32
Matt y Olivia habían rellenado los documentos necesarios, pero ninguno de los dos tenía coche. El de Matt seguía aparcado frente a MVD. El de Olivia en el Howard Johnson’s. Llamaron a un taxi y esperaron frente a la entrada.
Matt sentado en una silla de ruedas. Olivia de pie junto a él. Ella miraba al frente, no a él. Hacía calor y bochorno, pero Olivia seguía abrazándose el cuerpo. Llevaba una blusa sin mangas y unos pantalones caqui. Tenía los brazos bronceados y musculosos.
El taxi paró. Matt se puso de pie con dificultad. Olivia intentó ayudarle, pero él la apartó. Entraron los dos en el asiento trasero. Sus cuerpos no se tocaron. No se tomaron de la mano.
—Buenas noches —dijo el chófer, con los ojos en el retrovisor—. ¿A dónde?
El chófer tenía la piel oscura y hablaba con acento africano. Matt le dio su dirección en Irvington. El chófer era charlatán. Era de Ghana, les contó. Tenía seis hijos. Dos de ellos vivían con él; el resto estaban en Ghana con su esposa.
Matt intentó mantener la conversación. Olivia miraba por la ventana y no decía nada. Al cabo Matt le cogió la mano. Ella le dejó hacerlo, pero no la apretó.
—¿Has ido a ver al doctor Haddon? —preguntó Matt.
—Sí.
—¿Y?
—Todo va bien. Debería ser un embarazo normal.
Desde el asiento delantero, el conductor dijo:
—¿Embarazo? ¿Va a tener un hijo?
—Sí —dijo Matt.
—¿Es su primer hijo?
—Sí.
—Son una bendición, amigo.
—Gracias.
Ya estaban en Irvington, en Clinton Avenue. Delante de ellos el semáforo se puso rojo. El chófer apretó el freno.
—Aquí doblamos a la derecha, ¿sí?
Matt había estado mirando por la ventana, preparado para decir que sí, cuando algo le llamó la atención. Su casa sí estaba al final de la calle a la derecha. Pero no era eso lo que le había llamado la atención.
Había un coche de la policía aparcado enfrente.
—Espere un momento —dijo Matt.
—¿Disculpe?
Matt bajó la ventanilla. El coche de policía estaba en marcha. Eso le preocupó. Miró hacia la esquina. Lawrence el borrachín estaba deambulando con su habitual bolsa marrón, cantando el clásico de los Four Tops, «Bernadette».
Matt se apoyó en la ventana.
—Eh, Lawrence.
—… y nunca he encontrado el amor que encontré en ti… —Lawrence dejó de cantar de golpe. Puso una mano sobre los ojos y miró. Una sonrisa le iluminó la cara. Se acercó a ellos tambaleándose—. ¡Matt, tío! Fíjate, vivito y coleando y en un taxi.
—Sí.
—Has estado bebiendo, ¿eh? Me acuerdo de antes. No querías beber y conducir, ¿a que no?
—Algo así, Lawrence.
—Uau. —Lawrence señaló el vendaje de la cabeza de Matt—. ¿Qué te ha pasado? ¿Sabes a quién te pareces, con la cabeza vendada así?
—Lawrence…
—A aquel tío de aquel cuadro antiguo, el que toca la flauta. ¿O era el del lazo? Nunca me acuerdo. Lleva la cabeza vendada, igualito que tú. ¿Cómo se llamaba ese cuadro?
Matt intentó que le hiciera caso.
—Lawrence, ¿ves ese coche de policía?
—¿Qué? —Lawrence se inclinó más cerca—. ¿Te lo han hecho ellos?
—No, no es eso. Estoy bien, te lo juro.
Lawrence estaba perfectamente situado para tapar la visión de Matt desde el coche. Si el policía miraba en su dirección, seguramente pensaría que Lawrence estaba mendigando.
—¿Cuánto rato lleva aparcado ahí? —preguntó Matt.
—No lo sé. Quince minutos, veinte quizá. El tiempo vuela, Matt. Cuanto más viejo, más rápido pasa. Hazle caso a Lawrence.
—¿Ha bajado del coche?
—¿Quién?
—El poli.
—Ah, sí. Ha llamado a tu puerta incluso. —Lawrence sonrió—. Ya lo veo. Estás metido en un lío, ¿no, Matt?
—¿Yo? Yo soy de los buenos.
A Lawrence le chifló eso.
—Oh, ya lo sabía. Buenas noches, Matt. —Se inclinó un poco hacia la ventana—. Tú también, Liv.
—Gracias, Lawrence —dijo Olivia.
Lawrence miró a Olivia y calló. Miró a Matt y se incorporó. Su voz se hizo más amable.
—Cuidaos mucho.
—Gracias, Lawrence. —Matt se echó hacia delante y golpeó en el cristal—. Cambio de destino.
—¿Tendré problemas por esto? —preguntó el chófer.
—Ni mucho menos. Fue un accidente. Quieren hablar conmigo sobre cómo me lo he hecho. Prefiero esperar a mañana.
El chófer no lo creyó, pero tampoco parecía deseoso de discutir. El semáforo se puso verde. El taxi se puso en marcha y fue hacia delante en lugar de doblar a la derecha.
—¿Adónde vamos?
Matt le dio la dirección de MVD en Newark. Pensó que podían recoger el coche y buscar un lugar adonde ir y charlar. La cuestión era ¿dónde? Miró el reloj. Eran las tres de la mañana.
El chófer paró en el aparcamiento de MVD.
—Aquí está bien, ¿sí?
—Bien, gracias.
Bajaron del coche. Matt le pagó.
—Conduciré yo —dijo Olivia.
—Estoy bien.
—Bien, claro. Acaban de darte una paliza y estás atiborrado de medicamentos. —Olivia extendió la palma de la mano—. Dame las llaves.
Matt se las dio. Subieron al coche y ella lo puso en marcha.
—¿Adónde vamos? —preguntó Olivia.
—Voy a llamar a Marsha, a ver si podemos quedarnos en su casa.
—Vas a despertar a los niños.
Matt logró sonreír.
—Ni una granada en la almohada lograría despertar a esos dos.
—¿Y la pobre Marsha?
—No le importará.
Pero de repente Matt vaciló. No le preocupaba en absoluto despertar a Marsha —en aquellos años habían intercambiado muchas llamadas a horas intempestivas—, pero ahora se preguntaba si estaría sola, si no interrumpiría algo. Entonces —y eso sí era raro— empezó a preocuparse por otra cosa.
Supongamos que Marsha volvía a casarse.
Paul y Ethan todavía eran pequeños. ¿Llamarían papá al marido? Matt no estaba seguro de poder soportarlo. Peor aún, ¿qué papel tendría el tío Matt en esa nueva vida, en esa nueva familia? Era todo una tontería, por supuesto. Se estaba adelantando a los acontecimientos. Y no era precisamente el mejor momento para pensar en eso, con todos los problemas que tenía. Pero la idea estaba allí, en su cabeza, pugnando por salir de un armario trasero.
Sacó el móvil y apretó el segundo número en su marcador. Al llegar a Washington Avenue, Matt vio dos coches que pasaban en dirección opuesta. Se volvió y observó que paraban en el aparcamiento de MVD. Los coches eran de la oficina del fiscal del condado de Essex. Eran de la misma marca y modelo que el que Loren llevaba aquella noche.
Aquello no podía ser bueno.
Contestaron al teléfono al segundo timbre.
—Me alegro de que hayas llamado —dijo Marsha.
Si estaba dormida, lo disimulaba muy bien.
—¿Estás sola?
—¿Qué?
—Bueno… Ya sé que los niños están ahí…
—Estoy sola, Matt.
—No pretendía fisgar. Sólo quiero asegurarme de que no interrumpo nada.
—No interrumpes. Ni nunca interrumpirás.
Eso debería haberlo tranquilizado.
—¿Te parece bien que Olivia y yo pasemos la noche en tu casa?
—Por supuesto.
—Es una larga historia, pero es que me han agredido esta noche…
—¿Estás bien?
El dolor empezaba a dejarse sentir de nuevo en su cabeza y en las costillas.
—Tengo moratones y laceraciones, pero me pondré bien. El caso es que la policía quiere hacerme algunas preguntas y todavía no estamos listos.
—¿Tiene algo que ver con lo de la monja? —preguntó Marsha.
—¿Qué monja?
La cabeza de Olivia se volvió hacia él.
—Esta mañana ha pasado una investigadora del condado —dijo Marsha—. Debería haberte llamado, pero no creía que fuera importante. Espera, tengo una tarjeta suya por aquí…
La cabeza de Matt, aunque exhausta y confusa, recordó entonces.
—Loren Muse.
—Eso, ese era el nombre. Dijo que una monja había llamado a esta casa.
—Lo sé —dijo Matt.
—¿Has hablado con Muse?
—Sí.
—Me lo imaginaba. Estábamos hablando y entonces, no sé, vio una foto tuya en la nevera y de repente se puso a hacernos preguntas, a Kyra y a mí, sobre si venías muy a menudo.
—No te preocupes. Ya lo he arreglado. Mira, llegaremos dentro de veinte minutos.
—Prepararé la habitación de invitados.
—No te tomes ninguna molestia.
—No es molestia. Hasta ahora.
Colgó.
—¿De qué va eso de la monja? —dijo Olivia.
Matt le contó la visita de Loren. La cara de Olivia perdió más color aún. Cuando terminó, estaban en Livingston. Las calles estaban completamente vacías, tanto de coches como de peatones. No había nadie a la vista. Las únicas luces que procedían de las casas eran las de las plantas bajas conectadas.
Olivia siguió en silencio mientras aparcaba frente a la casa de Marsha. Matt veía la silueta de Marsha a través de la cortina de la ventana del vestíbulo. La luz del garaje estaba encendida. Kyra estaba despierta. Vio que miraba hacia fuera. Matt bajó la ventanilla y la saludó con la mano. Ella le devolvió el saludo.
Olivia apagó el motor. Matt se miró la cara en el retrovisor. Estaba horrible. Lawrence tenía razón. Con el vendaje en la cabeza, se parecía al soldado que tocaba la flauta en Espíritu del 76 de Willard.
—¿Olivia?
Ella no dijo nada.
—¿Conoces a esa hermana Mary Rose?
—Tal vez.
Bajó del coche. Matt hizo lo mismo. Las luces exteriores —Matt había ayudado a Bernie a instalar los detectores de movimiento— se encendieron. Olivia dio la vuelta al coche y se puso a su lado. Le cogió la mano y la apretó con fuerza.
—Antes de decir nada —dijo Olivia—, tienes que saber algo.
Matt esperó.
—Te quiero. Eres el único hombre que he amado. Pase lo que pase, me has dado una felicidad y una alegría que había creído imposibles.
—Olivia…
Ella le puso el índice en los labios.
—Sólo quiero una cosa. Quiero que me abraces. Sólo abrázame. Un minuto o dos. Porque después de que te diga la verdad, no estoy segura de que quieras volver a hacerlo.