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en la ribera nordeste por encima del arroyo, Rachel se deslizó fuera del caballo y aferró las riendas mientras escudriñaba el entorno, en busca de cualquier movimiento. A las primeras luces del alba, los oscuros montículos de las áridas colinas producían la impresión de que eran una manada de monstruos adormecidos.

Sabía que no era así, sin embargo. Eran simples colinas. Pero existían cosas reales que no eran inofensivos productos de su imaginación.

Los engullidores espectrales eran reales, estaban cerca e iban a por ella.

Zumaques, perdidas ya las hojas debido a la estación, bordeaban la estrecha senda en la que estaba Rachel, temblando bajo el frío. La alta entrada de la cueva estaba cerca, aguardando, igual que la boca abierta de un gran monstruo esperando para engullirla.

Rachel ató las riendas del caballo a un zumaque y avanzó con dificultad por el sendero en dirección a aquellas fauces oscuras. Asomó al interior, para ver si la reina Violet o Seis estaban escondidas allí. Supuso que a lo mejor Violet saldría de un salto y la abofetearía, para luego reír de aquel modo altanero.

La cueva estaba oscura y vacía.

Rachel retorció los dedos entre sí mientras volvía a escrutar las colinas. El corazón le latía con violencia mientras miraba en busca de cualquier movimiento. Los engullidores espectrales estaban cada vez más cerca. Iban a por ella. Iban a atraparla.

Dentro de la cueva vio los familiares dibujos que había visto tantas veces antes. Eran miles de bosquejos que cubrían cada centímetro de las paredes. Entre los dibujos enormes, se habían introducido dibujos pequeños. Cada uno era diferente. Muchos daban la impresión de haber sido dibujados por personas distintas. Algunos eran tan simples que casi parecía como si los hubieran dibujado niños. Otros eran detallados y con un aspecto extraordinariamente realista.

Rachel no sabía cómo juzgar tales cosas, pero a ella le parecía que los dibujos tenían que representar muchas generaciones de personas. Teniendo en cuenta los muchos estilos diferentes y los diversos niveles de refinamiento, podían representar con facilidad a docenas y docenas de generaciones de artistas, puede que cientos.

En todos los dibujos aparecían personas. A todas las personas de los dibujos las estaban lastimando, hostigando, matando de hambre, envenenando, apuñalando, yacían destrozadas al pie de precipicios o lloraban sobre sepulturas. Aquellos dibujos le provocaban pesadillas a Rachel.

Se agachó y palpó las lámparas de aceite. Estaban frías. Cogió un trozo de pedernal y un afilador de un hueco tallado en la pared de la cueva y lo usó para hacer saltar una chispa sobre la mecha de una lámpara.

Lo intentó varias veces y consiguió obtener una buena chispa, pero no una llama en la mecha. Echó ojeadas atrás entre los intentos. Se le acababa el tiempo. Ya venían. Estaban cerca.

Sacudió la lámpara para llevar más aceite a la mecha, luego golpeó frenéticamente el pedernal con el acero. Hicieron falta media docena de intentos más pero por fin consiguió que apareciera una llama.

Levantó la lámpara por el asa en forma de aro y se puso en pie. Miró con atención fuera de la entrada de la cueva, en busca de cualquier movimiento, en busca de los engullidores espectrales. No los vio, pero sabía que venían. La pareció que podía oírles, fuera, en los matorrales. Sentía cómo la miraban.

Con la lámpara en una mano corrió de vuelta al interior de la oscuridad, lejos de los engullidores espectrales, a lugar seguro… esperaba. Tenía que escapar. Venían. Podían cogerla en cualquier otra parte. Ésta era su única oportunidad.

Puesto que sabía lo cerca que estaban se sentía morir de miedo. Las lágrimas afloraron a sus ojos mientras corría al interior de la cueva, dejando atrás todos los dibujos de personas a las que les hacían daño.

Fue un largo trecho de vuelta a la oscuridad. Un largo trecho hasta donde pensaba que podría hallar el único lugar donde podría estar a salvo. La luz de la lámpara discurría veloz sobre la superficie de roca que la rodeaba, iluminando los rostros dibujados en las paredes.

En las profundidades de la cueva, la luz procedente de la entrada era sólo un tenue resplandor lejano. Rachel pudo ver su aliento mientras jadeaba no sólo por el esfuerzo sino por el creciente pánico. No sabía lo lejos que tenía que ir para estar a salvo; sólo sabía que los engullidores espectrales venían a por ella y que tenía que seguir avanzando, tenía que escapar.

Llegó al dibujo que tan bien recordaba. Era un dibujo que Rachel había contemplado cómo lo dibujaba la reina Violet con la ayuda de Seis. Aunque ellas jamás habían mencionado su nombre, Rachel sabía que era un dibujo de Richard. Con todas las cosas dibujadas alrededor de la figura central era el dibujo más grande de toda la cueva; también el más complejo.

A diferencia del resto de las pinturas, la de Violet había sido realizada con tiza de colores. Rachel recordaba todo el tiempo que la reina Violet le había dedicado a ella —en la época en que había sido la reina—, todas las cuidadosas instrucciones que Seis le había dado, todas las cuidadosas secuencias de líneas, ángulos y elementos. Rachel recordaba haber permanecido allí de pie durante horas seguidas, escuchando mientras Seis explicaba el porqué y el cómo de todo lo que Violet tenía que dibujar antes de que a ésta se le permitiera apoyar la tiza sobre la pared de piedra.

Rachel contempló el dibujo de Richard un momento, pensando que era una de las cosas más espantosas y siniestras que había visto jamás.

Pero a continuación, sin poder escapar del terror que le producía lo que iba a por ella, siguió corriendo, introduciéndose cada vez más en la oscuridad.

Cada vez que Seis había hecho que Violet pintara sus dibujos, siempre se habían adentrado más y más en la cueva para encontrar paredes nuevas sobre las que dibujar. Rachel recordaba a la perfección que el dibujo de Richard era la última cosa que habían dibujado, así que sabía que más allá de él las paredes estarían desnudas.

Una vez que hubo dejado atrás la coloreada red de líneas y símbolos que surgían alrededor de Richard, a Rachel la sobresaltó ver algo que no había visto nunca antes. Se detuvo. Había un dibujo nuevo.

Lo contempló estupefacta. Era un dibujo de ella.

Por todas partes alrededor de su dibujo había criaturas arremolinadas. Reconoció los símbolos que las obligaban a ir hacia ella. Las espantosas bestias eran como espectros hechos de sombras y humo. Salvo que tenían dientes. Dientes afilados. Dientes hechos para desgarrar y arrancar.

Sin el menor asomo de duda, Rachel supo lo que eran. Eran los engullidores espectrales.

Permaneció paralizada contemplando el dibujo de las terribles criaturas letales que le habían lanzado encima los hechizos dibujados en la pared de la cueva.

Sabía por las largas horas pasadas escuchando cómo Seis instruía a Violet lo que representaban muchos de los símbolos. Seis los había llamado «elementos terminales». Estaban diseñados para eliminar a los agentes principales del hechizo tras el final de la secuencia de acontecimientos que el dibujo estaba destinado a iniciar. Comprendía la naturaleza del dibujo y lo que todo ello significaba. Significaba que una vez que los engullidores espectrales la atraparan, se desvanecerían y dejarían de existir.

En el dibujo, los seres de pesadilla la rodeaban por todas partes, yendo sin pausa hacia ella. Y vio que no existía escapatoria. La seguridad hacia la que había pensado que corría no era más que el centro hacia donde la habían estado impeliendo, el centro donde estaría atrapada, incapaz de escapar jamás.

Oyó un sonido y miró en dirección al tenue resplandor de luz procedente de la entrada de la cueva. Por primera vez vio las sombras y los remolinos. Estaban en la cueva. Se congregaban, igual que en el dibujo de la pared. Venían a por ella.

Rachel quedó paralizada por el terror. Comprendió que ya no podía salir de la cueva. Sólo podía adentrarse más en ella. Pero mirando el dibujo podía ver que adentrarse más en la cueva no la salvaría; también había engullidores espectrales allí. Estaba atrapada, incapaz de ir más al interior, incapaz de salir. Estaba en el centro de un hechizo diseñado para cerrarse a su alrededor.

—¿Te gusta? —gritó alguien.

Rachel lanzó un grito ahogado y se giró en redondo hacia la voz que resonaba en las tinieblas.

—Reina Violet.

El rostro, tenuemente iluminado por la luz de la farola, sonrió burlón desde la oscuridad. Violet estaba allí para observar, para ver cómo los engullidores espectrales la cogían, para presenciar los resultados de su obra.

—Pensé que podrías querer venir y ver de dónde procedían antes de que te hagan pedazos. Quería que supieses quién saldaba cuentas contigo. —Indicó la pared con la mano—. Así que lo dibujé de tal modo que tendrías que venir aquí al final. Hice que éste fuera el lugar donde por fin te atraparían. —Se inclinó un poco fuera de la oscuridad—. Donde por fin te cogerían.

Rachel no se molestó en preguntar a Violet por qué tendría ella que hacer tal cosa. Conocía el motivo. Violet la culpaba de todo lo malo que le sucedía siempre. Jamás se culpaba a sí misma por sus problemas; culpaba a otros, culpaba a Rachel.

—¿Dónde está Seis?

Violet efectuó un ademán desdeñoso.

—Quién sabe. No me cuenta sus asuntos. —La mirada iracunda de Violet se tornó tan sombría como la misma cueva—. Ella es la reina ahora. Nadie me hace caso ya. Hacen lo que ella dice. La llaman su reina. Reina Seis.

—¿Y tú?

—Sólo me mantiene por aquí para que dibuje para ella. —Violet apuntó con un dedo a Rachel—. Es todo culpa tuya.

La mirada iracunda de Violet se transformó en la sonrisa que siempre le había producido escalofríos a Rachel.

—Pero ahora pagarás por tu falta de respeto, por tus malas artes. Ahora pagarás. —La sonrisa se ensanchó, satisfecha—. Los creé de forma que te arranquen la carne de los huesos. Los dejarán bien pelados.

Rachel tragó saliva, aterrada.

Se preguntó si podría abrirse paso peleando con la burlona Violet. Pero ¿de qué serviría eso? Ellos no tardarían en salir también de la oscuridad más profunda.

Chase le había enseñado a no rendirse nunca, a pelear por su vida. Sabía que tenía que hacer eso ahora. Pero ¿cómo? ¿Cómo podía combatir a tales criaturas? Tenía que pensar en algo.

Paseó la mirada en derredor. No había tiza por ninguna parte.

Al oír un aullido chirriante lanzó un grito ahogado y alzó los ojos, viendo a los engullidores espectrales flotando más cerca, igual que humo arremolinándose a lo largo de la oscura cueva. Pudo distinguir los pequeños dientes afilados en las bocas abiertas de las criaturas; dientes creados para desgarrar y arrancar la carne de sus huesos.

—Quiero que digas que lo sientes.

Rachel pestañeó a la vez que se volvía hacia Violet.

—¿Qué?

—Dime que lo sientes. Dobla una rodilla en tierra y di a tu reina que lamentas haberla traicionado. A lo mejor, si lo haces, te ayudaré.

En un intento desesperado de asirse a alguna esperanza, Rachel dobló rápidamente una rodilla en tierra e inclinó la cabeza, usando ese instante para pensar.

—Lo siento.

—Lo sientes… ¿qué?

—Lo siento, reina Violet.

—Eso es. Soy tu reina. Mientras Seis no esté, soy la reina por aquí. ¡La reina! ¡Dilo!

—Tú eres la reina, reina Violet.

Violet sonrió satisfecha.

—Bien. Quiero que lo recuerdes mientras mueres.

Rachel alzó la mirada.

—Pero dijiste que me ayudarías…

La reina Violet, riendo para sí, retrocedió más al interior de la oscuridad.

—Sólo dije «a lo mejor». He decidido que no mereces mi ayuda. Eres una don nadie.

Detrás de ella, los chirriantes gruñidos estaban cada vez más cerca. Rachel pensó que iba a desmayarse por el terror.

Introdujo la mano en un bolsillo del vestido y palpó algo allí; la cosa que le había dado su madre. La sacó y la miró con atención a la luz de la lámpara. Ahora sabía lo que era.

Era un trozo de tiza.

Cuando su madre se la había dado, Rachel había tenido tanta prisa por escapar de los engullidores espectrales que ni siquiera había prestado atención a lo que era.

Su madre le había dicho que cuando lo necesitara sabría qué hacer.

Rachel volvió a echar una ojeada a la oscuridad. Pudo ver la parte posterior de la cabeza de Violet mientras ésta retrocedía más al interior de la cueva, lejos de la muerte violenta que sabía que estaba a punto de tener lugar.

La pequeña miró atrás, en la dirección opuesta, y vio a las furiosas criaturas acercándose, abriendo de par en par las bocas a la vez que hacían chasquear continuamente los dientes afilados como agujas.

Al instante fue hasta el dibujo que Violet había hecho para atraparla y usó la tiza para añadir a toda prisa líneas y sombras, haciendo que la figura fuera más gruesa, más rechoncha. Hizo el rostro más redondo, y luego le añadió una mueca odiosa. La tiza corría veloz sobre la piedra mientras ella colocaba un vestido de volantes, la clase de vestidos que a Violet le gustaba llevar. Finalmente, recordando lo que a Violet le gustaba ponerse en la sala de las joyas, Rachel dibujó una corona en la cabeza, cambiando por completo el dibujo, para convertirlo en el de la reina Violet.

Violet afirmaba ser la reina. Rachel acababa de coronarla, dándole lo que exigía.

Oyó un chillido procedente de la oscuridad.

Cuando las vio venir desde el otro lado, la pequeña apretó la espalda contra la pared mientras las criaturas flotaban y serpenteaban por el aire, encaminándose de vuelta al interior de la oscuridad.

Rachel, con los ojos abiertos de par en par, contuvo la respiración mientras las figuras menudas pasaban flotando ante ella.

Con el corazón martilleando, oyó cómo Violet chillaba histéricamente.

—¡Qué has hecho! —gritó ésta desde la oscuridad.

Violet salió corriendo a la luz. Rachel pudo verla a través de las criaturas espectrales que regresaban en dirección a su creadora. Los ojos de Violet se abrieron aterrados al verlas ir a por ella.

—¡Qué has hecho! —volvió a chillar.

Rachel no contestó. Estaba demasiado aterrada mientras observaba.

—¡Rachel… ayúdame! ¡Siempre te he querido! ¡Cómo podrías hacerme esto!

—Te lo hiciste a ti misma, reina Violet.

—¡Siempre he sido una persona amable y afectuosa!

—¿Amable y afectuosa? —Rachel apenas podía dar crédito a sus oídos—. Tu vida ha estado consagrada al odio, reina Violet.

—¡Sólo odiaba a aquellos que me agraviaban, que eran malvados y egoístas! Siempre hice lo que era mejor para mi pueblo. Te traté bien. Te di comida y techo. Te di más de lo que una don nadie como tú habría tenido jamás sin mi ayuda. Te mostré únicamente generosidad. Ayúdame, Rachel. Ayúdame y te recompensaré.

—Quiero vivir. Ésa es mi recompensa.

—¿Cómo puedes ser tan cruel… tan odiosa? ¿Cómo puedes permitir que esto le suceda a otro ser humano? ¿Cómo puedes ser cómplice de una cosa así?

—Eres tú quien creó a los engullidores espectrales.

—¡Me has traicionado! ¡Te odio! ¡Odio el aire que respiras!

Rachel asintió.

—Efectuaste tus propias elecciones, Violet. Siempre elegiste abrazar el odio en lugar de la vida. Bajaste a esta cueva porque elegiste odiar. Te traicionaste a ti misma con ese odio.

Cuando los engullidores espectrales llegaron más cerca de Violet, aullaron con voces que Rachel imaginó que debían de sonar como los gritos de los muertos en el inframundo. Se le puso la carne de gallina.

Apretó la espalda contra la pared de piedra de la cueva y permaneció paralizada por el miedo mientras veía aquellos dientes que habían sido pensados para ella desgarrar a una aullante reina Violet.

Rachel sabía que sólo cuando hubieran terminado y sus huesos hubieran quedado bien pelados finalizaría la invocación nacida del odio que los había llamado. Sólo entonces desaparecerían por completo.