26
bajo la titilante luz de las antorchas, sumido en profunda concentración, Richard dibujó con un dedo el elemento siguiente en la arena de hechicero. Repasando las palabras en silencio para sí, finalmente alzó la vista hacia las oscuras ventanas y a continuación empezó a murmurar los conjuros en voz alta.
En su distante consciencia, vio la luz de la luna. El día antes, Jagang le había dado hasta la luna nueva para entregar el palacio. Esa luz de luna seguiría menguando día tras día hasta que quedaran envueltos en una oscuridad total.
Richard había escuchado el firme parecer de Verna, el general Meiffert y Cara de que no debían rendirse. Verna pensaba que la rendición daría una sanción moral a aquellas creencias delictivas y que debían combatir la maldad hasta la muerte; el general Meiffert pensaba que aquella oferta no era otra cosa que un truco y que sería estúpido creer que Jagang mantendría su palabra, así que no deberían rendirse jamás; Cara pensaba que de todas formas iban a morir, así que más les valdría pelear hasta la muerte matando a tantos enemigos como pudieran. Nathan y Nicci estaban indecisos sobre si sería mejor rendirse o pelear.
Richard comentó que únicamente estaban ofreciendo ideas sobre cómo deberían morir, no sobre cómo podrían vencer al enemigo. Pensaban en el problema, no en la solución.
Él sabía que sólo existía un modo realista de poder acercarse a las Cajas del Destino, pero no era algo que los demás quisieran comentar u oír.
El tiempo se le escapaba entre los dedos, y sabía que no les concederían más. Richard sentía el peso aplastante de la responsabilidad. Había decidido que no podía esperar más. Preparado o no, tenía que empezar.
No sintió nada mientras pronunciaba los conjuros, al igual que no había sentido nada cuando dibujó las configuraciones de hechizo. La idea de Kahlan guiaba sus emociones, lo mismo que las personas que le importaban, y las elecciones que él le había dejado abiertas.
Tenía que recordarse continuamente que no debía perder tiempo permitiendo que sus pensamientos vagaran hacia lo que estaba a punto de perderse, sino que tenía que utilizar el tiempo del que dispusiera para pensar en un modo de vencer.
Si bien no tenía acceso a las Cajas del Destino, ni a la copia auténtica ni al original del Libro de las sombras contadas, sabía por los volúmenes que Nicci había estudiado, en especial El libro de la vida, que este ritual era un componente necesario para contrarrestar Cadena de Fuego mediante las cajas. Contrarrestar el hechizo Cadena de Fuego era fundamental. Si Richard tenía alguna vez la oportunidad de utilizar las cajas, tenía que estar preparado para aprovechar esa oportunidad. Ésta era una de esas cosas en las que no podía elegir. O lo hacía, o jamás podría abrir las cajas. Así de simple.
Cuanto antes llevara a cabo el intento, antes sabrían si funcionaría. O vivía o moría. Si no sobrevivía, era mejor dejar que Nicci, Nathan y Verna dispusieran de tanto tiempo como fuera posible para intentar pensar en otro modo de evitar lo inevitable.
El emperador tenía muchas opciones. Richard no.
Jagang, puesto que abriría las caja a través de la Hermana Ulicia, no tendría que viajar al inframundo. La Hermana Ulicia era una Hermana de las Tinieblas, y por lo tanto ya tenía todas las conexiones con el inframundo que necesitaba para hacer que las cajas funcionaran. Richard tendría que crear su propia conexión y hallar un modo de llevar a cabo lo que era necesario para que las cajas contrarrestaran el acontecimiento Cadena de Fuego.
Los conjuros, le había dicho Nicci, como las configuraciones de hechizo, eran causa y efecto. Él era la persona adecuada, con el poder requerido, para dibujar los hechizos y recitar las palabras necesarias. Su don añadiría lo que hiciera falta a los elementos a medida que él les daba vida en la arena de hechicero. Causa y efecto, le había asegurado Nicci. No había necesidad de que él sintiera nada.
Contaba con que ella estuviera en lo cierto. Todos ellos contaban con que ella estuviera en lo cierto.
Y Nathan estaba más que interesado en ello. El profeta estaba más preocupado que nunca sobre el gran vacío y lo cerca que estaban de él.
Richard recordaba que Warren se había referido siempre a las Cajas del Destino como el «portal». En aquel entonces, cuando Richard había estado en el Palacio de los Profetas, Warren había dicho que el peligro era que las cajas, el portal, habían abierto una brecha en el velo y permitirían al Custodio del inframundo pasar al mundo de la vida. Debido a que las cajas eran un portal al mundo de la vida para el Custodio, un modo de cruzar el velo, también era un portal en la dirección contraria… al interior del mundo de los muertos.
A Richard le había pasado por la cabeza que las cajas podrían muy bien ser el portal al gran vacío que tanto inquietaba a Nathan.
Puesto que los poderes que Richard invocaba eran una parte integral del poder de las cajas, éste era consciente de que, al intentar viajar al inframundo, podría ser engullido al interior de su gran vacío.
Volvió a pensar en la larga conversación que había mantenido con Nathan. Si Richard tenía éxito esta noche, Nathan iba a tener que volver a desempeñar el papel de lord Rahl. No podían permitirse dejar a todo el mundo sin un lord Rahl, aunque sólo fuera por el corto espacio de tiempo en que Richard no estaría allí. Richard había dicho al profeta que, si alguna cosa salía mal, él iba a tener que hacer lo que fuera necesario.
Richard, encorvado y desnudo ante la blanca arena de hechicero, alisó con el antebrazo la siguiente sección, para dibujar los motivos que venían a continuación. Empezó con los complejos encantamientos, que irradiaban del eje central de la configuración de hechizo. Cada uno de aquellos elementos se bifurcaba en intrincados símbolos que había pasado innumerables horas practicando sobre papel. Nicci había estado detrás de él, mirando por encima de su hombro, mientras él dibujaba aquellos símbolos, guiando cada uno de sus movimientos. Nicci no podía ayudarle ahora, sin embargo. Esto tenía que hacerlo por sí mismo, sin ninguna ayuda. Él era al que habían designado como jugador. Tenía que ser su trabajo, imbuido de su don.
Las llamas de las antorchas iluminaban la arena, arrancándole destellos. Aquellos centelleos de colores eran fascinantes, cautivadores. Le hacían sentir absorto en su propio mundo privado.
En cierto modo, realmente estaba absorto en su propio mundo.
Al empezar a dibujar las configuraciones de hechizo colindantes, Richard se entregó al acto de dibujar; se concentró de un modo exclusivo en la creación de cada componente a medida que lo dibujaba, haciendo que encajara en el contexto mayor de la configuración de hechizo no sólo de un modo conceptual, sino físico. Cuando había pintado los dibujos sobre sí mismo y sobre su equipo, había descubierto que dibujar aquellos elementos tenía mucho en común con utilizar su espada. Existía un movimiento en ello, un ritmo, una fluidez.
Puesto que, al fin y al cabo, estaba conjurando ahora cosas procedentes del inframundo, cada hechizo contenía elementos de la danza con la muerte y tenía que ser el elemento correcto en el momento correcto, con total precisión.
En muchos aspectos, dibujar los hechizos era efectuar la danza con la muerte.
De un modo muy parecido a como peleaba con la espada para permanecer con vida, los hechizos le estaban conduciendo más cerca de ese vértice entre la vida y la muerte. Cuando peleaba con la espada, sabía que cualquier error podría significar una muerte rápida. Los movimientos que efectuaba con la espada no sólo tenían que ser los movimientos correctos, sino que tenían que hacerse justo en el momento correcto y del modo adecuado. Dibujar las configuraciones de hechizo no era distinto. Cada movimiento tenía que ejecutarse debidamente. Cualquier error tendría como resultado una muerte rápida.
Al mismo tiempo, era una experiencia estimulante. Había practicado largas horas. Conocía las formas. Las había pintado sobre él y sobre su equipo. Ahora se sumergió en el movimiento de dibujar aquellas formas, en los trazos y los puntos, todo el tiempo acercándose a la muerte pero evitando la aniquilación. Avanzó entre las formas como si avanzara entre un enemigo, moviéndose entre la muerte que lo acechaba.
Era una experiencia absorbente que le producía la misma sensación que si utilizara la Espada de la Verdad.
De hecho, era todo lo mismo.
Desde aquel primer día en que Zedd le había pasado a Richard la espada por encima de la mesa en el exterior de su casa, Richard en realidad se había estado preparando para esto.
Podía sentir el sudor goteándole por el rostro mientras trabajaba. A medida que dibujaba cada forma, que trabajaba cada elemento hasta completarlo sin permitir que nada lo distrajera y le hiciera cometer un error, perdió el sentido del tiempo. Él era parte de los dibujos. Estaba en los dibujos del mismo modo en que estaba en un combate a espada cuando utilizaba la Espada de la Verdad. Tenía la frente crispada por la intensidad de la tarea. Añadía cada elemento, ejecutaba cada trazo y curva con la precisión de un tajo de su espada… o con la precisión de su cincel cuando había esculpido. Era la misma habilidad que aplicaba cuando utilizaba un acero. Destruía y creaba, todo al mismo tiempo.
Cuando comprendió que había dibujado cada símbolo, completado cada configuración de hechizo, conectado cada elemento, se sentó. Recorrió con la mirada la arena de hechicero y cayó en la cuenta de todo el horror de lo que le aguardaba más allá.
Paseó la mirada por el Jardín de la Vida. Quería ver belleza antes de enfrentarse al mundo de los muertos.
Por fin, se sentó con las piernas cruzadas y apoyó las manos, con las palmas hacia arriba, sobre las rodillas. Sus ojos se cerraron despacio. Respiró hondo varias veces. Era su última posibilidad de detenerse. Dentro de un momento sería demasiado tarde para cambiar el curso de los acontecimientos.
Richard alzó la cabeza y abrió los ojos.
En d’haraniano culto, musitó:
—Ven a mí.
Hubo un momento de silencio sepulcral en el que pudo oír tan sólo el quedo arder de las antorchas dispuestas alrededor de la arena de hechicero, y a continuación el aire mismo tembló con un repentino rugido ahogado. El suelo tembló.
Del centro de la centelleante arena blanca, del centro de las configuraciones de hechizo, una difusa figura blanca empezó a alzarse. Giró en espiral sobre sí misma en forma de volutas y remolinos que ascendiendo poco a poco de la arena. A medida que salía, que ascendía sin pausa, la arena de hechicero situada debajo quedó como desgarrada, permitiendo que la negrura de la muerte estableciera un vacío en el mundo de la vida.
Richard contempló cómo la blanca forma ascendía fuera de aquel vacío, adoptando el aspecto de una figura de ondulantes vestiduras blancas. La figura abrió los brazos como una flor se abriría al mundo de la vida y la luz, hasta que las vaporosas vestiduras colgaron en pliegues ondulantes de aquellos brazos extendidos. La figura flotó, suspendida por encima del negro vacío en la arena blanca.
Richard se puso en pie ante la figura.
—Gracias por venir, Denna.
Ella le dedicó una sonrisa radiante y hermosa, y a la vez llena de nostálgica tristeza.
Mientras Richard contemplaba al espíritu, ella alargó la mano y le tocó la mejilla. Fue la caricia más afectuosa que Richard había sentido jamás. Aquella caricia le hizo saber que estaría a salvo con ella… tan a salvo como podría estar en el mundo de los muertos.
Desde las sombras de los árboles donde Richard le había pedido que esperara, Nicci observaba maravillada mientras Richard permanecía de pie ante el suave resplandor de una figura etérea.
Era una criatura de una belleza desgarradora, un espíritu de sosegada pureza y dignidad.
Nicci sintió que le corrían lágrimas por las mejillas al contemplar realmente a un buen espíritu ante ella. La llenó de alegría, y al mismo tiempo de terror por Richard, por el lugar al que aquel espíritu lo conduciría.
Al mismo tiempo que la figura refulgente rodeaba con un brazo protector a Richard, aislándolo del mundo de la vida, Nicci avanzó hasta quedar bajo la luz de las antorchas. Su frente se perló de sudor mientras contemplaba cómo el delicado resplandor descendía suavemente en espiral al interior de la oscuridad con su pupilo.
—Que tengas un buen viaje, amigo mío —musitó.
Y entonces, antes de que la abertura se hubiera cerrado por completo, antes de que la centelleante arena de hechicero hubiera recuperado su integridad, una figura oscura tomó forma en el aire sobre ella. La criatura giró sobre sí misma como en un apretado embudo a la vez que los seguía al interior de la oscuridad.
La bestia había sido atraída hacia Richard al utilizar éste su don, y ahora lo perseguiría a lo largo de sus propios dominios.