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«Nevada», pensó Matt. Loren Muse le había preguntado por un hombre de Nevada.
Veinte minutos después de dejar a Loren en la entrada, Matt estaba en el despacho de Cingle. Había dedicado el trayecto a repasar el interrogatorio mentalmente. Una palabra no dejaba de volver: «Nevada».
Max Darrow, fuera quien fuera, era de Nevada.
Y Olivia había estado mirando un sitio web de un periódico llamado Nevada Sun News.
¿Coincidencia?
Sí, claro.
Las oficinas de MVD estaban en silencio. Cingle estaba sentada a su mesa, con un chándal Nike negro. Llevaba el pelo recogido en una larga cola de caballo. Apretó el interruptor para encender el ordenador.
—¿Has oído hablar de la muerte de una monja de Saint Margaret’s? —preguntó Matt.
Cingle frunció el ceño.
—¿Es la iglesia de East Orange?
—Sí. También es una escuela.
—No.
—¿Y en relación a un tal Max Darrow?
—¿Qué?
Matt rápidamente le explicó las preguntas de sus antiguos compañeros de clase, Lance Banner y Loren Muse. Cingle suspiró y tomó notas. No dijo nada, y se limitó a arquear una ceja cuando él mencionó haber encontrado una cookie en el ordenador conectada con una web de strippers.
—Lo miraré.
—Gracias.
Giró un poco la pantalla del ordenador para que los dos pudieran verla.
—Manos a la obra, ¿qué quieres ver?
—¿Puedes ampliar la foto de Charles Talley que me mandaron al móvil?
Ella empezó a mover el ratón y clicar.
—Deja que te explique algo rápidamente —dijo Matt.
—Estoy escuchando.
—Sobre el programa de ampliación. A veces hace milagros, a veces no sirve para una mierda. Cuando sacas una foto digital, la calidad depende de los píxeles. Por eso se trata de comprar una cámara con el máximo posible de píxeles. Los píxeles son puntos. Cuantos más puntos, más clara es la imagen.
—Ya lo sé.
—La cámara de tu móvil tiene una lectura de píxeles francamente miserable.
—Eso también lo sé.
—Entonces sabes que cuanto más amplías la imagen, menos clara se vuelve. Este programa utiliza algoritmos, sí, lo sé, una palabrota. Dicho sencillamente, imagina lo que debería haber basándose en las pistas que aparecen. Color, sombra, bordes, líneas, de todo. No es precisamente exacto. Hay mucho de ensayo y error. Pero dicho esto…
Accedió a la fotografía de Charles Talley. Esta vez Matt ignoró el pelo negro azabache, la sonrisa, la cara en general. Ignoró la camisa roja y las paredes blancas. Sólo tenía ojos para una cosa.
Lo señaló con el dedo.
—¿Lo ves?
Cingle se puso unas gafas, entornó los ojos y le miró.
—Sí, Matt —dijo con decisión—. Se llama ventana.
—¿Puedes ampliarla?
—Lo puedo intentar. ¿Por qué? ¿Crees que hay algo en esa ventana?
—No exactamente. Hazlo, por favor.
Cingle se encogió de hombros, colocó el cursor sobre la ventana y la amplió. La ventana ocupó la mitad de la pantalla.
—¿Puedes aclararla?
Cingle apretó algo llamado sintonía fina. Después miró a Matt. Él le sonrió.
—¿No lo ves?
—¿Ver qué?
—Es gris. Eso lo puedes ver con el móvil. Pero ahora mira: hay gotas de lluvia en la ventana.
—¿Y qué?
—Esta foto me la mandaron ayer por la tarde. ¿Viste lluvia en alguna parte ayer? ¿O anteayer?
—Pero espera. ¿No se supone que Olivia está en Boston?
—Puede que esté en Boston y puede que no. Pero tampoco ha llovido en Boston. No ha llovido en todo el noroeste.
Cingle volvió a sentarse.
—¿Y eso qué significa?
—Espera. Primero mírame otra cosa —dijo Matt—. Saca el vídeo del móvil y pásalo lentamente.
Cingle redujo la fotografía de Charles Talley. Se puso a clicar sobre los iconos otra vez. Matt sintió la excitación. Las piernas le temblaban. La cabeza se le despejó.
El vídeo empezó a pasar. Matt intentó mirar a la mujer de la peluca rubio platino. Más tarde, la pasaría despacio, para confirmar que realmente era Olivia. Estaba bastante seguro de que lo era. Pero ese no era el tema en ese momento.
Esperó hasta que la mujer empezó a moverse, esperó el haz de luz.
—Aprieta pausa.
Cingle fue rápida. Apretó cuando apareció el haz de luz.
—Mira —dijo Matt.
Cingle asintió.
—Vaya, no te jode.
El sol entraba a raudales por la ventana.
—La fotografía y el vídeo no se tomaron al mismo tiempo —dijo ella.
—Exactamente.
—¿Qué pasó entonces? ¿Descargaron la primera foto en el móvil de Olivia o hicieron una foto de una foto?
—Algo así.
—Sigo sin entender nada.
—Yo tampoco estoy seguro de entenderlo. Pero… vuelve a pasar el vídeo. A cámara lenta.
Cingle hizo lo que le pedía.
—Para. —Matt miró la pantalla—. Amplía la mano izquierda de él.
Era una toma de la palma de la mano. También estaba borrosa cuando la amplió al principio. Introdujo el programa de ampliación. La mano se enfocó un poco más.
—Sólo piel —dijo Matt.
—Ni anillo ni alianza. Volvamos a la fotografía de Charles Talley.
Eso fue más fácil. La fotografía tenía mejor resolución. La figura de Charles Talley era más grande. Su mano estaba levantada, con la palma bien abierta, casi como si parara el tráfico.
Se veía con claridad un anillo.
—Dios mío —dijo Cingle—. Es un montaje.
Matt asintió.
—No es que sepa lo que pasa en este vídeo, pero querían que supieras que el tal Charles Talley tenía una aventura con Olivia. ¿Te imaginas por qué?
—No. ¿Sabes algo más de Talley?
—Déjame ver los mensajes. Puede que haya llegado algo.
Mientras Cingle iniciaba su servicio online, Matt sacó el móvil. Otra vez apretó la tecla de marcado rápido de Olivia. Volvía a sentir cierto calor en el pecho. Sonrió. Sí, había problemas —Olivia seguía en una habitación de hotel con un desconocido— y, también podía ser que siguiera un poco exaltado por los efectos del vodka, pero ahora había esperanzas. La sensación de desastre empezaba a ceder.
Esta vez la voz grabada de Olivia le sonó melódica. Espero a oír el tono y dijo: «Sé que no has hecho nada malo. Por favor llámame». Miró a Cingle, que fingía no escuchar. «Te quiero», acabó.
—Oh, qué dulce —dijo Cingle.
Una voz masculina gritó desde el ordenador: «Tiene mensajes».
—¿Hay algo? —preguntó Matt.
—Espera un segundo. —Echó un vistazo por encima a los mensajes—. Por ahora no mucho, pero es algo. Talley tiene tres condenas por agresión, y dos arrestos más en los que se desestimaron los cargos. Fue sospechoso, menudo pájaro, de matar a su casero de una paliza. Cumplió condena por última vez en una cárcel estatal, no te lo pierdas, en Lovelock.
—Ese nombre me suena. ¿Dónde está?
—No lo dice. Espera, voy a hacer una búsqueda rápida. —Cingle se puso a teclear y apretó «entrar»—. Vaya.
—¿Qué?
Ella le miró.
—Está en Lovelock, Nevada.
Nevada. Matt sintió que se hundía el suelo. El móvil de Cingle sonó. Ella lo levantó para ver la pantalla.
—Perdóname un momento.
Matt intentó asentir. Se sentía atontado.
Nevada.
Entonces otra idea suelta le vino a la cabeza, otra posible conexión con Nevada: durante su primer año en la universidad, ¿no había ido con unos amigos a Nevada?
A Las Vegas, para ser exactos.
Fue allí, en aquel viaje, hacía tantos años, cuando vio por primera vez al amor de su vida…
Meneó la cabeza. No, no, no podía ser. Nevada es un estado muy grande.
Cingle colgó y empezó a teclear en el ordenador.
—¿Qué? —preguntó él.
Sus ojos volvieron a posarse en la pantalla.
—Charles Talley.
—¿Qué pasa?
—Sabemos dónde está.
—¿Dónde?
Ella apretó «entrar» y entornó los ojos.
—Según Mapquest, a menos de seis kilómetros de donde estás ahora. —Se quitó las gafas y le miró—. Talley está alojado en el Howard Johnson’s del aeropuerto de Newark.