15
verna alzó los ojos cuando oyó el alboroto. Era Nathan, por fin, con los brazos balanceándose al compás de sus largas piernas, la capa ondulando tras él mientras iba con paso enérgico hacia ellos. El general Trimack caminaba pegado a los talones del profeta.
Cara, que paseaba impaciente, se detuvo para contemplar al profeta que se acercaba y al montón de personas que lo seguían. Vasto como era el complejo del palacio, había hecho falta bastante tiempo para localizar al profeta y llevarle a él y a los demás hasta las tumbas.
Nathan se detuvo con brusquedad.
—Voy a ir a caballo por este lugar para moverme más de prisa. Primero me quieren aquí, luego me quieren allí. —Efectuó una floritura con un brazo, indicando la grandiosidad del palacio—. Paso la mayor parte del día corriendo de un extremo de este descomunal complejo al otro. —Miró con cara de pocos amigos a los que lo observaban—. ¿De qué va esto, de todas formas? Nadie quiere decirme nada. ¿Habéis encontrado algo? ¿Son Ann y Nicci?
—Mantén la voz baja —dijo Cara.
—¿Por qué? ¿Temes que despertaré a los muertos? —soltó él.
Verna esperó que Cara respondiera a su sarcasmo con algo cáustico por su parte, pero no lo hizo.
—No sabemos lo que hemos encontrado —dijo, la preocupación que sentía era muy evidente en su semblante.
La frente de Nathan no hizo más que crisparse aún más ante la enigmática respuesta.
—¿Qué quieres decir?
—Necesitamos tu habilidad —explicó Verna—. Mi don no funciona muy bien en este lugar. Necesitamos utilizar el don para que nos ayude en esto.
Con sus suspicacias aumentando, el profeta examinó al general Trimack y luego a Berdine y a Nyda, que aguardaban junto a Cara. Por fin, paseó la mirada por el resto de las mord-sith desperdigadas entre los soldados por todo el corredor. Las mord-sith vestían todas sus equipos de cuero rojo.
—De acuerdo —dijo, en un tono considerablemente más circunspecto—. ¿Cuál es el problema y qué tenéis en mente?
—El personal de la cripta… —empezó a decir Cara.
—¿El personal de la cripta? —interrumpió Nathan—. ¿Quiénes son?
Cara indicó con un ademán a varias personas con túnicas blancas situadas más atrás en el pasillo, por detrás de los hombres armados de la Primera Fila.
—Ellos cuidan de este lugar. Como ya sabes, yo creo que hay algo que no está bien aquí abajo.
—Eso has dicho, pero sigo si ver nada que esté mal aquí abajo.
Cara señaló a su alrededor.
—Tú no conoces este lugar muy bien. Yo he vivido aquí la mayor parte de mi vida y ni siquiera yo estoy familiarizada con el laberinto de pasillos de aquí abajo. En el pasado las tumbas sólo las visitaba lord Rahl. El personal de la cripta, sin embargo, pasa una gran parte de su tiempo aquí abajo, manteniendo el lugar siempre listo para esas visitas, así que lo conocen mejor que nadie.
Nathan se acarició el mentón a la vez que volvía a echar una mirada atrás, a las figuras vestidas de blanco apiñadas a lo lejos.
—Eso tiene sentido. —Volvió de nuevo la cabeza hacia Cara—. Así pues, ¿qué tienen que decir?
—Son mudos. Rahl el Oscuro seleccionaba sólo a personas analfabetas del campo para ser miembros del personal de la cripta, de modo que tampoco saben leer ni escribir.
—Seleccionaba… Quieres decir que capturaba personas y las obligaba a servir.
—Exactamente —dijo Berdine a la vez que avanzaba un poco para colocarse junto a Cara—. De un modo muy parecido a como adquiría a jovencitas para ser adiestradas como mord-sith.
Cara señaló la tumba de Panis Rahl.
—Rahl el Oscuro quería unos empleados que no hablaran mal de su difunto padre, así que les cortaba la lengua. Puesto que no saben leer ni escribir, tampoco podían escribir en secreto nada ofensivo sobre los difuntos.
Nathan lanzó un suspiro.
—Era un hombre cruel.
—Era un hombre malvado —dijo Cara.
Nathan asintió.
—Jamás he oído nada que pueda contradecirlo.
—Entonces, ¿cómo sabéis que el personal de la cripta piensa que hay algo que está mal aquí abajo? —preguntó el general Trimack a Cara—. Al fin y al cabo, no pueden contároslo o escribirlo.
—Tú utilizas señas con la mano para dirigir a tus hombres cuando el silencio es necesario, o cuando en el fragor del combate no pueden oírte. Estas personas usan unas señas que han inventado a lo largo de los años para comunicarse entre ellas. Los he interrogado y hasta cierto punto han sido capaces de hacerse entender. Como estoy segura de que os lo podéis figurar, son muy observadores.
—Y aguardad hasta que oigáis lo que piensan —dijo Verna.
Todo ello le parecía absurdo a ella, pero las implicaciones eran lo bastante graves para que quisiera saberlo con seguridad. Verna había aprendido desde que se había convertido en prelada que siempre era una buena idea mantener la mente abierta. En cuestiones tan serias sería estúpido no asegurarse al menos de que no existía ningún problema real. Con todo, no se sentía contenta al respecto.
La expresión suspicaz de Nathan regresó.
—Así pues, ¿qué piensan?
Cara señaló en dirección a una intersección corredor adelante.
—Doblando por allí encontraron un lugar que no está bien.
—¿No está bien? —Exasperado, Nathan se puso en jarras—. ¿Qué quieres decir?
—Toda la piedra que hay aquí abajo tiene vetas. —Cara se giró y señaló varios dibujos en la pared que tenía detrás—. ¿Ves? Todos los empleados de la cripta reconocen las distintas vetas. Saben dónde están aquí abajo mediante esos dibujos únicos.
Nathan examinó el veteado.
—Es un lenguaje de símbolos —añadió Cara.
Nathan apartó la mirada de las vetas y la devolvió a Cara.
—Eso tiene sentido. Sigue.
—En ese corredor de allí, un poco más adelante, hay un bloque de mármol de la pared que pertenece a otro lugar.
Las suspicacias de Nathan regresaron mientras la escrutaba con recelo, como si le siguiera el juego pero no le gustara nada en absoluto.
—Así pues, ¿adónde pertenece?
—Ése es el problema —respondió ella—. No consiguen encontrar el pasillo al que pertenece. Hasta donde puedo comprender, lo que intentan decirme es que falta un corredor.
—¿Falta? —Nathan soltó un profundo suspiro y se rascó la cabeza mientras echaba un vistazo a su alrededor—. ¿Dónde podría ocultarse un corredor?
Cara se inclinó hacia él sólo un poco.
—Detrás de ese pedazo de mármol.
La contempló fijamente en silencio mientras daba la impresión de considerarlo.
—De modo que queremos que utilices tu don y veas si puedes percibir a alguien detrás de esa pared —dijo Verna.
La preocupación se dibujó en las facciones de Nathan Rahl mientras dirigía una veloz mirada a todos los rostros que lo observaban.
—¿A alguien escondido detrás de la pared?
Cara asintió.
—Así es. A alguien escondido detrás de la pared.
Nathan se pasó la mano por el cogote a la vez que miraba hacia la intersección.
—Bueno, por disparatada que suene esa teoría, al menos es bastante fácil de comprobar. —Hizo un veloz gesto con una mano, señalando al general Trimack—. ¿Y crees que la Primera Fila podría ser necesaria?
—Depende de si hay algo desagradable en el otro lado de la pared —respondió Cara con un encogimiento de hombros.
El general parecía no tan sólo preocupado, sino alarmado. Era responsable de proteger el palacio y a todo el mundo en él. En especial a lord Rahl. Se tomaba muy en serio su trabajo.
El militar movió una mano hacia la pared.
—¿Y vos creéis que lo hay?
Cara no se dejó intimidar por la formidable mirada del general.
—Nicci y Ann desaparecieron aquí abajo.
La cicatriz que descendía por la mejilla del hombre destacó muy blanca. Enganchó los pulgares tras el cinto de las armas mientras se giraba a un lado. Uno de sus hombres corrió al frente para recibir sus órdenes.
—Quiero que todos permanezcáis cerca, pero estad muy callados.
El oficial asintió y luego corrió en silencio de vuelta junto a su pelotón para transmitir las órdenes.
—Exactamente, ¿quién creéis que podría estar oculto tras la pared? —preguntó el general a la vez que paseaba la mirada entre todas las mujeres.
—A mí, no me miréis —dijo Verna—. Estoy preocupada, pero no se me ocurre quién o qué podría estar ahí, si es que hay alguien. No estoy segura de creer nada de esto, pero en el Palacio de los Profetas conocí a miembros del servicio capaces de percatarse de las cosas más raras, cosas de las que nadie más se había dado cuenta. No tengo ni idea de qué va todo esto, pero no desecho las inquietudes de gente que conoce este lugar mejor que yo.
—Eso tiene sentido —repuso el general.
Nathan empezó a moverse.
—Vayamos a echar una mirada, entonces.
Mientras iba detrás de él, Verna sintió alivio por haber sido capaz de convencer a Nathan de la gravedad de la cuestión. Ella no lo creía del todo, pero quería dar su apoyo a Cara. Ella era la clase de persona que merecía que le dieran el beneficio de la duda. La mord-sith había estado loca de preocupación por Nicci y no había dormido mucho en los últimos días. Para Cara, Nicci no era sólo una amiga, sino un eslabón para localizar a Richard.
Todos avanzaron tan en silencio como les fue posible. Cara encabezó la marcha, con Nathan detrás, Verna se rezagó un poco, con Berdine y Nyda. El general Trimack, con sus efectivos, cerraba la marcha.
Cuando doblaron la esquina y avanzaron por el corredor sospechoso, unas cuantas antorchas más abajo sisearon y chisporrotearon. Una de ellas parecía estar casi agotada. A los empleados, no obstante, los habían mantenido lejos de allí. El general hizo señas a sus hombres. Media docena de ellos reunió antorchas de más atrás en el pasillo y las llevaron con ellos.
Cara chasqueó los dedos para atraer la atención del general e hizo una seña para que la mitad de los hombres siguieran adelante y custodiaran el pasillo desde el otro lado. Al parecer quería que el lugar quedase acordonado. Cara envió a algunas de las otras mord-sith con los soldados.
Al llegar a la pared de mármol Cara resiguió con un dedo las líneas del rostro dibujado en la piedra. A estas alturas, incluso Verna reconocía aquella cara.
—Ellos dicen que esta cara no pertenece aquí —susurró Cara cuando Nathan se inclinó junto a ella.
Nathan asintió y luego se irguió muy tieso. Agitó una mano, instando a Cara a mantenerse apartada de él.
Cara frunció el entrecejo y dirigió a Verna una mirada perpleja. No sabía con exactitud qué hacía el anciano mago. Verna sí. Utilizaba su habilidad para percibir más allá de la piedra. Utilizaba su don para buscar vida. Verna podía hacer algo similar, pero no podía hacerlo en el Palacio del Pueblo. Allí cualquier don, salvo el de un Rahl, quedaba reprimido. Verna había intentado percibir algo más allá de la pared cuando el personal de la cripta les había informado por primera vez de lo que ocurría, pero no había tenido el menor éxito.
Cara regresó para colocarse junto a Verna. Se inclinó hacia ella, hablando en un susurro.
—¿Qué crees?
—Creo que Nathan nos lo dirá cuando sepa algo.
El general Trimack se inclinó hacia ellas.
—¿Cuánto tardará?
—No mucho —le contestó Verna.
Mientras Verna observaba, el rostro de Nathan palideció de repente. Dio un tambaleante paso atrás.
Ver su reacción hizo que Cara empuñara al instante su agiel. Berdine y Nyda también empuñaron sus armas.
Nathan dio otro paso atrás y se llevó la mano al rostro con gesto conmocionado. Se giró hacia ellas, boquiabierto.
A toda prisa, haciendo el menor ruido posible, corrió de vuelta hasta ellas.
—Queridos espíritus… —Pasó los dedos hacia atrás por sus cabellos a la vez que miraba al rostro de la pared.
—Queridos espíritus, ¿qué? —masculló Cara.
Nathan, con la cara casi tan blanca como su pelo, posó sus ojos azul celeste en la mord-sith.
—Hay cientos de personas en el otro lado de esa pared.
Cara se quedó sin habla durante un momento.
—¿Cientos? ¿Estás seguro?
Él asintió con energía.
—Quizá miles.
Verna recuperó por fin su propia voz.
—¿Qué personas? ¿Quiénes son?
—No lo sé —dijo Nathan—. No puedo ni imaginarlo. Pero puedo deciros que llevan mucho acero con ellos.
El general Trimack se inclinó al frente.
—¿Acero?
—Armas —dijo Verna.
El semblante de Nathan era serio.
—Eso es. Aquí abajo no hay mucho acero, de modo que destaca cuando uso mi don para percibir lo que está al otro lado de la pared. Hay gran cantidad de personas y llevan mucho acero con ellas.
—Sólo pueden ser hombres armados —dijo el general a la vez que desenvainaba su espada.
Hizo una seña a sus hombres y todos hicieron lo mismo. En un santiamén todos empuñaron sus armas.
—¿Alguna idea de quiénes podrían ser? —preguntó Berdine en un susurro.
Nathan, pareciendo más preocupado de lo que Verna lo había visto nunca, negó con la cabeza.
—Ninguna. No puedo decir quiénes son, sólo que están ahí detrás.
Cara empezó a cruzar el corredor.
—Yo digo que lo averigüemos.
El general hizo unas señas a todos sus hombres, quienes empezaron a avanzar en silencio desde ambos lados.
—¿Y cómo piensas que puedes averiguarlo? —preguntó Verna, pisándole los talones a Cara.
Cara se paró y volvió la cabeza para mirarla durante un momento. Se volvió hacia Nathan.
—Puedes utilizar tu don para, para, no sé… derribar la pared, o algo.
—Desde luego.
—Entonces creo que…
La mord-sith calló cuando Nathan alzó la mano. El anciano ladeó la cabeza, escuchando.
—Están hablando. Algo sobre luz.
—¿Luz? —preguntó Verna—. ¿A qué te refieres?
La frente del profeta se arrugó mientras éste se concentraba como si intentara oír. Ella sabía que escuchaba con su don, no con los oídos. Resultaba de lo más frustrante que ella no pudiera hacer lo mismo.
—Se les ha apagado la luz —dijo él en voz baja—. Sus lámparas se han extinguido todas de repente.
Todo el mundo miró hacia la pared cuando llegaron voces ahogadas del otro lado. No hacía falta el don para oírles. Los hombres se quejaban de no poder ver, deseando saber qué sucedía.
Entonces oyeron un chillido. Duró sólo un instante y luego cesó bruscamente. Se alzaron gritos sofocados de consternación y pánico creciente.
—¡Derríbala! —gritó Cara a Nathan.
De improviso estallaron alaridos procedentes del otro lado de la pared; hombres que chillaban no tan sólo aterrorizados sino conmocionados y atenazados por el dolor.
Nathan alzó los brazos para lanzar una telaraña mágica que derribaría la pared.
Antes de que pudiera actuar, el mármol blanco estalló en dirección a ellos. Fragmentos de piedra salieron volando con un ruido ensordecedor. Un hombre fornido, empuñando una espada ensangrentada, se abrió paso violentamente con el hombro por delante a través de la pared en una huida desesperada. Cayó y resbaló por el suelo.
Pedazos de piedra blanca de todos los tamaños y formas volaron por el corredor. Grandes secciones de mármol se soltaron y estrellaron contra el suelo. Más allá del caos de fragmentos de piedra que volaban por los aires y polvo arremolinado, Verna vio atisbos de hombres con oscuras corazas que empuñaban armas. Parecían hallarse en un estado de desconcierto, peleando contra un enemigo invisible. El estruendo de sus voces se alzaba lleno de cólera, confusión y terror.
A través de la nube de polvo y cascotes Verna pudo ver que había un pasillo oscuro al otro lado ocupado por un revoltijo descomunal de soldados de la Orden Imperial.
En medio del ruido atronador y el tumulto, caían cuerpos a través de la abertura de la pared. Enormes hombres tatuados cubiertos con oscuras corazas de cuero, correas, tachones y cotas de malla, varios sin algún brazo, otros con los rostros heridos, se estrellaron pesadamente contra el suelo. Una cabeza, con grasientas guedejas de pelo ondeando, rodó a través del suelo. Hombres a los que faltaba una pierna se desplomaron al exterior. Otros, con los vientres desgarrados por la mitad, pasaron a trompicones entre el revoltijo.
Goterones de sangre roja salpicaron el suelo de mármol blanco.
En mitad de toda aquella piedra que volaba, de las nubes de polvo que ascendían, de las cabezas decapitadas que rodaban, de los soldados que caían, chillaban y morían, Richard blandió su espada con una mano y a la vez que sostenía en pie a una Nicci que parecía inconsciente con el otro brazo pasado alrededor de la cintura, se abrió paso a través de la brecha.