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richard, con los codos apoyados sobre el tablero de caoba de la mesa, se pasó los dedos por los cabellos. Estaba tan cansado que el libro que tenía delante empezaba a tornarse borroso ante sus ojos. Había leído tantos libros últimamente que hacía tiempo que había perdido la cuenta de cuántos días habían transcurrido desde que regresara al Palacio del Pueblo.

El partido de Ja’La, los motines, Kahlan escapando con Samuel, el regreso al interior del palacio y la batalla subsiguiente parecían ya algo del remoto pasado. Con la ayuda de Verna y otras Hermanas, Nathan había conseguido curar a Adie. No obstante, una vez que hubo descansado, la anciana insistió en volver a ponerse en marcha en su solitario viaje. Debido a que el lugar reducía su poder, estaba virtualmente ciega dentro del palacio.

Richard podía comprender por qué quería marcharse, pero se preguntaba si, mediante sus poderes como hechicera, no le veía ningún futuro a permanecer en el palacio. Richard dudaba de que hubiera un futuro en ninguna parte por el que preocuparse.

Considerando lo que el general Meiffert le había contado sobre que una bruja montada en un enorme dragón rojo dando caza a las tropas d’haranianas en el Viejo Mundo, las cosas empezaban a tener muy mal cariz. Como los hombres que él había enviado a destruir la capacidad de la Orden para sustentar a su ejército en el Nuevo Mundo estaban ahora bajo ataques tan fulminantes, Richard no sabía cuánto tiempo les quedaba antes de que la Orden fuera capaz de aplastar toda resistencia.

El general había tenido gran confianza en el plan para atacar el poderío de la Orden en su raíz, y durante un tiempo había estado funcionando con gran efectividad. Habían dado caza y destruido convoyes de provisiones antes de que pudieran abandonar siquiera el Viejo Mundo. Habían convertido cuarteles y complejos de adiestramiento en desolados bosques de estacas con cabezas de soldados. En su camino habían derruido depósitos de suministros, arruinado cosechas y perseguido y matado a los acólitos que predicaban las repugnantes enseñanzas de la Orden.

Los habitantes del Viejo Mundo habían empezado a comprender la amarga realidad de la guerra que habían lanzado sobre otros. Su entusiasmo por el modo en que sus tropas hacían entrar en vereda a los paganos del norte se había transformado en un temor que les quitaba el sueño. Las multitudes que escuchaban a aquellos que predicaban las enseñanzas de la Orden eran más reducidas. Incluso había lugares donde habían estallado revueltas contra el gobierno de la Orden.

Jagang hizo varias cosas para contrarrestar aquel esfuerzo. En primer lugar, ordenó que las autoridades tomaran medidas drásticas contra cualquier indicio de insurrección. Poblaciones sospechosas de simpatizar con la causa de la libertad eran incendiadas, todos los pobladores eran torturados para obtener confesiones y se ejecutaba a miles de personas. Poner en duda el gobierno de la Orden acarreaba consecuencias terribles. El castigo y el ejercicio de la autoridad eran los objetivos, de modo que la sospecha era suficiente para provocar un tratamiento brutal. La gente se había acobardado con rapidez y adoptado una temerosa obediencia, que los hacía mostrarse ansiosos por proporcionar cualquier cosa exigida por los nuevos dictados en solicitud de suministros.

Aquel temor generalizado a ser sospechoso de traición había aumentado de manera espectacular la cantidad de suministros disponibles para ser enviados al norte, de modo que los nuevos convoyes no habían tenido dificultades para reunir lo que se necesitaba. Puesto que el Viejo Mundo era tan enorme, aquel esfuerzo masivo aseguraba que, a pesar de los esfuerzos de las tropas d’haranianas, siguieran enviándose suministros suficientes. Richard recordaba las repentinas existencias nuevas de comida, como aquel jamón cocido, de modo que sabía que la táctica funcionaba, al menos por el momento.

Con tiempo suficiente, las tropas d’haranianas enviadas al sur habrían adaptado sus métodos para abordar los nuevos problemas. Eso era lo que hacían los guerreros: adaptaban sus planes para adecuarlos a las circunstancias con las que se topaban.

Sin embargo, lo último que Jagang había hecho era otra cuestión. Envió a un dragón y a una bruja —por las descripciones parecía como si fuera Seis— a perseguir a los d’haranianos destacados en el sur. Richard sabía por propia experiencia que desde el aire era mucho más fácil localizar y divisar tropas. Era una técnica de caza eficaz, y con el talento de una bruja, mucho más mortífera.

La táctica no sólo había reducido la eficacia de los ataques en el Viejo Mundo, sino que había acabado con gran número de tropas d’haranianas, haciendo que la tarea de los que aún combatían fuera mucho más difícil. Con el aumento de los suministros y los ataques desde el cielo, Jagang parecía estar obteniendo lo que necesitaba para continuar el asedio al Palacio del Pueblo, y eso era todo lo que le importaba.

Ahora daba la impresión de que serían los que estaban en el palacio quienes no serían capaces de resistir. Una vez que la rampa quedara finalizada, y si descubrían otras catacumbas por las que pudieran entrar, entonces las legiones de la Orden podrían atacar el palacio tanto por arriba como por abajo. Incluso la rampa sola bastaría al final. Un ataque así sería muy costoso para la Orden Imperial, pero a Jagang no le importaba el coste en vidas para su ejército, a él sólo le importaba su objetivo. Más tarde o más temprano lo alcanzaría.

Cuando eso sucediera, y Richard sabía que era inevitable, la causa de la libertad estaría acabada. Ellos estarían acabados.

La única esperanza de Richard ahora era encontrar un modo de utilizar las Cajas del Destino. Desde luego, no tenía ninguna de las cajas, pero aunque las tuviera todavía no sabía cómo usarlas. El conocimiento era su mejor arma. Estaba decidido a armarse hasta los dientes.

La habitación en la que Nicci y él estaban era una biblioteca privada que, según Berdine, estaba repleta de volúmenes prohibidos, libros destinados a ser leídos únicamente por lord Rahl. Escudos potentes protegían las dobles puertas de caoba de la entrada en forma de arco. Rahl el Oscuro había pedido en ocasiones a Berdine que le ayudara a traducir d’haraniano culto, pero la mord-sith decía que ella había estado en esa habitación raras veces. Decía que él, por lo general, venía aquí solo. Richard y Nicci habían decidido que era un buen lugar por el que empezar.

Berdine registraba otras bibliotecas, junto con Verna y casi todas las Hermanas. Cualquier cosa considerada como una posible ayuda se llevaba a Nicci, quien comprobaba personalmente todo lo que le traían con el fin de ver si era algo que pudiera tener interés para Richard. Algunas de las Hermanas con más experiencia estaban demostrando ser muy valiosas para sacar a la luz fuentes importantes de información.

Nicci también mantenía a la gente alejada de Richard de modo que él pudiera concentrarse en la lectura. En algunos aspectos él se sentía como un recluso. Pero aquello también mantenía la atmósfera del tranquilo refugio, que era justo lo que Richard necesitaba.

En aquel santuario había librerías bajas colocadas cerca de paredes lujosamente revestidas con paneles de madera, sofás y butacas. Ello hacía que la habitación tuviera más aspecto de estudio que de biblioteca. Estatuas pequeñas decoraban la parte superior de algunas de las estanterías, dándoles más aspecto de expositores que de librerías.

Richard no se había aventurado aún a subir por la estrecha escalera de caracol metálica que llevaba a la pequeña galería de la pared opuesta, pero Nicci sí. Mientras él leía, ella había bajado libros que pensaba que eran importantes para añadirlos a los montones que aguardaban su atención. Aunque la habitación no tenía el aspecto de una típica biblioteca, las discretas estanterías de la estancia tenían que contener de todos modos miles de volúmenes. Aquéllos en los que ellos estaban interesados, no obstante, no eran libros corrientes.

Con todo, la pesada mesa de caoba ante la que estaba sentado contenía altas pilas de libros que Nicci había depositado. Desde el interior de la biblioteca no había modo de saber si era de día o de noche. Las gruesas colgaduras de terciopelo azul estaban corridas. Abrirlas tampoco habría servido, ya que no había más que un revestimiento de madera detrás. Las cortinas no eran más que un medio de proporcionar la ilusión de ventanas y crear más quietud en la habitación. Había muchas lámparas, sin embargo, y una chimenea. Todo ello daba al lugar un cálido resplandor que lo hacía parecer acogedor y atractivo. Pero a Richard no le resultaba ninguna de las dos cosas.

Trabajaban sin pausa. Les llevaban la comida para que no tuvieran que parar. Cuando ya no podían seguir manteniendo los ojos abiertos, dormían un rato en los sofás.

Nicci, siempre a su lado, deambulaba entre los haces de sombras y luz de las lámparas. La hechicera echó un vistazo a otro libro más, para ver si él lo debía leer, para a continuación regresar a la estantería y devolverlo a su lugar.

El impulso de Richard era actuar. Deseaba con desesperación ir en busca de Kahlan. No obstante, sabía que no era tan simple, y que para poder ir de verdad en su busca tenía que aprender a utilizar el poder de las cajas. Sabía que le sería imposible hacer tal cosa por su cuenta, y Nicci hacía aceptado, sin una vacilación, ser su maestra.

Lo primero que había hecho había sido explicarle las complejidades de los campos estériles. Quería que él comprendiera a la perfección las implicaciones. Richard no era un experto en magia, y no sabía usar su habilidad a voluntad, pero Nicci había hecho que los principios le resultaran comprensibles. En un principio a Richard le había costado captarlo.

Nicci insistió en que los magos que habían creado las cajas para contrarrestar el acontecimiento Cadena de Fuego creían que un conocimiento previo de naturaleza emocional contaminaría la magia que creaban, y las cajas mismas. Richard había tenido sus dudas.

Ella le contó que fue Zedd quien le explicó que un conocimiento previo contaminara la magia. Éste le había contado que el mismo Richard lo había demostrado al enamorarse de Kahlan sin que el poder de Confesora de ésta le hiciera daño. Cualquier conocimiento previo al respecto, habría destruido la capacidad de Richard para superar el problema, porque la magia de Kahlan, cuando la lanzara sobre él, aunque no fuera su intención, habría acabado con él. Si bien el viejo mago no le había revelado la solución a Nicci, Zedd sí le había contado que Richard tenía que desconocer por completo que existía una solución, o esa solución no habría funcionado, de modo que le hizo jurar que mantendría el secreto.

Zedd había contado a Nicci que el mismo Richard había demostrado la cuestión central de la teoría que regía las cajas…, que el conocimiento previo puede afectar el funcionamiento de la magia. Lo había demostrado con Kahlan.

Richard sabía perfectamente de qué hablaba Nicci, aún cuando ella no estuviera al corriente de todos los detalles. Debido a que lo había experimentado de primera mano, reconocía la gravedad de la situación. Sabía que, igual que su conocimiento previo de poder amar a una Confesora habría hecho que eso no ocurriera, el que Kahlan tuviera un conocimiento previo de la profunda conexión emocional que ambos tenían haría que las cajas no funcionasen.

No era sólo una teoría, como los magos que habían creado las cajas habían pensado. Era cierto: el conocimiento previo contaminaba un campo estéril. Y Richard captaba tal concepto a un nivel visceral.

Saber en su corazón, y en su mente, que no podía permitir que Kahlan averiguara que los dos estaban enamorados le hacía sentir un nudo en el estómago. De todos modos, por el momento tal eventualidad era sólo una preocupación lejana. Era un problema al que tendría que enfrentarse algún día, pero tenía muchas más cosas que aprender antes de que llegara a ese momento.

Mediante la lectura de varios relatos históricos en la biblioteca y de volúmenes que algunas de las Hermanas habían hallado que se remontaban a la época anterior a la gran guerra, Nicci había sido capaz de formar una teoría sobre el don de Richard y cómo funcionaba. No era tanto, en su opinión, el que Richard no hubiera crecido aprendiendo cosas sobre la magia lo que le dificultaba controlar su habilidad, sino que el don de un mago guerrero en realidad funcionaba de un modo diferente al de una hechicera o un mago. El poder de Richard funcionaba a través de la intención, a través de sus sentimientos, de un modo muy parecido a como funcionaba la Espada de la Verdad.

En este sentido, la Espada de la Verdad era una especie de manual básico sobre cómo funcionaba su propia habilidad. La espada funcionaba de acuerdo con lo que creía la persona que la empuñaba. No haría daño a un amigo, pero destruiría a cualquiera que quien la blandía creyera que era un enemigo. La realidad no importaba; era lo que la persona creía lo que impulsaba la magia de la espada. Ése era el concepto crítico en torno al cual giraba la espada y su don como mago guerrero.

Los sentimientos, las emociones, eran las sumas internas de lo que uno había recopilado, observado, experimentado y captado sobre la vida: un punto de vista interior proyectado en forma de emoción en un momento dado. Eso no significaba, de todos modos, que aquellos juicios fueran correctos. Del mismo modo que con la espada, su don funcionaba según lo que él valorase. Al intelecto le correspondía pasar por el tamiz qué valores eran legítimos y proporcionar justificaciones bien razonadas que convirtieran esas emociones en certidumbres morales.

Era ése el motivo de que fuese vital seleccionar a la persona correcta para empuñar la Espada de la Verdad. Tal persona tenía que ser alguien con la capacidad para efectuar juicios en base a razonamientos acertados.

También de un modo muy parecido a la espada, su don funcionaba a través de la cólera. La cólera era en realidad una proyección de sus valores frente a una amenaza a dichos valores. Así pues, el don lo ponía en marcha su cólera ante lo que amenazara, por ejemplo, aquéllos a quienes amaba, o incluso el valor primordial de la vida misma.

Nicci le había contado que, por todo lo que ella sabía, él podría no aprender jamás a controlar su habilidad directamente, del modo en que otras personas con el don lo hacían. Le dijo que sospechaba que la razón era que el don de un mago guerrero era distinto en esencia, y servía para un propósito diferente del don para ser un sanador o un profeta. Por lo que ella había averiguado, la cólera era el elemento clave en la habilidad de un mago guerrero. Al fin y al cabo, uno no iniciaba una guerra en serio llevado por el placer o el ansia de conquista, sino en respuesta a una amenaza a sus valores.

No obstante, un motivo más inmediato de inquietud para Richard era aprender a utilizar el poder de las cajas para invertir el hechizo Cadena de Fuego.

A Nicci la había impactado ver los dibujos y símbolos que Richard había pintado sobre sí mismo y sobre los otros hombres. Reconocía que él había combinado elementos familiares en formas completamente nuevas; pero también quería saber cómo había conseguido integrar elementos que pertenecían a las Cajas del Destino.

Richard había explicado que había llegado a averiguar que algunas de las partes de los hechizos que Rahl el Oscuro había dibujado para abrir las Cajas del Destino también eran partes de la danza con la muerte, y él conocía esos símbolos muy bien.

En cierto modo, esa asociación tenía sentido. Zedd le había contado en una ocasión que el poder de las cajas era el poder de la vida misma. La danza con la muerte, utilizada con la Espada de la Verdad, tenía que ver en realidad con la preservación de la vida, y el poder de las cajas en sí surgía del poder de la vida y estaba centrado en preservarla de los estragos del hechizo Cadena de Fuego.

En cierto modo, la Espada de la Verdad, la habilidad de un mago guerrero y el poder de las cajas estaban todos ellos vinculados inextricablemente.

Tales vínculos hacían pensar a Richard en el Primer Mago Baraccus, el hombre que miles de años atrás había escrito un libro, Secretos del poder de un mago guerrero, para Richard. Aquel libro estaba pensado para ayudarlo en su búsqueda, y aquel libro seguía escondido en Tamarang, donde Richard lo había ocultado cuando Seis lo había retenido prisionero durante un breve espacio de tiempo. Richard sabía que Zedd se había dirigido allí para ver si podía anular el hechizo dibujado en las cuevas sagradas. Puesto que el don de Richard había regresado, era evidente que su abuelo había tenido éxito.

Ahora que Richard volvía a estar conectado con su don, recordaba cada palabra del Libro de las sombras contadas. Nicci estaba convencida, y había convencido a Richard, de que el libro que había memorizado era una copia falsa que no se podía utilizar para abrir la caja correcta.

De todos modos, la hechicera también creía que, incluso siendo una copia falsa, era muy probable que contuviera todos, o la mayoría, de los elementos necesarios para abrir y usar la caja correcta. Convertir la versión que Richard había memorizado en una copia falsa sólo habría requerido que una única secuencia de elementos estuviera desordenada, pero eso no significaba que dichos elementos no fueran válidos, y por lo tanto importantes y necesarios.

Con ese fin, Richard le había recitado todo el libro y habían tomado nota de todos los elementos que aparecían en él. Si él aprendía a crear o dibujar cada uno de aquellos elementos, cuando le pusieran las manos encima a la copia auténtica del Libro de las sombras contadas, no tendría más que usar aquellos componentes, pero disponiéndolos en el orden adecuado desvelado por la copia auténtica del libro.

Por este motivo, Nicci sabía ahora qué necesitaba enseñarle. Y Richard llevaba recorrido más camino del que ella habría pensado, porque ya comprendía muchos de los elementos clave. Conocía ya una extensa selección de las partes básicas utilizadas en las configuraciones de hechizo. De hecho, las había dibujado sobre todo su equipo y sobre él mismo. La danza con la muerte le había enseñado lo esencial de esos diseños, convirtiéndolos a aquellas alturas en algo casi intuitivo para él.

Richard había descubierto que dibujar las configuraciones de hechizo era una extensión natural de no tan sólo los símbolos empleados en la representación de la danza con la muerte, sino de cómo peleaba con una espada, y cómo tallaba estatuas. Todas aquellas cosas en apariencia diferentes tenían partes básicas en común. Todas ellas compartían movimiento y fluidez.

Para Richard fue pasmoso descubrir cómo todo ello encajaba en una visión más amplia. Cuando dibujaba las configuraciones de hechizo que Nicci le enseñaba no le resultaba incómodo o difícil. Le resultaba natural. Él ya conocía las formas. Reconocía en aquellas formas no sólo la danza con la muerte, sino movimientos con un filo cortante, utilizados tanto en combate como tallando estatuas.

También Nicci era única como maestra porque no sólo comprendía lo mucho que Richard sabía sobre sus habilidades, sino cómo las utilizaba. Reconocía lo distinta que era su visión de la magia de la sabiduría convencional y no se sentía en absoluto frustrada por el modo en que él captaba tales cosas. Le infundía vigor.

También entendía su concepto de los aspectos creativos de la magia misma y por lo tanto no intentaba corregir lo que hacía, sino que lo guiaba en su aprendizaje. No se limitaba a acumular cosas que memorizar. En su lugar se basaba en lo que él ya sabía y el modo en que veía las cosas. Debido a que percibía intuitivamente lo que él ya captaba por su cuenta, no malgastaba tiempo haciendo hincapié en lecciones que trataban de lo que él ya comprendía, y en su lugar le suministraba cosas que necesitaba, donde él las necesitaba y cuando las necesitaba.

Nicci se acercó a la mesa.

—¿Cómo te va?

Richard bostezó.

—Ya no lo sé. Está todo apelotonado en mi cabeza.

Nicci asintió distraídamente mientras leía algo en el libro que sostenía.

—Eso puede significar que tu mente empieza a efectuar asociaciones y conexiones… que organiza lo que estás añadiendo a tus conocimientos.

—Podría ser… —respondió él con un suspiro.

Nicci cerró el libro y lo arrojó sobre la mesa situada al lado.

—Hay algunas cosas útiles aquí dentro. Deberías echarles una mirada.

—No creo que pueda leer nada más ahora.

—Estupendo —repuso ella, y señaló la pluma que descansaba a un lado—. Dibuja, entonces. Tienes que ser capaz de dibujar esos elementos del libro que acabas de terminar. Si el auténtico Libro de las sombras contadas tiene elementos similares, irás por delante en el juego.

Richard quiso discutir con ella, decirle que estaba demasiado cansado, pero entonces pensó en Kahlan. El cansancio pasó a ser irrelevante desde esa perspectiva. Además, había estado de acuerdo en que Nicci le enseñara y que no sólo haría lo que ella mandara, sino que pondría todos sus esfuerzos en ello.

Ella era una hechicera con un conocimiento, una experiencia y una habilidad inapreciables que Zedd había dicho que lo maravillaban. Incluso Verna lo había llevado aparte y aconsejado que escuchara con mucha atención a Nicci, que ella era en muchas áreas más inteligente que cualquiera de ellos. Richard sabía que ésta era su única oportunidad auténtica de aprender lo que necesitaba, y no estaba dispuesto a malgastarla.

Atrajo hacia sí una hoja de papel y luego mojó la pluma en la tinta. Se inclinó y empezó a dibujar configuraciones de hechizo de un libro que estaba abierto a poca distancia.

Un gran problema que todavía no habían resuelto era la cuestión de la arena de hechicero. Según el Libro de las sombras contadas que él había memorizado, las configuraciones de hechizo necesarias para abrir la Caja del Destino correcta tenían que dibujarse con arena de hechicero. Nicci le había contado que, a pesar de que el libro que había memorizado era una copia falsa, sí era cierto que debía dibujar las configuraciones de hechizo con arena de hechicero. Cualesquiera que fueran los hechizos que resultaran necesarios, éstos no funcionarían sin ella.

Richard le había contado que cuando Rahl el Oscuro había abierto la Caja del Destino éste había sido succionado al interior del inframundo… junto con toda la arena de hechicero que había usado para dibujar los hechizos. Arriba, en el Jardín de la Vida, ya no quedaba nada de aquella valiosa arena. Sólo quedaba tierra en el lugar donde había estado la arena.

Nicci alzó la cabeza de otro libro que había estado hojeando.

—Éste tiene alguna información sobre el Templo de los Vientos.

Richard alzó la mirada.

—¿Ah sí?

Ella asintió.

—Sabes, me desconcierta eso que dijiste sobre que atravesaste el mundo de los muertos para llegar hasta él…

—Lo siento, Nicci, pero ya te conté todo lo que sé.

—Según esto, y lo que tú me contaste que averiguaste en libros antiguos, el Templo de los Vientos fue enviado al inframundo. Debido a que fue desterrado allí para protegerlo, reside en algún lugar lejano en el otro lado de aquel vacío enorme. La finalidad de todo ello es tenerlo muy lejos y que sea imposible acceder a él.

—Pero estuvo allí cuando las condiciones fueron las correctas. Yo entré en el interior del templo.

Ella asintió distraídamente mientras reanudaba la lectura y su deambular. Por fin volvió a detenerse, con semblante impaciente.

—Sigue sin tener sentido. Es imposible llegar desde aquí a allí, cruzando el mundo de los muertos. Cruzar el vacío del inframundo es algo parecido a cruzar el océano. Sería como caminar hasta el borde de la playa y pasar a una isla que está en el otro lado del mundo sin tener que viajar por el océano que hay entremedio.

—A lo mejor el Templo de los Vientos no está en realidad tan lejos en el inframundo. A lo mejor resulta que la isla no está en realidad al otro lado del océano, sino justo allí, próxima a la costa.

Nicci negó con la cabeza.

—No según esto, y no según las cosas que me contaste. Todas las referencias dicen que, para desterrar el templo a un lugar seguro, lo enviaron a través del inframundo.

—Lord Rahl —llamó Cara desde la entrada.

Richard volvió a bostezar.

—¿Qué sucede, Cara?

—Tengo a algunas personas aquí conmigo que necesitan veros.

No obstante lo mucho que habría querido hacer una pausa, Richard no deseaba parar. Necesitaba aprenderlo todo si quería llegar a recuperar a Kahlan alguna vez.

—Parece ser importante —añadió Cara cuando le vio vacilar.

—De acuerdo, que entren.

Cara condujo a un grupo de seis personas vestidas con inmaculadas túnicas blancas al interior de la estancia. En la un tanto oscura biblioteca, las figuras vestidas de blanco casi refulgían igual que buenos espíritus. Todas se detuvieron en el otro lado de la maciza mesa de caoba. A Richard le dieron la impresión de que lo temían en vez de querer verle.

Pasó la mirada por las seis personas, cinco hombres y una mujer, a Cara.

—Son algunos de los empleados de la cripta —dijo ella.

—¿Empleados de la cripta?

—Sí, lord Rahl. Cuidan de las tumbas.

Richard volvió a mirar sus rostros. Todos desviaron los ojos de su mirada para clavarlos en el suelo mientras permanecían en silencio.

—Sí, recuerdo haberos visto a algunos cuando regresé… cuando tuvimos que pelear ahí abajo con los soldados de la Orden Imperial.

Las personas que tenía delante asintieron.

—¿Qué deseáis decirme?

Cara agitó una mano para disuadirlo de esa idea.

—Lord Rahl, todos ellos son mudos.

Richard hizo un gesto con la pluma que tenía en la mano a la vez que volvía a recostarse en su silla.

—¿Todos vosotros?

Las seis personas asintieron a la vez.

—Rahl el Oscuro le cortó la lengua a todo el personal de la cripta para que no pudieran hablar mal de su difunto padre.

Richard suspiró al oír algo tan terrible.

—Lamento que os maltrataran de ese modo. Si os hace sentir mejor, os diré que comparto vuestros sentimientos por ese hombre.

Cara sonrió a la vez que miraba a los seis sirvientes.

—Les hablé de vuestra parte en su muerte.

Los seis sonrieron un poco y asintieron.

—Así pues, ¿de qué se trata? —preguntó Richard a los seis.

Uno de ellos alargó el brazo y depositó con cuidado una tela doblada e inmaculadamente blanca sobre la mesa. El hombre la deslizó hacia Richard.

Cuando Richard fue a cogerla, una gota de tinta goteó de su pluma sobre la tela.

—Lo siento —farfulló, y dejó la pluma a un lado.

Acercó más la tela y alzó los ojos hacia los seis.

—Así pues, ¿qué es?

Cuando ellos no hicieron ningún intento de explicarlo, echó una veloz mirada a Cara, que se encogió de hombros.

—Insistieron mucho en que lo vierais.

Uno de ellos extendió las palmas de las manos, luego repitió el gesto.

—¿Queréis que la abra?

Los seis asintieron.

La verdad era que no parecía como si la tela pudiera contener nada en absoluto, pero Richard empezó a desdoblar con cuidado los pliegues de la tela sobre la mesa. Nicci se inclinó sobre el tablero, observando con atención.

Cuando Richard desdobló el último pliegue. Allí, en el centro de la tela, descansaba un solitario grano de arena blanca.

Richard alzó los ojos con brusquedad.

—¿Dónde conseguisteis esto?

Los seis señalaron abajo.

—Queridos espíritus… —musitó Nicci.

—¿Qué es? —preguntó Cara, inclinándose hacia la tela para mirar el solitario grano de arena blanca situado en su centro—. ¿Qué es?

Richard levantó la vista hacia la mord-sith.

—Arena de hechicero.

Aquellas personas eran sirvientes de la cripta, de modo que tenían que haberlo encontrado allí abajo. La arena de hechicero brillaba con luz centelleante, pero Richard seguía estando un tanto sorprendido de que hubieran encontrado un único grano.

También se preguntó dónde habían tropezado con ella… y si había más.

—¿Podéis mostrarme dónde encontrasteis esto?

Los seis asintieron vigorosamente.

Richard volvió a doblar la tela con cuidado alrededor del grano de arena de hechicero. Advirtió mientras lo hacía que el lugar donde había caído la gota de tinta, debido a que la tela había estado doblada en aquel momento, creaba dos manchas idénticas en extremos opuestos de la tela.

Se la quedó mirando un momento, reflexionando.

—Vamos —dijo por fin a la vez que se introducía la tela en un bolsillo—. Llevadme allí.