28
Matt dudó frente a la puerta de la habitación 515 pero no por mucho tiempo.
No tenía elección. No podía quedarse en el pasillo e intentar hablar con él. Así que empezó a entrar. Todavía no estaba seguro de cómo enfocarlo, ni del papel que jugaba Talley. Matt había decidido ir a las claras y ver adónde le conducía. ¿Sabía Talley que formaba parte de un montaje? ¿Era él el hombre del vídeo? Y si era así, ¿por qué habían sacado antes la otra fotografía?
Matt entró.
Charles Talley seguía hablando por el móvil. En cuanto la puerta empezó a cerrarse, Matt dijo:
—Creo que podemos ayudarnos mutuamente.
Y entonces fue cuando Charles Talley le tocó el pecho con el móvil.
Matt sintió una especie de cortocircuito en todo el cuerpo. Su columna dio un salto hacia arriba. Los dedos de las manos se separaron. Los dedos de los pies se le tensaron. Sus ojos se abrieron mucho.
Quería alejarse del móvil. Lejos. Pero no podía moverse. Su cerebro gritó. Su cuerpo no le escuchaba.
«La pistola —pensó Matt—. Coge la pistola».
Charles Talley preparó el puño. Matt se dio cuenta. Intentó moverse otra vez, intentó al menos volverse, pero el voltaje eléctrico debía de paralizar ciertas sinapsis cerebrales. Su cuerpo sencillamente no le obedecía.
Talley le pegó un puñetazo en la parte baja de la caja torácica.
El golpe aterrizó sobre el hueso como una maza. El dolor lo llenó todo. Matt cayó sobre su espalda.
Parpadeó, los ojos se le humedecieron, y miró la cara sonriente de Charles Talley.
«La pistola… coge la maldita pistola…»
Pero sus músculos sufrían un espasmo.
«Cálmate. Relájate».
De pie sobre él, Talley tenía el móvil en una mano. Llevaba un puño de hierro en la otra.
Matt pensó vagamente en su móvil. El que llevaba en la cintura. Cingle estaba al otro lado escuchando. Abrió la boca para llamarla.
Talley volvió a atacarle con lo que debía de ser un arma aturdidora.
Los voltios corrieron a través de su sistema nervioso. Sus músculos, incluidos los de la mandíbula, se contrajeron y estremecieron incontrolablemente.
Sus palabras, su grito de ayuda, no llegaron a pronunciarse.
Charles Talley le sonrió. Le mostró el puño de hierro. Matt sólo podía mirar.
En la cárcel, algunos guardias llevaban armas reductoras. Matt había aprendido que funcionaban sobrecargando el sistema de comunicación interno. La corriente imita los impulsos eléctricos naturales del cuerpo y los confunde diciendo a los músculos que trabajen sin parar. La víctima queda indefensa.
Matt vio que Talley preparaba el puño. Quería coger su máuser Mz y volarle la cara a aquel cabrón. Tenía el arma allí mismo, en el cinturón, pero podría haber estado fuera del estado.
El puño se acercaba a él.
Matt sólo quería levantar un brazo, quería rodar a un lado, quería hacer algo. No pudo. El puñetazo de Talley apuntaba directamente al torso de Matt, quien observó que se acercaba a cámara lenta.
El puño se aplastó sobre su esternón.
Sintió como si los huesos se hubieran hundido en su corazón. Como si el esternón fuera de poliestireno. Matt abrió la boca en un grito silencioso y angustiado. No tenía aire. Dejó los ojos en blanco.
Cuando por fin Matt pudo volver a enfocar, el puño de hierro se dirigía a su cara.
Matt se esforzó, pero estaba débil. Demasiado débil. Sus músculos seguían sin obedecer. Su red de comunicaciones interna seguía cerrada. Pero algo primitivo, algo básico, permanecía, todavía tenía suficiente instinto de supervivencia para esquivar el golpe como mínimo.
El puño le arañó la parte de atrás de la cabeza. La piel se abrasó. El intenso dolor le hizo explotar la cabeza. Sus ojos se cerraron. Esta vez no se abrieron más. En algún lugar lejano oyó una voz, una voz conocida, que gritó: «¡No!». Pero probablemente no era real. Entre las corrientes eléctricas y el castigo físico, las conexiones cerebrales probablemente se conjuraban inventando todo tipo de ilusiones extrañas.
Hubo otro golpe. Tal vez otro. Tal vez más, pero Matt estaba lejos de notarlos.