33

Cuando Cingle llegó a la comisaría utilizó su llamada para hablar con su jefe, Malcolm Seward, el presidente de Most Valuable Detection. Seward era un agente del FBI retirado. Había abierto MVD hacía diez años y estaba amasando una pequeña fortuna.

Seward no estuvo encantado con la llamada nocturna.

¿Apuntaste a un hombre con una pistola?

—No pretendía pegarle un tiro.

Eso me tranquiliza. —Seward suspiró—. Haré unas llamadas. Saldrás dentro de una hora.

—Eres el mejor, jefe.

Colgó.

Cingle volvió a su celda y esperó. Un agente alto abrió la puerta de la celda.

—Cingle Shaker.

—Yo.

—Sígame por favor.

—A tu disposición, guapo.

La guio por el pasillo. Cingle se esperaba que todo acabara —la audiencia por la fianza, una libertad rápida, lo que fuera— pero ese no fue el caso.

—Dese la vuelta, por favor —dijo el agente.

Cingle arqueó una ceja.

—¿No debería invitarme a cenar primero?

—Dese la vuelta por favor.

Cingle obedeció. Él le esposó las manos.

—¿Qué está haciendo?

El agente no habló. La acompañó fuera, abrió la puerta de atrás del coche patrulla y la empujó dentro.

—¿Adónde vamos?

—Al nuevo juzgado federal.

—¿Al de West Market?

—Sí, señora.

El trayecto fue corto, apenas un kilómetro. Tomaron el ascensor hasta el tercer piso. Las palabras DESPACHO DEL FISCAL DEL CONDADO DE ESSEX estaban grabadas en el cristal. Había una gran vitrina con trofeos junto a la puerta, como las que se ven en el instituto. Cingle se preguntó qué haría una vitrina de trofeos en la oficina del fiscal. Se dedican a procesar asesinos, violadores y traficantes, y lo primero que ves cuando entras es un puñado de trofeos que conmemoran partidos de fútbol sala. Qué raro.

—Por aquí.

La acompañó a la zona de espera, tras la puerta de doble hoja. Cuando se pararon, ella miró dentro de un espacio pequeño y sin ventanas.

—¿Una sala de interrogatorio?

Él no dijo nada, sólo sostuvo la puerta. Cingle se encogió de hombros y entró.

Pasó el tiempo. De hecho, pasó mucho tiempo. Le habían confiscado sus posesiones, incluido el reloj, de modo que no sabía cuánto tiempo había pasado. Tampoco había un cristal unidireccional, de los que se ven normalmente en la tele. Aquí usaban una cámara. Había una montada en el rincón de una pared. Desde la sala de control, se podía enfocar o cambiar el ángulo a voluntad. Había una hoja de papel pegada en un ángulo raro. Era el punto guía, Cingle lo sabía, donde se dejaba el formulario de puesta en libertad para que la cámara te grabara firmándolo.

Cuando finalmente se abrió la puerta, entró una mujer en la sala que Cingle supuso que era una investigadora. Era diminuta, poco más de metro y medio, y cincuenta kilos máximo. Estaba empapada de sudor. Parecía que acabara de salir de un baño de vapor. Tenía la blusa pegada al cuerpo y manchas en las axilas. Su cara brillaba con una capa de sudor. Llevaba una pistola en el cinturón y tenía un sobre en la mano.

—Soy la investigadora Loren Muse —dijo la mujer.

Uau, qué rapidez. Cingle recordaba el nombre. Muse era la que había interrogado a Matt aquella misma noche.

—Cingle Shaker —dijo ella.

—Sí, lo sé. Tengo que hacerle unas preguntas.

—Y yo he decidido no contestar nada por ahora.

Loren todavía estaba recuperando el aliento.

—¿Por qué?

—Soy investigadora privada.

—¿Y quién es su cliente?

—No tengo por qué decírselo.

—No existe el privilegio de confidencialidad investigador privado-cliente.

—Conozco la ley.

—¿Entonces?

—Entonces he decidido no responder preguntas por ahora.

Loren dejó caer el sobre en la mesa. Continuaba cerrado.

—¿Se niega a colaborar con la oficina del fiscal del condado?

—En absoluto.

—Entonces, por favor, responda a mis preguntas. ¿Quién es su cliente?

Cingle se echó atrás. Estiró las piernas y las cruzó en los tobillos.

—¿Se ha caído en una piscina o qué?

—Ah, claro. Ya entiendo. ¿Porque estoy mojada? Muy buena, en serio. ¿Tengo que coger un boli, por si se le ocurren más chistes?

—No es necesario. —Cingle señaló la cámara—. Sólo tiene que mirar la cinta.

—No está encendida.

—No.

—Si quisiera grabarlo, tendría que hacerle firmar un formulario.

—¿Hay alguien en la sala de control?

Loren se encogió de hombros e ignoró la cuestión.

—¿No le gustaría saber cómo está el señor Hunter?

Cingle no mordió el anzuelo.

—Podemos hacer esto: yo no pregunto si usted no pregunta.

—Ni hablar.

—Mire, inspectora… Muse, ¿no?

—Sí.

—¿Por qué tanto jaleo? Fue una simple agresión. Seguramente en ese hotel tienen tres a la semana.

—Aun así, fue lo suficientemente grave para que apuntara a un hombre con su pistola —dijo Loren.

—Sólo quería llegar arriba antes de que la situación se volviera más peligrosa.

—¿Cómo lo sabía?

—Disculpe…

—La pelea tuvo lugar en el quinto piso. Usted estaba fuera en el coche. ¿Cómo supo que alguien tenía problemas?

—Creo que hemos terminado.

—No, Cingle. No lo creo.

Sus ojos se encontraron. A Cingle no le gustó lo que vio. Loren sacó una silla hacia fuera y se sentó.

—Me he pasado la última media hora en la escalera del Howard Johnson’s. No tiene aire acondicionado. De hecho, hace un calor infernal. Por eso tengo esta pinta.

—¿Y yo debo de saber de qué está hablando?

—No ha sido una simple agresión, Cingle.

Cingle miró el sobre.

—¿Qué es eso?

Loren vació el contenido del sobre. Eran fotografías. Cingle suspiró, cogió una y se quedó helada.

—Veo que le ha reconocido.

Cingle miró las dos fotos. La primera era una cabeza. No había ninguna duda, el muerto era Charles Talley. Su cara parecía carne cruda. La otra era de cuerpo entero. Talley estaba tirado en unas escaleras de metal.

—¿Qué le ha pasado?

—Dos tiros en la cara.

—Caramba.

—¿Le apetece hablar ahora, Cingle?

—No sé nada de esto.

—Se llama Charles Talley. Pero eso ya lo sabía, ¿no?

—Caramba —repitió Cingle, intentando entender algo.

Talley estaba muerto. ¿Cómo? ¿No acababa de agredir a Matt?

Loren volvió a guardar las fotos en el sobre. Juntó las manos y se acercó más.

—Sé que trabaja para Matt Hunter. También sé que, justo antes de que fueran a ese hotel, se encontraron en su despacho para una charla nocturna. ¿Le importaría decirme de qué hablaron?

Cingle meneó la cabeza.

—¿Ha matado a ese hombre, señora Shaker?

—¿Qué? Por supuesto que no.

—¿Y el señor Hunter? ¿Le ha matado él?

—No.

—¿Cómo lo sabe?

—Disculpe…

—Ni siquiera le he dicho cuándo le habían matado. —Loren inclinó la cabeza—. ¿Cómo sabe que no estuvo implicado en la muerte de ese hombre?

—Eso no es lo que quería decir.

—¿Qué quería decir?

Cingle respiró hondo. Loren no.

—¿Qué me dice del detective retirado Max Darrow?

—¿Quién?

Pero Cingle recordaba el nombre por Matt. Él le había pedido que lo investigara.

—Otro muerto. ¿Le ha matado usted? ¿O le ha matado Hunter?

—No sé de que… —Cingle calló, cruzó los brazos—. Tengo que salir de aquí.

—Eso no sucederá, Cingle.

—¿Va a acusarme de algo?

—La verdad es que sí. Amenazó a un hombre con un arma cargada.

Cingle cruzó los brazos e intentó recuperar la compostura.

—Vaya notición.

—Ya, pero esta vez no se saldrá con la suya. Se quedará toda la noche y mañana la acusarán. La vamos a procesar con todo el peso de la ley. No sólo perderá la licencia, si le va bien, sino que yo apostaría a que cumplirá condena.

Cingle no dijo nada.

—¿Quién ha atacado al señor Hunter esta noche?

—¿Por qué no se lo pregunta a él?

—Se lo preguntaré. Porque, y esto es interesante, cuando hallamos el cadáver del señor Talley, tenía un arma reductora y un par de puños de hierro. Había sangre fresca en los puños de hierro. —Loren volvió a inclinar la cabeza, acercándose un poco más—. Cuando realicemos un análisis de ADN, ¿de quién cree que será la sangre?

Llamaron a la puerta. Loren Muse aguantó la mirada un momento más antes de levantarse a abrir. El hombre que había escoltado a Cingle desde la comisaría estaba en el umbral. Llevaba un teléfono móvil.

—Para ella —dijo el hombre, señalando a Cingle.

Cingle miró a Loren. La cara de Loren no expresaba nada.

Cingle se llevó el teléfono a la oreja.

—¿Diga?

Empieza a hablar.

Era su jefe, Malcolm Seward.

—Es un caso complicado.

Estoy conectado a nuestra red —dijo Seward—. ¿Qué número de caso?

—Todavía no tiene número.

—¿Qué?

—Con el debido respeto, no me siento cómoda hablando con las autoridades presentes.

Oyó el suspiro de Seward.

Adivina quién acaba de llamarme, Cingle. Adivina quién me ha llamado a casa a las tres de la mañana.

—Señor Seward…

Bueno, no hace falta que adivines. Yo te lo diré, porque son las tres de la madrugada y estoy demasiado cansado para jueguecitos. Ed Steinberg. El propio Ed Steinberg me ha llamado. ¿Sabes quién es?

—Sí.

Ed Steinberg es el fiscal del condado de Essex.

—Lo sé.

También es mi amigo desde hace veintiocho años.

—Eso también lo sé.

Bien, Cingle, entonces estamos en la misma onda. MVD es mi empresa. Es una empresa muy provechosa, o eso creo yo. Y gran parte tic nuestra eficiencia, la tuya y la mía, depende de poder trabajar con estas personas. Así que, cuando Ed Steinberg me llama a casa a las tres de la madrugada y me dice que está trabajando en un homicidio triple

—Espera —dijo Cingle—. ¿Has dicho triple?

¿Lo ves? Ni siquiera sabes lo lejos que llega este embrollo. Ed Steinberg, mi viejo compañero, desea mucho tu colaboración. Eso significa que yo, tu jefe, deseo mucho tu colaboración. ¿Me he expresado con claridad?

—Creo que sí.

¿Lo crees? ¿Es que he sido demasiado sutil, Cingle?

—Existen factores atenuantes.

Según Steinberg, no. Steinberg dice que está relacionado con un exconvicto. ¿Es cierto eso?

—Trabaja en Carter Sturgis.

¿Es un abogado?

—No, es un ayudante.

¿Y cumplió condena por asesinato?

—Sí, pero…

Entonces no hay más que hablar. No hay razón para la confidencialidad. Diles lo que quieren saber.

—No puedo.

¿Que no puedes? —El tono de Seward se hizo más agudo—. No me gusta oír eso.

—No es tan sencillo, jefe.

Pues yo lo simplificaré para que lo entiendas, Cingle. Tienes dos opciones: hablar o vaciar tu mesa. Adiós.

Colgó el teléfono. Cingle miró a Loren. Loren le sonrió.

—¿Todo bien, señora Shaker?

—De maravilla.

—Bien. Porque ahora mismo, nuestros técnicos van camino de la oficina de MVD. Peinarán su disco duro. Estudiarán todos los documentos que tiene archivados. El fiscal Steinberg está hablando con su jefe. Descubrirá a qué archivos ha accedido recientemente, con quién ha hablado, dónde ha estado, en qué ha trabajado…

Cingle se levantó lentamente y miró a Loren desde las alturas. Loren no retrocedió ni un paso.

—No tengo nada más que decir.

—¿Cingle?

—¿Qué?

—Siéntese.

—Prefiero estar de pie.

—Bien. Entonces escuche, porque estamos llegando al final de nuestra conversación. ¿Sabe que fui a la escuela con Matt Hunter? A la escuela elemental, en realidad. Me gustaba. Era un buen chico. Y si es inocente, nadie estará más deseoso de limpiar su nombre que una servidora. Pero que usted tenga la boca cerrada, bueno, Cingle, me hace pensar que oculta algo. Tenemos los puños de hierro de Talley. Sabemos que Matt Hunter estaba en la escena del crimen. Sabemos que hubo una pelea en la habitación 515; esa era la habitación del señor Talley. También sabemos que el señor Hunter estuvo bebiendo en un par de bares. La prueba de ADN de los puños de hierro demostrará que la sangre es de Hunter. Y, por supuesto, sabemos que el señor Hunter, un exconvicto, tiene antecedentes en peleas que terminan con un muerto.

Cingle suspiró.

—¿Dónde quiere ir a parar?

—Claro, Cingle, enseguida: ¿de verdad cree que necesito su ayuda para atraparlo?

Cingle empezó a mover el pie, buscando una salida.

—¿Qué quiere de mí, entonces?

—Ayuda.

—¿Ayuda con qué?

—Dígame la verdad —dijo Loren—. Es lo único que pido. Hunter ya está prácticamente condenado. En cuanto entre en el sistema, siendo un exconvicto y todo eso, bueno, ya sabe cómo va.

Lo sabía. Matt se volvería loco. Enloquecería si volvían a encerrarle: su mayor temor hecho realidad.

Loren se acercó un poco más.

—Si sabe algo que pudiera ayudarle —dijo—, ahora es el momento de decirlo.

Cingle intentó pensar. Casi confió en aquella pequeña policía, pero era demasiado lista. Eso era lo que quería Muse, jugando al poli bueno y poli malo ella sólita. Vaya, hasta un aficionado se daría cuenta de aquella comedia y, sin embargo, Cingle había estado a punto de morder el anzuelo.

Palabra clave: a punto.

Pero Cingle también sabía que en cuanto entraran en el ordenador de su despacho, habría grandes problemas. Los últimos archivos a que había accedido eran las fotografías del móvil de Matt. Fotos de la víctima de asesinato. Un vídeo de la víctima de asesinato y la esposa de Matt Hunter.

Aquellos serían los últimos clavos en el ataúd de cualquier exconvicto.

Como había señalado la investigadora Muse, ya tenían suficiente con las pruebas físicas. Las fotografías añadirían algo más: motivo.

Cingle también tenía que preocuparse por su carrera. Eso había empezado como favor a un amigo, un caso más. Pero ¿hasta dónde estaba dispuesta a llegar? ¿Qué estaba dispuesta a sacrificar? Y si Matt no tenía nada que ver con el asesinato de Charles Talley, ¿colaborar desde buen comienzo no serviría para sacar la verdad a la luz?

Cingle volvió a sentarse.

—¿Tiene algo que decir?

—Quiero hablar con mi abogado —dijo Cingle—. Después le diré lodo lo que sé.