23

De pie frente a la puerta, Matt Hunter preguntó:

—¿Se trata de la monja de St. Margaret’s?

Loren se sobresaltó, pero Hunter levantó una mano.

—No te emociones —dijo—. Sé lo de la monja porque Lance ya me lo ha preguntado.

Debería habérselo imaginado.

—¿Quieres ponerme al día, pues?

Matt se encogió de hombros y no dijo nada. Ella le apartó, entró en el recibidor y echó un vistazo. Había libros amontonados por todas partes. Algunos habían caído, como torres desmoronadas. Había fotografías enmarcadas sobre la mesa. Loren las estudió. Cogió una.

—¿Es tu esposa?

—Sí.

—Es guapa.

—Sí.

Loren dejó la foto y se volvió a mirarlo. Sería cursi decir que tenía el pasado escrito en la cara, que la cárcel le había cambiado no sólo por dentro, sino también por fuera. A Loren no le convencía esta forma de pensar. Ella no creía que los ojos fueran el espejo del alma. Había visto asesinos con ojos amables y hermosos. Había visto personas inteligentes que tenían una expresión totalmente vacía. Había oído decir a jurados: «Supe que era inocente en cuanto entró en la sala, esas cosas se notan», y aquello era una tontería, total y absoluta.

Pero dicho esto, había algo en la actitud de Matt Hunter, en la inclinación de la barbilla quizás, en la línea de la boca. El daño, la actitud defensiva, trascendían. No sabía muy bien qué era, pero se notaba. De no haber sabido que había cumplido condena después de una infancia tranquila, ¿seguiría sintiendo esa vibración inconfundible?

Pensaba que sí.

Loren no podía evitar pensar en Matt de niño, un niño bueno, pacífico, con buen carácter, y sintió una punzada de pena.

—¿Qué le has dicho a Lance? —preguntó.

—Le he preguntado si era sospechoso.

—¿Sospechoso de qué?

—De lo que sea.

—¿Y qué te ha dicho él?

—Ha esquivado la pregunta.

—No eres un sospechoso —dijo ella—. Por ahora no, al menos.

—Uau.

—¿Es sarcasmo eso?

Matt Hunter se encogió de hombros.

—¿Puedes hacerme las preguntas ya? Tengo que ir a un sitio.

—Tengo que ir a un sitio —repitió ella, mirando ostentosamente el reloj—. ¿A estas horas?

—Soy muy sociable —dijo Matt, saliendo hacia el umbral.

—No sé por qué pero lo dudo.

Loren le siguió. Echó un vistazo al barrio. Había dos hombres bebiendo algo que llevaban en unas bolsas de papel y cantando un viejo clásico de la Motown.

—¿Son los Temptations? —preguntó Loren.

—Los Four Tops —dijo Matt.

—Siempre los confundo.

Se volvió hacia él. Matt hizo un gesto de disculpa.

—No es exactamente Livingston, ¿no? —dijo Matt.

—Me han dicho que te trasladas.

—Es un buen lugar para tener familia.

—¿Tú crees?

—¿Tú no?

Ella meneó la cabeza.

—Yo no volvería.

—¿Es una amenaza?

—No, en significado literal. Yo, Loren Muse, no volvería nunca a vivir allí.

—Cada uno a lo suyo, entonces. —Suspiró—. ¿Hemos acabado con la conversación?

—Supongo.

—Bien. ¿Qué le ha pasado a esa monja, Loren?

—Aún no lo sabemos.

—Inténtalo otra vez.

—¿La conocías?

—Ni siquiera recuerdo cómo me dijo Lance que se llamaba. Hermana Mary no sé qué.

—Hermana Mary Rose.

—¿Qué le ha pasado?

—Ha muerto.

—Ya. ¿Qué tengo yo que ver?

Loren no sabía muy bien cómo enfocarlo.

—¿Tú qué crees?

Matt suspiró y pasó a su lado.

—Buenas noches, Loren.

—Espera. Vale, ha sido una tontería. Lo siento.

Matt se volvió.

—Su registro de llamadas.

—¿Qué hay?

—La hermana Mary Rose hizo una llamada que no se explica.

La cara de Matt no dijo nada.

—¿La conoces o no?

Matt meneó la cabeza.

—No.

—Porque el registro dice que efectuó una llamada a la casa de tu cuñada en Livingston.

Matt frunció el ceño.

—¿Llamó a Marsha?

—Tu cuñada ha negado haber recibido ninguna llamada de St. Margaret’s. También he hablado con la tal Kylie que le alquila una habitación.

—Kyra.

—¿Qué?

—Se llama Kyra, no Kylie.

—Bien, da igual. En fin, sé que pasas mucho tiempo en su casa. De hecho sé que estuviste allí anoche.

Matt asintió.

—Así que pensaste, redoble de tambores, por favor, que la monja debió de llamarme a mí —acabó Matt por ella.

Ella se encogió de hombros.

—Tiene sentido.

Matt respiró hondo.

—¿Qué?

—¿Esta no es la parte en la que yo me pongo furioso y digo que sólo tiene sentido porque tienes prejuicios contra un exconvicto, a pesar de que haya cumplido condena y pagado su deuda con la sociedad?

Eso la hizo sonreír.

—No me digas que quieres ahorrarte la indignación. ¿Quieres ir directo a la negación?

—Lo aceleraría todo un poco —dijo Matt.

—¿Así que no conoces a la hermana Mary Rose?

—No. Entre nosotros, no conozco a ninguna hermana Mary Rose. No creo que conozca a ninguna monja. No conozco a nadie relacionado con St. Margaret’s, excepto, según Lance, a ti, que fuiste allí, o sea que la respuesta debería ser: sólo a ti. No tengo ni idea por qué la hermana Mary Rose llamaría a la casa de Marsha o si de verdad llamó a la casa de Marsha.

Loren decidió cambiar de táctica.

—¿Conoces a un hombre llamado Max Darrow?

—¿También ha llamado a Marsha?

—¿Por qué no respondes y basta, Matt? ¿Conoces a un tal Max Darrow de Raleigh Heights, en Nevada, sí o no?

Un sobresalto. Loren lo vio. Pequeño, el más mínimo de los cambios en la cara de Matt. Pero así era: una ligera abertura de los ojos. Se recuperó en menos de un segundo.

—No —dijo.

—¿Nunca has oído hablar de él?

—Nunca. ¿Quién es?

—Ya lo leerás en el periódico de mañana. ¿Te importa decirme dónde estuviste ayer? Quiero decir antes de ir a casa de Marsha.

—Sí, me importa.

—¿Por qué no me lo dices y ya está?

Él apartó la mirada, cerró los ojos y volvió a abrirlos.

—Esto empieza a parecer un interrogatorio de un sospechoso en toda regla, detective Muse.

—Inspectora Muse —dijo ella.

—De todos modos, creo que ya he contestado bastantes preguntas esta noche.

—¿Te niegas?

—No, me voy. —Ahora era el turno de Matt de mirar el reloj—. De verdad que debo irme.

—¿Y supongo que no vas a decirme qué te traes entre manos?

—Supones bien.

Loren se encogió de hombros.

—Podría seguirte.

—Te ahorraré la molestia. Voy a las oficinas de MVD en Newark. Lo que haga allí es sólo asunto mío. Buenas noches.

Empezó a bajar los peldaños.

—Matt…

—¿Qué?

—Te parecerá raro —dijo Loren—, pero me alegro de verte. Desearía que hubiera sido en otras circunstancias.

Casi sonrió.

—Lo mismo digo.