53
Matt bajó del avión y salió rápidamente del aeropuerto. Nadie le detuvo. Se sentía exaltado. Lo había conseguido. Había llegado a Reno con horas de sobra.
Paró un taxi.
—488 Center Lane Drive.
El viaje transcurrió en silencio. Cuando llegaron a la dirección, Matt echó un vistazo al Eager Beaver a través de la ventanilla. Pagó al taxista, bajó y se metió en el local.
Era de esperar, pensó para sí mismo.
Aunque no hubiera pensado que el 488 de Center Lane Drive fuera un local de strippers, tampoco le sorprendió mucho. Olivia pasaba algo por alto en aquel asunto. Matt lo veía. Incluso comprendía la razón. Quería encontrar a su hija. Eso la había cegado un poco. Ella no percibía lo que para él era obvio: aquel embrollo iba más allá de una adopción o incluso de un montaje para extorsionar dinero.
Todo se originaba en las fotos que le habían mandado al móvil.
Al familiar de un chica enferma no le interesa poner celoso al marido. Un gángster de poca monta que persigue un buen negocio no pierde el tiempo rompiendo matrimonios.
Había un motivo para ir más lejos. Matt no estaba seguro, pero sabía que era algo malo, algo por lo que quien estuviera detrás quisiera arrastrarlos hasta un local de esa categoría.
Una vez dentro encontró una mesa en un rincón. Echó un vistazo a su alrededor, esperando ver a Olivia. No la vio. Tres chicas ondulaban lentamente en el escenario. Intentó imaginarse a su preciosa mujer, la que hacía que los afortunados que la conocían se sintieran mejor, allí arriba. Curiosamente no era tan difícil de imaginar. Más que confundirlo, la impactante confesión de Olivia lo explicaba todo. Por eso ella tenía esa pasión por las cosas que la mayoría considera corrientes, por eso deseaba tanto tener una familia, un hogar, la vida en las afueras. Anhelaba lo que los demás consideran al mismo tiempo su normalidad y su sueño. Ahora Matt lo entendía en todo su sentido.
Aquella vida. La vida que intentaban construir juntos. Ella tenía razón: valía la pena esforzarse por conseguirla.
Se le acercó una camarera y Matt pidió un café. Necesitaba un chute de cafeína. Ella se lo trajo. Era sorprendentemente bueno. Mientras lo bebía observó a las chicas e intentó reflexionar un poco, pero no se le ocurrió nada nuevo.
Se levantó y preguntó si tenían teléfono público. El portero, un gordo con la cara marcada de viruela, le señaló uno con el pulgar. Matt llevaba una tarjeta prepago. Siempre llevaba una, algo que también había aprendido en la celda, creía. La verdad es que una tarjeta se podía localizar. Se podía descubrir de dónde procedía e incluso quién la había comprado. Algún día. El mejor ejemplo era la localización de una llamada con tarjeta telefónica en el caso del atentado de Oklahoma. Pero tardaron. Podrían utilizarlo para procesarle, pero a Matt ya no le preocupaba.
Llevaba el móvil apagado. Si se llevaba encendido, se corría el riesgo de delatar el paradero. La localización de móviles, incluso sin llamada, es un hecho. Apretó los dígitos del número 800, después su código y a continuación la línea privada de Mediana Edad en el despacho.
—Kier.
—Soy yo.
—No digas nada que no quieras que otros oigan.
—Entonces habla tú, Ike.
—Olivia está bien.
—¿La retuvieron?
—No. Se ha… ido.
Era una buena noticia.
—¿Y?
—Espera. —Dejó el teléfono.
—Hola, Matt.
Era Cingle.
—He hablado con esa investigadora que conoces. Espero que no te importe, pero me tenían entre la espada y la pared.
—Lo entiendo.
—De todos modos nada de lo que dije puede perjudicarte.
—No te preocupes por eso —dijo Matt.
Matt miraba en dirección a la entrada del club. Cingle le estaba diciendo algo más, algo sobre Darrow y Talley, pero otra cosa le distrajo.
Matt casi dejó caer el teléfono cuando vio quién acababa de entrar en el Eager Beaver. Era Loren Muse.
Loren Muse enseñó la placa al gordo de la puerta.
—Estoy buscando a una de sus bailarinas. Se llama Kimmy Dale.
El gordo se limitó a mirarla.
—¿Me ha oído?
—Sí.
—¿Y?
—Y su identificación pone Nueva Jersey.
—Sigo siendo un agente de policía.
El gordo meneó la cabeza.
—Está fuera de su jurisdicción.
—¿Es abogado usted, o qué?
El gordo la señaló con el dedo.
—Muy buena. Adiós, adiós.
—He dicho que estoy buscando a Kimmy Dale.
—Y yo he dicho que aquí no tiene jurisdicción.
—¿Quiere que traiga a la policía local?
Él se encogió de hombros.
—Si eso la complace, guapa, adelante.
—Le puedo complicar la vida.
—Mire. —El gordo sonrió y señaló su propia cara—. Mire cómo tiemblo.
Sonó el móvil de Loren. Ella dio un paso a la derecha. La música estaba muy alta. Loren se llevó el móvil a la oreja derecha y se tapó la izquierda con un dedo. Entornó los ojos, como si así pudiera mejorar la conexión.
—¿Diga?
—Quiero hacer un trato contigo.
Era Matt Hunter.
—Te escucho.
—Me entregaré a ti y sólo a ti. Iremos a algún sitio y esperaremos allí hasta la una de la madrugada.
—¿Por qué hasta la una?
—¿Crees que he matado a Darrow o a Talley?
—Te reclaman para interrogarte.
—No te he preguntado eso. Te pregunto si crees que les he matado yo.
Ella frunció el ceño.
—No, Matt. No creo que tengas nada que ver con eso. Pero tu esposa sí. Sé quién es. Se ha escondido y ha huido durante mucho tiempo. Deduzco que Max Darrow descubrió que estaba viva, que fue tras ella y que tú te encontraste en medio.
—Olivia es inocente.
—De eso no estoy tan segura —dijo Loren.
—Mi trato sigue en pie. Me entregaré a ti. Vayamos a otro sitio y hablemos de esto.
—¿A otro sitio? No sabes dónde estoy.
—Sí —dijo Matt—. Sé exactamente dónde estás.
—¿Cómo?
Loren oyó un clic. Maldita sea, le había colgado. Estaba a punto de llamar para que localizaran la llamada cuando sintió que le tocaban el hombro. Se volvió y lo vio detrás de ella, como si se hubiera materializado sin más.
—¿Qué? —dijo Matt—. ¿Hago bien en confiar en ti?