16
cara plantó un pie sobre la espalda de un soldado caído y saltó hacia Richard mientras éste utilizaba su propio impulso para que le ayudara a pasar a través de la confusión de polvo y piedra hecha añicos por Bruce cuando éste había cargado a través del revestimiento de mármol como si golpeara una línea de bloqueadores. Al mismo tiempo que se deslizaba bajo las espadas en movimiento y la sangre, Richard depositó a Nicci en el suelo, dejando su cuerpo flácido encima de una capa de polvo.
Richard giró en redondo de inmediato, utilizando la espada contra la masa de guerreros que se abalanzaban sobre él a medida que surgían del oscuro pasillo. Lanzaba tajos sin ninguna piedad, pero ellos peleaban con ferocidad para llegar hasta él y abatirlo. El acero acuchillaba músculos y alcanzaba huesos. El ruido era ensordecedor: los hombres gruñían, algunos lanzaban gritos de combate y otros chillaban de dolor mientras morían.
Richard esquivaba sus feroces ataques y aprovechaba cada oportunidad para lanzar estocadas contra la avalancha de hombres. Cada uno de sus veloces ataques daba en el blanco. No obstante, por cada uno que mataba, parecía que tres más lo reemplazaban.
Cara chocó contra un hombretón con la cabeza afeitada cuando éste iba a por Richard. Utilizando ambas manos, le estrelló el agiel contra la garganta. Por un instante Richard vio la descarga de dolor en los ojos del sujeto antes de que éste cayera. Richard utilizó la ocasión para hundir la espada en otro soldado situado a un lado.
Todos los soldados que se habían estado reuniendo en silencio en el oscuro corredor parecían ser luchadores expertos. La batalla había llegado antes de lo que habían esperado, pero ahora combatían con una furia salvaje. Éstos no eran los soldados regulares de la Orden Imperial, que se habían alistado para conseguir gloria y botines. Éstos eran guerreros profesionales, mercenarios bien entrenados y con experiencia que sabían lo que hacían. Eran hombres fuertes, que llevaban todos como mínimo corazas de cuero. Algunos iban equipados además con cotas de malla, y todos ellos llevaban armas bien confeccionadas. Peleaban con movimientos comedidos pensados para atravesar una línea defensiva enemiga.
Pese a su experiencia, la repentina oscuridad y la inmediata violencia los había cogido desprevenidos. Habían creído que estaban bien ocultos. En un momento de confusión y alarma, cuando todo había quedado a oscuras en el pasillo, los había dominado el miedo a lo desconocido. En aquellos breves instantes de desconcierto, habían empezado a morir sin comprender cómo o por qué.
Richard había utilizado la sorpresa para abrirse paso violentamente a través de sus filas a la mayor velocidad posible. Lo último que había querido era verse atascado en un combate cuerpo a cuerpo. Con Nicci, Jillian y Adie a las que escoltar, ya resultaba bastante problemático para Bruce, el general Meiffert y él avanzar sin aminorar la velocidad. En el interior del palacio la capacidad de Adie para ayudarlos había disminuido.
Eso había sido un problema.
Con todo, las tropas ocultas de la Orden se habían recuperado con rapidez y estaban ahora en su elemento: el combate. Eran los guerreros que la Orden tenía por costumbre utilizar para encabezar una invasión, para avasallar a un adversario con un potente ataque pensado para machacar toda oposición. Por suerte para Richard, Bruce, el general Meiffert y él no tenían que pelear solos. Cara abatía a todo aquél al que podía acercarse y se enfrentaba con aquellos que intentaban hacer pedazos a Richard. Estos guerreros estaban familiarizados con una oposición armada pero sabían muy poco sobre las mord-sith. Intentaban ya alejarse de Cara, pero se encontraban con que otras mord-sith saltaban sobre ellos y los abatían. Richard vio a Berdine y a Nyda estrellando su agiel sobre cogotes o hundiéndolo y retorciéndolo contra pechos fornidos. Por todas partes se oían gritos agónicos.
Situada no muy lejos, la Primera Fila embistió contra los soldados de la Orden Imperial desde ambos lados a la vez. Richard vio al general Trimack conduciendo a su tropa a lo más reñido de la batalla. La Primera Fila era la élite de la élite, más que dignos rivales para los soldados de la Orden no tan sólo por su tamaño sino también por su habilidad. Las tropas d’haranianas estaban formadas por hombres duchos en el combate, muy versados en tácticas letales que les proporcionaban una reputación temible y bien merecida.
Varios enemigos con corazas de cuero oscuro y los rostros crispados por el odio y la ira, se precipitaron hacia Richard. Antes de que él pudiera poner en acción su espada, otros hombres fornidos fueron a colocarse justo frente a ellos, impidiéndoles llegar hasta Richard. Los cuellos de los soldados de la Orden quedaron desgarrados, con las carótidas seccionadas.
Richard pestañeó al ver que eran Ulic y Egan, dos enormes guardaespaldas rubios de lord Rahl. Las correas, placas y cintos de cuero de sus uniformes estaban moldeados para encajar como una segunda piel sobre los contornos prominentes de sus músculos. Grabada en el cuero, en el centro de sus pechos, había una elaborada «R», y debajo dos espadas cruzadas. Llevaban bandas de metal justo por encima de los codos diseñadas especialmente para el combate cuerpo a cuerpo. Tales bandas tenían salientes afilados como cuchillas. No tardó en quedar claro a los invasores que cualquiera que estuviera lo bastante cerca para topar con Ulic y Egan no sólo iba a morir, sino que iba a hacerlo del modo más truculento.
Aún más efectivos que salían en tropel por la abertura de la pared fueron abatidos mediante la magia que les enviaba Nathan. Fogonazos de luz rebanaban a hombres cubiertos con cotas de malla, haciendo volar fragmentos de metal ardiente que rebotaban en paredes, suelos y techos. Era una macabra contienda unilateral, en la que los soldados de la Orden no tenían ninguna posibilidad de alzar las espadas contra el alto profeta antes de ser destrozados.
El general Meiffert se agachó bajo una oscilante masa de hachas a la vez que cargaba a través del humo, con Jillian acurrucada tras la protección de su espada y con Adie sostenida en alto por el otro brazo del oficial.
Richard vio que Adie estaba cubierta de sangre.
Cara se detuvo en seco.
—¿Benjamín?
—¡Toma! Coge a Adie.
—Tengo que proteger a lord Rahl.
—¡Haz lo que se te dice! —le chilló él por encima del estruendo de la batalla—. ¡Ayúdala!
A Richard le sorprendió ver que Cara abandonaba al instante la discusión para hacerse cargo de Adie y relevar al general Meiffert de su cuidado. Éste agarró a Jillian con la mano que acababa de quedar libre y la hizo girar, lejos de dos guerreros que embestían desde la derecha. Se agachó a la vez que lanzaba una estocada, atravesando a uno. Bruce estaba justo allí, pero muy encogido para no entrometerse en el camino de la espada del general. Desde esa posición baja, Bruce hirió al segundo atacante abajo en las rodillas. Cuando un tercero intentó alcanzar al general, Egan rodeó con un musculoso brazo el cuello del soldado y efectuó una violenta torsión. El hombre quedó flácido. Egan lo arrojó a un lado como si fuera una muñeca de trapo y fue al instante a por otro miembro de la Orden.
—¡Retrocede! —chilló el general Meiffert a Cara cuando ella regresó para lanzarse de nuevo al interior de lo más reñido de la batalla.
—Tengo que…
—¡Muévete! —le chilló él al tiempo que le daba un fuerte golpe en la espalda con la mano—. ¡He dicho que te muevas!
—¡Nathan! —gritó Richard por encima del estruendoso ruido cuando vio la oportunidad que el general Meiffert acababa de crear al obligar a Cara a echarse para atrás con él.
Cuando el profeta giró al oír su nombre, Richard señaló el oscuro corredor que el general acababa de abandonar.
—¡Ya no queda ninguno de nosotros! ¡Hazlo!
Nathan comprendió y no perdió un instante, alzando de inmediato ambas manos. Llameó luz entre sus palmas, y un fuego de mago cobró vida violentamente, enviando colores centelleantes sobre la enconada batalla.
Nathan envió el fuego de mago al interior de las filas enemigas.
La mortífera esfera de luz líquida que borboteaba salió rodando y aquel infierno incandescente se expandió. Incluso por encima del ruido de la batalla, Richard pudo oír el lamento del fuego mientras volaba en dirección al oscuro pasillo lleno de tropas de la Orden Imperial que presionaban al frente para penetrar en el palacio y unirse a la batalla.
El fuego de mago salió disparado corredor adelante, proyectando una luz de un rojo anaranjado sobre el mármol blanco. El sonido por sí solo era suficiente para dejar a los hombres agarrotados por el pánico.
Era un espectáculo horripilante ver cómo una muerte abrasadora se desparramaba sobre la carne de seres vivos. La creciente esfera de fuego líquido pasaba entre brincos sobre las cabezas de los hombres, sin dejar de derramar muerte sobre ellos, hasta que el rodante infierno estalló en una cascada de luz y llamas líquidas que descendió con un enorme chapoteo sobre la aterrada masa de hombres.
Los alaridos de dolor ahogaron el entrechocar de las armas.
Nathan conjuró aún más fuego de mago. En un instante, también éste salió despedido a toda velocidad.
La esfera de fuego rodó por el oscuro corredor, discurriendo como una exhalación por paredes y hombres, mientras derramaba llamas que prendían fuego a todo. La líquida llama era tan tenaz, tan pegajosa, tan abrasadora, que fundía a su paso las corazas de cuero y chapoteaba a través de las cotas de malla para aferrarse a la carne mientras ardía. El fuego de mago, una vez que estaba sobre una persona, a menudo ardía hasta llegar al hueso antes de extinguirse. Aun cuando los hombres intentaran quitarse las corazas de cuero que el pegajoso fuego líquido atravesaba, era demasiado tarde. Las ropas estaban ya fundidas con la piel y todo lo que conseguían era arrancarse la propia carne.
El fuego envolvía rostros, y al jadear conmocionados, los hombres introducían remolinos de llamas en los pulmones. El hedor de la carne quemada era abrumador. El sonido de los alaridos escalofriante.
Los atacantes que estaban ya en el pasillo sabían que no tendrían a nadie que acudiera desde atrás a ayudarlos. Los hombres de la Primera Fila caían ya sobre ellos, apisonándolos, ensartándolos en sus lanzas desde ambos lados.
No tenían otra elección que pelear por sus vidas. En esta batalla no se permitiría la rendición.
El general Meiffert asestó un tajo a un enemigo en el hombro. Bruce utilizó ambas manos sobre la empuñadura de su espada para descargarla en otro que cayó espatarrado a sus pies. Cuando un tercero, con el rostro contorsionado por la cólera y el odio, fue a por Richard, éste le lanzó un mandoble, hundiendo la espada casi a través de la cabeza del hombre. Extrajo el arma de un tirón mientras el desgraciado caía de rodillas con un grito de inesperado terror. Berdine, con su traje de cuero rojo, se adelantó y presionó su agiel contra la base del cráneo del soldado, rematándolo.
Nathan lanzó otra esfera de fuego de mago pasillo adelante. El implacable infierno de muerte era un espectáculo nauseabundo mientras descendía, salpicándolo todo, sobre una multitud de guerreros que hasta el momento lo habían evitado. Envueltos en llamas, intentaban frenéticamente escapar de la creciente conflagración, pero no existía escapatoria. Estaban atrapados no tan sólo por las llamas, sino por el mismo gran número de hombres que eran y por todos los cadáveres que los rodeaban. No tenían otra opción que chillar de dolor y desesperado pánico mientras se quemaban vivos. Volutas de fuego se enroscaban en las bocas abiertas que emitían aquellos alaridos. Richard estaba seguro de que cerca de la retaguardia los apostados habrían abandonado el ataque y estarían corriendo ya de vuelta a la seguridad de las catacumbas.
Lo que sólo un momento antes había sido una batalla frenética empezaba a amainar. A los guerreros de la Orden Imperial que seguían vivos no se les mostró la menor clemencia. La Primera Fila acabó con ellos.
Cara apartó de un empujón a uno que acababa de matar. Éste se desplomó de espaldas y dio contra el suelo con un golpe sordo. El general Meiffert estaba a poca distancia y ella lo contempló con más enojo de lo que había mirado al enemigo que acababa de matar.
—¿Qué crees que estás haciendo gritándome… diciéndome lo que debo hacer?
—Mi trabajo. Te interponías en lo que lord Rahl intentaba hacer. Necesitaba que te quitaras de en medio.
Cara echó una mirada atrás.
—Bueno, no me importa…
—No tengo tiempo para discusiones. —Su enojo corría parejo al de ella—. Mientras yo esté al mando, harás lo que se te dice. Así es como tiene que ser.
Ella volvió su semblante iracundo al corredor, donde todavía había hombres quemándose vivos. Brazos convertidos en antorchas oscilaban lenta e inútilmente en aquel infierno.
Richard había sabido que eran demasiados los soldados que llenaban los corredores para pelear contra todos ellos, y había estado intentando conseguir que el general, Bruce, Jillian y Adie salieran de en medio para que Nathan pudiera utilizar el fuego de mago. El general había comprendido las intenciones de Richard, y Cara había estado bloqueando el paso. Como oficial al mando, no podía permitir que nadie cuestionara su autoridad; y menos en mitad de una batalla.
En cuanto Cara comprendió lo que había sucedido, abandonó la disputa y se fue corriendo para reunirse con Richard mientras éste avanzaba apresuradamente por el suelo cubierto de sangre hacia Nicci, que yacía con la espalda recostada en la pared.
—¿Nicci? —Richard le pasó con delicadeza una mano por detrás del cuello—. Aguanta. Nathan está aquí.
Los ojos de la mujer estaban en blanco. El dolor le producía convulsiones. Richard sólo podía suponer que Jagang intentaba matarla, pero que el hechizo que envolvía el palacio obstaculizaba tal intento. Todo ello la llevaba hacia una muerte lenta y atroz.
Richard giró la cabeza.
—¡Nathan! ¡Te necesitamos!
Más allá de las figuras caídas de los soldados de la Orden Imperial, Richard vio a Nathan arrodillado junto a alguien y tuvo la terrible sensación de que sabía quién era. Nathan alzó los ojos, mirando con tristeza e impotencia a Richard.
—Nicci… aguanta. Ya viene ayuda. Prometo que te quitaré ese collar. Aguanta. —Sujetó el brazo de Cara y la acercó a él—. Quédate con ella. No quiero que piense que está sola. No quiero que se rinda.
Cara asintió, con lágrimas en sus azules ojos.
—Lord Rahl, qué contenta estoy de veros.
Él le posó una mano en el hombro a la vez que se ponía en pie.
—Lo sé. También yo estoy muy contento de verte.
Richard corrió por encima de los soldados sin vida de la Orden en lugar de perder tiempo buscando un camino despejado. Parecía surrealista ver tantísimos cadáveres, extremidades y cabezas cortadas, tanta sangre, mancillando los sagrados corredores de mármol blanco del palacio.
Mientras se abría paso a toda velocidad entre el revoltijo de cadáveres, sus temores se vieron confirmados cuando vio que Nathan estaba arrodillado junto a Adie. La anciana hechicera apenas respiraba.
Richard se agachó junto al profeta.
—Nathan, tienes que ayudarla.
El general Meiffert y Jillian se arrodillaron al otro lado de la anciana. Jillian tomó la mano de Adie y la sostuvo contra el pecho.
Nathan lo miró con ojos llorosos y cansados.
—Lo siento, Richard, pero esto puede que esté más allá de mi capacidad.
Richard engulló el nudo que sentía en la garganta mientras bajaba los ojos hacia Adie. La anciana alzó sus ojos completamente blancos hacia él, pareciendo estar muy en paz a pesar de que tenía que sentir un dolor terrible.
—Adie, lo conseguimos. Tu plan funcionó. Lo hiciste. Conseguiste que pasáramos.
—Estoy contenta, Richard. —Sonrió un poco—. Pero ahora debes ayudar a Nicci.
—Preocúpate por ti ahora.
Ella le aferró el brazo, tirando para acercarlo un poco más.
—Debes ayudarla. Mi parte hecha está. Ella es tú única posibilidad ahora, para salvar todo lo que valoramos en este mundo.
—Pero…
—Ayuda a Nicci. Ella tú única esperanza. Prométeme que la ayudarás.
Richard asintió a la vez que notaba que una lágrima le corría por la mejilla.
—Lo prometo.
La sonrisa de la mujer se ensanchó, y unas finas arrugas se marcaron en sus mejillas.
Richard no pudo evitar sonreír al reparar en lo que ella acababa de hacer. Zedd le había contado en una ocasión que las hechiceras jamás te cuentan todo lo que saben y de ese modo te engatusan para que estés de acuerdo en cosas que de otro modo podrías no aceptar.
—No me hace falta una estratagema de hechicera para mantener mi promesa de ayudar a Nicci. Nathan le quitará ese collar del cuello.
Mientras ella le sonreía, Richard sintió que la mano de la anciana apretaba un poco más.
—No estoy tan segura, Richard. Ella necesita ayuda que sólo tú puedes dar.
Richard no sabía qué podía hacer él que Nathan no pudiera. Incluso aunque supiera cómo utilizar su don, Richard hacía mucho que había perdido su conexión con él. Cuando los ojos de Adie se cerraron despacio y Jillian empezó a llorar, el general Meiffert rodeó con un brazo los hombros de la muchacha.
—¡Lord Rahl! —llamó Cara.
Tanto Richard como Nathan giraron la cabeza hacia la mord-sith, encorvada sobre Nicci.
—¡De prisa!
—Ayúdala a aguantar —susurró Nathan a Adie.
Posó un dedo sobre su frente. Adie suspiró y sus músculos se relajaron.
—Eso la reconfortará por el momento —dijo Nathan en tono confidencial a Richard—. A lo mejor con la ayuda de algunas Hermanas puedo hacer algo más por ella.
Richard asintió, luego agarró a Nathan por debajo del brazo y lo ayudó a ponerse en pie. De camino hacia Nicci pasaron veloces junto a las figuras enredadas entre sí de los muertos. La mayoría de los caídos eran guerreros de la Orden Imperial, pero había también integrantes de la Primera Fila desperdigados por todo el pasillo.
Nicci, si eso era posible, tenía un aspecto aún peor. Se sacudía debido al poder invisible que intentaba arrebatarle la vida.
—Tienes que quitarle el collar —dijo Richard a Nathan—. Jagang ha estado utilizando el rada’han para controlarla. Ahora creo que está intentando matarla con él.
Nathan, asintiendo mientras alzaba un párpado de Nicci, evaluó con rapidez el estado de la hechicera. Alargó los brazos y posó ambas manos sobre el collar de metal que llevaba en el cuello. Cerró los ojos un momento, arrugando la frente por el esfuerzo de utilizar sus poderes invisibles. El aire en torno a ellos pareció zumbar con una vibración queda. Al cabo de un momento la discordante sensación cesó.
—Lo siento, Richard —dijo en voz baja cuando por fin irguió el cuerpo.
—¿Qué quieres decir con que lo sientes? Tienes que quitarle esta cosa antes de que la mate.
Nathan paseó la mirada por todos los muertos, con sus ojos azul celeste un poco más húmedos de lo que habían estado un momento antes. Su mirada apesadumbrada regresó finalmente a Richard.
—Lo siento, muchacho, pero no hay nada que pueda hacer.
—Sí que lo hay —dijo Cara—. ¡Tú puedes quitarle el collar!
—Lo haría si pudiera… —con un semblante abatido negó con la cabeza—, pero no puedo. Lo mantienen cerrado ambos lados de su don. Yo sólo tengo el de Suma.
Richard no podía aceptarlo.
—Este palacio aumenta tu habilidad. Eres un Rahl. Tu poder es mayor en este lugar. Tienes más poder aquí. ¡Úsalo!
—Mi lado de Suma se ve acrecentado aquí… pero carezco de la habilidad de Resta. Sin la Magia de Resta para contrarrestar la cerradura, no puedo hacer nada.
—¡Puedes intentarlo!
Nathan posó una mano en el hombro de Richard.
—Ya lo he intentado. Mi habilidad no es suficiente. Lo siento, muchacho. Me temo que no puedo hacer nada.
—Pero si no lo haces, morirá.
Mirando a Richard a los ojos, Nathan asintió despacio.
—Lo sé.
El general Meiffert apareció detrás de Nathan.
—Lord Rahl.
Tanto Nathan como Richard alzaron la vista.
El oficial vaciló un momento, mirando alternativamente a ambos.
—Tenemos que hacer algo antes de que puedan enviar refuerzos a través de esos túneles. No podemos saber cuántos efectivos tienen ahí abajo, aguardando para subir y renovar el ataque. Debemos actuar ahora.
—Purga los túneles —dijo Richard.
—¿Qué? —preguntó Nathan.
—Despeja los pasillos primero. Asegúrate de que no hay más soldados de la Orden aquí arriba. Luego utiliza fuego de mago. Envíalo a través de las catacumbas. Las catacumbas son lugares para los muertos. Elimina de ellas a los vivos.
Nathan asintió.
—Me ocuparé de ello al instante.
Mientras se levantaba, Richard, sujetando la mano de Nicci, alzó los ojos hacia el mago.
—Nathan, tiene que haber algo que puedas hacer.
—Puedo impedir que más de ellos lleguen aquí.
—Me refiero a Nicci. ¿Qué podemos hacer para ayudarla?
Desde las desoladas profundidades de su tormento interno, Nathan contempló a Richard.
—Quédate con ella, Richard. Permanece a su lado hasta que muera. No permitas que esté sola en los últimos momentos. Eso es todo lo que puedes hacer.
Con un floreo de su capa se giró y apresuró el paso para seguir al general Meiffert.