28
zedd hizo una mueca de dolor. Oyó que alguien decía su nombre otra vez. La voz sonaba como si llegara hasta su interior desde algún mundo lejano. No quería responder a la llamada, no quería abrir los ojos, no quería estar del todo consciente y tener que sentir todo el peso de la conciencia.
—Zedd —volvió a llamar la voz.
Una mano enorme lo zarandeó, balanceando su cuerpo adelante y atrás. Zedd obligó a sus ojos a abrirse sólo un poco, mirando de soslayo con terror. Rikka y Tom, encorvados sobre él, lo miraban con intensa preocupación. Zedd vio que unos mechones de la rubia cabellera de Tom estaban apelmazados con sangre.
—Zedd, ¿estás bien?
Reparó en que era la voz de Rikka. Pestañeó, intentando ver si todos los huesos de su cuerpo estaban rotos o si tan sólo lo parecía. Un miedo que acechaba en las sombras de su mente le susurró que esto podría ser el fin de todo.
Le dolía la cintura. Era donde le había alcanzado el hechizo de Seis.
Se sentía como un estúpido. Había estado seguro de que podía contrarrestar la habilidad de la mujer; y habría podido hacerlo, pero ella lo había cogido por sorpresa con un hechizo construido, una pequeña sorpresa que había dibujado en las cuevas, aguardando pacientemente su llegada. Aun cuando era la clase de cosa que no sabía que pudiera hacer una bruja, debería haber considerado esa posibilidad. Tendría que haber estado preparado para una artimaña de ese tipo.
Ella era una bruja, no una hechicera o un mago, y sabía que, si bien poseía considerables talentos, era vulnerable a ciertas cosas que Zedd podía hacer. Él había descubierto algunas de aquellas cosas en el Alcázar del Hechicero, al impedir que los matara a él y a los demás cuando lo intentó, y ella había aprendido de aquella experiencia y encontrado una contramedida; algo que sencillamente no era propio de una bruja. Fue bastante brillante, en realidad, pero justo en aquel momento él no estaba precisamente de humor para maravillarse ante el logro de aquella mujer.
—Zedd —dijo Rikka—, ¿estás bien?
—Eso creo —consiguió decir—. ¿Tú?
Rikka gruñó.
—Lo cierto es que estaban preparados para enfrentarse a nosotros. Lo que fuera que ella hizo me impidió poder detenerla.
—Bueno, no te sientas mal, me hizo lo mismo a mí.
—Contigo inconsciente, todos aquellos soldados fueron más de lo que podía manejar —añadió Tom—. Lo siento, Zedd, pero te fallé cuando más me necesitabas. Debería haber sido el acero contra el acero para ti.
Zedd miró al hombre con ojos entornados.
—No seas ridículo. El acero tiene sus límites. Yo no debería haber permitido que nos engañaran de ese modo. Tendría que haber sido más listo y haber estado preparado.
—Imagino que todos fallamos —dijo Rikka.
—Peor, le fallamos a Richard. Ni siquiera conseguimos entrar en la cueva para ayudarlo. Es necesario que entremos en la cueva y rompamos ese hechizo que lo mantiene alejado de su don.
—No existen muchas posibilidades de que podamos hacer eso ahora —dijo Rikka.
—Ya veremos —rezongó Zedd—. Al menos parece que estamos a salvo por el momento.
—A menos que Seis regrese para acabar con nosotros.
Zedd alzó la mirada hacia el hombre.
—Eres todo un consuelo.
Con la ayuda de los dos, Zedd se incorporó.
—¿Dónde estamos? —preguntó a la vez que miraba a su alrededor bajo la débil luz.
—En una especie de celda —dijo Tom—. Las paredes son todas de piedra, salvo por la puerta. El pasillo que hay fuera está lleno de centinelas.
No era un lugar particularmente grande. Un farol ardía sobre una mesa pequeña. Había una única silla. No había más mobiliario.
—El techo es de vigas y tablas —observó Zedd—. Me pregunto si podría abrir una brecha con mi poder, algo que fuera suficiente para escabullirnos fuera de aquí.
Zedd se puso en pie, tambaleante. Rikka lo sujetó para que no cayera cuando él alzó un brazo a fin de usar su don para sondear el techo.
—Córcholis —masculló—. Cuando utilizó ese hechizo construido también colocó alguna clase de barrera alrededor de esta habitación. Impide que abra una brecha con mi don. Estamos encerrados herméticamente.
—Hay algo más —dijo Tom—. Los vigilantes son en su mayoría soldados de la Orden Imperial. Parece que Seis está trabajando para Jagang.
Zedd se rascó el cuero cabelludo.
—Fenomenal, sólo nos faltaba eso.
—Al menos no nos mató —indicó Tom.
—Aún —añadió Rikka.
Zedd alzó los ojos hacia el techo y los entrecerró. Señaló.
—¿Qué es eso?
—¿Qué? —preguntó Tom, mirando arriba.
—Eso de ahí. En el extremo del techo, contra la pared. Hay algo encajado en la última viga.
Tom acercó la silla y la utilizó para alcanzar el objeto escondido en la sombra de la viga. Tiró de él hasta que cayó al suelo. Algunas de las cosas del interior rodaron fuera.
—Queridos espíritus —dijo Zedd—, es la mochila de Richard.
Reconocía algunas de las cosas que habían caído fuera. Se inclinó para poner derecha la mochila. Inspeccionó las ropas por un momento y luego empezó a volverlas a meter dentro.
Cuando alzó la camisa negra ribeteada en oro y la devolvió a la mochila, distinguió un libro en el suelo. Lo levantó, entornando los ojos para ver a la tenue luz del farol.
—¿Qué libro es ése? —preguntó Rikka.
Tom se inclinó más cerca.
—¿Qué pone?
Zedd apenas podía creer lo que veía.
—El título pone Secretos del poder de un mago guerrero.
Rikka soltó un silbido quedo.
—Eso es exactamente lo que yo pienso —dijo entre dientes Zedd mientras inspeccionaba las cubiertas—. ¿De dónde demonios sacaría Richard un libro así? Esto podría ser de un valor incalculable.
—¿Qué dice sobre sus poderes? —preguntó Rikka.
Zedd abrió la tapa y pasó una página, luego otra. Pestañeó, sorprendido.
—Queridos espíritus… —murmuró, atónito.
Nicci alzó los ojos cuando vio que una sombra ocupaba la entrada. Era Cara.
—¿Cómo te va? —preguntó la mord-sith con una voz que pareció perderse en la lúgubre habitación.
La mirada de Nicci se apartó para clavarse en el vacío. En realidad no entendía la pregunta. Supuso que Cara tan sólo intentaba encontrar algo que decir, algo que reflejara su honda preocupación. A Nicci le resultó trágico que una mord-sith llegara a poseer por fin unas cualidades tan humanas y decentes cuando ya era demasiado tarde para que importara.
—Ya no lo sé, Cara.
—¿Has averiguado qué salió mal?
Nicci alzó la vista del sillón de cuero en el que estaba.
—¿Qué salió mal? ¿No es muy evidente?
Cara se acercó más y pasó un dedo por el otro lado de la mesa de caoba. En la poco iluminada biblioteca su traje de cuero rojo resaltaba igual que una salpicadura de sangre.
—Pero lord Rahl hallará un modo de regresar.
A Nicci le sonó más a una súplica que a una declaración.
—Cara, si Richard fuera a regresar habría vuelto hace diez días —dijo la hechicera con voz abatida, incapaz de mentir.
Cara no se merecía una falsa esperanza.
—Bueno, a lo mejor le llevó más tiempo del que vosotros dos pensabais que le llevaría.
Nicci deseó que fuera así de simple. Negó con la cabeza.
—Debería haber regresado a la mañana siguiente. Puesto que no regresó, eso significa que no sobrevivió a lo que…
—¡Pero tiene que regresar! —gritó Cara a la vez que se inclinaba sobre la mesa, reacia a permitir que Nicci concluyó la frase.
Nicci contempló la ansiedad del rostro de Cara. ¿Qué podía decir? ¿Cómo podía explicar algo así a una persona que no comprendía las cosas que estaban involucradas?
—Créeme, Cara —repuso por fin—, quiero que regrese tanto como tú, pero si consiguió sobrevivir al hechizo y al viaje al inframundo, debería haber regresado hace mucho. No podía permanecer allí tanto tiempo.
—¿Por qué no?
—Podrías decir que es un poco como zambullirse al fondo de un lago. Puedes contener la respiración durante un rato, pero necesitas volver a salir del agua al cabo de cierto tiempo. Si tu pie queda atrapado bajo un tronco en el fondo del agua, te ahogarás. Él no podría sobrevivir allí tanto tiempo. Puesto que no regresó cuando debería haberlo hecho…
—Bueno, a lo mejor salió en otra parte. A lo mejor salió a respirar en otro lugar.
Nicci volvió a negar con la cabeza.
—Imagina que el lago está cubierto de hielo. El agujero por el que pasó, es decir, los hechizos en la arena de hechicero… es la única salida. Las Cajas del Destino son un portal… El inframundo no es más que vacío.
Sabía que se estaba embrollando al intentar hacerlo comprensible para Cara. Nicci ni siquiera captaba ella misma por completo la naturaleza del inframundo.
—Limitémonos a decir que si intentó salir a la superficie en otro lugar, no pudo abrirse paso al exterior. Necesita regresar a través de ese agujero que abrió, el agujero que creó al interior del inframundo, a través del portal. ¿Lo entiendes?
—En cierto modo, pero tendría que haber funcionado. —Indicó con un ademán todos los libros que descansaban abiertos por la mesa—. Lo dos lo teníais todo calculado. Rahl el Oscuro lo hizo. No hay motivo para que esto no hubiera funcionado del mismo modo. No hay motivo para que no funcionara para Richard igual de bien.
Nicci desvió la mirada de los vehementes ojos azules de Cara.
—Sí, lo hay.
Cara irguió el cuerpo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué motivo?
—La bestia.
Cara la miró con fijeza un largo rato.
—La bestia… ¿Crees que la bestia podría haberle encontrado allí, en el inframundo?
Nicci meneó la cabeza.
—No. La bestia lo encontró aquí, en este mundo, mientras dibujaba el hechizo. Cuando Richard cruzó el portal que había creado, ella estaba aguardando. La bestia lo siguió al interior del inframundo.
La expresión de Cara estaba entre horrorizada y enfurecida.
—Pero él la habría combatido.
Nicci alzó los ojos.
—¿Cómo?
—No lo sé. No soy experta en tales cosas.
—Tampoco lo es Richard. En el inframundo sería diferente que aquí. En el pasado usó su espada o los escudos para detenerla. Cuando la bestia apareció la última vez, consiguió dispararle con una de aquellas flechas especiales. ¿Qué iba a hacer para combatirla en el inframundo? Tuvo que ir desnudo. No tenía armas, no tenía ningún modo de combatirla.
Cara se enfureció.
—¿Entonces por qué le permitiste ir?
—Él ya había entrado en el inframundo cuando vi a la bestia. Bajó tras él. Sencillamente no había modo de detener a la bestia ni de advertir a Richard.
—Tenía que haber algún modo de que pudieras haberle detenido.
Nicci se puso en pie.
—Ir al inframundo era algo que tenía que hacer si quería usar el poder de las cajas. Sin ir, no podía anular Cadena de Fuego, y si no puede anular Cadena de Fuego, estamos perdidos. Además, no podría haberle detenido aunque hubiera querido.
Cara paseó ante la mesa.
—Pero será luna nueva dentro de pocos días. Nos estamos quedando sin tiempo. Tiene que haber algo que puedas hacer. Tiene que existir una posibilidad de que siga atrapado ahí, conteniendo la respiración. Lord Rahl jamás nos ha abandonado. Lord Rahl pelearía hasta su último aliento por nosotros.
Nicci asintió a la vez que rodeaba la mesa.
—Tienes razón. Regresaré al Jardín de la Vida y lanzaré algunos hechizos de llamada.
Sabía que era una idea estúpida. Sabía que tal cosa no sólo era imposible, sino una pérdida de tiempo. Con todo, sentía como si tuviera que hacer algo o se volvería loca, y al menos haría que Cara se sintiera mejor hasta que llegara el final. Además, qué otra cosa podía hacerse.
—Buena idea —dijo Cara—. Lleva a cabo algunos hechizos de llamada para traer a lord Rahl de vuelta.
Fuera, en el pasillo, Nicci vio que estaba bloqueado por tropas de la Primera Fila en ambos extremos. Cada uno tenía una ballesta cargada con una saeta de plumas rojas. Daba la impresión de que aislaban la zona de la biblioteca.
También vio la cabellera blanca de Nathan mientras éste se abría paso a través de un muro de esos hombres. El profeta salió por fin de entre los soldados. Al ver a Nicci, fue directo hacia ella.
Tenía un semblante más que sombrío. Sólo de ver la expresión de su rostro a Nicci se le secó la boca.
—Nathan, ¿qué sucede? —preguntó cuando él se detuvo ante ella.
Los ojos azul celeste del hombre parecían cansados.
—Lo siento, Nicci, pero éste es el único modo.
La hechicera pestañeó confusa. Ojeó a los soldados que custodiaban el pasillo. También ellos parecían desolados por tener que estar allí.
—¿El único modo de qué? —preguntó.
Él apartó los ojos de ella para pasar una mano cansada por el rostro.
—Richard y yo tuvimos una seria conversación antes de que emprendiera su peligroso viaje. Me dijo que si no conseguía regresar, debería hacer lo que debía de hacerse para salvar a las personas que hay aquí de los horrores que Jagang lanzaría sobre ellas. Sin Richard, la profecía dice que perderemos la batalla final.
—Siempre hemos sabido eso.
—Yo sé una o dos cosas sobre ir al inframundo, Nicci. Estoy familiarizado con las configuraciones de hechizo que utilizó. He estado arriba, en el Jardín de la Vida. He estudiado las cosas que hizo. Richard lo hizo todo como era debido. Tendría que haber funcionado.
—La bestia lo persiguió al interior del inframundo —dijo Cara.
Nathan suspiró profundamente, pero no pareció sorprendido en exceso.
—Ya me figuré que tuvo que ser algo parecido. La cuestión es que he estudiado los métodos que Richard utilizó.
Cara pareció esperanzada, como si el profeta pudiera ofrecer una respuesta que Nicci no podía proporcionar.
—Estupendo. ¿Has averiguado un modo de traerlo de vuelta del inframundo? Nicci iba a lanzar telarañas mágicas de llamada. A lo mejor podrías ayudarla. Vosotros dos juntos…
Su voz se apagó. Nathan no parecía de humor para considerar tales tonterías.
—No existe tal cosa, Cara. No podemos traerlo de vuelta del inframundo tras todo este tiempo. Hemos perdido a Richard.
Cara parpadeó para eliminar las lágrimas de sus ojos, incapaz de soportar una afirmación como aquélla.
—El emperador va a entrar aquí —dijo Nathan—. Sólo será cuestión de tiempo. El gran vacío caerá sobre nosotros dentro de nada. Todo lo que podemos hacer ahora es salvar la vida a tantas personas del palacio como sea posible.
Nicci alzó la barbilla.
—Comprendo.
—El único modo de hacerlo es entregar el palacio en cuanto llegue la luna nueva… y hacerlo del modo que Jagang exigió.
Nicci tragó saliva.
—Yo tampoco conozco otro modo, Nathan.
—Lo siento, Nicci. —Su voz reveló hasta qué punto eran sinceras sus palabras—. Pero es necesario que prepare unas cuantas cosas, así que voy a tener que ponerte bajo arresto y tenerte bien encerrada hasta que Jagang venga con la luna nueva a recogerte.
Nicci sintió que una lágrima le corría por la mejilla, no por ella misma, sino por lo que la pérdida de Richard suponía para todas las personas que habían estado dependiendo de él para que cambiara el curso de los acontecimientos, para que librara la batalla final, para que por fin hiciera lo que sólo Richard podía hacer.
—No necesitas a todos esos guardias con esas flechas —dijo sin que la voz se le quebrara—. Iré sin crear problemas.
Nathan asintió.
—Gracias por no hacer esto más difícil de lo que ya es.