42
Lance Banner se acercó a la puerta de la casa de Marsha Hunter.
Le acompañaban dos agentes de uniforme agotados. Ambos hombres tenían esa barba de tres días indecisa entre una cara que necesita un afeitado y una barba de moda, el final de un turno de noche poco ajetreado en Livingston. Eran chicos jóvenes, bastantes nuevos en el cuerpo. Caminaron en silencio. Les oía respirar pesadamente. Ambos hombres habían engordado recientemente. Lance no estaba seguro de la razón, de por qué los nuevos reclutas siempre engordaban en su primer año en el cuerpo, pero le costaría mucho dar ejemplos de casos en que no sucediera.
Lance tenía un conflicto. Tenía dudas sobre su encuentro con Matt el día anterior. Aunque tuviera antecedentes, aunque hubiera cambiado, Hunter no se merecía que le sometieran al acoso patoso y tonto de Banner. Porque había sido una estupidez, de eso no había ninguna duda, intimidar a un supuesto intruso como un sheriff paleto de una mala película.
La noche anterior Matt Hunter se había mofado del ingenuo intento de Lance de mantener alejado el mal de su pulcro pueblo. Pero Matt no lo había entendido. Lance no era ingenuo. Comprendía que no había un campo de fuerzas protectoras alrededor de la fértil extensión suburbana. Esa era la cuestión. Se trabaja para montar una vida. Se conoce a personas que piensan igual y se construye una gran comunidad. Después no se esfuerza por conservarla. Hay un problema en potencia, no hay que dejar que se encone. Se elimina. Ser proactivo. Eso era lo que había hecho con Matt Hunter. Eso era lo que hombres como Lance Banner hacían por sus pueblos. Eran los soldados, la línea del frente, los pocos que hacían el turno de noche para que los demás, incluida la familia de Lance, pudieran dormir tranquilos.
Así que, cuando sus compañeros empezaron a hablar de hacer algo, cuando la propia esposa de Lance, Wendy, que había ido a la escuela con la hermana pequeña de Matt Hunter y creía que era una «reina engreída», empezó a darle la lata porque un asesino convicto iba a mudarse al barrio, cuando uno de los concejales le había comunicado la más severa de las inquietudes suburbanas —«Lance, ¿te das cuenta del mal que puede hacer a los valores tradicionales?»— había actuado.
Y ahora no estaba seguro de si se arrepentía o no.
Pensó en su conversación con Loren Muse el día anterior. Le había preguntado sobre Matt Hunter. ¿Había visto Lance señales tempranas de psicosis? La respuesta era un no bastante rotundo. Hunter era blando. Lance recordaba haberle visto llorar en un partido de la Liga Infantil por perder un balón. Su padre le había consolado mientras Lance se maravillaba de lo crío que podía ser el chico. Pero —y eso podía ser lo contrario del estudio de Loren sobre señales tempranas de problemas— sin duda los hombres pueden cambiar. No estaba todo decidido a los cinco años o lo que le hubiera dicho Loren.
La trampa era que el cambio siempre, siempre, era para peor.
Si descubres a un joven psicótico, nunca cambiará para convertirse en alguien productivo. Nunca. Pero sí puedes encontrar muchos chicos, chicos simpáticos que crecieron con buenos valores, buenos chicos que respetaban la ley y querían al prójimo, chicos pacíficos que aborrecían la violencia y querían mantenerse dentro de los márgenes de la ley, y descubrir que muchos de esos chicos hacían cosas terribles.
¿Quién sabía por qué? A veces sólo era, como en el caso de Hunter, una cuestión de mala suerte, pero es que todo era cuestión de suerte, ¿no? La educación, la familia, la experiencia de la vida, las condiciones, todo, sólo eran chorradas. Matt Hunter estaba en un mal sitio en un mal momento. Ahora ya no tenía importancia. Se le veía en los ojos. Se veía en la forma como Hunter caminaba, el cabello gris prematuro, la forma como pestañeaba, la tensión en la sonrisa.
La mala suerte persigue a algunas personas. Les atrapa y no los suelta.
Y por simple que parezca, no quieres tener a esas personas cerca.
Lance llamó a la puerta de la casa de Hunter. Los dos agentes se quedaron detrás de él en formación de «V». El sol había iniciado su ascenso. Escucharon.
No oyeron nada.
Vio el timbre. Sabía que Marsha Hunter tenía dos niños pequeños. Si Matt no estaba, se sentiría mal por haberlos despertado, pero no podía evitarlo. Apretó el timbre y oyó la campana.
Tampoco nada.
Por probar, Lance intentó abrir la puerta, con la esperanza de que estuviera abierta. Estaba cerrada.
El agente a la derecha de Lance se agitó un poco.
—¿La echamos abajo?
—Todavía no. Ni siquiera sabemos si está aquí.
Volvió a llamar al timbre, y está vez lo apretó hasta que sonó tres veces.
El otro policía dijo:
—Detective…
—Démosle unos segundos más —dijo Lance.
Como si le hubieran oído, se encendió la luz del vestíbulo. Lance intentó mirar a través del cristal opaco, pero la imagen se distorsionaba demasiado. Mantuvo la cara pegada al cristal buscando movimiento.
—¿Quién es?
La voz de la mujer parecía asustada, lo cual era comprensible dadas las circunstancias.
—Soy el detective Lance Banner, de la policía de Livingston. ¿Puede abrir la puerta, por favor?
—¿Quién?
—El detective Lance Banner, de la policía de Livingston. Abra la puerta por favor.
—Espere un momento.
Esperaron. Lance no dejó de mirar a través del cristal. Pudo distinguir una figura borrosa que bajaba la escalera. Marsha Hunter, supuso. Sus pasos eran tan asustados como su voz. Oyó que se abría una cerradura y se corría una cadena, y después se abrió la puerta.
Marsha Hunter llevaba una bata bien anudada a la cintura. La bata era vieja y de franela. Parecía de hombre. Lance pensó por un momento que debía de ser de su difunto marido. Tenía el pelo erizado. No llevaba maquillaje, por supuesto, y aunque Lance siempre la había considerado una mujer atractiva, estaba claro que el maquillaje hacía mucho.
Marsha miró a Lance, después a los dos agentes en su estela, y otra vez a Lance.
—¿Qué quiere a estas horas?
—Estamos buscando a Matt Hunter.
Ella entornó los ojos.
—Yo le conozco a usted.
Lance no dijo nada.
—Entrenó a mi hijo el año pasado en el equipo de fútbol. Tiene un hijo de la edad de Paul.
—Sí señora.
—Nada de señora —dijo ella con voz seca—. Me llamo Marsha Hunter.
—Sí, lo sé.
—Somos sus vecinos, ¡por Dios! —Marsha volvió a escrutar a los dos agentes y fijó la mirada en Lance—. Sabe que vivo sola con dos niños —dijo— y aun así ¿nos despierta con la guardia de asalto?
—Necesitamos hablar con Matt Hunter.
—Mami…
Lance reconoció al niño que bajaba la escalera. Marsha lanzó a Lance una mala mirada y se volvió hacia su hijo.
—Vete a la cama, Ethan.
—Pero, mamá…
—Subiré enseguida. Vuelve a la cama. —Se volvió hacia Lance—. Me sorprende que no lo sepa.
—¿Que no sepa qué?
—Matt no vive aquí —dijo Marsha—. Vive en Irvington.
—Su coche está frente a la casa.
—¿Y qué?
—¿Está aquí?
—¿Qué pasa?
Había otra mujer en lo alto de la escalera.
—¿Quién es usted? —preguntó Lance.
—Me llamo Olivia Hunter.
—¿Olivia Hunter, la esposa de Matt Hunter?
—¿Disculpe?
Marsha miró a su cuñada.
—Me preguntaba por qué está tu coche frente a la casa.
—¿A estas horas? —preguntó Olivia Hunter—. ¿Por qué quiere saberlo?
—Están buscando a Matt.
—¿Sabe dónde está su marido, señora Hunter?
Olivia Hunter empezó a bajar la escalera. Sus pasos también eran desconfiados. Puede que eso le hiciera saltar la alarma. O tal vez fuera su ropa. Al fin y al cabo iba vestida. Con ropa de calle. Vaqueros y sudadera. No llevaba pijama. Ni bata, ni camisón. A esas horas.
No tenía sentido.
Cuando Lance miró a Marsha Hunter, se dio cuenta. Algo en la expresión de su cara. Maldita sea, ¿cómo había podido ser tan estúpido? La luz, la bajada de la escalera, el paso calmoso al bajar… Era todo demasiado lento.
Se volvió hacia los agentes.
—Mirad detrás. Deprisa.
—Espere. —Olivia gritó demasiado—. ¿Por qué van a mirar detrás?
Los policías echaron a correr, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Lance miró a Marsha. Ella se la devolvió desafiadoramente.
Entonces oyeron gritar a una mujer.
—¿Qué pasa? —preguntó Olivia.
—Era Mediana Edad —dijo Matt—. Charles Talley y Max Darrow están muertos.
—Dios mío.
—Y si no me equivoco —siguió Matt, gesticulando hacia la ventana—, esos polis han venido a arrestarme por sus asesinatos.
Olivia cerró los ojos, e intentó mantener la calma.
—¿Qué quieres hacer?
—Tengo que salir de aquí.
—Querrás decir que tenemos que salir de aquí.
—No.
—Iré contigo, Matt.
—No te quieren a ti. No tienen nada contra ti. Como mucho, creen que engañaste a tu marido. Tú niégate a responder sus preguntas. No pueden retenerte.
—Y tú huyes y ya está.
—No tengo alternativa.
—¿Adónde irás?
—Ya lo pensaré. Pero no podemos comunicarnos. Vigilarán la casa e interceptarán el teléfono.
—Necesitamos un plan, Matt.
—¿Qué te parece esto? —dijo él—. Quedamos en Reno.
—¿Qué?
—Mañana a medianoche. En la dirección que dijiste: 488 Center Lane Drive.
—Todavía crees que hay alguna posibilidad de que mi hija…
—Lo dudo —dijo Matt—. Pero también dudo que Darrow y Talley hicieran esto por su cuenta.
Olivia vaciló.
—¿Qué?
—¿Cómo vas a cruzar el país tan deprisa?
—No lo sé. Si no lo logro, ya pensaremos en algo. Mira, no es un gran plan, pero no tenemos tiempo para pensar nada mejor.
Olivia avanzó un paso. Él volvió a sentirlo en su pecho, el agradable tecleo. Nunca le había parecido tan bonita y tan vulnerable.
—¿Nos queda tiempo para que me digas que todavía me quieres?
—Te quiero. Más que nunca.
—¿Así sin más?
—Así sin más —dijo.
—¿Incluso después…?
—Incluso después.
Ella meneó la cabeza.
—Eres demasiado bueno para mí.
—Sí, soy una joya.
Olivia se rio entre sollozos. Él la abrazó.
—Ya hablaremos de esto, pero ahora mismo tenemos que encontrar a tu hija.
Algo que ella había dicho, sobre que en la vida valía la pena el esfuerzo, resonó dentro de él, incluso más que sus revelaciones. Se esforzaría. Se esforzaría por los dos.
Olivia asintió, se secó las lágrimas.
—Toma, sólo tengo veinte dólares.
Matt los cogió. Se arriesgaron a mirar un momento por la ventana. Lance se acercaba a la puerta principal, flanqueado por los dos policías. Olivia se puso delante de Matt, como si se dispusiera a recibir una bala.
—Sal por detrás —dijo Olivia—. Yo despertaré a Marsha y le contaré lo que pasa. Intentaremos retenerles.
—Te quiero —dijo Matt.
Ella le sonrió tristemente.
—Me alegro de saberlo. —Se besaron rápida y apasionadamente—. No dejes que te pase nada —dijo.
—No lo permitiré.
Matt bajó la escalera y fue a la puerta trasera. Olivia ya estaba en la habitación de Marsha. No estaba bien meterla en eso, pero ¿qué remedio les quedaba? Desde la cocina vio que otro coche de policía aparcaba frente a la casa.
Llamaron a la puerta.
No había tiempo. Matt tenía un plan. No estaba lejos de East Orange Water Reservation, y era zona de bosque. De pequeño Matt lo había cruzado miles de veces. Una vez dentro sería difícil que le localizaran. Podría encontrar el camino a Short Hills Road y desde allí, bien, sí que necesitaría ayuda.
Sabía dónde buscarla.
Tenía la mano en la manilla. Matt oyó que Lance Banner tocaba el timbre. Hizo girar el pomo y abrió la puerta.
Había alguien delante de la puerta. Matt casi se muere del susto.
—Matt.
Era Kyra.
—Matt, ¿qué pa…?
Él le indicó que se callara y la hizo entrar.
—¿Qué pasa? —susurró Kyra.
—¿Qué haces despierta?
—Es que… —Se encogió de hombros—. He visto los coches de policía. ¿Qué pasa?
—Es una larga historia.
—La investigadora ha venido antes. Me ha preguntado por ti.
—Ya lo sé.
Los dos oyeron gritar a Marsha.
—Ya voy.
Los ojos de Kyra se abrieron mucho.
—¿Intentas huir?
—Es una larga historia.
Sus ojos se encontraron. Se preguntó qué iba a hacer Kyra. No quería involucrarla. Si gritaba, lo comprendería. Era sólo una niña. No tenía nada que ver con aquel asunto y ningún motivo para confiar en él.
—Vete —susurró Kyra.
Matt no esperó ni le dio las gracias. Salió. Kyra le siguió, y se dirigió en sentido contrario hacia su habitación. Matt vio el columpio que Bernie y él habían instalado hacía mil años. El día que lo montaron hacía un calor absurdo. Los dos se habían quitado la camisa. Marsha les esperaba en el porche con unas cervezas. Bernie quería instalar una tirolina, pero Marsha se había puesto firme con el argumento, cabal desde el punto de vista de Matt, de que eran peligrosas.
Las cosas que se recuerdan…
El patio era demasiado abierto, no había árboles, ni matorrales, ni rocas. Bernie lo había limpiado bastante con la idea de poner algún día una piscina, otro sueño, ni que fuera menor, que había muerto con él.
Había bases blancas pintadas en forma de diamante y dos porterías pequeñas de fútbol. Empezó a cruzar el césped. Kyra había vuelto a su cuarto.
Matt oyó el jaleo.
—¡Espere! —Era la voz de Olivia. Gritaba intencionadamente para que él la oyera—. ¿Por qué van a mirar detrás?
No había tiempo para dudas. Estaba en campo abierto. ¿Debía echar a correr como un desesperado? No podía elegir. Corrió al jardín del vecino. Esquivó los parterres de flores, una preocupación bien tonta dadas las circunstancias, pero los esquivó. Se arriesgó a mirar atrás.
Un agente había doblado la esquina de la casa hacia la parte trasera.
Maldita sea.
No le habían visto todavía. Buscó un lugar donde esconderse. Los vecinos tenían un cobertizo de herramientas. Matt se agachó detrás. Apretó la espalda contra él, como había visto hacer en las películas. Un gesto inútil. Se palpó el cinturón.
Ahí estaba la pistola.
Matt se arriesgó a echar una ojeada.
El policía miraba directamente hacia él.
O eso parecía. Matt se retiró rápidamente. ¿Le había visto el agente? Quién sabe. Esperó a que alguien gritara: «Eh, está allí, en el jardín de al lado, detrás del cobertizo».
No oyó nada.
Deseaba echar otra mirada.
No podía arriesgarse.
Se quedó quieto y esperó.
Entonces oyó una voz, otro policía, imaginó.
—Sam, ¿tú ves algo?
La voz era entrecortada, como de una radio.
Matt contuvo el aliento. Aguzó los oídos. Pasos. ¿Oía pasos? No estaba del todo seguro. No sabía si volver a mirar. Si se estaban acercando a él, ¿qué mal haría? De todos modos lo pillarían.
Estaba todo en silencio.
Si los polis le estuvieran buscando activamente, se llamarían unos a otros. Si estaban tan en silencio, como ahora, sólo podía haber una explicación.
Le habían visto. Se acercaban sigilosamente.
Matt volvió a escuchar.
Algo chocó. Como algo colgado del cinturón de un policía.
No había ninguna duda, iban a por él. A Matt se le aceleró el corazón. Lo sentía martilleando en el pecho. Encerrado. Otra vez. Se imaginó lo que ocurriría: el arresto brutal, las esposas, el asiento trasero del coche patrulla…
Cárcel.
El miedo lo atenazó. Se le acercaban. Se lo llevarían y lo tirarían a un agujero. Nunca le escucharían. Le encerrarían. Era un exconvicto. Otro hombre había muerto tras una pelea con Matt Hunter. Lo demás no tenía importancia. Le machacarían.
¿Y qué sería de Olivia si le detenían a él?
Ni siquiera podría explicar la verdad, aunque quisiera, porque entonces ella acabaría en la cárcel. Y si había algo que le aterrorizara más que su propia encarcelación…
Matt no supo muy bien cómo pero de repente tenía la máuser Mi en la mano.
«Cálmate —se dijo—. No vamos a disparar a nadie». Pero podía usarla para amenazar, ¿o no? Excepto que allí había varios policías, cuatro o cinco como mínimo, y probablemente más en camino. Ellos también sacarían el arma. ¿Entonces qué? ¿Estarían despiertos Ethan y Paul?
Se deslizó hacia la parte trasera del cobertizo. Se arriesgó a echar una ojeada.
Había dos policías a no más de dos metros de distancia de él.
Le habían visto. No había ninguna duda. Se dirigían hacia él.
No había escapatoria. Matt apretó la pistola y se preparó para correr cuando algo le llamó la atención en el patio de Marsha.
Era Kyra.
Debía de haber estado observando todo el rato. Estaba de pie junto a la puerta del garaje. Sus ojos se encontraron. Matt vio algo en ella que le pareció una sonrisa. Estuvo a punto de menear negativamente la cabeza, pero no lo hizo.
Kyra chilló.
El grito rompió el aire y resonó en los oídos. Los dos policías se volvieron hacia ella y dieron la espalda a Matt. Kyra volvió a chillar. Los policías corrieron hacia ella.
—¿Qué pasa? —gritó uno de ellos.
Matt no dudó. Utilizó la distracción de Kyra y corrió en dirección contraria, hacia el bosque. Ella volvió a chillar. Matt no miró atrás, hasta que llegó a la protección de los árboles.