39
Ni Matt ni Olivia se movieron. La historia la había agotado. Era evidente para Matt. Estuvo a punto de acercarse a ella, pero ella le detuvo.
—Una vez vi una fotografía antigua de Emma Lemay —empezó Olivia—. Era tan bonita. También era lista. Si alguien tenía posibilidades de dejar aquella vida, era Emma. Pero la verdad es que nadie la dejaba. Yo tenía dieciocho años, Matt. Y ya tenía la sensación de que mi vida estaba acabada. Y allí estábamos, yo medio asfixiada y Emma con la pistola en la mano. Estuvo mirando a Clyde un buen rato y esperó a que yo me recuperara. Tardé varios minutos. Entonces se volvió hacia mí, con expresión decidida, y dijo: «Tenemos que esconder su cadáver».
»Recuerdo que negué con la cabeza. Le dije que no quería saber nada. No se enfadó ni levantó la voz. Era todo tan raro. Estaba tan… serena.
—Había matado a su torturador —dijo Matt.
—En parte era por eso, sí.
—¿Pero?
—Era como si hubiera estado esperando ese momento. Como si supiera que algún día sucedería. Dije que teníamos que llamar a la policía. Emma meneó la cabeza, con calma, controladísima. Seguía teniendo la pistola en la mano. No me apuntaba. «Podríamos decir la verdad —dije—. Que fue en defensa propia. Les enseñaremos las marcas que tengo en el cuello. Qué caramba, les enseñaremos a Cassandra».
Matt se movió en su asiento. Olivia lo vio y sonrió.
—Lo sé —dijo—. Yo también me doy cuenta. Defensa propia. Como alegaste tú. Supongo que los dos nos encontramos en esa disyuntiva en la vida. Tal vez tú no tuviste alternativa, con toda la gente que había. Y aunque la hubieras tenido, tú procedías de un mundo diferente. Confiabas en la policía. Creías que triunfaría la verdad. Pero nosotras creíamos otra cosa. Emma le había pegado tres tiros a Clyde, uno por la espalda, dos a la cara. Nadie creería en la defensa propia. Y aunque lo creyeran, Clyde le pasaba dinero a su primo, y no nos habría dejado vivas.
—¿Qué hicisteis, pues? —preguntó Matt.
—Yo estaba hecha un lío, supongo. Pero Emma me expuso el problema. No teníamos alternativa. Ninguna. Y entonces me ofreció su mejor argumento.
—¿Cuál?
—Emma dijo: «¿Y si todo sale bien?».
—¿Qué pasa si todo sale bien? —preguntó Matt.
—¿Qué pasa si la policía nos cree y el primo de Clyde nos deja en paz?
Se calló y sonrió.
—No lo entiendo —dijo Matt.
—¿Cómo quedábamos Emma y yo? ¿Cómo quedábamos si todo salía bien?
Matt lo entendió por fin.
—Os quedabais igual que antes.
—Exacto. Aquella era nuestra oportunidad, Matt. Clyde tenía cien mil dólares escondidos en la casa. Los cogeríamos, nos los partiríamos y huiríamos. Empezaríamos de nuevo. Emma ya tenía un destino pensado. Ella llevaba años planeando la huida, pero nunca había tenido valor. Yo tampoco. Ninguna de nosotras lo tenía.
—Pero entonces teníais que hacerlo.
Olivia asintió.
—Si escondíamos a Clyde, creerían que ellos dos habían huido juntos. Buscarían a una pareja. O pensarían que los habían matado a los dos y habían escondido los cadáveres juntos. Pero necesitaba mi ayuda. Yo dije: «¿Y yo qué? Los amigos de Clyde me conocen. Me perseguirán. ¿Y cómo explicamos que Cassandra esté muerta?».
»Pero Emma lo tenía todo pensado. Dijo: “Dame tu billetero”. Lo busqué en mi bolsillo y se lo di. Tomó mi permiso de conducir, en aquella época en Nevada no se necesitaba foto en el permiso, y lo metió en el bolsillo de Cassandra. “¿Cuándo volverá Kimmy?”, me preguntó. Le dije que al cabo de tres días. Era tiempo suficiente. Y entonces me dijo: “Escúchame, ni tú ni Cassandra tenéis familia. La madre de Cassandra la echó hace años. No se hablan”. Le dije: “No te entiendo”. “Hace años que pienso en esto —repuso—. Cada vez que me pegaba. Cada vez que me asfixiaba hasta que me desmayaba. Cada vez que me decía que lo sentía y me prometía que no volvería a suceder y que me quería. Cada vez que me decía que me perseguiría y me mataría si me marchaba. ¿Y si… y si mato a Clyde y le entierro y cojo el dinero y me largo a un sitio donde esté segura? ¿Y si hago algo para compensar lo que les he hecho a las chicas? Se tienen esas fantasías, ¿no, Candi? De fugarse”.
—Y lo hicisteis —dijo Matt.
Olivia levantó el dedo índice.
—Con una diferencia. Antes he dicho que me parecía que mi vida hubiera acabado. Me evadía con mis libros. Intentaba mantener el ánimo. Imaginaba algo diferente. Porque tenía algo a que agarrarme. Mira, no quiero exagerar nuestra noche en Las Vegas. Pero pensaba en ella, Matt. Pensaba en lo que me habías hecho sentir. Pensaba en el mundo en que vivías. Recordaba todo lo que me habías contado: tu familia, dónde creciste, tus amigos y la escuela. Y lo que no sabías, lo que todavía no comprendes, es que me describías un lugar que yo no me podía permitir imaginar.
Matt no dijo nada.
—Después de que te fueras aquella noche, no te puedes imaginar las veces que pensé en buscarte.
—¿Por qué no lo hiciste?
Ella meneó la cabeza.
—Tú más que nadie deberías entender cómo funcionan las cadenas.
Él asintió, incapaz de contestar.
—Pero ya no importaba —dijo Olivia—. Entonces ya era demasiado tarde. Incluso con cadenas, como tú mismo has dicho, teníamos que hacer algo. Así que trazamos un plan. La verdad es que era muy sencillo. Primero, enrollamos a Clyde en una alfombra y lo metimos en el maletero del coche. Cerramos el candado del Corral. Emma conocía un sitio. Clyde había tirado al menos dos cadáveres allí, según dijo. En el desierto. Lo enterramos bien adentro, en tierra de nadie. Entonces Emma llamó al club. Se aseguró de que todas las chicas se quedaran a trabajar hasta tarde, para que nadie volviera de repente al Corral.
»Paramos en su casa a ducharnos. Me metí bajo el agua caliente y pensé, no lo sé, que debería sentirme rara, enjuagándome toda esa sangre, como un personaje de Macbeth.
Sonrió tristemente.
—Pero no fue así —preguntó Matt.
Olivia meneó la cabeza lentamente.
—Acababa de enterrar un hombre en el desierto. Por la noche los chacales le desenterrarían y se darían un festín. Esparcirían sus huesos. Eso es lo que me había dicho Emma. Y no me importaba.
Le miró como si le desafiara a decir algo.
—¿Qué hicisteis después?
—¿No te lo imaginas?
—Cuéntamelo.
—Yo… bueno, Candace Potter no era nadie. No había nadie a quien notificar en caso de muerte prematura. Emma, como jefa y guardiana, llamó a la policía. Dijo que una de las chicas había sido asesinada. Llegó la policía. Emma les mostró el cuerpo de Cassandra. Tenía mis documentos en su bolsillo. Emma identificó el cuerpo y confirmó que era de una de las chicas, Candace Candi Cane Potter. No había parientes. Nadie lo cuestionó. ¿Por qué habían de hacerlo? ¿Por qué había de inventárselo? Emma y yo nos partimos el dinero. Me quedé con cincuenta mil. ¿Te lo imaginas? Todas las chicas del club tenían identidades falsas, o sea que no me costó mucho obtener una.
—Y te marchaste.
—Sí.
—¿Y Cassandra? —preguntó Matt.
—¿Cassandra, qué?
—¿Nadie se preguntó qué había sido de ella?
—Las chicas venían y se iban a menudo. Emma dijo que se había ido, que el asesinato la había asustado. Otras dos hicieron lo mismo.
Matt meneó la cabeza, intentando aclararse.
—Cuando te conocí, la primera vez, utilizaste el nombre de Olivia Murray.
—Sí.
—¿Utilizabas ese nombre?
—Fue la primera vez que lo utilicé. Contigo, aquella noche. ¿Has leído A Wrinkle in Time[7]?
—Claro. En quinto, creo.
—Cuando era pequeña era mi libro preferido. La protagonista se llama Meg Murray. De ahí salió el apellido.
—¿Y Olivia?
Se encogió de hombros.
—Me pareció el contrario directo de Candi.
—¿Y después qué pasó?
—Emma y yo hicimos un pacto. Nunca le contaríamos a nadie la verdad, pasara lo que pasara, porque si una de nosotras hablaba, podía representar la muerte de la otra. Así que juramos. Necesito que comprendas la solemnidad con que hice esa promesa.
Matt no supo muy bien qué decir.
—¿Entonces te fuiste a Virginia?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque era donde vivía Olivia Murray. Era bastante lejos de Las Vegas o Idaho. Me inventé un pasado. Seguí cursos en la Universidad de Virginia. No estaba matriculada oficialmente, por supuesto, pero en aquella época la seguridad no era tan estricta como ahora. Sólo asistía a las clases. Pasaba el rato en la biblioteca y en la cafetería. Conocí a gente. Creían que era estudiante. Al cabo de unos años fingí que me había graduado. Busqué un empleo. No miré atrás ni volví a pensar en Candi. Candace Potter estaba muerta.
—Y entonces, ¿qué? ¿Aparecí yo?
—Algo así, sí. Mira, yo era una chica asustada. Huí e intenté construirme una vida. Una vida de verdad. Y la verdad es que no me interesaba en absoluto conocer a un hombre. Tú contrataste a DataBetter, ¿recuerdas?
Matt asintió.
—Es verdad.
—Ya había tenido bastante en mi vida. Pero entonces te vi y… no lo sé. Tal vez deseaba volver a la noche en la que nos conocimos. Volver a un bonito sueño. A ti te fastidia la idea de volver a vivir aquí, Matt. No ves que este sitio, esta ciudad, es el mejor de los mundos posibles.
—¿Es por eso por lo que quieres mudarte aquí?
—Contigo —dijo ella, con ojos implorantes—. ¿No lo ves? Nunca me he creído esa tontería de las almas gemelas. Ya sabes lo que he vivido y… pero quizá, no lo sé, quizá nuestras heridas nos unen. Tal vez el sufrimiento nos haga apreciar las cosas. Se aprende a luchar por lo que los demás dan por descontado. Tú me quieres, Matt. Nunca creíste que tuviera una aventura. Por eso seguiste buscando pruebas, porque a pesar de lo que te estoy contando ahora, tú y sólo tú me conoces de verdad. Eres el único. Y sí, quiero vivir aquí y tener una familia contigo. Es lo único que deseo.
Matt abrió la boca, pero no salieron palabras.
—Está bien —dijo ella con una sonrisa—. Es mucho para digerir.
—No es eso. Es que… —No lograba expresarse. Las emociones seguían siendo un torbellino. Necesitaba dejar que se aposentaran—. ¿Qué es lo que se torció? —preguntó—. Después de tantos años, ¿cómo te descubrieron?
—No me encontraron ellos —dijo Olivia—. Les encontré yo.
Matt estaba a punto de hacer otra pregunta cuando otros faros de coche empezaron a iluminar la pared. Se detuvieron demasiado rato. Matt levantó la mano para hacerla callar un momento. Los dos escucharon. El sonido de un motor encendido se oía lejano, pero se oía. Sin lugar a dudas.
Se miraron. Matt se acercó a la ventana y miró disimuladamente.
El coche estaba aparcado al otro lado de la calle. Los faros se apagaron. Unos segundos después, también se apagó el motor. Matt reconoció el coche enseguida. De hecho, unas horas antes estaba en ese coche.
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