29
kahlan despertó asaltada por un gélido temor.
Estaba tumbada sobre el lado derecho, con la cabeza girada a la derecha, la mandíbula sobre la alforja que le hacía de almohada. Atisbó con cuidado entre las estrechas rendijas de los párpados. Las espesas nubes empezaban a sonrojarse con un atisbo del amanecer que se aproximaba.
Si bien no había sabido por qué se había despertado con tanta brusquedad, pronto comprendió el motivo.
Por el rabillo del ojo pudo ver que Samuel estaba justo encima de ella… cernido sobre ella. Estaba quieto y silencioso, a unos centímetros de distancia, como un puma listo para caer sobre la presa.
Estaba totalmente desnudo.
Kahlan se sobresaltó de tal modo que por un instante permaneció petrificada por la confusión, preguntándose si de verdad estaba despierta o sufría una pesadilla grotesca. La desorientación desapareció, convertida en apremiante alarma en cuanto sus instintos tomaron el mando de la situación.
Sin revelar que estaba despierta, bajó muy despacio la mano hacia su cinturón para coger el cuchillo. Puesto que estaba girada hacia la derecha la funda del cuchillo estaba bajo ella. Tuvo que retorcer los dedos bajo el cuerpo para llegar al cuchillo, intentando no traicionar que estaba despierta. Contaba con que la manta ayudaría a ocultar el movimiento de su mano.
El cuchillo no estaba allí.
Bajó un poco la vista, esperando que se hubiera caído y que estuviese en el suelo a poca distancia. No estaba. Mientras palpaba alrededor bajo la manta, intentando encontrar el cuchillo, vio el montón formado por las ropas de Samuel no muy lejos. Entonces vio el cuchillo. Lo habían arrojado más allá de las ropas, fuera por completo de su alcance.
Se sintió asqueada por la imagen mental del hombre quitándose las ropas a hurtadillas a la vez que la miraba fijamente mientras dormía. La consternó la idea de que hubiera estado, observándola, preparándose para las cosas obscenas que quería hacerle, y que ella no hubiese sido consciente. Además de sentirse consternada, estaba furiosa consigo misma por permitirle llegar tan lejos.
Aunque Samuel siempre había parecido tímido y vergonzoso, y en ocasiones ansioso por congraciarse con ella, esto no la sorprendió del todo. Recordaba muy bien las veces que lo había pillado mirándola fijamente. Aquellas miradas siempre habían parecido contener un anhelo que jamás había expresado abiertamente. Kahlan controló su indignación, concentrándose en su lugar en la supervivencia.
Al ser una persona insegura, Samuel se acercó a hurtadillas en lugar de saltar sobre ella descaradamente. Al parecer, quería estar por completo sobre ella, y entonces, cuando creyera que ella no podía escapar, utilizaría la fuerza para controlarla y llevar a cabo los siniestros pensamientos que siempre habían estado ocultos tras sus ojos dorados.
Samuel no era un hombre corpulento, pero sí musculoso. Sin lugar a dudas era más fuerte que ella. No existía modo de que pudiera escapar sin pelear, y estaba en una posición difícil para forcejear con él. A tan poca distancia ni siquiera podía asestar un buen puñetazo. A tan poca distancia, sin un cuchillo, sin nadie que la ayudara, tenía pocas esperanzas de repelerlo.
Aun cuando él era considerablemente más fuerte y ella había estado dormida, Samuel había sido cauteloso. Su equivocación había sido no actuar con rapidez para incapacitarla. No había sido por falta de habilidad o ventaja, sino por falta de valor. Las únicas ventajas de Kahlan en aquel momento era que él no había actuado con rapidez y que no sabía que ella estaba despierta, y Kahlan no quería desperdiciar esas ventajas. Cuando actuara, esa sorpresa ayudaría a igualar la ecuación y le daría una oportunidad que no volvería a obtener.
Su mente recorrió rauda una lista de opciones. Tendría sólo una posibilidad de golpear primero. Tendría que aprovecharla.
En lo primero que pensó fue en alzar la rodilla para golpear donde más le dolería, pero por el modo en que estaba tumbada, girada a la derecha, con las piernas atrapadas bajo la manta, y por el modo en que él estaba colocado sobre ella, consideró que era una mala elección para un primer golpe.
Tenía la mano izquierda libre, sin embargo, justo fuera de la manta. Ésa parecía ser su mejor elección. Sin más dilaciones, antes de que fuera demasiado tarde, golpeó con fuerza y rapidez, veloz como una víbora, intentando sacarle un ojo con el pulgar. Presionó con todas sus fuerzas sobre el blando tejido del ojo.
Él chilló asustado, echando el rostro atrás al momento; pero reaccionó en seguida y utilizó el brazo para apartarla de un golpe mientras ella le arañaba el rostro. A continuación dejó caer todo su peso sobre ella, cortándole la respiración.
Antes de que Kahlan pudiera tomar aire apretó el otro antebrazo contra su garganta, inmovilizándole la cabeza contra el suelo a la vez que le impedía respirar. Kahlan pateó y se retorció con todas sus energías, intentando escapar. Era como intentar repeler a un oso. Ella no era rival para la fuerza y el peso del hombre, y menos en la posición vulnerable en la que estaba. No disponía de un punto de apoyo para hacer palanca y empujarlo lejos, y ningún modo efectivo de golpearlo.
Kahlan torció la cabeza más a la derecha para colocar la tráquea fuera del peso que el antebrazo de Samuel ejercía sobre su garganta. Eso le hizo ganar el tiempo suficiente para que consiguiera tomar una bocanada de aire.
Mientras inhalaba jadeante el muy necesario aire, su visión fue a centrarse en las ropas del hombre, que yacían no muy lejos. Distinguió la empuñadura de la espada asomando por debajo de los pantalones. Pudo ver que la luz de primera hora de la mañana centelleaba en la palabra verdad, escrita en oro sobre la plata de la empuñadura.
Intentó con desesperación agarrar la empuñadura de la espada, pero estaba fuera del alcance de sus dedos. Sabía que, puesto que estaba en el suelo y no podía usar libremente su brazo, aunque pudiese cogerla no tenía ninguna posibilidad de extraer la espada de la vaina para clavársela a Samuel o hacerle un buen corte. Su objetivo era conseguir sujetar la empuñadura con la mano y luego estrellarle el pomo en el rostro o el cráneo. Una espada era lo bastante pesada para hacer un daño sustancial usada de ese modo. Un buen golpe en el lugar adecuado, como la sien, podía incluso matar a su atacante.
Pero la empuñadura de la espada estaba fuera de su alcance.
Al mismo tiempo que ella se estiraba desesperadamente, en un intento de alcanzar el arma, Samuel tenía dificultades para salirse con la suya. La manta interfería con su lujurioso deseo de poseerla. Estar encima de ella para mantenerla en el suelo estaba demostrando ser una complicación. Parecía que no había tomado en consideración los aspectos prácticos de su intento de asaltarla. La tenía inmovilizada con gran eficacia, la manta era parte del medio por el que mantenía sus brazos y piernas bajo control, pero ésta, al mismo tiempo, le impedía acceder a su objetivo.
Ella sabía que él no tardaría en caer en la cuenta de que todo lo que necesitaba era dejarla inconsciente de un golpe.
Como si él le leyera el pensamiento, vio que Samuel echaba atrás el brazo derecho. Vio cómo cerraba el enorme puño. Cuando él dirigió el puño en dirección a su cara, ella usó todas sus fuerzas para retorcer el cuerpo y apartarse del golpe.
El puño chocó contra el suelo, justo detrás de la cabeza de Kahlan.
Los dedos de ésta encontraron el hilo de oro que deletreaba la palabra verdad sobre la empuñadura de la espada.
El mundo pareció detenerse bruscamente.
En un instante, la inundó la comprensión.
Cosas en su interior que habían estado perdidas por completo de improviso estaban allí.
No recordaba quién era, pero recordó al instante qué era.
Una Confesora.
Estaba muy lejos de ser una unión con su pasado, pero mediante aquel hilillo de conexión supo lo que significaba ser una Confesora. Había sido un completo misterio durante mucho tiempo, pero ahora no sólo recordaba lo que significaba, sentía aquella herencia en su interior, sentía su vínculo con ella.
Seguía sin saber quién era, quién era Kahlan Amnell, y no recordaba nada de su pasado, pero recordaba lo que significaba ser una Confesora.
Samuel echó el brazo atrás para volver a asestarle un puñetazo.
Kahlan presionó la mano contra el pecho del hombre. Ya no parecía que tuviera a un hombre poderoso encima de ella, controlándola. Ya no sentía pánico ni furia. Ya no forcejeaba. Sentía como si fuera tan liviana como un soplo de aire y que él ya no tenía ningún poder sobre ella.
Ya no existía ninguna prisa frenética, no había desesperación.
El tiempo le pertenecía.
No necesitaba considerar, evaluar o decidir. Sabía con total certeza qué hacer. Ni siquiera tenía que considerarlo. Kahlan no necesitaba invocar lo que era su derecho de nacimiento, sólo tenía que dejar de contenerlo.
Podía ver la expresión furiosa y concentrada del hombre congelada por encima de ella. El puño de Samuel permaneció sin moverse durante una chispa de tiempo en continua expansión, como lo estaría hasta que aquello hubiera finalizado.
No tenía necesidad de abrigar esperanzas, suponer o actuar. Sabía que el tiempo le pertenecía. Sabía lo que iba a ocurrir, casi como si ya hubiera sucedido.
Samuel había entrado en el campamento de la Orden Imperial no para rescatarla sino para capturarla.
No era su salvador.
Era el enemigo.
La violencia interior de la fría fuerza que salía de su confinamiento era pasmosa. Ascendía como un torrente de aquel núcleo profundo y oscuro de su interior, inundando cada fibra de su ser.
El tiempo le pertenecía.
Podría haber contado cada pelo del rostro paralizado del hombre de haber querido, y él habría seguido sin moverse un centímetro.
El miedo había abandonado a Kahlan. El control lo había reemplazado. No había odio. La fría evaluación de la justicia había tomado las riendas.
En un estado de profunda paz nacida del dominio de su propia habilidad, y por consiguiente de su propio destino, no tenía en su interior odio, cólera, horror… ni el menor pesar. Veía la verdad tal cual era. Aquel hombre se había condenado a sí mismo. Había elegido. Ahora tendría que pechar con las consecuencias de sus elecciones. En aquella chispa de existencia infinitesimal, la mente de Kahlan estaba en un vacío donde el torrente devastador del tiempo parecía estar en suspenso.
Él no tenía ninguna posibilidad. Le pertenecía.
Aun cuando tenía todo el tiempo del mundo, no tenía dudas.
Kahlan liberó su poder desde la parte más recóndita de su ser.
Un trueno sin sonido estremeció el aire durante aquel instante inmaculado, soberano.
El recuerdo de aquel instante fue una isla de cordura para ella en el oscuro río de su desconocido ser.
El rostro de Samuel estaba paralizado en crispado odio por no conseguir lo que había esperado poseer.
Kahlan clavó la mirada en los ojos dorados del hombre, sabiendo que él sólo veía sus ojos despiadados.
En aquel instante, la mente del hombre, quién era él, quién había sido, ya había desaparecido.
Los árboles que los rodeaban en el glacial aire de primera hora de la mañana se estremecieron por el violento golpe. Ramitas pequeñas y corteza seca cayeron de ramas. La conmoción provocada en el aire alzó un anillo de polvo y tierra a su alrededor que se fue alejando a la par que se desvanecía.
Los extraños ojos de Samuel se abrieron de par en par.
—Ama —susurró—, ordenadme.
—Sal de encima de mí.
Él rodó lejos al instante, para acabar alzándose de rodillas, las manos unidas en actitud de súplica mientras su mirada seguía fija en ella.
Mientras se incorporaba, Kahlan reparó en que su mano derecha seguía aferrando la Espada de la Verdad. La soltó. No necesitaba una espada para ocuparse de Samuel.
Sumamente trastornado mientras aguardaba, Samuel parecía al borde de las lágrimas.
—Por favor… ¿cómo puedo serviros?
Kahlan arrojó la manta a un lado.
—¿Quién soy?
—Kahlan Amnell, la Madre Confesora —respondió él de inmediato.
Kahlan ya sabía eso. Pensó un momento.
—¿De dónde sacaste esa espada?
—La robé.
—¿A quién le pertenece legítimamente?
—¿Antes o ahora?
Ella se sintió un tanto confusa por la respuesta.
—Antes.
A Samuel le trastornó la pregunta. Empezó a llorar a lágrima viva mientras se retorcía las manos.
—No conozco su nombre, ama. Lo juro, no sé su nombre. Jamás supe su nombre. —Empezó a sollozar—. Lo siento tanto, ama, no lo sé, no, juro que no lo sé…
—¿Cómo se la quitaste?
—Me acerque a hurtadillas y lo degollé mientras dormía. Pero juro que no sé su nombre.
Los tocados por una Confesora confesaban sin la menor vacilación cualquier cosa que hubieran hecho… cualquier cosa. Su única preocupación era su pavor a que no pudieran complacer a la mujer que los había tocado con su poder. El único propósito que quedaba en sus mentes era hacer lo que ella ordenara.
—¿Has asesinado a otras personas?
Samuel alzó de golpe la mirada con la repentina alegría de oír una pregunta que podía responder. Una sonrisa radiante apareció en su rostro.
—¡Oh, sí, ama! A muchos. Por favor, ¿puedo matar a alguien para vos? Cualquiera. Sólo nombradles. Sólo decidme a quién tengo que matar. Lo haré con toda la rapidez posible. Por favor, ama, decidme a quién y cumpliré vuestra orden y los eliminaré para vos.
—¿A quién pertenece la espada ahora?
Él calló un momento.
—Pertenece a Richard Rahl.
A Kahlan no la sorprendió.
—¿Cómo es que Richard me conoce?
—Es vuestro esposo.
Kahlan se quedó petrificada por el impacto de lo que creía que acababa de oír. Pestañeó, sus pensamientos se desperdigaron de improviso en todas direcciones a la vez.
—¿Qué?
—Richard Rahl es vuestro esposo.
Se quedó mirándolo durante un largo rato, incapaz de reconciliarlo todo en su mente. Por una parte era una impresión apabullante pero, al mismo tiempo, tenía sentido de un modo que no era capaz de desentrañar.
Kahlan permaneció allí de pie, sin habla.
Descubrir que estaba casada con Richard Rahl era una revelación aterradora, pero por otra parte… le henchía el corazón de profundo júbilo. Pensó en sus ojos grises, pensó en el modo en que la miraba, y las implicaciones aterradoras de todo ello parecieron evaporarse. Era como si todos los sueños que no se había atrevido a soñar acabaran de hacerse realidad.
Sintió que una lágrima le rodaba por la mejilla. Con los dedos la secó, pero fue seguida rápidamente por otra. Casi soltó una carcajada jubilosa.
—¿Mi esposo?
Samuel asintió con vehemencia.
—Sí, ama. Vos sois la Madre Confesora. Él es lord Rahl. Está casado con vos. Es vuestro esposo.
Sintiéndose temblar, Kahlan intentó pensar, pero su mente no le respondía, como si tuviera demasiados pensamientos a la vez, mezclándose unos con otros en un enmarañado revoltijo.
Recordó de improviso a Richard yaciendo en el suelo en el campamento de la Orden, gritándole que huyera.
En el mejor de los casos Richard sería un cautivo de la Orden, pero lo más probable era que estuviera muerto.
Ella acababa de averiguar su conexión con él, y ahora lo había perdido.
Sintió que una nueva lágrima le corría por la mejilla, pero en esta ocasión no había alegría tras ella, sólo horror.
Finalmente, recuperó la serenidad y concentró su atención en el hombre de rodillas ante ella.
—¿Adónde me llevabas?
—A Tamarang. A mi… a mi otra ama.
—¿Otra ama?
Él asintió a toda prisa.
—Seis.
Recordó que Jagang había hablado sobre ella. Kahlan frunció el entrecejo.
—¿La bruja?
A Samuel pareció aterrarle tener que responder a eso, pero lo hizo.
—Sí, ama. Se me dijo que os llevara y os entregara a ella.
Kahlan señaló el lugar donde había estado durmiendo.
—¿Te dijo que hicieras eso?
De más mala gana aún, Samuel se lamió los labios. Confesar un asesinato era una cosa, pero aquello era distinto.
—Pregunté si podía haceros mía —lloriqueó—. Dijo que si quería tomaros podía hacerlo, como mi recompensa por mi servicio, pero debía llevaros hasta ella con vida.
—¿Y qué iba a hacer ella conmigo?
—Creo que os quería como rehén para negociar.
—¿Con quién?
—El emperador Jagang.
—Pero yo ya estaba con Jagang.
—Jagang se muere por teneros. Ella sabe lo valiosa que sois para él. Ella quería hacerse con vos y luego entregaros otra vez a Jagang a cambio de favores para sí misma.
—¿A qué distancia estamos de Tamarang, de la bruja?
—No muy lejos. —Samuel señaló al sudoeste—. Si no nos demoramos, podemos llegar allí a últimas horas de mañana, ama.
Kahlan se sintió de improviso muy vulnerable al estar tan cerca de una mujer tan poderosa como aquélla. Tenía que abandonar la zona o podría ser localizada sin que hiciera falta que Samuel tuviera que arrastrarla hasta Seis.
—Y puesto que tenías que entregarme mañana, sabías que tu tiempo conmigo se agotaba. Ibas a violarme.
No era una pregunta, sino una aseveración.
Samuel se retorció las manos, mientras las lágrimas corrían por su rostro enrojecido.
—Sí, ama.
En el terrible silencio que siguió, su angustia aumentó todavía más mientras ella permanecía de pie contemplándolo. Kahlan sabía que una persona tocada ya no era quien había sido, que su mente ya no estaba completa. Una vez capturados, quedaban del todo consagrados a la Confesora.
Le pasó por la cabeza que algo muy parecido a eso le habían hecho a ella. Se preguntó si su memoria estaba tan perdida para ella como ahora el pasado de Samuel para él. Era una idea espantosa.
—Por favor, ama… ¿me perdonáis?
En el prolongado silencio que siguió él no pudo soportar su culpa y empezó a llorar histéricamente, incapaz de soportar la condena en los ojos de Kahlan.
—Por favor, ama, hallad misericordia para mí en vuestro corazón.
—La misericordia es el último refugio de los culpables. La justicia es el domino de los justos.
—Entonces por favor, ama, por favor… ¿me perdonáis?
Kahlan clavó la mirada en sus ojos para asegurarse de que no malinterpretaría sus palabras.
—No. Eso sería una corrupción del concepto de justicia. No te perdonaré, ni ahora ni nunca… no por odio sino porque eres culpable de muchos crímenes.
—Lo sé, pero podríais perdonarme mis crímenes contra vos. Por favor, ama, perdonadme por lo que os he hecho, y por lo que tenía intención de haceros…
—No.
La realidad del carácter irrevocable de su determinación se plasmó en los ojos del hombre. Samuel lanzó una exclamación ahogada de horror al comprender que sus acciones, las elecciones que había efectuado, eran irredimibles. No sentía nada por sus otros crímenes, pero sentía todo el peso de la responsabilidad por los crímenes cometidos contra ella.
Se vio a sí mismo, probablemente por primera vez en la vida, como lo que era en realidad… el modo en que ella lo veía.
Samuel volvió a lanzar un grito ahogado a la vez que apretaba las manos contra el pecho, y luego se desplomó de costado, muerto.
Sin demora, Kahlan empezó a recoger sus cosas. Con la bruja tan cerca tenía que irse de allí tan rápido como fuera posible. No sabía adónde iría, pero sabía a dónde no podía ir.
Reparó de improviso en que debería haber pensado más sobre ello y hecho a Samuel muchas más preguntas. Había permitido que todas aquellas respuestas se le escaparan entre los dedos.
La noticia de que Richard era su esposo había revuelto hasta tal punto sus ideas que no había contemplado la posibilidad de hacerle más preguntas a Samuel. De improviso se sintió como una gran estúpida por dejar pasar una oportunidad tan valiosa.
Pero lo hecho, hecho estaba. Tenía que concentrarse en qué hacer ahora. Bajo la débil luz del amanecer, corrió a ensillar el caballo.
Encontró al animal en el suelo, muerto. Le habían cortado el cuello. Samuel, sin duda temiendo que ella pudiera utilizar el caballo para escapar antes de que él pudiera hacerla suya, había degollado al pobre animal.
Sin perder un instante enrolló todo lo que pudo cargar en su manta. Se echó las alforjas al hombro y recogió la Espada de la Verdad. Espada en mano, Kahlan inició la marcha, en dirección opuesta a Tamarang.