31
antes de que iniciemos una guerra —dijo Richard casi en un susurro— necesito entrar en el lugar donde oculté el libro. Tengo que recuperarlo primero, por si acaso algo sale mal.
Kahlan soltó una bocanada de aire mientras evaluaba la expresión decidida de sus ojos.
—De acuerdo, pero no me gusta. La verdad es que da la sensación de ser una trampa. Una vez que entremos ahí existe la posibilidad de que nos atrapen. Puede que tengamos que combatir para salir.
—Si tenemos que hacerlo, lo haremos.
Kahlan recordó el modo en que Richard peleaba con una espada… o con un broc, bien mirado. Pero esto era distinto.
—¿Y si nos pillan ahí dentro crees que esa espada tuya va a servir de algo contra una bruja?
Él apartó los ojos de ella para volver a comprobar el pasillo.
—El mundo esta a punto de finalizar para muchas personas buenas que aman la vida y tan sólo quieren vivirla. Eso nos incluye a ti, y a mí. No tengo ninguna elección. Tengo que conseguir ese libro.
Se inclinó fuera para comprobar la otra dirección por la que discurría el pasillo mal iluminado. Kahlan pudo oír el eco cada vez más cercano de las botas de unos soldados que patrullaban. Hasta el momento habían conseguido esquivar a varios de ellos. Richard era muy bueno moviéndose por pasajes oscuros y ocultándose.
Volvieron a apretarse en el interior de la somera sombra de la entrada, intentando volverse tan planos como fuera posible. Los cuatro hombres, charlando sobre las mujeres de la ciudad, doblaron una esquina próxima y pasaron ante ellos con toda tranquilidad, demasiado ansiosos por alardear de sus conquistas para reparar en Richard y Kahlan, escondidos en la oscura entrada. Kahlan, conteniendo la respiración, apenas podía creer que no los hubieran visto. Su mano no soltó el mango del cuchillo. En cuanto los guardias doblaron la esquina del otro extremo Richard le agarró la mano y tiró de ella tras él, al interior del pasillo.
Tras recorrer otro corredor oscuro se detuvo ante una gruesa puerta cerrada con un cerrojo.
Richard, con la espada ya en la mano, deslizó la hoja a través de la barra. Ejerció presión. Con un ahogado chasquido metálico el cerrojo se rompió. Pedazos de metal rebotaron por el suelo de piedra. Kahlan se estremeció ante el sonido, segura de que atraería corriendo a los guardias. No oyeron nada.
Richard se deslizó a través de la entrada.
—¡Zedd! —le oyó decir en un sonoro susurro.
Kahlan asomó la cabeza al interior de la habitación. Había tres personas dentro de la pequeña celda de piedra: un anciano de blancos cabellos alborotados, un hombretón rubio y una mujer con la rubia cabellera recogida en la solitaria trenza de una mord-sith.
—¡Richard! —gritó el anciano—. ¡Queridos espíritus… estás vivo!
Richard cruzó un dedo sobre los labios a la vez que tiraba de Kahlan para hacerla pasar al interior. Cerró la puerta sin hacer ruido. Las tres personas tenían un aspecto cansado y desaliñado. Parecía haber sido un encierro muy duro.
—Mantén la voz baja —susurró Richard—. Hay vigilantes por todo este lugar.
—¿Cómo demonios supiste que estábamos aquí dentro? —preguntó el anciano.
—No lo sabía —respondió él.
—Bueno, puedo decirte, muchacho, que tenemos muchas cosas que…
—Zedd, calla y escúchame.
La boca del anciano se cerró de golpe. Luego señaló con la mano.
—¿Cómo recuperaste tu espada?
—Kahlan me la devolvió.
Las tupidas cejas de Zedd se arrugaron.
—¿La viste?
Richard asintió. Alargó la espada.
—Rodea la empuñadura con la mano.
Zedd frunció aún más el entrecejo.
—¿Por qué? Richard hay muchísimas cosas más importantes…
—¡Hazlo! —gruñó Richard.
Zedd pestañeó ante la orden. Se irguió e hizo lo que Richard le había dicho que hiciera.
La mirada del anciano salió disparada hacia Kahlan. Una luz pareció acudir a sus ojos color avellana a medida que se abrían de par en par.
—Queridos espíritus… Kahlan.
Mientras Zedd permanecía petrificado por la impresión, Richard tendió la espada a la mujer. Ésta tocó la empuñadura. El reconocimiento apareció en sus ojos mientras contemplaba con fijeza a Kahlan, que daba la impresión de que acababa de aparecer mágicamente ante ella. El hombre fornido, cuando tocó la empuñadura, no pareció menos atónito.
—Te conozco —dijo Zedd a Kahlan—. Puedo verte.
—¿Me recuerdas? —preguntó ella.
Zedd negó con la cabeza.
—No. La espada debe de interrumpir la naturaleza progresiva del acontecimiento Cadena de Fuego. No puede restablecer mi memoria perdida… eso ha desaparecido… pero detiene el efecto progresivo. Puedo verte. Reconozco quién eres. No te recuerdo, pero te conozco. Es como ver un rostro que conoces pero no ser capaz de ubicarlo.
—Lo mismo me sucede a mí —dijo el hombretón.
La mujer asintió.
Zedd agarró la manga de Richard.
—Tenemos que salir de aquí. Seis regresará. No debemos arriesgarnos a tener que lidiar con ella. Es de armas tomar.
Richard clavó la mirada en el otro extremo de la habitación.
—Tengo que coger algo primero.
—¿El libro? —preguntó Zedd.
Richard se paró y giró.
—¿Lo viste?
—Ya lo creo que lo hice. ¿Dónde demonios encontraste una cosa así?
Richard se encaramó a la silla y bajó una mochila llena hasta reventar de detrás de una viga.
—El Primer Mago Baraccus…
—¿De la gran guerra? ¿Ese Baraccus?
—Así es. —Richard saltó de la silla—. Escribió el libro y luego hizo que lo escondieran para que yo lo encontrara. Es el responsable de que yo naciera con ambos lados del don, quiso ayudarme con mis habilidades. Hizo que su esposa, Magda Searus, lo escondiera después de que él regresara del Templo de los Vientos. Es una larga historia, pero el libro lleva esperándome tres mil años.
Zedd parecía atónito. Se agruparon alrededor de la mesa mientras Richard rebuscaba en la mochila hasta que encontró el libro y lo sacó. Sostuvo el libro en alto para que Zedd lo viera.
—El problema fue que en ese momento yo estaba separado de mi don, de modo que no pude leerlo. Sólo parecían páginas en blanco. No sé lo que Baraccus quería contarme sobre mi habilidad.
Zedd compartió una mirada con los otros dos cautivos.
—Richard, necesito hablar contigo sobre lo que Baraccus te dejó.
—Sí, en un momento.
Una expresión enfurruñada apareció en el rostro de Richard a medida que hojeaba el libro.
—Sigue estando en blanco. —Alzó los ojos con el semblante desconcertado—. Zedd, sigue en blanco. El bloqueo sobre mi don fue roto. Sé que lo fue. ¿Por qué lo sigo viendo en blanco?
Zedd posó una mano sobre el hombro de Richard.
—Porque está en blanco.
—Para mí. Pero tú puedes leerlo. —Sostuvo el libro abierto ante el anciano—. ¿Qué pone?
—Está en blanco —repitió Zedd—. No hay nada escrito en el libro… sólo el título de la tapa.
Richard contempló al anciano con perplejidad.
—¿Qué quieres decir con que está en blanco? Se supone que es Secretos del poder de un mago guerrero.
—Lo es —dijo Zedd en tono solemne.
Richard parecía desconsolado, enojado y perplejo, todo a la vez.
—No lo entiendo.
—El mago Baraccus te dejó una regla de mago.
—¿Qué regla de mago?
—La regla de todas las reglas. La regla no escrita. La regla no pronunciada desde los albores de la historia.
Richard se pasó los dedos hacia atrás por los cabellos.
—No tenemos tiempo para acertijos. ¿Qué quería que yo supiera? ¿Cuál es la regla?
Zedd se encogió de hombros.
—No lo sé. Jamás ha sido pronunciada, y jamás ha sido escrita.
»Pero Baraccus quería que supieses que ése es el secreto para utilizar el poder de un mago guerrero. El único modo de expresarlo, de asegurarse de que captarías lo que intentaba contarte, era darte un libro no escrito que expresara la regla no escrita.
—¿Cómo se supone que tengo que utilizarla si no sé lo que es?
—Ésa es una pregunta para ti mismo, Richard. Si eres quien Baraccus pensaba que eras, sabrás cómo usar lo que te dejó. Es evidente que pensaba que era excepcionalmente importante y que valía todas las molestias que se tomó, de modo que yo diría que debe de ser lo que necesitas.
Richard inhaló con fuerza para calmarse. Kahlan sintió mucha pena por él. Parecía estar desesperado. Al borde de las lágrimas.
—Vaya, vaya, vaya —oyeron decir a su espalda.
Todos se giraron en redondo.
Una mujer delgada como un junco, vestida de negro, les dedicó una sonrisa maliciosa. Sus cabellos eran un enmarañado nido negro. La carne exangüe y los ojos descoloridos le daban un aspecto cadavérico.
—Seis… —dijo Zedd.
—Vaya por dónde, pero si es la Madre Confesora. Y el emperador estará muy complacido cuando le lleve a lord Rahl también, todo en un bonito paquete.
Kahlan vio que Zedd presionaba las manos contra la cabeza, en evidente sufrimiento. El anciano retrocedió tambaleante y cayó al suelo hecho un ovillo. La espada de Richard efectuó un tañido metálico al ser desenvainada. Arremetió contra la mujer con ella, pero fue detenido y empujado atrás por fuerzas que Kahlan no pudo ver. La espada rodó por el suelo con un tintineo.
La mujer alargó un delgado dedo hacia Kahlan.
—No es una buena idea, Madre Confesora. No es que me importe si te fríes el cerebro intentando convertir el mío en papilla, pero me eres mucho más valiosa viva.
Kahlan sintió un dolor que la obligaba a retroceder, tal y como le había sucedido a Richard. La debilitante agonía era algo parecido al dolor del collar, pero más aguda, penetraba más profundamente en los oídos. Le provocaba tal dolor en la parte posterior de la mandíbula que tuvo que abrir la boca. Los cinco se encogían ya hacia atrás, con las manos apretadas sobre las orejas debido al dolor.
—Esto va a hacer las cosas muchísimo más fáciles —dijo Seis con aire de autocomplacencia a la vez que se acercaba majestuosa a ellos, igual que la misma muerte.
—Seis —la llamó una voz severa desde la entrada.
La bruja se giró en redondo ante aquella voz, que era obvio que reconocía. El dolor desapareció de la cabeza de Kahlan. Vio que los demás también se recuperaban.
—¿Madre…? —dijo Seis, confundida y emocionada.
—Me has decepcionado, Seis —dijo la anciana a la vez que penetraba en la habitación—. Desilusionado enormemente.
Era delgada, como Seis, pero encorvada por la edad. La negra melena se desplegaba fuera del rostro de un modo muy parecido, pero estaba surcada de canas. También sus ojos eran de un azul descolorido.
Seis retrocedió un par de pasos.
—Pero yo, yo…
—¿Tú qué? —exigió la anciana en un venenoso tono de desagrado.
La recién llegada era una presencia autoritaria que no temía a nada, y mucho menos a Seis.
Seis dio un paso atrás, encogida de miedo.
—No comprendo…
Kahlan se quedó boquiabierta al ver que la tirante carne pálida del rostro y las manos de Seis empezaba a moverse, como si borboteara desde debajo.
Seis empezó a chillar de dolor, con las manos huesudas toqueteando la reptante carne de su rostro.
—Madre, ¿qué quieres?
—Es muy simple —dijo la anciana, acercándose aún más a la bruja mientras ésta retrocedía atemorizada—. Quiero que mueras.
Todo el cuerpo de Seis empezó a dar violentas sacudidas mientras su carne se retorcía, dando la impresión de que se separaba de los turbulentos músculos y tendones situados debajo. Parecía como si la mujer hirviera desde dentro.
La anciana agarró la piel repentinamente floja del cogote de Seis y mientras Seis empezaba a desplomarse le dio un potente tirón.
La piel, en su mayor parte de una pieza, abandonó el cuerpo de la bruja, quien se desmoronó, convertida en un ensangrentado revoltijo irreconocible, sobre el suelo de piedra. Podía decirse que era la visión más nauseabunda que Kahlan podía imaginar.
La anciana, sosteniendo los flácidos restos de la piel de Seis, les sonrió.
Todos quedaron paralizados por la impresión cuando la anciana pareció refulgir, y su aspecto empezó a oscilar y a titilar. Kahlan la contempló sorprendida. La mujer ya no era vieja, sino joven y hermosa, con una larga melena ondulada color castaño rojizo, y el jaspeado vestido gris que llevaba no ocultaba precisamente su sensual figura. Los picos de la etérea tela flotaban como a impulsos de una suave brisa.
—Shota… —dijo Richard, a la vez que una amplia sonrisa se le dibujaba en el rostro.
La mujer mostró a Richard una socarrona sonrisa coqueta mientras avanzaba y le posaba con ternura la otra mano en una mejilla. Kahlan sintió cómo se sofocaba.
—Shota, ¿qué haces aquí? —preguntó Richard.
—Salvarte el pellejo, evidentemente. —Su sonrisa se ensanchó aún más al echar una ojeada a los restos cubiertos con el vestido negro—. Me parece que a Seis le costó el suyo.
—Pero, pero no comprendo…
—Tampoco lo comprendió Seis —dijo Shota—. Esperaba que yo saliera corriendo con el rabo entre las piernas y me pasara la vida escondida, temblando de miedo por si ella me encontraba, de modo que jamás esperó una visita de su madre. Tal cosa no estaba entre sus por otra parte considerables talentos, o su limitada imaginación, puesto que no comprendía el valor de una madre y carecía de empatía con aquellos que si lo hacen. No podía imaginar el poder y el significado de tal vínculo, de modo que tal cosa la cegó.
Kahlan sintió cómo su rostro enrojecía aún más mientras contemplaba como Shota pasaba una uña larga y pintada por el pecho de la camisa de Richard.
—No me gusta cuando alguien coge aquello por lo que he trabajado —dijo Shota a Richard en un tono íntimo—. Ella no tenía ningún derecho a lo que es mío. Necesité mucho tiempo y esfuerzo para invertir todo lo que había hecho para hundir sus traicioneros tentáculos en mis dominios, pero lo hice.
—Creo que hubo más que eso, Shota. Creo que querías ayudarnos a todos.
Shota se apartó, efectuando un veloz ademán a modo de confirmación.
—Las cajas están en funcionamiento. Si las Hermanas de las Tinieblas las abren muchas personas que no han hecho ningún mal morirán. También yo seré arrojada al Custodio igual que un pedazo de carne.
Richard no pudo hacer más que asentir. Se inclinó y recogió su espada. La sujetó con la empuñadura hacia fuera.
—Toma.
—Mi querido muchacho, no necesito una espada.
Kahlan nunca había oído una voz tan hermosa y sedosa. Shota actuaba como si no hubiera nadie más que Richard en la habitación. Salvo cuando enviaba una breve mirada iracunda de advertencia a Zedd, sus ojos rasgados raras veces abandonaban al joven.
—Sólo sígueme la corriente y tócala.
Todo el rostro de la mujer se ablandó con una sonrisa insinuante.
—Si tú lo dices.
Sus elegantes dedos se enroscaron alrededor de la empuñadura. Sus ojos giraron de improviso para ver a Kahlan de pie justo al lado de Richard.
—La espada interrumpe el efecto progresivo del hechizo Cadena de Fuego —explicó Richard—. No lo invierte, pero te permite ver lo que está ante ti.
La mirada de la mujer permaneció allí un momento antes de regresar a Richard.
—Sí que lo hace. —Su voz adquirió un tono serio—. Pero ahora, todos los que estamos en esta habitación estamos a punto de ser atrapados por el poder de las cajas y ser entregados para toda la eternidad al Custodio de los muertos. —Sus dedos tocaron la mejilla de Richard—. Como ya te dije antes, es necesario que impidas que eso suceda.
—¿Y cómo voy a hacer eso?
Shota le dedicó una mirada de reproche.
—Ya hemos tenido esta discusión antes, Richard. Tú eres el jugador. Depende de ti poner las cajas en acción.
Richard suspiró profundamente.
—Estamos muy lejos de las cajas. Jagang las tendrá en funcionamiento mucho antes de que podamos regresar.
Shota sonrió.
—Tengo un modo de que podáis regresar.
—¿Cómo?
Shota señaló hacia lo alto con un dedo.
—Podéis volar.
Richard ladeó la cabeza.
—¿Volar?
—El dragón que Seis embrujó y estaba utilizando está arriba, en la muralla.
—¡Un dragón! —exclamó Zedd—. ¿Esperas que Richard vuele en un dragón? ¿Qué clase de dragón?
—Un dragón enojado.
—¿Enojado? —preguntó Richard.
—Me temo que no soy muy buena haciéndome pasar por la madre de un dragón, pero lo he apaciguado. —Shota se encogió de hombros—. Un poco, por lo menos.
Richard les hizo esperar a todos en el pasillo mientras se ponía a toda prisa las ropas que tenía en la mochila. Cuando salió, a Kahlan le cortó la respiración lo que vio.
Sobre una camisa negra llevaba una túnica negra abierta a los lados, decorada con símbolos extraños que serpenteaban por un amplio ribete dorado. Un ancho cinturón de cuero de múltiples capas que lucía más de aquellos emblemas le aseguraba la espléndida túnica a la cintura. Llevaba el antiguo tahalí de cuero repujado que contenía la vaina forjada en plata y oro de la Espada de la Verdad cruzado sobre el hombro derecho. Cada una de sus muñecas estaba rodeada por una ancha banda de plata con un acolchado de cuero que mostraba aros entrelazados que circundaban más de aquellos extraños símbolos. Unas botas negras sobre los pantalones negros también lucían insignias con más diseños. Sobre los amplios hombros llevaba una capa que parecía hecha de hilo de oro.
Se correspondía con la idea que tenía Kahlan del aspecto que debía tener un mago guerrero. Tenía el aspecto de un rey de reyes. Tenía el aspecto de lord Rahl.
A Kahlan no le costó nada comprender por qué Nicci estaba enamorada de él. Era simplemente la mujer más afortunada del mundo. También era una mujer digna de aquel hombre.
—Démonos prisa —le dijo Richard a Shota.
Shota, avanzando por el centro de los pasillos, con el vaporoso vestido gris ondulando tras ella, los condujo por desiertos corredores secundarios. De vez en cuando agitaba una mano en dirección a una puerta o un pasillo, como para mantener a distancia a cualquiera que pudiera molestarles. Nadie los interceptó.
Todos se pararon tras la bruja cuando ésta se detuvo por fin ante una gruesa puerta de roble. Les dedicó a todos una mirada como para preguntar si estaban preparados, luego abrió de par en par la gruesa puerta de roble. Cuando cruzaron la entrada para salir al encapotado día, la capa de Richard se onduló a su espalda. Fuera, en la muralla, se encontraron cara a cara con una bestia enorme de relucientes escamas rojas y un bosque de púas de puntas negras sobre el lomo.
Rugían llamas a través del bastión. Todos retrocedieron asustados.
—No es Escarlata —dijo Richard—, pensé que podría tratarse de Escarlata.
—¿Conoces a un dragón? —preguntó Kahlan.
—Sí, tú también, pero no a éste. Éste es más grande, y más malcarado.
El calor de las ondulantes llamas volvió a hacerles retroceder. Shota, indiferente, entonando una canción en voz baja, avanzó como si tal cosa. Las llamas cesaron. El dragón bajó la cabeza hacia ella, ladeándola, como si sintiera curiosidad. Mientras Shota susurraba cosas que Kahlan no pudo oír, el dragón resopló con aire de satisfacción.
Shota, pasando los dedos por debajo de la barbilla del dragón, se giró hacia ellos.
—Richard, ven a hablar con este apuesto mozo.
El dragón casi dio la impresión de ronronear ante sus palabras.
Richard avanzó con paso rápido.
—Tengo una amiga dragón —dijo, alzando el rostro hacia la bestia—. A lo mejor la conoces. Se llama Escarlata.
La enorme criatura echó la cabeza atrás y disparó una columna de fuego en dirección al cielo. Sacudió la cola cubierta de púas a lo largo del bastión, desprendiendo grandes bloques de piedra que cayeron por el borde.
La roja cabeza volvió a girar hacia abajo. Sus labios se tensaron hacia atrás en un gruñido y dejaron al descubierto unos colmillos de aspecto siniestro.
—Escarlata es mi madre —masculló el dragón.
Richard pareció agradablemente sorprendido.
—¿Escarlata es tu madre? ¿Eres Gregory?
El dragón se acercó aún más, olisqueando a Richard a la vez que torcía el gesto. La capa de Richard se onduló con cada soplo de aire.
—¿Quién eres tú, hombrecillo?
—Soy Richard Rahl. La última vez que te vi, eras un huevo. —Richard separó las manos—. Eras así de grande.
—Richard Rahl —Gregory sonrió, su hostilidad se había desvanecido—. Mi madre me ha hablado de ti.
Richard posó una mano sobre el morro de Gregory. Su voz adoptó un tierno tono de preocupación.
—¿Está ella bien? La magia está fallando. Me ha estado preocupando en qué modo podría perjudicarla.
Gregory soltó una bocanada de humo.
—Está muy enferma. Se debilita día a día. Yo soy más fuerte y todavía soy capaz de volar. Le llevaba comida, pero la bruja me impidió hacerlo. No sé cómo ayudarla. Me preocupa perderla.
Richard asintió, entristecido.
—Es la contaminación provocada por el hecho de que los repiques estuvieran en este mundo. Esa contaminación está destruyendo toda magia.
Gregory movió afirmativamente la enorme cabeza.
—Los dragones rojos están condenados.
—Como lo estamos todos. A menos que pueda detener la contaminación.
Gregory ladeó su enorme cabeza para poder observar a Richard con uno de sus ojos amarillos.
—¿Puedes hacer eso?
—Es posible, pero no estoy seguro de cómo, aún. Sí sé que es necesario que llegue al Palacio del Pueblo si quiero intentarlo.
—¿El Palacio del Pueblo? ¿Dónde espera el ejército oscuro?
Richard asintió.
—Así es. Puede que yo sea el único capaz de detener esa contaminación. ¿Nos llevarás allí?
—Soy libre ahora. Un dragón libre no sirve a ningún hombre.
—No te pido que seas mi siervo, sólo que nos lleves a D’Hara para que pueda intentar salvarnos a todos los que quieran vivir libres, incluidos tú y tu madre.
La cabeza de Gregory se deslizó más cerca de Zedd, Tom y Rikka. Lo meditó brevemente. Se volvió otra vez hacia Richard.
—¿A todos vosotros?
—A todos nosotros —dijo Richard—. Necesito la ayuda de mis amigos, aquí presentes. Es nuestra única oportunidad de detener todas las cosas terribles que están a punto de suceder.
La cabeza de Gregory descendió más cerca hasta que su hocico dio un golpecito a Richard en el pecho y le hizo dar un paso atrás.
—Mi madre me contó la historia de cómo me salvaste cuando no era más que un huevo. Si hago esto, estaremos en paz.
—Estaremos en paz —aceptó Richard.
—Pongámonos en marcha, entonces —dijo Gregory.
Richard indicó al resto cómo subir y cómo agarrarse a la púas. Subió él primero, acomodándose a horcajadas sobre el lomo del dragón en la base del largo cuello, luego ayudó a Zedd, Tom y Rikka. Zedd no dejó de rezongar todo el tiempo. Richard le dijo que dejara de mascullar.
Kahlan fue la última. Richard se inclinó abajo, le cogió la mano y la subió. Mientras ella se colocaba bien sobre el lomo del dragón, vio que él sacaba una tela blanca del bolsillo y la contemplaba.
Kahlan, con los brazos alrededor de su cintura, le susurró al oído:
—Estoy asustada.
Él le sonrió por encima del hombro.
—Uno siente una sensación de mareo volando sobre dragones, pero no vomita. Sólo agárrate fuerte y cierra los ojos si quieres.
A ella le sorprendió lo agradable y natural que le resultaba estar cerca de él. Y que él parecía revivir cuando la tenía cerca.
—¿Qué es eso que tienes? —preguntó, ladeando la cabeza en dirección a la tela blanca.
La tela tenía una mancha de tinta en un lado y otra justo igual en el lado opuesto.
—Algo que cogí hace un tiempo —dijo como ausente.
Estaba claro que no pensaba del todo en la pregunta que le había hecho. Pensaba en la tela blanca con las dos manchas de tinta.
Volvió a meter la tela en el bolsillo y bajó la mirada hacia la muralla.
—Shota, ¿vienes?
—No. Regreso a las Fuentes del Agaden, a mi hogar. Aguardaré allí a que llegue el fin, o a que tú impidas que llegue ese fin.
Richard asintió. A Kahlan no le pareció que estuviera muy convencido de poder hacerlo.
—Gracias por todo lo que has hecho, Shota.
—Haz que me sienta orgullosa, Richard.
Él le dedicó una breve sonrisa.
—Haré todo lo posible.
—Eso es todo lo que cualquiera de nosotros puede hacer —repuso ella.
Richard dio una palmada a las lustrosas escamas rojas del dragón.
—Gregory, pongámonos en marcha. No tenemos mucho tiempo.
Gregory soltó una breve llamarada. Mientras ésta se convertía en una negra espiral de humo, las inmensas alas del dragón se alzaron y luego chasquearon con una fuerza tremenda pero a la vez con elegancia. Kahlan sintió que se elevaban por los aires. Fue como si el estómago le diera un vuelco.