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no siento nada —dijo Richard.
Sentado con las piernas cruzadas sobre una cuña de piedra blanca colocada en el anillo de hierba alrededor de la arena de hechicero, alzó los ojos hacia Nicci, de pie tras él con los brazos cruzados, observando cómo dibujaba los hechizos.
—No se supone que tengas que sentir nada. Estás construyendo hechizos, no haciéndole el amor a una mujer.
—Oh. Pensé que sentiría… no sé…
—¿Un desvanecimiento?
—No, me refiero a sentir alguna conexión con mi don, alguna clase de fervor, o delirio… o algo.
Los ojos azules de la mujer inspeccionaron los últimos componentes.
—Algunas personas añaden elementos emocionales cuando dibujan configuraciones de hechizo porque les gusta sentir los latidos acelerados del corazón, cómo se les hace un nudo en el estómago, o se les pone la carne de gallina… esa clase de cosas… pero es por completo innecesario. Puro teatro.
Nicci giró los ojos hacia él, con una ceja enarcada en una expresión provocadora.
—Si quieres, puedo enseñarte. Podría hacer que una larga noche fuera un poco más entretenida.
Richard sabía que ella sólo intentaba enseñarle cosas mediante la técnica de hacerle sentir como un tonto por interpolar supersticiones en lo que ella intentaba enseñarle que era una metodología rigurosa. Zedd acostumbraba a utilizar esa técnica, la clase de lección que quedaba grabada, que no quedaría olvidada.
—Y a algunas personas les gusta estar desnudas cada vez que dibujan configuraciones de hechizo —añadió ella.
—No, gracias. —Richard carraspeó—. Puedo hacerlo sin gemir, sin el corazón desbocado, sin que se me ponga la piel de gallina o desnudándome.
—Ya lo pensaba. Por eso no te lo sugerí. —Apuntó con un dedo a los dibujos de la arena—. Sientas o no alguna cosa, tu don aporta lo esencial. Las configuraciones de hechizo siempre hacen lo que necesitan hacer y cuando tú les des los elementos correctos, en el orden correcto, añadidos en el momento correcto. De todos modos, no te preocupes, habrá cosas que tendrás que dibujar desnudo —añadió.
Richard sabía de la existencia de tales configuraciones y no quería hacer hincapié en ellas más de lo necesario.
Nicci ladeó la cabeza un poco mientras contemplaba con semblante crítico las dobles líneas en ángulo que él dibujaba.
—Es un poco como hacer pan. Si añades las cosas correctas, del modo correcto, la masa hace lo que tiene que hacer. Estremecerse y temblar no ayuda a la masa a crecer o que se cueza el pan.
—Ajá —dijo Richard a la vez que volvía a pasar un dedo por la arena de hechicero, dibujando un arco alrededor del elemento en ángulo—. Justo igual que el pan. Salvo que si lo haces mal puede matarte.
—Bueno, he comido pan que pensé que podría matarme —murmuró ella distraídamente mientras observaba lo que él hacía, con el cuerpo inclinándose casi como si quisiera ayudarle a curvar la línea de modo impecable.
Nicci había sido capaz de recrear algunos de los elementos que él dibujaba a partir del libro que Berdine les había llevado cuando habían estado en la tumba de Panis Rahl. Algunas de las configuraciones de hechizo estaban representadas en diagramas en sus páginas. Para otras, la comprensión y experiencia de Nicci fueron inestimables, pues pudo colegir algunas de las partes restantes de las configuraciones a partir sólo del texto. De ese modo había recreado todo lo que era necesario.
A Richard le había preocupado que el libro no ilustrara en realidad todo lo que el proceso necesitaba, y que Nicci pudiera estarlo deduciendo mal. Ella le había dicho que tenían muchas cosas muy reales de las que preocuparse, pero que ésa no era una de ellas.
Para Richard, era también una prueba práctica, una oportunidad de utilizar las cosas que había estado estudiando día y noche antes del desafío que se avecinaba, el que lo llevaría al mundo de los muertos. No tenían las cajas, claro, pero una vez que las cajas estaban en funcionamiento existían procedimientos preliminares que podían llevarse a cabo sin ellas. Esas medidas, por el peligro que entrañaban, no eran algo que Richard estuviera ansiando llevar a cabo, pero no tenía elección. Si quería recuperar a Kahlan, sumado a todo lo demás, había cosas que sencillamente iba a tener que hacer, sin importar el miedo atroz que le inspirasen.
Al menos su benefactor de tiempos remotos, el Primer Mago Baraccus, había dejado varias pistas para ayudarlo. Ahora que Richard había vuelto a conectar con su don, necesitaba recuperar el libro que Baraccus había dejado para él: Secretos del poder de un mago guerrero. Si hubo alguna vez un momento en el que necesitaba la información que contenía aquel libro, era ése, ahora.
El libro, junto con el equipo de mago guerrero, gran parte del cual también había pertenecido a Baraccus, estaba oculto en el castillo, allá en Tamarang, no muy lejos de las regiones salvajes. Por desgracia, ése era también el lugar donde Richard había visto a Seis por última vez, justo antes de que el comandante Karg lo capturase y llevara al campamento de la Orden Imperial.
Mientras dibujaba con sumo cuidado las configuraciones de hechizo, Richard esperaba con impaciencia que el emperador comenzara a perder el sueño, a estar tenso y trastornado. Había estado seguro de sí mismo demasiado tiempo. Ya era hora de que Jagang empezara a tener pesadillas.
Richard oyó unos roncos graznidos que procedían del cristal situado por encima de ellos. Alzó los ojos y vio al cuervo de Ja’La, Lokey, posado en el cristal, observándolos. Desde las alturas el cuervo había seguido a su amiga de toda la vida durante su cautiverio, comiendo de la gran cantidad de desperdicios que había por todo el campamento. Lokey había dado la impresión de considerar todo el asunto del mismo modo que consideraba la mayoría de cosas en la vida, como unas curiosas vacaciones.
Jillian había sabido que Lokey estaba allí, pero jamás lo manifestó, no fuera a ser que uno de los guardias de Jagang abatiera al ave con una flecha. Lokey era un pájaro precavido, no obstante, y parecía desaparecer siempre que alguien advertía su presencia. Jillian decía que en unas cuantas ocasiones, al salir de la tienda de Jagang, vio al cuervo volar muy alto en el cielo y efectuar cabriolas para lucirse ante ella.
Sin embargo, como estaba cautiva de Jagang, a Jillian no la habían animado las gracias de su cuervo. La muchacha se hallaba en un estado de terror constante.
Unos copos de nieve empezaban a acumularse en las esquinas del cristal emplomado. Recortada en el cielo nocturno, el ave, negra como el carbón, era casi invisible. En ocasiones sólo el pico y los ojos, que reflejaban la luz de las antorchas, podían distinguirse, dándole el aspecto de una aparición espectral que los observaba.
De vez en cuando el cuervo ladeaba la cabeza como sí también él, evaluara la tediosa tarea de Richard. Mientras agitaba las alas para animar sus graznidos estridentes, la luz de la luna que aparecía de vez en cuando entre las nubes que cruzaban raudas el cielo se reflejó en sus lustrosas plumas negras.
El cuervo estaba impaciente por hacer su papel.
—¿Estás lista? —preguntó Richard, todavía concentrándose en dibujar una línea en la arena de hechicero.
Jillian asintió nerviosamente. Había estado esperando toda su vida aquel momento.
Sentada en el centro de un lugar despejado para ella en la arena de hechicero, con hechizos dibujados a su alrededor, tenía un semblante muy solemne. Sabía que éste era el propósito para el que su abuelo la había seleccionado, la había entrenado. Era la sacerdotisa de los huesos, destinada a lanzar sueños para proteger a su pueblo.
Las antorchas que circundaban la arena del centro del césped sisearon y sus llamas oscilaron en el aire inmóvil. La franja oscura pintada en el rostro de Jillian, a través de sus ojos color cobre, estaba pensada para ocultarla a los espíritus malignos.
Como sacerdotisa de los huesos, era ahora la sirvienta de Richard. Éste, como lord Rahl, era la persona destinada a ayudarla a lanzar los sueños. Había una antigua conexión entre sus pueblos, pensada para su protección mutua. De todos modos, lo que lanzaban no eran sueños exactamente.
Lanzaban pesadillas.
El pueblo de Jillian procedía de Caska, y ella había estado aprendiendo a ser una narradora, alguien respetado por sus conocimientos de las épocas pasadas y la herencia cultural de su pueblo. Su abuelo era el narrador, el que le enseñaba la antigua sabiduría, las tradiciones de su pasado. Algún día aquel legado pasaría a Jillian.
Sus antepasados, gentes afables que habían esperado evitar conflictos asentándose en una tierra yerma que nadie codiciase, habían lanzado sueños para mantener alejados a sus potenciales enemigos. Entonces habían lanzado sueños para repeler las hordas del Viejo Mundo. En aquella gran guerra habían fracasado y quedado destruidos casi por completo.
Richard y Nicci habían escuchado con atención, todo lo que Jillian sabía sobre aquellos tiempos ancestrales. Entre eso, el libro y su propio conocimiento de la historia que venía al caso, Richard había reconstruido lo sucedido.
A la mayoría de los antepasados de Jillian los habían matado, pero a unos cuantos los habían capturado y entregado a magos del Viejo Mundo, que codiciaban su habilidad única. Los magos utilizaron a aquellas personas para crear armas humanas. Lo que aquellos magos habían conjurado a partir de los cautivos se había transformado en los Caminantes de los Sueños; hombres utilizados no para lanzar sueños, sino para invadirlos.
En la actualidad Jagang era el único Caminante de los Sueños vivo, el vínculo viviente con la gran guerra de hacía tres mil años, la guerra que había vuelto a reavivarse. Por lo que Richard había averiguado, había vuelto a nacer un Caminante de los Sueños en el mundo porque un espía enemigo había conseguido entrar en el Templo de los Vientos y manipulado la magia desterrada allí. El mago Baraccus había hallado una solución al asegurarse de que Richard nacería con ambos lados del don. Él podría contrarrestar esa amenaza. El pueblo de Jillian descendía del mismo linaje del que había salido Jagang. Los antepasados de éste habían sido en el pasado lanzadores de sueños, como Jillian.
Y ahora Jillian, como sacerdotisa de los huesos, volvía a estar a punto de cumplir con su ancestral vocación de lanzar sueños para repeler a los invasores… con una excepción.
En la época de la gran guerra, los antepasados de Jillian habían fracasado. Todo lo que Jillian sabía a partir de los relatos hablaba de lanzar sueños.
Richard pensaba que ése podría ser el motivo de que fracasaran.
Él, en su lugar, tenía intención de lanzar pesadillas.
—¿Tienes las pesadillas fijadas en tu mente? —preguntó él con voz sosegada.
Los ojos color cobre de Jillian se abrieron, iluminando la negrura de la franja pintada.
—Sí, padre Rahl. Jamás tuve pesadillas antes de que estas gentes crueles del Viejo Mundo regresaran. Sólo tenía sueños. Jamás supe de verdad lo que eran las pesadillas. —Tragó saliva—. Ahora conozco las pesadillas.
—Algún día, Jillian —dijo Richard, inclinándose para dibujar una estrella que estallaba ante ella—, espero que puedas olvidar lo que son las pesadillas, pero por ahora necesito que mantengas tus pensamientos concentrados en ellas.
—Lo prometo, lord Rahl. Pero sólo soy una jovencita. ¿Seguro que puedo lanzar pesadillas a todos esos hombres?
Richard alzó la vista para mirarla a los ojos.
—Esos hombres han venido a matar todo lo que amas. Tú imagina las pesadillas, y Lokey las transportará a los hombres que hay abajo, en el campamento… yo me ocuparé de ello.
Nicci se puso en cuclillas junto a Richard.
—Jillian, no pienses en cuántos hombres hay ahí abajo. No importa. En serio. A donde vaya Lokey, allí llevará tus sueños. Mientras sobrevuela el campamento, las pesadillas caerán de sus alas negras como lluvia helada. Puede que no toque a cada hombre, pero eso no importa. Tocará a un gran número, y eso es lo que cuenta.
Nicci señaló las configuraciones de hechizo que la muchacha tenía delante.
—Estas cosas son el poder, no tú. Estos hechizos llevan a cabo la tarea de plantar las pesadillas una y otra vez en esos hombres, no tú. Tú única tarea es pensar las pesadillas. ¿Ves este hechizo de aquí? —preguntó Nicci a la vez que señalaba un bucle continuo que se doblaba sobre sí mismo—. Esta parte multiplica sin pausa tus pesadillas una y otra vez.
—Pero parece que hará falta un esfuerzo mayor del que yo puedo hacer…
Con una pequeña sonrisa tranquilizadora, Richard alargó el brazo y posó una mano en el brazo de Jillian.
—Soy yo quien te ayuda a lanzar los sueños, ¿recuerdas? Sólo debes pensarlos. Soy yo quien los lanza según sea necesario. Son tus pensamientos unidos a mi fuerza lo que los lanza.
—Ya lo creo que puedo pensar pesadillas. —La muchacha sonrió un poco, luego agregó—: Imagino que tiene sentido lo que decís los dos. Ahora comprendo por qué necesitaba a lord Rahl para lanzar sueños. Por eso la sacerdotisa de los huesos tenía que esperar a que lord Rahl regresara con nosotros.
Richard le palmeó el brazo.
—La otra cosa que necesitas recordar es que, después de que Lokey vuele por todo el campamento, debes enviarle a la tienda de Jagang. Queremos provocarles pesadillas a tantos hombres como sea posible, pero Jagang es el foco donde deben concentrarse esas pesadillas, y ese sueño especial con el que quiero atormentarle, así que, cuando te susurre que es hora de que Lokey aterrice, piensa en Jagang y su tienda. Este hechizo de aquí… —lo señaló— enviará a Lokey a posarse junto a ese hombre. Cuando te lo diga, todo lo que tienes que hacer es recordar a Jagang, y Lokey irá a su tienda.
Jillian asintió.
—Recuerdo esa tienda espantosa. —Con los ojos llenándosele de lágrimas, se giró hacia Nicci—. Y estoy segura de que tú conoces bien las pesadillas que tienen lugar allí.
En lo alto, Lokey graznó y agitó las alas, ansioso por ponerse en marcha con su cargamento de pesadillas.