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vaya, vaya, vaya. Pero qué lista que eres.

Rachel pegó un salto, soltando un chillido a la vez que se giraba en redondo al oír la fina voz.

La mirada inmutable de unos descoloridos ojos azules estaba clavada en ella. Era Seis.

El impulso de Rachel fue echar a correr, pero sabía que no serviría de nada adentrarse en la cueva, y Seis le cerraba el camino al exterior, de modo que no había ningún lugar al que huir. Rachel tenía un cuchillo, pero un cuchillo parecía ridículamente inadecuado.

La bruja resultaba aún más aterradora de lo que Rachel recordaba. Sus cabellos negros tenían el aspecto de haber sido tejidos por un millar de viudas negras. La piel tirante parecía a punto de rajarse sobre sus huesudos pómulos. El vestido negro era casi invisible en las sombras, lo que hacía que su rostro y sus manos pálidos dieran la impresión de estar flotando por sí solos en la quietud sepulcral de la cueva.

Casi habría preferido tener a los engullidores espectrales tras ella.

Rachel se preguntó cuánto tiempo había estado la bruja observando. Sabía que Seis podía moverse igual de silenciosa que una serpiente, y que no era ningún problema para ella desplazarse en una oscuridad total. Para Rachel no sería ninguna sorpresa descubrir que la mujer poseía también una lengua bífida.

La pequeña había estado tan concentrada mientras había trabajado en el dibujo de Richard que no sólo había perdido la noción del tiempo, sino que, hasta cierto punto, había olvidado dónde estaba. Había estado tan absorta en lo que había estado haciendo que había olvidado la cautela. No sabía que pudiera ensimismarse tanto en algo.

Se sintió como una estúpida por haber sido tan negligente, por haber cometido un error tan estúpido. Chase habría meneado la cabeza, avergonzado, y le había preguntado si no había prestado la menor atención a todas las cosas que le había enseñado.

Pero había deseado desesperadamente deshacer lo que le habían hecho a Richard. Sabía qué era estar en el centro de uno de aquellos hechizos. Sabía lo espantoso que era. Sabía lo indefenso que le hacía sentir a uno. No quería que eso le sucediera a Richard, y él había sufrido aquel hechizo muchísimo más tiempo del que ella había estado doblegada por el suyo. Había querido ayudarle a escapar del dominio de aquellos dibujos malvados.

Había sabido que corría un riesgo, pero Richard era su amigo. Richard la había ayudado tantísimas veces que ella quería ayudarle por una vez.

Seis echó una ojeada a la oscuridad del fondo de la cueva, la oscuridad situada más allá de la lámpara de aceite, la oscuridad donde yacían los huesos de Violet.

—Sí, muy lista.

Rachel tragó saliva.

—¿Qué?

—El modo en que te has desecho de la vieja reina… —dijo Seis en un susurro sedoso.

Rachel no pudo evitar echar una veloz mirada atrás, confundida.

—¿Vieja reina? —Volvió a mirar a la bruja—. Violet no era vieja.

Seis sonrió con aquella sonrisa suya que hacía que Rachel casi se meara encima.

—En el momento de morir era todo lo vieja que llegaría a ser, ¿no crees?

Rachel no intentó desentrañar el acertijo. Estaba demasiado asustada para pensar. Seis penetró en la zona iluminada.

—¿Cuántos años crees que tienes en este momento, pequeña?

—No lo sé, con seguridad —respondió Rachel con toda la honestidad de que fue capaz, y tragó saliva, aterrada—. Soy huérfana. No sé cuántos años tengo.

Pensó en la visita de su madre… si es que de verdad había sido su madre. Mientras lo rememoraba ahora, no parecía tener sentido. Se preguntó por qué su madre la habría dejado en un orfanato. Si de verdad era su madre, ¿por qué la había abandonado, dejándola totalmente sola? ¿Por qué la habría localizado en mitad de ninguna parte y luego se habría limitado a abandonarla? Cuando había entrado en el campamento de Rachel había parecido perfectamente natural, pero ahora Rachel no sabía qué pensar.

Seis sonrió ante la respuesta. No fue una sonrisa alegre, sin embargo. Rachel no pensaba que Seis tuviera una sonrisa alegre, sólo aquella sonrisa que hacía saber a las personas que pensaba cosas siniestras y propias de brujas.

La bruja apuntó con un dedo largo y huesudo al dibujo de Richard.

—Eso requirió mucho trabajo, ya lo sabes.

Rachel asintió.

—Lo sé. Estaba aquí cuando tú y Violet lo hicisteis.

—Sí. —Seis arrastró la palabra a la vez que contemplaba a la niña igual que una araña a una mosca que ha caído en su telaraña—. Ya lo creo que estabas.

La mujer se acercó más al dibujo.

—Esto de aquí… —meneó un dedo ante uno de los lugares que Rachel había alterado—, ¿cómo hiciste esto?

—Bueno, recordé lo que le dijiste a Violet sobre los elementos terminales. —Rachel no dijo que sabía lo que era un «elemento terminal», pero lo sabía—. Recuerdo que dijiste que aquella confluencia lo fijaba a la persona, mediante el ángulo azimut, para permitir que el hechizo la localizase y luego adjuntase las parcelas adecuadas. Me figuré que eso era esencial para su funcionamiento. Alteré la proporción de modo que cambiara la posición que lo unía al sujeto.

Seis asentía ligeramente mientras escuchaba.

—Interrumpiendo así un soporte fundamental para la estructura posicional —dijo Seis para sí—. Vaya, vaya, vaya. —Sacudió la cabeza mientras miraba con mayor detenimiento el dibujo, y luego miró con el entrecejo fruncido a Rachel—. No sólo posees bastante talento, también inventiva.

Rachel no creyó que fuera una buena idea decir «gracias». A Seis, a pesar de la sonrisa en sus finos labios, probablemente no le había gustado nada descubrir todo el daño que Rachel había hecho al dibujo; y Rachel comprendía a las mil maravillas el gran daño que había hecho.

Seis señaló con un dedo huesudo.

—Esto de aquí. ¿Por qué añadiste esa línea? ¿Por qué no te limitaste a borrar la confluencia?

—Porque razoné que sólo debilitaría el hechizo si hacía eso. —Rachel señaló varios elementos—. Éstos de aquí sustentan los elementos principales también, así que si borraba esa confluencia todavía habría aguantado. Calculé que si le añadía esa variación, se redirigiría la conexión establecida y de ese modo la rompería.

Seis sacudió la cabeza.

—Qué buen oído tienes. No sabía que una criatura podía captar tales cosas tan de prisa.

—No fue de prisa —repuso Rachel—. Tú tenías que repetirle a Violet las mismas cosas una y otra vez. Era imposible no entenderlo al cabo de un tiempo.

Seis rió por lo bajo.

—Sí, era bastante estúpida, ¿no?

Rachel no contestó. No se sentía muy lista ella misma en aquel momento, después de que la hubiera atrapado con tanta facilidad.

Seis cruzó los brazos mientras paseaba por delante del enorme dibujo, inspeccionando el trabajo de Rachel. Masculló algunos murmullos por lo bajo mientras examinaba todo el conjunto. A Rachel la desanimó ver que su mirada iba directa a cada alteración que ella había hecho. A la bruja no se le escapó ni una.

—De lo más impresionante —dijo sin mirar atrás, y efectuó un veloz ademán con la mano en el aire—. Lo has deshecho todo. —Seis se giró hacia Rachel—. Has echado a perder todo el hechizo.

—No lamento haberlo hecho.

—No, no esperaba que lo hicieras. —Suspiró pesadamente—. Bueno, no ha pasado nada, en realidad. Cumplió su propósito. Supongo que ya no es necesario.

A Rachel le decepcionó oír aquello.

—Esto no ha sido una pérdida total. —Seis, con los brazos todavía cruzados, dirigió una mirada taimada a Rachel—. Me parece que tengo una artista nueva. Una que aprende más rápido que la última. Podrías ser de bastante utilidad. Creo que te mantendré con vida por el momento. ¿Qué dices a eso?

Rachel se armó de valor.

—No dibujaré cosas que hagan daño a nadie.

La sonrisa regresó, más amplia aún.

—Oh, ya veremos.