54
Cuando el avión aterrizó, Cal Dollinger se puso al mando. Yates ya estaba acostumbrado. Muchos creían equivocadamente que Dollinger era sólo la fuerza bruta y Yates el cerebro. En realidad su relación había estado siempre más cerca de la asociación política. Adam Yates era el candidato que se mantenía impoluto. Cal Dollinger estaba entre bastidores y dispuesto a ponerse desagradable.
—Adelante —dijo Dollinger—. Llama.
Yates llamó a Ted Stevens, el agente que habían asignado a seguir a Olivia Hunter.
—Eh, Ted, ¿aún la sigues? —preguntó Yates.
—Estoy en ello.
—¿Dónde está?
—No se lo va a creer. La señora Hunter bajó del avión y se fue directamente a un local de strippers llamado Eager Beaver.
—¿Sigue allí?
—No, se ha ido con una stripper negra. Las he seguido hasta un tugurio de la parte oeste de la ciudad. —Stevens le dio la dirección.
Yates la repitió para Dollinger.
—Así que Olivia Hunter sigue en la caravana de la stripper —preguntó Yates.
—Sí.
—¿Hay alguien con ellas?
—No, están solas.
Yates miró a Dollinger. Habían hablado de cómo apartar a Stevens del caso y montar el escenario para lo que estaba a punto de ocurrir.
—De acuerdo, gracias, Ted. Déjalas por ahora. Nos vemos en el despacho de Reno dentro de diez minutos.
—¿Van a relevarme? —preguntó Stevens.
—No es necesario —dijo Yates.
—¿Qué pasa?
—Olivia Hunter solía trabajar en los clubes para Pelambreras. Ayer la descubrimos.
—¿Sabe mucho?
—Sabe suficiente —dijo Yates.
—¿Qué hace con la negra?
—Bueno, nos prometió que intentaría convencer a una mujer llamada Kimmy Dale, una bailarina negra que trabaja en el Eager Beaver, para que cantara. Hunter nos dijo que Dale sabía mucho. Así que le hemos dado cuerda, a ver si mantiene su palabra.
—Parece que sí.
—Sí.
—Entonces vamos bien.
Yates miró a Dollinger.
—Siempre que Pelambreras no se entere, sí, creo que vamos bien. Nos veremos en el despacho dentro de diez minutos, Ted. Ya hablaremos.
Yates colgó. Estaban en la explanada, buscando la salida. Él y Dollinger caminaban hombro con hombro, como hacían desde la escuela elemental. Vivían en la misma calle, en Henderson, en las afueras de Las Vegas. Sus esposas eran compañeras de universidad y todavía eran inseparables. El hijo mayor de Dollinger era íntimo amigo de la hija de Yates, Anne. La llevaba cada mañana a la escuela.
—Tiene que haber otra forma —dijo Yates.
—No la hay.
—Estamos cruzando una línea, Cal.
—Ya las hemos cruzado.
—No de esta manera.
—No, no de esta manera —convino Cal—. Tenemos familia.
—Lo sé.
—Entonces haz los cálculos. Por un lado, hay una persona, Candace Potter, una exstripper, probablemente una exprostituta, que se relacionaba con pringados como Clyde Rangor y Emma Lemay. Esto está en un lado de la ecuación, ¿no?
Yates asintió, sabiendo lo que venía a continuación.
—Por otro lado hay dos familias. Dos maridos, dos esposas, tres hijos tuyos, dos míos. Tú y yo, puede que no seamos tan inocentes, pero el resto lo son. Así que eliminamos la vida de una exprostituta, tal vez dos si no puedo apartarla de esa Kimmy Dale, o dejamos que siete vidas, vidas que valen la pena, se hagan pedazos.
Yates mantuvo la cabeza baja.
—Ellos o nosotros —dijo Dollinger—. En este caso, no es una elección difícil.
—Debería ir contigo.
—No. Es necesario que estés en la oficina con Ted. Tú vas a crear el escenario del asesinato. Cuando se descubra el cadáver de Hunter, debe parecer un golpe de la mafia para mantener en silencio a una confidente.
Salieron del aeropuerto. La noche empezaba a caer.
—Lo siento —dijo Yates.
—Tú me has salvado la piel muchas veces, Adam.
—Debería haber otra manera —repitió Yates—. Seguro que hay otra manera.
—Ve a la oficina —dijo Dollinger—. Te llamaré cuando haya terminado.