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Cuando Loren volvió a la oficina del fiscal del condado, Roger Cudahy, uno de los técnicos que había ido a la oficina de Cingle, estaba sentado a la mesa de Loren con los pies apoyados y los brazos doblados detrás de la cabeza.
—¿Estás cómodo? —dijo Loren.
Le sonrió ampliamente.
—Oh, sí.
—¿Esa cara es la del gato que se comió al canario?
La sonrisa permaneció.
—No sé si ese es el refrán adecuado, pero sí.
—¿Qué pasa?
Con las manos detrás de la cabeza, Cudahy señaló el portátil.
—Echa un vistazo.
—¿Al portátil?
—Oh, sí.
Ella cogió el ratón. La pantalla oscura cobró vida. Y allí, llenando toda la pantalla, había una fotografía de Charles Talley. Estaba levantando una mano. Su pelo era negro azabache. Tenía una sonrisa jactanciosa en la cara.
—¿Lo has sacado del ordenador de Cingle Shaker?
—Oh, sí. De su teléfono móvil.
—Bien hecho.
—Espera.
—¿Qué?
Cudahy siguió sonriendo.
—Como cantaba Bachman Turner Overdrive, todavía no has visto nada.
—¿Qué? —preguntó Loren.
—Aprieta la flecha. La de la derecha.
Loren lo hizo. Se inició el tembloroso vídeo. Una mujer con una peluca rubio platino salió del cuarto de baño. Se acercó a la cama. Cuando el vídeo acabó, Cudahy dijo:
—¿Comentarios?
—Sólo uno.
Cudahy alargó la palma de la mano.
—Descárgalo en el mío.
Loren chocó con él.
—Oh, sí.