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23:50
THE EAGER BEAVER
RENO, NEVADA
Cuando Olivia y Kimmy llegaron, el gordo de la puerta señaló a Olivia y dijo:
—Te has ido temprano. Tienes que recuperar.
Kimmy le enseñó el brazo en cabestrillo.
—Estoy lesionada.
—¿Qué pasa? ¿No puedes desnudarte con eso?
—¿Lo dices en serio?
—Este. —Se señaló la cara—. Este soy yo en serio. Hay tíos que se ponen con estas cosas.
—¿Con un brazo en cabestrillo?
—Claro. Como los que se ponen con amputadas.
—No me han amputado.
—Oye, hay tíos que se ponen con cualquier cosa, ya lo sabes. —El gordo se frotó las manos—. Conocía a uno que se ponía con los michelines. Los michelines.
—Encantador.
—¿Quién es tu amiga?
—Nadie.
Él se encogió de hombros.
—Una poli de Nueva Jersey ha preguntado por ti.
—Ya lo sé. Ya está arreglado.
—Quiero que salgas. Con el cabestrillo.
Kimmy miró a Olivia.
—Me quedaré mirando desde allí arriba. Nadie se fijará en mí.
Olivia asintió.
—Como quieras —dijo.
Kimmy desapareció en la habitación trasera. Olivia se sentó a la mesa.
No vio o no se fijó en la gente. No miró a la bailarina buscando la cara de su hija. La cabeza le iba a cien por hora. Tristeza, una abrumadora tristeza se había apoderado de ella.
«Déjalo —pensaba—. Márchate».
Estaba embarazada. Tenía a su marido en el hospital. Era allí donde estaba su vida. Esto era el pasado. Debía marcharse.
Pero no lo hizo.
Olivia pensó otra vez que las personas maltratadas siempre toman el camino de la autodestrucción. No pueden evitarlo. Lo toman sin pensar en las consecuencias, sin pensar en los peligros. O a veces, como en su caso, lo toman por la razón contraria, porque por mucho que la vida las haya apaleado, no pueden dejar de tener esperanza.
¿No existía la posibilidad de que esta noche se reuniera con el bebé que había dado en adopción hacía tantos años?
La camarera se acercó a la mesa.
—¿Es usted Candace Potter?
No dudó.
—Sí, soy yo.
—Tengo un mensaje para usted.
Le dio una nota a Olivia y se marchó. El mensaje era breve y simple:
Ve a la sala trasera B. Espera diez minutos.
Se sentía como si caminara sobre brasas. La cabeza le daba vueltas. Tenía el estómago en un puño. Tropezó con un hombre por el camino y dijo:
—Perdone.
—Ha sido un placer, guapa —contestó él.
El hombre que iba con él le jaleó. Olivia siguió caminando. Encontró la zona trasera. Encontró la puerta con la letra «B», la misma por la que había entrado hacía unas horas.
La abrió y entró. Sonó el móvil. Ella descolgó.
—No cuelgues.
Era Matt.
—¿Estás en el club?
—Sí.
—Sal de ahí. Creo que ya sé lo que pasa…
—Calla.
—¿Qué?
Olivia estaba llorando.
—Te quiero, Matt.
—Olivia, no sé en qué estás pensando, por favor, sal…
—Te quiero más que a nada en el mundo.
—Escúchame. Sal de ahí…
Ella cerró el teléfono y lo desconectó. Miró a la puerta. Pasaron cinco minutos. Se quedó de pie, sin moverse, sin balancearse, sin mirar a su alrededor. Llamaron a la puerta.
—Adelante —dijo.
Y se abrió la puerta.