31
Matt Hunter se despertó.
Vio la cara de Olivia.
No había duda de que era real. Matt no estaba viviendo uno de esos momentos en los que no sabes si estás soñando o no. El color había huido de la cara de Olivia. Sus ojos estaban rojos. Matt vio el miedo y la única cosa que pudo pensar —no en respuestas, ni en explicaciones— la única cosa que pudo pensar con claridad fue: «¿Cómo podría aliviarla?».
Las luces eran brillantes. El rostro de Olivia, incluso así hermoso, estaba enmarcado por algo parecido a una cortina de ducha blanca. Matt intentó sonreírle. El cráneo le retumbaba como un dedo machacado con un martillo.
Ella le observaba. Vio que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Lo siento —susurró ella.
—No pasa nada —dijo Matt.
Se sentía un poco ido. Analgésicos, pensó. Morfina o algo parecido. Le dolían las costillas, pero era un dolor sordo. Se acordaba del hombre de la habitación del hotel, Talley, el del pelo negro azabache. Recordaba la sensación paralizante, la caída, los puños de hierro.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En urgencias, en el Beth Israel.
Matt sonrió.
—Nací aquí, sabes. —Sí, estaba claro que le habían dado algo, un relajante muscular, un analgésico, algo—. ¿Qué ha sido de Talley? —preguntó.
—Ha huido.
—¿Estabas en la habitación?
—No. Estaba al fondo del pasillo.
Matt cerró los ojos, sólo un momento. Aquello no tenía sentido.
—¿Estabas al fondo del pasillo?
Intentó despejarse.
—Matt.
Él parpadeó varias veces e intentó concentrarse.
—¿Estabas al fondo del pasillo?
—Sí. Te he visto entrar en la habitación y te he seguido.
—¿Estabas alojada en ese hotel?
Antes de que pudiera contestar, la cortina se apartó.
—Ah, ¿cómo se encuentra? —dijo el médico. Tenía acento paquistaní o indio, quizá.
—De maravilla —dijo Matt.
El médico les sonrió. La chapa con su nombre decía PATEL.
—Su esposa me ha dicho que le han agredido, que creía que el agresor había utilizado un arma reductora.
—Eso creo.
—Eso es bueno, en cierto modo. Las armas reductoras no dejan daños permanentes. Sólo incapacitan temporalmente.
—Sí —dijo Matt—. Me protege un ángel de la guarda.
Patel rio discretamente y comprobó el gráfico.
—Ha sufrido una conmoción. Seguramente tiene una costilla fracturada, pero no lo sabré hasta que le hagamos una radiografía. No tiene mucha importancia, contusa o rota, sólo se puede tratar con reposo. Ya le he dado algo para el dolor. Puede que necesite más.
—De acuerdo.
—Quiero que se quede esta noche.
—No —dijo Matt.
Patel le miró.
—¿No?
—Quiero ir a casa. Mi esposa puede cuidarme.
Patel miró a Olivia. Ella asintió.
—¿Entiende que no se lo recomiendo? —dijo el médico.
—Lo entendemos —dijo Olivia.
En la tele, los médicos siempre ponen pegas a los pacientes que «quieren irse a su casa». Patel no puso objeciones. Se encogió de hombros y basta.
—Bien, firme el formulario de alta voluntaria, y puede irse.
—Gracias, doctor —dijo Matt.
Patel se encogió de hombros.
—Que le vaya bien.
—Igualmente.
Patel se marchó.
—¿Está aquí la policía? —preguntó Matt.
—Acaban de marcharse, pero volverán.
—¿Qué les has dicho?
—No gran cosa —dijo ella—. Creen que ha sido una especie de disputa conyugal. Que me pillaste con otro hombre, o algo así.
—¿Qué le ha pasado a Cingle?
—La han arrestado.
—¿Qué?
—Apuntó al recepcionista con una pistola.
Matt meneó la dolorida cabeza.
—Hay que pagarle la fianza.
—Me ha dicho que no, que ya se las arreglaría.
Matt intentó sentarse. El dolor le penetraba en la parte trasera del cráneo como un cuchillo ardiente.
—¿Matt?
—Estoy bien.
Y lo estaba. Había recibido palizas peores. Mucho peores. Aquello no era nada. Podía con ello. Se sentó en la cama y la miró a los ojos. Ella le miró como si se preparara para recibir un golpe.
—Esto es algo malo, ¿no? —dijo Matt.
Olivia tenía una opresión en el pecho. Las lágrimas empezaron a escaparse.
—No lo sé todavía —dijo ella—. Pero sí. Sí, es bastante malo.
—¿Queremos que la policía se inmiscuya?
—No. —Las lágrimas ya le rodaban por las mejillas—. Hasta que te lo haya contado todo.
Matt sacó los pies de la cama.
—Pues larguémonos cuanto antes.
Loren contó seis personas haciendo cola en el mostrador de urgencias. Cuando se situó delante, las seis gruñeron furiosas. Loren las ignoró. Golpeó con la placa sobre la mesa.
—Hace poco han traído a un paciente.
—No me diga. —La recepcionista la miró por encima de las gafas de media luna y paseó la mirada por la sala de espera llena hasta los topes—. ¿Un paciente, dice? —Masticaba chicle—. Vaya, menuda vista. Hace poco han traído a un paciente.
La cola rio y Loren se ruborizó.
—Era una víctima de agresión. En el Howard Johnson’s.
—Ah, ese. Creo que se ha marchado.
—¿Marchado?
—Le han dado el alta hace unos minutos.
—¿Adónde ha ido?
La mujer la miró con ojos inexpresivos.
—Vale —dijo Loren—. Déjelo.
Sonó su móvil. Lo contestó y ladró:
—Muse.
—Eh, hola, ¿es usted la policía que estuvo aquí antes?
Loren reconoció la voz.
—Sí, Ernie. ¿Qué pasa?
Se oyó un quejido bajo.
—Tiene que volver.
—¿Qué pasa, Ernie?
—Ha ocurrido algo —dijo Ernie—. Creo… creo que está muerto.