35
Matt y Olivia estaban solos en la habitación de invitados de Marsha.
Hacía nueve años Matt había pasado su primera noche de libertad en esa habitación. Bernie le había llevado a su casa. Marsha había sido muy educada pero, viéndolo en perspectiva, estaba claro que tenía profundas reservas. La gente vive en casas como esa precisamente para huir de personas como Matt. Aunque se sepa que es inocente, aunque se crea que es buena persona y tuvo mala suerte, no se quiere mezclar la vida con ellos. Son un virus, portadores de algo malévolo. Y si hay hijos, hay que protegerlos. Se cree, como Lance Banner, que los pulcros céspedes mantienen alejada a esa especie.
Pensó en Duff, su viejo compañero de universidad. En una época Matt había creído que Duff era duro. Ahora sabía que no. Ahora podría hacer huir a Duff a patadas sin sudar ni una gota. No era una fanfarronada. No lo pensaba con orgullo. Era así y basta. Los amigos que tenía que creían que eran duros —los Duff del mundo—, caramba, no tenían ni idea.
Pero por duro que se hubiera vuelto Matt, se había pasado toda su primera noche de libertad en aquella habitación llorando. No podía decir exactamente por qué. En la cárcel no había llorado nunca. Algunos dirían que sencillamente temía demostrar debilidad en un sitio tan horrible. Tal vez era verdad, pero sólo en parte. Tal vez sólo lo había estado «ahorrando» y ahora estaba llorando por cuatro años de angustia.
Pero Matt no lo creía.
La razón de verdad, sospechaba, tenía más que ver con el miedo y la incredulidad. No podía aceptar que era realmente libre, que la cárcel había quedado atrás. Sentía como si fuera una burla cruel, que aquella cama tan cálida era una ilusión, que pronto volverían a llevárselo y lo encerrarían para siempre.
Había leído que los interrogadores y secuestradores intentaban quebrantar el espíritu de los rehenes con ejecuciones falsas. Seguro que funcionaba, pensaba Matt, pero lo que sin duda era más efectivo, lo que por descontado quebrantaría a un hombre, sería lo contrario: fingir que se iba a soltarlo. Hacer que se vista, decirle que está todo a punto para su libertad, despedirse, taparle los ojos y llevarle a dar una vuelta en coche y entonces, parar y bajar del coche, quitarle la venda y descubrir que vuelve a estar como al principio, que todo ha sido una broma macabra.
Así era como se sentía.
Matt estaba sentado en el mismo colchón de matrimonio. Olivia le daba la espalda. Tenía la cabeza baja. Los hombros todavía altos, orgullosos. A Matt le encantaban sus hombros, el tendón de la espalda, el nudo de músculos blandos y la piel suave.
Estuvo a punto de decir: «Olvidémonos de todo. No necesito saberlo. Me has dicho que me amabas. Acabas de decirme que soy el único hombre al que has amado. Es suficiente para mí».
Al llegar ellos, Kyra había salido y les había recibido en la entrada. Parecía preocupada. Matt recordó el día que se había instalado en la habitación sobre el garaje. Le había dicho que era «igualita que los Fonz[6]». Kyra no tenía ni idea de lo que le decía. Es raro las cosas que pasan por la cabeza cuando se está aterrado. Marsha también parecía preocupada, sobre todo al ver el vendaje de Matt y al notar sus pasos inseguros. Pero Marsha le conocía lo suficiente para saber que no era el momento de hacer preguntas.
Olivia rompió el silencio.
—¿Puedo pedirte una cosa?
—Claro.
—Me dijiste por teléfono que habías recibido unas fotos.
—Sí.
—¿Me dejas verlas, por favor?
Matt sacó su móvil y se lo dio. Olivia se volvió y lo cogió sin rozarle la piel. Él le miró la cara. Estaba concentrada de aquella forma que él conocía tan bien. La cabeza un poco inclinada a un lado, el gesto que hacía siempre cuando algo la desconcertaba.
—No lo entiendo —dijo.
—¿Eres tú? —preguntó Matt—. ¿La de la peluca?
—Sí. Pero no fue así.
—¿Así cómo?
Los ojos de ella siguieron mirando la cámara. Apretó la tecla de «replay», volvió a mirar la escena y meneó la cabeza.
—Pienses lo que pienses de mí, nunca te he engañado. Y el hombre con el que me encontré también llevaba una peluca. O sea que podría parecerse al hombre de la primera foto, supongo.
—Me lo imaginaba.
—¿Cómo?
Matt le enseñó la ventana, el cielo gris, el anillo en el dedo. Le explicó lo de la sequía y que habían ampliado las fotos en el despacho de Cingle.
Olivia se sentó a su lado en la cama. Estaba guapísima.
—O sea que lo sabías.
—¿Saber qué?
—En el fondo de tu corazón, a pesar de lo que viste aquí, sabías que yo nunca te engañaría.
Matt deseaba cogerla y abrazarla. Veía que a Olivia le temblaba un poco el pecho por el esfuerzo de no echarse a llorar.
—Sólo necesito hacerte dos preguntas antes de que empieces, ¿de acuerdo? —dijo Matt.
Ella asintió.
—¿Estás embarazada? —preguntó.
—Sí —dijo ella—. Y antes de que formules la segunda pregunta: sí, es tuyo.
—Entonces lo demás no me importa. Si no quieres contármelo, no lo hagas. No importa. Podemos huir. No me importa.
Ella meneó la cabeza.
—No creo que pueda volver a huir, Matt. —Parecía exhausta—. Y tú tampoco podrías. ¿Y Paul y Ethan? ¿Y Marsha?
Tenía razón, por supuesto. Él no supo qué decir. Se encogió de hombros y dijo:
—No quiero que las cosas cambien.
—Yo tampoco. Y si pudiera encontrar una manera de evitarlo, lo haría. Estoy asustada, Matt. Nunca he estado tan asustada en mi vida.
Se volvió a mirarla. Ella alargó una mano y la posó en la nuca de Matt. Se inclinó y le besó. Le besó apasionadamente. Él conocía ese beso. Era el preludio. A pesar de lo que estaba sucediendo, su cuerpo reaccionó, empezó a activarse. El beso se hizo más hambriento. Ella se acercó más, se apretó contra él. Los ojos de Matt se cerraron.
Se volvieron un poco, y de repente las costillas de Matt se quejaron. El dolor le recorrió un costado. Se puso rígido. Su grito silencioso apagó el momento de ardor. Olivia le soltó y se apartó. Bajó los ojos.
—Todo lo que te he contado sobre mí —dijo— es mentira.
Matt no reaccionó. No estaba seguro de lo que esperaba oír —esto no—, pero siguió sentado y esperó.
—No crecí en Northways, Virginia. No fui a la Universidad de Virginia, ni siquiera fui al instituto. Mi padre no era médico de pueblo, no sé quién era mi padre. Nunca tuve una niñera llamada Cassie ni nada por el estilo. Me lo inventé todo.
Por la ventana vieron pasar un coche por la calle que iluminó la pared con los faros al pasar. Matt siguió sentado, inmóvil como una roca.
—Mi verdadera madre era una yonqui colgada que me dejó en los servicios sociales cuando yo tenía tres años. Murió dos años después, de sobredosis. Fui saltando de casa de acogida en casa de acogida. No quieras saber cómo eran. Lo aguanté hasta que me escapé a los dieciséis. Acabé cerca de Las Vegas.
—¿A los dieciséis?
—Sí.
La voz de Olivia había adoptado un tono curiosamente monótono. Sus ojos estaban secos, pero miraban fijamente enfrente, dos metros detrás de él. Parecía esperar una reacción. Matt seguía titubeando, intentando digerirlo.
—Entonces las historias del doctor Joshua Murray…
—¿Te refieres a la niña que perdió a su madre y el padre cariñoso y los caballos? —Casi sonrió—. Venga Matt. Lo saqué de un libro que leí cuando tenía ocho años.
Matt abrió la boca, pero no le salió nada. Lo intentó de nuevo.
—¿Por qué?
—¿Por qué mentí?
—Sí.
—No fue tanto mentir como —calló y miró hacia arriba— morir. Sé que suena melodramático. Pero convertirme en Olivia Murray era mucho más que comenzar de nuevo. Era como si nunca hubiera sido aquella otra persona. La niña huérfana estaba muerta. Olivia Murray de Northways, Virginia, había ocupado su lugar.
—Entonces todo… —Matt levantó las manos—. ¿Era todo mentira?
—Nosotros no —dijo ella—. No lo que siento por ti. No como me porto contigo. Nada de nosotros fue nunca mentira. Ni un solo beso. Ni un abrazo. Ni una emoción. No amabas una mentira. Me amabas a mí.
Amabas, había dicho. Me amabas. En pasado.
—Así que cuando nos conocimos en Las Vegas, no estabas en la universidad.
—No —dijo ella.
—¿Y aquella noche? ¿En el club?
Le miró a los ojos.
—Se suponía que estaba trabajando.
—No lo entiendo.
—Sí, Matt. Sí lo entiendes.
Matt recordó el sitio web. El sitio de las strippers.
—¿Bailabas?
—¿Bailar? Bueno, el término exacto es bailarina exótica. Todas las chicas lo utilizan. Pero yo era una stripper. Y a veces, cuando me obligaban… —Olivia meneó la cabeza. Los ojos empezaron a humedecérsele—. Nunca lo superaremos.
—Y aquella noche —dijo Matt, sintiendo un brote de rabia iniciándose dentro de él—, ¿qué? ¿Te pareció que tenía dinero?
—Eso no tiene gracia.
—No intento hacer gracia.
La voz de Matt se había vuelto de acero.
—No tienes ni idea de lo que aquella noche significó para mí. Me cambió la vida. Tú nunca lo has entendido, Matt.
—¿No he entendido qué?
—Tu mundo —dijo ella—. Vale la pena luchar por conseguirlo.
Matt no estaba seguro de entender a qué se refería, o de querer entenderlo.
—¿Dices que estuviste con familias de acogida?
—Sí.
—¿Y que huíste?
—En mi última casa de acogida me animaron a que lo hiciera. No te imaginas las ganas que tienes de largarte. La hermana de mi última madre de acogida regentaba el club. Nos consiguió documentos de identidad falsos y nos dijo adónde podíamos ir.
Matt meneó la cabeza.
—Aun así no entiendo por qué no me contaste la verdad.
—¿Cuándo, Matt?
—¿Cuándo qué?
—¿Cuándo debería habértelo contado? ¿Aquella primera noche en Las Vegas? ¿O cuando entré en tu despacho? ¿En la segunda cita? ¿Al prometernos? ¿Cuándo debería habértelo contado?
—No lo sé.
—No era tan fácil.
—Tampoco me resultó fácil a mí contarte mi condena en prisión.
—Mi situación implica a alguien más que a mí —dijo ella—. Hice un pacto.
—¿Qué pacto?
—Tienes que comprenderlo. De haberse tratado de mí, podría haberme arriesgado. Pero no podía ponerla en peligro a ella.
—¿A quién?
Olivia apartó la mirada y no dijo nada durante un largo rato. Sacó un papel del bolsillo de atrás, lo desdobló lentamente y se lo pasó. Después volvió la cabeza otra vez.
Matt cogió el papel y le dio la vuelta. Era un artículo impreso de la página del Nevada Sun News. Lo leyó. No tardó mucho.
MUJER ASESINADA
Las Vegas, Nevada. Candace Potter, de veintiún años, ha sido hallada muerta en un parque de caravanas de la Ruta 15. La causa de la muerte es estrangulamiento. La policía no ha hecho comentarios sobre la posibilidad de agresión sexual. La señorita Potter trabajaba de bailarina en el Young Thangs, un club nocturno de las afueras de la ciudad, utilizando el nombre artístico de Candi Cane. Según las autoridades, la investigación progresa y se siguen varias pistas prometedoras.
Matt levantó la cabeza.
—Sigo sin entenderlo. —La cara de ella seguía vuelta hacia el otro lado—. ¿Le hiciste una promesa a esa tal Candace?
Ella soltó una risita sin humor.
—No.
—¿Entonces a quién?
—Lo que he dicho antes. De que no te mentí. De que fue como morir.
Olivia se volvió a mirarle.
—Soy yo —dijo—. Yo era Candace Potter.