MÁS ALLÁ

Mara sintió que las piernas no la sostenían.

Aquello era increíble, pero…, ¡pero había vuelto al sitio de donde salió!

¡Era la calle donde vivió su tío Fred Seymour!

Incluso… ¡allí estaba su casa!

¡Hasta los coches eran idénticos!

Sólo faltaba que la puerta se abriera y apareciese en el umbral la señorita Krabb.

De pronto Mara ya no pudo más.

Sintió que todo daba vueltas en torno suyo.

Y cayó pesadamente a tierra, con los ojos turbios, hundiendo la cara en la tierra ardiente del desierto.

* * *

No supo cuánto tiempo había estado así, pero cuando recobró el conocimiento ya titilaban en el cielo las estrellas. La quietud y el silencio eran totales. Sólo al cabo de unos minutos el silencio se vio cortado por el aullido interminable de un coyote.

La muchacha se incorporó y se puso de rodillas.

Sentía frío.

En el desierto las temperaturas cambian bruscamente del día a la noche. Ahora el ambiente era gélido.

Pero más gélido se volvió un minuto más tarde. Cuando Mara tuvo motivos para creer que había entrado en su propia tumba.

Porque vio a poca distancia el cadáver de tío Fred.

Y sin un pedazo de su mejilla derecha.

* * *

Las manos agarrotadas de Mara surcaron el aire antes de ir hacia su propio cuello. Allí se hincó las uñas sin darse cuenta. Unas gotitas de sangre resbalaron hasta su garganta, pero ella no las notó. Había perdido de nuevo el conocimiento, atenazada por el horror, cuando las gotas de sangre empezaron a resbalar.

Tampoco supo cuánto tiempo habría estado así.

¿Un minuto? ¿Un día? ¿Una eternidad entera?

Puesto que todo lo que le pasaba estaba fuera de este mundo, no le hubiera extrañado nada encontrarse de pronto en la eternidad. Pero al abrir los ojos se encontró de nuevo en aquel pedazo hostil y frío del desierto. Al fondo se habían encendido unas luces. La calle fantasma estaba tenuemente iluminada.

Miró al frente.

Ni rastro del cadáver de tío Fred.

¿Había sufrido una pesadilla? ¿Lo vio realmente unos minutos antes?

Sí, estaba segura de haberlo visto.

Mara se limpió con un pañuelo las manchas de sangre y avanzó tambaleándose hacia la calle.

Vio los semáforos.

Y el bar.

¡Todo era igual que en la ciudad de Mayden! ¡Era como si hubiera vuelto a ella!

De no ser porque tenía el desierto a su espalda, lo hubiera creído. Mara entró en el bar y se detuvo hipnotizada.

Los taburetes tapizados de rojo.

La barra ovalada.

Los anaqueles de las botellas pintados de un sugestivo color azul.

Susurró:

—Dios mío…

Y hundió la cabeza entre las manos. Se puso a llorar como una niña, sabiendo que nunca más volvería a recobrar la razón. Sabiendo que ahora estaba irremediablemente loca.

Porque todo aquello no podía ser…

… ¡Estaba sufriendo una pesadilla!

Y en aquel momento oyó algo en la calle. Volvió la cabeza, esperanzada, porque aquello era al fin y al cabo un signo de vida. Oyó el ruido de un motor que se ponía en marcha.