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kahlan se paraba casi a cada paso para saludar a gente. Se alzó sobre las puntas de los pies para contemplar la multitud, intentando ver a las personas que buscaba, a las personas que estaba ansiosa por ver otra vez. Daba la impresión de que el mundo entero se había congregado en los extensos corredores del Palacio del Pueblo. No podía recordar haber visto nunca a tantas personas asistiendo a algo.

Pero, por otra parte, éste era un acontecimiento especial, algo que nadie había visto nunca antes. Nadie quería perdérselo.

El mundo era un lugar distinto. Con tantas gentes consagradas al odio desterradas de este mundo, había, daba la impresión, un renacimiento del espíritu. Se había espoleado la innovación y la invención para economizar esfuerzos, habida cuenta de que había muchas menos personas. Cada día se enteraba de logros, del desarrollo de cosas nuevas. Las oportunidades para que las personas crearan y prosperaran ya no estaban restringidas. El mundo parecía estar floreciendo.

Kahlan paró cuando alguien le cogió el brazo. Volvió la cabeza y vio a Jillian con su abuelo. Kahlan dio un fuerte abrazo a la muchacha y contó a su abuelo la valiente jovencita que había sido, y cómo había ayudado a salvarlos a todos lanzando sueños. El abuelo de Jillian sonrió orgulloso.

La gente asediaba a Kahlan para tomar su mano, para decirle lo hermosa que estaba, para preguntarle si Richard y ella estaban bien. La multitud parecía transportarla al frente flotando. Era una delicia ver un festejo como aquél, tanta alegría y buena voluntad unidas así.

Varios miembros del personal de la cripta la pararon para expresar su emoción por haber sido invitados. Ella abrazó a una de las mujeres para impedirle seguir hablando. Cuando Richard había desencadenado el poder de las cajas, les habían vuelto a crecer las lenguas. Desde entonces, Kahlan no creía que ninguno de los servidores de la cripta hubiera dejado de hablar.

Divisó a Nathan paseando tranquilamente por el pasillo. Su abundante cabellera de lacio pelo blanco descendía hasta unas amplias espaldas que sostenían una capa de terciopelo azul sobre una camisa blanca de volantes. Llevaba una elegante espada colgada a la cadera. Según él le proporcionaba un aspecto gallardo. Tenía a una mujer atractiva en cada brazo, así que funcionaba. Kahlan deseó que Richard resultara igual de toscamente atractivo luciendo su espada cuando tuviera mil años.

Saludó a Nathan con la mano a través de un mar de gente. Él señaló para indicar que la vería con Richard, y ella se encaminó en aquella dirección. Cuando divisó a Verna, Kahlan cogió a la Prelada del brazo.

—¡Verna, has venido!

Verna sonrió radiante.

—Ni se me ocurriría perderme una cosa así.

—¿Qué tal la vida en el Alcázar del Hechicero? ¿Están tus Hermanas felices allí?

La sonrisa de Verna se ensanchó.

—Kahlan, no sé cómo explicártelo. Hemos encontrado a unos cuantos muchachos nuevos que tienen el don. Han venido a unirse a nosotros y les hemos estado enseñando. Es muy distinto a como era antes, mejor. Es todo tan nuevo y emocionante con un Primer Mago para ayudar… Ver a muchachos tan jóvenes llegar a conocer su don…

—¿Y la vida con Zedd en el Alcázar?

—Zedd no ha parecido nunca tan feliz. Con un Alcázar lleno de gente pensarías que estaría de malhumor, pero te lo aseguro, Kahlan, ese hombre ha renacido. Es como si volviera a ser un niño al tener a Chase y a Emma viviendo allí ahora, con todos sus hijos, y los muchachos que aprenden a usar su don. El lugar vuelve a estar lleno de vida.

A Kahlan se le hacía un nudo de emoción sólo de oírlo.

—Eso suena maravilloso, Verna.

—¿Cuándo vendréis a visitarnos? Todo el mundo quiere volveros a ver a Richard y a ti. Zedd se ha ocupado de que repararan los daños causados al Palacio de las Confesoras. Está listo para que regreses a visitar tu hogar cuando lo desees. No te creerías la cantidad de empleados que han regresado y esperan que Richard y tú paséis algún tiempo allí.

Le causaba una gran alegría a Kahlan el saber que tantísimas personas eran sinceras en su deseo de tenerla cerca. Había crecido siendo una Confesora, una mujer temida por todos. Ahora, debido a Richard y a todo lo que había sucedido, la querían por sí misma, y en su calidad de Madre Confesora.

—Pronto, Verna, pronto. Richard ha estado hablando sobre irse de aquí. El palacio le está volviendo loco. Está rodeado de mármol y lo que quiere es salir a contemplar árboles.

Verna besó a Kahlan en la mejilla antes de que Kahlan reanudara la marcha. La Madre Confesora había recorrido sólo una corta distancia cuando el capitán Zimmer la vio y se golpeó el pecho con el puño como saludo.

—¿Tiene orejas que mostrarme, capitán?

Él le dedicó una sonrisa de complicidad.

—Lo siento, Madre Confesora. No he tenido necesidad de hacer acopio de más, últimamente… gracias a vos y a lord Rahl.

Ella le dio un apretón en el hombro y siguió andando.

Por fin descubrió a Richard a través de la multitud. Él se giró para mirarla, casi como si pudiera percibir su presencia. Ella no dudó de que pudiera.

Verlo, como siempre sucedía, la hacía sentir débil por la alegría que le causaba. Él tenía un aspecto magnífico con su vestimenta negra de mago guerrero, un atuendo apropiado para la ocasión.

Cuando lo alcanzó y él le rodeó con suavidad la cintura, atrayéndola hacia él para besarla, el resto del mundo, los miles de personas, allí presentes, desaparecieron de su mente.

—Te amo —musitó él en su oído—. Era la mujer más hermosa que hay aquí.

—No sé, lord Rahl —repuso con una sonrisa pícara—, hay muchas. Será mejor que no juzguéis con tanta rapidez.

Richard vio a Víctor Cascella, con su sonrisa lobuna, llevarse el puño al corazón en un saludo, Richard, sonriendo al herrero, le devolvió el saludo del mismo modo.

Kahlan divisó a Zedd entonces. Abrazó al anciano.

—¡Zedd!

—No aprietes tanto que acabarás conmigo.

Ella se apartó, sujetándole los brazos.

—¡Estoy tan contenta de que hayas venido!

La sonrisa del anciano era contagiosa.

—No me lo perdería por nada del mundo, querida mía.

—¿Te estás divirtiendo? ¿Has comido algo?

—Me lo estaría pasando mejor si Richard me dejara en paz para que pudiera probar unos cuantos de esos manjares de aspecto delicioso.

Richard hizo una mueca.

—Zedd, el personal de las cocinas sale huyendo cuando te ven.

Kahlan notó que alguien le cogía la mano.

—¡Rachel! —Se inclinó y abrazó a la niña—. ¿Cómo estás?

—Estupendamente. Zedd me ha estado enseñando a dibujar. Cuando no está comiendo.

Kahlan lanzó una carcajada.

—¿Te gusta vivir en el Alcázar?

Rachel sonrió de oreja a oreja.

—Es de lo más divertido. Tengo hermanos y amigos. Y a Chase y a Emma, claro. Creo que a Chase le gusta de verdad ser un guardia del Alcázar.

—Apuesto a que sí —dijo Richard.

—Y algún día —añadió Rachel— puede que nos mudemos a Tamarang a vivir en el castillo. Pero Zedd dice que me falta mucho para que esté preparada para eso.

Rachel había nacido con la sangre real que era portadora de la habilidad para dibujar hechizos en las cuevas sagradas. Era técnicamente la reina de Tamarang, y algún día sería una gran reina y dibujaría cosas maravillosas.

—Zedd —dijo Kahlan—, ¿has visto a Adie?

—Sí —Zedd sonrió para sí—. Friedrich Gilder la hace feliz. Si alguna vez hubo una mujer que mereciera hallar la felicidad, creo que ésa era Adie. Fue una suerte para ella que viajara al Alcázar cuando el palacio estaba bajo asedio y tropezara con Friedrich. Los dos parecieron hacer buenas migas al instante. Ahora que Aydindril vuelve a estar llena de vida, Friedrich tiene más trabajo como dorador del que puede hacer. Apenas consigo que nos haga nada para el Alcázar.

—¿Y tú estás bien? —preguntó Kahlan.

El anciano enarcó las cejas.

—Bueno lo estaré cuando Richard y tú vengáis, y os quedéis una temporada. —Agitó un dedo en dirección a Richard—. Te lo aseguro, Richard, en ocasiones me da la impresión de que te has ido al inframundo, a vivir en el Templo de los Vientos.

Richard dirigió una mirada imperturbable a su abuelo.

—El Templo de los Vientos no está en el inframundo.

—Desde luego que lo está. Fue desterrado allí durante…

—Lo traje de vuelta.

Zedd se quedó rígido.

—¿Qué?

Richard asintió con una levísima sonrisa.

—Cuando fui al inframundo antes de abrir el poder de las cajas, hice unas cuantas cosas. Mientras el portal del poder de las cajas estaba abierto pude colocar el templo de vuelta al lugar al que pertenece. En este mundo. Fue diseñado, creado y construido por la mente del hombre. Pertenece al hombre. Las cosas que contiene fueron creaciones de la mente del hombre. Pertenece a los hombres. Lo traje de vuelta para aquellos de nosotros que valoramos esa genialidad.

Zedd todavía no había ni pestañeado.

—Pero eso es peligroso…

—Lo sé. Me aseguré de que por ahora nadie salvo yo pueda entrar en él. Razoné que cuando no estés ocupado, tú y yo podríamos ir a visitarlo. Es un lugar bastante notable, la verdad. En la Sala del Cielo el techo de piedra es como una ventana que muestra el firmamento. Es muy hermoso. Me encantaría ser quien te mostrara un lugar que nadie más ha visto en tres mil años.

Zedd estaba boquiabierto. Alzó un dedo.

—Richard, ¿hiciste alguna cosa más mientras el portal de las Cajas del Destino estaba abierto?

—Unas cuantas cosas, ya te he dicho —repuso él, encogiéndose de hombros.

—¿Qué más hiciste?

—Bueno, para empezar, lo arreglé para que la fruta roja en la Tierra Central deje de ser venenosa, tal y como te prometí que haría hace mucho tiempo.

—¿Qué más?

—Bueno, yo… ¡oh, mira, es hora de empezar! Tengo que irme. Hablaremos más tarde.

Zedd arrugó la frente.

—Ten por seguro que lo haremos.

Tomando la mano de Kahlan, Richard ascendió los peldaños hasta la plataforma de la plaza de la plegaria. Egan y Ulic permanecían de pie con las manos cruzadas, aguardando a lord Rahl. Richard ocupó su lugar, con Kahlan a su lado.

La multitud que llenaba el vasto corredor calló. La multitud se dividió en dos a lo largo de la aparentemente interminable alfombra roja para dejar paso a la pareja que se acercaba a la plataforma. Unos acompañantes los seguían formando un largo séquito.

Cara, con un aspecto radiante a más no poder, ascendió los peldaños cogida del brazo de Benjamín. Él tenía un aspecto magnífico con su uniforme de gala. Benjamín era ahora el general Meiffert, Comandante de la Primera Fila del Palacio del Pueblo.

Cara, como todas las mord-sith que iban detrás, llevaba puesto su traje de cuero blanco, y el contraste con el uniforme oscuro de Benjamín daba a la pareja un aspecto deslumbrante. En cierto modo le recordó a Kahlan a sí misma con su vestido blanco de Confesora y a Richard con su vestimenta negra de mago guerrero.

Nicci, tan bella como siempre, sonrió mientras permanecía de pie entre las mord-sith.

—¿Estáis listos? —preguntó Richard.

Cara y Benjamín asintieron, demasiado aturdidos para responder, pensó Kahlan.

Richard se inclinó un poco hacia ellos, clavando en Benjamín su mirada de rapaz.

—Ben, no le hagas daño jamás, ¿me oyes?

—Lord Rahl, no creo que pudiera hacerle daño ni aunque quisiera.

—Ya sabes a lo que me refiero.

Benjamín sonrió de oreja a oreja.

—Sé a lo que os referís, lord Rahl.

—Bien —repuso Richard con una sonrisa a la vez que se erguía.

—Pero yo si que puedo hacerle daño, ¿verdad? —preguntó Cara.

Richard enarcó una ceja.

—No.

Cara sonrió burlona.

Richard miró en dirección a la silenciosa multitud.

—Damas y caballeros, estamos reunidos aquí hoy para ser parte de algo maravilloso: el inicio de la vida de Cara y Benjamín Meiffert como pareja.

»Ambos han demostrado ser los mejores ejemplos de la clase de personas que todos esperamos ser. Fuertes, juiciosos, leales a aquellos que les importan, y dispuestos a superarlo todo para abrazar aquello de más valor que poseemos: la vida. Ellos desean compartir esa vida el uno con el otro.

La voz de Richard se quebró un poco.

—Nadie en esta estancia está más orgulloso de eso, o de ellos, de lo que estoy yo.

»Cara, Benjamín, ambos quedáis unidos no por estas palabras pronunciadas ante todos nosotros, sino por vuestros corazones. Éstas son simples palabras, pero en las cosas simples es donde radica un gran poder.

Kahlan reconoció las palabras de su propia boda y pensó que él no podía ofrecerles una mayor consideración a Cara y Benjamín.

Richard se aclaró la garganta e hizo una momentánea pausa para adoptar un tono más formal.

—Cara, ¿quieres a Benjamín como tu esposo, y lo amarás y honrarás eternamente?

—Quiero —dijo Cara con una voz nítida que llegó a todos los reunidos.

—Benjamín —dijo Kahlan—, ¿quieres a Cara como tu esposa, y la amarás y honrarás eternamente?

—Quiero —respondió él con una voz igualmente nítida.

—Entonces ante vuestros amigos y seres queridos, vuestra gente —dijo Richard—, quedáis casados para la eternidad.

Cara y Benjamín se fundieron en un abrazo y se besaron, mientras las mord-sith situadas detrás de ellos lloraban y la multitud enloquecía.

Cuando el ruido cesó por fin, y el beso finalizó, Richard alargó una mano, invitándoles a acercarse y colocarse junto a él y Kahlan. Berdine seguía derramando lágrimas de alegría sobre el hombro de Nyda. Kahlan vio que Rikka, con los ojos rebosantes de lágrimas, lucía una cinta rosa en el pelo que Nicci le había dado.

Richard se irguió muy tieso y orgulloso mientras contemplaba todos los rostros que lo observaban. De no haber visto a todos los miles de personas allí reunidos, Kahlan habría pensado que los pasillos estaban vacíos, tal era el silencio.

Richard habló entonces, con una voz que todos pudieran oír.

—Existir en este vasto universo durante una partícula de tiempo es el mayor regalo de la vida. Nuestro diminuto pedacito de tiempo de vida es nuestro regalo. Es nuestra única vida. El universo seguirá adelante, indiferente a nuestra breve existencia, pero mientras estamos aquí no sólo formamos parte de esa inmensidad, sino también de las vidas de nuestro alrededor. La vida es el don que cada uno ha recibido. Cada vida es sólo nuestra y de nadie más. Su valor es incalculable. Es lo más valioso que podemos poseer. Valoradla por lo que realmente es.

Cara le rodeó el cuello con los brazos.

—Gracias, Richard, por todo.

—Es mi gran honor, Cara —repuso él, y la abrazó.

—Ah, a propósito —le susurró Cara al oído—, Shota pasó a verme no hace mucho. Quería que te diera un mensaje.

—¿De verdad? ¿Qué mensaje?

—Dijo que si alguna vez regresas a las Fuentes del Agaden te matará.

Richard se echó atrás sorprendido.

—¿De verdad? ¿Dijo eso?

Cara asintió, sonriendo burlona.

—Pero sonreía cuando lo dijo.

Y entonces la campana que llamaba a la gente a la plegaria sonó.

Antes de que nadie pudiera moverse, Richard volvió a hablar.

—No habrá más plegarias. Ninguno de vosotros tiene que arrodillarse ante mí o ante nadie.

»Vuestra vida es sólo vuestra. Alzaos y vividla.