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kahlan añadió otra ramita al fuego. Un remolino de chispas ascendió en el aire como si estuvieran ansiosas por ir tras los agonizantes vestigios del día, apenas visibles entre las ramas desnudas. Acercó las manos a las crecientes llamas y luego tiritó mientras se frotaba los brazos. Iba a ser una noche fría.

Cada uno tenía sólo una manta. Al menos ella también tenía su capa. Yacer sobre el frío suelo contribuía a que la noche fuera deprimente e insomne. De todos modos, abundaban los pinos, así que había cortado varias ramas para disponer de un lecho. A pesar de lo espeso que era el bosque, éste no ofrecía una buena protección del viento, pero, puesto que no soplaba ni un ápice de viento en la despejada noche, al menos no necesitaron construir un refugio. Kahlan sólo quería comer algo y luego intentar dormir.

Antes de que encendieran el fuego había colocado un par de trampas con la esperanza de capturar un conejo, si no para comer esa noche hacerlo por la mañana, antes de volver a ponerse en marcha. Samuel había reunido una buena provisión de leña para que durara toda la noche. Tras encender una hoguera había ido a un arroyo cercano para recoger agua.

Kahlan estaba agotada y hambrienta. Casi habían agotado la comida procedente del campamento de la Orden Imperial que habían llevado consigo. A menos que atraparan un conejo, volverían a tener que comer galletas secas y cecina. Al menos tenían eso. Aunque no iba a durar ya mucho más tiempo.

Samuel no había querido parar para ver si podían conseguir más comida. Parecía tener una prisa terrible por llegar a alguna parte. Tenían unas cuantas monedas que habían encontrado en el fondo de las alforjas, pero en lugar de aventurarse en alguno de los pueblos por cuyas proximidades habían pasado para conseguir más provisiones, Samuel había insistido en que permanecieran bien alejados de cualquier persona.

Estaba convencido de que los soldados de la Orden los estarían persiguiendo y, teniendo en cuenta lo mucho que Jagang la odiaba y lo ansioso que estaba por vengarse de ella, lo cierto era que Kahlan no podía proporcionar ningún argumento en contra de esa renuencia de Samuel. Por lo que ella sabía, los soldados podrían estarles pisando los talones. Sólo de pensarlo, le recorrió un temblor.

Cuando Kahlan preguntaba a Samuel adónde iban, él se mostraba vago al respecto, limitándose a indicar al oeste-sudoeste. Le aseguraba, no obstante, que iban a un lugar donde estarían a salvo.

El tipo estaba demostrando ser un compañero de viaje extraño. Hablaba muy poco cuando cabalgaban y aún menos al acampar. Siempre que paraban raras veces se alejaba mucho de ella. Kahlan imaginaba que simplemente quería protegerla, mantenerla a salvo, pero se preguntaba si era más que eso, si estaría vigilando su trofeo. Si bien había entrado en el campamento de la Orden para rescatarla, jamás había querido hablar sobre sus motivos para hacerlo, y en una ocasión, cuando ella le había insistido, dijo que había sido porque quería ayudarla. En apariencia parecía un sentimiento bondadoso, pero en ningún momento explicó de qué la conocía, o cómo sabía que la tenían cautiva.

Por el modo en que siempre le estaba echando miradas cuando pensaba que ella no lo veía, Kahlan pensaba que a lo mejor simplemente era tímido. Si lo presionaba sobre cualquier cosa él, agachaba la cabeza y encogía los hombros. En algunas ocasiones había acabado por sentir que torturaba al pobre hombre con sus preguntas, y por lo tanto lo dejaba tranquilo. Sólo entonces él parecía relajarse.

No obstante, tantas preguntas sin respuesta le daban que pensar. A pesar de todo lo que Samuel había hecho, y como la ayudaba a cada instante, no confiaba en él. No le gustaba que no quisiera responder a preguntas tan simples… ni a las importantes. El que tanto de su propia vida fuera un misterio para ella la hacía bastante sensible a ese hecho.

También sabía que Samuel estaba fascinado por ella. A menudo parecía ansioso por hacer cosas para complacerla. Cortaba pedazos de salchicha y se los iba ofreciendo hasta que ella tenía que detenerle, diciéndole que ya había comido suficiente y que también él debería comer. En otras ocasiones, no obstante, olvidaba ofrecerle nada hasta que ella le pedía algo de comer.

A veces ella lo pillaba mirándola fijamente con aquellos extraños ojos dorados. En aquellos momentos le parecía que veía el semblante astuto de un ladrón. Kahlan agarraba la empuñadura de su cuchillo cuando se acostaba.

En otras ocasiones, cuando intentaba hacer preguntas, él parecía demasiado tímido para mirarla a los ojos siquiera, y mucho menos responderle, y se acurrucaba en dirección al fuego como si esperara poder ser invisible. La mayor parte de las veces tenía problemas para obtener algo más que un sí o un no de él, aunque tal reticencia jamás parecía provenir de la crueldad, la arrogancia o la indiferencia. Al final, puesto que era tan difícil conseguir hacerle hablar y las respuestas que obtenía eran prácticamente inútiles, había dejado de intentarlo.

Samuel o bien era sumamente tímido o bien ocultaba algo.

En aquellos largos períodos de silencio, la mente de Kahlan se dedicaba a pensar en Richard. Se preguntaba si estaría vivo o muerto. Temía saber la respuesta pero era reacia a aceptar la irrevocabilidad de su muerte. Todavía la dejaba atónita recordar el modo en que le había visto manejar un arma, el modo en que se movía su espada. Él había hecho tanto para ayudarla a escapar que temía que hubiera pagado el precio definitivo por ello.

Pensando en Richard, a Kahlan la recorrió un escalofrío. Era una noche extraña. El mundo resultaba un lugar aún más solitario que de costumbre.

Eso era lo que más le preocupaba; el vacío constante y lacerante que sentía, la terrible soledad de estar aislada de casi todas las demás personas del mundo. Una parte de su vida había desaparecido. Ni siquiera sabía quién era ella, aparte de su nombre y de que era la Madre Confesora. Cuando había preguntado a Samuel qué era una Confesora, él la había mirado con fijeza un buen rato y luego se encogió los hombros. Ella tuvo la clara impresión de que lo sabía pero no quería decirlo.

Kahlan se sentía separada no tan sólo del mundo, sino de sí misma. Quería recuperar su vida.

En la agonizante luz encaminó sus pasos hasta su agotado caballo mientras éste pastaba. No había ninguna almohaza con la que cepillarle el pelaje, así que pasó la mano por el enorme animal, limpiándolo lo mejor que pudo, comprobando que no tenía heridas ni abrojos. Utilizó los dedos para desprender pellas de lodo seco de sus patas y luego del vientre. El caballo giró la cabeza, contemplando cómo le quitaba el barro reseco.

Al caballo le gustaron sus cuidados y sus delicadas caricias. Era un animal cuidado por hombres que eran poco más que bestias y no estaba acostumbrado a ser tratado con amabilidad y respeto, de modo que conocía el valor de ambas cosas.

Cuando ella terminó de limpiarle los cascos, empezó a rascarle tras las orejas. El caballo relinchó con suavidad, dándole golpecitos con el hocico. Kahlan sonrió y le rascó un poco más, lo que hizo las delicias del animal. Sus enormes ojos se cerraron mientras disfrutaba de las atenciones. Kahlan se sintió más cerca del caballo que de Samuel.

Para Samuel, el caballo era sólo un caballo. Él quería ir de prisa, y el animal era su medio de cubrir terreno. Kahlan no estaba segura de si era porque él tenía un lugar al que ir, o si sencillamente porque quería poner tanta distancia entre ellos y la Orden Imperial como fuera posible.

Puesto que mantenía un rumbo constante suponía que Samuel debía de tener un punto de destino auténtico. Si ése era el caso, entonces tenía algún motivo para llegar allí a toda prisa. ¿Si tenía un lugar de destino, y estaba ansioso por llegar allí, entonces, por qué no quería contarle adónde iban?

Mientras rascaba al caballo tras las orejas, éste presionó la cabeza un poco más fuerte contra ella en agradecimiento. Kahlan sonrió cuando el corcel le dio un golpecito cuando paró, instándola a continuar. Se dijo que el animal se estaba enamorando de ella.

Se preguntó si estaba siendo menos amable con Samuel. No era su intención mostrarse fría con él, pero puesto que él no estaba siendo franco, había decidido confiar en sus instintos y seguir mostrando una actitud formal hacia él.

De vuelta ante la fogata, sentada sobre los tacones, arrojó otra rama al fuego. Kahlan oyó que Samuel regresaba a toda prisa y comprobó si su cuchillo seguía sujeto al cinturón.

—¡Cogí uno! —gritó él a la vez que penetraba en la luz proyectada por las llamas de la fogata.

Sostuvo en alto un conejo sujeto por las patas traseras. Ella no creía haber visto jamás a Samuel tan emocionado. Tenía que estar hambriento.

—Supongo que tendremos una comida caliente esta noche —dijo, sentándose hacia atrás con una sonrisa.

Samuel desgarró por la mitad el conejo. Kahlan irguió el cuerpo, sorprendida, cuando él depositó una ensangrentada mitad del animal ante ella.

Samuel se agachó no muy lejos, acurrucado de cara al fuego, y empezó a devorar la otra mitad del conejo.

Kahlan se lo quedó mirando conmocionada mientras le veía devorar al conejo crudo. El hombre arrancó un pedazo de pelaje con los dientes y lo engulló. Trituró hasta los huesos. Se comió incluso las entrañas mientras la sangre corría por su barbilla.

Aquel espectáculo le producía náuseas a Kahlan, quien desvió la mirada para clavarla en el fuego.

—Come —dijo Samuel—. Está bueno.

Kahlan agarró la pata trasera y le arrojó su mitad.

—No tengo mucha hambre.

Samuel no discutió. Atacó al instante la mitad que ella le había dado.

Kahlan se tumbó, apoyando la cabeza en la silla de montar, y observó las estrellas. Para apartar la mente de Samuel pensó otra vez en Richard, preguntándose quién era en realidad, y cuál era su conexión con ella. Pensó en el modo en que peleaba con una espada. En muchos aspectos le recordaba el modo en que ella peleaba, y ella no sabía dónde había aprendido lo que sabía. Mientras deambulaba por un paisaje interno de sombrías incertidumbres, contempló cómo la luna ascendía poco a poco.

Empezó a preguntarse si debería seguir al lado de Samuel. Él le había salvado la vida, en cierto modo, después de que Richard le dijera cómo. Suponía que le debía alguna gratitud. Pero ¿por qué permanecer con él? Él no le estaba proporcionando respuestas o soluciones reales, y ella no le debía lealtad. Se preguntó si debería emprender el camino por su cuenta.

Comprendió que, aun cuando dejara a Samuel y emprendiera el camino por su cuenta, sin saber quién era ¿adónde iba a ir? Veía árboles y montañas mientras cabalgaban, pero no sabía dónde estaba. No sabía dónde se crió, dónde vivía, adónde pertenecía. No reconocía el territorio ni recordaba ninguna población ni ciudad, aparte de los lugares que había recorrido después que las Hermanas la hubiesen capturado. Estaba perdida en un mundo que no la conocía y que ella no recordaba.

Cuando advirtió que la luna se había alzado por encima de los árboles, dirigió la mirada a donde estaba Samuel. Él hacía rato que había terminado su comida.

El hombre sacaba brillo a su espada, que descansaba sobre su regazo.

—Samuel —lo llamó, y él alzó la cabeza como si lo sacaran de un trance—. Samuel, necesito saber adónde vamos.

—A un lugar donde estaremos a salvo.

—Ya me has dicho eso antes. Si voy a continuar viajando contigo…

—¡Debes hacerlo! ¡Debes venir conmigo! ¡Por favor!

A Kahlan la dejó atónita aquel arranque de emoción. Con los ojos muy abiertos, el hombre parecía presa del pánico.

—¿Por qué?

—Porque yo nos pondré a salvo a los dos.

—A lo mejor yo puedo ponerme a salvo por mi cuenta.

—Pero yo puedo llevarte hasta alguien que puede ayudarte a recuperar tu memoria.

Él había conseguido captar su atención. Kahlan se sentó muy tiesa.

—¿Conoces a alguien que puede ayudarme a recuperar la memoria?

Samuel asintió con energía.

—¿Quién?

—Una amiga.

—¿Cómo puedo saber que me dices la verdad?

Samuel miró fijamente la reluciente arma de su regazo. Pasó los dedos con veneración por sus curvas.

—Soy el Buscador de la Verdad. Te han puesto un hechizo que se ha llevado tu memoria. Tengo una amiga que puede ayudarte a recuperar tu pasado, a recuperar quién eres.

El corazón de Kahlan latió con violencia ante la repentina e inesperada perspectiva de recuperar la memoria. Todas sus demás preguntas parecieron de improviso insignificantes.

Samuel no le había contado nunca que fuera el Buscador de la Verdad, pero ella había visto la palabra verdad en hilo de oro entretejido en la plata de la empuñadura. Parecía un título curioso para alguien tan reacio a ofrecer información.

—¿Cuándo conoceré a esa persona?

—Pronto. Está cerca.

—¿Cómo lo sabes?

Samuel alzó la mirada. Sus ojos amarillos se clavaron en ella, como si fueran dos faroles idénticos en la oscuridad.

—Puedo percibirla. Debes quedarte si quieres recuperar tu pasado.

Kahlan pensó en Richard, en aquellos símbolos extraños pintados por todo su cuerpo. Ése era el pasado que le interesaba en realidad. Quería conocer su conexión con aquel hombre de los ojos grises.

Richard sabía que era su única oportunidad.

Una oscuridad que no se parecía a nada que hubiera conocido jamás se apiñaba a su alrededor. Era asfixiante, aterradora y aplastante.

Denna intentaba protegerle, pero ni siquiera ella tenía poder para detener algo así. Nadie lo tenía.

No puedes —le llegó la voz susurrante de Denna a su mente—. Éste es un lugar hecho de nada. No puedes hacer eso.

Richard sabía que era su única posibilidad.

—Tengo que probar.

Si haces eso, estarás desnudo ante este lugar. Se te arrebatará tu protección. No podrás seguir aquí.

—He hecho lo que debía.

Pero no podrás hallar el camino de vuelta.

Richard chilló de puro dolor. Le estaban haciendo trizas la estructura protectora de las configuraciones de hechizo que había creado. La oscuridad que lo envolvía se filtraba a su interior y le trituraba la vida. Éste era un lugar que no toleraba la vida. Era un lugar que existía para arrastrar a la vida misma a la oscura eternidad de la nada.

La bestia lo había seguido al interior de aquel vacío, y ahora lo tenía atrapado en sus dominios.

Encontrar el camino de vuelta ya no le preocupaba. Esa opción ya no estaba a su alcance. Su conexión con el punto de entrada había desaparecido, hecha pedazos por la bestia cuando ésta desgarró el tejido de los hechizos protectores. No había forma de regresar al Jardín de la Vida, no había forma de hallar nada en mitad de la nada.

Ahora escapar era todo lo que importaba.

La bestia era una cosa creada de Magia de Resta y estaba en un mundo de Magia de Resta. Richard estaba atrapado en su guarida.

En este lugar no había modo de conseguir ayuda. Denna no podía hacer nada contra una criatura conjurada de esa clase, una criatura que estaba en su propio elemento.

No había modo de que él pudiera conseguir siquiera regresar a la Sala del Cielo, donde el techo de piedra era como una ventana que mostraba el firmamento a lo largo de su superficie. Incluso eso ahora parecía estar eternamente en el pasado, eternamente lejano a través de la eternidad de la nada. Su conexión con ella estaba perdida en algún lugar de aquella negra oscuridad.

Mientras sentía las torturadoras garras de la muerte desgarrándolo, lo único que quería era salir.

Su mente mantenía atenazados aquellos elementos esenciales que había venido a buscar. La bestia intentaba arrebatárselos pero, aunque le costara la vida, no podía soltar aquellas cosas. Si las perdía, no habría motivo para regresar al mundo de la vida.

—Tengo que hacerlo —gritó entre el abrumador dolor que le desgarraba el alma.

Los brazos de Denna se apretaron, protectores, con desesperación, alrededor de él, pero aquel abrazo no podía ofrecerle protección. A pesar de lo mucho que ella quería ayudarle, no podía luchar contra aquello. Ella era su protectora en aquel mundo, pero sólo como guía para que encontrara lo que necesitaba, impidiéndole que se metiera sin querer en peligros que lo succionarían a lugares aún más oscuros. Ella no era su defensora de lo que pudiera salir de la oscuridad, y carecía de capacidad para detener a una criatura conjurada desde allí.

—¡Tengo que hacerlo! —chilló él, sabiendo que era lo único que podía probar.

Unas lágrimas relucientes dejaron un rastro sobre el hermoso rostro resplandeciente de Denna.

Si haces esto, no puedo protegerte.

—Si no lo hago, ¿qué supones que me sucederá?

Ella sonrió tristemente.

Morirás aquí.

—¿Entonces qué elección tengo?

Ella empezó a alejarse flotando, con tan sólo su mano sujetando la de él.

Ninguna —dijo la voz sedosa de Denna en su mente—. Pero no puedo estar contigo si haces esto.

Retorciéndose de dolor a medida que la bestia se apretaba a su alrededor, Richard consiguió asentir.

—Lo sé, Denna. Gracias por todo lo que has hecho. Fue un auténtico regalo.

La triste sonrisa de la mujer se ensanchó a medida que flotaba más lejos.

Para mí también, Richard. Te amo.

Richard sintió los dedos de Denna tocando todavía los suyos. Asintió lo mejor que pudo.

—De un modo u otro, estarás siempre en mi corazón.

Notó su beso en la mejilla.

Gracias, Richard, te agradezco eso por encima de todo lo demás.

Y a continuación ya no estaba allí.

Cuando ella desapareció, y estuvo solo de repente, envuelto en una soledad y oscuridad incomparables, en ausencia de todo, Richard liberó Magia de Suma al interior de la bestia en un mundo donde tal magia no podía existir.

En aquel instante, mientras la sacudida de la Magia de Suma se manifestaba en el centro de ninguna parte, la bestia, incapaz de soportar una colisión tan incompatible entre lo que era y lo que no era, entre el mundo de la vida y el mundo de la muerte, se desintegró y dejó de existir en ambos mundos.

Al mismo tiempo, Richard sintió un golpe aturdidor que venía de todas direcciones.

De improviso había suelo bajo sus pies.

Cayó desplomado entre cráneos de calaveras.

Hombres desnudos, pintados con dibujos disparatados, estaban sentados en un círculo a su alrededor.

Estremeciéndose de dolor, sintió sobre él unas manos reconfortantes que lo calmaban. A su alrededor oyó palabras que no comprendía.

Pero entonces empezó a ver rostros que reconocía. Vio a su amigo Savidlin. A la cabeza del círculo vio al Hombre Pájaro.

—Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos, Richard el del genio pronto —dijo una voz familiar.

Era Chandalen.

Recuperando aún el resuello, Richard vio unos rostros adustos que lo contemplaban. Estaban todos pintados con dibujos estrafalarios en barro negro y blanco. Reparó en que comprendía los símbolos. La primera vez que había ido a ver a aquellas gentes y pedido una asamblea, había pensado que el barro blanco y negro formaba sólo dibujos aleatorios. Ahora sabía que no era así. Tenían un significado.

—¿Dónde estoy?

—Estás en la casa de los espíritus —respondió Chandalen con su voz profunda y lúgubre.

Los hombres que tenía alrededor hablando en aquel extraño lenguaje eran los ancianos de la gente barro. Era una asamblea.

Richard paseó la mirada por la casa de los espíritus. Éste era el poblado donde Kahlan y él se habían casado. El lugar donde habían pasado su primera noche como marido y mujer.

Ayudaron a Richard a ponerse en pie.

—Pero ¿qué hago aquí? —preguntó a Chandalen, sin estar seguro aún de que no soñaba… o estaba muerto.

El interpelado se giró hacia el Hombre Pájaro. Intercambiaron unas breves palabras. Chandalen volvió a girarse hacia Richard.

—Pensábamos que lo sabrías, y que nos lo dirías. Se nos pidió que celebráramos una asamblea para ti. Se nos dijo que era una cuestión de vida o muerte.

Richard frunció el entrecejo a la vez que salía con cuidado de la colección de cráneos.

—¿Quién os pidió que celebraseis una asamblea?

Chandalen carraspeó.

—Bueno, al principio pensamos que podría ser un espíritu.

—Un espíritu… —dijo Richard a la vez que abría los ojos, asombrado.

Chandalen asintió.

—Pero entonces comprendimos que era una forastera.

Richard ladeó la cabeza hacia el hombre.

—¿Una forastera?

—Vino volando aquí en una bestia, y luego… —Paró cuando vio la expresión del rostro de Richard—. Ven, ellos te lo explicarán.

—¿Ellos?

—Sí, los forasteros. Ven.

—Estoy desnudo.

Chandalen asintió.

—Sabíamos que venías, de modo que trajimos ropas para ti. Vamos, están justo ahí fuera. Están ansiosos por verte. Temían que no vendrías nunca. Llevamos aquí dos noches, esperando.

Richard se preguntó si era Nicci o a lo mejor Nathan. ¿Quién, salvo Nicci, podría haber sabido algo así?

—Dos noches… —farfulló Richard a la vez que le hacían cruzar la puerta con todos los ancianos mientras lo tocaban, palmeaban su hombro y lo saludaban atropelladamente.

A pesar de las inesperadas circunstancias, estaban complacidos de verlo. Él era, al fin y al cabo, uno de ellos, un miembro de la gente barro.

Estaba oscuro en el exterior. Richard reparó en la delgada media luna del cielo. Unos ayudantes aguardaban con ropas. Uno de los hombres entregó a Richard unos pantalones de gamuza, y luego una especie de blusón también de gamuza.

Una vez que Richard estuvo vestido, el grupo de hombres lo llevó como una exhalación por los estrechos pasillos. Richard sentía como si hubiera despertado en alguna vida pasada. Recordaba todos aquellos pasillos.

Estaba ansioso por ver a Nicci. No podía esperar para averiguar qué había sucedido, cómo lo había sabido. Probablemente era el profeta quien había estado al tanto del problema al que se enfrentaría, y ella debía de haber encontrado un modo de ayudarle proporcionándole un camino para que volviera a entrar en el mundo de la vida. No podía esperar para contarle lo que había conseguido hacer en el inframundo.

El Hombre Pájaro rodeó con un brazo los hombros de Richard y habló con palabras que Richard no comprendió.

Chandalen le contestó, y luego habló a Richard.

—El Hombre Pájaro quiere que sepas que ha hablado con muchos antepasados en una asamblea, pero que en toda su vida jamás ha visto a uno de nuestro pueblo que regresara del mundo de los espíritus.

Richard echó una rápida mirada al sonriente Hombre Pájaro.

—Es la primera vez para mí también —aseguró Richard a Chandalen.

En el centro del poblado ardían hogueras enormes, que iluminaban a la multitud que asistía a un banquete. Los niños corrían entre las piernas de los adultos, disfrutando de la celebración. La gente estaba reunida sobre y alrededor de las plataformas.

—¡Richard! —gritó una niña.

Richard se volvió y vio a Rachel saltar de una plataforma y correr hacia él. La niña le rodeó la cintura con los brazos. Parecía una cabeza más alta que la última vez que la había visto. Mientras la abrazaba, no pudo evitar reír ante la alegría que sentía por verla otra vez.

Cuando alzó la mirada, Chase también estaba allí de pie. Chase hacía que los más grandes de los hombres barro parecieran del tamaño de niños.

—Chase, ¿qué estáis haciendo aquí?

Él cruzó los brazos, con semblante apesadumbrado.

—Es demasiado increíble. No me creerías si te lo contara.

Richard le dirigió una mirada severa.

—Acabo de regresar del inframundo. Creo que lo mío es más increíble.

Chase lo meditó.

—Quizá. He estado buscando a Rachel. Mi madre me visitó.

—¿Tu madre? Tu madre falleció hace años.

Chase hizo una mueca como para indicar que lo sabía mejor que Richard.

—Esa clase de cosas no se te pasan por alto.

—Bueno —dijo Richard, intentando comprender lo que sucedía—, evidentemente no era tu madre. ¿Se te ocurrió preguntarle quién era en realidad?

Chase, con los brazos todavía cruzados, se encogió de hombros.

—No. —Echó una ojeada a lo lejos, a la oscuridad—. Fue una experiencia bastante emotiva. Tendrías que haber estado allí.

—Imagino que tienes razón —repuso Richard—. ¿Te dijo por qué había venido a visitarte?

—Me dijo que tenía que venir aquí tan de prisa como pudiera. Dijo que Rachel estaría aquí, y que tú necesitabas ayuda.

Richard estaba atónito.

—¿Te dijo qué clase de ayuda necesitaba yo?

Chase asintió.

—Caballos. Caballos veloces.

—Mi madre también vino a verme —dijo Rachel.

Richard volvió a alzar la mirada de la niña a Chase. Éste volvió a encoger los hombros como para decir que no tenía respuesta.

—¿Tu madre? —preguntó Richard a Rachel—. ¿Te refieres a Emma?

—No, no mi nueva madre. Mi vieja madre. La que me trajo al mundo.

Richard no supo qué decir.

—¿Qué quería de ti?

—Me dijo que tenía que ayudarte viniendo aquí. Dijo que necesitaba que dijese a estas personas que estabas en el mundo de los espíritus y que tenían que celebrar una asamblea para que tuvieras un modo de regresar.

—¿En serio? —fue todo lo que a Richard se le ocurrió decir.

Rachel asintió.

—Dijo que tenía que darme prisa, que había poco tiempo, de modo que un gar me trajo aquí volando. Se llama Gratch. Es realmente simpático. Gratch me contó que te quiere. Pero tuvo que irse a casa una vez que llegamos aquí.

Richard no podía hacer otra cosa que mirarlos, atónito.

—Eso fue hace unos cuantos días —dijo Chase—. Te hemos estado esperando. La gente barro tenía que prepararse para la asamblea. Te traje tres caballos veloces. Tenemos comida preparada para ti. Están listos para partir.

—¿Listos para partir?

Chase asintió.

—A pesar de lo mucho que me gustaría charlar, y créeme, tenemos algunas cosas sobre las que conversar, mi… madre dijo que tendrías prisa por llegar a Tamarang.

—Tamarang… —repitió Richard—. Zedd se dirigía a Tamarang.

Eso no era todo. El libro que Baraccus había escrito para Richard y luego ocultado hacia tres mil años estaba en Tamarang. Richard había encontrado el libro, pero Seis lo había capturado a él. El libro, Secretos del poder de un mago guerrero, estaba escondido en una celda de piedra en Tamarang.

Necesitaba aquel libro ahora más que nunca. Baraccus ya había proporcionado una ayuda inestimable, pero de todos modos, si Richard quería abrir las Cajas del Destino, aquel libro podría muy bien proporcionar las cosas que necesitaba.

—Tamarang —repitió Richard, pensativo—. Había un hechizo allí que me separó de mi don.

Rachel asintió.

—Yo lo solucioné.

Richard bajó los ojos hacia ella.

—¿Tú lo solucionaste?

Chase miró a Richard muy serio.

—Como te he dicho, hay algunas cosas de las que tenemos que hablar, pero ahora no es el momento. Por lo que me han contado, tienes mucha prisa. Sólo tienes hasta la luna nueva.

Con una sensación de terrible aprensión, Richard echó una ojeada al fino semicírculo de luna.

—No puedo regresar al Palacio del Pueblo para la luna nueva. Está demasiado lejos.

—No vas a ir al Palacio del Pueblo —le recordó Chase—. Vas a ir a Tamarang.

Richard agarró a Chase del brazo.

—Llévame hasta los caballos. Se me acaba el tiempo.

Chase asintió.

—Eso me dijo mi madre.