19
agotada, Kahlan estaba a punto de dejarse caer del lomo del enorme caballo. Podía percibir por su zancada irregular que también el sudoroso caballo estaba a punto de desplomarse. Su rescatador, sin embargo, parecía decidido a hacer correr el caballo hasta matarlo.
—El caballo no va a durar a este paso. ¿No crees que deberíamos parar?
—No —dijo él, volviendo la cabeza.
Bajo la tenue luz de un falso amanecer, Kahlan pudo ver por fin que empezaban a aparecer las formas negras de unos árboles. Era un alivio saber que pronto saldrían del terreno descubierto de las llanuras Azrith. En las llanuras, una vez que saliera el sol, podrían divisarles a kilómetros de distancia desde cualquier dirección. No sabía si los estaban siguiendo, pero aunque no lo hicieran era probable que hubiera patrullas que podrían avistarles.
De todos modos, no pensaba que Jagang fuera a permitirle huir sin enviar soldados especiales a darle caza. Él tenía algún plan para vengarse, y no iba a abandonarlo. En cuanto las Hermanas curaran al emperador, éste estaría sin duda de un humor de perros y decidido a hacer lo que fuera para recuperarla. Jagang no era un hombre que tolerara que le negaran lo que quería.
Sin duda las Hermanas irían asimismo tras ella. Por todo lo que Kahlan sabía era posible que le estuvieran pisando ya los talones. Incluso sin ser capaces de divisarlos, era probable que las Hermanas pudieran utilizar sus poderes para seguir el rastro de Kahlan.
A lo mejor Samuel era sensato al no parar.
Pero si mataban al caballo, eso no haría más que colocarles en un peligro peor.
Deseó que hubieran podido conseguir otro caballo. No habría sido tan difícil. Kahlan era, al fin y al cabo, invisible para casi todos los hombres del campamento. Podría haberse bajado del caballo cuando habían cabalgado cerca de otros y cogido uno. Samuel iba vestido como uno de ellos; así había conseguido atravesar el campamento. Nadie habría enarcado ni una ceja si él se hubiese detenido, y no podían ver a Kahlan. Bien mirado, podría haber cogido con facilidad algunas monturas de modo que pudieran tener animales de refresco.
Sin embargo, Samuel había sido categórico respecto a que no lo intentara. Pensaba que el riesgo era demasiado grande. Temía que fueran a echar por la borda su huida.
Considerando lo que había estado en juego, supuso que no podía culparle por querer huir tan de prisa como fuera posible.
Se preguntó por qué no resultaba invisible para Samuel. Al igual que Richard, él parecía haber acudido al campamento con la intención específica de ayudarla a escapar.
Kahlan se sentía fatal porque Richard no hubiera conseguido huir también. El recuerdo de verlo allí, en el suelo, no sólo la perseguía, sino que le partía el corazón. Estaba avergonzada por no haberse quedado y haberle ayudado. Aun en aquellos momentos, aterradora como era la idea, sentía el impulso de regresar. Al ser invisible, podría ser capaz de hacer algo. Quería intentarlo desesperadamente.
Y no era sólo por haber abandonado a Richard. También estaban Nicci y Jillian. Nicci había pasado ya por tanto… y ahora era probable que las cosas no hicieran más que empeorar para ella, si es que eso era posible. Jagang también había amenazado con hacer daño a Jillian si Kahlan volvía a causarle problemas o desobedecía sus órdenes. Esperó que, sin ella allí, lastimar a Jillian no tuviera sentido para Jagang.
A pesar de lo mucho que deseaba haberse quedado y haberles ayudado, había algo en la orden de Richard de que Kahlan se fuera que la había impelido a hacer lo que él decía. Era como si él hubiera renunciado a todo con tal de verla escapar, y si ella echaba por la borda la oportunidad que él le había conseguido, todo lo que él había llevado a cabo no serviría de nada. Habría convertido todo lo que él había sacrificado en algo sin sentido.
Era incapaz de recordar haberse sentido jamás tan torturada.
Kahlan sabía que las Hermanas no la habrían tratado bien. Los soldados, por su parte, habrían estado más que ansiosos de obtener su sangre. Se preguntó si ya estaría muerto… o siendo torturado.
Le cayeron lágrimas por las mejillas mientras cabalgaban.
No conseguía dejar de pensar en él, y no conseguiría detener las lágrimas. Sencillamente no podía quitarse de la cabeza aquella imagen de Richard allí, en el suelo, indefenso.
Lo que lo empeoraba aún más las cosas era que había estado tan cerca de obtener respuestas. Sabía que Richard habría podido llenar muchos de sus huecos. Él parecía saber tanto sobre ella… incluso parecía saber cosas sobre Samuel y la magnífica espada que Samuel llevaba. Recordaba que Richard había chillado a Samuel:
«¡Samuel, idiota! Usa la espada para cortar el collar de su cuello».
Aquellas palabras todavía resonaban en la memoria de Kahlan.
Ninguna espada era capaz de cortar metal. Pero Richard sabía que la espada de Samuel podía.
Más que eso, no obstante, ello le decía a Kahlan lo que Richard pensaba de Samuel. También le decía que incluso con la pobre opinión que Richard tenía del hombre, deseaba hasta tal punto verla a salvo que estaba incluso dispuesto a permitir que fuera Samuel quien la ayudara a escapar.
—¿Qué sabes de Richard? —preguntó.
Samuel cabalgó en silencio un momento y por fin contestó:
—Richard es un ladrón. No es alguien en quien confiar. Hace daño a la gente.
—¿Cómo lo conociste? —preguntó al hombre al que rodeaba con sus brazos.
Él medio se giró para mirarla.
—Ahora no es el momento de discutirlo, bella dama.
Richard, flanqueado por varias mord-sith, Ulic y Egan, y varios soldados de la Primera Fila, apresuró el paso en dirección a la tumba que había servido de brecha para que las Tropas de la Orden penetraran en el palacio desde las catacumbas.
Nicci estaba a su lado, pues, a pesar de que no estaba ni con mucho recuperada, insistía en estar cerca de él. Richard sabía que estaba preocupada por el regreso de la bestia y porque él no pudiera ser capaz de detenerla sin su ayuda. Quería estar cerca de él para proporcionar esa ayuda si era necesario. Cara, no obstante su preocupación por Nicci, había sido conquistada por los argumentos de Nicci a favor de la seguridad de Richard. Nicci había prometido que, en cuanto Richard se ocupara de eso, ella descansaría. Richard pensaba que sus promesas de que descansaría no tardarían en ser irrelevantes, porque imaginaba que la hechicera podría muy bien caer redonda al suelo en cualquier momento.
Mientras seguían adelante por los amplios corredores, dejaban atrás innumerables cadáveres quemados petrificados en poses grotescas. Las paredes de mármol blanco lucían marcas de quemaduras allí donde hombres, envueltos en llamas, habían dejado la huella de sus cuerpos al estrellarse. Las tiznadas siluetas tenían cierto parecido a manifestaciones espectrales, salvo por las manchas de sangre, que eran muda evidencia de que habían sido hombres los que habían dejado las marcas.
En las habitaciones y pasillos laterales Richard vio aún más guerreros de la Orden Imperial muertos.
—Mantuviste tu promesa —aclaró Nicci en un tono de gratitud y asombro.
—¿Mi promesa?
Ella sonrió pese a su cansancio.
—Prometiste que me quitarías aquella cosa del cuello. Cuando lo dijiste no te creí. No podía responder, pero jamás creí que pudieras hacerlo.
—Lord Rahl siempre cumple sus promesas —dijo Berdine.
Nicci sonrió lo mejor que pudo.
—Eso veo.
Nathan los descubrió encaminándose todos ellos por el corredor, así que se paró en una intersección y aguardó a que lo alcanzaran. Venía de un pasillo situado a la derecha.
El asombro lo embargó.
—¡Nicci! ¿Qué ha pasado?
—El don de Richard ha regresado. Consiguió quitarme el collar del cuello.
—Y entonces apareció la bestia —añadió Cara.
La frente de Nathan se arrugó mientras miraba con detenimiento a Richard.
—¿La bestia que va tras de ti? ¿Qué le sucedió?
—Lord Rahl le disparó —contestó Berdine— una de esas saetas especiales que encontraste.
—Esta vez funcionaron —dijo Nicci por lo bajo.
—Me tranquiliza que hayan acabado siendo útiles —dijo Nathan a la vez que posaba una mano en la cabeza de Nicci—. Había pensado que podrían serlo —farfulló distraídamente mientras alzaba el párpado de Nicci con el pulgar.
Mientras miraba con atención al interior del ojo, surgió un sonido de su garganta que indicaba que no estaba del todo complacido con lo que veía allí.
—Necesitas descansar —anunció por fin.
—Lo sé. Lo haré. Pronto.
—¿Qué hay de los corredores de abajo? —preguntó Richard a Nathan.
—Acabamos de terminar de despejarlos. Encontramos un buen número de soldados de la Orden intentando ocultarse. Por suerte, la zona que habían bloqueado con la losa de piedra no tenía ningún otro acceso al interior del palacio. Era un callejón sin salida.
—Eso es un alivio —dijo Richard.
Uno de los oficiales de la Primera Fila habló:
—Los eliminamos a todos. Por suerte todavía no habían introducido cantidades ingentes de hombres en el palacio. Hemos despejado todo el camino hasta la habitación de la tumba por la que entraron. Tenemos hombres allí, aguardándonos.
—Justo estaba a punto de hacer lo que sugeriste —indicó Nathan—, y purgar las catacumbas.
—Luego tendremos que derrumbar algunos túneles, o algo parecido, para asegurarnos de que nadie más puede entrar.
Richard sabía que los soldados enemigos no eran la mayor de sus preocupaciones. Que las Hermanas de las Tinieblas consiguieran penetrar en el palacio podría ser mucho peor.
—No estoy segura de que eso no sea posible —dijo Nicci.
Richard le dirigió una veloz mirada.
—¿Por qué no?
—Porque no sabemos lo extensas que puedan ser las catacumbas. Podemos aislar el lugar por el que entraron, pero podrían muy bien hallar otro pasadizo que no conocemos en una zona totalmente distinta. Podrían existir kilómetros y kilómetros de túneles ahí abajo. Toda la red que hay ahí abajo no es sólo inmensa sino totalmente desconocida en sus proporciones para nosotros.
Richard suspiró.
—Tenemos que pensar en algo.
Nadie se lo discutió.
Mientras caminaban por el corredor de mármol blanco Nicci paseó la mirada por Richard con una expresión que él reconoció. Era la mirada de desaprobación de una maestra.
—Tenemos que hablar sobre esos símbolos rojos que llevas por todas partes.
—Sí —convino Nathan con el entrecejo fruncido—. Me gustaría tomar parte en esa conversación.
Richard lanzó una mirada a Nicci.
—Estupendo. Mientras tenemos esa conversación, me gustaría saberlo todo sobre cómo pusiste en funcionamiento las Cajas del Destino en mi nombre.
Nicci se estremeció levemente.
—Oh, eso.
Richard se inclinó un poco hacia ella.
—Sí, eso.
—Bueno, como has dicho, tendremos que hablar sobre ello. En realidad, algunos de los símbolos pintados en tu cuerpo tienen una relación directa con las Cajas del Destino.
A Richard aquello no le sorprendió en absoluto. Sabía que algunos de los símbolos tenían que ver con el poder de las cajas. Incluso sabía lo que significaban. Por eso, al fin y al cabo, los había pintado en sus hombres y en sí mismo.
Nicci señaló con la mano.
—Aquí está. Es por donde entraron… fue por esa tumba.
Richard paseó la mirada por el lugar cuando penetraron en la sencilla habitación. Palabras en d’haraniano culto aparecían grabadas en las paredes de piedra, palabras sobre los enterrados allí. Habían empujado a un lado el ataúd, dejando al descubierto la escalera que descendía. Cuando habían ascendido hasta el palacio desde las catacumbas, la oscuridad había sido total, de modo que Richard no había visto lo que los rodeaba. Adie los había estado guiando en aquella oscuridad y Richard ni siquiera había sabido dónde estaban una vez que estuvieron en el palacio.
Nicci indicó abajo, al interior de la oscuridad.
—Por aquí entraron las Hermanas.
—De modo que ellas todavía tienen a Ann —dijo Nathan tras bajar la vista al negro pozo.
Nicci titubeó.
—Lo siento, Nathan. Pensaba que lo sabías.
El semblante adusto de Nathan se ensombreció.
—¿Saber qué?
Ella cruzó las manos frente al cuerpo y desvió la mirada.
—A Ann la mataron.
Nathan se la quedó mirando con fijeza un momento. Richard tampoco estaba enterado de la muerte de Ann. Se sintió fatal por Nathan. Richard sabía lo unido que estaba el profeta a la prelada. Casi parecía imposible que Ann ya no estuviera.
—¿Cómo? —fue todo lo que Nathan pudo preguntar.
—La última vez que estuve aquí, cuando Ann y yo bajamos aquí. Nos sorprendieron tres Hermanas. Habían enlazado su don para utilizar su poder aquí dentro. A Ann la mataron antes de que nos diéramos cuenta de que estaban ahí. Jagang quería que me capturaran viva, o de lo contrario estoy segura de que les habría encantado matarme también a mí.
Nicci posó una mano en el brazo del profeta.
—No sufrió, Nathan. No creo que fuera consciente de ello siquiera mientras sucedía. Murió al instante. No sufrió.
Nathan, con la mirada puesta en lejanos recuerdos, asintió.
—Lo siento mucho —dijo Richard, poniendo una mano en el hombro del anciano.
La frente de Nathan se contrajo sombríamente. Por el acerado brillo de su mirada furiosa, Richard no tuvo problemas en imaginar la clase de cosas que pasaban por la mente del profeta. Pensó que debían de ser las mismas que él consideraba a menudo.
En el incómodo silencio, Richard indicó abajo, al interior de la escalera que quedaba al descubierto.
—Creo que es necesario que nos aseguremos de que no hay ninguno de ellos oculto ahí abajo.
—Con mucho gusto —repuso Nathan.
Fuego de mago prendió entre sus palmas, proyectando una luz ardiente por toda la habitación a medida que rotaba despacio, aguardando para cumplir sus órdenes.
Nathan se inclinó sobre la oscura abertura y liberó el mortífero infierno. El fuego descendió como una exhalación a las tinieblas, aullando furioso mientras avanzaba, a la vez que iluminaba las talladas paredes de piedra en su veloz vuelo.
—Una vez que haya hecho su trabajo —indicó Nathan—, bajaré ahí y derrumbaré el túnel por el que entraron, para asegurarme de que no pueden volver a entrar por el mismo sitio.
—Ayudaré a levantar algunos escudos de Magia de Resta para asegurar que no lo vuelven a excavar —ofreció Nicci.
Nathan asintió distraídamente, sumido en sus propios pensamientos.
—Lord Rahl —preguntó Cara en voz baja—, ¿qué hace Benjamín aquí?
Richard miró fuera, al corredor donde el general permanecía de pie, aguardando paciente.
—No lo sé. No ha tenido tiempo de contármelo aún.
Dejando a Nathan con sus pensamientos íntimos mientras mantenía la mirada clavada en el interior de las catacumbas, Richard, con Cara y Nicci a su lado, salieron de la habitación para reunirse con el general Meiffert.
—¿Qué haces aquí, Benjamín? —preguntó Cara antes de que Richard tuviera oportunidad de hacerlo—. Pensaba que tenías que estar en el Viejo Mundo, arrasando a la Orden.
—Es cierto —dijo Richard—. No es que no agradezca la ayuda, pero ¿Por qué está aquí? Antes dijo que necesitaba encontrarme para darme un informe sobre un problema con el que se han topado.
Él apretó con fuerza los labios un momento.
—Es cierto, lord Rahl. Hemos topado con un gran problema.
—¿Un gran problema? ¿Qué clase de gran problema?
—Uno rojo. Con alas. Montado por una bruja.