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Motivo.
Loren tenía un motivo. Si el vídeo era una indicación, Charles Talley, una escoria según todos, no sólo se había acostado con la esposa de Matt Hunter —Loren estaba convencida de que la del vídeo con la peluca rubia era Olivia Hunter— sino que se había tomado la molestia de mandar las fotos a Matt.
Burlándose de él.
Sacándolo de quicio.
Provocándole, en realidad.
Encajaba. Tenía mucho sentido.
Excepto que en este caso demasiadas cosas habían tenido sentido al principio. Y después, a los pocos minutos, ya no lo tenían. Como Max Darrow atracado por una prostituta. Como el asesinato de Charles Talley que parecía un escenario corriente de marido celoso cuando, si ese era el caso, ¿cómo se explicaba la relación con Emma Lemay y el FBI de Nevada y el resto de detalles que había oído en la oficina de Joan Thurston?
Sonó su móvil. El número estaba bloqueado.
—¿Diga?
—¿Qué pasa con la orden de búsqueda de Hunter?
Era Lance Banner.
—¿No duermes nunca? —preguntó Loren.
—En verano no. Prefiero invernar. Como un oso. ¿Qué pasa?
—Le estamos buscando.
—No te enrolles tanto, Loren, en serio. No sé si puedo asumir tantos detalles.
—Es una larga historia, Lance, y estoy cansadísima.
—La alerta se ha puesto sólo en el canal de Newark.
—¿Y qué?
—¿Alguien ha ido a casa de la cuñada de Hunter?
—No lo creo.
—Yo vivo cerca —dijo Lance Banner—. Ahora mismo salgo.