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El coche de Lance Banner seguía aparcado al otro lado de la calle, frente a la casa de Marsha.

—¿Le conoces? —preguntó Olivia.

—Sí. Fuimos juntos a la escuela. Es policía de la ciudad.

—¿Ha venido a interrogarte sobre la agresión?

Matt no contestó. Tenía sentido, suponía. Con el arresto de Cingle, seguramente la policía quería tener un informe completo. O quizás el nombre de Matt, como víctima o testigo, se hubiera emitido por la radio de la policía y Lance lo había oído. Tal vez sólo se trataba de más acoso.

De todos modos, no era muy importante. Si Lance llamaba a la puerta, Matt le diría que se marchara. Estaba en su derecho. No podían arrestar a una víctima por no rellenar la denuncia cuando ellos querían.

—¿Matt?

Se volvió hacia Olivia.

—Estabas diciendo que no te encontraron ellos. Que les encontraste tú.

—Sí.

—No sé si te entiendo.

—Porque esta es la parte más difícil —dijo Olivia.

Matt pensó —no, esperó— que estaba bromeando. Intentaba aguantar el tipo, intentaba compartimentar, racionalizar o simplemente bloquear.

—He dicho muchas mentiras —dijo—. Pero esta última es la peor.

Matt se quedó junto a la ventana.

—Me convertí en Olivia Hunter. Ya te lo he dicho. Candace Potter estaba muerta para mí. Pero… había una parte de ella que no podía dejar atrás.

Se calló.

—¿Qué es? —preguntó Matt con voz suave.

—Cuando tenía quince años quedé embarazada.

Cerró los ojos.

—Estaba muy asustada, y lo disimulé hasta que fue demasiado tarde. Cuando rompí aguas, mi madre de acogida me llevó a una consulta médica. Me hicieron firmar un montón de papeles. Me dieron dinero. No sé cuánto porque nunca lo vi. El médico me sedó. Tuve al bebé. Cuando me desperté…

Se le quebró la voz. Se rehízo y dijo:

—Ni siquiera llegué a saber si había sido niño o niña.

Matt siguió mirando el coche de Lance. Sintió que algo se le rompía por dentro.

—¿Y el padre?

—Salió pitando en cuanto supo que estaba embarazada. Me rompió el corazón. Se mató en un aparatoso accidente de coche un par de años después.

—¿Y nunca supiste dónde fue a parar el bebé?

—No. Nada de nada. En cierto modo ya me parecía bien. Aunque hubiera querido intervenir en su vida, no podía, dada mi situación. Pero eso no significa que no me importara. O que no pensara en lo que habría sido de ella.

Hubo un momento de silencio. Matt se volvió y miró a su esposa.

—Has dicho «ella».

—¿Qué?

—Ahora mismo. Primero has dicho que no sabías si era un niño o una niña. Después has dicho que no querías interferir en su vida y que te preguntabas qué habría sido de ella.

Olivia no dijo nada.

—¿Cuánto tiempo hace que sabes que tuviste una niña?

—Sólo unos días.

—¿Cómo te enteraste?

Olivia sacó otra hoja de papel.

—¿Sabes algo de los grupos de apoyo a niños adoptados en la red?

—No, no mucho.

—Hay unas páginas donde los hijos adoptados insertan su nombre para buscar a sus padres biológicos y viceversa. Yo siempre miraba. Por pura curiosidad. Nunca pensé que encontraría nada. Candace Potter había muerto hacía tiempo. Aunque su hija buscara a la madre biológica, le dirían lo que había pasado y abandonaría. De todos modos, no podía decir nada. Había hecho un pacto. Encontrarme sólo podía traer problemas a mi hijo.

—Pero igualmente mirabas la página.

—Sí.

—¿Con qué frecuencia?

—¿Es importante eso, Matt?

—Supongo que no.

—¿No entiendes por qué lo hacía?

—No, sí lo entiendo —dijo Matt, aunque no estaba seguro de que fuera verdad—. ¿Qué pasó entonces?

Olivia le alargó una hoja de papel.

—Encontré esto.

El papel estaba arrugado y era evidente que lo había doblado y desdoblado muchas veces. La fecha de arriba era de hacía cuatro semanas. Leyó:

Este es un mensaje urgente y debe ser mantenido en estricto secreto. Nuestra hija fue adoptada hace dieciocho años en la consulta del doctor Eric Tequesta en Meridian, Idaho, el 12 de febrero. El nombre de la madre biológica es Candace Potter, fallecida. No tenemos ninguna información del padre.

Nuestra hija está muy enferma. Necesita urgentemente una donación de riñón de un pariente cercano. Estamos buscando parientes sanguíneos que puedan ser compatibles. Por favor, si es pariente de la difunta Candace Potter, póngase en contacto con nosotros en…

Matt siguió leyendo y releyendo el mensaje.

—Tenía que hacer algo —dijo Olivia.

Matt asintió, atontado.

—Mandé un correo electrónico a los padres. Al principio fingí ser una vieja amiga de Candace Potter, pero no quisieron darme información. No sabía qué hacer. Así que volví a escribir y dije que era de la familia. Y entonces todo tomó un giro muy raro.

—¿Cómo?

—Creo que… No lo sé…, de repente los padres se volvieron desconfiados. Por eso quedamos para vernos en persona. Quedamos en un sitio y una hora.

—¿En Newark?

—Sí. Incluso me reservaron una habitación. Tenía que registrarme en el hotel y esperar a que se pusieran en contacto conmigo. Así lo hice. Por fin me llamó un hombre y me dijo que fuera a la habitación 508. Cuando llegué, el hombre dijo que tenía que registrarme el bolso. Supongo que fue entonces cuando me quitó el teléfono. Después me dijo que me metiera en el cuarto de baño y me pusiera una peluca y un vestido. No entendía por qué, pero me dijo que iríamos a un sitio y que no quería que nos reconocieran. Estaba demasiado asustada para no hacerle caso. Él también se puso una peluca, una peluca negra. Cuando salí me dijo que me sentara en la cama. Él caminó hacia mí, tal como lo viste. Cuando llegó a la cama, se paró y dijo que sabía quién era yo. Si quería salvar la vida de mi hija, tenía que transferir un dinero a su cuenta. Tenía que tenerlo preparado.

—¿Lo hiciste?

—Sí.

—¿Cuánto?

—Cincuenta mil dólares.

Matt asintió, fingiendo calma. Todo el dinero que tenían.

—¿Y entonces qué?

—Me dijo que necesitaría más. Otros cincuenta mil. Le dije que no tenía tanto dinero. Discutimos. Finalmente le dije que le daría más dinero cuando viera a mi hija.

Matt miró a otro lado.

—¿Qué? —preguntó Olivia.

—¿No empezabas a desconfiar?

—¿De qué?

—De que se tratara de un timo.

—Claro —dijo Olivia—. He leído sobre timadores que fingían tener información sobre desaparecidos en Vietnam. Hacían que la familia les diera dinero para seguir buscando. Las familias estaban tan deseosas de que fuera cierto que no se daban cuenta de que era una estafa.

—¿Y?

—Candace Potter estaba muerta —dijo ella—. ¿Por qué querría alguien sacar dinero de una muerta?

—Tal vez alguien llegara a la conclusión de que estabas viva.

—¿Cómo?

—No lo sé. Emma Lemay podría haber dicho algo.

—Supongamos que sí. ¿Y qué? Nadie sabía lo de mi hija, Matt. La única persona en Las Vegas a quien se lo dije fue a mi amiga Kimmy, pero ella tampoco tenía toda la información: la fecha de nacimiento, la ciudad de Idaho, el nombre del médico. Ni siquiera yo me acordaba del nombre del médico hasta que lo vi en la página. Las únicas personas que podían saber algo eran mi hija o sus padres adoptivos. Y aunque hubiera sido un timo, con peluca y todo, tenía que seguir. De algún modo mi hija estaba implicada. ¿Lo ves o no?

—Sí —dijo. También veía que su lógica tenía muchos fallos, pero no era el momento de señalárselos—. ¿Y ahora qué?

—Insistí en ver a mi hija. Y me montó una cita para llevar el resto del dinero.

—¿Cuándo?

—Mañana a medianoche.

—¿Dónde?

—En Reno.

—¿En Nevada?

—Sí.

Otra vez Nevada.

—¿Conoces a un hombre llamado Max Darrow?

Ella no dijo nada.

—Olivia.

—Era el hombre de la peluca negra. El que vino a verme. Ya le conocía de Las Vegas. Solía venir por el club.

Matt no estaba seguro de qué conclusión sacar de todo eso.

—¿Dónde de Reno?

—La dirección es 488 Center Lane Drive. Tengo un billete de avión. Darrow dijo que no debía decírselo a nadie. Si no me presento… No lo sé, Matt. Me dijo que le harían daño.

—¿Hacerle daño a tu hija?

Olivia asintió. Volvía a tener lágrimas en los ojos.

—No sé lo que está pasando. No sé si está enferma o si la han secuestrado o, caramba, si está metida en esto. Pero es real y está viva y tengo que acudir.

Matt intentó asumirlo, pero era como si no estuviera pasando. Sonó su móvil. Matt fue automáticamente a apagarlo, pero se lo pensó mejor. A esa hora seguramente sería Cingle. Podría estar en peligro, necesitar su ayuda. Miró el identificador. Un número privado. Podía ser de la comisaría.

—Diga.

—¿Matt?

Frunció el ceño. Parecía Mediana Edad.

—Ike, ¿eres tú?

Matt, acabo de hablar con Cingle.

—¿Qué?

Ahora estoy en camino hacia la oficina del fiscal del distrito —dijo Mediana Edad—. Quieren interrogarla.

—¿Te ha llamado?

Sí, pero creo que tenía más que ver contigo.

—¿De qué hablas?

Quería advertirte.

—¿De qué?

Lo he escrito, espera. Veamos, primero, le preguntaste por un hombre llamado Max Darrow. Ha sido asesinado. Le encontraron muerto a tiros en Newark.

Matt miró a Olivia. Ella dijo:

—¿Qué pasa?

Mediana Edad seguía hablando.

Pero aún peor, Charles Talley está muerto. Encontraron su cuerpo en el Howard Johnson’s. También encontraron unos puños de hierro ensangrentados. Están haciendo análisis de ADN de la sangre. Dentro de una hora tendrán las fotografías de tu móvil.

Matt no dijo nada.

¿Entiendes lo que te digo, Matt?

Lo entendió. No le costó mucho. Ellos lo habían interpretado así: Matt, un exconvicto que ya ha cumplido condena por matar a un hombre en una pelea, recibe esas fotografías provocadoras al móvil. Está claro que su esposa está liada con el tal Charles Talley. Matt contrata a una detective para que descubra dónde están. Entra como una tromba en el hotel por la noche. Hay una pelea. Habría por lo menos un testigo, el recepcionista. Probablemente un vídeo de seguridad. También tendrían pruebas físicas. Su ADN seguramente estaba en el muerto.

Habría agujeros en el caso. Matt podía mostrarles la ventana gris y explicarles lo de la sequía. Tampoco sabía a qué hora habían matado a Talley, pero si Matt tenía suerte, la muerte habría tenido lugar mientras él estaba en la ambulancia o en el hospital. O quizá tendría una coartada con el taxista. O con su mujer.

Como si eso fuera a sostenerse.

Matt.

—¿Qué?

La policía te está buscando.

Matt miró por la ventana. Un coche de policía paró junto al de Lance.

—Creo que ya me han encontrado.

¿Quieres que arregle una entrega pacífica?

Una entrega pacífica. Confía en que las autoridades lo arreglarán. Cumple la ley.

Con lo bien que le había ido antes, ¿no?

Si me la pegan una vez, soy tonto. Si me la pegan dos…

Y si lograba salir impune. ¿Entonces qué? Tendrían que contarlo todo, incluido el pasado de Olivia. Por no hablar del hecho que Matt había jurado, jurado, que nunca permitiría que le metieran otra vez en la cárcel. Olivia había cometido un delito. En el mejor de los casos, había ocultado un cadáver. Y Max Darrow, que también había sido asesinado, la había chantajeado. ¿Qué les parecería eso?

—Ike…

.

—Si saben que hemos hablado, podrían detenerte por complicidad.

No, Matt, no pueden. Soy tu abogado. Te estoy explicando la situación y animándote a entregarte. Pero lo que tú hagas… Bueno, eso no puedo controlarlo. Sólo puedo sentirme ofendido y ultrajado. ¿Entiendes?

Entendía. Volvió a mirar por la ventana. Paró otro coche patrulla. Pensó en volver a la cárcel. En el reflejo de la ventana, vio al fantasma de Stephen McGrath. Stephen le guiñó un ojo. Matt sentía una opresión en el pecho.

—Gracias, Ike.

Buena suerte, chico.

Mediana Edad colgó el teléfono. Matt se volvió a mirar a Olivia.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Tenemos que salir de aquí.