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richard observó como la luz dorada que salía de la Caja del Destino alzaba a las siete Hermanas.
La mano de Kahlan se cerró con fuerza sobre la suya. Las demás personas reunidas allí observaban con una mezcla de sobrecogimiento y terror. Aquello era algo que no se parecía a nada que ninguno de ellos hubiera visto nunca o fuera a volver a ver jamás.
Richard echó una ojeada a Nicci. Incluso ella estaba paralizada por la luz centelleante que se arremolinaba alrededor de las Hermanas. Jagang, junto a ella, sonreía. Jagang sabía que su causa poseería el poder de las cajas, aun cuando él no viviera para verlo. Creía que eso era todo lo que importaba. Creía en la causa de la Orden.
Las Hermanas, iluminadas por el dorado resplandor, parecían encantadas con el poder embriagador de las cajas.
Duró poco.
La luz se oscureció a medida que las levantaba a todas por los aires, transportándolas en dirección a la arena de hechicero.
Las flotantes Hermanas planearon juntas, reuniéndose en un apretado grupo por encima del suelo. Todas empezaron a girar en redondo en la centelleante luz ambarina sin poder hacer nada por evitarlo. Todo oscureció a la vez que unos cuantos fogonazos empezaban a titilar por encima de sus cabezas. Varias Hermanas chillaron. Un rugido resonó.
El suelo tembló a la vez que el diminuto grupo de siete Hermanas flotaba por encima de la arena de hechicero.
La arena que tenían debajo empezó a dar vueltas junto con la luz. Los destellos en el interior de la luz conectaron con los relámpagos que danzaban por todas partes, dándoles a las Hermanas un aspecto parpadeante.
—¿Qué sucede? —gritó la Hermana Ulicia.
Richard soltó la mano de Kahlan y cruzó el césped hasta llegar al borde de la arena de hechicero, que pasaba poco a poco de un tono miel a un tono ámbar y luego a un marrón tostado. Richard pudo oler que ardía.
—¿Qué sucede? —volvió a exigir la Hermana Ulicia cuando su mirada aterrada lo localizó.
—¿Leíste El libro de la vida? —le preguntó él con calma.
—¡Por supuesto! Hay que usar El libro de la vida para poner las Cajas del Destino en acción. ¡Todas lo leímos! ¡Seguimos cada fórmula e instrucción con exactitud!
—Puede que siguierais las instrucciones contenidas en el libro, pero no hicisteis caso de su significado. Leísteis lo que querías leer…, las fórmulas y las configuraciones de hechizo.
Varias de las Hermanas chillaron al crepitar relámpagos cerca de sus rostros.
La Hermana Ulicia estaba furiosa.
—¿De qué estás hablando?
Richard enlazó las manos a la espalda.
—Justo al principio había algo en la primera página para recalcar lo importante… lo fundamental… No era una fórmula, ni una configuración de hechizo, pero era lo primero que decía El libro de la vida. Era lo primero por una razón muy importante. En vuestra arrogancia, en vuestra avidez por tener lo que queríais, lo pasasteis por alto.
»La declaración preliminar del Libro de la vida es una advertencia a cualquiera que quiera utilizar el libro.
»Dice: “Aquellos que han venido aquí a odiar deberían marchar ahora, pues en su odio no hacen más que traicionarse a sí mismos”.
—¿De qué tonterías hablas? —dijo una de las otras Hermanas, a la que no preocupaba lo que consideraban una mera frase formularia.
—Hablo de un libro de instrucciones sobre el uso del poder de las cajas. El libro de la vida es lo primero que hace falta para usar ese poder. Tal poder es inmensamente peligroso. Los que lo crearon querían protegerlo. Las cosas mágicas más peligrosas están protegidas mediante guardas, escudos y mecanismos de seguridad.
»Las cajas se diseñaron para contrarrestar Cadena de Fuego, pero puesto que necesitaban ser sumamente poderosas para hacerlo, eso también las convertía en sumamente peligrosas. Los que crearon ese poder idearon un mecanismo de seguridad que resulta sorprendente en su simplicidad, e infalible.
»La salvaguarda dice: “Aquellos que han venido aquí a odiar deberían marchar ahora, pues en su odio no hacen más que traicionarse a sí mismos”.
—¿Y qué? —chilló la Hermana Ulicia.
—Pues que —repuso Richard con un encogimiento de hombros— es una advertencia; una advertencia letal. Advierte de que el odio desencadenará una reacción letal por parte del poder de las Cajas. Si quieres usar ese poder para causar daño, eso significa que eres alguien que odia. Únicamente aquéllos con odio en sus corazones tramarían utilizar algo así para hacer daño a otros.
—¡Eso no tiene sentido! ¿Cómo le haría yo daño a un malvado? —preguntó ella—. ¿Cómo podrías utilizar tú el poder para detenernos? Tú nos odias, utilizarías el poder por odio.
Richard sacudió la cabeza.
—Confundes el odio y la justicia. Eliminar a aquellos como tú que causan daño a personas inocentes no es algo que se haga por odio, sino por amor hacia aquellos que no han hecho ningún mal y están siendo maltratados y asesinados. Es amor y respeto por los inocentes.
»Eliminar a personas como ésas no es odio. Es el producto de una justicia razonada.
—¡Pero nosotras no odiamos! —gritó otra Hermana—. Queremos eliminar a aquellos que son infieles, pecadores y sólo se preocupan egoístamente de sí mismos.
—No —replicó Richard—. Odiáis a aquéllos a los que envidiáis. Odiáis que sean felices.
—¡Pero usamos el Libro de las sombras contadas! —chilló la Hermana Ulicia, desesperada—. Seguimos el original con exactitud. Debería haber funcionado.
—Bueno —dijo Richard a la vez que paseaba ante la arena de hechicero, cada vez más negra—, aun cuando no le des importancia a la salvaguarda del Libro de la vida, me temo que cometiste un error al pensar que el Libro de las sombras contadas os sería de alguna utilidad.
—¡Pero es el libro auténtico! ¡El original!
Richard sonrió a la vez que asentía.
—El original es otro mecanismo de seguridad más. ¿No leíste también lo primero que aparecía en ese libro? También ponía una advertencia en primer lugar.
—¿Qué advertencia?
—La advertencia de usar una Confesora.
—¡Pero teníamos el original! ¡No teníamos necesidad de una Confesora!
—La advertencia no era que necesitaseis una Confesora. La advertencia era precisamente la mención de un Confesora.
Zedd, incapaz de contenerse, alzó una mano.
—Richard, ¿de qué estás hablando si puede saberse?
Richard sonrió a su abuelo.
—¿Quién fue la primera Confesora?
—Magda Searus.
Richard asintió.
—La mujer que había estado casada con Baraccus. Eso fue durante la gran guerra. Después de que se alzara la gran barrera y la guerra finalizara, los magos que descubrieron que el acusador en el juicio sobre el Templo de los Vientos, Lothain, era un traidor. Para descubrir cómo los había traicionado, el mago Merritt usó a Magda Searus para crear una Confesora.
—Sí, sí —dijo Zedd, asintiendo—. ¿Y qué?
—Las Cajas del Destino fueron creadas durante la gran guerra. La primera Confesora no apareció hasta mucho después de la guerra. ¿Cómo podía ser el Libro de las sombras contadas la clave creada para abrir las cajas si las Confesoras ni siquiera habían sido concebidas cuando se creó el poder de las cajas?
Zedd pestañeó sorprendido.
—Era imposible que el Libro de las sombras contadas fuera la clave para abrir las Cajas del Destino.
—Así es —dijo Richard—. Los libros eran simplemente un ardid para impedir el uso incorrecto del poder de las cajas. Utilizarlos, incluso el original, provoca la muerte. El Libro de las sombras contadas no es la llave para abrir el poder de las cajas.
Richard se giró al oír un retumbo creciente. Vapor, humo, sombras y luz giraban sobre sí mismos con un rugido. El suelo temblaba. La arena de hechicero, ahora negra como el carbón, fue succionada al interior del vórtice. Con un chirrido toda ella giró en redondo. Los sonidos del mundo de la vida y del inframundo se mezclaron en un alarido terrible.
Las Hermanas giraron como peonzas en la vorágine, con los brazos y las piernas extendidos, sus chillidos ahogados en el atronador clamor.
Una luz cegadora prendió en el centro de la girante masa. Haces de luz candente salieron disparados hacia las alturas a través de los cristales del techo y hacia abajo, hacia la negrura del abismo. El aire titiló con calor, luz y un alarido desgarrador.
Con un estruendoso gemido la arena ennegrecida se desgarró. Una luz violeta salió disparada para engullir a las aterradas mujeres. La luz que rotaba, la arena negra y los relámpagos se condensaron a medida que ganaban velocidad.
Sin un espíritu guía, las Hermanas descendieron en espiral al mundo de los muertos. Todavía estaban vivas. Se fueron entre alaridos.
Un fogonazo de luz lo iluminó todo con un blanco cegador, y luego hubo un silencio, a la vez que todo quedaba negro como la muerte.
Cuando la luz regresó poco a poco, el Jardín de la Vida estaba en silencio. El agujero del suelo había desaparecido. La arena de hechicero había desaparecido. Las Hermanas habían desaparecido.
La guardia personal de Jagang que había estado en el Jardín de la Vida también había desaparecido. Estar en la habitación con el poder de las cajas había sido fatal para ellos así como para las Hermanas.
Jagang, bajo el dominio de Nicci, seguía allí, con un semblante aún más enojado, si es que eso era posible.
Miembros de la Primera Fila entraron en tropel al Jardín de la Vida por las puertas dobles para proteger a Richard.
—Cerrad y atrancad las puertas —ordenó Richard.
Los soldados de la Primera Fila corrieron a llevar a cabo lo que pedía.
Richard fue al altar y cerró la Caja del Destino abierta.
—Puede que hayas tenido tu pequeño éxito —dijo Jagang con una mueca despectiva—, pero significa poca cosa. No cambia nada.
Cuando calló con un sonido estrangulado, Richard alzó una mano.
—Déjale hablar, Nicci.
La hechicera hizo avanzar al emperador.
—La Orden Imperial entrará aquí de todos modos y hará pedazos el lugar y a toda tu miserable gente —dijo Jagang—. No me necesitan para proseguir con la justa causa por la que peleamos. La Orden purgará a la humanidad de la plaga que es tu pueblo egoísta. Nuestra causa no es sólo moral sino divina. El Creador está de nuestro lado. Nuestra fe lo demuestra.
—La verdad tiene defensores que buscan el entendimiento —dijo Richard—. Las ideas corruptas tienen a fanáticos miserables que tratan de imponer sus creencias mediante la intimidación y la brutalidad. La fuerza salvaje es la sierva de los dogmas. La violencia a una escala apocalíptica sólo puede nacer de los dogmas porque la razón, por su misma naturaleza, desarma la crueldad sin sentido. Únicamente los dogmáticos piensan en justificarla.
El rostro de Jagang enrojeció.
—¡Llevamos a cabo la tarea del Creador! Una devoción ferviente al Creador es el único modo auténtico y moral de vivir esta vida. ¡Una adhesión estricta a nuestros piadosos deberes nos traerá la salvación y la vida imperecedera! Es la sangre de los no creyentes como tu gente la que nos eleva al lado del Creador.
Richard hizo una mueca.
—Eso ni siquiera tiene sentido.
—¡Eres un estúpido! ¡Nuestra fe por sí sola demuestra que tenemos razón! Sólo nosotros seremos recompensados en la otra vida por nuestra veneración hacia Él. Somos sus auténticos hijos, y viviremos eternamente bajo su Luz.
Richard suspiró a la vez que movía la cabeza.
—Siempre me ha resultado difícil creer que un adulto pudiera creer de verdad una estupidez como ésa.
Jagang rechinó los dientes, furioso.
—¡Tortúrame! Acepto tu odio hacia mí porque he llevado a cabo fielmente mis deberes para conseguir un bien mayor para la humanidad.
—No ocuparás ningún lugar magnífico en el escenario de la vida —dijo Nicci—. No se te hará desfilar encadenado. No serás un mártir ni se te venerará por una muerte gloriosa.
»Eres irrelevante. Sencillamente morirás y serás enterrado, y de ese modo ya no podrás amenazar a personas honradas e inocentes. Eres irrelevante para el futuro de la humanidad.
—¡Debes llevar a cabo tu venganza en mi persona para que todos la vean!
Richard se inclinó más hacia él.
—Habrá otros problemas, como siempre los hay en la vida, pero tú no serás uno de ellos. Serás la basura de ayer, pudriéndose hasta convertirse en polvo, sin que tu vida haya significado nada que valga la pena.
Jagang intentó abalanzarse sobre Richard, pero el control que Nicci ejercía sobre él mediante el collar lo mantuvo atrás igual que un animal encadenado.
—Piensas con arrogancia que eres mejor que nosotros, pero no lo eres. Tampoco tú eres otra cosa que una criatura miserable que el Creador colocó sobre este mundo asqueroso. No eres diferente de nosotros salvo en que rehúsas arrepentirte y adorarlo. Esto sólo tiene que ver con odio, con tu odio por la Orden.
Richard apoyó la palma de la mano izquierda sobre la empuñadura de su espada.
—La justicia no es el ejercicio del odio, es la celebración de la civilización.
—No puedes simplemente…
Al recibir una señal de Richard, Nicci envió una oleada de su poder al interior del collar. Los ojos negros de Jagang se abrieron de par en par mientras sentía cómo la muerte ocupaba su alma vacía. Cayó de bruces contra el suelo.
Nicci hizo una seña a varios hombres de la Primera Fila.
—Estoy segura de que pronto habrá muchos muertos. Arrojad este cadáver a una fosa común.
Y de un modo tan sencillo, el emperador de la Orden Imperial dejó de existir. Tal y como Richard había ordenado, no hubo un final triunfal. No habría celebración mediante violencia, ni tortura, ni una confesión sacada a la fuerza. Las personas que razonaban comprendían a la perfección lo que era obrar mal. La amenaza para las personas que razonaban había desaparecido. Eso era todo lo que importaba. La muerte de Jagang no tenía más importancia que ésa.