58
Loren Muse estaba sentada frente a Harris Grimes, el ayudante del jefe de la oficina de Los Ángeles del FBI. Grimes era uno de los agentes federales más importantes de la región, y no era feliz.
—¿Es consciente de que Adam Yates es amigo mío? —dijo Grimes.
—Es la tercera vez que me lo dice —dijo Loren.
Estaban en una habitación del segundo piso del Washoe Medical Center de Reno. Grimes entornó los ojos y se mordió el labio inferior.
—¿Se está insubordinando, Muse?
—Le he contado lo que pasó tres veces.
—Y volverá a contarlo. Otra vez.
Loren lo hizo. Había mucho que explicar. Le llevó horas. El caso no estaba cerrado. Quedaban muchos interrogantes. Yates estaba en paradero desconocido. Nadie sabía dónde estaba. Pero Dollinger estaba muerto. Loren se estaba enterando de que, él también, era muy querido por sus compañeros.
Grimes se puso de pie y se frotó la barbilla. Había tres agentes más en la habitación, todos con cuadernos en la mano, todos con la cabeza baja y tomando apuntes. Lo sabían. No querían creerlo, pero la cinta de vídeo de Yates y Cassandra hablaba por sí misma. De mala gana tenían que aceptar la teoría de Loren. Simplemente no les hacía gracia.
—¿Tiene idea de adónde puede haber ido Yates? —preguntó Grimes a Loren.
—No.
—Le vieron en nuestra oficina de Reno en Kietzke Lane unos quince minutos antes del incidente en casa de la señora Dale. Habló con un agente especial llamado Ted Stevens, el encargado de seguir a Olivia Hunter desde el aeropuerto.
—Sí. Ya me lo ha dicho. ¿Puedo irme ya?
Grimes se volvió y la despidió con la mano.
—Fuera de mi vista.
Loren se levantó y fue abajo, a la sala de urgencias del primer piso. Olivia Hunter estaba sentada en la recepción.
—Hola —dijo Loren.
—Hola. —Olivia sonrió forzadamente—. He bajado a ver cómo estaba Kimmy.
Olivia no había sufrido heridas de consideración. A Kimmy Dale la estaban atendiendo al final del pasillo. Llevaba el brazo en cabestrillo. La bala sólo había rozado el hueso, pero había dañado gravemente el tejido. Sería doloroso y necesitaría horas de rehabilitación. Pero, en esta era en que hay que sacar a los pacientes enseguida del hospital —seis días después de que a Bill Clinton le abrieran el pecho ya estaba leyendo en su jardín—, terminaron de hacerle preguntas y dejaron que se marchara a casa, con la advertencia de «quedarse en la ciudad».
—¿Dónde está Matt? —preguntó Loren.
—Acaba de salir de cirugía —dijo Olivia.
—¿Ha ido todo bien?
—El médico dice que se pondrá bien.
La bala había rozado el cuello del fémur por debajo de la articulación de la cadera. Los médicos le habían puesto un par de tornillos. Cirugía menor, decían. Estaría fuera y caminando en un par de días.
—Deberías descansar —comentó Olivia.
—No puedo —dijo Loren—. Estoy aceleradísima.
—Sí, yo también. ¿Por qué no vas con Matt por si despierta? Yo iré a buscar a Kimmy y vuelvo enseguida.
Loren cogió el ascensor hasta el tercer piso. Se sentó junto a la cama de Matt. Pensó en el caso, en Adam Yates, en dónde estaría y lo que haría.
Unos minutos después Matt abrió los ojos. La miró.
—Hola, héroe —dijo Loren.
Matt se esforzó por sonreír. Volvió la cabeza a la derecha.
—Olivia…
—Está abajo con Kimmy.
—¿Kimmy está…?
—Está bien. Olivia ha ido a buscarla.
Matt cerró los ojos.
—Necesito que hagas algo por mí.
—¿Por qué no descansas?
Matt meneó la cabeza. Su voz era débil.
—Necesito unos registros telefónicos.
—¿Ahora?
—El móvil —dijo Matt—. La foto. El vídeo. Sigue sin tener sentido. ¿Para qué iban a tomar Yates y Dollinger esas fotos?
—No lo hicieron ellos. Fue Darrow.
—¿Por qué…? —Matt volvió a cerrar los ojos—. ¿Por qué lo haría?
Loren pensó un momento. De repente Matt abrió los ojos.
—¿Qué hora es?
Loren miró su reloj.
—Las once y media.
—¿De la noche?
—Por supuesto que de la noche.
Entonces Loren se acordó. La cita a medianoche. En el Eager Beaver. Tomó rápidamente el teléfono y llamó a la recepcionista de urgencias.
—Soy la investigadora Muse. Estaba aquí hace un momento con una mujer llamada Olivia Hunter. Esperaba a una paciente llamada Kimmy Dale.
—Sí —dijo la recepcionista—. La he visto.
—¿Siguen ahí?
—¿Quién? ¿La señora Dale y la señora Hunter?
—Sí.
—No, se marcharon en cuanto usted se fue.
—¿Se marcharon a dónde?
—Se metieron en un taxi.
Loren colgó.
—Se ha ido.
—Dame el teléfono —dijo Matt, que seguía echado en la cama.
Ella le puso el teléfono junto a la oreja. Matt le dio el número del móvil de Olivia. El teléfono sonó tres veces hasta que salió la voz de Olivia.
—Soy yo —dijo Matt.
—¿Estás bien? —preguntó Olivia.
—¿Dónde estás?
—Ya sabes dónde.
—Todavía crees…
—Ha llamado, Matt.
—¿Qué?
—Ha llamado al móvil de Kimmy. Alguien ha llamado. Ha dicho que la cita seguía en pie, pero sin polis, ni maridos, ni nadie. Vamos para allá.
—Olivia, tiene que ser un montaje. Ya lo sabes.
—No pasará nada.
—Loren va para allá.
—No. Por favor, Matt. Sé lo que hago. Por favor.
Y Olivia colgó.